XI. ASTRONOMÍA; DIPLOMACIA

La mayoría de los seres humanos no pierde la esperanza, aun después de que cualquier razón lógica para tenerla haya desaparecido. El hombre que va a una batalla con desventaja frente a sus enemigos, el piloto que se queda en un aeroplano en llamas para salir de una ciudad, el condenado a muerte en su celda: pocos de ellos la pierden mientras respiran. Nils Kruger no había abandonado del todo su esperanza de volver a ver de nuevo la Tierra. No esperaba, sin embargo, ser rescatado. Había tenido vagas ideas, que él mismo admitiría como ilógicas, de que quizá combinando la tecnología abyormenita con la suya se podría construir algún tipo de nave capaz de cruzar los quinientos años luz hasta el sistema solar. Incluso después de obtener una idea bastante aproximada de las limitaciones técnicas de la raza de Dar Lang Ahn tal pensamiento no había desaparecido por completo, y no supuso que otra nave espacial terrestre se aproximaría a las Pléyades. Como consecuencia de esto, el sonido de una inconfundible voz humana cortando su conversación con una criatura que difícilmente pudiera ser menos humana, produjo en Kruger el mayor impacto de su vida. Durante varios momentos no pudo ni hablar. Varias cuestiones vinieron de la radio, y cuando fueron respondidas sólo por el mediocre inglés de Dar Lang Ahn, la sorpresa en la distante nave espacial fue casi tan grande como la de la cabaña.

— No puede ser Kruger; no hablaría así, ¡y de cualquier forma está muerto!

— Pero ¿dónde pueden haber aprendido inglés?

— ¡Mi niño de un año habla mejor inglés!

— Kruger, ¿eres tú o es que el departamento de filología se ha vuelto loco?

— Estoy… aquí, muy bien, pero no debéis hacer cosas como ésta. ¿Qué nave es ésa?

¿Cómo podéis haber estado escuchando? Y de cualquier forma, ¿qué estáis haciendo en las Pléyades?

— Es tu propia nave, el Alphard; yo soy Donabed. La radio que tienes es bastante triste; no estoy seguro tampoco de tu voz. Llevamos aquí un par de semanas y hemos estado recogiendo y grabando todo el ruido de radio que pudimos encontrar, con la esperanza de saber algo del idioma para cuando aterrizáramos. Me alegro de que fueras lo suficientemente sensato para esperar nuestro regreso, parece ser que hay algo con este sistema que ha hecho sacar conclusiones a los astrónomos y tuvieron que volver para verlo por ellos mismos. ¿Es esa radio un producto nativo o la hiciste tú?

— Estrictamente hecha en casa — Kruger había recuperado el control de sí mismo, aunque sus rodillas aún estaban débiles —. Un minuto, tenemos una audiencia que no habla inglés — Kruger volvió al idioma abyormenita y explicó a Dar y al Profesor lo sucedido —. Ahora, mientras bajáis, ¿me explicaríais, por favor, qué tiene este lugar de peculiar desde el punto de vista de los astrónomos?

— No soy astrofísico, pero aquí está lo que entiendo de la situación — respondió Donabed —. Conoces las cuestiones elementales acerca de las fuentes de la energía estelar y que las estrellas principales como el sol y este punto rojo deben poder mantenerse emitiendo a su presente índice durante miles de millones de años. Sin embargo, hay muchas estrellas en el espacio mucho más luminosas que el Sol, a veces decenas de millares más. Soles como éste ganan su hidrógeno con tanta rapidez que no deben poder durar más que un millón, o unas pocas decenas de millones de años a lo sumo. Alcyone, como varias otras estrellas en las Pléyades, es uno de dichos soles.

— Hasta ahí, de acuerdo. El sistema de las Pléyades se encuentra lleno de material nebuloso que presumiblemente se está aún mezclando para formar otras estrellas que sumar a los cientos que ya hay en el grupo; pero aquí aparece el problema. Han descubierto, con cierto grado de precisión, el tipo de fenómenos que debe ocurrirles a las nubes condensadas. En algunas circunstancias, con cierta cantidad de moméntum angular, puedes esperar que se formen varias estrellas, viajando en órbitas alrededor de las otras; un sistema estelar binario o múltiple. En otros casos, con un moméntum angular menor, la mayor parte de la masa se concentra formando una estrella y los fragmentos restantes constituyen un sistema planetario. Es algo sorprendente, aunque no imposible, que se produzca una estrella doble o múltiple también con planetas; ¡pero lo que es extraño es que nazca una estrella como Alcyone con planetas en algún lugar cerca de ella! Un sol como éste está emitiendo una radiación decenas de millares de veces más intensas que las de nuestro Sol; dicha radiación ejerce una presión, y esta presión debe ser fácilmente capaz de reunir todas las partículas sólidas de la zona para formar planetas. Esa es una de las cosas que pueden ser computadas, y es difícil de eludirlo. Por ello los observadores de estrellas no se preocuparon mucho cuando dedujeron por nuestros datos que Alcyone tenía como compañero a una enana roja, pero cuando se enteraron de que dicho compañero tenía un planeta casi se vuelven locos. Tardamos algún tiempo en persuadir a algunos de ellos que no habíamos cometido ningún error; tuvimos que señalarles que habíamos aterrizado de hecho en aquel lugar.

— ¡Ya lo creo que sí! — murmuró Kruger.

— Debes saberlo. A propósito, su nombre oficial es Kruger, si es que te interesa.

— Me temo que su nombre es Abyormen, si seguimos la costumbre en boga — replicó el chico —. Pero sigue.

— No hay mucho más que contar. Odiaban como el veneno abandonar sus teorías favoritas, y les he venido oyendo durante todo el camino especular con la posibilidad de que el sol rojo hubiera sido capturado por Alcyone después de que su o sus planetas se formaran, y así. Hay mucho trabajo que hacer y tú nos puedes ayudar mucho. Pienso que has aprendido bastante del idioma local, y nos ahorrarás tiempo haciendo de intérprete.

— Sí, hasta cierto punto; de alguna forma, cada vez que hablo con uno de estos seres empezamos pronto o tarde a malinterpretarnos. Puede que esté sucediendo esto ahora sin que siquiera lo sepa, ya que no he visto nunca a ese tipo con el que estoy hablando por radio.

— ¿Cómo es eso? ¿No le has visto?

— No, y no tengo la menor idea de su aspecto. Mire, mayor, si bajan y me sacan de este baño de vapor podré explicar mucho mejor todo esto, y créame, tengo mucho que contar.

— Para allá vamos. ¿Vendrás solo? — Kruger explicó la cuestión brevemente a Dar y si le importaría ir con él. El nativo dudó un poco al principio, y después se dio cuenta de que aquello acarrearía sin duda más material para los libros, por lo que estuvo de acuerdo en acompañar a su amigo —. Dar Lang Ahn vendrá conmigo — informó Kruger a Donabed.

— ¿Necesitará algún acomodo especial?

— Le he visto perfectamente a gusto en un campo de hielo y ha hecho viajes en planeador de dos días de duración sin preocuparse de beber, así que no creo que le afecten la temperatura ni la humedad. No sé la presión, ya que como dice usted estará más alto ahí.

— ¿Qué altura consigue en estos vuelos en planeador?

— No lo sé. No tiene ningún instrumento de vuelo, para nuestras normas.

— ¿Llegó alguna vez a alcanzar la máxima altura de las usuales nubes cúmulos?

— Sí. He estado allí con él. Sube a la máxima altura que puede en los vuelos de larga distancia.

— De acuerdo. No creo que la presión terrestre le afecte. Será mejor que le expliques los riesgos y que sea él quien tome la decisión.

Kruger nunca supo con certeza si Dar le entendió o no del todo, pero estaba al lado; el chico cuando el módulo de aterrizaje del Alphard se posó en el claro de los géiseres. El Profesor había sido informado de lo que sucedía, y el chico le prometió volver a entrar en contacto con él a través de la radio de la nave tan pronto como fuera necesario. El oculto ser no puso ninguna objeción, aunque debió advertir que la maniobra ponía a Kruger fuera de su alcance.

El viaje de regreso al Alphard, que estaba girando con todo tipo de seguridad fuera de la atmósfera de Abyomen, no tuvo novedades para nadie, excepto para Dar Lang Anh. No hizo ninguna pregunta mientras tanto, pero sus ojos se fijaron en casi todo lo que se podía ver. Una particularidad de su comportamiento fue apreciada por la mayoría de la tripulación humana. En la mayor parte de las ocasiones en que una criatura más o menos primitiva es sacada de su planeta para dar una vuelta, se pasa casi todo el tiempo mirando cómo es su mundo desde arriba. Sin embargo, casi toda la atención de Dar estaba puesta en la estructura y manejo del módulo. El único momento en que miró un poco abajo fue cuando se pusieron a velocidad circular y el módulo se volvió ingrávido.

Entonces volvió a mirar a la superficie y, para sorpresa de todos los que miraban, aceptó el fenómeno sin esfuerzo. Aparentemente, se había convencido de que la sensación de caída no significaba de hecho que se estuvieran cayendo, y aunque así fuera, los pilotos atajarían el problema antes de que fuera realmente peligroso. El mayor Donabed desarrolló un sano respeto por Dar Lang Ahn en aquel momento; había conocido a demasiados seres humanos bien educados que se pusieron histéricos en las mismas circunstancias.

Por supuesto, reflexionó el chico, Dar volaba y experimentaba muchas breves sacudidas cuando se metía en corrientes ascendentes o descendentes, pero esto no duraba nunca más de uno o dos segundos. Era un buen tipo; el mismo Kruger, después de pasar casi un año terrestre en tierra, se sentía un poco mareado.

En su debido momento, la monstruosa masa del Alphard fue divisada, aproximada y contactada, y el módulo se deslizó en su acomodo a través de su especial sistema de seguridad.

La reunión se celebró en la sala mayor de la nave, ya que todo el mundo quería oír la historia de Kruger. De común acuerdo, hizo primero su informe, contando brevemente la forma en que había escapado a la muerte cuando fue abandonado, y también sus experiencias con los animales, minerales y gente de Abyormen. La falta de algo parecido a la fruta, el hecho de que los tallos de muchas plantas fueran comestibles, aunque no muy nutritivos, la forma en que había probado suerte para ver si por lo menos no eran venenosos, y su determinación en abandonar la región volcánica donde había sido abandonado y en llegar al polo, donde se podría quizá estar más confortable, todo fue siendo entretejido en una narración razonablemente concisa. Todo el mundo tenía alguna pregunta que hacerle cuando terminó, y fue necesario que el comandante del Alphard actuara de moderador.

— Debiste tener bastantes dificultades en fijar tu rumbo cuando empezaste por primera vez a viajar — preguntó uno de los astrónomos.

— Fue un poco confuso — Kruger sonrió —. Si el sol rojo se hubiera limitado a variar de tamaño, no hubiera sido demasiado problemático, pero vacilaba de un lado a otro, en el lugar donde aterricé, del sudeste al sudoeste, y de vuelta otra vez, de forma que tardé bastante tiempo en poderme acostumbrar. Con el azul es más sencillo; Alcyone sale por el Este y se pone por el Oeste, como debe ser. Al menos lo hace a una buena distancia del polo, y resultó lo suficientemente sencillo ver por qué no lo hacía cuando llegué más al norte.

— Bien. Los movimientos del sol rojo son bastante lógicos, si recuerdas lo excéntrica que es la órbita del planeta. ¿A cuánto, en tu experiencia, asciende la variación angular?

Sólo he visto el planeta durante una de las vueltas de la nave.

— Unos sesenta grados a cada lado de la media.

— El astrónomo asintió con la cabeza y dejó de preguntar. El comandante concedió la palabra a un geólogo.

— ¿Has dicho que casi todo el terreno que viste es volcánico?

— En el continente donde me encontraron sí. Recuerda que no recorrí demasiada parte del planeta. La larga península que seguí hacia el norte…

— Durante tres millas — atajó un fotógrafo.

— Gracias. Es totalmente volcánica, y la región del continente de donde sale se halla en gran parte cubierta de flujos de lava de varias épocas. Cerca del casquete de hielo es montañoso, pero claramente no volcánica.

— Bien. Tenemos que sacar un mapa de secuencias de los estratos, si queremos hacernos una idea de la edad de este mundo. Supongo que no verías ningún fósil cerca del hielo.

— Sólo estuve en tierra cerca de su colonia; volé sobre el resto. Dar Lang Ahn, aquí presente, es posible que te ayude.

— ¿Querrá hacerlo?

— Probablemente. Su grado de curiosidad es bastante elevado. Te di una idea de para qué quiere la información: lo pone en libros para la próxima generación, ya que la suya no durará ya mucho — Kruger no sonrió al decir esto, ya que la idea de perder a Dar le iba afectando cada vez más conforme pasaba el tiempo.

— ¿Nos contaría tu amigo algo más de este asunto de la sucesión de generaciones? — preguntó el biólogo —. Tenemos animales en la Tierra que hacen lo mismo, aunque normalmente las dos formas no estén adaptadas a unos cambios tan drásticos de medio; pero lo que realmente me preocupa en este momento es el tema de los Profesores.

Cuando mueren por fin, ¿es consecuencia de ello una razzia de los descendientes, o no pasa nada, o qué?

— No lo sé, y tampoco Dar Lang Ahn. Mejor será que preguntes a esa especie de Profesor con quien estaba hablando cuando me oísteis. Ni siquiera sé si hay una única descendencia o varias, cuando las cosas transcurren normalmente.

— Eso es suficientemente obvio, ya que si sólo hubiera una, sin otro método de reproducción, la raza habría desaparecido hace tiempo. Tiene que haber muertes debidas a accidentes, de vez en cuando.

— Bien; a quien hay que preguntar es a un Profesor, de cualquier modo. Yo lo haré por ti cuando hable con él.

— ¿Por qué mantienen los Profesores a la mayoría de su gente en la ignorancia de esto? — preguntó otro.

— Tendrás que preguntarles a ellos. Si yo estuviera en su lugar lo haría para salvaguardar la paz, pero con el que he estado hablando dice que no les importa un número de muertes determinado.

— Me gustaría hablar al respecto con tu amigo.

— De acuerdo. Sin embargo, me temo que alguien tendrá que hacer un cuestionario.

Las preguntas y respuestas se sucedieron durante un buen rato, hasta que Kruger dejó de ocultar sus bostezos. Por fin, el comandante deshizo la reunión; pero aún tuvo el chico que esperar para descansar un rato. Procedió a enseñar el Alphard a Dar Lang Ahn, respondiendo a las preguntas de su pequeño amigo lo mejor que podía.

Por fin durmió, disfrutando de la ingravidez por vez primera en meses. No reparó en si Dar pudo dormir o no, en tales circunstancias, pero el nativo apareció por la mañana bastante fresco, por lo que Kruger supuso que lo había hecho. Dar se negó a probar alimentos humanos, pero Kruger se comió un desayuno tan grande que algunos de sus conocidos le tuvieron que advertir que podía hacerle daño. El relativamente bajo valor nutritivo de las plantas abyormenitas le había acostumbrado gradualmente a ingerir grandes cantidades cada vez que comía mientras estuvo en el planeta.

Satisfecho su apetito, informó al comandante, quien inmediatamente convocó otra conferencia, aunque esta vez sólo para científicos. Se decidió que había que dar prioridad al tiempo empleado en Dar, para que pudiera haber más intérpretes disponibles tan pronto como fuera posible. A los biólogos se les dijo que cogieran un módulo de aterrizaje y capturaran por su cuenta algunos animales; tendrían que adquirir la mayor parte de sus conocimientos de la manera más dura. Kruger les calmó prometiendo ayudarles con el Profesor mientras Dar estuviera dando clases de idiomas.

Sin embargo, los geólogos iban a necesitar la asistencia personal de Dar. Podían, por supuesto, hacer mapas de la superficie de Abyormen y ponerse personalmente a investigar puntos en los cuales fuera probable encontrar trozos de terreno sedimentado, pero el tiempo que así se perdería podía recibir usos mucho mejores. En consecuencia, se le enseñaron a Dar fotos en color de los tipos de roca que los especialistas esperaban encontrar allí y le preguntaron si había algún lugar en el planeta donde pudieran hallarse.

Por desgracia, no pudo reconocer ni una sola foto. Los geólogos podían haber renunciado en su empeño después de haber acabado de enseñarle fotos, pero Kruger se dio cuenta de que una de ellas era una muestra de travertina virtualmente idéntica al material depositado en los alrededores de la poza del géiser. Le señaló esto a Dar.

— Vuestras fotos no son demasiado buenas — fue la respuesta.

Veinte minutos después se pudo establecer que Dar Lang Ahn podía ver luz cuya longitud de onda oscilara entre cuarenta y ocho angstroms hasta un poco menos de dieciocho mil, esto es, no tanto en el lado de la luz violeta como el hombre, pero más de un octavo más que éste en el infrarrojo. Las fotos en color, que mezclaban los tres colores primarios haciendo combinaciones que reproducían lo que el ojo humano veía en el original, simplemente no reproducían más de la mitad de la gama de colores vistos por Dar. Como él decía, las fotos en color no eran buenas. El tinte del espectro reproducía, en aquella parte del espectro, los colores equivocados.

— No me extraña ahora que no comprendiera ninguna de sus palabras cuando se refería a los colores — murmuró Kruger con disgusto.

El problema se resolvió haciendo fotos en blanco y negro y dejando que Dar se concentrara en ellas. Después de esto pudo identificar más de la mitad de las fotos y decir dónde se podían hallar muestras de la mayoría. Tras una breve lección de geología, incluso sugirió áreas de fallas debidas al empuje de fuerzas interiores y exteriores, y cañones que dejaban al descubierto estratos hasta profundidades de cientos o miles de pies; los mapas que dibujó fueron más que suficientes para permitir localizar las regiones a las que se refería. Los especialistas en rocas se hallaban encantados. También lo estaban Dar Lang Ahn y Nils Kruger, este último por razones de su incumbencia.

El chico había vuelto a entrar en contacto radiofónico con el Profesor mientras todo esto sucedía y le contó cuanto había acaecido. Le explicó la información que los visitantes querían y le ofreció canjear toda la ciencia que la criatura quisiera. Por desgracia, el Profesor aún creía que demasiado conocimiento científico no le haría ningún bien a su gente. No se apearía de su creencia de que el conocimiento llevaría en su momento a los viajes espaciales, y que éstos acarrearían inevitablemente la ruptura del ciclo de vida abyormenita, ya que era ridículo suponer que otro planeta pudiera compararse a las características de Abyormen.

— Pero su gente no necesita quedarse en otros planetas. ¿Por qué no pueden limitarse a visitarlos para comerciar o aprender, o simplemente verlos?

— Te he mostrado Nils Kruger, que tu ignorancia sobre mi gente te llevó antes por el mal camino. Por favor, créeme cuando te digo que estás en un error al pensar que salir de este planeta les reportaría algún beneficio — permanecía fijo con esta idea y Kruger tuvo que ceder.

Informó de su fracaso al comandante Burke y se sorprendió en cierto modo ante la respuesta del oficial.

— Pues en cierto modo estás de enhorabuena al no haber aceptado el Profesor tu oferta.

— ¿Por qué, señor?

— Por lo que he podido entender, le estabas ofreciendo cualquiera de nuestros conocimientos técnicos por el que pudiera estar interesado. Admito que no estamos tan preocupados por la seguridad como hace unas pocas generaciones, cuando aún había guerras en la Tierra, pero en general se considera desaconsejable ser demasiado liberal en la concesión de técnicas potencialmente destructoras a una raza hasta que no la conozcamos bastante bien.

— ¡Pero yo sí que los conozco!

— Admito que puedas conocer a Dar Lang Ahn. Te has encontrado con otros pocos de su raza, algunos de sus Profesores, y has hablado por radio con un Profesor perteneciente a lo que pudiéramos llamar una raza complementaria. Me niego a creer que conozcas a la gente en general, y aun afirmo que podías haberte quedado en una posición algo equívoca si esta criatura hubiera aceptado tu oferta.

— Pero usted no objetó que todo el mundo le dijera a Dar cualquier cosa que preguntara.

— Debido a, aproximadamente, la misma razón por la que el Profesor tampoco se opuso a que tú se lo dijeras.

— ¿Quiere decir que porque se va a morir pronto? ¿No le permitirá volver a las Murallas de Hielo antes de ello? El confía en que así sea.

— Supongo que lo hará. No creo que ello pueda traer ningún mal; no se llevará ningún material escrito, y sin eso estoy seguro de que no puede hacer ningún daño.

Kruger puso en orden sus ideas; había estado a punto de mencionar la prodigiosa memoria del nativo. Quería que Dar Lang Ahn aprendiera cosas. Sabía que el pequeño nativo recordaría cuanto se le dijera o mostrara, y que todo lo que recordara se lo diría a sus Profesores en las Murallas de Hielo. El Profesor del poblado podría oponerse, pero parecía tener poco que hacer; Kruger había respetado su trato.

Pero ¿podría dicho ser hacer algo? Había afirmado poseer influencia suficiente sobre los Profesores del casquete polar para que éstos intentaran asesinar a Kruger contra su propio deseo. Tal vez les podría forzar a que ignoraran la información que Dar aportara, o incluso a destruirlo; y esto no formaba decididamente parte del plan de Kruger. ¿Qué influencia tenía el ser? ¿Podía hacerse algo para reducirla o eliminarla? Tendría que hablar de nuevo con aquel Profesor, y preparó la charla muy cuidadosamente. El chico flotó sin movimiento durante un rato, pero por fin su expresión se aclaró un poco.

Momentos después se puso en movimiento hacia la pared más cercana y se dirigió al cuarto de transmisiones.

El Profesor reconoció la llamada al instante.

— ¿Estoy en lo cierto al decir que has preparado nuevos argumentos para que deba favorecer la extensión de tu tecnología?

— No del todo — replicó Kruger —. Quería hacerle una o dos preguntas. Dijo que había cuatro de ustedes en la ciudad. Me gustaría saber si los demás comparten su actitud al respecto.

— Pues sí — la respuesta fue rápida y desconcertó un poco al chico.

— De acuerdo. ¿Y los Profesores de las demás ciudades? Presumo que les habrá contado todo lo que ha estado sucediendo — esta vez la respuesta no llegó tan de prisa.

— En realidad no. No mantenemos una comunicación continua. Nos limitamos a contrastar unos con otros cada año. Si les llamara ahora probablemente no estarían escuchando. No importa; no hay duda de cómo pensarían. Después de todo, hemos mantenido durante muchos años la política de limitar la tecnología para nosotros solos y de estar seguros de ser la fuente de conocimiento para los demás; por ejemplo, las radios que tienen en las Murallas de Hielo las hicimos nosotros; ellos no saben.

— Ya veo — el cadete estaba un poco descorazonado, pero en modo alguno dispuesto a abandonar —. Entonces no le importará que visitemos las otras ciudades y contactemos con sus colegas Profesores directamente y les hagamos a ellos la propuesta — esperaba con ansiedad que no se le ocurriera al otro preguntar si todos los seres humanos estaban de acuerdo al respecto.

— En modo alguno. Tendríais, por supuesto, que explicarles la situación de igual manera que habéis hecho conmigo; os darían la misma respuesta.

Kruger sonrió malignamente.

— Sí, podemos hacer eso, o contarles una historia ligeramente diferente; digamos que su mente está en cierto modo dañada, y que ha obtenido de nosotros alguna información y que se encuentra cansado de los sacrificios que trae consigo ser un Profesor, y que iba a construir unos aparatos capaces de mantener caliente una mayor parte del planeta, lo cual evitaría que se muriera su gente.

— ¡No he oído una estupidez mayor en toda mi vida!

— Claro que no. Tampoco sus amigos en las otras ciudades. ¿Pero cómo sabrán ellos que es una idiotez? ¿Se atreverían a probar suerte? — calló, pero ninguna respuesta llegó de la radio —. Sigo pensando que su gente no tiene por qué salir al espacio después de aprender un poco de física. ¿No son ellos tan capaces como usted de ver los peligros que ello acarrearía?

— Espera. Debo meditar — el silencio reinó durante bastantes minutos, perturbado tan sólo por los ruidos producidos por la estática de la radio. Kruger aguardaba tensamente.

— Me has enseñado algo, ser humano — la voz del Profesor se pudo oír de nuevo —. No te diré lo que es; pero los Profesores de Dar Lang Ahn pueden aprender lo que quieran — No dijo más.

Kruger se relajó a la vez que una sonrisa aparecía en su rostro. Su plan funcionaría; no podía fallarle entonces.

Dar Lang Ahn había almacenado gran cantidad de información, suficiente para llenar muchos libros, libros que posiblemente no podrían ser escritos antes de su muerte. Dar Lang Ahn volvería a las Murallas de Hielo con sus conocimientos, y estaría aún dictándola o escribiéndola cuando llegara el momento de cerrar las cavernas para protegerse del incremento de temperatura, del cambio de atmósfera. Estaría aún dentro cuando esto sucediera, no afuera en las ciudades de la gente «fría», muriendo con sus amigos. Dar Lang Ahn, por pura necesidad, se convertiría en Profesor; y Nils Kruger no perdería a su pequeño amigo.

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