26 Etíca

Mil productos diferentes abarrotaban la estantería del cuarto de baño de Alice, todos ellos con la pretensión de embellecer la piel de una persona. Supuse que había adquirido la mayoría como deferencia a mí, ya que en aquella casa todos tenían una piel perfecta. Leí las etiquetas con asombro, hecha polvo ante semejante desperdicio.

Tuve la precaución de no mirar al gran espejo.

Alice me peinaba el pelo con movimientos lentos y rítmicos.

– Ya basta, Alice -le insté en tono apagado-. Quiero volver a La Push.

¿Cuántas horas tendría que esperar a que Charlie abandonara la casa de Billy para poder ver a Jacob? Cada minuto que había pasado sin saber si Jake seguía respirando o no, me había pesado como diez vidas completas. Y ahora, cuando por fin podía ir para verificar su estado por mí misma, el tiempo se me pasaba tan rápido… Sentí como si estuviera conteniendo el aliento antes de que Alice llamara a Edward, insistiendo en que debía mantener esa ridicula farsa de que había dormido fuera de casa. Parecía algo tan insignificante…

– Jacob continúa inconsciente -contestó Alice-. Carlisle o Edward te llamarán en cuanto despierte. De cualquier modo, debes ir a ver a tu padre. Estaba en casa de Billy, ha visto que Carlisle y Edward han regresado de la excursión y va a recelar cuando llegues a casa.

Ya tenía mi historia memorizada y contrastada.

– No me preocupa. Quiero estar allí cuando Jacob despierte.

– Sé que has tenido un día muy largo, y lo siento, pero ahora has de pensar en Charlie. Debe seguir en la ignorancia para estar a salvo, es más importante que nunca. Sé que aún no has empezado a enfrentarte a ello, pero eso no quiere decir que puedas rehuir tus compromisos. Interpreta tu papel primero, Bella, y después podrás hacer lo que quieras. Parte de ser un Cullen consiste en mostrarse meticulosamente responsable.

Era evidente que ella estaba en lo cierto, y si no fuera por esa misma razón, más poderosa que todo mi miedo, mi dolor y mi culpabilidad, Carlisle jamás habría sido capaz de instarme a abandonar a Jacob, estuviera inconsciente o no.

– Vete a casa -me ordenó Alice-. Habla con Charlie. Dale vida a tu coartada. Mámenle a salvo.

Me puse de pie, y la sangre se me bajó de golpe hasta los pies, pinchándome como las puntas de miles de agujas. Había estado allí sentada durante demasiado tiempo.

– Ese vestido te queda precioso -me arrulló Alice.

– ¿Eh? Ah. Esto… Gracias otra vez por la ropa -murmuré, más por cortesía que por gratitud real.

– Vas a necesitar una prueba -repuso Alice, con sus ojos abiertos de forma inocente-. ¿Qué es una excursión de compras sin un conjunto nuevo? Es muy favorecedor, aunque esté mal que yo lo diga.

Parpadeé, incapaz de recordar qué ropa me había puesto Alice. No podía controlar mis pensamientos ni evitar que se dispersaran cada pocos minutos, como insectos huyendo de la luz…

– Jacob se encuentra bien, Bella -comentó Alice, intuyendo con facilidad mi preocupación-. No hay prisa. Si piensas en la cantidad de morfina adicional que ha tenido que inyectarle Carlisle, viendo lo rápido que la quema con esa temperatura que tiene, ya te puedes hacer idea de que va a estar fuera de combate durante un rato.

Al menos no sentía dolor alguno. Todavía no.

– ¿Hay algo de lo que quieras hablar antes de irte? -me preguntó Alice con simpatía-. Debes de estar más que traumatizada.

La vi venir e intuí qué atizaba su curiosidad, pero yo tenía otras preguntas.

– ¿Seré como ella? -quise saber-. ¿Me pareceré a Bree, la neófita del claro?

Necesitaba reflexionar acerca de muchas cosas, pero no lograba olvidar a la neófita cuya vida había acabado de forma tan abrupta. Su rostro, crispado por el deseo de sangre, persistía detrás de mis párpados.

Alice me acarició el brazo.

– Cada uno es distinto, pero guardará cierto parecido -permanecí quieta mientras intentaba imaginarlo-. Se pasa -me prometió.

– ¿Cuánto tiempo necesitaré para superarlo?

Ella se encogió de hombros.

– Unos cuantos años, quizá menos. Podría ser diferente en tu caso. No he visto a nadie que lo haya pasado habiéndolo escogido de modo voluntario. Podría ser interesante observar cómo te afecta a ti.

– Interesante -repetí.

– Procuraremos apartarte de los problemas.

– Ya lo sé. Confío en ti -mi voz era mortecina.

Alice arrugó la frente.

– Si te preocupan Carlisle o Edward, te aseguro que ellos estarán bien. Creo que Sam ha empezado a confiar en nosotros… Bueno, al menos en Carlisle. Eso es estupendo, por supuesto. Imagino que la escena se puso algo tensa cuando Carlisle tuvo que arreglar las fracturas…

– Por favor, Alice.

– Lo siento.

Inspiré profundamente para tranquilizarme. Jacob había comenzado a curarse demasiado rápido y algunos de sus huesos se habían unido mal. Él se lo había tomado bastante bien, pero todavía me resultaba difícil pensar en ello.

– Alice, ¿puedo preguntarte una cosa sobre el futuro?

Ella adoptó de repente una actitud cautelosa.

– Ya sabes que no lo veo todo.

– No es eso…, verás, algunas veces tú sí que ves mi futuro. ¿Por qué crees que no surten efecto en mí los poderes de Edward, Jane o Aro?

Mi frase se desvaneció junto con mi nivel de interés. Mi curiosidad en este asunto se estaba debilitando, superada por completo por otras emociones más apremiantes. Alice, sin embargo, encontró la cuestión muy interesante.

– En el caso de Jasper, su don actúa sobre tu cuerpo igual que sobre el de los demás. Ésa es la diferencia, ¿lo ves? La habilidad de Jasper afecta de un modo físico. Realmente te calma o te enerva, no es una ilusión. Y yo tengo visiones de los resultados de las cosas, pero no de las razones y pensamientos que las provocan. Están fuera de la mente, no son una ilusión, tampoco; es la realidad, o al menos una versión de la misma. Pero tanto Jane, como Edward, como Aro o Demetri, todos ellos trabajan dentro de la mente. Jane sólo crea una ilusión de dolor. En realidad, no le hace daño a tu cuerpo, es sólo que tú lo crees así. ¿Lo ves, Bella? Estás a salvo dentro de tu mente, nadie puede llegar hasta allí. No resulta nada raro que Aro sienta tanta curiosidad por tus habilidades futuras.

Observó mi rostro para ver si seguía su argumento lógico. Para ser sincera, me daba la sensación de que sus palabras habían empezado a atrepellarse, y las sílabas y los sonidos habían perdido su significado. No podía concentrarme en ellas. Aun así, asentí. Intenté hacer como si lo hubiera comprendido.

Ella no se dejó engañar. Me acarició la mejilla y murmuró:

– Todo va a salir bien, Bella. No necesito una visión para saber eso. ¿Estás preparada para irte ya?

– Una cosa más. ¿Puedo hacerte otra pregunta sobre el futuro? No quiero nada concreto, sólo un punto de vista general.

– Lo haré lo mejor que pueda -me dijo, vacilante de nuevo.

– ¿Todavía me ves convirtiéndome en vampira?

– Ah, eso es fácil. Claro que sí.

Asentí con lentitud.

Examinó mi rostro, sus ojos eran insondables.

– ¿No estás segura de tu propia decisión, Bella?

– Sí. Simplemente quería saber si tú lo estabas.

– Yo estoy segura en la medida en que tú lo estés. Ya lo sabes. Si tú cambias de opinión, cambiará lo que yo veo… o desaparecerá, en tu caso.

Suspiré.

– Pero eso no va a ocurrir.

Me abrazó.

– Lo siento. No puedo ponerme en tu lugar. Mi primer recuerdo es el de ver el rostro de Jasper en mi futuro; siempre supe que él era el lugar hacia donde mi vida se dirigía, pero sí puedo intentar comprenderte. Siento muchísimo que tengas que elegir entre dos opciones igual de buenas.

Me sacudí sus brazos de encima.

– No te apenes por mí -había gente que merecía simpatía, pero yo no era una de ellas. Y no había ninguna elección que tomar, lo único que tenía que hacer era romperle a alguien el corazón-. Será mejor que me vaya a ver a Charlie.

Conduje el coche en dirección a casa, donde mi padre me esperaba con un aspecto tan suspicaz como había augurado Alice.

– Hola, Bella. ¿Qué tal ha ido esa excursión de compras? -me saludó cuando entré en la cocina. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos fijos en mi rostro.

– Muy larga -contesté con aspecto aburrido-. Acabamos de regresar.

Charlie comprobó cuál era mi estado de ánimo.

– Supongo que ya te has enterado de lo de Jake…

– Sí. Los otros Cullen nos dieron la mala noticia. Esme nos dijo dónde estaban Carlisle y Edward.

– ¿Te encuentras bien?

– Estoy preocupada por Jake. Quiero ir a La Push en cuanto haga la cena.

– Ya te advertí que esas motos eran peligrosas. Espero que esto te haga comprender que no bromeaba con ese tema.

Asentí mientras empezaba a sacar cosas del frigorífico. Charlie se instaló en la mesa. Parecía de un humor más parlanchín de lo habitual.

– No creo que debas preocuparte mucho por Jake. Alguien que puede soltar esa cantidad de palabrotas con tanta energía, seguro que se recupera.

– ¿Estaba despierto cuando le viste? -le pregunté, dándome la vuelta para mirarle.

– Oh, sí, y mucho. Tendrías que haberle escuchado…, bueno, en realidad, mejor que no. Me da la sensación de que le ha oído todo el mundo en La Push. No sé de dónde se ha sacado semejante vocabulario, pero espero que no lo haya empleado en tu presencia.

– Pero hoy su excusa es estupenda. ¿Qué pinta tiene?

– Descompuesto. Lo trajeron sus amigos. Menos mal que son chicos fuertes, porque ese chaval es como un armario. Carlisle le dijo que tenía la pierna derecha rota, y también el brazo derecho. Parece ser que se aplastó todo el lateral del cuerpo al caerse de esa maldita moto -Charlie sacudió la cabeza-. Como me entere yo de que has vuelto a montar en moto, Bella…

– No hay problema, papá, no lo haré. Entonces, ¿crees que Jake está bien?

– Seguro, Bella, no te preocupes. Estaba lo suficientemente dueño de sí mismo como para meterse conmigo.

– ¿Meterse contigo? -repetí sobresaltada.

– Así es… entre un insulto a la madre de alguien y que estuvo nombrando a Dios en vano, dijo: «Apuesto a que hoy estás contento de que ella quiera a Cullen en vez de a mí, ¿a que sí, Charlie?».

Me volví hacia el frigorífico para impedir que me viera el rostro.

– Y no puedo discutir eso. Edward es mucho más maduro que Jacob en lo que respecta a tu seguridad, eso tengo que concedérselo.

– Jacob es muy maduro -susurré a la defensiva-. Estoy segura de que no ha sido culpa suya.

– Vaya día más extraño el de hoy -reflexionó mi padre al cabo de un minuto-. Ya sabes, no presto muchos oídos a todas esas supersticiones, pero pasaba algo raro… Era como si Billy supiera que le iba a ocurrir algo malo a Jake. Estuvo nervioso como un pavo el día antes de Nochebuena durante toda la mañana. Me extrañaría que hubiera escuchado ni una palabra de lo que le dije.

»Y después, más sorprendente todavía, ¿te acuerdas cuando en febrero y marzo tuvimos todos aquellos problemas con los lobos?

Me incliné para sacar una sartén del mueble de la cocina y conseguir de ese modo un par de segundos de ventaja.

– Sí -mascullé.

– Pues espero que no volvamos a tener dificultades con eso. Esta mañana, cuando estábamos a bordo del barco, y Billy ni me prestaba atención a mí ni a la pesca, de repente, se escucharon aullidos de lobo en los bosques. Más de uno y, chica, sonaban bien fuerte, como si estuvieran junto al pueblo. Lo más raro de todo es que Billy le dio la vuelta al barco y se dirigió derechito al puerto como si le estuvieran llamando a él personalmente. Ni me escuchó siquiera cuando le pregunté qué estaba haciendo.

»Los sonidos cesaron apenas hubimos amarrado, pero esta vez le dio una perra a Billy con lo de no perderse el partido, aunque todavía quedaban horas… Estaba murmurando algo sin sentido de un pase previo… ¿Cómo iban a echar un pase en diferido de un partido en vivo? Ya te digo, Bella, de lo más extraño.

»Bueno, pues cuando llegamos estaban poniendo otro partido que según dijo deseaba ver… pero poco después pareció perder el interés y se pasó todo el rato colgado del teléfono, llamando a Sue, a Emily, y al abuelo de tu amigo Quil. Y no es que se interesara por algo en concreto, se limitó a mantener con ellos una charla de lo más banal.

»Y otra vez comenzaron los aullidos justo fuera de la casa. No había oído en mi vida nada igual… Se me puso la carne de gallina. Le pregunté a Billy, y tuve que gritarle por encima de todo ese ruido, si había puesto trampas en el patio, porque parecía como si el animal estuviera sufriendo mucho.

Hice un gesto de dolor, pero Charlie estaba tan metido en su historia que no se dio cuenta.

– Y claro, a mí se me había olvidado todo esto hasta ahora mismo, porque en ese momento fue cuando llegó Jake. Un minuto antes, los aullidos te ensordecían, hasta el punto de no poder oír ninguna otra cosa y, de pronto, sólo se oían las maldiciones de Jake que los ahogaron bien rápido. Menudo par de pulmones tiene ese chico -Charlie enmudeció un momento con gesto pensativo-. Lo divertido del asunto es que, después de todo, es posible que salga algo positivo de este jaleo. No creí que alguna vez superarían ese absurdo prejuicio que tienen allí contra los Cullen, pero a alguien se le ocurrió llamar a Carlisle y Billy se mostró de lo más agradecido cuando apareció. Pensé que habría que llevar a Jake al hospital, pero Billy prefería tenerlo en casa y Carlisle estuvo de acuerdo. Supongo que él sabe lo que es mejor. Muy generoso por su parte ofrecerse para hacer visitas domiciliarias a un sitio tan lejano.

»Y Edward estuvo realmente encantador… -efectuó una pausa, como si no le apeteciera decir algo. Suspiró y después continuó-. Parecía tan preocupado por Jake como tú… Como si fuera uno de sus hermanos el que estuviera allí tirado. Tenía una mirada… -Charlie sacudió la cabeza-. Es un chico decente, Bella. Intentaré acordarme, aunque, de todos modos, tampoco te prometo nada -me sonrió.

– No te lo recordaré -susurré.

Charlie estiró las piernas y gruñó.

– Es estupendo volver al hogar. No te puedes hacer idea de lo atestada de gente que se puso la casita de Billy. Se presentaron allí los siete amigos de Jake, todos comprimidos en esa pequeña habitación de la entrada… Apenas se podía respirar. ¿Te has fijado alguna vez en lo grandes que son todos esos chicos quileute?

– Sí, claro.

Charlie me miró; de pronto, parecía más interesado.

– La verdad, Bella, es que Carlisle aseguró que Jake estará en pie y dando vueltas por ahí en poco tiempo. También dijo que parecía peor de lo que era en realidad. Va a ponerse bien.

Me limité a asentir.

Había visitado a Jacob tan pronto como Charlie se marchó de casa de Billy. Tenía un aspecto de extraña indefensión. Había cabestrillos por todas partes, ya que Carlisle juzgaba innecesario enyesarle ante la rapidez con la que se estaba recuperando. Tenía el rostro pálido y demacrado, profundamente inconsciente como estaba en ese momento. Frágil. A pesar de lo grande que era, en ese momento me pareció muy frágil. Quizá había sido producto de mi imaginación, al sumarle la idea de que tenía que romper con él.

Ojalá me cayera un rayo y me partiera en dos, y a ser posible de forma dolorosa. Por primera vez, el dejar de ser humana se me presentaba como un verdadero sacrificio, como si fuera excesivo lo que iba a perder.

Deposité el plato junto al codo de mi padre y, tras servirle la cena, me dirigí hacia la puerta.

– Esto… Bella, ¿puedes esperar un segundo?

– ¿Se me ha olvidado algo? -pregunté mirando su plato,

– No, no. Es sólo que quería pedirte un favor -Charlie frunció el ceño y miró al suelo-. Siéntate, aunque no me llevará mucho.

Me acomodé a su lado, algo confundida. Intenté concentrarme.

– ¿Qué es lo que necesitas, papá?

– Pues, éste es el quid de la cuestión, Bella… -Charlie enrojeció-. Quizás es que hoy me siento un poco supersticioso después de haber andado por ahí con Billy, con lo raro que estaba…, pero tengo un presentimiento. Es como si… fuera a perderte pronto.

– No seas tonto, papá -musité con cierta culpabilidad-. Tú quieres que continúe los estudios, ¿no?

– Sólo prométeme una cosa.

Me mostré vacilante, preparada para echarme atrás.

– Bueno…

– ¿Me avisarás antes de tomar alguna decisión definitiva? ¿Antes de que te escapes con él o algo así?

– Papá… -me lamenté.

– Hablo en serio. No te montaré un número, pero avísame con alguna antelación. Dame la oportunidad de abrazarte y decirte adiós.

Me achanté en mi fuero interno, pero levanté la mano.

– Esto es una tontería, pero te lo prometo si eso te hace feliz.

– Gracias, Bella -me dijo-. Te quiero, chiquilla.

– Yo también te quiero, papá -le toqué el hombro y después me retiré de la mesa-. Si necesitas algo, estaré en casa de Billy.

No miré atrás cuando corrí hacia fuera. Esto era perfecto, justo lo que necesitaba en esos momentos. Fui refunfuñando para mis adentros todo el camino hasta La Push.

El Mercedes negro de Carlisle no estaba aparcado frente a la casa de Billy. Eso era bueno y malo. Obviamente, necesitaba hablar con Jacob a solas, pero al mismo tiempo me hubiera gustado poder aferrarme a la mano de Edward, como había hecho antes, mientras Jacob estaba inconsciente. Algo imposible. De todos modos, echaba de menos a Edward, y la tarde a solas con Alice se me había hecho muy larga. Supongo que eso hacía que mi respuesta resultara evidente. Ya tenía claro que no podía vivir sin Edward, pero ese hecho no haría que lo que me esperaba fuera menos doloroso.

Llamé a la puerta principal con suavidad.

– Entra, Bella -contestó Billy. El rugido de mi coche era fácil de reconocer.

Entré.

– Hola, Billy. ¿Está despierto? -le pregunté.

– Recuperó el sentido hace una media hora, justo antes de que se fuera el doctor. Entra. Creo que te está esperando.

Me estremecí y después inspiré profundamente.

– Gracias.

Dudé ante la puerta de la habitación de Jacob, ya que no estaba segura de si debía llamar. Decidí echar primero una ojeada, deseando, tan cobarde como era, que se hubiera vuelto a dormir. Me sentía como si nada más me quedaran unos cuantos minutos a mi disposición.

Abrí un resquicio la puerta y me apoyé en ella, vacilante.

Jacob me esperaba con el rostro tranquilo y sereno. Ya no tenía ese aspecto ojeroso y demacrado, y en su lugar sólo mostraba una cierta palidez. No había el menor asomo de alegría en sus ojos sombríos.

Se me hacía duro mirarle a la cara sabiendo que le amaba. Era algo que cambiaba mucho las cosas, más de lo que yo pensaba. Me pregunté si también había sido así de duro para él durante todo el tiempo.

Por suerte, alguien le había cubierto con una colcha. Era un alivio no tener que contemplar la extensión de los daños.

Entré y cerré la puerta poco a poco a mis espaldas.

– Hola, Jake -murmuré.

No me contestó al principio. Me miró a la cara durante un buen rato. Entonces, haciendo un pequeño esfuerzo, transformó su expresión en una sonrisa ligera y burlona.

– Sí, había pensado que pasaría algo así -suspiró-. Hoy las cosas han ido decididamente a peor. Primero, me equivoco de sitio y me pierdo la mejor parte de la lucha, con lo que Seth se lleva toda la gloria. Luego, Leah se pone a hacer el idiota para demostrar que es tan dura como todos los demás y yo tengo que ser el imbécil que la salve. Y ahora esto -sacudió su mano izquierda hacia mí, que seguía al lado de la puerta, aún indecisa.

– ¿Qué tal te sientes? -cuchicheé. Vaya pregunta estúpida.

– Un poquito espachurrado. El doctor Colmillos no estaba seguro de la dosis de sedante que iba a necesitar y ha seguido el método del ensayo y el error. Me da que se le ha ido la mano.

– Pero no te duele.

– No. Al menos no siento las heridas.

Sonrió, de forma burlona otra vez.

Me mordí el labio. En la vida iba a ser capaz de pasar por esto. ¿Por qué ahora que quería morirme nadie venía a matarme ni a intentarlo siquiera?

La ironía abandonó su rostro y sus ojos se llenaron de calidez. Arrugó la frente, como si estuviera preocupado.

– ¿Y qué tal estás tú? -me preguntó, y sonó en verdad interesado-. ¿Te encuentras bien?

– ¡¿Yo?! -le miré fijamente. Quizás era verdad que le habían administrado demasiadas drogas-. ¿Por qué?

– Bueno, suponía, o más bien tenía bastante claro que, en realidad, no te iba a hacer daño, pero no estaba muy seguro de si pasarías un mal trago. Me he estado volviendo loco de preocupación por ti desde que me desperté. No sabía siquiera si te dejaría o no visitarme. Era una incertidumbre terrible. ¿Qué tal fue? ¿Se ha portado mal contigo? Lo siento si ha ido muy mal. No quería que tuvieras que pasar por todo esto tú sola. Estaba pensando que si hubiera estado allí…

Me llevó un minuto entender adonde pretendía ir a parar. Continuó parloteando, y parecía cada vez más incómodo, hasta que me di cuenta de lo que estaba diciendo. Entonces, me apresuré a corregirle.

– ¡No, no, Jake! Estoy bien; en realidad, más que bien. Claro que no se portó mal. ¡Ya me hubiera gustado!

Sus ojos se dilataron en lo que parecía algo cercano al horror.

– ¿Qué?

– Ni siquiera se enfadó conmigo, ¡ni contigo! Es tan poco egoísta que incluso me hizo sentirme peor. Hubiera deseado que me gritara o algo así. Y no es que no me lo mereciera. En fin, que fue mucho peor que si me hubiera gritado, pero a él no le importa. Sólo quiere que yo sea feliz.

– ¿Y no se ha vuelto loco? -me preguntó Jacob, incrédulo.

– No. Es… demasiado bueno.

Jacob me miró con fijeza durante otro minuto y entonces, de repente, torció el gesto.

– ¡Bueno, maldita sea! -gruñó.

– ¿Qué es lo que va mal, Jake? ¿Te duele algo? -mis manos se movieron de un lado a otro inútilmente, mientras buscaba su medicación.

– No -refunfuñó en tono disgustado-. ¡Es que no me lo puedo creer! ¿No te dio un ultimátum ni nada parecido?

– Nada de nada…, pero ¿qué es lo que te pasa?

Frunció el ceño y sacudió la cabeza.

– Contaba con otra clase de reacción. Maldito sea. Es mejor de lo que pensaba.

La forma en que lo dijo, aunque sonara más enfadado, me recordó al modo en que Edward había hablado sobre la falta de ética de Jacob, aquella misma mañana, en la tienda. Lo que significaba que Jake seguía conservando la esperanza, seguía luchando. Me estremecí cuando esa certeza se me clavó en lo más hondo.

– No está jugando a ningún juego, Jake -repuse con calma.

– Apuesto a que sí. Juega cada punto tan duro como yo, sólo que él sabe lo que se trae entre manos, y yo no. No me culpes por ser peor manipulador que él, no he tenido tanto tiempo para aprenderme todas las triquiñuelas.

– ¡Él no me está manipulando!

– ¡Sí que lo hace! ¿Cuándo vas a abrir los ojos y te vas a dar cuenta de que no es tan perfecto como crees?

– Al menos, no me amenazó con hacerse matar para conseguir que le besara -le contesté con brusquedad. Tan pronto como se me escaparon las palabras, enrojecí disgustada-. Espera. Haz como si no hubiera dicho nada. Me juré a mí misma que no iba a mencionar ese tema.

Él inspiró con fuerza. Cuando habló, sonaba más tranquilo.

– ¿Por qué no?

– Porque no he venido aquí para culparte de nada.

– Sin embargo, es verdad -comentó con indiferencia-. Eso fue lo que hice.

– No te preocupes, Jake. No me he enfadado.

Sonrió.

– En realidad, no me preocupa. Ya sabía que me perdonarías y estoy contento de haberlo hecho. Y lo haría otra vez. Al menos me quedará eso. Y al menos he conseguido que te des cuenta de que me amas. Eso ya tiene su importancia.

– ¿Ah, sí? ¿Es mejor que si yo aún no lo supiera?

– ¿No crees que deberías conocer tus sentimientos antes de que te sorprendan algún día, cuando sea demasiado tarde y te hayas convertido en una vampira casada?

Negué con la cabeza.

– No, no me refería a lo mejor para mí, sino a lo mejor para ti. ¿En qué te facilitaría las cosas saber que estoy enamorada de ti si de todos modos no iba a suponer diferencia alguna? ¿No te resultaría más fácil si no tuvieras ni idea?

Se tomó la pregunta con la seriedad que yo pretendía y sopesó con cuidado la contestación antes de responder.

– Es preferible saberlo -decidió finalmente-. Por si no te lo habías imaginado, siempre me pregunté si tu decisión hubiera sido diferente en el caso de que supieras que me querías. Ahora lo sé. Hice cuanto estuvo en mi mano.

Se sumió en una respiración agitada y cerró los ojos.

Esta vez, no supe ni quise resistirme al impulso de consolarle. Crucé la pequeña habitación y me arrodillé en el suelo a la altura de su cabeza, sin atreverme a tomar asiento en la cama por temor a moverla y provocarle algún dolor. Me incliné hasta tocarle la mejilla con mi frente.

Jacob suspiró, me pasó la mano por los cabellos y me mantuvo allí.

– Cuánto lo siento, Jake.

– Siempre fui consciente de que había pocas posibilidades. No es culpa tuya, Bella.

– Tú también, no, por favor -gemí.

Se retrepó un poco para mirarme.

– ¿Qué?

– Es culpa mía, y estoy hasta las narices de que todos me digáis lo contrario.

Esbozó una sonrisa, pero la alegría no le llegó a los ojos.

– ¿Qué? ¿Me quieres echar a los leones?

– En este momento, creo que sí.

Frunció los labios, como si ponderase hasta qué punto era así. Una sonrisa recorrió su rostro durante unos instantes y luego crispó la expresión en un gesto de pocos amigos.

– Es imperdonable que me devolvieras el beso de esa manera -me echó en cara-. Si lo único que pretendías era que regresara, quizá no deberías haberte mostrado tan convincente.

– Lo siento tanto… -susurré mientras asentía con la cabeza y mostraba una mueca de dolor.

– Deberías haberme dicho que me largara, que muriera. Eso es lo que querías.

– No, Jacob -gimoteé mientras intentaba reprimir las lágrimas-. ¡No! ¡Jamás!

– ¿No te habrás puesto a llorar? -inquirió con una voz que había recuperado su tono habitual.

Se retorció con impaciencia en la cama.

– Sí -murmuré, y me eché a reír sin apenas fuerza, por lo que mis lágrimas se convirtieron en sollozos.

Osciló su peso sobre el lecho y bajó la pierna buena de la cama como si pretendiera ponerse en pie.

– ¿Qué diablos haces? -pregunté mientras me sobreponía a los sollozos-. Túmbate, idiota, vas a hacerte daño.

Me levanté y empujé hacia abajo su hombro con ambas manos.

Tras rendirse, se reclinó con un jadeo de dolor, pero me agarró por la cintura y me atrajo hacia el lecho, junto a su costado sano. Me repantigué allí mientras intentaba sofocar aquel estúpido llanto sobre su piel caliente.

– No puedo creerme que estés llorando -farfulló-. Sabes que he dicho lo que he dicho porque tú querías, no es lo que pienso en realidad -me acarició los hombros con la mano.

– Lo sé -inspiré hondo de forma entrecortada mientras intentaba controlarme. ¿Cómo me las arreglaba para ser siempre yo la que llorara y él quien me consolara?-. Aun así, sigue siendo cierto. Gracias por decirlo en voz alta.

– ¿Sumo puntos por hacerte llorar?

– Claro, Jake -intenté sonreír-. Los que quieras.

– No te preocupes, cielo. Todo va a solucionarse.

– Pues no veo cómo -musité.

Me dio unas palmadas en la coronilla.

– Me voy a rendir, y seré bueno.

– ¿Qué? ¿Más jueguecitos? -le pregunté; ladeé la mejilla para verle el rostro.

– Quizá -necesitó de un pequeño esfuerzo para poder reírse, y luego hizo un gesto de dolor-. Pero lo voy a intentar.

Torcí el gesto.

– No seas tan pesimista -se quejó-. Dame un poco de crédito.

– ¿A qué te refieres con «seré bueno»?

– Seré tu amigo, Bella -contestó en voz baja-. No voy a pedirte nada más.

– Creo que es demasiado tarde para eso, Jake. ¿Cómo vamos a ser amigos cuando nos amamos el uno al otro de este modo?

Miró al techo. Mantuvo la vista fija, como si estuviera leyendo algo en él.

– Quizá podamos mantener una amistad a cierta distancia.

Apreté los dientes, alegre de que no me estuviera mirando a la cara mientras intentaba controlar los sollozos que amenazaban con superarme. Debía ser fuerte y no tenía ni idea de cómo hacerlo…

– ¿Conoces esa historia de la Biblia del rey y de las mujeres que se disputaban a un niño? -preguntó de pronto, como si continuara leyendo en el techo blanco.

– Claro, era el rey Salomón.

– Eso es, el rey Salomón -repitió-, y él habló de cortar en dos al bebé, pero era sólo una prueba para saber a quién debía confiar su custodia.

– Sí, me acuerdo.

Volvió a mirarme.

– No estoy dispuesto a dividirte en dos de nuevo, Bella.

Comprendí a qué se refería. Me estaba diciendo que él era quien más me amaba de los dos, y que su rendición lo demostraba. Quise defender a Edward y decirle que él haría lo mismo si yo lo deseara, si yo se lo permitiera. Era yo quien no renunciaba a mi objetivo, pero no tenía sentido iniciar un debate que sólo iba a herirle más.

Cerré los ojos, dispuesta a controlar el dolor para que Jake no cargara con él.

Permanecimos callados durante un momento. El parecía esperar a que yo dijera algo y yo me devanaba los sesos para que se me ocurriera qué decir.

– ¿Puedo decirte cuál es la peor parte? -preguntó, vacilante, al ver que yo no abría la boca-. ¿Te importa? Voy a ser bueno.

– ¿Va a servir de algo? -susurré.

– Quizá, y no hará daño.

– En tal caso, ¿qué es lo peor?

– Lo peor de todo es saber que habría funcionado.

– Que quizá habría funcionado.

Suspiré.

– No -meneó la cabeza-. Estoy hecho a tu medida, Bella. Lo nuestro habría funcionado sin esfuerzo, hubiera sido tan fácil como respirar. Yo era el sendero natural por el que habría discurrido tu vida… -miró al vacío durante unos instantes y esperó-. Si el mundo fuera como debiera, si no hubiera monstruos ni magia…

Entendía su punto de vista y sabía que tenía razón. Jacob y yo habríamos terminado juntos si el mundo fuera el lugar cuerdo que se suponía que debía ser. Habríamos sido felices. El era mi alma gemela en aquel mundo, y lo hubiera seguido siendo si no se hubiera visto ensombrecido por algo más fuerte, algo demasiado fuerte que jamás habría existido en un mundo racional.

¿Habría algo así también para Jacob? ¿Algo que se impusiera a un alma gemela? Necesitaba creer que así era.

Dos futuros y dos almas gemelas, demasiado para una sola persona, y tan injusto que no iba a ser yo la única que pagara por ello.

El tormento de Jacob parecía un alto precio. Me arrugué al pensar en ese precio. Me pregunté si no habría vacilado de no haber perdido ya a Edward en una ocasión y no haber sabido cómo era la vida sin él. No estaba segura, pero parecía que ese conocimiento formaba ya parte de la esencia de mi ser, no podía imaginar cómo me sentiría sin ello.

– Él es como una droga para ti -Jake habló con voz pausada y amable, sin atisbo de crítica-. Ahora veo que no eres capaz de vivir sin él. Es demasiado tarde, pero yo hubiera sido más saludable para ti, nada de drogas, sino el aire, el sol.

Las comisuras de mis labios se alzaron cuando esbocé una media sonrisa.

– Acostumbraba a pensar en ti de ese modo, ya sabes, como el sol, mi propio sol. Tu luz compensaba sobradamente mis sombras.

El suspiró.

– Soy capaz de manejar las sombras, pero no de luchar contra un eclipse.

Le toqué el rostro. Extendí la mano sobre su mejilla. Suspiró al sentir mi roce y cerró los ojos. Permaneció muy quieto. Durante un minuto pude escuchar el golpeteo lento y rítmico de su corazón.

– Dime, ¿cuál es la peor parte para ti? -susurró.

– Dudo que mencionarlo sea una buena idea.

– Por favor.

– Creo que no haría más que daño.

– Por favor.

¿Cómo podía negarle algo llegados a aquel extremo?

– La peor parte… -vacilé, y dejé que las palabras brotaran en un torrente de verdad-. La peor parte es que lo vi todo, vi nuestras vidas, y las quise con desesperación, lo quise todo, Jake. Deseaba quedarme aquí y no moverme. Deseaba amarte y hacerte feliz, pero no puedo, y eso me está matando. Es como Sam y Emily, Jake, jamás tuve elección. Siempre supe que las cosas no iban a cambiar. Quizá sea por esa razón por lo que he luchado contra ti con tanto ahínco.

Jacob parecía concentrado en seguir respirando con regularidad.

– Sabía que no debía decírtelo.

El sacudió la cabeza despacio.

– No, me alegra que lo hicieras. Gracias -me besó en la coronilla y suspiró-. Ahora, seré bueno.

Alcé los ojos. Jake sonreía.

– Así que ahora vas a casarte, ¿no?

– No tenemos por qué hablar de eso.

– Me gustaría conocer algunos detalles. No sé cuándo volveré a verte de nuevo.

Tuve que esperar casi un minuto antes de recuperar el habla. Respondí a su pregunta cuando estuve casi segura de que no iba a fallarme la voz.

– En realidad, no es idea mía, pero sí, me voy a casar. Supongo que significa mucho para él. ¿Por qué no?

Jacob asintió.

– Es cierto. No parece gran cosa… en comparación.

Su voz era tranquila, la voz de alguien realista. Le observé fijamente, sintiendo curiosidad por saber cómo se las estaba arreglando, y lo estropeé. Sus ojos se encontraron con los míos durante unos segundos y luego giró la cabeza para desviar la mirada. No hablé hasta que se sosegó su respiración.

– Sí. En comparación -admití.

– ¿Cuánto tiempo te queda?

– Eso depende de cuánto le lleve a Alice organizar la boda -contuve un gemido al imaginar lo que ella podría montar.

– ¿Antes o después? -inquirió con voz suave.

Supe a qué se refería.

– Antes.

Él asintió. Debió de suponer un alivio para él. Me pregunté cuántas noches le habría dejado sin dormir la idea de mi graduación.

– ¿Estás asustada? -musitó.

– Sí -repliqué, también en un susurro.

– ¿De qué tienes miedo?

Ahora, apenas podía oír su voz. Mantuvo la vista fija en mis manos.

– A un porrón de cosas -me esforcé en que mi voz sonara más desenfadada, pero no me aparté de la verdad-. Nunca he tenido una vena masoquista, por lo que no voy en busca del dolor. Y me gustaría que hubiera alguna forma de evitar que Edward estuviera conmigo para que no sufriera, pero dudo que la haya. Hay que tener en cuenta también el tema de Charlie y Renée, y luego, mucho después, espero que sea capaz de controlarme pronto. Quizá sea una amenaza tal que la manada deba quitarme de la circulación.

El alzó los ojos con expresión de reproche.

– Le cortaré el tendón a cualquiera de mis hermanos que lo intente.

– Gracias.

Sonrió con poco entusiasmo y luego torció el gesto.

– Pero ¿no es más peligroso que eso? Todas las historias aseguran que resulta demasiado duro… Ellos podrían perder el control… Algunas personas mueren.

Tragó saliva.

– No, eso no me asusta, Jacob, tontorrón. ¿Acaso no sabes muy bien que no hay que creer en las historias de vampiros? -obviamente, no le vio la gracia al chiste-. Bueno, de todos modos, hay un montón de cosas por las que preocuparse, pero casi todas están al final.

Asintió a regañadientes, y supe que en eso no había forma de que estuviéramos de acuerdo.

Estiré el cuello para susurrarle al oído mientras mi mejilla rozaba su piel ardiente.

– Sabes que te quiero.

– Lo sé -musitó él mientras me sujetaba al instante por la cintura-. Y tú sabes cuánto me gustaría que eso fuera suficiente.

– Sí.

– Siempre estaré esperándote entre bastidores, Bella -me prometió mientras alegraba el tono de voz y aflojaba su abrazo. Me alejé con una sorda y profunda sensación de pérdida, tuve la desgarradora certeza de que dejaba atrás una parte de mí, que se quedaba ahí, en la cama, a su lado-. Siempre vas a tener un recambio si algún día lo quieres.

Hice un esfuerzo por sonreír.

– Hasta que mi corazón deje de latir.

Me devolvió la sonrisa.

– Bueno, quizá luego pueda aceptarte… Quizá… Supongo que eso depende de lo mal que huelas.

– ¿Regreso a verte o prefieres que no lo haga?

– Lo consideraré y te responderé -contestó-. Quizá necesite compañía para no perder la chaveta. El excepcional cirujano vampiro me dice que no debo cambiar de fase hasta que me dé el alta… De lo contrario podría alterar la forma en que me ha fijado los huesos.

Jacob hizo una mueca.

– Pórtate bien y haz lo que te ordene Carlisle. Te recuperarás más deprisa.

– Vale, vale.

– Me pregunto cuándo sucederá -mencioné-, cuándo te fijarás en la chica adecuada.

– No te hagas ilusiones, Bella -de pronto, la voz de Jacob se tornó acida-. Aunque estoy seguro de que sería un alivio para ti.

– Tal vez sí, tal vez no. Lo más probable es que no la considere lo bastante buena para ti. Me pregunto si me pondré muy celosa.

– Esa parte podría ser divertida -admitió..

– Hazme saber si quieres que vuelva y aquí estaré -le prometí.

Volvió su mejilla hacia mí con un suspiro. Me incliné y le besé suavemente en el rostro.

– Te quiero, Jacob.

El rió despreocupado.

– Y yo más.

Me observó salir de su habitación con una expresión inescrutable en sus ojos negros.

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