Capítulo 9

Matthew entró en su estudio privado seguido de Daniel. Después de cerrar la puerta, se encaminó hacia la licorera y sirvió dos generosas copas. Le dio una a Daniel y se bebió la otra de un trago. Después de respirar profundamente, le contó a su amigo lo que había oído momentos antes sobre Tom Willstone.

Sacudiendo la cabeza, concluyó:

– Puede que no sepamos lo que estaba haciendo Tom cuando lo vi, pero ahora sabemos por qué nunca regresó a casa. Cuando lo vi, estaba más preocupado por haberlo encontrado deambulando por mi propiedad que por su propia seguridad. -Cerró los dedos sobre la copa-. Alguien lo asesinó, y probablemente poco después de que yo lo viera.

Daniel lo estudió por encima del borde de la copa de brandy.

– Por favor, dime que no te culpas.

Matthew negó con la cabeza.

– Aunque lamento que haya muerto, no puedo culparme por su trágico destino.

– Bien. ¿Qué crees que le sucedió?

– Hay varias explicaciones. Tal vez fue víctima de un ladrón.

– Puede ser. En el pueblo se rumorea que Tom siempre llevaba un reloj de oro en el bolsillo, y su esposa lo ha echado en falta. Al parecer no lo recuperaron con su cuerpo. Hay personas que han muerto por mucho menos.

– Sí -convino Matthew-. Pero no en Upper Fladersham. Quizás el asesinato tuvo algo que ver con lo que dijo su cuñado, Billy Smythe, de que Tom tenía una amante. Si esa otra mujer tenía un marido o un hermano u otro amante además de Tom, cualquiera de ellos podría no haberlo mirado con buenos ojos.

Daniel asintió con la cabeza.

– Cierto. Recuerda lo que me contó Billy cuando fui a casa de Willstone: no estaban demasiado contentos con él.

– No, no lo estaban. Y sí es cierto que tenía una amante, la esposa de Tom tampoco estaría muy feliz.

– Y se ha sabido que hay amantes que buscan venganza, especialmente cuando son abandonadas.

Matthew asintió lentamente.

– Sí, pero Tom era un hombre grande. Aunque supongo que incluso un hombre de gran tamaño puede ser derribado con una porra lo suficientemente contundente.

– Cierto. Lo mismo que si le dan por detrás en la cabeza con una piedra. O una pala que luego podría usarse para cavar una tumba.

– No me puedo imaginar a una mujer enterrándole.

– No era una tumba muy profunda -señaló Daniel-. Es posible que lo enterrara una mujer.

– Puede ser, pero no cualquier mujer.

– Quizá no estaba sola. Quizá fueron la mujer y el cuñado los que liquidaron a Tom.

– Quizá. Pero… -Matthew miró su brandy, luego levantó la mirada hacia Daniel-. Es posible que Tom me espiara, pero también puede que no lo hiciera…, puede que estuviera dando un paseo y que se tropezara con alguien. Alguien que me observaba.

– Alguien que no habría querido que supieras que te espiaba -dijo Daniel.

– Exacto. Lo que quiere decir que ese pobre bastardo podría haber muerto por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

– ¿Estás diciendo que el asesino de Tom podría saber que andas buscando algo?

– Sí. Y que está esperando a que lo encuentre.

– Entonces podría matarte a ti también. Y luego apropiárselo.

Matthew se estremeció.

– Un pensamiento no muy agradable, pero que debemos considerar.

– Bueno, al menos nadie te vio esa noche con la pala o podrías ser sospechoso del asesinato de Tom.

La mano de Matthew se detuvo a medio camino de su boca y se quedó paralizado. «Sí que me vio alguien cuando regresaba a casa. Y además llevando la pala.»

– Maldición -masculló.

– ¿Qué sucede? -preguntó Daniel.

– Alguien me vio cuando volvía a casa anteanoche.

– ¿Quién?

– La señorita Moorehouse.

Daniel consideró la información durante varios segundos, después dijo:

– Esas condenadas solteronas parecen pasar mucho tiempo espiando por las ventanas. ¿Por qué supones que estaba despierta a esas horas?

– Me dijo que no podía dormir.

– Bueno, esperemos que la señorita Moorehouse no sume dos más dos y llegue a la conclusión equivocada, que no crea que sólo porque estabas vagando bajo la lluvia a esa hora impía acarreando una pala eres un asesino demente.

– Lo pintas de una manera encantadora. Y no vagaba, caminaba. No creo que piense que soy capaz de asesinar. -¿Lo haría? Ahora que lo pensaba, le parecía que ella le había dirigido una mirada extraña antes de que abandonara la terraza para reunirse con Daniel.

– ¿Quién puede entender la clase de locas ideas que se les meten a las mujeres en la cabeza? -dijo Daniel con el ceño fruncido-. Sus mentes son auténticos nidos de víboras retorcidas y venenosas.

– Tú, amigo mío, eres un cínico.

– Y tú, amigo mío, no eres… (por razones que escapan a mi razón) lo suficientemente cínico. Dime, ¿esa noche fue la primera vez que te sentiste observado?

– En los últimos once meses he salido a cavar incontables veces y nunca me había sentido vigilado antes.

– ¿Es posible que la presencia que sentiste fuera la de la señorita Moorehouse mirándote a hurtadillas por la ventana?

Matthew negó con la cabeza.

– Yo no estaba cerca de la casa.

– Quizás ella se aventuró bajo la lluvia.

– No me dijo que lo hubiera hecho.

Daniel arqueó las cejas.

– Quizá no quería que lo supieras.

– ¿Por qué me estaría espiando?

– ¿Quién demonios entiende por qué hacen las mujeres la mitad de las cosas que hacen? Pero si tú no te habías sentido observado antes de esa noche…, la primera noche que la señorita Moorehouse pasó en la casa, dicho sea de paso, me aventuraría a decir que lo que le ocurrió a Tom no tiene nada que ver contigo. Aun así, es mejor que te mantengas en guardia. Lo cierto es que si alguien está esperando a que encuentres algo, estarás a salvo hasta que lo encuentres.

– Qué pensamiento tan reconfortante -dijo Matthew secamente.

– ¿Tienes intención de salir a buscar esta noche?

– Tengo intención de salir todas las noches hasta que venza la fecha límite de un año.

– Lo que ocurrirá dentro de tres semanas.

– Veintiocho días para ser exactos.

– Momento en el que tendrás que casarte.

Matthew apretó los dedos en torno a la copa.

– Sí.

– Lo que quiere decir, que en tan corto lapso de tiempo -comenzó a enumerar los pasos a seguir con los dedos- elegirás a una novia, le pedirás que se case contigo, conseguirás el permiso y la aprobación de su familia, y, por falta de tiempo, pedirás una licencia especial.

– Sí.

– ¿Y cómo va todo? -preguntó Daniel con voz inocente.

– Muy bien, gracias por preguntar.

– ¿De verdad? ¿Ya has podido conseguir alguna de esas cosas?

– Pues la verdad es que sí. Ya tengo la licencia especial. La conseguí el mes pasado.

– Excelente -dijo Daniel, inclinando la cabeza con aprobación-. Ahora todo lo que necesitas es que alguien te acepte y pronunciar los votos que te unirán a ella hasta que uno de los dos estire la pata.

– Qué manera tan pintoresca de exponerlo.

– Hasta que la mano fría, húmeda y pegajosa de la muerte os separe.

– Entiendo, gracias. ¿Te ha divertido siempre el sufrimiento ajeno o es una afición que has adquirido recientemente?

Daniel ignoró su comentario sarcástico y preguntó:

– ¿Has pasado tiempo con la que hasta ahora es la más probable futura marquesa, lady Julianne? -Antes de que Matthew pudiera contestar, Daniel continuó-: No, por supuesto que no. Aunque te has guardado de contármelo, sé que has tenido una agradable conversación íntima en la terraza con la señorita «me gusta espiar por la ventana» Moorehouse. -Arqueó las cejas-. ¿Te importaría explicármelo?

– No hay nada que explicar -dijo Matthew, esforzándose por relajar los hombros repentinamente tensos-. Tomábamos el té. Y no manteníamos una conversación íntima. Como ya te he dicho, creo que ella tiene secretos. Quiero saber cuáles son.

– Una idea estupenda dado que fue quien te vio volver a casa furtivamente con una pala la mar de sospechosa la misma noche que fue asesinado un hombre.

– No volvía furtivamente. Sólo caminaba.

Daniel lo miró durante unos segundos y luego dijo en voz baja:

– No tengo ni idea de qué ves en ella, pero dejando eso de lado, deberías recordar que no tiene dinero.

– Soy muy consciente de ello.

– Bien. Como me tomo muy en serio tus intereses, pasé algún tiempo hablando con lady Julianne y su madre en el desayuno de esta mañana. ¿Quieres conocer mi opinión?

– Aunque dijera que no, me la darías igualmente.

Daniel sonrió.

– Qué bien me conoces. Lady Julianne es una preciosa joven con una despótica madre que la asfixia. Es agradable, amena, y por la manera cordial en que trata a su madre, debe de tener la paciencia de una santa. Si pudieras apartarla de esa marimandona, sería una esposa aceptable. Por lo menos no discutiría contigo ni se quejaría de que la tuvieras relegada en el campo. Sin embargo, si esa atroz mujer tiene que convertirse en tu suegra, te aconsejaría que la alejaras de ti tanto como te fuera posible.

– Gracias por la información. Aunque tengo una curiosidad… Si lady Julianne es tan preciosa y amena como dices, ¿por qué no la quieres para ti? -Le dirigió a su amigo una mirada especulativa-. ¿Estás interesado en otra dama?

¿Fue un leve parpadeo lo que observó en los ojos de Daniel? Antes de que pudiera decidirlo, su amigo dijo con ligereza:

– Está claro que has olvidado que yo no busco esposa. Mi único interés es ayudar a un amigo a encontrar la esposa que necesita. Ni siquiera aunque sufriera un fuerte golpe en la cabeza me decidiría a atarme a una mujer, pero si lo hiciera, seguramente no escogería a ninguna como lady Julianne. Las niñas virginales no son de mi agrado. Me aburriría a más no poder al cabo de una semana. Pero bueno, es ideal para ti.

– ¿Y por qué razón no habría de aburrirme a mí?

– Porque tú estás desesperado por conseguir esposa y además tiene que ser una heredera. Y lo bastante joven como para tener hijos. Creo que en tu posición no te puedes permitir ser demasiado selectivo. Un poco de aburrimiento no es un precio tan terrible a pagar con todo lo que puedes ganar a cambio. Pero podrás formarte una idea mejor de lady Julianne después de pasar más tiempo con ella. Te sugeriría que empieces con la cena de esta noche.

– ¿En la cena? -Matthew frunció el ceño. Había tenido intención de sentar a la señorita Moorehouse a su lado.

– Sí, en la cena. Ya sabes, la comida que se hace después de la puesta de sol. Sienta a lady Julianne a tu lado. Relégame al otro extremo de la mesa, donde, con tu permiso, haré todo lo posible por arrancar a la señorita Moorehouse todos sus secretos y descubrir si cree que eres el asesino de la pala, y de paso tú te las arreglas para encandilar a la preciosa heredera que tanto necesitas. A no ser que prefieras sentar a la señorita Moorehouse junto a Logan Jennsen otra vez. Por sus comentarios de esta tarde, no creo que se quejara.

El cuerpo de Matthew fue sacudido de pies a cabeza por una sensación desagradable muy semejante a un calambre.

– Sentaré a Jennsen al lado de la preciosa lady Wingate. Eso lo mantendrá ocupado.

Por un fugaz segundo pareció como si Daniel acabara de morder un limón.

– Mejor aún, sienta a Jennsen entre lady Gatesbourne y lady Agatha. Estará ocupado con ambas damas.

Sí. Y eso era justo lo que Jennsen se merecía.


En la cena de esa noche, Matthew se sentó en la cabecera de la mesa con lady Julianne a la derecha y Berwick a la izquierda. Recorrió la mesa con la mirada, observando que Jennsen conversaba con la locuaz lady Agatha que, sin duda, le estaba poniendo al tanto de los morbosos detalles sobre el asesinato de Tom Willstone. Lady Gatesbourne, que estaba sentada del otro lado de Jennsen, observaba al hombre con ávido interés y los ojos le brillaban con codicia mal disimulada. Sin duda calculaba los cientos de miles de libras que valía Jennsen. Una lady Emily muy sonriente recibía los halagos de Hartley y Thurston, los dos habían recobrado el buen humor tras las pérdidas en el campo de tiro con arco.

Daniel estaba sentado junto a la señorita Moorehouse, y Matthew confiaba en que su amigo la tratara lo mejor que pudiera. Todo iba bien. Debería estar relajado y pasando un buen rato, y debería centrar su atención en la hermosa lady Julianne. Pero no lo hacía.

No importaba cuánto lo intentara, apenas podía concentrarse en la conversación. Gracias a Dios, Berwick parecía feliz de hablar, y Matthew le había cedido el peso de la conversación.

Sus ojos se negaban a cooperar y en lugar de mirar a lady Julianne, su atención se desviaba constantemente al otro extremo de la mesa, donde parecía que a Daniel y a la señorita Moorehouse les iba muy bien. En ese momento ella sonrió a Daniel, una sonrisa preciosa que se reflejó en sus ojos risueños tras la gafas. Oyó la profunda carcajada de Daniel y se puso tenso.

Maldita sea, no podía malinterpretar la desagradable sensación que lo embargaba. Eran celos. Quería ser el único al que se dirigiera esa preciosa sonrisa. No a su mejor amigo. Quería ser el único con el que se riera. No con su mejor amigo.

¿Y qué pasaba ahora? Logan Jennsen había dicho algo desde el otro lado de la mesa a la señorita Moorehouse, lo que consiguió que ella le dirigiera una sonrisa radiante. Maldita sea, ella estaba tan deslumbrante como si tuviera una luz interior. Y Jennsen -que se suponía que tenía que estar ocupado con lady Gatesbourne y lady Agatha- miraba a la señorita Moorehouse como si fuera un cazatesoros que acabara de encontrar una cueva repleta de joyas.

Maldito bastardo. Jennsen tenía más dinero que la maldita familia real, no tenía por qué casarse con una heredera. Y por lo que parecía, no tenía ningún tipo de interés en las herederas. No, parecía que sólo tenía ojos para la señorita Moorehouse, a la que esa misma tarde había descrito como preciosa.

Maldito bastardo.

– ¿No estás de acuerdo, Langston?

La voz de Berwick lo sacó bruscamente de sus pensamientos y se forzó a centrar la atención en su compañero de mesa.

– ¿De acuerdo?

– En que lady Julianne está excepcionalmente hermosa esta noche.

Matthew se giró hacia lady Julianne y le dirigió una sonrisa con la esperanza de que no pareciera tan tirante como él se sentía.

– Muy hermosa.

Y era verdad. Con un vestido de noche color melocotón pálido que resaltaba sus delicados rasgos, el pelo dorado y el pálido cutis perfecto, era simplemente impresionante. Sin duda, su padre estaría abrumado con cientos de ofertas por ella. Y lo cierto era que parecía que Berwick estaba ya medio enamorado de ella. Un rápido vistazo a la mesa le confirmó que tanto Hartley como Thurston no le quitaban ojo. No debería tener que pensarse dos veces la idea de cortejarla y pedirla en matrimonio. ¿Qué demonios le pasaba?

De nuevo su mirada se desvió al extremo opuesto de la mesa. A unas gafas y unos enormes ojos de cervatilla. A una sonrisa con hoyuelos y aquellos mechones sueltos de cabello indomable. A unos dedos manchados de carboncillo. A unos labios exuberantes y un vestido gris que de ninguna manera deslucía su aspecto.

Justo entonces Sarah apartó la vista de Daniel y su mirada cayó sobre él. Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho. Los murmullos y el delicado tintinear de la cubertería de plata contra la porcelana china se desvanecieron. Durante unos surrealistas segundos le pareció que eran las únicas personas de la habitación y que algo privado e íntimo fluía entre ellos.

El calor lo atravesó como si ella lo hubiera tocado, y aunque intentó con todas sus fuerzas mantener los rasgos impasibles, se preguntó si ella podría haber notado cuánto le afectaba. Luego apareció una mirada inquisitiva en sus ojos, una que le hizo sentirse como si fuera un puzzle que ella intentara resolver.

– Es muy hábil con la aguja y el hilo -dijo lady Gatesbourne, cuya voz destacó sobre todas las demás.

La señorita Moorehouse parpadeó varias veces, como si intentase salir de un sueño. No podía negar que él mismo se había sentido arrebatado por el mismo tipo de trance.

La señorita Moorehouse echó un rápido vistazo a lady Gatesbourne, luego miró al techo. Una carcajada pugnó por salir de la garganta de Matthew, y aunque logró sofocarla no pudo evitar sonreír. Al parecer, lady Gatesbourne ensalzaba, con un tono más bien alto, las virtudes de una modista mientras apuraba grandes tragos de vino.

Seguramente la mujer dormiría, bien esa noche. Con suerte, se dormiría antes de que sirvieran el postre. Por Dios, sólo pensar en esa mujer como su suegra era suficiente para hacerle rechazar toda esa idea del matrimonio. Y desde luego no contribuía a su apetito.

La señorita Moorehouse sonrió y centró su atención en Daniel. Matthew cogió su copa y miró el líquido carmesí, intentando buscar un tema de conversación que tratar con lady Julianne. Cuando por fin se dirigió a ella, le dijo:

– Lady Julianne, ¿ha leído algún libro interesante últimamente?

– Oh, hummm, lo cierto es que no, milord. -Bajó la mirada y se puso a juguetear con la servilleta.

Dios, él había pensado que era una simple e inocente manera de comenzar una conversación, pero ella parecía a punto de desmayarse. Estaba a punto de cambiar al siempre seguro tema del clima cuando ella levantó la vista y dijo de golpe:

– Pero hace poco hemos fundado la Sociedad Literaria de Damas Londinenses.

– ¿Quiénes?

– Lady Wingate, lady Emily, la señorita Moorehouse y yo.

– Así que una sociedad literaria -dijo él, moviendo la cabeza con aprobación-. ¿Se dedican a leer y discutir las obras de Shakespeare?

La cara de lady Julianne se cubrió repentinamente de rubor.

– Apenas acabamos de fundarla. Libros de ese tipo los trataremos en el futuro, estoy segura.

Maldición, esa joven se ponía colorada hasta por la caída de un sombrero. No es que no apreciara un sonrojo seductor, pero por el amor de Dios, sólo había mencionado libros. No daba la impresión de que ella fuera de naturaleza fuerte. A pesar de todo, se obligó a seguir hablando, aunque decidió cambiar de tema y borrar de la conversación cualquier cosa de índole literaria ya que parecía ponerla al borde del desmayo.

– ¿Podría decirme, lady Julianne, cuáles son sus pasatiempos favoritos?

Ella lo consideró durante varios segundos, luego dijo:

– Me gusta tocar el pianoforte y cantar.

– ¿Lo hace bien?

– Soy mediocre, pero intento mejorar. -Una pizca de picardía brilló en sus ojos-. Sin embargo, si le pregunta a mi madre, le dirá que canto como un ángel y que tengo un inigualable talento para tocar el pianoforte.

Hummm. Lady Julianne no sólo era preciosa, sino modesta. Y al parecer tenía algo de sentido del humor. Ambas cosas eran muy alentadoras.

Aun así, no logró evitar que su mirada se desviara de nuevo al final de la mesa. Y vio que tanto Jennsen como Daniel escuchaban con atención algo que la señorita Moorehouse estaba diciendo. Cerró los dedos alrededor de su copa de cristal e intentó centrarse en lady Julianne.

– ¿Qué más le gusta hacer?

– Leer. Bordar. Cabalgar. Bailar. Lo que suele gustar a las damas.

Sí, lo usual. El problema era que parecía que él había desarrollado una fuerte preferencia -muy poco conveniente- por lo inusual.

– Me encantan los animales -continuó lady Julianne-. Me gusta montar a mi yegua cuando estamos en el campo, y pasear a mi perro por Hyde Park cuando estamos en Londres.

Él se obligó a mantener su errática mirada fija en ella y concentrarse en la parte positiva de lo que había dicho. Que le gustase cabalgar y que le encantasen los animales era algo bueno.

– ¿De qué raza es su perro?

Se le iluminó la cara y mencionó a un perro de raza enana, de esos que emitían pequeños ladridos, destrozaban las alfombras y mordían los tobillos; pequeñas bestias que se apropiaban de los cojines de raso para dormir y eran un constante incordio, y a los que Danforth desdeñaba olímpicamente.

– Cuando regrese a Londres, pienso comprar varios perros más de la misma raza para que mi Princesa de las Flores tenga compañía -añadió con entusiasmo lady Julianne.

Matthew la miró por encima del borde de la copa.

– ¿Llama a su perra Princesa de las Flores?

Lady Julianne sonrió, una sonrisa deslumbrante que sin duda alguna atraía a la mayoría de los hombres como el canto de una sirena.

– Sí. Es un nombre que le va a la perfección. Le encargué a mi modista que le hiciera varios trajecitos con gorritos a juego.

Por Dios. Danforth jamás se lo perdonaría. Podía imaginarse la reacción de su perro si llevaba tal criatura a su casa.

– ¿Le gustan los perros grandes?

– Me gustan todos los perros, pero personalmente prefiero las razas pequeñas. Los perros grandes no pueden sentarse sobre tu regazo, y te manchan simplemente con poner una pata sobre ti. Aunque por supuesto, no asustan a mi Princesa de las Flores. Es muy feroz y no duda en atacar a cualquier perro más grande que ella.

Al instante se imaginó a Princesa de las Flores vestida de tul con un minúsculo gorrito a juego, con los dientes cerrados sobre la cola de Danforth mientras éste le dirigía una mirada infeliz.

La imagen de dicha doméstica que había intentado visualizar en su imaginación se desvaneció como una nube de humo. Lo que era completamente ridículo. Salvo por lo de Princesa de las Flores, lady Julianne era perfecta en todos los sentidos. Perfecta para él en todos los aspectos. ¿Qué más se le podía pedir a una esposa que fuera hermosa, modesta, ocurrente, amena, tímida, amante de los animales y que encima también fuera la heredera que necesitaba? Nada. No podía pedir nada más.

Una vez más su mirada se desvió al otro extremo de la mesa. Y se quedó paralizado. Daniel había abandonado su conversación con la señorita Moorehouse y ahora hablaba con su hermana, lady Wingate, que estaba sentada a su otro lado. La señorita Moorehouse, sin embargo, no parecía un gatito abandonado. No, ella hablaba con ese bastardo de Jennsen que estaba pendiente de cada una de sus palabras como si lo que saliera por sus labios fueran perlas de sabiduría. Esos labios preciosos y llenos. Que acababa de humedecerse justo en ese momento. Una rápida mirada a Jennsen confirmó que él también había visto el gesto. Y le había gustado lo que había visto. Maldita sea.

¿Cuánto tiempo más duraría esa interminable cena?


– ¿Y bien? -demandó Matthew a Daniel en el instante que el último invitado abandonó la sala y se quedaron por fin solos.

– ¿Y bien qué? -preguntó Daniel, acomodándose en el sillón favorito de Matthew ante la chimenea y estirando las piernas.

Matthew intentó reprimir la impaciencia de su voz, fracasando miserablemente.

– Ya sabes. ¿Cómo fue tu conversación con la señorita Moorehouse?

– Muy bien. ¿Cómo fue la tuya con lady Julianne?

– De maravilla. ¿Qué averiguaste sobre la señorita Moorehouse?

– Pues un montón de cosas. ¿Sabías que tiene un extraordinario talento para…?

– El dibujo. Sí, lo sé, Dime algo que no sepa.

– Bueno, iba a decir talento para la conversación. Para conversar de verdad. No sólo porque con ella se puede discutir de manera inteligente sobre una amplia variedad de temas, sino porque sabe escuchar. Con atención. Como si lo que estuvieras diciendo captara todo su interés o fuera importante para ella.

Matthew estaba delante de la chimenea y apoyó el hombro contra la repisa. Una imagen de la señorita Moorehouse cuando esa misma tarde habían hablado en la terraza surgió en su mente: esos ojos enormes fijos en él, la cabeza ladeada como si escuchara sus palabras con suma atención. Como si nada más tuviese importancia.

– Sí, lo he observado. ¿Qué más?

– Le gusta observar a la gente. Nota pequeños detalles sobre las personas y las cosas. Me hizo un montón de preguntas sobre ti.

– ¿Qué tipo de preguntas?

– La mayoría sobre tu afición por la jardinería. Es experta en el tema.

– ¿Qué le respondiste?

– Fui ambiguo, le dije que te apasionaba todo lo que tenía que ver con el aire libre. Una de dos, o se interesa en ti de manera romántica (lo que te avisé que podía ocurrir) o sospecha de ti tras haberte visto con esa pala.

Pensar que la señorita Moorehouse albergara sentimientos románticos por él no debería haber provocado que lo atravesara una oleada de calor.

– ¿Averiguaste alguna otra cosa? -preguntó Matthew.

– Le gusta cocinar y hornear utilizando hierbas de su jardín, el que debo decirte, es bastante extenso. ¿Te contó algo sobre las hermanas Dutton?

Matthew negó con la cabeza.

– ¿Quiénes son?

– Son un par de hermanas entradas en años que viven a una hora de camino de la casa de la señorita Moorehouse. Una está casi ciega y la otra necesita bastón para caminar. La señorita Moorehouse va a la casa de las Dutton todos los días, haga el tiempo que haga, y les lleva una cesta de comida que ella misma ha preparado.

Matthew arqueó las cejas.

– ¿Te ha contado eso?

– No. Me lo contó su hermana. Además añadió que la señorita Moorehouse se niega a aceptar dinero de las Dutton. Y que a menudo cocina para otras familias de la zona, en particular para una joven llamada Martha Brown que se quedó viuda hace seis meses. Ya tiene tres niños pequeños y el cuarto llegará en un par de meses. Según lady Wingate, la señorita Moorehouse es una valiosa ayuda para la señora Brown y adora a sus hijos.

La mirada de Matthew se perdió entre las llamas del fuego. Aunque no sabía nada de eso, no lo sorprendía. Describía a la señorita Moorehouse como un alma caritativa. Tampoco lo sorprendía que los destinatarios de su generosidad fueran personas que de alguna manera estaban en la ruina.

– Hay algo… en la señorita Moorehouse -dijo Daniel con suavidad-. No sé cómo llamarlo. Estoy seguro de que la gente lleva comparándola con su hermana toda su vida, una situación que llenaría de amargura a muchas mujeres. Pero ella, en vez de sentirse así, parece haber desarrollado una especial compasión hacia la gente, en concreto hacia los menos afortunados.

– Sí, yo también me he dado cuenta.

– Debo decir que es una cualidad particularmente atractiva, y muy inusual en las mujeres de nuestra clase social. Quizá sea tan especial precisamente porque no pertenece a nuestro círculo social.

Especial. Sí. La había descrito perfectamente.

– Es práctica -continuó Daniel-. Franca, pero no de manera desagradable como lo es lady Gatesbourne. No me da vergüenza admitir cuándo me equivoco, y creo que estaba muy equivocado con respecto a la señorita Moorehouse. No sólo no he descubierto ningún tipo de secreto oscuro, sino que incluso dudo que lo tenga. Lo cierto es que es un soplo de aire fresco. Entiendo que la encuentres tan interesante. A mí también me parece atractiva.

Matthew no quería definir como celos la sensación que lo atravesó, pero no se le ocurría otra palabra. En realidad tuvo que apretar los dientes para no soltar las tres palabras que pugnaban por salir de su garganta.

«Ella es mía.»

Sacudió la cabeza y frunció el ceño. Era ridículo. Maldita sea, ¿qué le pasaba? No era suya. No la deseaba.

Pero en el instante que el último pensamiento atravesó su mente, lo negó. Porque en verdad la deseaba, por Dios, era algo que no podía negarse por más tiempo. Con una intensidad que lo aturdía. Lo que no le convenía en absoluto; simplemente no podía tenerla. No era la mujer a la que tenía que cortejar. Tenía, no, necesitaba enfocar la atención en lady Julianne, una buena amiga de la señorita Moorehouse.

Maldición.

Daniel entrelazó sus manos sobre el estómago y observó a Matthew desde su postura desgarbada.

– Jennsen también piensa que ella es un soplo de aire fresco.

Matthew cerró los puños.

– Sí, lo he observado.

Daniel inclinó la cabeza.

– Supongo que lo hiciste, dado que no apartaste la vista de mi lado de la mesa.

– Para ver qué hacías con la señorita Moorehouse. Aunque vi que hablabas casi todo el tiempo con lady Wingate.

– Es una excelente fuente de información sobre su hermana. Además, no soy capaz de ignorar a una mujer bella, especialmente cuando está sentada a mi lado. -Lo sondeó con la mirada-. Y hablando de la señorita Moorehouse, basándome en lo que observé cuando ella pensaba que no la miraba, ella parece… algo encaprichada. Prestarle más atención sólo servirá para que se haga falsas ilusiones.

Matthew frunció el ceño. Parte de él sabía que Daniel estaba en lo cierto…, prestar más atención a la señorita Moorehouse era una pérdida de tiempo. Pero incluso el simple hecho de pensar en no hacerlo le hacía sentir un gran peso en el pecho.

– Podrías romperle el corazón, Matthew -dijo Daniel quedamente-. Sin duda no desearás hacerlo.

– No. -Daniel tenía razón. Eso…, la atracción o lo que fuera que sentía por ella debía pasar al olvido.

– Bueno. ¿Me dirás ahora cómo fue tu conversación con lady Julianne?

Matthew intentó apartar la imagen de la señorita Moorehouse de la mente.

– Maravillosa. Es hermosa, comedida, de naturaleza dulce y ama los animales.

– Y es una heredera -le recordó Daniel-. Parece perfecta.

– Y lo es.

– Espero que no tengas dudas sobre cortejarla en serio. ¿Viste cómo la miraba Berwick? Está prendado de ella.

Sí, se había fijado. Y no le había importado lo más mínimo. No había sentido ni la más leve punzada de celos.

– Y aunque Thurston y Hartley se deshicieron en atenciones por lady Emily, apostaría lo que fuera a que están prendados también por lady Julianne -continuó Daniel.

Matthew miró al fuego e intentó -lo intentó de verdad- sentir algo de celos al pensar en otro hombre cortejando a lady Julianne.

Y no sintió nada.

Después, la imagen de la señorita Moorehouse, que había logrado alejar de su mente un momento antes, regresó. La imaginó sonriendo desde el otro lado de la mesa a Logan Jennsen, y luego imaginó a ese bastardo de Jennsen tomándola entre sus brazos y besándola. Y sintió que una neblina rojiza le cubría los ojos.

Con una exclamación de disgusto, se alejó de la repisa de la chimenea y se pasó las manos por la cara. Luego se dirigió con paso presto hacia la puerta.

– Ya nos veremos mañana.

– ¿Adónde vas? -preguntó Daniel.

– Voy a cambiarme de ropa y a cavar un poco. Reza para que encuentre lo que ando buscando.

– Suerte. ¿Quieres que te acompañe?

Matthew se detuvo, giró y luego arqueó una ceja en dirección a la figura perfectamente ataviada de su amigo.

– ¿Estarías dispuesto a cavar?

– Pues no. Pero vigilaré gustoso mientras tú lo haces. Hay un asesino suelto por ahí, ya sabes.

– Lo sé. Y gracias por el ofrecimiento, pero prefiero que duermas un poco. Así podrás hacer de anfitrión mañana por la tarde y tendré varias horas más para continuar con mi búsqueda durante el día. Además, convinimos que el asesino de Tom no tiene nada que ver conmigo. E incluso si es así, también llegamos a la conclusión de que probablemente estaré seguro hasta que encuentre lo que ando buscando.

– Estar probablemente seguro no suena prometedor, Matthew. ¿Qué ocurrirá si lo encuentras?

– ¿Aparte de saltar de alegría y gritar como un loco? No te preocupes. Estaré armado. Y me acompañará Danforth, que tiene mejor vista, oído y olfato que tú…, lo digo sin ofender.

– No me ofendes. Estaré encantado de encargarme de tus deberes de anfitrión. No me opongo a pasar el tiempo con un grupo de hermosas jóvenes.

– Excelente. -Reanudó su camino hacia la puerta.

– Matthew… ¿Te das cuenta de que esta búsqueda es con toda certeza una pérdida de tiempo?

Se detuvo y asintió con la cabeza.

– Lo sé. Pero tengo que intentarlo.

– Bueno, ten cuidado, amigo.

Matthew abandonó la estancia y cerró la puerta, luego se dirigió hacia las escaleras, sintiéndose inquieto y de mal humor, y todo por culpa de ella. Excavar sería bueno para él esa noche. Sí, cavaría fosas, montones de fosas que, como todas las anteriores, no servirían para nada. Cavaría hasta quedarse exhausto para no pensar. Hasta que estuviera tan cansado que no ansiara lo que no podía tener.

La señorita Moorehouse.

Maldita sea, sospechaba que iba a tener que cavar un buen número de fosas para lograr eso.

Cuando llegó al último escalón, observó la procesión de sirvientes que cargaban con cubos de agua caliente y humeante. Una de sus invitadas había ordenado un baño. Una punzada de envidia lo atravesó. Un baño caliente sonaba mucho mejor que excavar fosas. Quizás ordenara uno para él cuando regresara.

Estaba a punto de volverse hacia su dormitorio cuando los sirvientes se detuvieron y llamaron a una de las puertas.

– Señorita Moorehouse, traemos el agua para su baño.

Matthew se ocultó con rapidez en un pequeño hueco y se mantuvo fuera de la vista hasta que el último de los sirvientes desapareció en el dormitorio. Cuando el pasillo quedó de nuevo vacío, se encaminó rápidamente a su alcoba con una sonrisa en los labios.

La excavación tendría que esperar un rato.

Ahora mismo estaba mucho más interesado en un baño.

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