Este libro está dedicado a la memoria de José Antonio Gutiérrez Tapia, que vivió con integridad y murió por amor.
También queremos dedicarlo a Javier Sierra, por ser como es y por ser quien es. La puerta del salón de la gloria es muy estrecha, pero hay que ser grande para poder atravesarla.
Y, por último, a todas las personas que, de un modo altruista, trabajan día a día para mejorar el mundo, como las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Tenemos mucho que agradecer, y no es un simple tópico, a las personas que han contribuido, en mayor o menor medida, a hacer esta historia lo que es.
A nuestros «lectores favoritos», que siempre leen lo que escribimos con espíritu constructivo y crítico: en especial Jorge Traver, y también Francisco Íñigo, José María Íñigo, José Luis y Mercedes Zurdo, Belén Gutiérrez y Pedro Baráibar, Óscar Navarro, Fernando Acevedo y Carlos Rojo, así como Alberto Marcos, Emilia Lope y Elisa Fenoy.
A escritores y expertos en distintas áreas, cuyas obras o ayuda directa nos han facilitado ser precisos y evitar errores: Nacho Ares, Ken Arnold, José María González, José Carlos Rivas, Joseph C. Shore, Clara Tahoces, José Luis Valbuena, Alvaro Vázquez y Lilian K. Ginneom.
A nuestras respectivas familias, por habernos soportado, cosa a menudo nada fácil.
Por supuesto, a nuestra agente literaria, Ute Kórner, y sus socios Sandra Rodericks y Günter Rodewald, por su apoyo, su aliento y por creer en nosotros desde el primer momento. También a Raquel Gisbert y Deborah Blackman, de Random House, por su ojo crítico y exacto.
Y, por último, a todos los que han creído sin ver.