Manuel Vázquez Montalbán
El hombre de mi vida

Las situaciones de esta novela son exclusivamente literarias y la implicación de personajes de la política y de la cultura realmente existentes debe considerarse como préstamo del imaginario creado por los medios de comunicación.

Padre nuestro que estás en los cielos

santificado sea tu nombre

venga tu reino

hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra

el pan nuestro sobresubstancial dánoslo hoy

y perdónanos nuestras deudas así como nosotros

perdonamos a nuestros deudores

y no nos dejes caer en la tentación

pero líbranos del mal

porque tuyo es el reino

el poder y la gloria

Padrenuestro de los cátaros


Cuando Charo se echó a llorar, Carvalho se dio cuenta de que habían pasado siete años y probablemente ella no era la misma persona. La Charo de antes hubiera llorado vencida por las lágrimas, la Charo de ahora las interpretaba, las sentía pero las interpretaba en el marco de una dramaturgia previamente imaginada. El escenario era el de siempre, el despacho de Carvalho, Biscuter también era el mismo. Carvalho no se había permitido la más mínima automodificación en los últimos treinta años. Charo. Charo sí había cambiado. Aunque cuando se marchó en 1992 ya no era una muchacha, lo parecía, pero ahora podía pasar por una señora acomodada que regresa de una larga ausencia en la que cambió de estatus y de silueta. Algo más gruesa. No mucho más. Quizá el óvalo de la cara se había redondeado, tenía más mejillas que pómulos, menos ojeras, como si hubiera reposado siete años del cansancio de toda una puta vida, en su caso, nunca mejor dicho.

– Qué guapa está.

Declamó Biscuter que sí lloraba, como siempre, por los ojos y por la punta de la nariz. Ahora los dos contemplaban a Carvalho regalándole o demandándole una emocionalidad que no sentía. Necesitaba quedarse asolas con Charo para saber si realmente ansiaba aquel reencuentro. Recuperar un espacio para los dos por si acudían los actos reflejos del pasado y Charo volvía a ser necesaria. Pero le molestaba Biscuter como testigo y a la vez director escénico que le apuntaba el papel. Charo le señaló buscando la complicidad de Biscuter.

– Como si hubiera llegado una prima del pueblo.

– El jefe lo siente, pero es muy suyo.

Por un momento Carvalho pensó decir algo que ayudara a crear un clima de efemérides, bienvenida a casa, por ejemplo, pero fue rechazando fórmulas líricas y épicas y estuvo a punto de echarse a reír cuando se le ocurrió decir: desde estas paredes te contemplan siete años de soledad. Afortunadamente se contuvo y finalmente coordinó sonidos y silencios lo suficiente para decir:

– ¿Cuándo regresas a Andorra?

Fue estupor lo que se intercambiaron las miradas de Charo y Biscuter.

– ¡Me está echando!

Biscuter dio un manotazo en el aire como tratando de recoger las palabras para que las de Carvalho no llegaran a los oídos de Charo y viceversa. Pero ya era inútil. Ha sido un malentendido, pensó Carvalho, y debo aclararlo, pero le molestaba verse en la obligación de aclararlo y prefirió dar las gracias por algo.

– Gracias por el radiocasete que me enviaste hace unos años.

– En Andorra salen muy baratos.

Tenía que sacrificar a Biscuter para poder hablar con Charo.

– Necesito que vayas a la gestoría Fuster para que te den unos papeles que yo no puedo pasar a buscar.

El gozo volvió a las facciones de Biscuter, convencido de que a solas Carvalho y Charo volverían a encontrarse, y en dos minutos se despidió y se marchó, dejando en la mejilla izquierda de Charo un beso, succionador, de hocico más que de boca humana, y la mujer se puso en pie, se alisó la falda sobre los muslos y los dos hombres se prepararon para el mutis. Charo tomó el bolso y luego se encaró con Carvalho, fue a por él, le cogió por un brazo, lo atrajo hacia sí y le besó en los labios superficial pero húmeda, densa, ruidosamente. El beso había sonado. Hombre y mujer se miraban. El golpe de la puerta al cerrarse tras Biscuter separó a la pareja, como si los dos cuerpos recelaran de permanecer tan juntos en soledad.

– ¿Todavía me quieres?

Carvalho no contestó. Pensaba si alguna vez le había dicho a Charo: te quiero. No. Nunca se lo había dicho. Ella no respetó el silencio.

– Yo te sigo queriendo. Eres el hombre de mi vida.

Carvalho fue a por su sillón giratorio y se escondió en él mientras la mujer examinaba uno por uno todos los detalles de la habitación. Se le divirtieron los ojos cuando censó el fax en el inventario.

– Todo está igual, menos el fax. Te modernizas.

– Biscuter se moderniza. Yo no tengo por qué hacerlo. No creo en la modernización. Todo es siempre moderno. Hoy es un día más moderno que el de ayer. Mañana, no te digo. Te veo muy moderna, por cierto.

– ¿Más que antes?

– No es cosa de referencias, insisto. Pero te veo muy moderna. Se puede ser moderna, como todo el mundo,muy moderna o modernísima, y no me pidas un ejemplo porque no se me ocurre. Estoy improvisando.

Se ha sentado Charo y narra siete años de su vida. Me fui arrastrándome, Pepe, porque tu encoñamiento con aquella francesa me reveló cuan poco te interesaba. En Andorra no tenía contactos, menos el de Quimet, un notario de Barcelona con residencia andorrana, y ya aquí, desde hace años, era mi cliente todos los días de San Esteban, cuando le cogía la modorra del segundo banquete de Navidad, pretextaba que le había llamado el presidente Pujol, dejaba a la familia y se venía conmigo. Un caballero. Mejor aún, una persona. No te rías por lo de Pujol. Quimet es muy catalanista y ya de adolescente subía montañas con el presidente de la Generalitat. Eran catalanistas, católicos y excursionistas. En Andorra me echó una mano y me consiguió un trabajo como recepcionista de hotel y para mí fue la hostia, Pepe, porque de la noche a la mañana trabajaba en plan normal y ya no tenía que abrirme de piernas para comprarme Poison de Dior o para tomarme una tortilla a la francesa con mucho perejil. Luego Quimet me hizo socia en lo del hotel, pero ya en plan de medio mestressa [1] y así fueron pasando los días, los años. Te envié un radiocasete. Algunas cartas, que tú no contestaste, como si gozaras con tu libertad, con haberte librado de mí. Pero Biscuter me animaba cuando hablábamos por teléfono: No te desanimes, que te quiere, Charo. Por lo visto, Biscuter y Charo se tuteaban, una modernización más. Ya apenas quedaba relato para desembocar en el presente. Carvalho levantó las cejas y quedó a la espera de las palabras, pero ella permaneció en silencio contemplándolo con progresivo, embarazante cariño.

– ¿Y bien?

– Y bien ¿qué?

– Me envías una nota, te vas y no apareces durante siete años, lo lógico es que te pregunte: ¿Y bien?

– ¿Leíste la nota?

Carvalho ha abierto un cajón. Sabe el lugar exacto donde guarda la nota y hace ademán de recuperarla pero se contiene.

– La leí.

– ¿La conservas?

– No creo.

– Ya no tengo clientes. Quimet es un amigo. Un amigo importante, pero no es propiamente mi hombre. Sólo tengo un hombre en mi vida y ese hombre eres tú. No tienes buen aspecto.

Había emitido su crítica con la voz más tierna que había encontrado y Carvalho creyó oír que hablaba del paso del tiempo, de que ya somos mayores, de que aunque tú no lo sepas yo ya he cumplido mis años, una plática que le incomodaba, que le retorcía la columna vertebral y le empujaba a saltar del asiento, pero no quería volver a la frialdad de los primeros minutos y escuchó pacientemente la reflexión filosófica de Charo sobre el paso del tiempo.

– Y un día le dije: Quimet, aquí estoy muy bien considerada y me gano la vida. Pero no puedo vivir sin Barcelona y sin mi Pepe, porque él sabe todo lo nuestro.

– En Andorra, ¿cómo podía cumplir el rito de San Esteban? No se puede dejar a la familia en la mesa e irse a Andorra.-Ya no celebran el día de San Esteban porque se murieron los suegros, que eran muy viejecitos, los hijos han formado nuevas familias y Quimet y su mujer no se pueden ver ni en el ascensor.

– ¿Se ha separado?

Charo necesitó toda la cabeza y mucho espacio para negar aquella posibilidad. No. El presidente Pujol le pidió, como un favor personal, que no diera ese escándalo político.

– Resumiendo, Pepe. He vuelto a Barcelona y Quimet me ha puesto un negocio.

– ¿Un estanco?

Ahora Charo no quería enfadarse y se dedicó a desacreditar los negocios relacionados con el tabaco. Cada vez se fumará menos. Quimet ha trabajado en un plan catalán antitabaco que va a superar al de los norteamericanos. Tiene un lema precioso: Som sis milions però cap fumador [2]. Pasó por alto la mujer que Carvalho escogiera el momento para encender un puro Hoyo de Monterrey que sacó casi encendido del cajón y recuperó los andares mientras sacaba del bolso una tarjeta de visita.

– Me ha puesto una boutique de dietética alimentaria y cosmética biótica. Mis señas. No rompas la tarjeta. He pensado en ti. Te haces viejo. No tienes porvenir, ni dinero suficiente para vivir el poco porvenir que te queda. Quimet puede ayudarte. Ya lo hemos hablado.

Ahora Charo, impetuosa y volcada sobre la mesa, le metió la lengua en la boca, como orientándose o reconociendo los recuperados rincones de la cavidad, y en

sus ojos había promesas cuando se retiró de espaldas hasta la puerta.

– Pepe, aún podemos ser felices y solucionar los problemas, tener donde caernos muertos.

– ¿A ti te interesa dónde te vas a caer muerta?

– Me interesa el cómo y ahí interviene el pensar en el futuro.

– Pensar en la muerte no es precisamente pensar en el futuro.

– ¿Cómo vas a envejecer tú, Pepino? Yo me hice la misma pregunta ante el espejo de mi habitación del hotel de Andorra: ¿cómo vas a envejecer tú, Charo? Una cosa es morirte de frío por no tener ni un duro y otra cosa es además llevar el frío dentro por no tener ni un afecto, ni siquiera la propia estimación. ¿Quién te quiere a ti, Pepe? ¿Te guardas autoestima?

Autoestima. El lenguaje de Charo había mejorado. Autoestima. Siempre había hablado bonito pero popular, jamás se había atrevido a pronunciar en su presencia palabras como autoestima. Sería una palabra inculcada por el Quimet ese.

– ¿Quimet siente mucha autoestima?

– Se la merece. Se lo debe casi todo a sí mismo. Quimet es un hombre importante en Cataluña, de los que «hacen país», aunque casi nunca aparece en primer plano. Gracias a él pude tirar adelante y ahora vuelvo porque me ha ayudado a montar ese pequeño negocio y ya me siento segura de mí misma. ¿Puedes decir tú lo mismo de ti?

Charo pertenecía pues a dos sectas, la de la Teolo gía de la Alimentación y la de la Teología de la Segu ridad.

– ¿Qué relaciones tienes con la OTAN?

– ¿Qué tiene que ver la OTAN con los alimentos biológicos?

– Sólo puedes sentirte segura si tienes buena relación con la OTAN.

– No te entiendo. Me parece que te quieres quedar conmigo, pero comprendo que unos minutos no compensan siete años. Sólo quiero que te grabes una cosa en la cabeza: Quimet me ha ayudado y quiere ayudarte a ti.

No le dio tiempo a organizar un sarcasmo verbal, ni siquiera gestual. Charo, ligerísima, dejó una tarjeta de visita sobre la mesa, le dio la espalda y, desde la puerta, la espalda de la mujer le habló.

– Tendrás noticias mías.

Cuando Carvalho asumió que volvía a estar a solas, que tenía una tarjeta de Charo en la mano y una erección entre las piernas, de pronto el fax se puso en marcha.


Comprendo que no es responsable de lo que se dice de usted, pero no ignorará que lo han convertido en héroe social o antihéroe para más exactitud. Me sorprendió su sorpresa, pero usted debe estar acostumbrado a que le paren por la calle y le pidan un autógrafo. No me atreví a pedírselo yo y le envié a mi hijo mayor para que lo hiciera. Yo estaba muy cerca para decirle: Mira, es aquel señor, y comprendí que a usted no le gustaba la demanda, por el gesto y por la dedicatoria, en la que no decía casi nada, pero la acompañaba con una firma desmesurada. «Para complacer al cliente…», escribió. Definición. CLIENTE: respecto del que ejerce alguna profesión, persona que utiliza sus servicios. Respecto de un comerciante,comprador habitual. Me consta que no le hacen falta las definiciones, eso lo hace más lamentable, es de suponer que usted sabe lo que dice. Pues sí, estoy ofendida, el término me parece incorrecto, un cliente devuelve el género cuando no le satisface y yo, sin embargo, guardo con cariño su autógrafo, porque en cierta ocasión descubrí que Pepe Carvalho era un ser humano, que puede equivocarse y que por eso tiene, quizá, más mérito todo cuanto hace bien, muy bien, «divinamente». Y lo comprendí a pesar de que la experiencia, lejana, que compartimos, no me pareció demasiado humana, por su parte, ¿o la falta de humanidad o de madurez debo atribuírmela yo sola?

No siempre soy yo la que está pendiente de lo que usted hace. Todos a mi alrededor, mi marido y mis dos hijos son mi alrededor fundamental, conocen la afición que le tengo, por ello frecuentemente me tienen al corriente de lo que se dice de usted, personaje del que muchos hablan y pocos conocen. Para que vea que soy generosa, le diré que no sólo estoy ofendida por mí, también lo estoy por usted. No creo, en absoluto, que sea un «comerciante» (el comerciante compra para vender, El Corte Inglés, por ejemplo), ni que ser un detective privado sea una «profesión» o al menos una profesión solvente. Bueno, ya veo que he empezado a bajar la guardia, se deberá, seguro, a la «afición desordenada» que le tengo. De cualquier modo, ahora cada vez que contemplo el autógrafo y veo el tamaño de su firma me entristezco. Conmover no, conmoción sí; cuanto usted me sugiere es siempre así de exagerado.

Pienso que debo aclararle que he perseguido su dirección (electrónica, telefónica, postal…) por todas partes, por lo que cabe dentro de lo posible que, desde algún medio, le den cuenta de ello. Y todo para descubrir que usted está donde estaba cuando le conocí. No sé por qué me extrañó que usted no contase con e-mail (en la búsqueda no se libró ni Internet); en realidad, dadas sus circunstancias, era más fácil pensar que su medio de comunicación estaría más cerca del tam-tam, por lo que tiene de mágico, arcano. En fin es obvio que yo le adoro. No tiene más remedio que cargar con esa responsabilidad, le ha tocado.


MORGANA (la Bruja)


Nada más acabar la lectura no reprimió la tentación de los ojos de indagar el fax emisor, unas siglas, «SP Asociados» y un número de telefax que a Carvalho no le interesaba retener. No quería contestar. No quería intrigarse por la personalidad de la corresponsal de sí misma, ni preocuparse por la supuesta «… experiencia, lejana, que compartimos»: La Morgana legendaria de la leyenda artúrica no había sido propiamente una bruja, era una hada sin cursilerías o quizá una hada y una bruja sean el blanco y el negro de la misma transgresión. Se imaginó a la bruja vieja y gorda, cúbica, una casada frustrada y letraherida en busca de héroes de papel ya que no podía obtenerlos de carne y hueso. Al fin y al cabo la prensa había hablado alguna vez de sus investigaciones, pero entre Carvalho y Julio Iglesias habitaban millones de héroes de papel que se merecían que una vaca fofa y neurótica les enviara un fax. Se sorprendió de no querer romper el mensaje. También de meterlo en el cajón que podía cerrar con llave, como protegiéndolo de miradas indiscretas, que no podían ser otras que las de Biscuter. No quería recordar todas las experiencias compartidas con mujeres y sólo las más dotadas para la fabulación y la sintaxis podían hacerse responsables de la carta.

Salió a la calle con el malhumor aplazado en un rin-con de su cerebro, no tan aplazado como creía porque de vez en cuando se detenía para preguntarse: ¿Por qué estás de mala leche?, y no tardaba en responderse: La tía del fax. Con la tarjeta de Charo entre los dedos buscó el emplazamiento de su boutique de dietética y cosmética biótica situada en la Vila Olímpica, y Carvalho encaminó hacia allí sus pasos en un deseo de releer la ciudad, de reconciliarse con la voluntad de Barcelona de convertirse en una ciudad pasteurizada y en olor a gamba de las frituras que salían de la metástasis de los restaurantes de la Vila Olímpica. No habrá suficientes gambas en los mares de este mundo para todas las que se cocinan en Barcelona y así cambiar el aroma de pólvora, axila e ingle de la ciudad de los pecados por el de una mezcla de ambipur de pino y gambas a la plancha. Todas las metáforas de la ciudad se habían hecho inservibles: ya no era la ciudad viuda, viuda de poder, porque lo tenía desde las instituciones autonómicas; tampoco la rosa de fuego de los anarquistas, porque la burguesía había vencido definitivamente por el procedimiento de cambiar de nombre; ahora se llamaba «sector emergente» y ¿cómo se puede poner una bomba o montar una barricada al «sector emergente»? Barcelona se había convertido en una ciudad hermosa pero sin alma, como algunas estatuas, o tal vez tenía una alma nueva que Carvalho perseguía en sus paseos hasta admitir que tal vez la edad ya no le dejaba descubrir el espíritu de los nuevos tiempos, el espíritu de lo que algunos pedantes llamaban «la posmodernidad» y que Carvalho pensaba era un tiempo tonto entre dos tiempos trágicos. Pero estaba reenamorándose de su ciudad y especialmente debía reprimir la tendencia ala satisfacción cuando bajaba por las Rambles, desembocaba en el puerto y al borde del Molí de la Fusta comenzaba un recorrido junto al mar en busca de la Barceloneta y la Vila Olímpica. A pesar de las nuevas construcciones de centros comerciales y lúdicos, el mar le pertenecía, por fin se integraba como uno de los cuatro elementos de la ciudad: Gaudí, las gambas a la plancha, la torre de comunicaciones de un tal Foster que tenía avión privado y estaba casado con una sexóloga española y el mar. Quimet había ubicado el negocio de Charo en una de las naves mal comercializadas del centro de negocios del Port Nou, a la sombra de la Torre de les Arts. Estaban acabando las obras de acondicionamiento y permaneció a una prudente distancia para observar cómo se movía Charo entre ebanistas y electricistas, con unos planos en una mano, la otra sobre la osamenta de la cadera izquierda de unos pantalones téjanos muy bien llenos. Por un instante la edad de Charo le pasó por el centro del cerebro como un rótulo en movimiento, pero se negó a leerlo. Seguía teniendo silueta de muchacha aunque se le había redondeado la cara y era evidente el teñido de sus cabellos blancos, transmutados en el caoba de moda en muchas cabezas femeninas. En las playas cercanas que crecían a su izquierda hacia la escollera, las playas de su infancia, y hacia el Maresme a su derecha, la Copacabana barcelonesa heredada de los Juegos Olímpicos, los cuerpos consumían Mediterráneo y sol gratis, y entre esos cuerpos evocaba la silueta grácil de la Charo que había conocido, para convenir que la actual Charo llenaría más los biquinis, más y bien, y sería necesario acercarse mucho a ella para verle el tango o el bolero de una vidaen el rostro. No quería ser sorprendido en su condición de voyeur, pero cuando dio la vuelta se topó con un hombre delgadito, de reducidas proporciones, canoso, super-vestido, encarnación de lo pulcro, que olía demasiado bien y le miraba con ojos excesivamente perspicaces.

– ¿Carvalho, supongo?

Original el hombre, pensó, pero no se entregó a su curiosidad, incluso dio un paso atrás para aumentar la distancia hacia la mano que se le tendía.

– Joaquim Rigalt i Mataplana, aunque Charo le habrá hablado de mí como Quimet.

Se lo imaginaba más alto, más gordo, más anodino, más obvio, pero tuvo que darle la mano mientras le estudiaba.

– ¿Ha quedado citado con Charo?

– No exactamente.

– Pero es una magnífica oportunidad de que nos veamos los tres.

Iba a poner reparos pero Charo los había visto y corría hacia ellos con la sonrisa franca, aunque los ojos ya estaban estudiando el continente de Carvalho y le pedían por favor que la ayudara. Besó en la mejilla a Carvalho, le dio la mano a Quimet, mientras miraba a derecha e izquierda por si su gesto era observado. Retuvo Carvalho la gestual prudencia de la mujer y se dejó llevar hasta el Port Nou para tomar una copa en una coctelería que olía a gamba como todo lo demás, mientras ponían al día el triángulo. Quimet dejaba que ella hablara para crear un ámbito propicio a los tres y Carvalho fingía escuchar mientras consideraba qué le iban a pedir y qué podía pedir a aquellas horas de la mañana: un dry martini con gamba. Recuperó la palabra

Quimet en su condición de Joaquim Rigalt i Mataplana, socio de doña Rosario, Charo para los amigos, en la explotación de Bio-Charo, un negocio más de los muchos que tenía, para el que había contado con una experta.

– Hay que diversificar el riesgo.

Guiñó el ojo a Carvalho y no fue correspondido. Luego se inclinó hacia él y le preguntó con voz de tenor lírico:

– ¿Qué piensa usted de Cataluña?

– ¿A quién se refiere?

– A Cataluña.

– No acabo de entender su pregunta. ¿Quién es Cataluña? Una entidad geográfica, administrativa, emblemática, simbólica…

– Nacional. Cataluña es una nación.

– No lo pongo en duda. Un sujeto colectivo, vamos, colectivo y virtual. Usted también es una nación. Todos son una nación. Lo que tengo muy claro es que yo no soy una nación. Bastante me cuesta ser un individuo y no confío en los pueblos. Los individuos pueden tener compasión, los pueblos no. Ser una nación me complicaría demasiado la vida. Pero adoro las naciones de los otros.

Charo le aplaudió con los ojos.

– Empezamos bien, Carvalho. Pero anem per feina [3], no desperdiciemos el tiempo. ¿Cómo le va su trabajo como detective privado?

– Son malos tiempos. La globalización nos ha afectado mucho. Las multinacionales controlan el negocio de las policías privadas y los detectives artesanos empezamos a ser considerados como una curiosidad antropológica. Nunca ha habido tanta Teología de la Seguri dad ni tanto chorizo y asesino en el mercado, pero la competencia de las multinacionales de la represión es desleal. Lo de la OTAN ya no tiene nombre. Ahora bombardean con misiles inteligentes, pero en el futuro van a detener y encarcelar con imanes sensibles a la carne humana vencida y a distancia.

– Es decir, no le va bien.

Carvalho se encogió de hombros y Quimet se consideró dueño del escenario.

– ¿Qué piensa usted de los servicios de información?

– ¿Se refiere usted a la CÍA, al KGB, al CESID y todo eso?

– Me está usted hablando de entidades concretas marcadas por circunstancias históricas concretas: la guerra fría o la transición democrática española. Me refiero a los servicios de información del futuro, a una nueva concepción de servicios de información adecuados a nuevas estrategias, a nuevas expansiones, a la nueva conflictividad regional de la globalización. El problema del espía moderno al servicio de las grandes potencias es saber a quién espiar. En cambio, el espía posmoderno al servicio de nuevos centros de poder fragmentarios ha de espiarlo todo. Usted perteneció a la CÍA o al menos eso se dice, ¿perteneció usted a la CÍA?

– Hace tanto tiempo que es tan probable como improbable.

– En cualquier caso retiene una experiencia que puede sernos muy valiosa.

– ¿A quién?

– A Cataluña.

Los ojos de Carvalho divagaron hacia una tienda de productos de espionaje que se abría al pie de la Torre de les Arts y Charo le siguió la mirada para después atrapársela e insistir en su demanda de moderación, de atención, que lo hiciera por ella, que no se precipitara. Carvalho se recostó en el respaldo de la silla para oír el razonamiento de Quimet sobre la necesidad de que Cataluña tuviera su propio servicio de información.

– Nos consta que están operando en nuestro territorio no sólo los servicios de información del Estado español o los de Francia, e incluso enviados de la Padania de Bossi, sino también los que se han constituido en otras comunidades autónomas, muy especialmente en el País Vasco, donde el PNV ha dispuesto de servicios de información desde hace más de cincuenta años, cuando Irala y Galíndez colaboraban con los norteamericanos.

– ¿Qué espían los vascos a los catalanes?

– Les interesa saber qué espiamos nosotros.

– De seguir con esta lógica, sin duda, todo el mundo tendrá que espiar a todo el mundo para saber qué espía.

– No lo reduzca al absurdo. Es probable que esa situación acabe por cuajar. Pero, en el terreno de lo concreto, nosotros hemos detectado la actuación de espías al servicio de poderosos grupos de presión económicos que podrían desvirtuar la idea misma de Cataluña: ¿Ha oído usted hablar de «Región Plus»?

– No lo suficiente.

– No es el momento, pero le adelanto que estamos ante una conspiración diabólica de la internacional popular, de la internacional socialista, en respaldo del nacionalismo español, aliadas con poderosos sectoresfinancieros para crear una nueva entidad regional multinacional que pueda competir con y arruinar incluso la identidad de Cataluña: la creación de un poderoso triángulo económico Toulouse-Barcelona-Milán que pasará por encima de los límites emocionales y nacionales de Cataluña. A eso se le llama Región Plus. El gobierno francés y el italiano colaborarían con el español en el proyecto con tal de arruinar el potencial escisionista de la Padania de Bossi y de la Cataluña Norte, por no mentar ya lo que sería una reivindicación occitana. Ni la Padania de Bossi existe, ni Occitania tiene posibilidad de emerger, pero Cataluña es y está, es y está en peligro. Lo que no consiguió el franquismo puede conseguirlo el economicismo apatrida. De prosperar, esa nueva base y territorio de intereses económicos puede inutilizar la idea misma de Cataluña. Destruir nuestra identidad. ¿Cómo podemos sentirnos miembros de un triángulo? ¿Vamos a inaugurar el patriotismo geométrico? Necesitamos hombres como usted, Carvalho.

Ahora era el detective el que escrutaba a Charo para que le ratificara las buenas intenciones de Quimet. ¿Se está quedando conmigo? ¿Es un vacileta? Y los ojos de Charo le contestaban: No. Va en serio, por favor aguanta. Quimet le tendía una tarjeta.

– Acuda a esta dirección y piense que las apariencias engañan. Cuando llegue enseñe la tarjeta y diga simplemente: De bon matí quan els estels es ponen… [4] .

– ¿No lo podríamos dejar en: Patufet, on ets? [5] .

Los ojos de Charo le estaban riñendo. Quimet reía.

En la tarjeta se anunciaba otra tienda, ésta de biodietética y salud llamada: «Lluquet i Rovelló.» Pretextó una urgencia y dejó a los dos socios sacando conclusiones. Era la hora del almuerzo y quiso localizar La Estrella de Plata, donde se servían tapas vanguardistas ideadas por un tal Dídac López, tapas milenaristas. Dejó la Villa Olímpica entregada a sus ciclistas, a sus bañistas tan partidarios del mar como de lo gratis y sus restaurantes de gambas, con la excepción del Talaia, donde se podía comer una síntesis de la nueva cocina metafísica de Ferran Adriá y neococina étnico-mediterránea, y marchó en dirección al Pla del Palau. Tuvo que luchar como en sus mejores tiempos de karateka para conseguir un lugar en la barra de La Estrella de Plata y pedir un repertorio de un corazón de alcachofa con un huevo de codorniz y caviar o un buñuelo de flor de calabacín relleno de foie-gras homologado. Si bien cuatro canapés exquisitos le habían abierto el apetito, al mismo tiempo le impedían seguir agrediendo su mezquina economía planteándose siquiera una comida modesta. Ya no se trataba de ahorrar para la vejez, sino de ahorrar insuficientemente para la nada. Una reciente consulta de sus finanzas le arrojaba el balance de diez millones de pesetas que a plazo fijo le rendían quince mil pesetas al mes. Eso era todo lo que tenía, a no ser que se vendiera la casa de Vallvidrera y se fuera a vivir bajo un puente con las quince mil pesetas de renta mensual. Así que se lió el presupuesto a la cabeza y marchó hacia el restaurante Sr. Parellada, donde Ramón, en otro tiempo héroe del rock catalán y ahora responsable también de la Fonda Europa de Granollers, le hacía precios especiales o al menos le invitaba a una copa. Quería comer cocina catalana, empezar a identificarse totalmente con la causa y pidió escudella barrejada [6] y peus de pare amb cargols [7], consciente de que la escudella barrejada es la resaca de las mejores escudellas, los restos de sus esplendores y que los pies de cerdo con caracoles son anticalóricos y nulos portadores del colesterol.

– ¿Algún caso entre manos?

Preguntó Ramón antes del postre de rodajas de naranja al jugo de naranja con fragmentos de corteza confitada.

– Debo terminar de encontrar al asesino del testigo de Luzbel. No sabe usted en qué lío me he metido. No creo en la religión verdadera y me meto en una religión falsa. Por otra parte puedo tener otro caso mayestático: salvar una nación.

– ¿Qué nación?

– No tiene el nombre puesto al día. Una nación errante por el desierto durante siglos acaba perdiendo hasta el nombre.


Al entrar en el despacho vio que la suerte estaba echada. Biscuter le había dejado sobre la mesa el parto de una llamada del fax.


Basta ya de pelar la pava, no tenemos tiempo que perder (temo que inicie sus vacaciones, y nos quedemos en «suspenso»; eso de tener que trasladar a septiembre lo que pudo haber sido y no fue no va conmigo). No me gustó su autógrafo.

Cuando se ha podido pintar Las Meninas -las de Velázquez-, uno no puede conformarse con haber hecho un chiste de Mingote, por buenos que sean el chiste y su autor. Pero es que, por lo que sé o me han dicho, su vida ha penetrado en las dimensiones del simulacro y me consta lo mal que lo pasó usted en su investigación de Madrid sobre el asesinato del financiero mecenas, y no digamos ya durante su larga estancia en Buenos Aires, una huida hacia adelante. Lo de Madrid lo juzgo más criticable. Usted vivió aquella experiencia y la contó a quienes le interesaba contarla, jugando con la singularidad de transgredir el principio de Pauli (dos cuerpos no pueden ocupar, a la vez, el mismo espacio al mismo tiempo). Un crimen que según usted comete «El autor» de una novela que se presentaba a un concurso literario; el tema: los entresijos económicos, políticos, literarios en el fallo de un premio. Un espejo perfecto en el que puedes caminar hacia dentro o hacia fuerasin apenas darte cuenta: genial. Un remedo de cómo Velazquez concibió Las Meninas; haciendo que el autor, incluso el espectador sean parte de la composición; un planteamiento insólito con resultado de: espléndido. Es «el cuadro», ni Vermeer merece con Delft tanto elogio. En cuanto al planteamiento: 10.

Estoy pensando que… salvo que me lo permita, expresamente, no puedo continuar, mi buena educación me lo impide; ¿es mucho pedir que responda con un sí o un no, simple y llanamente?

Cuánto me gustaría que su fax emitiera en vez de ese impertinente sonido música de bolero, le convendría mucho a mi «negocio», será más fácil que usted ceda si suena.


adoro las cosas que me dices,

adoro nuestros ratos felices…


Alicia (detrás del espejo)


¿Qué se había creído aquella imbécil? Allí estaban las siglas SP Asociados y el número de teléfono. Quedaba a su merced para una réplica contundente. ¿Qué derecho tenía a meter la crítica en su vida? ¿Era responsable Carvalho de cuanto se especulara a su costa? ¿A qué podía contestar sí o no? Señora, envíeme una foto y juzgaré si vale la pena proponerle que nos vayamos a la cama. Pero, todavía irresoluto sobre qué hacer con el fax, de nuevo se puso en marcha la máquina trituradora del silencio y otra vez SP Asociados y el teléfono de referencia como cabezas de un nuevo texto.


Volviendo a la actuación en Madrid que me ocupa, a mí, porque por lo que veo usted ni caso. Usted se hizo, como siempre, una composición de lugar a partir de un boceto de los personajes que ya tenía en la cabeza, como en su día hizo conmigo: yo debíacoincidir con el diseño elaborado por todos sus prejuicios. Ya me imagino cómo aparecieron ante usted los presuntos implicados. Usted siempre utiliza la técnica goyesca, es decir: pinceladas gruesas, resueltas, seguras, que, con la precisión de un bisturí, hacen aflorar la individualidad de cada uno. Cromático. Usted es un voyeur que se pinta la realidad a su medida. ¿En qué colores me tiene descrita en el archivo de su memoria? ¿En qué momento me abandonó del bolero in crescendo de su historia sentimental, como el de Ravel, in crescendo pero roto en cuanto a usted le interesa coger el disco y destrozarlo? Musical. En las mejores piezas musicales la clave está en el contrapunto, con él se armoniza la composiáón; Carvalho, el personaje ficticio, es, precisamente, el encargado de darle visos de realidad, de hacer «digestible», ligero, un paisanaje denso, casi intrincado. Sabroso.

El caso del asesinato de Lázaro Conesal tiene en su desarrollo vocación polifónica, trata de ejecutar a la vez distintas melodías, esboza por un lado la trama económica, por otro la político-social y finalmente la literaria; como lo haría un compositor: solapando un tema con el otro, el primero que suene en solitario, luego se fusione con el siguiente, lo abandone para que luzca, solo, este último que se imbricará con el tercero…., y vuelta -ouroboros- a empezar. Sinfónico.

Pero en algún momento empieza a deslavazarse la sinfonía; los sones persisten y los tiempos se respetan, es cierto, pero… el resultado es una amalgama de temas que suenan dispares, estridentes…, eso sí -y para más inri-, con frecuencia. Cacofónico. No quise preocuparme (me dije: Es seguro que lo hace a propósito), que todo lo ha vivido con voluntad de que la vida sea un gallinero con esa escalera que es una metáfora, la vida es como la escalera de un gallinero, corta pero llena de mierda. Supe que usted había recuperado en Madrid a una mujer de la que estuvo encaprichado y no le supongo más interesadoporque usted con las mujeres nunca pasa del escalón del capricho. Y en la relación con esa mujer sonó el primer inarmónico. Usted contempla como un epifenómeno a un chaval de dieciocho años, el hijo de Carmela, cuando le hablaba en argot despectivo de los códigos de su madre y de usted mismo, un muchacho capaz de juzgar que su madre sigue a Julio Angui-ta como si fuera Michael Jackson, y que Anguila tiene algo de Jackson, es un rojeras blanqueado o un blanco enrojecido. Y ridiculiza a su madre porque según él está apuntada a todas las sociedades secretas del rojerío: SOS Racismo, Derechos Humanos, Fuera las manos de Chiapas… He hablado con el muchacho. He seguido sus pasos, Carvalho, incluso provoqué una conversación desinteresada con Carmela para ver qué papel ocupaba usted realmente en su vida. Puedo adelantarle que en dos ocasiones, a comienzos de los años ochenta y afínales de los noventa, Carmela estaba esperando que usted se bajara del avión y se quedara con ella. No le conoce. Carmela no le conoce, señor Carvalho. Comprendo que le preocupa saber que yo he investigado sobre sus investigaciones, como a veces se pinta un cuadro sobre otro cuadro, se llama pentimento, o se escribe en las partes en blanco de un libro ya impreso. Sospecho que esta revelación le ha sentado fatal.

La música que, ahora, debería emitir su fax:


Adiós barquita de vela

galeón de mi querer.

Tu bandera y mi bandera

ya no han de volverse a ver.


Reply please.


Tentetieso

(sigo, detrás del espejo)


Posdata: La recuperación de Carmela estuvo a punto de lograrse, sólo a punto. ¿ Qué ocurriría si intentara recuperarme a mi? ¿ Tan difícil es reconocerme, rescatarme de entre las páginas de su memoria? ¿No ha coleccionado los pétalos de todas las flores que ha tronchado? Perdone la cursilería. Es una cursilería controlada.


¿A qué pétalo se refería la vaca del fax? No podía ser otra cosa que una vaca acechante con sus cuernos desportillados y tetas cargadas de leches con sabor a peladillas, leches en technicolor barato, technicolor para niños postal souvenir. El contacto con los testigos de Luzbel lo tenía a las cinco de la tarde en el nuevo Zurich de plaza de Cataluña, una reproducción clónica del antiguo, del mismo modo que el Liceo lo era de sí mismo. Tiempos de ingenierías del simulacro y la nostalgia, farfulló Carvalho, predispuesto a una sesión de espiritismo delante de una horchata o de un granizado de café. Rambla arriba, sus ojos y el verano desnudaban los cuerpos de las muchachas, incluso el de algunas mujeres, y Carvalho se hizo el test de la edad. ¿Quiénes le atraían más, las muchachas o las mujeres? Las mujeres. Respiró aliviado.

La horchata le parecía escarcha abierta y pobre y trató de recordar de dónde salía la metáfora hasta que le vino un vómito poético, los versos de Miguel Hernández escritos en la cárcel, mientras su hijo se amamanta con leche materna a su vez fruto de cebollas de posguerra: «La cebolla es escarcha cerrada y pobre.» El sociólogo Anfrúns no se retrasó en exceso, varios lustros más viejo que cuando se conocieron en el caso de la gogo-girl, con las mismas melenas lacias mayo del 68, ya envejecidas en los ochenta y diríase que no muy limpias, pero ahora, al final de los noventa, canosas y recogidas en una coleta. Su alta estatura compensada por unos hombros vencidos hacia delante, de tanto como había tenido que inclinarse para hablar con una humanidad más baja.

– De la sexología a la teología, un carrerón.

– Son tiempos teológicos, Carvalho, cualquier afirmación sobre el futuro es teológica porque nadie lo ha diseñado y el neodeterminismo capitalista se ha cargado la esperanza, es decir, el futuro como religión, tal como lo proponía Bloch. Por eso el gran mercado del próximo siglo será el religioso. Aparecerán religiones de marketing. Lo de las sectas es mera prehistoria.

Pidió Anfrúns un whisky con mucha agua o mucha agua con un whisky y Carvalho un whisky corto de Malta y sin hielo si tenía más de diez años. Divagaba Anfrúns sobre lo sensato de que aprendiera a orientarse en la selva de las nuevas religiones y a Carvalho se le entretenía la mirada en la observación de los cuerpos femeninos, así como en la adivinanza de la procedencia de los extranjeros, convertida la ciudad en un mito europeo por su condición de ciudad mediterránea habitada por seres que, según las encuestas, cifraban su máxima aspiración antropológica en ser suizos o japoneses en el caso de no poder seguir siendo catalanes. Era lógico que ciudadanos con tales expectativas merecieran la curiosidad universal. Pero Anfrúns había pronunciado la palabra Luzbel y con ella le obligaba a volver a su lado.

– ¿Qué decía usted de Luzbel?

– Que es una secta disuasoria.

– No lo entiendo.-La ha creado un grupo de presión contra otro. Al parecer hay negocios futuristas por medio y se juegan unas cantidades que se acercan al concepto de infinito. Jugadas de fondo de alta ingeniería geoeconómica. Todo empezó cuando el hijo de un industrial poderosísimo montó una secta para poder follarse a unas cuantas chicas y su padre le retiró el dinero porque no le gustaba que su hijo le saliera antipapa y además follando. El padre era del Opus Dei, fracción sin cilicio. Nada menos que Pérez i Ruidoms. De la noche a la mañana al chico le empezaron a llover remesas de dinero, al parecer de adictos y simpatizantes, pero era dinero del grupo Mata i Delapeu, ya les conoce, lo son todo, y nada bueno si les aplicamos un decálogo de capitalismo constructivo. Desarmadores de fábricas y negocios que se han hecho multimillonarios. Compran empresas a la baja con el personal ya despedido, las racionalizan mínimamente o venden lo que queda, solar, edificios. Un negocio limpio. Fíjese. Todo el planteamiento es coherente. Pero resulta que Albert Pérez i Ruidoms, satán, liga para la secta y para la cama a Alexandre Mata i Delapeu, precisamente el chico muerto. El asesinato de un miembro de Luzbel, al parecer en un ritual, coloca a la secta bajo el reflector y la personalidad del gurú implica a su padre y a todo lo que representa. Aparecerán dobles contabilidades, recuerde lo que le digo, se acercan las elecciones autonómicas, en otoño, hay serias posibilidades de que los nacionalistas pierdan frente a las izquierdas y el escándalo salpicará incluso a altos cargos del gobierno autonómico.

– ¿Por ejemplo?

– Ventolrá, Sitjar, Rigalt i Mataplana.

Retuvo con los oídos el nombre completo de Quimet Rigalt i Mataplana; con los ojos cerrados para aumentar la impasibilidad de su rostro, calculó la próxima pregunta.

– ¿Tiene algo que ver esta operación con Región Plus?

Anfrúns estaba demasiado alarmadamente sorprendido como para fingirlo.

– No me haga caso, en esto de las teologías soy un recién llegado. De esos que me ha nombrado me interesaría saber quién es quién.

– Ventolrá es uno de los príncipes herederos del gobierno nacionalista, uno de los delfines de Pujol, aunque lo peor que le puede ocurrir a un catalán ambicioso es que todo el mundo lo considere delfín de Pujol. Ninguno ha sobrevivido políticamente para contarlo. Sitjar lo sabe todo sobre las finanzas del presidente y su familia. Y Rigalt i Mataplana lo sabe todo y de todos. Es un hombre de gran habilidad, muy fiel al presidente desde que eran adolescentes. Un gran conseguidor. Se hizo rico en Andorra y riquísimo en las islas Caimán pero nadie se lo recuerda. Nunca se le ha relacionado con ninguna corruptela. Está casado con una Fatjó, no sé si le dice algo el apellido. De los Fatjó de cementos Pols, recientemente vendidos a una multinacional. No le digo lo que han cobrado porque no me cabe en la boca, ni a usted en el cerebro. Por la cara que pone usted no sabe nada del quién es quién de este país. Es como si usted fuera un marciano.

– Estoy de paso.

– ¿Desde cuándo y hasta cuándo?

– Desde siempre y para siempre. Concretemos, Anfrúns. Me resulta extraño hablar con usted de religiones y poder. Le suponía un señor de las tinieblas del sexo y ahora le veo como intermediario de una secta satánica.

– Soy el intelectual orgánico del grupo. Lo mío es ser intelectual orgánico. Lo fui del PSUC. Luego de la sexología orgánica, como usted recuerda, y ahora trato de seguir siendo un gran urdidor, pero no soy el que era. Concretemos si quiere. El chico asesinado era un neófito en la secta, pero muy bien escogido porque se dice tenía relaciones sexuales con el profeta.

– ¿No era un follica de chicas el profeta?

– Está saturado de heterosexualidad. Era lógico que quisiera probar otras cosas. A mí me pasó. ¿A usted no?

– Si me molestan las mujeres mal afeitadas, imagínese los hombres.

– No sólo se dice que se acostaba con el profeta sino que es un Mata i Delapeu.

– ¡Cono, Anfrúns! Aquí todo el mundo suena a muy importante y tiene dos apellidos unidos por una conjunción copulativa. Sea maricón o no, sea el profeta o su padre o el asesinado.

– Este país, al igual que España y como sucedió en Europa después de la segunda guerra mundial, ha creado una nueva clase y ha asumido las oligarquías anteriores. Usted sabe que yo empecé de sociólogo y sé lo que digo. No me eternice la tarde. Estoy llegando al final de lo que sé. El chico Pérez i Ruidoms sigue imputado pero está en libertad bajo fianza. El crimen bien pudieran haberlo cometido un grupo de sicarios balcánicos que se alquilan a buen precio y a estas horas estarán otra vez en su país cortándose los cojones losunos a los otros. Ahora se llevan mucho las cuadrillas de sicarios kosovares porque de algo tienen que vivir y los mejores sicarios vienen del hambre y de las guerras. Pronto vendrán sicarios chechenos. Los pobres del mundo son pobres pero no tontos y ya saben que los ricos del mundo necesitan asesinos.

– La petición de que investigue el caso me ha llegado desde el arzobispado de Barcelona.

– Si el arzobispado de Barcelona ha recurrido a usted para que investigue es porque las sectas se han especializado en llenar de grafitti los muros del arzobispado y porque lo ha solicitado la madre de Mata i Delapeu, Delmira, de soltera Rius i Casademont, que es una beata metida en todas las ONG católicas para olvidar que su marido la engaña hasta con muñecas hinchables, hinchadas o deshinchadas.

– Me convenía saberlo antes de hablar con el señor obispo. De hecho, la llamada me llegó de Caritas.

– No hablará con él. La cosa quedará más abajo. Además no es sólo obispo o arzobispo, es cardenal. ¿Qué haría usted si le recibiera el cardenal? Me descojono imaginando su reacción.

– Si llevara sotana le pediría un baile. Lo leí en alguna parte. Una vez un gamberrillo le pidió un baile a un obispo seducido por lo bonitas que eran sus faldas. Pero hagamos un resumen del organigrama oligárquico-satánico de Cataluña y corríjame si me equivoco: un chico Pérez i Ruidoms monta una secta satánica para poder follar y con el tiempo aparece el cadáver de un chico Mata i Delapeu, que al parecer jugaba a papas y mamas con el chico Pérez i Ruidoms. La madre de Mata i Delapeu, que sigue utilizando los apellidos del marido aunque él se acueste con muñecas hinchables, me pide que investigue el caso y usted, intelectual orgánico de Testigos de Luzbel, me informa que aunque las apariencias acusen a Albert Pérez i Ruidoms, todo es un montaje de oligarcas para hundir a otro oligarca, el todopoderoso Pérez i Ruidoms, Gran Oriente o Gran Rabino del Opus Dei y padre del profeta satánico. Oriénteme en la selva del sectarismo y de los sicarios.

Anfrúns le hizo un resumen de las sectas en presencia, una broma subdesarrollada si las comparamos con las sectas norteamericanas, por ejemplo. Los neonazis se van metiendo en las sectas porque no saben dónde meterse. El capitalismo de momento no les necesita y hay que ser de algo, del Barca, del Español, del Real Madrid o de la Iglesia de Satanás o de Ordo Templi Orientalis o de Orde Illuminati. Derechas. Derechas tradicionales o anarcoderechas.

– La más notable es la Iglesia de Satán, fundada por un diplomático del PP y con algunas vinculaciones con la secta Moon a través de sus dirigentes. La secta OTO-Auténtica tiene como líderes a un taxista y a un guardia jurado. Hay algo de misas negras y de venta de cuchillos de sacrificios rituales pero, que se sepa, sólo matan gallinas, gatos y borreguitos, tal vez algún perrillo. La nuestra es una secta modesta, pero con mucha capacidad creativa, que sin modestia alguna me atribuyo, porque yo soy un profesional de la imaginación teórica y me gusta izquierdizar un poco la propuesta, no porque espere hacer la revolución a través de la religión, sino para tocarle los cojones a la burguesía. Aunque a veces la mejor manera de tocarle los cojones a la burguesía sea hinchárselos y que se crea que tiene cojones. Recuer-de mis teorías sobre la sexualidad orgánica. Estuvimos a punto de hundir el sistema predicando la libertad sexual. Todo el mundo se apuntaba, pero llegó el sida y el papa polaco. Se me acaba el tiempo. Tenga una lista y molésteme lo menos posible.

Le dejó un papel en una mano y se marchó: Corrent 93, DV 69, Fundació del Gen Sagrat, Grupo Astaroth, Germanes d'Halo de Beelsebul, Germans de Changó, Macho Cabrío, Templo de Seth… Carvalho apenas se entretuvo en la lectura del resto de la lista y saltó en seguimiento de la estela de Anfrúns, que caminaba con andares de sociólogo con poco tiempo para acabar una investigación de campo. El sociólogo atravesó la plaza de Cataluña, tomó hacia la Via Laietana y descendió por la acera de la derecha a paso rápido hasta llegar al edificio de la Central de Policía, para entonces atravesar la calle, como si no le gustara pasar por delante de la puerta de la antigua cheka franquista, actitud que Carvalho frecuentemente compartía y esta vez le agradeció. Anfrúns ganó el mercado de Santa Catalina, del que sólo quedaba la fachada a la espera de la reconstrucción de los interiores y se metió en las calles de la Barcelona gótica hasta llegar a un viejo caserón medieval en el que se introdujo por el procedimiento de dar un empujón al portón. Cerrada la puerta ante sus narices, Carvalho buscó en el marco, en la fachada alguna indicación sobre la función del edificio, pero no la había y decidió meterse en el bar El Xampanyet, situado frente al callejón, desde el que podía ver quién entraba y quién salía. Sobre la barra, correctamente alineados, montaditos a la vasca que se habían expandido por Barcelona como una epidemia de tapeo posmoderno, «collage y eclecticismo», había leído en una nota de La Vanguardia a cargo de una tal Carme Casas. Al segundo montadito su seguimiento y expectativa tuvieron compensación. Quimet se introducía por la misma puerta que había engullido un cuarto de hora antes al socio-logosexual reciclado en intelectual orgánico de Satán, Jordi Anfrúns.


A partir de la percepción, casi cabalística, que me sugiere su vivencia del asesinato de Lázaro Conesal, andaba yo a caballo de distintas y encontradas emociones… Las ecuaciones de segundo grado (¿ recuerda?), esas que resuelven las expresiones matemáticas que admiten 2 resultados, son triviales para mí y, al parecer, también para usted.

Siempre me parecieron las matemáticas un producto etéreo, seráfico, sujeto a los más estrictos preceptos, sin mácula, sin fisuras, virginal, tan sólido y consistente que… daba asco; hasta que aparecieron por el horizonte, para rescatarlas de ranciedad, de rigidez, de olor a virtud (¿polillas?), las mencionadas ecuaciones (como el séptimo de caballería, en panavisión y la banda sonora acorde con el momento), convirtiendo esta disciplina en: mágica, imprevista, sorprendente, indeterminada, ambigua; en una palabra: desconcertante. El plural con el que se las nombra ya pronostica tan mudable naturaleza.

Me consta que usted siempre sabe quién es el real asesino, y que tolera que la soáedad asuma el asesino necesario, incluso con el acuerdo más total del entregado. Una personalidad tan intrincada como la suya es capaz de astucias sibilinas capaces de idear, fraguar, objetivos que le permitan seguir siendo un voyeur, como siempre, de la historia y de la vida.

Una pericia, por otra parte, ampliamente demostrada entodos los trabajos en los que participa. Incluso en el que aparecía yo. ¿Sigue sin identificarme? ¿Por qué no quiere identificarme? ¿Será tanta su indiferencia o su soberbia que no tiene ningún interés en reconocerme? Puede localizarme a través del fax remitente. ¿No es usted un detective? ¿Por qué no lo hace? ¿Me tiene miedo? Quiero ocultar mi personalidad para obligarle a descubrirla. Pero volvamos a mi desguace de su aventura madrileña escenificada en ese hotel convertido en el misterio de la habitación cerrada. Por lo que me han contado de lo ocurrido allí dentro antes de que se convirtiera en dominio público, allí hubo una farsa barroca y entrecortada, como si de estertores se tratara, prolongada y fatigosa. Usted, como siempre, o como últimamente, lo vivió todo pasivamente, mirón, mirón, supongo que la misma actitud que demuestra ante mis fax, la misma que demostró ante mí misma. Yo soy capaz de «perdonarle» y defender su causa en casi todas las circunstancias, también ahora lo haría ante mí, pero la condición necesaria no se da, que usted diga, haga algo. Espero que entienda mi disgusto, aunque éste no depende de su grado de comprensión, es inmutable.

No, no hay música.


TORQUEMADA


(¿era un hombre?, ¿seguro?)


Los fax se sucedían y, una vez agotado el caso Conesal, ella se dedicó a analizar otras andanzas, como si hubiera espiado su trayectoria profesional y se hubiera convertido en detective de otro detective. Quizá lo mejor sea llamarla y proponer un encuentro, pero el verano se ultima como un balance de la verdad del invierno, con su falsa promesa de cambiarlo todo, y cuando pase, la vaca del fax ya habrá olvidado su obsesión. El cadáver del hijo de la señora Mata i Delapeu ha recibido cristiana sepultura pese a su satanismo y la madre reclama de la sabiduría privada de Carvalho lo que no espera recibir de la policía pública.

– Justicia y paz de espíritu. Hasta que pueda mirar al fondo de los ojos del asesino de mi hijo no podré dormir en paz.

Debía ir al encuentro de aquella viuda de su hijo. Otra madre culta y rica engendrando un desplazado rico, culto y tonto. Un tema de satanismo ayuda a pasar el verano, además debía reunirse cuanto antes con Charo para clarificar lo que pudo haber sido y no fue o lo que ya no podría ser, aunque se asumía a sí mismo por primera vez molesto ante la idea de que Charo dependiera de otro hombre, porque ya no ejercía un oficio, sino que se había consagrado como amante o concubina de un señor respetable que le había puesto un negocio. La vaca del fax. Satán, Charo. Quimet y el espionaje catalán. Demasiado para una rentrée. Tiró de uno de los cajones de su mesa de despacho y junto al radiocasete que Charo le había enviado desde Andorra tenía el traje de baño. Biscuter en la cocina trajinando guisos que olían a azafrán, en el lavabo Carvalho se puso el traje de baño a guisa de calzoncillos, se volvió a vestir y bajó hasta el parking en busca de su coche, al que le regalaba la condición de cabina de playa. Condujo Ramblas abajo hasta el puerto y luego fue a la Vila Olímpica a por el parking situado a la sombra de la Torre Mapire. En el interior del coche se quedó en traje de baño y camisa, guardó su ropa en el maletero y subió hasta el Port Olímpic para avistar la lontananza de playas sucesivas y gratuitas donde los cuerpos depredadores asumían el regalo del mar recuperado tras varios siglos de murallas y contaminaciones. A su izquierda la Vila Olímpica empezaba a enmascararse de árboles y se hacía perdonar su escasa ambición arquitectónica, y a la derecha el mar rutilante y ciudadanía en sus mejores y peores cueros, pero dispuesta a gozar del paraíso. Era de nuevo el mundo de su infancia, cuando las playas «libres» por gratuitas de la Barceloneta le regalaban la condición de bañista y la sorpresa de su propio cuerpo liberado por las aguas. Ahora las playas se sucedían y de seguir andando llegaría hasta la frontera francesa sin perder el favor del mar, pero lo que le interesaba era comprender la nueva ciudad, el sentido de aquel añadido urbano junto a la voluntad de supervivencia del cementerio cerrado y romántico del Poblenou, los caserones cúbicos reciclados por la cirugía estética de la cultura del simulacro, las chimeneas desesperadas, acorraladas en su condición de obsoletos testimonios de lo que había sido a la vez Manchester e Icaria, tan acorraladas como las viviendas en otro tiempo baratas, protegidas, mal construidas que de pronto se convertían en un lacerante Harlem alzado junto a Malibú, en viviendas para pobres milagrosamente erguidas sobre el suelo más encarecido de la ciudad. ¿Qué bisagra unía su imaginario de Barcelona con esta atlántida de pronto emergente de los mares? Una huida hacia adelante o un nuevo sentido de ciudad definitivamente abierta y profiláctica, pasteurizada, al tiempo que la piqueta le rompía las ingles del Barrio Chino y las fantasmales barricadas de la memoria de la ciudad de la rabia y de la idea de la subversión, de la ciudad franquista, la ciudad de rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto quedade amor y de verdad. Tal vez la bisagra fuera el olor a gamba, la venganza de los olores de aceites envilecidos, refritos, aceites incorrectos en contra de la ciudad más correcta del Mediterráneo, un aceite sólido cargado de memoria, evocador de posguerras y derrotas.

Decidió sumergirse en la playa previa a la de los nudistas, porque era tópico que allí las aguas eran más limpias y que incluso se salvaban del retorno de la mierda desde los colectores cuando soplaba viento de levante. Estaban las parejas de siempre, las mujeres solas de siempre, los maricas de siempre, todos ellos en olor a una especial acracia, como si fueran descendientes directos de teósofos vegetarianos y anarquistas adoradores del sol, y convencidos de que la cebolla o el ajo, y sobre todo el agua de mar, lo curan todo. Y fue gozo lo que sintió cuando se puso de acuerdo con el frescor de las aguas y pudo nadar como había nadado la primera vez en que se sintió dominador del mar tras un cursillo infantil de natación en el Club Natación Montjuic, como si las aguas le devolvieran consciencia de aprendizaje y de ciudad, añoranza de aquellas escapadas hacia el otro elemento, a manera de huida de la solidez de los días y los barrios laborables, escapadas a bordo de tranvías jardineras, tranvías desvestidos, tranvías con escote y falda corta, sólo aptos para recorridos de verano y para muchachas convocadas por desnudeces precarias de posguerra, los sobacos sudados y entre los senos el resplandor de humedades profundas porque les llegaban hasta el sexo. Ganó pie otra vez sobre el fondo y con el agua hasta los hombros contempló los árboles jóvenes inmediatos, la púber Vila Olímpica, los ciclistas, los adolescentes surfistas, las parejas diríase que ácratas,los maricas en tanga y en régimen de jornada intensiva y se sintió fresco, feliz, reconciliado con la ciudad aunque sentía ganas de llorar porque sabía que no podía volver a casa, que nunca volvería a casa y que además era imprecisa la casa a la que no podía volver, como si fuera sólo un muro blanco donde el recuerdo reconstruía apenas los esbozos de los muertos que sólo él recordaba.

– Las deudas están pagadas y ya enterré a mis muertos. Perfecto fin de milenio y de vida.

Musitó y al tiempo que lo musitaba pensó que debía llamar a la vaca del fax, que era lo único nuevo que le había pasado desde el viaje a Buenos Aires o probablemente desde el paso de Claire por su vida o más lejos, mucho más lejos, desde el momento en que decidió no dejarse sorprender por nada que pudiera hacerle consciente de su fragilidad. Le molestaba tomar el sol como un león marino varado en la arena y apenas lo resistió diez minutos para volver a zambullirse y solearse diez minutos más antes de acudir a la ducha pública, es decir gratuita. Gratuita, pensó, repensó, Pepe, se dijo, empiezas a tener alma de jubilado. Caminó de regreso al parking mientras se secaba al sol y seleccionaba cuerpos de mujeres tendidos y las piruetas deportivas de niños y muchachos que jugaban a fútbol o a voleibol, evocadoras de fugas infantiles motivadas por el impulso del cuerpo a buscar espacios libres en la naturaleza libre. Le vino a la memoria ¿o de la memoria? una montaña de Montjuïc menos ordenancista que la actual, llena de solares abiertos por las bombas o ganados por el derrumbamiento de pabellones de la Expo del 29. Y si no en Montjuïc, en infinitos extrarradios tan próximos enton-ees y ahora sepultados por las construcciones. ¿Por qué recordaba tanto la infancia últimamente? Ya en el parking se vistió sobre el traje de baño ya seco y recompuso su aspecto de detective vestido con rebajas de El Corte Inglés para merecer una mirada aprobadora de la madre viuda de su propio hijo.

Delmira Mata i Delapeu le esperaba en un importante ático de una calle con arbolado atípico, acacias, y entradas de servicio, un apartamento a la medida de cualquier separada del marido que no necesita al marido para comprarse un ático de más de cien millones de pesetas. Tenía la mesa del living room llena de novedades editoriales: La estructura de la realidad de David Deutsch, Sara y Simón de Erick Hackl, El orden político en las sociedades en cambio de Samuel P. Huntington, La era de la información de Manuel Castells, la revista Realitat del Partit deis Comunistes de Catalunya, publicaciones y folletos de Sal Terrae y En el mismo barco de un tal Sloterdijk, librito de proporciones humanas que Carvalho tomó por su reducido tamaño y abrió para leer: «La posmodernidad es la época "después de Dios" y después de los imperios clásicos y de todas sus sucursales locales. Con todo, el huérfano género humano ha intentado formular un nuevo principio para la coperte-nencia de todos en un nuevo horizonte de unidad: los derechos humanos.» No tuvo tiempo Carvalho de seguir leyendo para establecer la conclusión de si Sloterdijk creía o no en los derechos humanos, porque la madre trágica y más anciana cada día había aparecido vestida con la sobriedad agrisada que su luto interior requería y las arrugas acentuadas en su rostro. Se pasó Carvalho una mano por los ojos para quitarse el filtro irónico que juzgó exagerado, mientras con la otra mano sostenía En el mismo barco. La madre habló.

– Es un pequeño gran libro.

– ¿Decía usted?

– El libro que tiene en la mano es un pequeño gran libro sobre el desorden, sobre el nuevo caos.

Soltó Carvalho el libro como si le quemara en la mano y secundó el asentamiento de Delmira Mata i Delapeu en un sillón de terciopelo crema. Realmente había envejecido en los tres días que le separaban del primer encuentro y le salía la voz mal entonada, como inmotivada.

– ¿Sabe algo nuevo?

– Lo que sé me desconcierta y agrava la situación. Al parecer el asesinato de su hijo puede formar parte de un montaje para desacreditar al padre de Pérez i Ruidoms. Según parece es fácil contratar sicarios en estos tiempos.

Delmira cerró los ojos poco a poco, como si le doliera el simple roce de los párpados sobre los ojos despellejados de tanto llorar.

– Ni siquiera ha sido un asesinato humano.

– ¿Qué quiere decir humano en este caso?

– Por amor, por celos, por pasión. Ha sido un asesinato de probeta, de laboratorio financiero.

– Aún no sé nada. Quizá se había hecho usted ilusiones sobre la visita. He creído conveniente tenerla al día.

– No se justifique. Me gusta que haya venido. Me gusta la voz humana. Usted tiene una voz bonita. Grave.

Mantenía los ojos cerrados y cuando los abrió a Carvalho le parecieron tristes, viejos, hermosos. El detective perdió la urgencia de marcharse, dejó de sentarse en el canto del sofá y se dejó caer sobre el respaldo mientras le contaba a la mujer cuanto había captado durante el día que guardara relación con la muerte de su hijo, buscando palabras que no evocaran crudamente las relaciones que mantenían los dos jóvenes satánicos. Al llegar a este punto Delmira sonrió, tendió una mano llena de venas y de manchas para tocar apenas un brazo de Carvalho y luego retirarla.

– Gracias por la corrección de su lenguaje, pero yo sabía que mi hijo era homosexual. Varias veces lo comentamos y él creía que, desde luego, era el resultado de una elección libre de sexualidad, pero también una reacción contra su padre.

– ¿Complejo de Edipo?

– No. Era mi hijo pequeño. Yo era una madre vieja, de esas que no inspiran complejos de Edipo. Simplemente era un muchacho sensible que no podía soportar a su padre. ¿Ha visto usted El silencio de los corderos ¿Esa película sobre un criminal caníbal que siempre lleva mordaza para que no pueda matar y comer carne humana?

– Sí.

– Pues a mí y a mi hijo nos pareció una metáfora de mi marido.


Regresó a Vallvidrera con la compra recién hecha en la Boqueria. También el mercado estaba en obras y Car-valho temía que cayeran sobre él las mismas fumigaciones que habían eliminado todas las bacterias y todos los virus de la ciudad. Se había hecho deshuesar musli-tos de pollo, había comprado butifarra para rellenarlos y guisárselos con la tecnología punta de la pepitoria con nueces picadas acompañada de un paisaje de alcachofas. «Las nueces van bien para el colesterol bueno y disminuyen el colesterol malo», había dicho ante las cámaras de televisión un sabio con aspecto de estar severamente enfermo, tal vez porque no había comido nueces ni alcachofas a tiempo. Sobre las alcachofas todo lo sabía Carvalho, si las estofas se aprovechan todas sus propiedades y sabores, y, según pregonaban sus apologetas, es un alimento completo y poco tóxico para las personas de edad. ¿Qué puede ser más tóxico para la edad? El carecer de dinero. Las alcachofas son diuréticas, antirreumáticas, antiartríticas, depuradoras de la sangre y, sin embargo, se pueden comer e incluso cocinar. Le evocaban aquellos arroces individuales de su abuela, con una alcachofa sólo una, con un calamar sólo uno, un tomate, un pimiento, como si el uno fuera la expresión misma de su soledad y de la impotencia de comunicarse o simplemente de lo miserable de la pensión que cobraba como viuda de un guardia de la porra jubilado por la Ley de Azaña.

No quería complicarse la vida cosiendo los muslitos sobre su relleno e hizo una farsa de carne de cerdo, de pollo y jamón más algo de miga de pan, huevo y una trufa. Rellenó los muslos, los salpimentó, los untó con aceite con un dedo y los envolvió en papel metálico para hacerlos en papillotte. Mientras tanto tramó el sofrito, le añadió vino blanco, la picada de huevo duro, ajo, perejil y nueces y corrigió la salsa con un chorrito del coñac que conservaba las trufas. Una vez cocidos los muslitos, les quitó la mortaja, estaban perfectamente ensimismados y los dejó cocer cinco minutos con la pepitoria que bien podía nominar como si fuera suya. «Pepitoria Pepe Carvalho.» Todo ser humano debería poder tener un hijo, escribir un libro, plantar un árbol y patentar una receta de pollo en pepitoria.

Estaba cociendo arroz al caldo corto para acompañar el guiso cuando llamaron a la puerta y hacia ella fue no sin antes tomarse medio vaso de vino tinto Aillón. Charo era quien llamaba y Carvalho la hizo pasar con la naturalidad de un reencuentro inmediato, como si sus relaciones no hubieran tenido un aplazamiento de casi siete años. Ella había conservado los reflejos con los que se metía en la casa y reaccionaba ante evidencias que la obligaban a admirarse por más que las hubiera asumido a lo largo de tantos años: que Carvalho estuviera cocinando, que tuviera la botella de vino abierta, y ya echó una ojeada sobre la biblioteca como tratando de adivinar qué libro iba a quemar Carvalho en la chimenea por encender como último resplandor del verano. Al retenerle esta mirada, Carvalho tuvo que plantearse por dónde entraría en contacto con el cuerpo de Charo y qué libro podría quemar para encender la chimenea. Probablemente ella esperaba el abrazo ahora mismo, cuando caminaba delante de Carvalho y era previsible que él la abrazara por detrás y la asumiera toda, entera, pero precisamente por la condición de abrazo total y recuperativo, Carvalho lo consideraba excesivo. Tal vez cuando ella le diera la cara podría darle un beso en cada mejilla o quizá Charo lo consideraría un protocolo banal y esperaba que él la abrazara de frente, que la besara, que la besara profundamente. Más difícil que un primer encuentro, el reencuentro empeoraba el cálculo estratégico porque no estaba claro qué grado de recuperación querían Carvalho o Charo y era de temer el desencanto al que podría llevarles una dramaturgia mal calculada. En el primer encuentro el deseo ayuda a la imaginación, pero en el reencuentro son inevitables las ruinas del sentimiento y de las sensaciones que asisten al acontecimiento como un paisaje correlato de destrucciones. En cuanto Charo hablara, su tono de voz marcaría el de la recuperación, y la mujer se volvió de pronto, tenía lágrimas en los ojos y se lanzó a detener el andar calculador de Carvalho para abrazarlo, besarle una, diez, cien veces en todos los lugares del rostro donde le alcanzaban los labios, y él asumía el asalto con los ojos cerrados, sintiendo los besos como picotazos blandos que trataban de romper una coraza de tiempo y distancia. Maquinalmente tomó la iniciativa, la inmovilizó mediante el abrazo y se besaron con las lenguas como avanzadillas del cerebro. El hijo predilecto de Carvalho se inquietó entre las piernas y fue la señal de que la noche podía ser afortunada, porque era indeseable quedarse en la superficie del recuento de lo no vivido y no acceder a la verdad de la penetración. Hubiera sido no lograr el grado cero de la recuperación. Ya estaba roto el hielo o lo que fuera y lo urgente era que lo banal los liberara de la teatralidad excesiva, pasar del drama sentimental a la ligereza de una alta comedia y, para conseguirlo, Carvalho llenó dos vasos de vino e iba a proponer un brindis cuando se contuvo, consciente de la responsabilidad excesiva del brindis, o demasiado comprometedor o demasiado distanciados ¿Por nosotros? ¿Por el reencuentro?

– Porque siempre podamos besarnos con ilusión.

Había proclamado Charo y Carvalho secundó el brindis temeroso de que brindaban excesivamente. Pero ya le convocaba la voluntad del anfitrión y calculó si los efectivos de la cena para uno cumplían como cena para dos.

– Es plato único.

– Qué mal suena eso y en cambio qué rico debe de estar.

– Te haré un postre.

Limpió Carvalho dos manzanas, las cortó en gajos y las pasó por una sartén apenas untada con mantequilla. Cuando ya estaba casi vencida la resistencia de la carne, añadió medio vaso de Grand Marnier y fructosa y esperó a que las frutas cedieran en su resistencia sin ablandarse del todo. Batió un huevo, harina, tres claras a punto de nieve, fructosa y colocó el líquido en el molde caramelizado para distribuir luego los gajos de manzana simétricamente. Cuando ya estaba la composición dentro del horno, Charo se interesó por el empleo de la fructosa.

– ¿Tienes diabetes? Biscuter no me ha dicho nada.

– Biscuter no lo sabe todo sobre mí. No, no tengo diabetes, pero la tendré. Bromuro tenía razón. El enemigo está dentro de nosotros mismos y el muy hijo de puta estudia cada día por dónde puede jodernos y llega un momento en que se da cuenta de que envejecemos, de que se nos ha debilitado la defensa y entonces nos ataca por todos los frentes y si puede lo más que nos permite es agonizar bebiendo agua con una pajita o alimentándonos por la nariz.

– ¡Qué hombre éste!

Y aprovechó la vieja jaculatoria para volver a abrazarle, buscarle los labios, obtenerlos, empujarle hacia otro espacio, sin duda en dirección a la cama. Carvalho consideró las posibilidades que tenía de estar a la altura y a tiempo de que no se le quemara el postre, sin incurrir en la grosería de abandonar a una mujer entregada con la motivación de apagar el horno. Por otra parte, si lo apagaba ahora frustraba el cocimiento, ¿qué era peor, que se quemara o que no se cociera? Se fue desnudando abrazado a Charo, mientras ella avanzaba de espaldas hacia la habitación, y luego ella amortiguó las luces y se quitó la ropa con pudor, como siempre se la había quitado, no fuera a pensar Carvalho que se comportaba con él como con sus clientes. Ahora se desnudaba con temor a los años que había acumulado y Carvalho no quería verlos, se negaba a aceptar las erosiones, no fueran a conducirle al fracaso y así cuando Charo desnuda se frotó contra su cuerpo estaba convencido de que era la Charo de la primera vez y, cuando cambió de postura para la penetración, los juegos previos le habían ilusionado y se sintió poderoso, sin abrir los ojos o sólo entreabriéndolos para ver en la penumbra las facciones de Charo gozosa. Y así pudo sentirse contento consigo mismo cuando se desengancharon y Charo se apretó contra él para prolongar el abrazo y musitaba una, cien veces, como siempre, como siempre, como siempre.

– He soñado tantas veces en este reencuentro.

– Tú te marchaste.

– Pero nadie te ha sustituido. Ni Quimet. Él me ha dado una seguridad diferente, pero no es mi hombre. Tú eres el hombre de mi vida.

– Ya no me necesitas.

– ¿Por qué me dices eso?

– Has cambiado de oficio. Antes necesitabas un protector emocional y además te salía gratis. Ahora eres una mujer de negocios.

– ¿Tú pensabas de mí que era una puta?

– No.

– Yo tampoco pensaba que tú eras un protector, ni que salías gratis. Eras mi hombre. Lo sigues siendo.

Ya vestido, Carvalho llegó a tiempo de retirar el pastel de manzanas antes de que padeciera quemaduras de tercer grado. Charo seguía con su discurso. Quería poner sobre la mesa siete años de ausencia y todo el futuro que esperaba. Carvalho no contestaba. Tocaba libros. Los escogía y los desechaba. Por fin se quedó con uno en las manos, La vie quotidienne dans le monde moderne de Henri Lefebvre. Leyó como siempre una frase pretexto para la quema o para el difícil indulto: «la théorie du métalangage se fonde sur les recherches des logiciens, des philosophes, des linguistes (et sur la critique de ees recherches. Rappelons la définition: le métalangage consiste en un message (assemblage de signes) axé sur le code d 'un message, un autre ou le meme». Demasiada gente para llegar a la conclusión de que quemar un libro en una chimenea era un acto metalingüístico, por lo que descuartizó el libro y lo colocó en la base de la futura hoguera.

– ¿Por qué lo quemas?

– Porque todos recurrimos al metalenguaje sin necesidad de que nadie nos lo explique. También porque Lefebvre descubrió tarde el papel de lo cotidiano frente a lo histórico, descubrió tarde que siempre tienen razón los días laborables.

Charo elogió la cena y habló repetidamente de Quimet, de lo buena persona que era, de lo mucho que había hecho por ella y de lo mucho que podría hacer por Carvalho.

– ¿Recuerdas aquel tipo, Anfrúns, aquel sociólogo follica que apareció cuando yo investigaba el caso de la gogo-girl?

– Cómo no lo voy a conocer. Es un asesor de Quimet en asunto de religiones.

Charo amaneció a su lado y la acompañó hasta su tienda en la Vila Olímpica para trasladarse después al despacho de las Rambles. Durante todo el trayecto de descenso por la Ronda de Dalt, en busca de la Ronda del Litoral, la mujer no dejó de cantar y de preguntar, maravillada por todos los cambios de la ciudad. Parece otra, ¿verdad, Pepe? Como nosotros. También parecemos otros, ¿verdad, Pepe? Charo había prolongado el beso de despedida y luego le había retenido la mano de despedida, la mirada de despedida, había convertido la despedida en un final de capítulo de culebrón lleno de inquietantes premoniciones. Pero él sabía dónde estaba su norte desde el comienzo del día y no quería superar la ambigüedad con que acogía el intento de Charo para restablecer las relaciones de dependencia y por eso cuando llegó al despacho buscó los fax de la vaca y seleccionó el número de teléfono que figuraba junto al del fax.

– Perdone. He recibido varios fax de ustedes, de SP Asociados, pero no precisan quién me los envía. No. No puedo dar más detalles.

El interlocutor debía recorrer toda la oficina preguntando quién había enviado fax a un tal Pepe Carvalho. Notó el ruido del teléfono al moverse, también el sonoro silencio voluntario que se cernía al otro lado de la línea y de pronto brotó una estudiada voz de mujer, como si hubiera preparado lo que iba a decir durante mucho tiempo.

– ¿Carvalho? ¿Es usted? ¿Seguro?

– No lo ponga en duda. No aumente mi sensación de inseguridad.


Los Reyes Magos existen, ya lo sé.

Su llamada telefónica ha sido «una experiencia religiosa», todavía estoy aturdida, sorprendida y balbuceante (como habrá percibido). Yo le recordaba tímido, muy tímido, pero aparentemente prepotente (conmigo ejerció su prepotencia), además de muy ocupado. Por ello supuse que, como mucho y con suerte, me enviaría mediante el fax un lacónico Sí o No.

Me ha sorprendido del todo, no sólo por el medio, también sus explicaciones y mas aún que no supiera a qué debía responder. Yo, de momento, sólo le habría hecho una propuesta que, en el caso de resultar positiva, se traduciría en una aportación a su paladar (unas recetas de cocina, un vino…, ¿recuerda?); todo ello con el ánimo de compensar su generosa atención hacia mí. Debería estar cumpliendo ya con mi compromiso, pero ahora no puedo centrarme en contarle, pormenorizadamente, los secretos de mi «empanada de bonito en hojaldre» y mi «ensalada de naranjas con ajo». Usted no me recuerda cocinera, al contrario, pero gracias a usted lo soy. ¡En tantos aspectos ha sido usted el hombre de mi vida! Quisiera enviarle unas botellas de vino blanco del Empordá que mi familia elabora, está de moda lo de meterse en negocios de vino. Necesitaré que me indique si puedo hacérselo llegar a su despacho ¿Sigue Biscuter con usted?¿Sabe que tiene una voz más cálida que la de antes?, también retórica, y un punto «suficiente»…, ¿en el Olimpo, todos los dioses hablan como usted? Todavía bajo los efectos de su llamada de ayer, es decir deslumbrada, en las nubes, nubes, nubes… (¡ojalá! pudiera sonar esto, como suena Alberti con sus olas, olas, olas…). Quedo en estado de gracia, vamos.

Compré un vestido precioso, estoy (me siento)' guapíííííísi-ma con él; todo fue ayer absolutamente perfecto.

Ríase cuanto quiera, en casa había una cena familiar y era tal mi estado de enajenación que decidieron poner un cubierto en la mesa para usted, de ese modo resultaba más «natural» que yo siguiera mi/nuestra alelada, e íntima, conversación; es decir: cuando miraba hacia su plato nadie debía interrumpirme/nos; soporté bromas de todos los colores y tuve que darles cuenta de qué era lo que usted había opinado acerca de «la sopa fría de melón» y del «bacallá a la llauna»…, ¡lo que hace la envidia!, les dije. Era el menú de la cena y usted como siempre, aunque no lo sepa, asiste a mis cenas, a mis comidas, cuando las hago, cuando compro lo que necesito para hacerlas u ordenarlas a la asistenta. Usted está presente en lo que vivo y en lo que sueño y mi familia lo sabe, porque Mauricio, mi marido, conoce que gracias a usted nos casamos y tuvimos dos hijos espléndidos.

La cosa tuvo su gracia, más, cuando me retiré a descansar (ellos están, ya, de vacaciones y alargaron la sobremesa), con todas las historias que sobre usted se cuentan, incluida la que me afecta. No fue un: ja, ja, ja, no, el carcajeo general sonó: jua, jua, jua.

he notifico todo esto porque es justo que conozca los resultados de su buena obra de ayer. A estas alturas no será preciso que le diga que yo no soy ni tímida ni prudente, y como en el pedir no se debe ser tacaño, a la vuelta de vacaciones, tal como usted precisó, le propondré una cita: Boadas, El Viejo Paraguas…, pero escoja usted el sitio, seguro que me gustará (no, no tiene alternativa).

Escarlata

(sentada en las escaleras

y llenando un librillo de bailes)


Olvidaba decirle que me voy de vacaciones algo tardías. Voy a fragmentarlas en dos, porque me encanta tomarme unas semanas de descanso en Navidad y otras en primavera. Podría tomarme los días que quisiera como esposa del dueño y copropietaria, pero he de dar ejemplo. A mi vuelta le daré, en mano, el final de mis apreciaciones críticas por su pasmado comportamiento en Madrid a raíz del asesinato de Conesal, espero que sea posible, que esté de acuerdo en que nos veamos. Usted y yo somos cómplices, compartimos un secreto, o al menos eso creo yo. No sabe lo bella que me parece la vida, me encantaría hacerle sonreír (tiene siempre una expresión tan adusta y retraída…). ¿Dónde pasa usted sus vacaciones? Seguro que las fragmenta o tal vez vaya a recuperar algún paisaje de la memoria. Yo misma experimento esa necesidad. Dejémonos de boleros por un momentito (aunque a mí me parecen preciosos) y oiga lo que está sonando en mi radio ahora: canta Azúcar Moreno:


dale a tu cuerpo vacilón

¡ay! ¡caramba!

sólo se vive una vez

sólo se vive una vez…


Ya puede volver a poner a Vivaldi (si eso es lo que quiere), pero para estar en el cielo oyendo el rumor de las aguas y lostrinos de los pajarMos… ya habrá tiempo, algo así como una eternidad.

Nota: espero no estar dejando sin papel su fax; pero sobre todo lo que más me preocupa es resultarle tediosa, cargante. Sólo puedo liberarle de su caballerosidad y pedirle que no se abstenga de decirlo claramente, le pondré remedio de inmediato (pensándolo mejor… sólo insinúelo, o me moriré de vergüenza).


Lluquet i Rovelló estaba más cerca de ser una herboristería a la antigua usanza que una tienda dedicada a la nueva salud, llena de pastillas de fibra contra el estreñimiento y de hierbas medicinales contra el colesterol, la hipertensión y la glucosa en la sangre. Las paredes eran pura estantería en marrones de coro catedralicio, para tarros de cerámica antiguos o falsamente antiguos, en cualquier caso trataban de escenificar una supuesta edad de oro en la que los seres humanos eran casi inmortales gracias a las hierbas medicinales. La tienda se parecía a la que se abría en la calle Botella en los años cuarenta y desapareció en los cincuenta para convertirse en un negocio tan anodino que Carvalho ni siquiera lo recordaba, ¿o era una mercería cuyos propietarios se mostraron solidarios cuando la policía le detuvo por primera vez? El nombre de la tienda era transparente para Carvalho, pero quizá no decía nada a las nuevas generaciones, ni siquiera a las no tan nuevas alejadas de las ambientaciones culturales del catalanismo de posguerra. Lluquet y Rovelló eran los nombres de los personajes centrales de Els pastorets de Folch i Torres, comedia con villancico incluido sobre la hipótesis, en cierto sentido no descartable, de que el niño Jesús na-ció en Cataluña y que los dos principales pastores que fueron a adorarle eran los pusilánimes Lluquet y Rovelló, dos cobardicas que no pueden con la maldad del diablo. En la época de inicio de una tímida recuperación de la lengua catalana, el franquismo había tolerado la representación de la pieza en teatros dependientes de centros parroquiales y los actores solían permitirse algunas morcillas subversivas. Carvalho recordaba la indignación del diablo, una vez más vencido por el arcángel san Miguel, de tan mala manera que estaba postrado en el suelo y el arcángel mantenía el pie sobre su cerviz y el pobre Belcebú levantaba apenas la cabeza para gritar:


Miquel! Miguel! Sembles el Real Madrid, que sempre vol guanyar [8].


Denominar Lluquet i Rovelló a una tapadera del espionaje patriótico traicionaba la memoria cultural del propietario, fuera un particular o una institución. No quiso Carvalho quemar la consigna ni el contacto y se metió en la tienda a curiosear, agobiado por serias dudas sobre las hierbas medicinales que podía respaldar con una antigua lectura del Dioscórides, el libro sacramental sobre las plantas que no se quitaba de los ojos un tío abuelo anarquista vendedor de cacahuetes en la plaza de toros Monumental. La dependienta principal tenía el aspecto de viuda nacionalista y mediterránea del norte, bien alimentada y pulcra, emprendedora pero no con la prepotencia de las viudas agnósticas liberadas del peso de su marido, sino con la modestia de una viuda que siempre supone que su marido está en el cielo de los catalanes bailando sardanas todos los domingos y escuchando la retransmisión de los partidos del Barca a cargo de Joaquim M.a Puyal. Carvalho siempre había tenido la secreta convicción desde la infancia de que no había viudas como las catalanas, si las comparaba con las viudas inmigrantes, las catalanas eran mediterráneas pero a lo nórdico, ya liberadas de la obligación del luto y de plañir. Le comunicó Carvalho una antigua curiosidad por ver de cerca y conocer las virtudes de la cizaña, planta maldita en la cultura judeo-cristiana, que servía como imaginario del mal en contraposición con el imaginario del bien, como la planta maligna que crece más que el trigo y hay que esperar a que crezca para distinguirla y arrancarla.

– No podemos tener cizaña, es una hierba tóxica.

– ¿Ni para eliminar ratones?

– La cizaña es rica en temulina y con un gramo de cloruro de temulina podría usted matar a un gato de dos kilos.

– Ni siquiera tengo un gato.

La mujer se impacientaba y Carvalho mientras tanto reconocía la tienda, toda ella abarcable salvo a partir del pasillo que se perdía en un fondo de oscuridades. Entró una pareja de muchachos que sin apenas mirarse con las dependientas se adentraron por el corredor hasta ser engullidos por sus sombras. Imaginó que debajo de los mostradores podía haber magnetófonos siempre en marcha o frasquitos llenos de curare con el que los mejores espías han conseguido siempre matar a distancia.

– El nombre de la tienda me recuerda una pieza de teatro que yo hacía de niño en el centro parroquial.

La mujer empezaba a mirarle con interés.

– Menos mal que alguien se ha dado cuenta. Muy pocos son los que caen en la relación entre el nombre y Els pastorets. ¿Qué papel hacía usted en la obra?

– De diablo. De diablillo, mejor dicho. De diable golut, es decir, goloso, porque yo de niño era gordito y salía vestido de diablillo diciendo más o menos: Jo sóc el diable golut / i amb les meves temptacions / no es poden comptar / oh, no! / els homes que jo he perdut [9] .

Cada diablillo representaba un pecado capital y el lujurioso, por ejemplo, debía poner cara lasciva, pero sin pasarse, porque el director escénico, el señor Solé, era muy meapilas, usted perdone. Eran tiempos oscuros. A mí me bastaba con estar algo gordo.

– Yo había hecho de virgen María y mi marido, en paz descanse, que ya era joyero, siempre hacía del arcángel sant Miquel, porque ya de joven era muy hombrón y le sentaba muy bien el traje de romano, en cambio yo era una pluma y tenía cinturita de avispa. Los arcángeles salían vestidos de romanos y eso me sorprendía siempre. ¿Por qué iban a salir los arcángeles vestidos de romanos, que eran los tiranos de los judíos, de Cristo mismo? Era como si hubieran salido vestidos de guardias civiles, ¿no le parece?

– Eran épocas muy militarizadas. Cada cual tenía un uniforme u otro y hasta los arcángeles catalanes debían tener un cierto aspecto franquista.

Pero ya salían los muchachos y Carvalho se despidió de la viuda como si le asaltara una repentina prisa.

Siento no poder satisfacerle en lo de la cizaña, que por cierto en catalán se llama zitzània o jull o càgola. Recuérdelo para otra vez.

Los muchachos le llevaban sólo media manzana de ventaja pero se encaminaban hacia dos motos que tenían aparcadas sobre la acera. Se metió Carvalho en un taxi oportuno y le dijo al taxista que esperara a que las motos arrancaran para seguirlas o al menos a una de ellas.

– ¿De película?

– Soy espía.

El taxista le examinaba con la ayuda del retrovisor.

– Hoy el espionaje ha cambiado mucho. Me dedico a seguir a la gente que llega tarde al trabajo, por ejemplo, para que los puedan despedir sin indemnización.

– Pues vaya cabronada.

– Así es la vida. Así es la modernidad. Así es el capitalismo salvaje.

De pronto le había venido a la cabeza el villancico que cantaban en la apoteosis de Els pastareis o L'adveniment de l'infantJesús: El mes de maig ja ha vingut, sense ser-hi encara [10], que los díscolos muchachos del barrio apuntados a la Acción Católica para poder jugar a ping-pong convertían en un blasfemo: El desembre congelat / m'ha glaçat la fava / al matí quan m'he llevat / no me la trobava [11].

– Me parece que uno se para -informó el taxista.

– Pues pare usted también.

Uno de los motoristas echó pie a tierra en la plaza de Sant Jaume y Carvalho le secundó. Caminó tras él por la calle Ciutat, pero dobló hacia la plaza de Sant Just y siguió en línea recta por un callejón para meterse en un palacete medieval de grueso portón abierto de par en par. El antiguo zaguán para carruajes daba lugar a dos escaleras, una se iba hacia la derecha y otra hacia la izquierda. Aunque el silencioso calzado deportivo del seguido no señalaba por qué escalera subía, Carvalho percibió presencia humana, algo así como el vacío en el aire que dejaba un cuerpo al desplazarse, y subió por la de la derecha. El muchacho le llevaba dos rellanos de ventaja y ya se estaba metiendo en un apartamento, por lo que Carvalho forzó la marcha y llegó ante otra puerta que permanecía abierta. Tanteó con una mano hasta qué punto estaba realmente abierta y metió la cabeza en el interior oscuro. Una fuerza contundente le empujó desde atrás y lo introdujo en la oscuridad sin control sobre su cuerpo hasta el punto de caer al suelo, con tiempo sólo de protegerse la cabeza de un posible golpe. Pataleó en la oscuridad por si alguien recibía las patadas, pero sólo las recibía la oscuridad, que no duró mucho. Una potente luz cenital le reveló de rodillas mientras trataba de izarse rodeado de cuatro hombres jóvenes disfrazados de motoristas de verano: camisetas Calvin Klein, pantalones téjanos y calzado deportivo. Uno de ellos tenía un bate de béisbol en las manos, pero alguien quitó el seguro de una pistola y Carvalho esperó a que el cañón se le pusiera en la sien o en el cogote. Era previsible y así ocurrió. Cuando notó el contacto de la o metálica en su sien preguntó:

– ¿Puedo levantarme?

Nadie dijo lo contrario y la punta de la pistola secundo sus movimientos. Esperó a que alguien dijera algo,pero no fue así, por lo que se consideró en la obligación de presentarse.

– Me llamo Pepe Carvalho y soy detective privado.

Permanecían mudos y así estuvieron hasta que una puerta se abrió en el lateral izquierdo y apareció un hombre con cara de enfadado y vestido con un chándal. Se le acercó y le examinó desde una expresión situada en el justo término medio entre la neutralidad y el asco.

– ¿Por qué ha seguido a estos chicos? ¿Es usted maricón?

– No sé de dónde saca usted que les he seguido.

– Les ha seguido desde Lluquet i Rovelló, donde ha entrado a interesarse por una hierba, la cizaña. No es muy común ese interés.

– Tuve un tío abuelo anarquista, vendedor de cacahuetes en la plaza de toros Monumental, muy aficionado a las plantas. Me parece que era vegetariano y teósofo.

– ¿Quién le dio la referencia de Lluquet i Rovelló?

De bon matí quan els estéis es ponen.[12].

Había conseguido desconcertar al hombre del chándal.

– Usted no dijo eso en la tienda. Usted se limitó a fisgonear. ¿Quién le dio la consigna?

– Quien puede dármela. De hecho quise asegurarme de la situación y en una primera visita quise hacerme cargo del lugar, de sus puntos débiles posibles. Por ejemplo, que entren dos chicos y sin decir nada se metan dentro, como si fueran de la familia.

– Son de la familia.

Pero el del chándal estaba cabreado y no con Carvalho, porque se puso a jurar en catalán y acusar a alguien de ser un metementodo que no respetaba el territorio de los demás, que no sabía delegar trabajo y así no… així no anem enlloc [13] . Uno de los presuntos motoristas trataba de tranquilizarle.

Son coses d'en Quimet. Ja el coneixes [14].

Quin collons de servei d 'informado és aquest? [15].

Consciente de que había informado demasiado recuperó la contención e invitó con un gesto a que el coro desapareciera, y ya a solas con Carvalho le propuso seguirle hasta una salita sin ventanas ni otro elemento extraño a las dos sillas que la ocupaban que un mapa de Els Palsos Catalans que abarcaba la mitad de una de las paredes.

– ¿Desde cuándo le han coaptado?

– Estoy en ello.

– ¿No habla usted catalán?

– No habitualmente. Pero usted puede hablarlo.

– No. También me va bien hacer prácticas de castellano. Mi padre era de Jaén y si usted lo oyera es más catalanista que yo. Estamos embarcados en el mismo barco. Cada vez hay más gente en ese barco, señor… ¿Cómo ha dicho que se llama?

– Carvalho.

– ¡Claro! Usted es Pepe Carvalho. Luego le pediré un autógrafo, porque si no, mi mujer no se va a creer que he estado con Pepe Carvalho. Pues, como le iba diciendo, cada vez somos más los que estamos embarcados en el mismo barco, pero ¿adonde nos lleva?

– Vivimos tiempos de incertidumbre.

– Usted lo ha dicho. Viviremos transformaciones asombrosas. Yo preveo hasta la caída del imperio americano y sería horroroso porque nos quedaríamos sin un elemento fundamental de disuasión y la anarquía más total se cernería sobre el planeta. Para cuando llegue ese momento tienen que estar muy bien trabadas las nuevas estructuras nacionales. La crisis del gran capitalismo se salva si funciona la pequeña empresa, ¿no cree usted? Igual puede decirse de la crisis de las grandes potencias, de la caída de las naciones-Estado hegemonicas durante más de cuatro siglos. Entonces llegará el momento de las pequeñas naciones reprimidas y aplazadas.

Se oían voces altas en la sala de recepción y al tiempo Quimet se metió en la salita para contrariedad del hombre del chándal que pronto superó acogiendo al recién llegado como a un jefe. Quimet propuso a Carvalho que le acompañara. Salieron a la calle y se metieron en el primer bar que encontraron seguidos por uno de los muchachos motoristas. Quimet pidió un bíter sin alcohol y Carvalho un jerez fino, con alcohol, subrayó. Si en el fondo de la voz de Quimet quedaban restos del naufragio del reproche, el tono era apacible cuando le recriminaba no haber respetado el ritual de la consigna. Es mi manera de trabajar, objetó Carvalho. Quiero conocer exteriores antes del rodaje de la película y además me ocupa sobre todo el caso del asesinato del chico Mata i Delapeu y estaba de paso. Otro día iré expresamente y daré la consigna.

__¿Por qué no me lo había dicho? Sobre sectas tenemos un servicio espléndido: sectas religiosas, extrema derecha, drogas y corrupción preventiva.

– ¿Cómo puede ser preventiva la corrupción?

– Al margen de la policía del Estado y de la policía autonómica, investigamos, vamos a decir, por cuenta propia. Investigamos casos que pueden poner en nuestras manos la conducta de altos cargos, pero sin hacerla pública para no desprestigiar la escasa estructura de soberanía, de poder nacional. Casi todos son asuntos de relaciones extramatrimoniales, débil es la carne. Los trapos sucios hay que lavarlos en casa. Las elecciones se acercan y podemos perder, todo depende de que no hagamos tonterías y no entreguemos bazas al enemigo. Los corruptos no deben provocar el efecto de que tiremos piedras sobre nuestro propio tejado. Pero sobre lo del chico Mata i Delapeu podemos ponerle en el buen camino.

– ¿Conoce usted al señor Jordi Anfrúns, sociólogo?

Quimet podía fingir que estaba radicalmente sorprendido y así lo hizo algunos minutos mientras trataba de enterarse cómo Carvalho había podido llegar a relacionarles.

– Bueno. Ya veo que a usted, Carvalho, le gusta moverse por su cuenta. Anfrúns es un experto en cuestiones religiosas y me valgo de sus conocimientos. Eso es todo. A propósito, ¿tiene algún inconveniente en viajar de paquete en una moto?

Carvalho negó con la cabeza y Quimet le abandonó unos instantes para dialogar con el motorista que había quedado a prudente distancia tomándose un zumo de tomate. Volvió acompañado por él.

– Aquí tiene a su motorista. Le llevará a buen puerto.


El motorista pertenecía a la secta de kamikazes regateadores, capaces de rebasar cualquier tipo de coches, en cualquier situación, aun a costa de llevarse por delante todos los espejos retrovisores y los insultos de los automovilistas. Carvalho dejó de anticipar y contemplar las pequeñas destrucciones y se concentró en el paisaje fugitivo que venía a su encuentro, mientras cavilaba sobre la condición carvalhiana de la vida que puede llevar a un prejubilado respetable a la posición teórica de paquete de una Suzuki conducida por un espía catalán casi adolescente, y probablemente adolescente sensible y puritano sin otro vicio que el zumo de tomate, el pan con tomate y la ensalada de tomate. Curioso que las dos señas de identidad de la identidad catalana, el pan con tomate y la sardana, no se convirtieran en fenómenos sociales hasta bien entrado el siglo xix. Tanto la sardana como el pan con tomate formaban parte de la comunión emocional de Carvalho con el país, impresionado desde niño por la majestad de la danza y por la propicia inteligencia del pan untado. La moto se fue a por el barrio de Horta para detenerse en una calle donde sobrevivían algunas torres con jardín, a veces acompañadas ya del rótulo de la empresa demoledora. Pero fue un chalet con posibles el escogido por su conductor y sobre la puerta un rótulo se convertía en invitación al enigma: Enigma S. A. ¿Cómo es posible que el enigma se constituya en sociedad anónima?

Superaron media docena de escalones de mármol castigado por las erosiones y se metieron en un largo pasillo al que se abrían habitaciones rotuladas: Ejército de Salvación, Pentecostés, Testigos de Jehová, Darbistas, Cienciología y Rosacruz, Cristian Science, Espiritistas, Cuáqueros, Niños de Dios, Satánicos, Nuevo Diseño, Catarismo, Islámicos, Orientales y EPC. Sin duda estaba en algo parecido a la planta dedicada a religiones de El Corte Inglés, Macy's o Galerías Lafayette. Le pidió el motorista que le esperara y se metió el muchacho en el departamento de EPC. Salió poco después acompañado de un cura con clergyman, pequeñito, gordito y enfurruñado que mascullaba algo ininteligible pero que Carvalho suponía dirigido a él. Escogió el cura el departamento satánico y franqueó la puerta a Carvalho. En el interior sólo había dos sillas, una mesa con el imprescindible ordenador y el resto eran archivos. Sentada en una de las sillas trabajaba una chica con un notable parecido físico con el cura aunque ella era pelirroja, tanto que no podía ser otra cosa que su hija o su sobrina, circunstancia que el cura debía tener muy detectada porque dijo:

– La señorita Neus, mi sobrina.

Neus trabajaba con una eficiencia extrema a juzgar por la dedicación con que trataba de meter o sacar algo del ordenador.

– Imprímeme el caso Ruidoms.

Los dedos de Neus no se desengancharon del teclado hasta que de la máquina de imprimir empezaron a salir hojas según el impulso de una tos asmática. Una vez impresas las hojas, las tomó el cura como si se tratara de un informe trascendental sobre el bombardeo de Iraq

0 de Kosovo en las próximas horas, lo repasó con ojos sagaces y con un lápiz rojo fue trazando círculos. Luego hizo una seña al detective para que se le acercara y en muy baja y continuada voz, como si rezara, le fue dando algunas explicaciones.

– Puede leer el informe entero, porque así me lo ha indicado Manelic.

¿Manelic? ¿Quién era Manelic? Pero el cura no pareció impresionado por el evidente desconcierto de Carvalho.

– Ponga especial cuidado en los círculos en rojo. Si tiene alguna duda que Neus pueda resolverle, recurra a ella. Y si ella no se las resuelve, me viene a buscar donde me ha encontrado.

Se sentó Carvalho mientras el mosén se iba y captó una pequeña atención de Neus dirigida a abarcarle y valorarle. La muchacha tenía ojos bonitos y dióptricos de pupilas acentuadas por las lentillas, la piel pecosa. Leyó Carvalho dos veces el breve informe y tomó algunas notas que le ayudaban a hacerse un resumen personal: Testigos de Luzbel. Secta satánica fundada por Albert Pérez

i Ruidoms a partir de la teoría de que la luz del mundo se extinguió con la caída del llamado Ángel Malo, Luzbel, y que sólo volverá cuando una nueva negación niegue una civilización negativa en la que lo propuesto como Bien sólo sabe definirse como lo contrario al Mal, que es lo único realmente existente. Luzbel adquiere una consistencia simbólica subversiva, por lo que la secta pregona la creación de una red de desobediencia civil y trata de estar presente en los movimientos okupas y neoanarquistas en general. Tras señalar a Pérez i Ruidoms como el único responsable importante de la secta y a la víctima Alexandre Mata i Delapeu como su compañero sentimental, despachaba el asesinato como un ajuste de cuentas entre grupos empresariales y dejaba la clarificación del asunto en manos de un tal Manelic. ¿Quimet? ¿El hombre del chándal? ¿El cura? Si estos apartados estaban liquidados en unos cinco folios, los diez restantes se ocupaban de la posición de Testigos de Luzbel con respecto a la reivindicación nacionalista catalana y las naciones sin Estado. En ocasiones el sujeto referido era estrictamente el nacionalismo catalán pero, a medida que avanzaba el documento, el redactor hablaba teniendo en cuenta el movimiento internacional de las naciones sin Estado y la disposición de Testigos de Luzbel. Y siempre citando a Manelic como una autoridad. Es decir, la pieza clave era Manelic.

– ¿Conoce usted a Manelic?

– ¿Decía usted?

La pelirroja y pecosa se había sobresaltado por el simple hecho de la interpelación.

– En el informe que me ha dado el mosén, aparece un tal Manelic y le preguntaba si usted podría ponerme en contacto con él.

– No sé quién es. Yo me limito a mantener la red de Internet.

– Le conviene salir de esa red. Está usted muy pálida. Yo en cuanto me entere de quién es Manelic me voy a dar un baño en la Barceloneta o en la Vila Olímpica. ¿No le apetece?Una de dos, pensó Carvalho, o te mira con la distancia que merecen tus años o se ruboriza y se echa a reír. Se había ruborizado y rió brevemente.

– Sale gratis y es tonificante. Tal vez no sea hoy, porque sospecho que me va a costar llegar hasta Manelic, pero mañana… ¿A qué hora sale?

– No tengo horario fijo.

– Póngaselo usted misma, ¿las dos?

– Bueno.

La muchacha parecía muy sorprendida de lo que estaba saliendo de sus labios.

– Vendré a buscarla.

– No. No. No estamos autorizados a dar citas a extraños en esta sede. Iré yo a donde usted me diga.

– Al pie de la Torre Mapire a las dos. Traiga el traje de baño puesto, debajo de la ropa, se entiende, de lo contrario tendría que cambiarse en el parking. Yo le cedería mi coche con mucho gusto. ¿Se llama usted?

– Margalida.

– Su tío me ha dicho que usted se llamaba Neus.

Ella se había llevado una mano a la boca y reía sofocadamente.

– Neus es mi nombre de guerra.

Seguía conteniendo la risa.

– Presiento que si usted no se llama Neus, su tío tampoco es su tío, aunque tienen cierto parecido. ¿Cómo lo han conseguido? ¿Tienen en el sótano un departamento de ingeniería genética? Pero celebro que se llame Margalida. Muy bonito. En mis tiempos de persona culta me sabía una canción en catalán en la que se habla de una Margalida muy desafortunada. Luego dejé de ser culto y sólo me gusta ir en verano a la playa y en invierno cocinar hasta altas horas de la madrugada. ¿Le gusta a usted comer bien?

– Y cocinar. Seguí los cursos de la escuela Hoffman y he asistido a varios congresos de cocina catalana.

La pelirroja se merecía un respeto, pero probablemente su tío era el más indicado para informarle sobre Manelic. Llamó a la puerta de EPC y la voz del cura le invitó a entrar. Ya no iba de cura o al menos no iba vestido de cura. Llevaba algo parecido a una guayabera, pantalones téjanos de verano y sandalias como si las hubiera llevado toda la vida. Aquel hombre tenía cierta capacidad de transformación y Carvalho recordó a un personaje de cómic que se llamaba Mortadelo, capaz de convertirse en una farola o en una lombriz si era necesario para proseguir su investigación.

– Lo tengo todo más claro, pero según se desprende del informe he de encontrar a Manelic.

– ¿Para qué lo quiere?

– Ya es cosa sabida que el asesinato del joven Mata i Delapeu se debe a una conjura entre grupos de presión, pero la madre de la víctima me pide que descubra quién mató a su hijo, quiere verle la cara para preguntarle ¿por qué mataste a mi hijo? La mujer participa del sentimiento trágico de la vida, una tendencia española que yo creía superada, sobre todo en Cataluña. Según parece el asesino ha sido un sicario, pero yo no puedo volver ante mi cliente y decirle: Señora, a su hijo le mató un profesional. He de decirle algo más. Causas. Culpables por instigación. Supongo que Manelic podrá ilustrarme.

– Manelic no está visible. Como usted comprenderá esto no es un centro excursionista y bastante cachondeose ha hecho a costa nuestra en el pasado. Queremos ser un servicio de detección de corrientes espirituales serio. Pero procuraré ayudarle. Le haré llegar alguna señal que le pondrá en el camino de Manelic.

La audiencia había terminado y ya con medio cuerpo en el pasillo, Carvalho señaló con un dedo el rótulo que se manifestaba sobre el cristal biselado.

– EPC. ¿Es algo relacionado con impuestos?

El transformista gruñó y contestó escuetamente.

– Església Països Catalans. Y si no lo entiende se lo traduciré: Iglesia Países Catalanes.


No había recibido ninguna señal del responsable de EPC, ni tampoco de la extraña corresponsal del fax. Se había ido de vacaciones de verdad y no tenía por qué informarle de que él no iba a disfrutarlas. Al menos quince días de silencio y de olvido. Tal vez las vacaciones sirvieran para que dejara de molestarle. Se puso el traje de baño y evitó responder a la pregunta de Biscuter de si se había visto con Charo.

– Le ha llamado tres o cuatro veces.

Era un reproche. Biscuter temía que Carvalho frustrara su trabajo de celestina.

– No conviene forzar las cosas.

– Lo comprendo, jefe. He de informarle de que, cuando termine el curso que estoy haciendo sobre «globalización y subdesarrollo», me voy a matricular en otro sobre los cátaros.

– ¿Sobre qué?

– Una religión muy ferma [16] que es muy antigua y defiende a los pobres contra los ricos y está en contra de las jerarquías. Además los cataros se bañaban más que los demás cristianos, eran más limpios y ya sabe usted, jefe, que a mí lo de la limpieza me chifla. Además odiaban matar a los animales y si veían que habían caído en un cepo, abrían el cepo, los dejaban escapar e indemnizaban al cazador. ¿Qué le parece esta religión?

– Una religión es una religión. Tu quoque, Biscuter!

– Pero a esta religión le horroriza el mal más que a las otras, eso me han dicho. Sería algo así como un anarquismo religioso avant la lettre. Me ha dado un folleto en el metro una chica catara, rubia y con trenzas, pero ya se sabe: … ne touchez pas la femme blanche.

A Biscuter le encantaba utilizar expresiones en francés desde que había seguido en París, en 1992, un curso especializado sobre sopas y salsas.

– Ahora que ya no hay comunismo, jefe, que ya no podemos esperar que vengan Kruschev y la Pasionaria en moto a liberarnos, tal vez haya que espabilarse de otra manera. ¿Se acuerda usted del Lausín? ¿Aquel atracador que conocimos en la cárcel? Sí, hombre, aquel que era como un hombre araña capaz de subir paredes y que siempre decía: un día van a venir Kruschev y la Pa sionaria en moto y nos van a sacar a todos de aquí.

Recordaba. Lausín tenía una extraña fe en que Kruschev y la Pasionaria le sacarían de la cárcel o de la condición de chorizo. Lo que era y seguía siendo un misterio es por qué habían de llegar en moto hasta las puertas de la cárcel Modelo. Especialmente la Pasionaria, siempre con las faldas tan largas.

– Pues Lausín ahora está muy mayor pero se ha hecho cátaro.

– Por mí como si te quieres hacer «Ciudadano para el cambio».

– También me he apuntado a eso, jefe, a ver si le ganamos las elecciones a Pujol y a los catalanistas. Yo soy más catalán que nadie, pero ya me cansa tanto nacionalismo. ¿Por qué los nacionalistas son tan nacionalistas? ¿Por qué son tan pesados y unidimensionales?

Carvalho se encogió de hombros desde la voluntad de que aquella respuesta sirviera para todo lo que le había propuesto Biscuter. La nariz le olía a incienso y a azufre a la vez. Todos se habían vuelto locos, como si el mundo recuperara un maniqueísmo esencial entre Dios y el Diablo, como si hubiera fracasado cualquier otra explicación del horror o de la estupidez de sobrevivir para morir que no pasara por el esencialismo religioso o tribal. La atracción del mar de verano le transmitía una ilusión laica para la que no necesitaba ningún entusiasmo ideológico. Buscaba una pura satisfacción táctil, una profunda satisfacción a través del sol y del agua, cada vez más convencido de que lo más profundo en el hombre y en algunas mujeres es la piel. Allí estaba la falsa sobrina del falso cura. Pelirroja pecosa como hacía veinticuatro horas, pero liberada del disfraz de espía a la paisana y por lo tanto dotada de hombros desnudos, de escote, de minifalda. Buscaron las rampas que conducían al paseo asfaltado que bordeaba las arenas de las diferentes playas, excitada ella por la aventura de bañarse en un mar tan socializado, rodeada de gentes tan comunes, las gentes más bilingües que había visto en mucho tiempo. Cuando Carvalho le instó a que descendieran hacia la playa de la Mar Bella, ella le secundó y nada más tender la toalla sobre la arena se quitó la minifalda y luego la blusa para quedar en slip y tetas, porque sus dos tetas imponían una presencia blanca y sin pecas, redonda aunque altiva que no pasó desapercibida ni siquiera a los homosexuales de jornada intensiva. Demasiado joven, se dijo Carvalho. Debe parecer mi nieta. No pudo evitar comprobar de reojo si efectivamente todos los que miraban a Margalida habían llegado a la conclusión de que era su nieta o una enfermera especializada en geriatría.

– No puedo tomar mucho sol porque tengo la piel muy blanca.

Dijo mientras se untaba de un protector que le abrillantó la piel y especialmente aquellas tetas para las que la muchacha no tenía manos suficientes. Bien protegida se tumbó satisfecha y compuso una sonrisa con los ojos cerrados, como si estuviera contándose algo que le complacía. Carvalho se había echado a su lado, apoyado sobre un codo, y trataba de mirar en otra dirección hasta que la voz de ella le forzó a volverse. Ahora tenía los ojos miopes abiertos.

– ¿Qué querías que te dijera?

Le estaba tuteando.

– ¿A qué te refieres?

– No había otro motivo para invitarme a venir a la playa contigo. Querer saber algo. Mira, tío, si quieres que yo sea legal contigo, tú has de ser legal conmigo. Yo no voy de tonta por la vida.

– ¿Todo el mundo que pasa por tu santuario te invita a ir a la playa para sacarte algo?

– Poca gente entra en aquel santuario. Si a ti te han dejado entrar es por algo.

– ¿Tú que haces allí? ¿Patria?

– Me gano la vida.

– No eres una patriota.

– Soy una empleada contratada por tres meses. Silo hago bien, me renuevan. Si no me porto bien, a la calle.

No es manera de tratar a un miembro del servicio de información, pensó Carvalho, luego pasa lo que pasa, agentes dobles y triples, despechados que se venden los papeles al espionaje napolitano o andaluz o gallego o serbio o etíope. Demasiada caricatura. Era imposible que se correspondiera con lo real.

– Tienes una intuición yo diría que femenina. Estoy muy interesado por Manelic. ¿Quién es Manelic?

– Yo no puedo decírtelo, porque sólo tengo una sospecha. Allí nadie se llama como dice llamarse, ni es lo que dice ser. Teóricamente somos un servicio de información sobre sectas en relación no explícita con la policía autonómica, pero tampoco estoy segura de que seamos sólo eso.

¿Por qué le había resultado tan fácil todo? ¿Sólo se explicaba por el nexo Charo-Quimet? ¿Porque somos un país de seis millones de personas en el que todos nos conocemos y es imposible esconder nada, ni siquiera a los espías? La muchacha no tenía un criterio formado sobre la razón y escuchó a Carvalho desde la más absoluta neutralidad. Margalida estuvo más rato en el agua que tomando el sol y Carvalho la siguió cuando se fue a la ducha pública y luego aceptó tomarse un arroz con bogavante en la Barceloneta, en Can Solé, un restaurante que había respetado la estética de un barrio pescador y los precios del poder adquisitivo de diez años atrás. A veces el dueño le telefoneaba cuando tenía espardenyes [17] porque propiciaban el aroma final de un arroz sólido en el sofrito con sepia y cebolla tostada. Margalida tenía buen diente y buen beber. Contemplaba divertida los esfuerzos de Carvalho por beber poco y en cambio llenar la copa de ella en cuanto mediaba.

– Tienes un no sé qué de ligón antiguo.

– ¿En qué lo notas?

– En que quieres emborracharme. Para que hable. ¿Tal vez para que nos vayamos a la cama?

Demasiado resabida.

– Me parece que tú y yo no nos vamos a ir a la cama.

– ¿Por qué?

– Porque pareces una chica demasiado sana, de esas que antes de que te desabroches la bragueta ya te han puesto el condón. Yo exijo hacerlo sin condón.

Estaba desconcertada.

– ¿Tú lo haces sin condón? ¿Y el Sida?

– Si el amor es una ruleta rusa, ¿por qué no ha de serlo el sexo? Cuando me ponen un condón me distancian tanto que no se me levanta. Es como si le hubiesen puesto un estigma a mi picha. Comprendo que para los atletas sexuales de tu edad sea importante no pillar ninguna infección para poder seguir votando durante elecciones y elecciones y hacer patria y tener niños y agitar banderas hasta que la muerte nos separe. Pero ya no tengo patrias trascendentales, ni voto, ni me quedan banderas. Prefiero comer y follar peligrosamente. Cuando puedo.

Le parecía que era cariño lo que había asomado a los ojos de Margalida.

– No es que seas antiguo, es que eres un numulites.

Carvalho se encogió de hombros.

– Debes saber muchas cosas.

– Lo mío son los satánicos.

– Entonces, lo sabrás todo sobre el caso Pérez i Ruidoms o Mata i Delapeu.

– ¿Has oído hablar de Monte Peregrino?

– No.

– El hijo, aunque sea satánico, es un bendito. El padre es rancho aparte. Pérez i Ruidoms padre forma parte de un grupo que se llama Monte Peregrino. Son empresarios, profesores de univesidad, banqueros, políticos y se les supone conectados con una secta o algo parecido llamada Trilateral. Monte Peregrino aparentemente es un club privado selecto, no sólo de hombres de negocios, sino incluso familiar. Allí celebran hasta fiestas alto standing. De cincuenta mil pesetas por cabeza. Pronto celebrarán una de fin de verano. Es una tapadera. Como es una tapadera el Club Milton Friedman, compuesto por gentes equivalentes pero opuestos radicalmente a los Pérez Ruidoms, es decir, por Mata i Delapeu. Luchan por el poder allí donde se dé: en los partidos políticos, en las entidades bancarias y hasta en el Barcelona Fútbol Club. El asesino de Alexandre Mata i Delapeu está al caer, pero no será el asesino. ¿Has oído hablar de Dalmatius? No has oído hablar de nadie. ¿De dónde sales tú?

– De la Transición.

– Del Diluvio, vamos. Dalmatius es el gran tratante de violencia a sueldo. No es una sola persona. Es otra organización que controla sicarios reclutados generalmente en el este de Europa. Los hace venir. Pegan una paliza. Matan. Violan. Incendian un negocio y se van. Pero si la policía necesita detener a alguien para cubrir el expediente, Dalmatius tiene un servicio de desgraciados dispuestos a comerse el marrón para que no los expulsen del país. Mientras los encausan, los juzgan, se quedan aquí aunque sea en la cárcel y van ganando tiempo. He hablado demasiado. ¿Me tomas por una agente doble?

La tomaba por una agente fácil. Demasiado fácil. La acompañó caminando hasta el parking de Torre Mapfre donde ella había dejado su moto y en la despedida Margalida le acercó la cara para besarle los labios y meterle la lengua, abundante, como las tetas, y a Carvalho no le gustaban demasiado las lenguas abundantes. Le habían parecido siempre lenguas blandas, comestibles, más propensas para un estofado caníbal, incluso para un carpaccio de lengua, que para el beso. Esperó a que ella se metiera dentro para correr hacia la rampa de salida. Con una mano convocaba a un taxi, pero con el cuerpo vuelto hacia el control del tiquet a la espera de que Margalida apareciera sobre su moto. No lo hizo. Entonces Carvalho despidió al malhumorado taxista tras pagarle la bajada de bandera, fue veloz hacia la escalera mecánica que ascendía hasta el nivel donde estaba el restaurante Talaia y llegó a tiempo de ver cómo Margalida salía del ascensor y se encaminaba a pie primero hacia la playa y luego en busca de la Vila Olímpica. La siguió Carvalho hasta las taquillas de la red de cines Icaria y allí estaba el inevitable Anfrúns esperándola.

Hubiera jurado que Anfrúns le había visto y que le dedicaba una sonrisa aparentemente no transferida. Luego la pareja se metió en una de las cinco mil salas cinematográficas.


Trató de agarrarse al niño volador que avanzaba por el espacio hacia los cohetes, en una mano llevaba «mistus Garibaldis» y en la otra una piedra forrada de pólvora. Era él mismo medio siglo antes. Noche de San Juan. Olor a pólvora barata de posguerra. Cohetes lejanos y cerca los correcames [18] perseguían las piernas delgadas de las chicas, los mistus Garibaldis se limitaban a arrancar chispas de las paredes, algún volcán de madera o cartón en los balcones y en la encrucijada de calles sin tráfico, las hogueras. La música de la radio.


El gitano Andrés

se volvió furioso

cogió a su mujer

y la tiró al pozo

preguntóle el juez

por qué hiciste el daño

y él le respondió

para darle un baño.

¡Ay, señor Colón!

Ay, señor Colón!

Fíjese como está el mundo.

¡Ay, señor Colón!


Los gitanos del bar Moderno no le ponían reparos a la canción. Sabían que habían perdido la batalla contra el blanco, el payo para ellos, en años paralelos a la derrota del negro, del lobo y de la hormiga. Sudores de los sobacos, gaseosa con cerveza, el olor a pólvora podía ser un resto de aroma de la propia guerra civil. Ahora, en 1999, hasta Vallvidrera llegaba un estruendo de verbena de la parte del Valles, los cohetes salían de entre los bosques que le quedaban a Sant Cugat y no podían ser otros que los de la verbena de despedida del verano del señor Pérez i Ruidoms. Pero superpuesta estaba la verbena de su infancia y olía a coca barata del horno de la señora María o tal vez a una coca hecha por su madre con la receta de una vendedora del mercado de Sant Antoni o de la pastelería Petitbó. Abandonó la terraza mirador de la ciudad y se metió en la habitación. Charo dormía. Sobre la mesilla de noche de su lado quedaba una copa de champán mediada y Carvalho fue hasta el comedor para recuperar la botella de Bollinger metida en un cubo con agua y hielo. Bebió directamente de la botella y la devolvió a su encantamiento helado, luego salió al jardín y a la carretera para subirse al coche y descender hacia la plaza de Vallvidrera. Al pasar ante la casa de Fuster vio luz encendida y tocó la bocina. Fuster se asomó con más sueño en la cara que juerga.

– De juerga.

– De fingir que estoy de juerga. ¿Adonde vas?

– Trabajo.

– ¿Trabajo a estas horas?

– El mal no descansa. Un día de estos pasaré para hablar contigo de religión.

Dejó a Fuster perplejo y se fue en busca de la carretera que descendía hacia Les Planes y el Valles. Los cohetes reventaban de vez en cuando siempre en el mismo cielo, como estrellas de Belén señalando el camino, los perros aullaban inquietos y con el oído roto por las explosiones, Carvalho tenía en la sangre casi una botella de Bollinger. Descendió hacia el apeadero de Vallvidrera y luego fue a buscar la autopista en dirección a Sant Cugat, pero no entró en la ciudad. No respetó el rótulo «Camino particular» y se metió abriendo con los faros un túnel de noches y vegetaciones blancas, en el que de vez en cuando aparecían los deslumhrados indicadores «Can Borau». El camino asfaltado descendía y vio inmediatamente una explanada habilitada como parking para un centenar de coches y más allá una iluminada residencia masía con almenas de las que salían cohetes con ambición de Vía Láctea. Dos del servicio de seguridad se pusieron junto a la ventanilla.

– ¿Trae usted invitación?

– La he olvidado pero estoy invitado por el señor Pérez i Ruidoms.

– Su nombre, por favor.

– Pep Carvalho i Touron.

No parecían impresionados por la catalanización de su nombre y hablaban con alguien a través del walkie-talkie. Luego le pidieron que aparcara fuera de las hileras de los demás coches, le invitaron a que bajara y abriera el maletero y el capó. Para entonces ya había llegado hasta ellos un guardaespaldas más alto y más gordo vestido de mayordomo de película de ricos de vacaciones en el Caribe. El señor Pérez i Ruidoms le estaba esperando. Pero no era cierto. El mayordomo le sumergió en un salón de baile donde una veintena de parejas de mediana edad bailaban según la pauta de una orquestina bajo un cielo de guirnaldas de papelotes de colores, y allí le dejó mientras le prometía volver con Pérez i Ruidoms. Ni éxtasis ni siquiera entusiasmo verbenero en las caras, como si los hubieran contratado para bailar a un ritmo correcto canciones correctas, por más que de vez en cuando alguien tirara un puñado de papelitos purpurina o hiciera tururú con una trompeta de cartón. Pero de algún lugar salían las copas y los pedazos de cocas variadas, por lo que siguió el rastro de un camarero de retorno y pasó a un recibidor donde estaba la intendencia: una mesa alargada cubierta de bandejas con pedazos de coca y botellería de licores y aguardientes flanqueada por dos cubos donde se iban sustituyendo las botellas de cava, un cava de apellidos desconocidos, uno de esos cavas que salen cada quince días, fruto del entusiasmo cosechero de algún optimista con voluntad de fundar una dinastía avalada por la antigüedad, la tierra y el vino.

Pérez i Ruidoms sin presentarse, Carvalho se metió por un pasillo que llevaba al sillón de la quietud en el que cuartetos y parejas dialogaban sobre el efecto 2000 y el lugar donde pasarían el tránsito del siglo.

– Yo quiero viajar al lugar donde se ve el sol por primera vez, para ver la primera luz del milenio.

– ¡Maravilloso!

Gritó una dama arrastrando el oso con el entusiasmo con el que suelen arrastrar los calificativos las personas muy difíciles de sorprenderse. Demasiada normalidad para tanta mansión y tanta cita. Vio una escalera a su derecha con baranda de granito rosa y la subió hasta acceder a un distribuidor con balaustrada sobre la pista de baile al que se abrían cuatro habitaciones cerradas. Abrió una de las puertas e interrumpió una reunión de seis personajes de los que suelen salir siempre con luz verde en los semáforos valorativos de los periódicos conservadores. Pero ninguno de ellos se identificó con Ruidoms mientras sus ojos le expulsaban, tal vez porque les había sorprendido con los pies desnudos metidos en sendas palanganas con agua. Utilizó la balaustrada como observatorio y vio al mayordomo caribeño salir de detrás de una columna buscando a alguien. A él probablemente. Bajó la escalera y esperó a que el mayordomo se apartara de donde estaba para moverse en busca del camino utilizado para llegar allí. Detrás de la columna partía un pasillo y al final una iluminada escalera que Carvalho descendió con sigilo creciente a medida que aumentaban las voces que subían desde las profundidades. Se detuvo en el último recodo para observar la escena. Hombres en penumbra y en esmoquin sentados en círculo en torno a un sillón en el que permanecía el Pérez i Ruidoms que salía en la televisión como un poderoso entre poderosos, ahora con la mirada elevada hacia el cénit del habitáculo circular culminado por un lucernario, como si de allí le fuera a llegar la voz excelsa. Pero lo que allí había era una pequeña cámara de un circuito de televisión que hasta ahora Carvalho no había descubierto. El hombre tenía cara de máscara, como si su calavera delgada, casi afilada, y su boca en forma de pico fueran falsas, y estaba tan concentrado en lo que iba a decir que absorbía la atención de los reunidos hasta que bruscamente volvió la cabeza hacia donde estaba semiasomado Carvalho y exclamó:

– Adelante, Carvalho, le estábamos esperando.

Y como si se tratara de una consigna, todos los esmoqúines se volvieron hacia Carvalho y todos parecían estar avalados por la misma cara, porque ellos sí llevaban una careta, la misma careta. Carvalho avanzó hasta el centro del semicírculo y se quedó de pie frente a la mesa de Pérez i Ruidoms, sonriente y a la espera de que Carvalho se pronunciara sobre la escenografía.

– ¿Qué le parece el montaje?

– Me recuerda algo que vi de teatro independiente, en los años de mi infancia ideológica. O quizá me evoque una representación del Ramayana en Bali, hace treinta y algunos años. Una asamblea de monos, creo recordar, que se pasan toda la representación gritando taca, taca, taca, taca.

Los mascaritas se pusieron en pie y entonaron el taca, taca, taca, taca del Ramayana hasta que Pérez i Ruidoms les invitó a sentarse y a callar.

– Usted me ha pedido que le hable de Monte Peregrino y aquí los tiene. Estos señores y yo somos Monte Peregrino.

El mayordomo había aparecido portador de una silla y la situó junto al sillón giratorio del anfitrión para que Carvalho pudiera sentarse. Así lo hizo y el silencio general le instaba a que tomara la iniciativa humana en aquella asamblea que había calificado de monos y el disgusto latía detrás de las caretas, un disgusto de personas importantes temió Carvalho, por lo que no quiso aumentar su indignación.

– Como ya informé al señor Pérez i Ruidoms, la señora Mata i Delapeu me ha encargado que investigue el asesinato de su hijo Alexandre, del que está acusado en primera instancia su hijo, señor Pérez i Ruidoms, en libertad bajo altísima fianza. Por lo que sé, el crimen lo ha cometido una banda de sicarios para desacreditarles a ustedes, porque según parece estoy en presencia de un sujeto colectivo que está luchando por conseguir el dominio del mundo o la presidencia del Barcelona Fútbol Club, es casi lo mismo, y éste es un país donde nadie tiene límites precisos ni ambiciones patrióticas mensurables.

– No hemos venido aquí para que se burle de nosotros.

Se había levantado un esmoquin enmascarado y el anfitrión le calmó con un gesto al tiempo que invitaba a Carvalho a proseguir. Pero el mascarita se había lanzado a la declamación:

Jo sóc català i porto barretina / i a qui em digui res / li tallo la sardina [19].

Volvió a sentarse disciplinadamente el rapsoda y Carvalho pudo proseguir.

– Yo había solicitado un aparte con usted. Nunca se me habló de que vendría a una verbena fin de verano.

– No es estrictamente una verbena, mientras nuestros familiares y subalternos están arriba viviendo la verbena, nosotros debatimos lo complicado de la situación. No es una batalla inocente, señor Carvalho, y nuestros servicios de información advierten que podemos estar próximos a otra provocación.

– A la que ustedes responderán un día de estos, supongo. No sé si me divierte o me aburre el carácter coral que está tomando esta farsa, pero tal vez me divierte más que me aburre. Necesito un culpable con rostro. Necesito volver a mi cliente para decirle a su hijo lo han matado éste y aquél por orden de éste y aquél.

– ¿Sólo eso? Por orden de quién nunca podrá demostrarse. En cambio, lo primero que ha pedido es posible conseguirlo a cambio de que usted deje de fisgar. Sabemos por dónde se mueve, Carvalho, y nos parece que está usted pisando territorios que desconoce.

– Me he dado cuenta de que todos pertenecen a alguna secta. Hay dos clases de sectas, las destructivas, como las satánicas, y las constructivas, como ustedes o la Iglesia católica o el Opus Dei.

Las máscaras se miraban las unas a las otras y sólo Pérez i Ruidoms no miraba a nadie. Las máscaras empezaron a cuchichear en una lengua que a Carvalho le pareció aún más exótica que el coreano, en el supuesto caso de que alguna vez hubiera oído hablar en coreano. Pérez tenía los ojos retenidos por un fragmento de la penumbra, ensimismado y preocupado. Luego los devolvió sobre Carvalho y le salió una oratoria fría y acuciante.

– Resumiendo. Esto no es propiamente una secta, sino un club de amigos y simpatizantes con la memoria de Frederic Hayeck, nombre que no le dirá nada a usted pero que ha sido uno de los hombres más relevantes de este siglo, uno de sus ideólogos y estrategas más preclaros. En mil novecientos cuarenta y siete reunió auna serie de sabios y políticos en Monte Peregrino, en Suiza, y allí trazaron las líneas maestras de la reconstrucción del orgullo capitalista frente al alud marxista y keynesiano que estaba aplastando la libertad de iniciativa, la libertad más preciosa del hombre. Hoy podemos encontrar clubes en honor de Hayeck en todo el mundo y marcan la geografía de la resistencia y de la reconquista primero, y ahora de la victoria contra las tinieblas marxistas y keynesianas. Monte Peregrino sólo es eso.

Otro mascarita se levantó y declamó, como si se tratara de una décima de felicitación navideña.

– ¡Dos fantasmas recorren Europa, el comunismo y el keynesismo, y los dos tratan de auyentar el espíritu de iniciativa del género humano, el espíritu que ha hecho del hombre el ser hegemónico de la creación! ¡Por el comunismo llegaríamos a la hegemonía del cerdo y por el keynesismo a la hegemonía de las bacterias!

Carvalho aprobó con la cabeza el buen estilo del declamante y se inclinó hacia Pérez i Ruidoms para que sólo él oyera lo que iba a decirle.

– ¿Qué tiene que ver Monte Peregrino con Región Plus?

Por primera vez la máscara viviente se descompuso y se inclinó a su vez para contestar a Carvalho sin que los demás oyeran lo que contestaba.

– Tiene usted razón. Hemos de hablar a solas.

Luego Pérez i Ruidoms dio una palmada que provocó la muerte de cualquier murmullo y concentró la atención de los reunidos.

– Caballeros, quítense las caretas.

Así lo hicieron y ninguno de aquellos rostros traducía la pertenencia a nada que pudiera ser exclusivo de nada. Uno de ellos preguntó con acento cubano:

– Oiga, ¿aquí a qué hora dan café?

Otro fue más lejos y preguntó con toda la impertinencia de la que fue capaz:

– ¡Mamá! ¡Dime qué quiere el negro!

– No volvamos a las andadas. ¡Rusia es culpable! ¡ETA es culpable!

Le increpó otro de los presentes revestido de pronto de una radical indignación, mientras otro de los simios fingió hacer un aparte con Carvalho para informarle:

– ¿Sabía usted que en el Cretácico muchos mamíferos habían dejado de poner huevos y eran capaces de dar a luz vivos a sus pequeños? Otra innovación vital de los mamíferos fue la variedad y eficacia de sus dientes con diseños especializados en despellejar, triturar, roer y triturar, así como en sujetar y procesar la comida mediante novedosos procedimientos. Las bases biológicas del liberalismo ya estaban sentadas.

En los labios de Pérez i Ruidoms bailaba una sonrisa.

– ¿No los reconoce, señor Carvalho? ¿Tampoco reconoce a todos los comparsas que ha visto arriba?

Carvalho estaba a la espera de acontecimientos, pero no esperaba la carcajada que rompería todo el cuerpo de Pérez i Ruidoms, carcajada fingida, porque nada más emitida, el risueño había recuperado la compostura para decir:

– Casi todos forman parte del elenco de La Cu bana, una compañía de teatro de animación y comparsería.

Carvalho se puso a aplaudir y continuó haciéndolo cuando se dio cuenta de que era el único que aplaudía. Los comparsas se habían vuelto a poner la máscara y roncaban con esa extraña sincronización que sólo consiguen los mejores monos cuando roncan.


Pérez i Ruidoms evitó mezclarse con los bailarines y Carvalho le siguió hasta un despacho donde permanecía en funcionamiento para nadie el aparato de televisión conectado con la CNN. Pérez i Ruidoms le quitó el sonido pero dejó el flujo de las imágenes como un paisaje de sombras rotas proyectado sobre la pared. Sacó una botella de champán de un frigorífico disfrazado de mueble importante y enseñó la etiqueta a Carvalho, es más, la enunció:

– Roederer Cristal Rosé.

Él mismo abrió la botella, llenó dos copas controlando sagazmente la espuma y tendió una a Carvalho. Paladeó con deleite, chasqueó la lengua contra el paladar.

– La estaba necesitando. ¿Por dónde íbamos? Por Región Plus o por el asesinato del chico Mata i Delapeu. En las dos cosas supongo, ¿qué sabe usted de Región Plus?

– Lo que alguien quiere que sepa. Estoy metido en una historia llena de informaciones aparentemente encontradas, pero que contribuyen a una misma ceremonia de la confusión. Tal vez todos sean actores de La Cubana o se comporten como actores de La Cubana.

Descubro que me cuentan lo que interesa que yo sepa y que me están llevando hacia algo.

– No se mueve usted, le mueven. Interesante que se haya dado cuenta. Y le mueven hacia Región Plus, una simple operación económica que trata de establecer una conexión Toulouse, Milán, Barcelona y el negocio consiste en establecer una infraestructura de comunicaciones y en la combinación de revalorización de suelo urbano e industrial. Ese triángulo es como una Nueva Frontera, Carvalho, y ya ha sonado el disparo para que las carretas de pioneros se pongan en marcha. No le niego que estoy interesado en esa operación que, si bien inicialmente fue apoyada por el gobierno autonómico, ahora le ofrece cierta resistencia. Alguien le ha metido en la cabeza al presidente que ese proyecto daña la identidad catalana porque establece una región de diseño que puede desvirtuar el proyecto nacionalista. A mí el proyecto nacionalista catalán me importa un pepino, señor Carvalho, pero no me interesaría meterme en algo que me enajenara la buena relación con el gobierno autonómico.

– Pero se acercan elecciones.

– Imagínese que pierde el presidente Pujol. Eso significaría que el pancatalanismo pasaría a la oposición y se radicalizaría, con lo cual un proyecto como Región Plus sería demonizado y suscitaría una cruzada del radicalismo catalanista. Prefiero la injusticia al desorden. No. El proyecto tiene que avanzar e imponerse como un hecho consumado. Pero yo no soy el único interesado y tengo todos los teléfonos intervenidos y todos los telescopios de espionaje se ciernen sobre mi casa y sobre mis empresas. Lo sé porque yo hago lo mismocon los competidores y no se quejan. Pero usted Carvalho está disperso. Me interesa que se concentre en el descubrimiento de las causas del asesinato del amigo de mi hijo. Le puedo pagar de mi bolsillo aparte de lo que le pague Delmira.

– Nunca cobro de dos clientes por un mismo caso.

– Pero me aceptará esto.

Del cajón más inmediato sacó un sobre y lo ofreció a Carvalho, que lo tomó, lo abrió y contuvo en una mano las fotos que habían salido de él y un par de folios. La primera foto correspondía a una cara redonda, una verdadera bola de grasa sin huesos con los ojos pequeños y como engarzados. Las otras dos las ocupaban un hombre con aspecto de gitano y una mujer blanquísima con la cabeza ovalada culminada en un peinado escarola rubia. En el papel constaban sus referencias: Dalmatius, jefe de la red de choque Sarajevo, Mohamed Stepanovich, Silvia Rossler, también de la red de choque Sarajevo. Dalmatius había recibido el encargo de un atentado personal y se lo había pasado a Stepanovich y la Rossler sin saber quién iba a ser el asesinado. El informe añadía que Dalmatius estaba dispuesto a colaborar para resolver la situación y a entregar a los dos sicarios. Adjuntaba la referencia de la casa de seguridad donde estaban escondidos. Carvalho estudió los tres rostros, la mujer era bonita pero tenía una quietud estúpida en el fondo de sus ojos, tenía cara de animal obediente. Mohamed llevaba un cuchillo en cada ojo y cerraba su boca cruel bajo un bigotillo de violinista eslavo antiguo. Dalmatius obligaba a ser mirado. Tenía una cara asquerosa pero imán e inquietante.

– ¿Le interesa la información? Le acerca al final de la partida.

– Pueden ser actores de La Cubana.

– Puede ser. Me encantan los trompe-l'oeil. Si usted viera mis residencias están llenas de falsas paredes, falsas ventanas, falsos cénits, falsos firmamentos, falsos descensos a sótanos que existen o no existen, ya lo he olvidado. ¿Le interesaría hablar con Dalmatius?

Carvalho asintió.

– Sígame.

Parecieron desandar lo andado y volver a la cripta de Monte Peregrino pero pasaron de largo y Pérez i Rui-doms se detuvo ante un fresco en la pared que reproducía una habitación de hotel, una cama, una palangana, un hombre sentado al borde de la cama, sin rostro o al menos no interesaba escudriñar para adivinárselo.

– Es una espléndida imitación de un Hopper.

Pérez i Ruidoms tocó con un dedo la cabeza del hombre del cuadro y el muro se volvió blando, se replegó sobre sí mismo y ante ellos apareció una habitación donde la única iluminación era un reflector cenital delimitando a un individuo sentado en una silla. Cuando se acercaron a él, Carvalho vio que estaba esposado, que era Dalmatius y le habían reventado las cejas, la nariz, un párpado le colgaba sobre una ojera violácea y su rostro doblemente hinchado estaba cubierto de morados, de piel rasgada hasta mostrar la carne. Pérez i Ruidoms paseó rítmicamente en torno a Dalmatius observándole.

Ya le queda poco, Dalmatius. Luego se irá a casa al infierno. Confírmele a mi amigo que éstos son los asesinos de Mata i Delapeu.

Instó a Carvalho a que tendiera las fotos a Dalmatius. Así lo hizo y la torturada cabeza ascendió y descendió tres veces ratificando. Pérez i Ruidoms estaba satisfecho. Acercó su cara a la de Dalmatius.

– Quiero que vuelvas a verme la cara y que la anotes en tu cerebro. Tú trabaja en lo tuyo, pero no te cruces en mi camino. Tú vive en tus cloacas, pero no se te ocurra meterte en las mías. Mis reglas del juego pueden ser las tuyas y por cada matarife que emplees yo puedo contratar diez.

Pero Dalmatius estaba entero a pesar del castigo físico. Carvalho percibía que le estaba estudiando, situando, que tal vez incluso ya sabía quién era. Era de la clase de hombres que asimilan incluso en las situaciones más desfavorables y Dalmatius ya sabía lo que podía esperar de Pérez i Ruidoms pero no de Carvalho, por lo que mantuvo la mirada fija en él mientras se retiraban.

– Puede hacer el uso que quiera de la información que le he dado. A estas horas la policía ya ha recibido una confidencia sobre el lugar donde se esconden los sicarios.

– ¿Han sido ellos?

– Dalmatius los ha señalado.

Sin que añadiera ni una palabra, el anfitrión se despegó de Carvalho, salió de la masía a la explanada donde ya le esperaba un coche en marcha con chófer y dos guardaespaldas. Carvalho se fue a por el suyo, que permanecía separado de los demás, como si hubieran querido señalar su condición marginal de coche viejo para un detective previsible, tan previsible que le habían preparado la fiesta sin perder detalle, como una gran ceremonia del simulacro. ¿Y si era falso Dalmatius? ¿Y los dos chivos expiatorios? Según los informes se escondían en un piso del Poble Sec, en la calle Salva esquina Paral-lel y la policía iba a por ellos. Carvalho lanzó su coche por la carretera a una velocidad que le pareció casi cinematográfica y se fue en busca de Barcelona y del Poble Sec. Se agotaban los tráficos entre los fugitivos del centro de la ciudad y los que trataban de ganarla. Llegó a la plaza de España y fue a buscar el Poble Sec a lo largo del Paral-lel, metió el coche en un parking situado junto al teatro Condal y le separaba una manzana apenas de la ubicación de Mohamed y la mujer pálida. El escenario ya estaba tomado por la policía y un reflector enfocaba una ventana del tercer piso de la casa. Carvalho permaneció detrás de la hilera de curiosos que la policía alejaba a voces e incluso empujones del círculo que había establecido en torno a las presas.

– Hay un muerto.

Dijo un hombrecillo tan anocturnado que tenía piel color de luna y venas color de noche. Sonaron una continuidad de disparos dentro de la casa y la presión de la policía contra los curiosos se hizo más extrema. Carvalho trató de acercarse a la primera fila y dos hombres se pusieron a su lado.

– Lifante quiere verle.

Flanqueado por los dos agentes, Carvalho fue conducido hasta el inspector Lifante que seguía con ojos de estudioso la luz del reflector y lo que le estaban diciendo por un auricular incrustado en una oreja. Observó a Carvalho con una curiosidad deferente y se fue hacia la casa seguido del detective al que nadie le impedía el paso. Subieron dos pisos cruzándose con policías vestidos de Rambos hasta llegar a un apartamento cuya puerta de entrada colgaba como si se le hubiera roto el hombro. Los agentes estaban cansados y Lifante pasó entre ellos sin que le molestara el seguimiento de Carvalho. Los dos cuerpos yacían en el living, la mujer en el centro tenía las piernas abiertas escapadas de una corta minifalda, un tiro en la boca y los cabellos rizados diríase que petrificados. El hombre parecía un muñeco roto derrumbado sobre sí mismo y la sangre le salía de detrás del cuerpo, como si se le escapara por el culo.

– ¿Resistencia?

– Claro.

Lifante se encogió de hombros y el gesto iba dirigido a Carvalho. Dio órdenes de que se esperara al juez como siempre y sin mirar a su espontáneo acompañante le dijo:

– Tiene usted una manera muy curiosa de adivinar finales felices.

– He oído los tiros.

– ¿Los ha oído desde Vallvidrera?

– Pasaba por aquí.

Lifante parecía cansado y frustrado. Probablemente ni ha cenado, pensó Carvalho, y alguien iba a pagarlo.

– Hemos de hablar, Carvalho. Ahora.


Aún estaba abierta la horchatería de la Ronda de Sant Pau, la única donde se podía tomar en verano horchata de avellana, aunque la horchatería preferida de Carvalho era la de la calle Parlament que su madre le había traspasado como herencia. Dos días antes de morir, Carvalho le había preguntado retóricamente:

– ¿Qué te gustaría que te trajera?

Aplazó su deseo de morirse cuanto antes para pensar y volvió del remoto territorio donde había escondido sus últimos deseos para pedir:

– Horchata y melocotones.

No era tiempo ni de lo uno ni de lo otro, aunque durante años y años, cada vez que recordaba aquella escena, Carvalho se había reprochado no haberse echado a la calle a buscar horchata y melocotones o violetas, si le hubiera pedido violetas en diciembre. Además hubiera podido encontrar horchata y melocotones, pero le pareció demasiado triste secundar algo que quizá ni siquiera era un último deseo, sino una última respuesta. Lifante estaba sorprendido de la existencia de horchata de avellana y su sorpresa llenó diez minutos de conversación hasta que le salió el policía y avisó a Carvalho de que su fidelidad a su cliente, la señora Mata i Delapeu, que lo sé Carvalho, que lo tenemos bajo control, no le impedía informarle de cómo había ido a parar allí, aquella noche precisamente, en el momento en que la policía estaba interviniendo.

– Y ahora usted me dirá: Una corazonada, porque usted, Carvalho, es esclavo del personaje y el personaje le obliga a contestarme: una corazonada.

– Usted me gusta, Lifante, porque es un policía intelectual y nunca dice cojones, por ejemplo. El viejo Contreras ya me habría echado el aliento a la cara y me habría dicho que me iba a capar o que no le tocara los cojones. Usted iba para semiótico.

– Semiólogo.

– Una cosa de enjundia.

– Insisto en la pregunta, Carvalho. ¿Qué hacía usted en el lugar adecuado en el momento adecuado? ¿Qué hacía usted en la tienda Lluquet i Rovelló? ¿Y merodeando en torno al Vaticano de Horta?

– ¿Vaticano de Horta?

– Así llamo yo a esa central de indagación religiosa que han montado servicios más o menos controlados por el gobierno de la Generalitat.

– O sea que se vigilan estrechamente.

– Vigilar es nuestro oficio.

– ¿Contra quién?

– A favor del ciudadano.

– ¿De un ciudadano concreto? ¿Tienen el prototipo en algún museo del Hombre?

– Todos los Estados tienen a un ciudadano como referente, a veces se le llama Bien Común o Interés General, pero nos referimos a un ciudadano común, al común denominador de los ciudadanos, del ciudadano español, por supuesto.

– Es decir, lo más parecido que hay a usted.

La ventaja de Lifante era que no se impacientaba. Ahora bebía su horchata a sorbos y de pronto interrumpió la bebida para echarse a llorar. Pero sólo le lloraba un ojo y se presionó una fosa nasal con un dedo.

– Esto duele la hostia. El frío cuando se mete en las fosas nasales.

Se mostró comprensivo Carvalho y recordó sufrimientos similares. Le costó al inspector reponerse y volvía a retomar su discurso cuando Carvalho consideró que la mejor respuesta es una pregunta.

– ¿Tanta resistencia han opuesto esos dos que han tenido que matarlos?

No le había gustado la pregunta a Lifante, prueba evidente, pensó Carvalho, que no es cierto el axioma de que no hay respuestas malas sino preguntas tontas.

– ¿Sospecha usted que los hemos asesinado?

– Usted no estaba allí.

– Sospecha entonces que mis hombres matan por su cuenta, obedientes de un poder que yo no controlo.

– Pasa en las mejores policías. Lo he visto en el cine. Ahora siempre voy a los cines Icaria de la Vila Olím pica. Me va muy bien porque bajo de Vallvidrera por la Ronda de Dalt, empalmo con la del Litoral y en diez minutos en la playa o en el cine. ¿Se baña usted en las nuevas playas de Barcelona?

Lifante se miró los brazos como en busca o comprobación del color lechoso de su piel de animal de oficina poco ventilada. Pero volvió a por Carvalho con un dedo de advertencia por delante. No se meta en juegos excesivos para usted, Carvalho. De esta misa usted no sabe la mitad. Deje estas cosas para los profesionales. Asistimos a un desafío a tres o cuatro bandas y con lo de esta noche ni siquiera está resuelto del todo el caso Mata i Delapeu. Carvalho escuchaba muy interesado, como si fuera un alumno que toma apuntes mentales de una lección no sólo conveniente sino incluso magistral. Lifante estaba aumentando la sensación de disgregación que lo rodeaba. ¿Quién era quién? ¿Qué era qué?

– Carvalho, el Estado de las autonomías es un gran invento, pero como todo gran invento depende del uso que se haga de él. La energía atómica, por ejemplo. Un gran descubrimiento, pero ¿qué uso se ha hecho de ella? El Estado de las autonomías puede ser el principio del fin de España o la posibilidad de una nueva España armonizada, ¿comprende? Por otra parte hay una seria preocupación internacional por movimientos como Pueblos sin Estado o Naciones sin Estado, porque eso puede ser la termita de Europa en un momento delicado de la construcción europea, especialmente la construcción de la unidad militar que llevará un paisano nuestro, Javier Solana. ¿Cómo va a contar Europa con una fuerza disuasoria si ha de tener que emplear su propia milicia como una policía interior contra nuevas subversiones? ¿Coge la onda? ¿Se da cuenta de lo complejo del asunto?

– ¿Y por qué hay tanta religión por medio?

Era la pregunta que esperaba Lifante y no podía ocultar la satisfacción desde sus ojos risueños que parecían pertenecer a aquel cuerpo orondo retirado para encontrar la patria del respaldo de la silla.

– Porque la religión es el opio del pueblo.

Captó inmediatamente el escándalo que había asomado a los ojos de Carvalho y se puso serio.

– Cuidado, la religión que no es religión, se entiende. Me refiero a las supersticiones, las sectas, todo eso. Las religiones como Dios manda son otra cosa.

Se le acababan las ganas de escuchar a Lifante, consultó el reloj y el policía también parecía carecer de estímulos para seguir educando a Carvalho. Se despidieron, con un simple arqueo de ceja Lifante, y Carvalho trató de componerlo con la otra ceja para no ser acusado de mono de imitación. Compró una botella de litro de horchata y se fue a rescatar el coche. Cuando llegó a Vallvidrera, Charo estaba despierta. Era alta madrugada, ella vestía un viejo albornoz de Carvalho del que se le escapaba una teta llena pero algo vencida, surcada por venas lilas en busca de un pezón tímido. Charo se tapó la teta y contempló a Carvalho con ojos de sueño y tristeza.

– ¿Dónde te has ido?

– Me he ido a ver un espectáculo de La Cubana. Un espectáculo múltiple. Ha empezado en Sant Cugat y ha terminado en una horchatería de la Ronda de Sant Pau.

– ¡Horchata! ¡Me tomaría una horchata!

Carvalho le tendió la botella y la ilusión volvió a los ojos de la mujer. Siempre llevaría horchata encima. Nunca más volvería a defraudar a nadie por culpa de una horchata. Horchata y melocotones. Charo bebía su vaso despacito.

– Olvidaba decirte que Quimet está muy interesado en que mañana vayas a Lluquet i Rovelló.


Cuando Carvalho entró en Lluquet i Rovelló otra vez le pareció recuperar la herboristería de su país de infancia y sus ojos se fueron hacia las alacenas repletas de tarros cerámicos con rótulos de hierbas medicinales. No estaba la dependienta viuda de buen ver, sino una punki discreta, rubia pero alguna mecha lila denunciaba su voluntad subversiva y musitó: De bon matí quan els estéis es ponen. La dependienta habló por un walkie-talkie y a los pocos minutos de detrás de una cortina emergió Quimet sonriente y tan recién duchado como siempre. Por la puerta de la calle entró el hombre del chándal, sudado como si acabara de correr contra sí mismo, y aparentemente oteaba algunos tarros como si le interesara su contenido. Era el jefe de los motoristas con los que había tenido tan breve encuentro. Hizo una señal Quimet para que la dependienta se fuera a cerrar la puerta de la calle, tiró de una cortina vertical que impedía la visión de lo que ocurría en el interior y le pidió a Carvalho que se dejara poner una capucha. Desde la oscuridad trató de percibir algún movimiento indicativo, pero sólo un brazo le ayudó a dar unos diez pasos hacia adelante y de pronto, cuando le quitaron la capucha, habían atravesado el muro de la botica lleno de tarros de porcelana con indicativos medicinales. Una mesa redonda, una docena de personas que saludaron con respeto a Quimet, quien condujo a Carvalho hasta el asiento predestinado para que fuera observado por los rostros paralizados de los presentes. Ni pestañeaban. Desde detrás de Carvalho se deslizó el hombre del chándal, que se sentó también en una silla que parecía ser amiga suya o en cualquier caso se la calzó más que se sentó en ella. Quimet se plegó aún más sobre sí mismo, sobre su esencial pulcritud e instó a que el hombre del chándal hablara.

– Escuche con interés, Carvalho, porque va a enterarse de cosas fundamentales para la tarea que podríamos asignarle. Le presento a Xibert, confórmese con ese apellido y no vaya más allá. Él le informará sobre los antecedentes de nuestro proyecto.

Xibert tenía la mandíbula y los hombros acentuados y los ojos tristes. Contemplaba a Carvalho sin demasiado entusiasmo y puso las cosas claras desde el comienzo.

– El nacionalismo catalán no tiene sentido de Estado.

Contempló el efecto de sus palabras entre los reunidos y Quimet cerró los ojos instándole a seguir.

– Sólo así se entiende que jamás se haya planteado seriamente montar un servicio de información adecuado a la voluntad de conseguir un Estado catalán. Cuando de un político catalán se dice que «tiene sentido de Estado», se quiere decir que tiene sentido de Estado español. No podemos tener ejército, ni política exterior, pero ¿quién nos priva de tener unos servicios de información? Los vascos nos llevan sesenta años de ventaja. Nada más perder la guerra civil ya montan un servicio de inteligencia que se mueve a dos bandas, hacia la Alemania nazi y hacia Estados Unidos, a ver cuál de los dos puede facilitar la independencia de Euzkadi. Aguirre, el lendakari durante la República y la guerra civil y el exilio, se perdió unas semanas por Berlín negociando con Hitler o con quien fuera el apoyo nazi a la independencia de Euzkadi, e Irala y Aguirre, con Galíndez como intermediario, trabajaron con el departamento de Estado norteamericano en los años cuarenta, cincuenta y prácticamente hasta el retorno de la democracia a España. Puedo decirle que cuando se puso en marcha el Estado de las autonomías, me trasladé a Euzkadi, por órdenes superiores y el Partido Nacionalista Vasco ya tenía montada una ertzainza, una policía antes de que se la autorizaran desde Madrid y ya disponía de redes de información metidas en los aparatos del Estado español. Los dos modelos referenciales que teníamos los patriotas catalanes eran los vascos, porque ambos padecíamos el mismo Estado opresor, el español, y los israelíes, porque es el mejor servicio de información si tenemos en cuenta la relación entre inversión y calidad y la dificultad del frente que cubren, algo así como la relación entre calidad y precio. Además, Israel siempre ha sido para los catalanes el referente del pueblo escogido y a la vez perseguido, como en cierto sentido lo ha sido el pueblo catalán. Cuando hablaba con los vascos me daba cuenta de que no eran cuatro jovenzuelos nacionalistas como nosotros, sino gentes con graduación militar, algunos provenientes del País Vasco Francés, ex paracaidistas vascofranceses, por ejemplo, de la OAS, que habían traspasado su saber a la causa nacional vasca. Allí sabían lo que era interferir los teléfonos, tanto en Euzkadi como en España, y se sorprendían al saber que nosotros no teníamos infiltrados en los aparatos del Estado español. Aquí no teníamos nada de eso y cuando yo le informaba a nuestro presidente autonómico de todo ello, se echaba a temblar y me decía: Xibert no se meta en esos líos. Se lo prohibo. Con la manía que nos tienen a los catalanes, sólo faltaría que nos pillaran mirando por la cerradura. A los vascos se lo perdonan todo, Xibert, porque todos hablan castellano. ¿Qué le parece, Carvalho? Aquí nadie tiene sentido de Estado, no lo olvide. Cuando se me ocurrió plantearle la necesidad de montar un servicio de información, una escuela de policía, cuadros expertos en seguridad, una élite muy escogida de superagentes preparados para todo, la necesidad de acordar unos fondos reservados, tenía que haber visto usted la cara del señor presidente. Para no hablar del presidente de transición, el famoso Tarradellas, que ante esta problemática sostenía que lo único que interesaba al gobierno catalán era tener autoridad sobre la Guardia Civil y la policía española de ocupación, que se le cuadraran los guardias civiles, que se le cuadraran antes de fusilarle, supongo, porque los cuerpos de seguridad operantes en Cataluña, incluso los mandos de la policía autonómica son españolistas y obedecen las órdenes de la cúpula de seguridad española. Le contaré una anécdota. Cuando se produjo el golpe del coronel Tejero en 1981, el jefe de la policía autonómica ¡de Cataluña! telefoneó al capitán general desde el Palacio de la Generalitat y le preguntó: ¿Qué hago con estos payasos de aquí arriba? Y se refería a los representantes políticos del pueblo catalán en aquel momento reunidos en torno al señor presidente. Éste era el estado de la cuestión ycuanto hicimos para que las cosas cambiaran se ha concretado en la formación de una policía autonómica en parte controlada por mandos explícita o implícitamente obedientes a Madrid y al CESID, el servicio de información del Estado español, una escuela de policía técnicamente perfecta que ha producido profesionales formidables, un sindicato policial catalán de confianza y poca cosa más, bueno, el diseño del traje de nuestros policías que es obra de Toni Miró, el Armani catalán, porque a diseño sólo nos ganan los italianos y en cambio la policía italiana no viste según los diseños de Armani, el Toni Miró italiano. Pues bien, nada de esto nos sirve, por razones fáciles de entender. Necesitamos un servicio de información para las formaciones políticas esencialmente nacionalistas y un servicio de información institucional vinculado a la Presidencia del Gobierno, pero ambos movimientos darían que pensar y que recelar a Madrid y por extensión a la Unión Europea, que quiere monopolizar el control superior de la red de seguridad de toda Europa. Por todo ello hay que montar ese servicio de información fuera del sistema, pero sirviendo al sistema, y es ahí donde empieza a explicarse el papel de algunos de los que estamos aquí.

Tomó respiro por protocolo, pero sus pulmones no lo necesitaban. Xibert no había quitado ni un momento los ojos de Carvalho.

– La policía autonómica no puede investigar delitos específicamente políticos o que rebasen el área geopolítica catalana. Concretamente tienen una buena red infiltrada en las sectas, las drogas, la extrema derecha y la corrupción institucional, pero esta última dedicada a los pequeños chorizos, no se han podido meter hastaahora con la alta corrupción. Durante una etapa determinada operó un grupo llamado «los mortadelos» que acabaron buscando informaciones de bragueta para desacreditar a éste o a aquélla y pusieron sus informaciones a veces al servicio de una trama judicial económica que sólo contribuyó a crear nuevos ricos en conexión con el poder. Detrás de algunas dimisiones sonadas había dossiers, pero como objetivo sólo se trataba de ver quién se llevaba el mayor botín. Los tiempos van a cambiar. El señor presidente está políticamente herido de muerte y cuando él se retire pueden ganar formaciones políticas, no diré yo que anticatalanas, pero sí anacionalistas, que jamás se plantearán el papel de unos servicios de información pancatalanes y en tensión dialéctica no sólo con el Estado español, sino con las restantes comunidades autónomas que pueden tener intenciones contrarias a nuestros intereses. Por no hablar de nuevas estructuras de poder en el interior de la globalización que en Europa están larvadas, por ejemplo, la Padania, una Italia del Norte que más tarde o más temprano romperá con Roma y se escindirá del Sur. Y quien habla de la Padania habla de la nueva geografía nacional de Europa derivada de la ruptura del bloque socialista y de Yugoslavia. Nadie está a salvo de una redivisión, ni Suiza está a salvo, y no digamos ya los frentes de indagación que necesitamos con respecto a las intenciones de la estrategia económica global, de la estrategia ecológica y del intento de desvirtuación del Estado nacional por parte de las multinacionales, que si inicialmente nos conviene porque debilita a nuestro enemigo principal, el Estado español, a la larga busca también el aniquilamiento o la sumisión de todo hecho diferencial. ¿Se imagina usted una Cataluña sin servicios de información que puedan indagar las intenciones francesas o españolas con respecto al equilibrio de las reservas acuíferas? Aquí se propone sin más hacer un trasvase del Ródano a Cataluña, pero ¿qué relaciones de dependencia se inauguran con este paso? ¿Qué ocurrirá el día en que el Estado español no sea capaz de repartir las aguas del Ebro entre todas las regiones ribereñas pasando por encima de la tozudería de los aragoneses?

Carvalho tenía respuestas graciosas para tantas preguntas, pero era consciente de que Xibert se extendía a la espera de una pregunta mayéutica o de una pregunta substancial en boca de un reputadísimo, así se decía, ex agente de la CÍA.

– Bien. Si me permiten, puedo completar el cuadro de necesidades, habida cuenta de que desde la percepción de la aldea global, es decir, de la globalización, según he leído, brotarán nuevas guerras civiles por motivaciones hoy ya latentes.

Xibert asintió y repitió su asentimiento hacia Quimet, con el mismo rigor con el que el público educado asiente entre sí valorando la excelencia de un cantante. Carvalho esperó a que la intensidad del silencio subrayara la expectación y preguntó.

– ¿Saben ustedes cuántos conflictos hay en el mundo de hoy?

No estaban dispuestos a comprometer una cifra y Carvalho se arriesgó a suponerla:

– Una cincuentena de conflictos armados, desde Bosnia a Sri Lanka, pasando por Argelia, Sudán, Las Molucas, México, y buena parte de ellos afectan a la unidad de diversos Estados y de esa fragmentación se derivarán nuevos conflictos.

Carvalho recapacitó para recordar lo que necesitaba recordar. Actuaba desde una nueva personalidad que tal vez alguna vez había sido suya. La del experto jefe de comando que da la clave de la situación.

– Cada vez hay más diversidad de motivos y más autonomía para iniciar conflictos, incluso armados, y la reacción global para detenerlos o atemperarlos tarda en llegar el tiempo suficiente como para que el que pegue primero pegue dos y tres veces.

El asentimiento ya era clamor. Acababan de descubrir a un líder.

– Los servicios de información empiezan a ser necesarios para toda estructura de poder, desde una empresa hasta lo que queda del Estado, desde un poder de barrio hasta la relación entre un gobierno regional y las multinacionales, a través de frentes tan diversos como el financiero, el económico en el sentido más amplio, el estratégico con el armamentístico incluido, el étnico vinculado con lo lingüístico y todo lo diferencial, el ecológico. Pero las pautas culturales a seguir para tener un servicio completo se siguen basando en afirmaciones elementales: la voluntad de defenderse desde una identidad y ningún escrúpulo para conseguir los fines propuestos. Si quieren ustedes un servicio de información propio o pagan muy bien, muy competitivamente, o se basan en patriotas dispuestos al juego sucio, desde matar a prestaciones sexuales.

Lo de matar lo habían encajado sin pestañear, las Prestaciones sexuales en cambio hicieron que todos cerraran los ojos menos Xibert, que empezaba a considerar a Carvalho casi un dirigente del espionaje israelí.

– Por ejemplo, en la CÍA te enseñan a matar y a torturar utilizando mendigos, marginados que nadie va a reclamar.

Esta vez hasta Xibert, brevemente, cerró los ojos.

– Si se quiere tener soberanía hay que aprender a torturar, a no ser que ustedes se inventen una nueva manera de demostrarla, a no ser que ustedes concedan a otro Estado la práctica de la tortura de sus propios detenidos.

Había tanto desconcierto en los presentes que Carvalho detuvo el caballo de la imaginación irónica.

– Lo cual sería inconcebible. A no ser que se llegara a un acuerdo europeo, en primera instancia, de delegar las funciones torturadoras en un estado o comunidad concreta, para que las demás no se contaminaran éticamente. Tal vez Turquía, en el caso de que entrara en la Comunidad, podría torturar y ahorcar para que no lo hicieran los alemanes o ustedes, pero en cualquier caso, los mejores instructores de tortura son los norteamericanos. Ellos divulgaron la tortura científica por toda América Latina a partir de los años sesenta.

Quimet parecía alarmado por el giro que tomaba el discurso de Carvalho. También lo estaba el propio Carvalho, que atendió la señal de Quimet como una liberación.


Ya a solas a Quimet no le llegaban las palabras con fluidez, pero los gestos anunciaban la reconvención y finalmente encontraron los términos adecuados. Ha sido usted demasiado crudo y nadie va a torturar ni a prostituirse, al menos mientras yo sea responsable de todo esto. Tenemos un estilo diferente, ¿comprende? ¿Cómo un pueblo que ha sido torturado, asesinado, sometido a un genocidio sistemático puede ser torturador, asesino, genocida?

– Había quien me escuchaba con mucha atención.

– ¡Claro! Es que hay mucho patriota al que le falta un tornillo, que carece de seny [20] . ¿Lo dice usted por Xibert? Se equivoca. Xibert es un posibilista. En cambio, ha de saber usted que hubo quien propuso colorear a los catalanes para aumentar su diferencia con respecto a otros pueblos y sobre todo a los españoles.

– Repítamelo.

– Pues una vez estábamos bromeando, hace más de veinte años, al comienzo de la Transición y alguien dijo: Lástima que los catalanes no seamos negros porque nos distinguiríamos más de los españoles y de los franceses, nuestros opresores. Y un joven profesor no numerario de la universidad y de ciencias, nada menos, dijo: Se puede conseguir. ¿Ha oído usted, Carvalho? Según aquel loco, mediante un condicionante alimentario diluido en materias de consumo obligatorio, por ejemplo el agua, se puede cambiar la pigmentación de la piel.

– ¿Qué color hubiera sido el preferido?

– El instigador opinaba que debía ser un color realmente diferencial: ni negro, ni amarillo, ni cobrizo.

– Un color de piel fucsia con lunares amarillos, por ejemplo.

– Ríase usted si quiere, pero cuesta encontrar el punto de equilibrio entre el todo y la nada, ¿me comprende? Yo desde joven sigo al presidente, desde los tiempos de las Congregaciones Marianas. Confío en él. Tiene el don de la medida, pero una causa como la nuestra necesita radicales, sobre todo en épocas de excesiva normalidad, como la que ahora acabamos. Es lo que pasa en el fútbol, Carvalho. Los fanáticos sirven para crear afición, pero han de ser controlados. Usted está aquí para eso. A usted le respetarán porque significa la época heroica del espionaje duro y de la guerra fría dura. Nos es muy necesario. Debería vincularse regularmente a las clases que hemos establecido en un cursillo, pero antes quiero que le quede claro algo: no somos un servicio oficial, no tenemos vinculación con la policía autonómica, ni con el Consejero de Seguridad. Seremos un servicio paralelo.

– ¿Al servicio de qué o de quién?

– De Cataluña.

– Concrete un poco más.

– Es posible que perdamos las próximas elecciones o que si las ganamos sea en estado muy precario, incluso transitorio. Pero después hay que dejar redes estables de poder catalán que no puedan ser desmontadas por la nueva mayoría, sin duda alguna y por más que lo disimule, españolista. Ahora no necesitamos tanto un servicio de información como lo necesitaremos en el futuro. Hágame caso y participe en el cursillo. Estamos dispuestos a pagárselo, pero sobre todo no pierda el contacto conmigo. Ya recibirá instrucciones.

Marchó Carvalho en dirección a Horta en busca de el Vaticano catalán, por si podía coincidir con la salida de Margalida sin necesidad de pasar por el teléfono intervenido. Pero a la hora lógica del almuerzo la muchacha no apareció, por lo que sacó del coche el informe que le habían entregado sobre Testigos de Luzbel y puso cara de ir a devolverlo disciplinadamente. No había servicio de seguridad en la puerta, pero sí percibió los ojos de un circuito cerrado de televisión que le siguieron a lo largo de su recorrido hasta el despacho dedicado a Satán y sus derivados. Abrió la puerta maquinalmente, como si no esperara encontrar a nadie en su interior, pero allí estaba Margalida, con el cuerpo vencido sobre la mesa de trabajo, la cabeza cubierta por sus dos brazos y tratando de contener los sollozos. Esperó Carvalho a que los suspiros sustituyeran a los sollozos y de pie desde la puerta carraspeó. El rostro de Margalida emergió húmedo, enrojecido desde los ojos hasta la punta de la nariz, incrédulo de la presencia de Carvalho, finalmente alarmado.

– Venía a devolver el informe.

– ¿Qué informe?-El de la secta Testigos de Luzbel.

– Nadie te pidió que lo devolvieras.

Carvalho se encogió de hombros, avanzó hasta la mesa vigilado por la hostilidad de Margalida y dejó la carpeta sobre el tablero.

– No quiero correr la responsabilidad de quedarme con un informe tan claramente incompleto. Por cierto, conocí al señor Pérez i Ruidoms. Es un gran actor.

– Es un gran hijo de puta.

Se le había escapado con odio, con rabia, con toda la violencia con la que las palabras traspasan los dientes más apretados. No parecía la muchacha tener un disgusto profesional, pero por si acaso, Carvalho le preguntó si la habían despedido. Rechazó la pregunta desde la seguridad que le daba a Margalida la certeza de que nadie, nadie ni nada podían despedirla. Incluso sonreía prepotente.

– Tenías razón, entonces. Aquí nadie es lo que parece. Tal vez ni siquiera Pérez i Ruidoms sea lo que parece. Un actor. Un hombre riquísimo. Un padre protector.

– Lo que no es, sin duda, es un padre protector. Ha sido un padre castrador.

Parecía hablar Margalida con conocimiento de causa. Carvalho le señaló melancólicamente el informe abandonado.

– Me encantaría asistir a un acto ritual de Testigos de Luzbel. Tú debes saber cómo conseguirlo.

Los ojos de Margalida le estaban estudiando. La muchacha parecía un arbolillo zarandeado por huracanes interiores.

– Tú el otro día me seguiste y viste cómo me encontraba con Anfrúns.

– Desde hace unos días tengo la sospecha de que todo el mundo sigue a todo el mundo.

– Es lógico que yo conozca a Anfrúns. Soy especialista en satanismo. Siguió calculando lo arriesgado que era satisfacer los deseos de Carvalho y finalmente afirmó con la cabeza. -Vale, tio, però no et passis de rosca ni de llest o a la primera bajanada, s'ha acabat el bròquil [21].

Era evidente que Margalida las verdades absolutas sólo las decía en catalán. Hablaron de los placeres del verano, de lo estimulante que había sido el tiempo pasado en la playa, pero Margalida se bajó la blusa para enseñarle los hombros y la huella que le dejaba el tirante del sostén sobre la piel quemada por el sol. Los sostenes parecían poderosos para tetas tan rotundas como las de la muchacha, sostenes de señora mayor en contraste con la carita de doncella de Orleans dispuesta a morir en la hoguera de las pasiones personales y nacionalistas. Carvalho le señaló las cuatro paredes, el informe, el ordenador, el ojo del televisor supuestamente secreto.

– ¿Vocación? ¿Necesidad de trabajar?

Margalida rebuscó en una mochila y sacó un paquete de puros San Julián, ofreció uno a Carvalho, que rechazó tal muestra de retroceso en la escala del gusto del fumar pero cuando vio que ella encendía uno se lo pidió.

– He cambiado de opinión. No se debe dejar fumar sola a una mujer.

Eres más viejo que mi padre. Mi padre no dice estas gansadas, tío.

Carvalho volvió a repetir la pregunta: ¿Vocación antisatánica? ¿Necesidad de trabajar?

– Soy catalanista y trabajo por la independencia de Cataluña. Hoy me toca aquí, mañana quién sabe. Lo llevo en la sangre, tío. A mi abuelo paterno lo mataron los franquistas, mi abuela materna tuvo que exiliarse con su marido enfermo y cuatro crios. Cuando volvió los fachas del pueblo la acusaron de separatista y le hicieron la vida imposible. Aceite de ricino. Le mataban los perros. Era un pueblo de eso que llaman la Catalu ña profunda donde cuatro fachas podían meter en cintura a todo el mundo con la ayuda de la guardia civil. Y el catalán prohibido y pobre de ti que te examinaras en el Instituto de Balaguer hablando un castellano con demasiado acento catalán. Eso me lo contaba mi padre. ¿Entiendes, tío? Franco estuvo en todas partes pero aquí estuvo dos veces, contra los rojos y contra nosotros, y además mi familia era roja por si faltara algo. ¿Lo vas entendiendo?

– Por vocación, entonces.

Admitió Carvalho. Tenía ganas de abrazar a la muchacha secretamente, sin que ella se diera cuenta, un abrazo sin entusiasmo, como de colega no de ideología sino de memoria o de paciencia histórica, pero se limitó a enviarle una mirada de complicidad.

– No soy independentista. No creo en las independencias, pero detesto las dependencias. No sé si me explico, Margalida.

– Si te parece muy largo llámame Marga.

– Llamándote Margalida no te dejes llamar nunca, por nadie, Marga. Si te llamaras Margarita sería diferente. Pero Margalida es un nombre absoluto.

– ¿Te gusta?

Ella tenía los ojos iluminados.


En la oficina de Caritas destinada a la inmigración, Delmira Mata i Delapeu aún se llamaba Delmira Rius, no utilizaba el segundo apellido, Casademont, ni la copulativa, y Carvalho experimentó un cierto alivio al no tener que arrastrar tantas palabras. Delmira llegó con las manos llenas de carpetas, las gafas colgantes sobre el pecho y el aire ausente, por lo que tardó en respirar la misma atmósfera que Carvalho. La habían dedicado a la tutela de los niños magrebíes que vagaban por las calles de Barcelona tras introducirse en el país ilegalmente o los hijos de familias rotas por la muerte o la delincuencia.

– En algunos casos los padres se fueron a Francia a ganarse la vida y no saben siquiera si aún están vivos.

Las consultas que pasaban por Delmira Rius eran atendidas con los cinco sentidos de la mujer, como si se sintiera puesta a prueba por sí misma antes que por los demás, y Carvalho confirmaba en silencio las primeras vibraciones positivas que le había enviado su cliente, en cuanto consiguió liberarse del armazón de prejuicios con el que la había aprisionado. Estaba muy atareada o trataba de ganar tiempo antes de que Carvalho hablara y dejara su tristeza vista para sentencia. Aspiró todo el aire que soportaron sus viejos pulmones e invitó con un gesto a que Carvalho se explicara. Empezó por la secuencia de la noche de la falsa verbena, es decir, por el final, y a estas horas suponía que su marido ya habría recibido el informe de la policía según el cual los asesinos de su hijo habían muerto al hacer frente a la orden de detención. Ella estaba sorprendida al comprobar que Carvalho se sorprendía de su sorpresa.

– Mi marido y yo no nos hablamos ni para darnos el pésame. Vivimos en casas separadas. En países separados. No quiero que mi país sea el suyo. No quise tampoco que fuera el de mi hijo y no pude conseguir que no le afectara el país de su padre. De ese territorio salieron para matarlo. Mi pobre hijo. Como si fuera un chivo expiatorio escogido sin razón ni piedad.

– En resumen, señora. La verdad oficial está cerrada. Pérez i Ruidoms enviará a su hijo a estudiar al extranjero y empezará una nueva vida para algún día vivir como su padre, ser como su padre. Lo satánico no está en las sectas satánicas. Está en todas partes. El otro día vi un reportaje de televisión en el que unos hombres enseñaban a un perro de pelea a destrozar a un pobre perrillo de lanas, todavía de buen ver, al que sin duda acababan de robar o secuestrar por la calle. Como el perro de pelea no tenía muchas ganas de morder al perrillo en zonas vitales era la voz humana la que le guiaba: el cuello, las patas, los cojones, y el perro de pelea cumplía las órdenes y el de lanas perdía la voz para gritar, y cuando trataba de escapar se encontraba con una barrera de hombres que se lo impedían. Allí estaba lo satánico. La voz humana era satánica. Los cuerpos humanos eran satánicos.

– Yo esos cuadros los veo o los leo cada día. Perosustituya usted al perro de lanas por niños y viejos y mujeres, todos maltratados a dentelladas.

– Dos mil años de educación cristiana, ciento cincuenta años de racionalismo emancipatorio, marxismo, anarquismo… para nada. La Creación fue una paparrucha, los sermones un doble lenguaje y la selección de las especies una chapuza. Ganó el más cruel. Bien. ¿Damos el caso por cerrado?

– ¿No ha llegado usted al fondo?

– Incluso dudo que esos dos muertos sean los verdaderos asesinos. En cualquier caso han sido víctimas de una encerrona.

– ¿Quién es el culpable?

– Su marido, señor Mata i Delapeu, y su antagonista, Pérez i Ruidoms, han sido advertidos a través del drama de sus hijos. Matan a un hijo de Mata i Delapeu para culpabilizar al hijo de Pérez i Ruidoms. Detrás de esto hay alguien que quiere asustarles.

– ¿Asustar a mi marido? ¿No sabe usted quién es?

– Sé que preside todo lo que no preside Pérez i Ruidoms y gana todo el dinero que no gana Pérez i Ruidoms o a la inversa. Pero esto se complica, señora. Hay jugadas de fondo que relacionan esta operación con intereses extranjeros o no, pero que implican una concepción multinacional del chantaje y del crimen de altura.

– Mida sus fuerzas.

– ¿Y las suyas?

– Yo me limito a pagar. ¿Y usted?

– ¿Podría hacerme un seguro de vida? Si me muero dejo dos huérfanos ya muy mayores que no podrán reciclarse.

– Procure ir a una compañía de seguros en la que no sean copropietarios o mi marido o Pérez i Ruidoms. Si usted sigue yo sigo.

Carvalho salió de Caritas con una nota donde constaba un agente de seguros de la confianza de doña Delmira y marchó al despacho para destinar a Biscuter a algunas indagaciones complementarias.

– Me interesa que te metas en alguna secta, Biscuter. ¿Qué tal va eso de los cátaros?

– Un amigo mío, el Cachas Negras, ¿se acuerda usted del cocinero de la cárcel de Lérida? Igual que Lausín. También está metido en una secta.

– Te interesabas por los cátaros.

– Hay que creer en algo, jefe.

– Me interesa que vayas a por una que se llama neocatarismo o Universo Cátaro. Compóntelas como puedas.

Biscuter se fue a la cocina mientras se encariñaba con la palabra cátaro.

– Suena bien, jefe, se parece a cateto y a catéter.

Carvalho hojeó el plan de estudios que le había pasado Quimet y en las semanas siguientes asistió al cursillo organizado para los aspirantes que aprovechaban las vacaciones de agosto. Era como volver a la escuela de agentes de la CÍA al final de los cincuenta, comienzos de los sesenta, cuando el concepto de investigaciones subterráneas se imponía al de simple servicio de información preventivo. La CÍA ya había derrocado entonces a Jacobo Arbenz en Guatemala y había tratado de hacer lo mismo con Sukarno en Indonesia, sin olvidar las técnicas de guerra sucia empleadas en algunos conflictos periféricos de la guerra fría. Al joven Carvalho le había impresionado la alianza entre espionaje y superstición cuando le contaban la técnica para que los campesinos filipinos rechazaran a la guerrilla comunista y la hostigaran. La CÍA divulgó que los comunistas habían traído a la región espíritus del mal vampirescos que chupaban la sangre, los asuang, y para demostrarlo secuestraba guerrilleros comunistas, los huk, los mataba y les abría dos orificios en las venas del cuello para demostrar que había sido cosa del vampiro mítico. Lo más duro para Carvalho había sido el entrenamiento de tortura con cobayas humanas vivas, generalmente mendigos sin familia que pasaban por los laboratorios de tortura para dar ejemplo a los agentes, pero sobre todo a militares del tercer mundo reclutados por la CÍA para defender la civilización occidental de la amenaza del comunismo. Si todo lo vivido le parecía vivido por otro, ahora en esta cripta de la Teolo gía de la Seguridad catalana, la liviandad, el voluntarismo, la mimesis de discípulos de Badén Powell con la que se empleaban los profesores le suscitaban una especial melancolía, así como la disposición del alumnado, dividido entre desempleados dispuestos a trabajar en cualquier cosa y patriotas auténticos que habían hecho de la independencia de Cataluña la causa de su vida y, si era necesario, de su muerte.

Las asignaturas eran escasas. Historia de Cataluña. El nuevo orden internacional. Servicios de Información descompuesta en Historia, Teoría y Práctica. A su vez la práctica se descomponía en tres seminarios: Legislación e Información, Utillaje para la Información y Deontología de los Servicios de Información. El jefe de estudios era un tal señor Piferrer, que el primer día del cursillo les conminó a comprarse un cuaderno de apuntes y agenda de tapas color negro y marca Myrga, sin especificar el porqué de tanto detalle. Carvalho observó que sus catorce compañeros de clase habían llenado la portada y contraportada del cuaderno con pegatinas de la bandera catalana, del Barcelona FC, de Sharon Stone, de la top model catalana Judit Mascó, y las tres muchachas se autocaracterizaban por llevar la efigie del motociclista Álex Crivillé, del futbolista Josep Guardiola y una se había atrevido a enganchar una fotografía del subcomandante Marcos, líder intelectual del neozapatismo.

La Historia de Cataluña que les explicaban era la historia de un aplazamiento entre la falsa unificación de los Reyes Católicos y el Gobierno de Jordi Pujol. Se insistía mucho en el relanzamiento nacionalista de los años setenta ligado a los encuentros de las Naciones sin Estado y al papel del CIEMEN, Centro Internacional Escarré para las Minorías Étnicas y Nacionales. De la filosofía del CIEMEN derivaba la propuesta de un nuevo orden internacional que de momento pasaba por la Europa de las Regiones, tesis elaboradas por un político francés, Edgar Faure, un ex monje de Montserrat llamado Aureli Argemí y ratificadas por el pensamiento político de Jordi Pujol. Se pregonaba la formación de un frente europeo de Naciones sin Estado, fortalecido por los pequeños estados nacidos de la nueva geopolítica derivada de la caída del Muro de Berlín. Había que conseguir una asamblea de naciones europeas sin Estado y se convocaba a gallegos, vascos, corsos, padanos, friulanos, nacionalistas del Alto Adigio, bretones, galeses, occitanos para que llevasen adelante los acuerdos tomados a comienzos de los años ochenta en elmonasterio benedictino de Sant Miquel de Cuixà. Las lecciones sobre nuevo orden internacional y naciones sin Estado partían de la historia del movimiento regionalista, especialmente de la lucha por el reconocimiento de las lenguas regionales o minoritarias, como el danés superviviente en Alemania, la de los frisones, el serbio superviviente en Alemania Oriental, el gaélico en sus diferentes divisiones, el catalán, la lengua albanesa de algunas comunidades italianas, el croata, el friulano, el franco-provenzal, el griego aún hablado en el sur de Italia y Sicilia, el occitano, el sardo. Cada país tenía un enclave lingüístico no oficial reprimido y en algunos casos esas lenguas traducían la voluntad de afirmación nacional, como en el caso de Cataluña o Euzkadi, en España, en menor medida el gallego porque la reivindicación nacional gallega estaba convirtiéndose en simple regionalismo, controlada por la derecha españolista. Los cursos de verano de la Universidad de Prada o el Monasterio de Cuixà habían mantenido estas reivindicaciones en tiempos del bajo franquismo y, contra lo esperado, la democracia y la autonomía no habían impulsado la lucha reivindicativa de los pueblos sin Estado.

– ¿Qué querían esos pueblos sin Estado? ¿Tener Estado?

Tal vez porque la pregunta de Carvalho fue hecha en castellano, le pareció a su autor que el silencio era doblemente espeso.

– Quieren la suficiente soberanía para decidir si quieren constituirse en Estado o no. Hay cincuenta millones de europeos que viven en situación de minorías reprimidas o tuteladas.

En los textos originales que les pasaban aparecía con frecuencia el nombre de Aureli Argemi, el ex monje benedictino de Montserrat que desde el monasterio de Sant Miquel de Cuixà impulsó el movimiento durante la década de los setenta y los ochenta. Argemi era un decidido partidario de las ONG como el instrumento para construir un nuevo orden desde abajo y una cultura de la solidaridad. Una Europa de los pueblos crearía un referente para un nuevo orden internacional. Si bien el gobierno español no se había colocado frente a estos movimientos, de hecho los había obstaculizado, así en España como en los foros internacionales.

Testigo de los progresos de Carvalho era una Charo atareada en los preparativos de su negocio, dispuesto a irrumpir en Barcelona con la rentrée, y nada de su reciclaje profesional comunicó el detective a la única cliente que le quedaba, Delmira, a la que enviaba de vez en cuando algunos datos sobre los escasos progresos de sus indagaciones. Y así cayó agosto del calendario y con el cambio del mes Carvalho decidió que debía culminar de una vez por todas el caso Mata i Delapeu, pero no tenía demasiadas ganas e, interrogándose severamente a sí mismo, Carvalho llegó a la conclusión de que añoraba los fax.


Cumplida la primera fase de estudios históricos y geopolíticos, las clases se dedicaron a la teoría y técnica de la información. Primero se trataba de cómo organizar una oficina destinada a la red de lecturas de medios de comunicación y a elaborar resúmenes, así como a canalizar información confidencial y aprender a filtrarla. La expresión «acción encubierta» explotó un día en clase y a Carvalho le pareció como llegada por el túnel del tiempo, desde aquella escuela de la CÍA en la que los eufemismos demostraban la inmensa capacidad del lenguaje para enmascarar la realidad. Una cosa es el servicio de información que puede hacerse a la luz pública y otra el que se obtiene por «acción encubierta».

– Entendiendo por acción encubierta aquellos actos no oficiales y a veces no legales que tienden a conseguir información o situaciones propicias para la causa que nos mueve. No les estoy enfocando la cuestión desde un punto de vista ético, sino desde un punto de vista pragmático y normalmente vinculado a razones colectivas que están por encima de las razones individuales.

Hubo aquí un cierto debate, porque un muchachoenfermo de neoliberalismo discutió las razones colectivas.

– No hay otras razones que las individuales.

– Entonces, ¿qué sentido tiene una causa nacional? ¿y social?

– La nacional aún, si entendemos nación como la voluntad de identidad común de un conjunto de individuos, pero la social presupone un sujeto colectivo privilegiado que está por encima del derecho de la persona, del individuo.

El profesor estaba y no estaba de acuerdo. De hecho, pensó Carvalho, el alumno le daba miedo. Era como si le hubiera pillado en falso, convencido de que estaba instalado en una parcela de sentimiento o de saber obsoleto, y el muchacho, desde la más correcta modernidad, estuviera en condiciones de meterlo en un asilo de ancianos. En cambio, dos chicas salieron al paso del perverso individualista y reivindicaron el derecho del grupo e incluso de las clases, sobre todo el derecho a la legítima defensa de las clases sociales oprimidas.

– Ya no hay clases sociales.

Opuso desdeñosamente el profeta y una de las muchachas se le encaró:

– ¿De qué probeta sales? Sólo deberían ser individualistas los seres humanos que midieran dos metros, fueran guapísimos, riquísimos, fortísimos, inteligentísimos, y me parece que tú no eres tan alto, ni tan guapo, ni tan fuerte, ni tan inteligente, aunque quizá seas rico.

– Lo seré.

El espía individualista siguió la clase con las orejas y las mejillas rojas. Era un neófito del liberalismo que acababa de librar su primera batalla con militantes feministas de ONG, de qué ONG no importa. Los rojos ni se crean ni se destruyen, simplemente se transforman. Quedaban pocos días de cursillo y no habían dado ninguna clase sobre instrumental de información, como si todo se redujera a enviar fax o meterse en la red de Internet, pero una mañana se presentó Piferrer para anunciarles que en los últimos días el curso daría un giro inesperado y que recababa de su madurez ética para entender el sentido que pueden adquirir las «acciones encubiertas».

– Pero en aras de su información, conviene que ustedes estén al día en materias como el espionaje económico y el espionaje político.

No hubo aspavientos. Todo el mundo era maduro éticamente, de lo contrario no se hubieran matriculado para ser espías desde la pretensión de no saber espiar. Al espía el espionaje se le supone, como al militar el valor. El primer profesor se presentó con una gran maleta y les dio la primera clase a hurtadillas porque parecía un economista en apuros que sobrevivía dando clases de espionaje económico basado primero en material publicado y documentos públicos, o bien mediante material cedido por empleados de la competencia. El capítulo de indagación legal terminaba con las «legítimas entrevistas para dar empleo a personas que trabajan en la competencia». Si se atravesaba la frontera de lo legítimo se podían cometer pecados veniales y mortales. Entre los veniales los más eficaces eran espiar los ciclos secretos de producción del observado, ofrecer trabajo falso a los empleados para sonsacarles, fingir negociar con competidores para que revelen sus pro-pias negociaciones. A partir de aquí empezaban pecados mortales como encargar a un profesional que se entere de todo por los procedimientos que sea, sobornar a la competencia y a los empleados, colocar un espía en la nómina de la competencia, recurrir al espionaje electrónico, al robo de planos y finalmente a la extorsión y las amenazas. Carvalho creyó percibir un suave jadeo en el profesor cuando propuso la extorsión y las amenazas como mal menor final.

– Las acciones encubiertas disponen hoy día de una gran variedad de material y cuando terminemos el cursillo les daré unos catálogos y una dirección por si quieren comprarse algún equipo audioelectrónico más o menos completo. Si van de mi parte les harán un diez por ciento de descuento.

Sin más preámbulos abrió el maletón y sacó un teléfono.

– He aquí el padre de todos los espionajes.

¿Cómo se pincha un teléfono? ¿Y un fax? Lo importante no es pinchar por pinchar, sino disponer de una estación receptora donde escuchar o almacenar grabaciones. Éste sería el uso incruento, porque hoy día hay una técnica muy avanzada que, una vez conseguida la información deseada, produce una explosión fulminante que acaba con el espiado, técnica que hay que emplear sólo en el caso de que no interese seguir sacándole información al desgraciado. La telefonía móvil es captada mediante coches o furgonetas convertidas en estaciones de radio que interceptan las conversaciones y al final de curso ya darían una vuelta en una de ellas para espiar conversaciones en algún barrio de Barcelona. Cada alumno tenía sus preferencias y Carvalho sospechó que cada cual arrimaba la sardina a su ascua, a su barrio; la curiosidad humana siempre empieza por lo inmediato. Después del teléfono, la grabadora es la madre de todos los espionajes. No lo olviden, el padre y la madre.

– Buena parte de la pacificación del movimiento obrero se debe a que mediante grabadoras colocadas en las reuniones de comités de empresa, los patronos han conseguido saber por dónde iban a ir las negociaciones y podían espiar los puntos débiles de los negociadores. Hoy día hay grabadoras que pueden ir dentro de un bolígrafo.

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