Y se sacó un bolígrafo de carga no recambiable, ni siquiera era un bic y aquel miserable bolígrafo no había visto una grabadora en su vida. Pero más allá de los prolegómenos, el educador de espías demostró ser mucho más profesional y competente de lo que señalaban sus gestos atemorizados, como si alguien le estuviera espiando la clase. ¿Cómo espiar al aire libre? ¿Cómo introducirse en los archivos informáticos ajenos o crear una guerra de guerrillas de información distorsionadora mediante Internet? Cada interrogante iba seguido de un nuevo artefacto que sacaba de la maleta sin fondo y enseñaba a los alumnos, incluso dejaba que lo tuvieran en las manos para que percibieran lo pequeño que puede ser todo lo que transmite saber. Afortunadamente la industria y la técnica del espionaje económico progresa tanto que no hay año en que no salgan utillajes y contrautillajes, es decir…

– Señoras y señores, atiendan lo que voy a decirles porque he aquí una clave de la cuestión. No hay espionaje sin contraespionaje. No hay sofisticadas técnicas deinterceptar teléfonos sin no menores sofisticadas técnicas para contrarrestar esa intercepción. También en el espionaje se produce el principio fundamental de la competencia y de que todo genera su contrario. Piensen que yo les he hablado de un mundo que mueve la riqueza o la pobreza de los individuos o de las naciones, pero han de estar preparados para intervenir en decisiones políticas que afectan a la vida de los individuos y los pueblos…

Carvalho no se apuntó a clases prácticas porque recordaba vagamente lo que había aprendido más de treinta años atrás y esperaba llegar a las clases decisivas sobre el espionaje político y el cuerpo a cuerpo. Con todo salió de aquella clase más preocupado de lo que había entrado, como si hubiera descubierto que la vida y la historia iban en serio incluso en Barcelona, capital absoluta de un imaginario llamado Cataluña y capital relativa de una comunidad relativamente autónoma. Llegó al despacho a tiempo de recoger antes que Biscuter la hoja que estaba emitiendo el fax:


¿Qué tal sus vacaciones?, las mías las he pasado a trompicones conmigo misma, es decir, tropezando conmigo misma. Una torpeza que sólo puedo atribuir a la impaciencia por el encuentro que nos espera. Reencuentro realmente. Estaba muy nerviosa y concebí la idea de que si volvía conseguiría verle antes. Intenté comunicar con usted. En un principio me sorprendió que su teléfono/contestador/fax no gozase de tan amplias virtudes, ya que nada, ni nadie, respondía (incluso temí ser la causa de tanto silencio), al poco insistí, entonces un caballero, Biscuter supongo, me informó de que hacía dos días que no le veía. Hace unos minutos he comprobado que se ha vuelto a habilitar su teléfono como fax, le envío esta nota y espero que mañana comunique conmigo sea por fax o por teléfono, hágalo por el medio que guste, pero dígame cuándo y dónde puedo verle.


Era como el anuncio del final del verano, como si le recordaran un aplazamiento ya demasiado demorado y, entre la curiosidad y la exasperación, Carvalho telefoneó a SP Asociados. ¿Por quién preguntaba? ¿Escarlata? ¿Fata Morgana? ¿Escarlata O'Hara quizá?

– Escarlata O'Hara por favor.

– Se equivoca.

– Escarlata O'Hara me envía fax desde este teléfono. Fíjese bien. Igual le ha pasado desapercibida. Diga usted en voz alta: ¡Pepe Carvalho pregunta por Escarlata O'Hara!

– No estoy para bromas.

– Hace algún tiempo llamé, di referencias parecidas y alguien se puso.

– Un momento.

Reapareció la voz de la vaca del fax pero ahora a través del sonido, Carvalho la supuso asténica y pulcra, con un tonillo de burócrata importante de algún ministerio y no podía ser así, al contrario, él deseaba que fuera gorda, chaparra, obsesa y pedante. La voz le decía:

– Por fin. Los sueños a veces se realizan.

– ¿Escarlata O'Hara?

– ¿Rhett Butler?

– ¿Por qué no Ashley?

– Veo que ha visto usted la película o ha leído la novela.

– Las dos cosas, pero sólo pude quemar la novela.

– Sospecho que usted me llama para que nos veamos.

– ¿Qué le parece Can Boadas o el Ideal Club? Son escenarios idóneos para dejar de desconocernos. O quizá el Café de la Ópera si hay que tener una conversación.

– Yo a usted le conozco perfectamente y usted a mí imperfectamente.

– Veremos. ¿Mañana?

– ¿A las siete?

– ¿De la mañana?

– A esa hora me odio a mí misma. Ni siquiera tengo la cara puesta. Prefiero que sea a las siete de la tarde y en el Café de la Ópera. Hemos de tener una conversación.


La mujer sentada tras un velador del Café de la Ópera le hacía un gesto con la mano y era una mujer obligatoria, cien veces habría entrado Carvalho en cualquier lugar donde ella hubiera estado y cien veces la habría descubierto y contemplado. Era una bella mujer, demasiado bella para poder creer que fuera la vaca del fax, pero se fue acercando y se estrecharon las manos estudiándose. Cuando Carvalho se sentó y la tuvo frente a frente como un busto silencioso, desde la memoria le vino la silueta de otra mujer que trataba de inscribirse en la de la que tenía delante. Parpadeó varias veces por si el silencio de la mirada le ayudaba a perpetrar el recuerdo, desde la memoria a la realidad.

– ¿Todavía no recuerdas quién soy?

– Te recuerdo pero no sé de dónde.

– Me llamo Jessica Stuart-Pedrell.

Ahora la silueta del pasado coincidía totalmente con la del presente. Yes. Era Yes. La hija del empresario que nunca consiguió llegar a los mares del Sur, la vio de pronto, muchacha fugaz acariciando a un cachorrillo de perro, Bleda, Bleda la perrita, una herida en el corazón de Carvalho. Pero esa estampa fugaz era sustituida por otra más construida, la misma muchacha de espaldas, antes de volver el rostro, en la casa de los Stuart-Pedrell. Recordaba cómo la había visto la primera vez, una cintura, una cintura estrecha subrayada por un cinturón rojo que dividía su dorso de mujer joven. Las nalgas forradas de tejano reposaban su juventud redonda y tensa sobre el taburete. La espalda crecía desde el vértice de la cintura con una delicadeza construida hasta llegar a la melena rubia con mechas que caía desde la cúspide de una cabeza echada hacia atrás. Cuando se volvió, Carvalho percibió en una fracción de segundo que tenía los ojos grises, tez de esquiadora, boca grande y tierna, pómulos de muchacha diseñada, unos brazos de mujer hecha sin prisas y sin pausas, quizá exageradas las cejas, demasiado pobladas, pero acentuaban su carácter fundamental de chica para anuncio americano de la década de los setenta, de la chispa de la vida, Coca-Cola naturalmente, o de leche: everybody needs milk.

De pronto se dio cuenta de que era la misma muchacha con veinte años más y cada una de sus señales, dentro de un sistema de señales de mujer hermosamente acuarentada, seguía siendo la de entonces, especialmente los ojos grises y claros, la boca grande ya no tan tierna y enmarcada por arrugas que la entre comillaban, los cabellos rubios, ahora cobrizos y cortos destacaban aún más los pómulos que la ayudarían a envejecer en estado de belleza. Era como si esta mujer encajara en aquella muchacha y no al revés.

– ¿Se acabó el enigma?

– Este enigma. Quedan otros.

– ¿Por ejemplo?

– ¿Por qué ahora?

– He tardado en darme cuenta de que necesitaba reencontrarte. Era un problema de crecimiento. De madurez tal vez. Has sido una larga ausencia, ausente pero presente, como si estuvieras allí donde yo estaba, en cualquier rincón de mi vida cotidiana. ¿Recuerdas esta nota?

Allí estaba la nota, su letra:


Tal vez te convenga hacer ese viaje pero sola o mejor acompañada. Búscate un muchacho amable, al que le hagas un favor con ese viaje. Te recomiendo un muchacho sensible, con cierta cultura y no mucho dinero. Los encontrarás a montones en la Facultad de Filosofía y Letras. Te adjunto las señas de un profesor amigo mío que te ayudará a buscarlo. No le abandones hasta que lleguéis, al menos a Katmandú, y déjale el suficiente dinero para que pueda volver. Tú sigue tu viaje y no vuelvas hasta que te caigas de cansancio o vejez. Aún volverás a tiempo de comprobar que aquí todo el mundo se ha vuelto o mezquino o loco o viejo. Son las tres únicas posibilidades de sobrevivir en un país que no hizo a tiempo la revolución industrial.


Ella estudiaba con ansiedad cómo recuperaba Carvalho su propio texto y respetó el silencio con el que el hombre trataba de ganar tiempo y capacidad de sanción mientras le crecía un dolor sólido en el pecho, como si de pronto hubiera descubierto su culpabilidad en un desastre, incluso en un desastre propio.

– Cumplí todos tus encargos. Busqué a tu amigo Sergio Beser y le dije: Ayúdeme a encontrar un estudiante pobre con cierta cultura, capaz de venirse conmigo a Katmandú. Sergio me dijo: Tendrás cola, perome ayudó a encontrar a uno que era de su tierra, más o menos, no exactamente de Morella. Soporté su corpora tivismo.

– ¿Te duró hasta Katmandú?

– Es mi marido. El padre de mis dos hijos.

Y donde había estado el papel con la infamante despedida estaba ahora una foto con dos muchachos casi veinteañeros.

– El mayor nació en Afganistán. Después de Katmandú hicimos la ruta de la seda.

Los ojos de Carvalho preguntaban: ¿Todo va bien? Pero nada dijeron los labios porque en los ojos de Yes se había instalado la melancolía.

– Tuviste razón al echarme de tu lado. Era una niña pija y drogadicta insoportable.

No, pensó Carvalho, no. No te creas lo que te decían mis ojos. Eras una muchacha maravillosa, generosa, la muchacha absoluta, la muchacha dorada que yo había estado esperando desde la infancia, pero…

– ¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?

– La primera vez que te vi pensé: pon un Gary Cooper en tu vida, chica. Estabas como esperando a Gary Cooper y tenías las piernas bonitas y largas.

– Estabas desfasado. Gary Cooper ya no se llevaba.

– Lo sé, pero tenía que defenderme del impacto que me habías causado, reducirte a una muchacha dorada de película, a una realidad en technicolor.

– Es curioso, pero a veces cuando te recuerdo entonces, hace veinte años, junto a nosotros aparece aquel cachorro que tenías.

Bleda.

Bleda, sí. ¿Qué fue de Bleda?

– Me la mataron.

Los dos cerraron los ojos como si les doliera la muerte de un perro, ahora, y era cierto, Bleda acababa de volver a morir, recuperaba Carvalho el tacto de cartón de la piel del animal degollado y la secuencia de su sepultura en la tierra del jardín de Vallvidrera, allí estaban sus restos, ante los que se detenía a veces y pronunciaba el nombre del animal como se pronuncia el nombre de una ausencia y se recuerdan las más irremediables injusticias, las biológicas.

– ¿Tu madre?

– Más vieja y más insoportable. Lo que quedó de los negocios de mi padre lo gestionan entre ella y mi marido. Yo me he dedicado a cultivarme, a leer todo lo que no había leído cuando te conocí y me horrorizó tanto que quemaras libros. Hago algo en la oficina de SP Asociados, cosas relacionadas con los contactos exteriores, me fascinan. Desde allí te envío los fax.

SP Asociados era Stuart-Pedrell Asociados. Se sorprendió a sí mismo contemplándola, tenía los ojos enrojecidos, tal vez las lentillas, aunque desde la perspectiva de Carvalho no era posible saber si llevaba lentillas o no.

– Conjuntivitis. Tengo conjuntivitis.

Dijo ella adelantándose a cualquier conclusión. Como un fogonazo apareció de pronto en la cabeza de Carvalho una escena de cama con Yes, dos, una convencional, la otra la borró inmediatamente, no fuera ella a coincidir en la evocación, de tal como estudiaba al hombre, sin perder la sonrisa, ni la humedad en los ojos. A Carvalho le dolía el corazón de gozo. Pidió un whisky y otro y otro y le parecían maravillas todo lo que salía de los labios de Yes y recordó un bolero que empezó a tararear sin darse cuenta hasta que la voz de ella desveló de pronto la canción que expresaba su mal disimulada euforia.

– «Hay campanas de fiesta que cantan en mi corazón.»


Y fueron los labios de ella los que recitaron:


Solamente una vez se entrega el alma

con la dulce y total renunciación

y cuando este milagro

realiza el prodigio de amarse

hay campanas de fiesta

que cantan en mi corazón.


– ¿Quién es el mejor espía hoy día?

El silencio de los alumnos alentaba la satisfacción del profesor, verdadero éxtasis cuando exclamó con cierta precipitación, no fuera a adelantársele alguien:

– El satélite de espionaje. Un satélite puede captar conversaciones, hacer seguimientos, pero fundamentalmente se utiliza para conjuntos humanos importantes, si bien es cierto que es capaz de interceptar un infinito de comunicaciones interpersonales. No obstante, el hombre sigue siendo fundamental como agente de información para las llamadas acciones encubiertas y hoy dispone de un instrumental sofisticadísimo que, por consiguiente, ha requerido la invención de otro tipo de material sofisticadísimo para detectar los aparatos invasores. Es un juego constante de toma y daca del que conviene conozcan las piezas más esenciales y hay que empezar por el principio: cómo escuchar a distancia, cómo ver a distancia, cómo agredir, si es necesario, a distancia. Comenzaremos por la técnica de las escuchas que se divide según las vías: cable, ventosa magnética, radio, haz óptico o luz coherente o aire, es decir, desde el pinzamiento de un teléfono hasta los micrófonos o los cañones microfónicos, pasando por elláser. Hoy disponemos de una juguetería excepcional, pero conviene un entrenamiento humano muy adecuado porque, no lo olvidemos, es la oreja humana la que escucha y el ojo humano el que ve y hay que saber desde intervenir un teléfono hasta meterse en el correo virtual, desde saber analizar las papeleras y vertederos del objetivo espiado hasta aprender a camuflarse para estar junto al espiado sin inspirar sospecha mediante técnicas de mimesis que implican una gran dosis de inteligencia. Hay que aprender a disfrazarse sin que parezcamos disfrazados. Hemos de espiar sin inspirar sospechas, es decir, por consiguiente, no hemos de ser sospechosos. Ante todo no se pongan nunca una gabardina para espiar.

Había quien tomaba apuntes. El profesor estaba dotado del don de la obviedad y a veces se ponía lúdico y les hacía ver películas de espionaje, las comentaba, se formaba un cine fórum. A Carvalho le impresionó La Conversación , sobre todo por una secuencia inicial en la que los espías escuchan a una tierna pareja compadecida por la vejez desvalida.

– Pero para darles una prueba de que lo fundamental es el factor humano les voy a proponer un ejercicio práctico individualizado, es decir, cada uno de ustedes va a tener un objetivo de espionaje, van a cubrirlo y van a traer las consecuencias.

Pasó lista el profesor y hubo quien salió hacia la Di putación de Barcelona para enterarse de la estrategia socialista con respecto al tren de alta velocidad o quien debía descubrir, siempre sin ser descubierto, el grado de infiltración de los cuerpos de seguridad del Estado en la policía autonómica. A Carvalho le tocó enterarse de los movimientos preparatorios de la próxima reunión de Naciones sin Estado, dónde se iba a celebrar y cuál iba a ser el orden del día. Salieron los alumnos disfrazados de sí mismos, repasando concentradamente cuanto habían asimilado y con la obligación de no utilizar ninguna herramienta que no fueran los cuatro sentidos.

– Piensen que Picasso antes de ser Picasso tuvo que demostrar que sabía dibujar un gato.

¿Por dónde empezaba a dibujar el gato? Carvalho aprovechó la soledad de la clase para departir con el profesor sobre el cambio de los paradigmas del espionaje y cómo la naturaleza misma de lo espiado significaba el cambio de estrategias. Yo que he actuado, por ejemplo, en la década de los sesenta vigilando la evolución de los jóvenes hacia la radicalización, ahora para acercarme a los movimientos de los agentes de las Naciones sin Estado debo adoptar una actitud bien diferente. El profesor estaba totalmente de acuerdo.

– Sobre todo tenga en cuenta que no se trata de una reunión protocolaria, dentro de la liturgia habitual, sino que muy bien podría ser clandestina, no aireada públicamente.

– Tal vez ni siquiera en Cataluña.

– Evidente. Lo más probable es que sea en algún lugar de la Padania, que puede ser la locomotora del movimiento en Europa en los próximos años.

– ¿Qué relación tiene la Padania con el proyecto Región Plus?

– La política genera extraños compañeros de cama. De hecho la Padania, el movimiento de Bossi, no es estrictamente nacionalista, sino economicista, y por lo tanto lo de Región Plus no les molesta. En cambio para el nacionalismo catalán o vasco puede ser una catástrofe.

De proseguir la conversación el profesor se lo habría contado todo y a Carvalho empezaba a divertirle la idea de retornar al ABC del oficio y con las manos vacías, a cara descubierta. Se fue a Lluquet i Rovelló y esta vez estaba la viuda de buen ver que acogió a Carvalho con íntima satisfacción cuando le oyó decir: De bon matí quan els estels es ponen y a continuación que era imprescindible encontrar al señor Xibert, antes de que se fuera a Italia. La viuda se lamentó de que el viaje a Italia creara tantos problemas, porque todo iría a un ritmo de vértigo y llegar hasta Grinzane Cavour a tiempo no era cosa fácil.

– Pero aún quedan días, señora… No me ha dicho cómo se llama.

– Madrona, Madrona Campalans. Sí quedan días. Imagínese, hasta comienzos de diciembre.

Le invitó a entrar en un saloncito contiguo y al poco rato se presentó con una capucha.

Oi que es posarà la caputxeta? Oi que será un bon minyó? [22].

Le encantaba ponerse la capucha y que el abundante pero todavía torneado brazo de la viuda fuera su conductor, con el valor añadido de que el antebrazo de Carvalho percibía el contorno exterior de uno de sus pechos contenido por un sostén enérgico. Cuando le quitó la capucha estaba en la habitación del encuentro anterior y el hombre del chándal le examinaba con estudiada agudeza.

– ¿Y bien?

– Quisiera que habláramos de su próximo viaje a Italia para la reunión de las Naciones sin Estado.

– ¿Cómo sabe usted que me voy a Italia y para eso?

Carvalho estaba asombrado.

– ¿Acaso es un secreto la reunión en la Padania?

Estaba colérico Xibert y empezó a dar los paseos permitidos por el reducido perímetro del zulo. De su boca salían toda clase de improperios. ¿Quién incumple las normas de seguridad? Esto jamás será un Estado, no hay sentido de Estado, Carvalho, no lo hay. Carvalho estaba de acuerdo, no, no había sentido de Estado, pero quizá reuniones como la de Grinzane Cavour sirvieran para ir adquiriéndolo poco a poco. Ahora Xibert estaba muy triste, diríase que herido.

– ¿Sabe qué pienso, Carvalho? A veces pienso que el único que se toma estas cosas en serio soy yo. Después de la muerte de Franco la política se ha llenado de advenedizos que no saben lo que es pasar ni una hora detenido ni haber recibido una hostia de la policía. Dentro del nacionalismo nos pasa lo mismo. Se han apuntado a esto porque hemos ganado en Cataluña y Euzkadi, pero si un día perdemos, adiós, Cataluña, adiós.

– Pero tal vez la reunión sirva para mucho. Una red de servicios de información de países sin Estado, por ejemplo.

Xibert le miró valorativamente.

– Usted tiene un cerebro deductivo e inductivo, Carvalho. De eso se trata.


¡Estoy tan feliz…!

Dice el farmacéutico que mi conjuntivitis es producto de un exceso de luz, lo ha dicho serio y circunspecto mientras yo disimulaba a duras penas el acceso de risa, resulta curioso que mi «deslumbramiento» pueda curarse con un colirio, estoy en ello.

Presiento, mejor dicho: barrunto problemas, ahora además de ser un mito sin fisuras te has revelado como un hombre cálido, asequible, entrañable, inquietante, turbador, singular, imprevisible. Al peso que supone la constante tiranía del mito (los dioses nunca se sienten saciados en cuanto a sacrificios y ofrendas) debo añadir el yugo, la opresión de un hombre tan interesante, tan atractivo.

Una última cosa, en cualquier momento que quieras llamar, hazlo pensando en ti, no soy una ingrata insensible a las muestras de interés por mi bienestar emocional, aprecio realmente tu buena disposición, pero de ahora en adelante si hemos de mantener algún tipo de relación deberá ser desde el equilibrio de un interés mutuo, aunque no tiene por qué ser de la misma naturaleza, claro.

Estoy feliz, feliz, feliz. Pon la música que quieras, me siento así de generosa. De todos los infortunios que afectan a la humanidad, el más amargo es que hemos de tener concienciade mucho y control de nada. La conciencia no nos impide cometer pecados, pero desgraciadamente sí disfrutar de ellos.

Una sola palabra pronunciada en aquella noche serena, me colocó entre mi pasado y mi futuro, cual embarcación entre la profundidad de los mares y las cimas del espacio. Yes, sí soy Yes y el secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace.

Probablemente lo más inesperado fueron tus manos. Recordar tus manos. Es curioso que sean las mismas manos que tenías de niño, porque siguen pareciendo manos de niño, en las que he percibido los estragos de los dientes en las uñas y constatado, al despedirnos, el tacto cálido y tierno; las mismas manos con las que te trazas siluetas de asesinos o ladrones antes de descubrirlos; las mismas manos con las que ensayas cocimientos aderezados con hongos, ¿Merlín?; unas manos disciplinadas que en ningún momento trascendieron el espacio diagonal, sesgado, oblicuo, diametralmente opuesto en el que se ubicó. Todo el galimatías intrincado de tu chocante personalidad se atisba en la contemplación de tus manos y no me había dado cuenta entonces, cuando yo era Yes, la hija guapa, ¿ o sólo estaba buena?, del oligarca Stuart-Pedrell.

Tu naturaleza es el resultado de un suma y sigue; no parece haber dejado nada atrás, no es la habitual evolución del que deja de ser algo para pasar a ser otra cosa. Tengo la impresión de que no renuncias al pasado, no te resistes al presente, y que estás expectante ante cualquier porvenir.

Asumes la Historia, la haces, y además la acechas.

Me encanta tu modo de preguntar, lo haces del modo más llano, las preguntas -un montón- que no hiciste, las obviaste con una elipse perfecta, de tal modo que me consta qué fue lo que quisiste saber y qué no. Es que eres un detective. Un detective perturbador.Dicen que uno de los mayores placeres que hay en la vida es el de ponerse límites a uno mismo. Después de reflexionar un poco -muy poco- sobre ello he llegado a la sabia conclusión de que si ha de haber coto, o cualquier otro tipo de frontera, en mi comunicación contigo, no seré yo quien me la imponga.

Así pues, donde dije digo digo Diego; hubiera querido que me llamase usted esta semana pasada, pero ya que no fui tan afortunada no voy a añadir a mis males la desazón que me produce inhibirme de escribirte/llamarte yo.


Cuando se sentía tantas veces deprimido a lo largo del día trataba de saber por qué y siempre encontraba el motivo de fondo o el inmediato que había provocado la caída del ánimo. Ahora estaba deprimido porque tenía campanas de fiesta en el corazón y deseaba constantemente que el fax se pusiera en marcha, era una manera de hilvanar la relación. El rostro de Yes trataba de imponerse a su alrededor, como si desde una fuerza parasicológica consiguiera estar en la esquina del despacho, en el papel que acercaba a sus ojos, al borde de la bandeja en la que Biscuter le había servido un gazpacho de fresas.

– De fresas, sí, jefe. La receta de la Ruscalleda, esa chica de Sant Pol que cocina tan bien, y yo me he hecho ya un pan con tomate pero con fresa en lugar de tomate, su sal, su aceite, como siempre.

Yes estaba en aquella fresa con la que Biscuter trataba de untar una rebanada de pan y Carvalho reprimió el gesto de impedírselo, como si temiera que la misma Yes fuera la frotada. Y esa relación de dependencia le sublevaba, dependencia hasta en el pensar, porque lo hacía para que ella leyera sus pensamientos y a veces se encontraba hablando a solas para que Yes le escuchara. Pero no quería llamarla para no entregarse demasiado y le dolía que tantas veces como evocaba a Yes construía la ausencia de Charo de la que tenía tres llamadas de atención, la última en nombre de Quimet: Te están esperando. No hay manera de que consigan hablar contigo. También un reclamo de Margalida. Se limitaba a decirle: ¡Satán!, y le daba un número de teléfono móvil. Asociaba a la muchacha con los últimos baños del verano y la imaginaba volviendo a salir de las aguas nada más insinuarse los primeros calores y pudieran recuperar la patria del mar. Se agotaban los días de octubre, pero no se daba cuenta del paso del tiempo, ni siquiera de las estaciones, a las que era más sensible en los últimos años, como si las contara una a una, a medida que se le gastaba la esperanza de vida. Como si todo se hubiera vuelto plano a su alrededor y sólo alcanzara carácter tridimensional el túnel por el que le llegaría la llamada de Yes y por el que iría a su encuentro. Margalida le citó en el café Velódromo de la calle Muntaner, uno de los únicos bares por los que no había pasado la piqueta de la desmemoria y en el que aún se conservaban billares y camareros de toda una vida o al menos de toda una nostalgia. Llegó vestida de motorista con el casco en la mano y la cabellera pelirroja ahora compacta y agrupada sobre uno de sus pechos.

– Ven conmigo, si no te importa ir de paquete en una moto.

– No hago otra cosa últimamente.

Bajaron calle Muntaner abajo y Margalida condujo la moto hasta la plaza de la Garduña, luego se pusieron a caminar para llegar al jardín del antiguo hospital dela Santa Cruz y se sentó en un banco esperando que Carvalho la secundara en todo momento. Una vez sentados, ella abarcó con una mirada todo su campo visual de instalaciones góticas y jardines con ancianos e inmigrantes multirraciales en paro. Pareció relajarse.

– No te confíes. Pueden estar observándonos y escuchándonos mediante un telescopio.

– He tomado mis precauciones y mi móvil no está interferido. No tenemos mucho tiempo. No me has comentado lo que ocurrió durante la verbena este verano.

– Intimé con el señor Pérez i Ruidoms.

– De eso se trata. ¿Qué piensas de su hijo?

– Nada. Que es inocente, como una buena parte de la humanidad.

– Mucho más inocente de lo que puedes creer.

Volvía a notar un interés no esperable en la muchacha por el hijo de Pérez i Ruidoms.

– Albert y yo somos amigos desde que éramos niños. Estudiamos en los mismos colegios hasta llegar a la universidad y podía decirse que había algo entre nosotros hasta que a él le entró la chaladura de las sectas y de probarlo todo, absolutamente todo. Era una víctima de su padre, como también lo era Alexandre Mata i Delapeu, y va a seguir siendo una víctima de su padre como no hagamos algo.

– ¿Qué me toca hacer a mí?

– Hablar con él. Su padre lo tiene secuestrado y le está programando el futuro, pero hay que salvarle de ese futuro.

¿Por cuenta de qué o de quién actuaba Margalida? Parecía una mujer excesivamente enamorada empeñada en salvar a alguien que probablemente no quería salvarse.

– Te interesa hablar con él no sólo para hacerle un favor, sino para hacerte un favor a ti mismo. No sé si te das cuenta de dónde te has metido. ¿Te has preguntado por qué te han metido en esto?

– Se mezclan una serie de factores. Algunos espontáneos, digamos que positivos, y otros muy calculados. Lo que me interesa saber es dónde empieza el cálculo y para qué.

– No olvides lo que te digo, todo pasa por el tiburón Pérez i Ruidoms.

Ella mantenía los ojos muy abiertos, como si fuera el gesto más adecuado para transmitir sinceridad.

– ¿Te has metido en esto por ese chico, por Albert?

– Sí.

– ¿Y has conseguido engañar a todo el mundo?

– No. Algún día te lo contaré, pero necesito estar más segura de ti. Si no te opones, te facilitaré el encuentro con Albert, pero no te garantizo cuándo. Está muy vigilado. No te sorprenda si pasan varias semanas. Ahora mismo ni siquiera sé dónde lo tienen.


No fue un fax, sino la voz en directo de Yes la que se metió como una sustancia propicia, adaptada a la soledad de su oído y era una cita lo que le proponía, en un bar, El Zigurat, adonde fue Carvalho con la esperanza de superar la situación de bustos parlantes y salir a la calle, a pasear, a sentir el cuerpo total de Yes a su lado, habitantes por fin de un espacio propicio, sólo para ellos, sólo por ellos delimitado por la simple operación de caminar juntos. Pero Yes se mantuvo tras la mesa, desplegando su seducción pasiva y hablando constantemente de su marido, de Mauricio, al que se refería como si fuera familiar para ambos, como si no advirtiera que para Carvalho era como meter a un intruso en un ámbito sólo para dos o al contrario, como si lo hiciera ex profeso, al igual que esas muchachas que se protegen los pechos con libros sobre los que han cruzado los brazos. Y junto al prodigioso Mauricio, comprensivo, sagaz, lugarteniente inseparable de la viuda Stuart-Pedrell que confiaba en él mucho más que en su hija, los dos muchachos absolutamente superdotados para la belleza, los estudios y el amor filial. En nada se parecían pues a la propia Yes cuando Carvalho la conoció, flotante, desintegrada, invertebrada, puerilmente drogadicta, trazando rayas de coca hasta sobre los espejos manuales del lujoso lavabo de porcelana inglesa de la mansión de los Stuart-Pedrell. ¿Comprendes cuan perfecto es el mundo que me rodea? ¿Puedes pensar que yo voy a desarmonizarlo o que tú tienes el derecho a hacerlo? ¿Eran falsas preguntas o eran preguntas reales que esperaban una decisión de Carvalho? Muy perfecto no será cuando has necesitado recuperarme y decirme que soy el hombre de tu vida.

Tras la cita de El Zigurat cambió Yes el escenario por el Hemiciclo, otro bar para bustos parlantes, aunque en éste, si llegaban a tiempo, se sentaban de lado y Carvalho podía valorar el perfil hermoso y sedimentado de Yes, la ligereza de sus formas rotundas y su gesticulación de actriz sabia en el control de su propio sistema de señales, ni una imperfecta, la mujer diez, la hubieran calificado años atrás, cuando aún quedaba en el mundo algo de optimismo histórico y biológico.

– Un día podríamos ir al cine, juntos.

Veinte años después de haber hecho el amor en la cama de Carvalho ir al cine juntos era casi una transgresión, incluso Carvalho consiguió precisar la imagen que rechazaba, aquella en que estuvo a punto de encular a Yes y no lo hizo por lo que tenía de simple afirmación de prepotencia y de humillación social, dar por culo a una señorita de casa bien. Sólo recordarlo le hacía daño en algún lugar del cuerpo, donde habita el sentimiento de culpa, aunque no podía evitar que cuando Yes caminaba ante él le miraba el culo por si le recordaba aquel luminoso objeto de su deseo. Cuando se separaban, Carvalho se prometía a sí mismo cortar la relación, pero su capacidad de distancia se limitabaa esperar que ella tomara la iniciativa y era agónico el tiempo que Yes tardaba en convocarle, siempre justificado por el trabajo o por actividades sociales o familiares cuya simple mención molestaban a Carvalho y le mortificaban cuando se convertían en completa descripción de una dimensión de vida que le negaba, que no le pertenecía. Mientras ella era capaz de proseguir su vida fundamental, alimentada con la ligera transgresión de recuperar su mito de juventud, a Carvalho le resultaba imposible concentrarse en su vida cotidiana. Tenía descuidada a Delmira, la viuda de su hijo, a Charo la rehuía, apenas estaba al día sobre los avances de Biscuter en su intrusión en el mundo de las sectas, aunque veía aumentar la bibliografía sobre la que se inclinaba aquella cabecita maltratada por el fórceps: El fenómeno de las sectas fundamentalistas, Nuevo diccionario de sectas y satanismo, Las sectas entre nosotros, Magie et sorcellerie en Europe, Atles deis càtars, Las sectas destructivas, El veritable rostre deis cátars, Els templers catalans, Guía de los cátaros, El legado secreto de los Cátaros, Diccionario de las religiones y varios libros del principal experto local, solvente a pesar de tolerar que le llamaran Pepe Rodríguez. Biscuter estaba fascinado, especialmente, le decía, por el potencial positivo del satanismo.

– Para los cátaros Satán no es en sí mismo positivo, pero a mí me interesa, jefe. Si el mundo creado por el Dios oficial es tan lamentable, ¿por qué no suponer en Satán a un rebelde necesario?

Carvalho le prometió que un día hablarían de todo ello, pero ese día no llegaba, como no llegaba el de hablar con Quimet para recoger los frutos de su cursillo terminado cum laude tras la presentación de un juzgado espléndido trabajo de investigación de campo sobre el movimiento de las Naciones sin Estado. Esperaba la convocatoria para pasar al curso superior, donde se recibía instrucción sobre armamento y técnicas de ataque y defensa, a cargo del coronel Migueloa, un vascofrancés ex miembro de la OAS, residente en Barcelona porque tenía una hija casada con un filólogo suizo especialista en el uso del salar [23] en el habla de ampurdaneses y mallorquines. Pero esos cursos serían muy restringidos y en lugares muy seguros, habida cuenta de que debían permanecer al margen de los circuitos habituales de seguridad para que no los detectaran los del CESID o la policía autonómica. La añoranza de Yes le rompía el tiempo y le convertía la distancia en una sustancia repugnante que le producía el malestar de estar donde estuviera si no estaba ella. Y por eso la imaginaba presente en cuanto hacía y se descubría a sí mismo dialogante con Yes sobre todo cuanto le afectaba, desde la compra de media docena de calcetines hasta la elección de morro de bacalao en la Boqueria o la adquisición de un molde para frituras a la japonesa, consistente en un tubo ancho de lata, de una altura de unos veinte centímetros, a introducir en el aceite hirviendo y meter por el orificio de arriba la masa que deseaba freír homogéneamente. Lo encargó en una hojalatería tradicional de los traseros de la Boqueria, frente al restaurante Turia, en el que solía comer buena cocina de mercado a un precio de prejubilado dispuesto a gastarse lo poco que le quedaba. Carvalho había descubierto otro restaurante interesante en la plaza Real un día en que trató de recuperar la tienda del taxidermista y vio que dentro ya no había aves disecadas sino tartaleta de sardinas, terrina de foie-gras con membrillo reducido al Pedro Ximénez, arroz con almejas, brick de verduras. El restaurante se llamaba El Taxidermista y lo llevaba una mujer que parecía una muchacha asombrada de que la plaza Real fuera como un ensayo general de purgatorio de la globalización y su madre, Nieves de nombre, que silabeaba como si acabara de salir del Madrid de 1936, capital de la Gloria, republicana de toda la vida y toda la posguerra y toda la Transición, según le confesó tras hacerle especialmente un arròs amb fesols i naps [24]. Tal vez algún día llevaría a Yes a El Taxidermista.

A Yes no le convencía lo de los tubos de lata. ¿Dónde vas a meterlo? Son cosas que se compran y luego no se utilizan. Ya verás. Esta noche voy a utilizarlo. Preparó verduras cortadas en tiras, uniformadas por una masa de harina ligera, agua, huevo y gambas peladas. Puso aceite en el fuego hasta el hervor, introdujo el molde y por el orificio superior vertió dos gruesas cucharadas de la farsa. Cuando tomó consistencia retiró el tubo y el islote de fritura navegó sobre el aceite hasta alcanzar consistencia suficiente como para poder darle la vuelta. El buñuelo así formado estaba exquisito con una salsa de soja, sola o acentuada por el rábano picante y el jengibre. ¿Lo ves, mujer de poca fe? Yes probaba el plato y le daba la razón con los ojos entusiasmados que sólo ella podía componer, con esa capacidad de asombro que sólo pueden fingir los ricos simpáticos como Yes o que sólo pueden sentir los pobres solidarios como Charo. Pero pasaba el encantamiento y en la soledad de su comedor de Vallvidrera la no presencia de Yes significaba un vacío superior al espacio que había ocupado su absoluta presencia.

Tuvo que salir de su ensimismamiento compartido porque Delmira reclamó una explicación en unos términos muy taxativos, no quería morir sin saberlo todo sobre la muerte de su hijo.

– Estoy esperando un encuentro con Albert Pérez i Ruidoms, pero no es fácil. Él podrá aclararme muchas cosas.

– ¿Por qué no es fácil? ¿No está en libertad?

– Su padre lo tiene escondido.

Delmira se echó a llorar abundante pero silenciosamente y Carvalho hizo lo imposible para desaparecer hundiéndose en el sofá y cerrando los ojos.

– ¿Por qué son tan crueles los hombres? ¿O sería más justo preguntarse por qué es tan cruel el hombre?

– Cierto.

– Lea.

Delmira le tendía un papel y Carvalho leyó para sí:


Delmi, querida. He pensado mucho sobre nuestra vida en común después de la muerte del chico y no tiene sentido, aunque tampoco concibo que nos separemos jurídicamente dada la complejidad de los intereses comunes, soledades compartidas, líos de herencia que un día deberemos discutir porque tú tendrás tus herederos entre los predilectos de tu familia y yo es posible que trate deformar otra familia, tener hijos que compensen la ausencia del nuestro. Mis enemigos me han herido en lo más sensible y he de recuperar fuerzas para machacarlos. De momento parto para un largo viaje y volveré cuando se me acaben las ganas de huir. Compréndeme como yo te comprendo a ti.


– ¿Podría usted enterarse de con quién se va?

– ¿Utiliza alguna agencia de viajes habitual?

– Avionjet. Lleva sus asuntos la señorita Fina.

Era lo menos que podía hacer por la doble viudez, la doble virginidad esencial de Delmira que podía permitirse el lujo de viajar a donde quisiera pero tal vez no de formar otra familia y tener hijos. En Avionjet estaba media ciudad negociando los viajes de fin de año, fin de siglo, fin de milenio y Carvalho escuchaba las más exóticas proposiciones de huida.

– Calculando por dónde saldrá el primer sol del 2000, ¿qué punto me recomienda para ser los primeros en verlo?

Preguntó por la señorita Fina y habló con el trasero de un ordenador lleno de redondeces, voluptuoso en comparación con la muchacha que lo manipulaba, Fina, que estaba al otro lado y era tan delgada que no desbordaba el espacio de la máquina.

– El señor Mata i Delapeu quiere estudiar el itinerario del viaje y me pide que usted le confirme el croquis.

– ¿Se lo envío por fax?

– No. Démelo a mí y yo mismo estaré en condiciones de comentarlo con él.

Fina asomó una esquina de cara, la suficiente para que su ojo pudiera ver a Carvalho, porque era tan estrecha ella, tan estrecha su cara que sólo le cabía un ojo.

– Nunca había venido usted por aquí.

– Es que el señor Mata i Delapeu quiere llevar las cosas a un nivel muy reservado.

Le pasó una carpeta sobre el viaje a las Seychelles de Madrona Campalans Martínez y Joan Mata i Delapeu.

– Es la primera escala, ya quedamos que era opcional el salto a Sri Lanka y las Maldivas o el crucero desde Penang hasta Bali.

– Permítame un segundo. Consultaré las notas del señor Mata i Delapeu y estaré en condiciones de ratificarlo.

Se sacó del bolsillo un cuaderno con direcciones, lo consultó con gravedad y condescendió:

– Sea. Me parece correcto.

– ¿Correcto?

– Correcto.

– ¿Necesita que se lo pregunte por fax?

– No es necesario.

El nombre de Madrona Campalans le vino desde un pliegue de su memoria y le provocó una sonrisa. Pero para ratificarlo se acercó a Lluquet i Rovelló y al ver a la viuda dependienta le preguntó:

– ¿Señora Campalans?

– Sí, Madrona Campalans, ¿pero cómo sabe mi nombre de soltera?

– Una viuda tan guapa como usted recupera inmediatamente la condición de soltera.

Pretextó la necesidad de verse con Xibert. No estaba y Carvalho insistió en que se le localizara. Luego fue al encuentro de Delmira. Le dio el parte del viaje.

– ¿La conoce usted a ella? ¿Es la clásica putilla joven? ¿Un bollicao, como le llaman ahora?

– No. Es una viuda. Una espía viuda. De hecho viaja para sonsacarle.

– ¿Dinero?

– Información.


Necesitaron varios encuentros para recuperar veinte años de distancia y así como Carvalho trataba de preservar su espacio vital, como si le ofreciera a Yes construir uno nuevo al margen de veinte años de soledad, ella seguía superponiendo su vida cotidiana, su marido, sus hijos, como si los llevara como guardianes de las fronteras de sus encuentros con Carvalho. Mauricio, aquel muchacho tan sensible que ella se llevara a Katmandú, había resultado ser un hombre de negocios formidable. Los dos hijos no tenían competencia posible. Estudiosos, deportistas, sensibles ante las preocupaciones del mundo, miembros de ONG, como su abuelo sin duda sería ahora miembro de ONG. De la ONG de Empresarios sin Fronteras, pensó Carvalho, pero se arrepintió de su sarcasmo, porque Stuart-Pedrell había pertenecido a la única y última promoción de empresarios con complejo de culpa. Yes parecía no haber sido nunca aquella muchacha que esnifaba por todos los orificios del cuerpo, que se hacía rayas de coca para desayunar, y presumía insistentemente de tener una vida equilibrada, completamente llena por su marido y sus hijos. Estaba empeñada en que Carvalho la llevara al país de su infancia, como si quisiera tomar posesiónde él desde los orígenes y al recorrer lo que había sido Barrio Chino o Distrito V o Raval como le llamaban ahora, se entristecía cada vez que Carvalho le decía que el bulldozer había derribado los cines de su infancia, los colegios de su infancia, las gentes de su infancia, sustituidas por una inmigración de otro sur más lejano, como aquellos niños coreanos, latinoamericanos o pakistaníes que jugaban a fútbol a la sombra blanca de un museo de arte modernísimo casi adosado a la antigua Casa de la Caridad.

Tal vez le regalaba el interés por su pasado a cambio de imponerle su propia vida cotidiana. La décima vez que ella mencionó a su Mauricio y a los chicos, Carvalho se sintió existencialmente mortificado y la envió mentalmente a la mierda. O estaba disuadiéndole para que respetara una parcela que nunca había intentado invadir o estaba rodeándose ella misma de una zona de seguridad. Le obligaba este planteamiento a hablar no sólo del país ya casi fantasma de su infancia, sino también de «los suyos», de su extraña familia. Yes había prohijado a Biscuter. Le parecía un amor, decía, casi portátil. Me lo llevaría a casa. En cambio, no se molestaba en ocultar cierta antipatía por Charo, como si ella tuviera derecho a molestarse por una rival en la propiedad de Carvalho y en cambio él tuviera que aceptar como lo más normal a su Mauricio y a sus dos chicos maravillosos, prendados de su madre, edípicos, sin duda, como no podía ser de otra manera. Aunque de pronto ella podía dar un salto imaginativo y proponerle:

– Porque tú y yo somos amantes, ¿no es cierto? Es como si fuéramos amantes.

– Nos ocultamos como si fuéramos amantes.

Supongo que no le contarás a tu marido que nos seguimos viendo.

– Podría contárselo perfectamente.

Dijo ella tajante, como si el asunto no mereciera más consideración. Pero Carvalho estaba irritado de tanto marido perfecto, inteligente, comprensivo y tanto hijo prodigio, como si fueran tres intrusos en un reino afortunado que sólo debería pertenecer a Yes y a él.

– Pero no se lo has contado.

– Digamos que no he querido crear «alarma social».

Y se echó a reír, cada vez con más ganas hasta aproximar su cabeza a Carvalho y rozar con su frente uno de sus hombros. Carvalho salió por un momento de la situación de amigos y residentes en Barcelona que juegan a ser amantes platónicos y se sintió ridículo. Veinte años atrás se habían ido a la cama y probablemente ella y, desde luego él, tenían ganas de volverse a ir a la cama.

– No. No somos amantes. Los amantes no tienen límites. No se parapetan detrás de mesas de café, no hablan de maridos o de esposas o de hijos o de padres porque construyen un mundo sólo para ellos, dure lo que dure, cinco minutos, una hora, toda una vida. Los amantes tienen otras lenguas aparte de la de kilómetros y kilómetros de papel de fax. Si te besara ahora mismo te morirías. Te desmayarías.

– Pruébalo.

Dijo ella y le ofreció la cara desafiante. Carvalho le cogió la cabeza por la nuca y la acercó leyendo la progresiva alarma de sus ojos hasta que se cerraron cuando notó el ariete de la lengua de él abriéndole los labios y buscándole los rincones más secretos de la boca. Cuando se separaron ella tenía los ojos cerrados y suspiró profundamente. Luego se recostó y le miró desde una distancia agrandada por una fingida sorpresa.

– Me has besado.

– Lo recuerdo.

– Es decir, ya somos amantes.

– Muy superficialmente.

– ¿Quieres decir que necesitamos acostarnos para ser amantes?

– Por ejemplo.

– Pero yo no puedo asumir una sexualidad doble. Yo no puedo irme a la cama contigo y por la noche irme a la cama con Mauricio.

– Lo entiendo perfectamente. Estamos en una etapa de involución sexual. Hace veinte años lo que acabas de decir te hubiera parecido una estupidez.

Ella ahora se había volcado sobre él y le ponía una mano sobre el brazo.

– En cambio, estoy dispuesta a irme contigo. Para siempre. No lo olvides, eres el hombre de mi vida.

Ante Carvalho había desaparecido Yes y se abría un abismo imantado que le atraía al tiempo que le dolía el esternón.

– A mi edad sería un para siempre muy breve. ¿Y tu estupendo marido, y tus maravillosos hijos? No te perdonarían. Quedaría destruido tu ecosistema.

– Me daría igual, siempre que lo tuvieras tú muy claro. O todo o nada.

Tenía en las manos el problema. Ella se lo había traspasado y le contemplaba entre la angustia y el orgullo. No me rechaces, le pedía, pero de los labios de Carvalho salió una cinta de fax más que una oratoria comprometida. La edad marcaba una excesiva distancia, no podía romper su ecosistema porque rompía el ecosistema de Charo, de Biscuter y sobre todo no podía romper el ecosistema de ella. ¿Te imaginas una vida sin los seres que dependen de ti? ¿A qué niveles de complejo de culpa llegarías?

– ¿A qué complejo de culpa te refieres? ¿Al mío? Estoy tan enamorada de ti que no tengo complejo de culpa, pero me niego a vivir dos vidas en dos camas. Sólo quiero una vida y una cama. Contigo. La tuya. Pero sólo una cama.


No contestas mis llamadas, ni las cartas que te mando por telefax. ¿ Ya no te quedan paisajes de la memoria por enseñarme?

Quieres que te deje en paz. Las más bellas historias envidiarían un final tan espléndido, sin muertos, sin lágrimas; un remate elegante -de cabeza, por supuesto- que sublimó, hasta gasificar, cualquier argumento de continuidad.

No quieres jugar a destruir mi ecosistema, dijiste. Todas y cada una de las consistentes razones, tan inapelables como ineludibles, jugaron a tu favor, ni tan siquiera yo -la reina de la improvisación- fui capaz de sortear, o distraer, una maniobra tan impecable. Perfecta la posición en el campo, exacto el cálculo de la distancia, oportuno en la elección del momento, escrupuloso en la ejecución. Esta ignorante -y humilde- mujer sólo estaba en posición de presentir la derrota, aturdida y desconcertada.

Tener razón es muy importante y tú tienes razón, toda la razón… y nada más que la razón. A mi edad -540 años- no me interesan las razones, les he rendido pleitesía mucho tiempo; he llegado a la conclusión de que la pasión no es lo más importante, es: lo único importante. Por otra parte no concibo cómo se puede pretender, a estas alturas, hacerle un regate a la emoción, atendiendo a cuestiones tan prosaicas comola incomodidad de los horarios, costumbres, el marido realmente existente, los hijos…; cuando los dioses nos regalan algo tan escaso como es la ilusión, es un acto de soberbia -imperdonable- rehusar.

Alguien a quien adivino vasallo de la estética tiene que, al menos, estar en un dilema; me explico: parece muy difícil que puedas renunciar a un espectáculo como yo, tanto como difícil renunciar a tu solvencia, comodidad y paz moral. Se me olvidaba decirte que en el primer plano final, justo antes de rendir la cabeza y marchar -¿desfilar?-, besé tu frente, tus mejillas y tus labios con mis ojos, demorándome lo menos posible. No me gusta molestar. No trato de deshacerme del ídolo, puedo asumir sus -si los hubiere- pies de barro, mi adoración es incuestionable, ha superado el paso del tiempo, todas las modas.

Reconozco mi error al proponer una «aventura», no sólo por lo ambiguo del término, también porque oculté nuestro encuentro a Mauricio, no sé por qué lo hice, no era preciso, probablemente me dejé impregnar por la atmósfera que se había creado. Y para colmo EL ANÓNIMO QUE SE HA RECIBIDO EN CASA, puede que esté rodeada de gente a la que no le soy simpática, soy la dueña y los dueños nunca somos simpáticos. Seguramente me pasará pronto la necesidad de referirme a ti de un modo tan compulsivo.

Se me ocurre que la perfumería, o lo que sea, que, a su vuelta de Andorra, tiene que montar Charo -las putas siempre encuentran el modo de hacerlo todo práctico y provechoso- debería llamarse: «En Esencia», «Esenciales»… En mi opinión te mereces que este personaje vuelva con la frente marchita, pero dispuesto a trocar en transparente y positivo todo lo que hasta el momento era sórdido en su vida. Este negocio le va a permitir reconvertir sus antiguos clientes en clientes de nuevo, y también en clientes a sus compañeras; Pepe Carvalho participará ahora de la misma condición de cliente que todos ellos, ¿revancha? Clientes todos pero de un negocio transparente, socialmente presentable, de buen tono, chic.

He sido una insensata, una ilusa y además una pesada. Está bastante claro que tú no me necesitas para nada, me atiendes cuando te llamo o te escribo pero son actos reflejo de los míos. Había pensado conocerte, divertirme, jugar un poco, sin que ello supusiera daño alguno para nadie; que tú recibieras un millón de halagos y alguna que otra cita entretenida, no parece perjudicial. Por mi parte materializar mi relación contigo (en mis sueños siempre hemos discutido mucho) era un proyecto demasiado atractivo, en sí mismo inocente y por tanto irrenunáable.

Al recibir el anónimo considero que no tengo nada que ocultar, por eso se lo he contado todo, todo a Mauricio. Se lo he podido contar todo porque no ha pasado nada. Puedo asumir y hasta controlar cualquier tipo de enamoramiento, no son más que emociones pasajeras, distracciones, que no tienen por qué ser desestabilizantes, simples escaramuzas sin ningún tipo de trascendencia, ejercicios de adiestramiento, que no traspasan los límites de la esgrima verbal. Con cierta frecuencia surgen a mi alrededor episodios galantes, que se conocen y asumen en casa sin ningún tipo de crispación, al contrario incluso, a mi marido y mis hijos les hace cierta gracia que gente de su entorno muestre un particular interés por mí; se habla de «mis víctimas» de «esa nueva víctima» y de lo contenta que estoy con mi cosecha de triunfos, dicen que no tengo piedad, que soy una casquivana, una coqueta sin remedio y me «riñen» pero sin demasiado énfasis. Todos saben que, por otra parte, a mí no me da ni frío ni calor, es pura gimnasia, y que además nunca soy yo quien promueve esas situaciones; digamos que por un lado me halagan, y por otro lo llevo con resignación.

Al parecer, ha resultado premonitorio que firmase algunas cosas con: Alicia, detrás del espejo, porque estar al otro lado del espejo es lo que estoy haciendo ahora. Es una nueva perspectiva nada cómoda, pero resolveré sin duda todas estas inquietudes, procuraré no ser demasiado molesta y, a la vez, que no me «molestes» -confío plenamente en que entiendes lo que digo- no permitiré que nada de todo esto afecte a mi equilibrio emocional, ni al de los míos. Mis excusas, también mis respetos.

Alicia


Tal vez todo sería mejor así. Considerar el reencuentro con Yes una peripecia del espíritu que acabaría pareciéndole irreal, como si hubiera pasado de la evocación al espejismo o como si hubiera vivido la fantasmagoría de La mujer del cuadro de Fritz Lang. Los días pasaban sin nuevos mensajes, hasta que de pronto:


Morosa máscara mágica

Aturdida, azorada, alarmada.

Nigromante, nuevo Nibelungo,

Ulises, urdiendo utopías.

Eres esperanza exacta

Loca lengua libertina.


Demasiado corto para ser grave. Carvalho se quedó al pie del fax esperando una continuación, pero pasaron dos, tres horas y Biscuter desfilaba ante él sin decir nada, de sus compras a la cocinilla, preparando un soufflé mediterráneo, jefe, de atún con alcaparras, porque no hay nada como la cocina mediterránea, jefe. Tuvo tiempo de comerse el soufflé con un vino albariño gallego bien frío, masticando improperios contra los que beben champán, cavas y vinos blancos un grado por encima del frescor auténtico. También hubo tiempo de salir a la calle con Biscuter empeñado en que le acompañara al centro cultural de los jesuitas de la calle Caspe, donde iba a darse una conferencia que podía interesarle mucho a cargo de Guifré González, sobre neocatarismo. Título de la conferencia: «Entre el Opus Dei y los cátaros» a cargo de Guifré González. A Carvalho le sonaba a uno de esos personajes a los que siempre presentan diciendo que no necesitan presentación, tal vez de la radio, tal vez era una estrella de tertulias o le habían hecho alguna entrevista que él había captado al paso. Estaba el salón lleno y Biscuter le había reservado un asiento situado detrás de la cabeza pelirroja de Margalida la Ben Plantada, la Donzella del Valles, que se volvió para sonreírles. En el escenario, sobre la pared de fondo una pantalla de proyección cinematográfica o de vídeo. Un vistazo por la sala le permitió a Carvalho descubrir al hombre del chándal, al joven neoliberal de los cursillos y a Anfrúns rodeado de chicos y chicas que en todo momento estaban pendientes de sus palabras, sus cuchicheos, sus humoradas. El corruptor de menores de siempre. Aparecieron sobre el escenario Francesc Marc Alvaro, Guifré González y un jesuita que presentó a Francesc Marc Álvaro como uno de los más brillantes y equilibrados jóvenes intelectuales y en cuanto Francesc Marc Álvaro tomó la palabra se dedicó a elogiar irónicamente, la única forma civilizada de elogiar a alguien, a Guifré González, que podría ser considerada la cabeza pensante más importante de Cataluña y una de las mejor amuebladas de Europa. ¿Cómo se amuebla una cabeza sin reducir el espacio interior?, se preguntó Alvaro como remate de su corta y brillante presentación, dejando la duda de si la cabeza de Guifré estaba demasiado amueblada. El conferenciante, ahora llamado Guifré González, no era otro que el falso cura, falso tío de Neus, que en realidad se llamaba Margalida. Sin clergyman y sin guayabera, ahora parecía un miembro confortable del star system de la inteligencia. Tras merodeos de agradecimiento por la amplitud liberal, en el mejor sentido liberal, que demostraban los jesuítas, sus anfitriones, habló de la crisis de modernidad de la Iglesia católica y de los duros años de competencia que se avecinaban, por ejemplo, en el caso de los Países Catalanes, la Iglesia católica había sido incapaz de dar el paso de la autonomía eclesiástica con el riesgo de desvincularse de una feligresía que exigía en religión el derecho a la diferencia. La Iglesia católica vaticana sólo considera una apuesta segura, el Opus Dei como nueva fuerza defensiva, capaz de conectarla con la estrategia del dominio temporal a través del dominio material y viceversa, pero el Opus Dei no había dado el paso necesario para adecuarse al futuro nuevo orden internacional de una globalización basada en los pueblos identificables. ¿Qué hacer? Tal vez había llegado el momento de dejar a la Iglesia católica en su camino hacia la obsolescencia, puesto que el Vaticano se había empeñado en recorrer ese «camino» en compañía del Opus Dei, y plantearse una religiosidad de diseño para los Países Catalanes. Más que enojosas actitudes cismáticas, tal vez sería más interesante buscar en la memoria colectiva un sustrato religioso que ya en el pasado hubiera intentado dar respuesta a una nueva espiritualidad, y la nueva Europa debería tener en cuenta lo que había sido el catarismo como una religión solidaria y fundamentalista, muy en la línea del viejo, moderno, eterno deseo de retorno al cristianismo primitivo, de base, humanista, que, desde la institucionalización constantiniana de la Iglesia, había inflamado Europa desde Bulgaria a Toulouse, desde Coblenza hasta la Cataluña Norte de los siglos xII y xIII. Fue en este momento cuando se oscureció la sala y sobre la pantalla apareció el mapa de la extensión del catarismo en los siglos xII, xIII y xIV, mezclado a veces con los albigenses o los valdeses, aunque sería necio relacionarlos, liquidado todo el catarismo aparentemente en 1321 con la cremación en Vila-Roja, Termenes, de Belibastre, último prefecto cátaro conocido. Es más, se envalentonó Guifré, hay quien sostiene que los cátaros querían constituir el principado de Septimania y quien añade, como Javaloys, que ese principado estaba inspirado por el poder judío y en la persecución de los cátaros se aliaron el rey de Francia y el Papado para acabar con unos herejes escisionistas, políticamente incorrectos. Pero los cátaros, aunque se desperdigaron, prosiguieron siendo cátaros y muchos se establecieron en la Cataluña del Sur, ocultando su pasado para evitar la represión y alguna semilla dejaron. Profetizaba Guifré González una nueva religiosidad no de diseño tal como podía concebirse desde la ingeniería religiosa en ciernes, sino entendiendo diseño como una religión reconstruida a partir de sus ruinas, como si hubiera estado esperando una nueva sensibilidad y las condiciones objetivas y subjetivas se hubieran producido.

– Pobreza, solidaridad, compromiso frente al capitalismo salvaje construido con la complicidad de toda clase de establishments. Aquella religión afectó a parte de Cataluña Norte, contaminó personas o zonas de la Cataluña Sur, y los pueblos estructuralmente aplazados como los Países Catalanes podrían hacer un uso evangélico y a la vez vertebrador de una territorialidad del espíritu y de la emoción emancipatoria, frente a los intentos economicistas de crear nuevas territorialidades por razones estrictamente económicas. No hay que olvidar que en su tiempo a los cataros se les conocía por «los hombres buenos», porque de ellos emanaba, al menos, la voluntad de la bondad y la caridad, tal como se demuestra en el estudio fundamental de Jordi Ventura i Subirats. ¿Y ahora? ¿Aquí? Sólo una corriente mística controlada por la inteligencia laica podría contrarrestar los efectos de la dictadura economicista que se cierne especialmente sobre Cataluña como una amenaza. Cataluña puede desaparecer como proyecto si el poder económico español y multinacional con la ayuda de los botiflers, de los catalanes renegados, la destruyen como imaginario unitario y la sustituyen por un triángulo de poder económico.

Margalida aplaudía con un entusiasmo sin límites, silbaba, aullaba, como si Guifré González fuera un héroe del rock y no su tío, su falso tío y Anfrúns apacentaba las reacciones de su rebaño y estudiaba a distancia las no reacciones de Carvalho. Ya estaban en el turno de preguntas del público y Anfrúns pidió la palabra.

– Querido Guifré, tu apuesta por un neocatarismo pancatalán controlado por un cerebro laico, ¿incluso ateo?, me conmueve. Si de verdad se cierne una amenaza economicista, ¿qué impide a los que están diseñando una alternativa al imaginario catalán convertir el neocatarismo en una religión del triángulo Región Plus?

Porque aunque no se haya manifestado esta locución, al hablar de conspiración economicista te estabas refiriendo a Región Plus. Fíjate en la figura geométrica que compone el territorio cátaro.

– No es un triángulo.

Opuso González, y Alvaro y el jesuita lo ratificaron. El jesuita fue más allá:

– Es un rombo algo aplastado.

Se impacientó Anfrúns:

– Sean triángulos, sean rombos, qué más da.

Guifré pasó a mayores:

– Una nueva espiritualidad, inteligentemente laica, es lo que se necesita para que prospere un nuevo humanismo que ya no puede construirse desde proposiciones estrictamente racionales como intentó la Ilus tración o el Marxismo.

Anfrúns se alzó sobre las puntas de sus pies y rezó en voz alta:


Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. El pan nuestro sobresubstancial dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Pero líbranos del mal porque tuyo es el reino, el poder y la gloria.


No bien repuesto el público, entre la chacota y el recogimiento, del efecto del recitado, Anfrúns adoptó maneras de tribuno y se dirigió a todos los presentes por encima de la dedicación a los ponentes.

– Acabo de recitarles el padrenuestro en versión cátara, una religión que en efecto podemos relacionar con el sustrato espiritual de muchos catalanes antes de la pérdida de soberanía. Pero ojo con el maniqueísmo cátaro. El diablo ha creado el cuerpo humano y Dios el espíritu. Fijémonos en el final del padrenuestro: «Tuyo es el reino, el poder y la gloria.» No se refiere a un reino tangible, sino al conjunto de los espíritus, aunque Jesucristo con su sacrificio nos liberó del mal. Jesucristo ha redimido el reino para dárselo a Dios Padre y es obligación de los catalanes darle geografía a ese reino. En cuanto al poder se ha visto degradado y abatido por toda clase de flaquezas y es obligación de los catalanes que las flaquezas se vuelvan fuerzas. ¡Y la gloria! El señor dice a través de un salmo: «¡Despierta gloria mía, despertaos arpa y cítara!» El reino, el poder y la gloria representan el espíritu, la vida y el alma de cada ser individual. ¿Cómo transmigra esta naturaleza individual a la colectiva de un pueblo?

Ahora sí que Anfrúns retaba a Guifré González a que le contestara, y lo hizo:

– No asumo el catarismo como una revelación simbolista nutrida del catastrofismo del apocalipsis, sino como una ética de la rebelión y la participación en clave religiosa, ética que conviene a un proyecto de catalanidad popular, liberada del pactismo, de la servidumbre pequeño-burguesa a lo nacionalmente correcto según el estilo tendero del señor Jordi Pujol Soley, que espero sea derrotado en las inminentes elecciones para que podamos entrar en el posnacionalismo. Pero ojo. Que los que tanto pregonan el posnacionalismo no se equivoquen. En todo fin hay un principio y es necesario que termine el nacionalismo necesario pero vergonzantea la manera del pujolismo o del PNV en el País Vasco para que posnacionalismo signifique neonacionalismo.

Una potente combinación de silbidos y aplausos sancionó las palabras de González y, contra lo que Carvalho esperaba, Anfrúns estaba muy satisfecho cuando se dejó caer en su butaca y, al iniciarse la retirada de los presentes, el capitán de los Testigos de Luzbel se situó tras Carvalho y bisbiseó junto a su nuca:

– Acaba de tener la oportunidad de ver a Manelic en su propia salsa.

Para ratificar su insinuación señaló hacia Guifré González, que departía con Alvaro y el jesuita, y luego pretextando prisas dejó a Carvalho en plena retirada y se llevó a su rebaño a los verdes prados de Satán. Margalida le murmuró que pronto tendría noticias «nuestras» y volvió a repetir el insinuante plural, «nuestras». El detective eligió volver al despacho antes de regresar a Vallvidrera y allí estaba la lengua continua del mensaje de Yes, ausente otra vez Biscuter, que empalmaba el catarismo con alguno de sus cursos nocturnos de rearme cultural, inglés posiblemente o cualquier conferencia sobre globalización o actividad voluntaría pro Chiapas.


Mi profundo malhumor recae sobre todo el mundo, me he ocupado expresamente de que así sea, no he cejado hasta amargarles la vida a todos cuantos me rodean; un acto deplorable que, incluso, justificaría si me hubiera sido de alguna utilidad. Estoy frustrada, irritada, perpleja, consternada…: furiosa.

Con un enojo arbitrario, seguramente desmedido, que me corroe.Nadie es responsable de mi tristeza, al contrario, yo he debido ser penosa para ti, te he cercado, acorralado, obligado a gestos, expresiones a las que nunca te hubieras encaminado por ti solo, además de todo eso no sólo no me doy por satisfecha, sino que te recrimino que no sientas lo mismo, con la misma intensidad que yo. Lo cierto es que mi adoración por ti me hizo creer que tenía derecho a exigir la misma respuesta; cuando sentí la distancia, te hubiera abofeteado. Fue mucho más tarde cuando intuí hasta qué punto te has sentido obligado; sin duda, yo he sido quien se ha lanzado al abordaje de un barco (que navegaba con rumbo fijo, no en paz y felicidad, pero sí con el horizonte adivinado) sin haber sido invitada, asaltándote por sorpresa reclamando -exigiendo- tu atención, tu dedicación.

No creo confundirme al pensar que también ha ayudado a desconcertarme cierta dosis -lógica- de vanidad por tu parte, el deseo de querer prolongar la sensación placentera del que se siente admirado; si a eso se añaden el atractivo de la diferencia de edad que a ti te habrá halagado (cada minuto que pasa es menor, me siento envejecer por momentos) y el aliciente de mi buena presencia (deja que presuma de envoltorio) acabo por explicarme el motivo por el que me animé a pensar que tus gestos, tu inclinación hacia mí, nacían de la necesidad de compartir emociones más serias. Mi estómago es un «matasuegras» cuando me encuentro contigo; mi más importante objetivo no es saber de las inquietudes de Mauricio.

Tienes una necesidad de cariño que nunca consigues saciar, a ese problema se añade tu generosidad -entrañable- que te obliga a corresponder -¿agradecer?- a los que te quieren. Este comportamiento acaba siempre en un atasco que pocas veces consigues resolver, te obligas a mantener una puesta en escena de reciprocidad a las muestras de afecto que se tedan, como un modo de compensar y, a la vez, propiciar que te sigan queriendo. Ya que hablamos de cariño y de afecto parece apropiado decir que estableces una dinámica de «abrazo mortal», es decir, te haces trampas a ti mismo, te eres deshonesto. No me extrañaría que cuando te sientes -porque te sientes- tiranizado por tus Charos y tus Biscuters, demuestres tu enojo para, acto seguido, tratar de remediarlo dando nuevas muestras de cariño, con su consabido eco. Tienes mi admiración, mi afecto, mi respeto, me has devuelto la ilusión, los sueños, las quimeras, las dudas, todas las dudas. Celebraré si eso te reporta cualquier felicidad pero: ná te debo y ná me debes.

Estoy en estado de gracia, tú has sido el catalizador, como tal, puesta ya en marcha la reacción, no te necesito para nada.

Tú, a mí, sácame de la lista de los agradecimientos.


Ausente

Ausente máscara mágica

Utilitaria azorada alarmada.

Santero nuevo nibelungo,

Eres esperanza exacta loca lengua libertina.

Niégalo, niégame, niégate

Toma mi voz en el desierto.

Excusa mi dolor, es de este mundo.


Por cierto, Ausente. De otro desierto me llega el segundo anónimo. Creo saber de quién se trata. Un desgraciado al que en el pasado, no me preguntes por qué, le hice alguna confidencia sobre nuestra relación y que se relaciona con los círculos de mi marido, concretamente su abogado.

He conseguido un salvoconducto temporal, entre las 3 y las 3.30 de una madrugada atormentada y tormentosa parareponer la música de tu voz -salmodiante, invocante- como muecín que invita/apremia a la pagana oración; entre sombras y relámpagos sonaba a Una noche en el Monte Pelado. Constaté que tú habías estado solo sin mí, que sin ti yo estaba sola. Todo este interminable fin de semana, salpicado de, accidentes telefónicos que interpreté como fallidas o insinuantes llamadas tuyas, estuve rodeando mi soledad de presencias familiares como yugos. Tratando de concordar mi cariño hada ellos, de acomodarme al espacio/tiempo, de responder con honestidad a los «pero… además de estar creciendo, qué es lo que te está pasando?». No encuentro la clave para ser honesta y no hacer daño; no se puede rondar la verdad. Tratar de renunciar a escenificar, materializar lo que siento, dudo que nadie haya sido capaz, pero puedo intentarlo; tampoco sé cómo han podido enfrentarse al rostro de un ser querido y causarle dolor sin paliativos; ignoro cómo se puede llegar al

¿ cómodo?- fingimiento escudándose en el argumento de no hacer daño. De repente me olvido de todos los problemas y me encuentro instalada en el paraíso, en una sesión doble, interminable, continua, de besos; de esos besos maravillosos que tú das, apabullantes, sorprendentes, perturbadores: esdrújulos, no importa si el termino no existía, ahora existe. Pues eso, de repente en lo alto, en todo lo alto para a continuación descender al infierno del marco que me rodea, que yo he construido, paso a paso, con ilusión, con cariño, con dedicación, es como un sabotaje a mí misma, un autosecuestro, puro terrorismo. No me extraña que a la gente mayor se le ponga la cara que se les pone, en mi caso me temo lo peor.


No respondió Carvalho al fax de Yes y Fuster llamó a tiempo a su timbre portador de potes de cristal con vino rancio y trufas de Villores, a la espera de la cosecha de fines del 99 y comienzos del nuevo milenio. Junto a las trufas, la inevitable conversación sobre por qué las trufas blancas españolas no tienen nada que ver con las italianas. Las españolas son como patatas algo aromatizadas, en cambio un tartufo bianco de Alba es una joya de la naturaleza, exclamaba Fuster, que era trufero de familia y por lo tanto de nacimiento.

– Una subasta de trufas en Morella es un espectáculo y ver cómo los yacimientos de trufas son secretos campesinos como si se tratara de minas de oro es una comprobación de que la teoría del valor tiene que ver con la escasez de lo valorado. La trufa tiene un valor simbólico, saturnal. Pero tú querías hablarme de religión.

Carvalho le ofreció una cata de tres whiskies nuevos que había comprado en la vinoteca de la calle Agullers. Fuster se inclinó por un Linkwood y en cambio Carvalho le opuso un Springbank añejo, como siempre. A Fuster le gustaban los whiskies más sueltos.

– No entiendo demasiado, pero los que te gustan a ti se parecen a un coñac o un armañac.

Carvalho le expuso sus nuevos horizontes religiosos y su sorpresa de que estuvieran tan conectados con reivindicaciones nacionalistas. Fuster levantó los ojos al cielo y exclamó: ¡La madre, la Tierra y Dios! La virgen María como nexo entre Dios y la Tierra y los curas ofician como celestinas en todo nacionalismo. Les parece que la nación sacraliza la existencia, la acerca a las verdades esenciales y de ahí que los pueblos escogidos por Dios sean tantos como curas dispuestos a apadrinar la elección. El internacionalismo ha sido siempre ateo.

– ¿Y el ecumenismo?

– Ésa es otra historia. Ése es el imperialismo católico, cada vez más en retroceso. El catolicismo no crece. Es una religión poco útil desde que ha desaparecido el latifundismo y ha aumentado la red de carreteras y la televisión. Ni siquiera ha preparado a los católicos para la lucha por la hegemonía material como ha hecho el protestantismo.

Carvalho creía que el catolicismo es una religión de acumuladores primitivos y de rentistas. Mal asunto en tiempos en los que bajan los tipos de interés. Por otra parte, la racionalidad ascendente ha puesto en crisis los misterios católicos, en general todos los misterios cristianos, pero especialmente los de lectura católica.

– No me gusta hablar así, porque tengo miedo de pasar por un anticlerical convencional y no es eso. ¿O es eso?

Fuster le opuso:

– ¿Y las corrientes neocristianas solidarias? ¿ La Teo logía de la Liberación?

– Me suena a marxismo a lo divino. Lo más moderno que ha encontrado la Iglesia católica es el OpusDei, imagínate, el cristianismo pasado por un maquiavelismo barato empresarial a lo Dale Carnegie. Un cristianismo de Reader's Digest. Me encantaría que volvieran los ritos antiguos. La religión sin teatralización no vale nada, no es nada.

Carvalho necesitó otros dos whiskies para hacerle un resumen a Fuster de la situación, de su situación. Fuster meditó y decidió:

– Deja lo de las religiones y haz caso a Charo. Soy tu gestor y sé lo que me digo. Con toda la crudeza, no tienes dónde caerte muerto y un empleo fijo, con un poco de blindaje, podría ser algo así como una jubilación asegurada. Liquida lo de esa madre. Pásale un informe racionalista, creíble y no te metas en más honduras.

– Lo quiera o no lo quiera yo, el nexo existe. Aquí se está cociendo algo oscuro, complejo, y tengo la sospecha de que si yo no quisiera meterme, igual me meterían. Pero ¿para qué?

Fuster no tenía la respuesta y la almohada tampoco. Al día siguiente comprobó que el whisky de calidad no propicia resacas y salió de casa con el propósito de hacer caso a Fuster. Nada más llegar a su despacho comenzó la redacción del informe para Delmira:

El punto de indagación en el que me hallo me invita a plantearle la necesidad de dar por terminado mi trabajo, habida cuenta de que nada me conduce a evidencias nuevas. El deseo de implicar al financiero Pérez i Ruidoms en un escándalo hace que X contrate a unos sicarios para que asesinen a su hijo, teniendo en cuenta las relaciones de todo tipo que le unen con el hijo de Pérez i Ruidoms. El asesinato aparece rodeado de una atmósfera de crimen pasional, fruto del despecho, hasta que alguien, vamos a llamarlo Z, desvela la motivación real y pone en la pista de un crimen mercenario tramado por un grupo de presión antagonista de Pérez i Ruidoms, sin que pueda atribuirse al grupo Mata i Delapeu porque lo encabeza el padre del asesinado y no parece que se trate de una confusa tragedia griega o judía, el sacrificio de Isaac por ejemplo. La manera como la policía fue conducida hacia los sicarios supuestos autores materiales del delito es sospechosa, así como la ejecución de los asesinos en el momento de la detención, aunque como testigo presencial del asalto policial sospecho que ni siquiera el inspector Lifante controlaba los hilos que movieron a la ejecución de los sicarios. Movido por sus indicaciones, me predispuse a despejar las dos incógnicas: X y Z. X sería el urdidor de la ejecución y Z el desvelador de los verdaderos motivos. Mis medios para despejar estas dos incógnitas son nulos…

Al llegar a este punto del redactado, Carvalho se detuvo. No. No era cierto. Podía ir más allá, pero sentía por primera vez inseguridad, miedo a ir demasiado lejos, a tener noción de excederse, una noción que más bien le había estimulado que reprimido. Hasta ahora. La angustia de estar angustiado. El miedo de tener miedo. Hizo una bola con el papel escrito y la tiró a la papelera, pero se arrepintió, la recuperó, la alisó y se la metió en un bolsillo.

Y de pronto otra vez el fax:


Bárbaro, cruel, tosco, rudimentario, salvaje, feroz e inclemente parcelas tu corazón y tus pensamientos minuciosa, estratégicamente, apartas de un manotazo todo aquello que no conviene al exacto concepto de utilidad; lo confiesas fría y cínicamente sin inquietud. Con total desvergüenza, descaro y procacidad presumes de haber encontrado la fórmula magistral. Lo cierto es que lo has hecho, el diseño de tu plan es perfecto salvo que te has quedado sin corazón con que vivirlo.

Tú no sientes, no te impregnas de amor, deseo, necesidad… esos sentimientos los ejercitas, los despliegas, los pones a producir como utilidades fabriles, y mientras los ejecutas, los perpetras, también los vas secando, agostando hasta la extenuación, como emociones. No es una educación encorsetada la principal causa de desavenencia entre tus gestos y lo que dices sentir; tus gestos -escasos- están en perfecta concordancia con lo que realmente sientes -poco-. Eres demasiado inteligente para no darte cuenta de que algo falla en el esquema, te sabes impotente para apreciar que: el encanto de lo inútil es necesario.

Bueno, no, los besos sí, los besos aquellos que ya habrás decidido que son mi cuota, dámelos todos, dámelos suaves, húmedos, lentos, poderosos, azules, y… contados; es lo que he venido a reclamarte, por favor: bésame mucho. Mientras te escribo desde mi ordenador personal, casi borracha y en una noche, más noche que ninguna, me cruzan de parte a parte dos canciones: bossanova en tu mirada, Bossanova…; y: Somos. No puedo organizarme, no sé cómo hacerlo, me siento inútil para todo, para todos, para mí; mis piernas no me obedecen, suenan como carracas oxidadas y sin embargo tengo que salir corriendo como sea, tu recuerdo indica un camino que a veces me parece conocido, mejor dicho, lo estoy conociendo… Yo que había imaginado caricias en el arpa de tus venas… que había inventado besos nuevos.

No contestas, pero está tu voz. Acabo de hablar contigo, me impresiona tanto tu voz, pareces saber qué es lo que voy a decir.Es así de grave, te quiero, te quiero, te quiero. No estoy jugando contigo, no quiero jugar con nadie, no quiero ser un peligro público, un día estaré completamente sola, lo sé.

Tengo otras sensaciones físicas, también muy sorprendentes, no te cuento porque no creo que estés en edad de entender.

Tú, que todo lo sabes, ¿ no podrías pasarme ese manual de instrucciones tan operativo que empleas1? Yo sé que no te soy indiferente, sé que te gusto un montón.

Es suficientemente agradable saber que altero de algún modo tus hormonas, y que conversar conmigo te distrae, te apetece, que te acuerdas de mí. Es una relación desigual. Yo te necesito fundamentalmente. Cuando te fuiste, después de mi ultimátum sobre las dos camas, te seguí, alcancé a verte bajar las escaleras del parking, luego me aposté (¡vaya expresión!) en una esquina para verte salir con el coche. Se alejaba la pieza, mejor dicho: yo me alejaba de ella y me quedé aturdida, sola, ridicula. No sé si tú habrás sentido nunca una atracción, tan desmedida, como la que siento yo por ti, intuyo que sí pero aunque para satisfacerla también tuvieras escollos, dependencias que salvar, me consta que cogiste tus escrúpulos, tus lealtades, tu nobleza, los envolviste convenientemente y los lanzaste a la luna.

Luego cuando se pasó «el episodio», te diste la razón a ti mismo, llegando a la conclusión de que había sido muy conveniente no perturbar la paz familiar; a partir de ahí el número de veces que ocurra no te altera en nada, tomas el manual de instrucciones y ejecutas las maniobras impunemente. Mauricio es excepcional, no hay nadie como él, ni tan siquiera mi estado de enamoramiento hada ti me impide reconocer su superioridad; debo serle absolutamente sincera, debo hacerlo del único modo limpio que se me ocurre, participando de la soledad y la tristeza que le causaré, es decir: triste y solatambién yo. Ya alguna vez te he dicho que no creo que nadie se avergüence de sus sentimientos, nacen sin pedir permiso. Lo siento mucho, Oso Cavernario, debes estar agotado y apesadumbrado, para alguien que pretendía algo lúdico, placentero e intrascendente, todo esto debe ser una lata. Si te sirve de consuelo te diré que debe haber un montón de mujeres guapas a las que puedes orientar en la vida, aunque ya no sea posible enviarlas a Katmandú.


Las elecciones autonómicas volvieron a dar la victoria al nacionalismo moderado, pero fue tan precaria que las expectativas de final de un período no desaparecieron, al contrario, se acentuaron y mientras los socialistas y ex comunistas se preparaban para unas elecciones anticipadas, los diferentes nacionalismos velaban las armas para el combate en disputa por la túnica sagrada del pujolismo, mientras la vida continuaba y las setas se ofrecían al fervoroso caminar de Carvalho por la Boqueria en un año en el que abundaban los ous de reig, la bien llamada «ammanita de los césares», la reina de las setas en opinión de Carvalho, contra el patrioterismo micológico defensor del níscalo o rovelló como una seta nacional metafísica y los paladares claustrofóbicos clitoriales que elegían la colmenilla o los cosmopolitas que se inclinaban por los ceps. Rompió algunos fax de Yes sin leerlos, confiado en que la destrucción le ayudara a construir la voluntad de desencuentro y acogió con alborozo la llamada de Margalida, que apareció sobre su moto y volvió a exigirle que subiera a ella como paquete. Esta vez no estaba dispuesto a pasar frío y Margalida le puso periódicos doblados sobre el pecho, la edición en catalán de El Periódico, contenidos por la chaquera. Tampoco estaba dispuesto a mantenerse en vilo mientras ella regateaba taxistas y le pasó los brazos por el estómago pegándose a la espalda de la muchacha. No sólo sorteaba coches, sino que observaba por el retrovisor si algo les seguía y giraba bruscamente por las calles menos esperables para ir hacia Hospitalet y continuar el viaje interminable en dirección hacia el mar, cuando la ciudad ha perdido definitivamente su nombre y los últimos campos que la separan del aeropuerto decoran su escasa nostalgia campesina. Todavía las frutas del Prat y los basureros del Prat con sus carros y percherones poblaban la infancia de Carvalho, cuya memoria últimamente con tanta fuerza reclamaba coexistir con la premonición de vejez. Los caminos ya no estaban asfaltados y la moto se orientó hacia una masía aislada en un pequeño palmeral y noria, muy próximo el río Llobregat. La moto se detuvo ante la erosionada casa. Echaron pie a tierra, ella bajó la cremallera de su cazadora de cuero, sacó una linterna de la cartera adosada al sillín y se puso en marcha hacia la puerta. El haz de luz fue desdeñando habitaciones erosionadas que olían a humedad y descubrió una escalera que descendieron hasta encontrarse ante una puerta cerrada. Margalida golpeó con los nudillos según una clave rítmica y la puerta la abrió un joven con aspecto de príncipe hindú en el exilio, efecto tal vez acentuado por la chilaba blanca que le ocultaba los pies y lo convirtió en una figura alabastrina deslizándose más que caminando por la moqueta de la única habitación que parecía tan habitada como habitable, con compacto incluido, moqueta y mueble bar. Albert Pérez i Ruidoms buscó el centro radial de la habitacióny se sentó sobre sus piernas dobladas como si fuera a iniciar ejercicios de yoga, se había concentrado pero no tardó en salir de sí mismo para reparar en sus visitantes. Margalida seguía los movimientos del joven con respeto y Carvalho con la fascinación que siempre le habían despertado las teatralizaciones aplicadas a la vida cotidiana. El silencio de Albert era una invitación a que hablaran y Carvalho no estaba dispuesto a actuar de telonero, ni de discípulo de Sócrates preparándole al maestro preguntas mayéuticas.

– Albert, el señor Carvalho está de nuestra parte y quisiera una explicación tuya de cuanto ha sucedido, especialmente el asesinato del pobre Alexandre.

Albert se dirigió a Carvalho.

– Supongo que usted estará al corriente de la idea de la muerte de Dios derivada de Emmanuel Kant.

– Me parece que sólo estoy al corriente del pago del recibo de la luz.

El desconcierto de Albert obligó a la intervención de Margalida.

– El señor Carvalho tiene mucho sentido del humor.

Albert cerró los ojos para expresar su radical desdén por el sentido del humor.

– En fin, no nos remontemos a Kant, pero debo decirle que el fracaso del racionalismo lo comparten todos los integrismos totalitarios, sean de corte llamado revolucionario, sean de corte capitalista conservador. El irracionalismo no es la negación de la capacidad humana de comprender, sino un universo lleno de posibilidades negadas por el racionalismo. Yo no soy Satán. El Satán que nos han descrito está hecho a la medida de la afirmación del Dios cristiano y jamás existió.Satán es la otra mirada y tal como nos han dejado la Tierra, la vida y la Historia, la luz, Satán es la luz de la negación. Testigos de Luzbel tenía un carácter reivindicativo de otro orden.

– ¿Tenía? La secta aún existe. Ahora la dirige Anfrúns.

– Satán también puede tener sus Judas y Anfrúns es uno de ellos. Anfrúns es un títere en manos de mi padre.

Ahora Carvalho buscó en Margalida la ratificación de lo que estaba diciendo su amigo y ella estaba arrobada en la contemplación de Satán, como si ya hubiera llegado a la beata eternidad infernal y la felicidad consistiera en la contemplación infinita de un Satán infinito. Prosiguió Albert:

– Desde que tengo quince años he tratado de buscar alternativas a todo lo que representa mi padre, como lo había hecho también el pobre Alexandre. Él tenía al menos la suerte de tener una madre sensible e inteligente, yo no. Cada vez que yo me he descolocado y me he situado al margen del universo de mi padre, él se ha apoderado de mi espacio, porque el espacio me implicaba a mí. Yo creía que Testigos de Luzbel quedaba definitivamente en otra galaxia a la que él nunca llegaría. No ha sido así.

Un ruido exterior lo suficientemente considerable quebró el discurso de Albert. Margalida saltó y se dirigió a una ventana a ras de suelo para tratar de ver lo que ocurría en un exterior ya definitivamente oscurecido.

-Són ells! [25]

Albert se había puesto de pie y estaba paralizado, pero Margalida le obligó a salir de la parálisis empujándole.

Surt per la cava i agafa la meva moto. Nosaltres ja ens espavilarem [26]

Margalida tenía una confianza ilimitada en sí misma o en Carvalho, pero no tuvo tiempo el detective de rebatir tanta seguridad, porque la salida precipitada de Albert de la habitación precedió a la entrada de cuatro mocetones con las cabezas rapadas y armados con barras de hierro y gritos disuasorios que a veces alcanzaban la estructura de amenaza inteligible.

– ¡Hijos de puta! ¡Os vamos a capar!

Fue sorpresa lo que provocó la reacción de Margalida, que arremetió con un spray contra dos de los intrusos y se revolvió a tiempo como para dar una centelleante patada en la bragueta de un tercero. Consideró Carvalho que a él le correspondía arremeter contra el cuarto y a por él fue lanzándose de cabeza para no darle tiempo a adquirir distancia, pero la adquirió, por lo que el detective trastabilló y cayó de rodillas al suelo donde recibió una patada de su antagonista en el costado. Se revolvió para poder izarse y ya estaba Margalida como una fiera con las cuatro garras tomando posesión del hemisferio norte del cuarto hombre, ojos e ingles incluidas, las uñas en los ojos y las patadas en las ingles. Los afectados por el spray habían salido fuera en busca del supuesto bálsamo del aire, Carvalho llegó a tiempo de rematar de dos puntapiés en la cabeza al afectado por la primera agresión de Margalida y el cuarto hombre soportaba una lluvia de golpes de kárate que a la muchacha le salían del alma, del cuerpo y de una rabia fría, asesina. Los de fuera habían puesto un coche en marcha y Margalida no pudo impedir que los de dentro salieran corriendo. Se oyó la voz de uno de ellos:

– ¡Se ha escapado en una moto!

Margalida fue en su persecución pero cuando llegó a la explanada, el coche ya culebreaba por el camino en busca de una lucecita distante sobre la que cabalgaba Albert. Se revolvió furiosa hacia Carvalho.

– ¡La pistola! ¿Por qué no has sacado la pistola?

– Casi nunca llevo pistola.

– ¡Pues vaya detective privado! En este juego hay que llevar pistola. Ahora cogerán a Albert.

Tenía ganas de llorar y no se contuvo. Carvalho reprimió el gesto de consolarla tocándola, aunque sólo hubiera sido con la punta de los dedos. Margalida volvió a la casa y se dejó caer al suelo. Carvalho se quedó de pie a su lado. Ella miraba las paredes, la decoración, el deshabitado confort.

– Estuve semanas preparándole este refugio para que pudiera esconderse de su padre. La masía había sido de mis abuelos maternos y estaba casi abandonada y ahora…

– ¿Quiénes eran?

– Sicarios de su padre. Tiene un repertorio completo. Unos días recurre a los de Dalmatius, otro, a los cabezas rapadas. Hay como agencias para estas cosas.

– ¿Qué sentido tiene lo que ha dicho de Anfrúns?

– ¿Tan difícil es adivinarlo? Anfrúns es el hombre que el todopoderoso Pérez i Ruidoms ha infiltrado en el mundo de las sectas.

– ¿Y el asesinato de Alexandre Mata i Delapeu?

– Albert cree que lo instigó su padre.

– Hay que salir de aquí. ¿Llevas teléfono móvil? Alguien debería venir a buscarnos.

– No me fío. Igual tienen una furgoneta de interferencia por aquí. Caminemos hasta una fonda que aún queda por aquí cerca.

Siguieron el camino recorrido por la moto y sus seguidores en pos de un caserío lejano iluminado y de pronto algo vio en el camino Margalida que la hizo correr. Cuando Carvalho consiguió llegar hasta ella vio en el suelo la derribada moto y oyó decir a Margalida:

– Lo han cogido. Vuelve a estar entre las garras de su padre.


Yes no abandonaba la línea de reproches líricos y Carvalho no tenía otra línea de réplica que el silencio. Yes era excesiva para su pesimismo y para su optimismo.


Consuélate, a ti las estrellas nunca te verán volver con indiferencia. Me lo han dicho: Antares, Altair, Rijel y Aldabarán. Al parecer la diferencia más importante de mi momento presente estriba en que he pasado de la táctica, a la estrategia. De la táctica se dice que es aquello que uno pone en práctica cuando tiene mucho que perder, la estrategia es lo que uno hace cuando todo está perdido.

Nunca podré construir nada contigo, a pesar de eso me las voy a ingeniar para permanecer en ti, mucho más de lo que tienes previsto. Tú nunca has sabido qué hacer con esta historia, te da miedo creértela, pretendes reducirla como se reduce un consomé. No voy a permitir que me frecuentes hasta el punto de recordar lunares, o cualquier otra imperfección de la piel, no quiero encontrarme en tu desván junto a tanto juguete roto y arrinconado. Procuras una situación placentera, que te lleve a sonreír, intentas que el gesto sustituya al sentimiento, como una de esas fórmulas que aseguran que si frunces el ceño acabas por estar de mal humor y al revés, si sonríes es que eres feliz.A la vez que aspiras, en lo más íntimo de ti, a comprobar de nuevo, que sólo ha sido un espejismo y que para ese viaje no hacen falta alforjas. Ya sabes algo de mí que corrige la impresión de hace veinte años, y sé que no te disgusto. Eso ha sido mucho más de lo que podía imaginar que pasaría, pero mucho menos de lo que ahora quiero.

Me voy, así sin más.

Hundiré esta patera que debía llevarnos a un mundo nuevo y feliz. La construí estúpidamente pensando que te salvaría, te rescataría de vivir en un rascacielos de la isla de Manhattan y que te llevaría… bajo un puente de la ínsula extravagancia, es como para reírse, lo entiendo. Cuando todavía te consta que puedes averiguar muchas cosas de mí que te sorprenderían; más aún, cuando todavía estás interesado en hacerlo. Cuando todavía buscas, o inventas, referencias que nos sean comunes. Cuando todavía alguno de tus canturreos nace de la carga de ilusión que te he regalado. Cuando aún crees que soy una peculiar combinación entre el blanco y el negro, cierto olor, algún gesto, esta frase: «¿Sabes qué?» Cuando oír un bolero, este bolero, ahora todavía, te turba el alma.


Espera, aún la nave del olvido no ha partido no condenemos al naufragio lo vivido.


Reconócelo, como estrategia es perfecta porque, aunque naturalmente lo superarás, no me habrás consumido, en tu memoria estaré intacta. Todos los boleros te llevarán a mí, y el bolero siempre ha sido la distancia más corta entre dos seres humanos. Tú estarás conmigo como has estado siempre y nada ni nadie me quitará la gloria de saber que no eras sólo un sueño.

A ninguno de los dos nos queda mucho tiempo, lo he sabido siempre y siempre he vivido como si fuera a morir mañana. Es la manera más sincera, honesta y exacta que se puede vivir, por uno mismo y por los demás; ni yo, ni nadie por mi causa, debe perder el tiempo. He obrado en consecuencia, he asumido todos los riesgos, en todo y para con todos he actuado con rapidez, quizá demasiada, se me reprocha tanta precipitación, al parecer no saber para qué lo hago, es más importante que saber por qué lo hago; en ese cálculo no he sido muy inteligente y… parece mentira, me dicen. ¿Quién me lo dice? Los ojos de mi marido que lo ha intuido todo y la boca de mi madre que no cesa de reñirme por mi locura. Dice que tienes su edad. Que qué se puede esperar de un hombre de su edad. Mi madre ha concebido el absurdo proyecto de hablar contigo, de recurrir a ti para que me dejes, como si tú aún tuvieras cabeza y yo la hubiera perdido irreversiblemente. No he conseguido disuadirla. Con que, prepárate a lo peor.

Yo no soy perfecta pero si soy auténtica, todo el que se relaciona conmigo tiene siempre la garantía de que está con el original y en vivo, no soy una foto dedicada que congeló la imagen en un momento. No tengo nada que reprocharle, incluso ahora todo cuanto dice y hace es la demostración de que se resiste a creer que me pierde, desde la falsa conciencia de creer que alguna vez la sentí como una madre. Cualquier día comprenderá que no está ni en su mano ni en la mía.

Cada vez me gusta más la idea de que hagamos un picnic.


La cita con la viuda Stuart-Pedrell le llegó como si fuera una multa anunciada. Su primera reacción fue romperla y escribirle unas líneas recomendándole que metiera a su hija en un reformatorio de monjas o que fuera a buscarla todos los días al trabajo para llevarla sin falta a casa. Pero también le atraía la idea de asumir el papel de vampiro avejentado que se cierne sobre la tierna garganta de una rica heredera y pasa por la experiencia de discutir el futuro con la madre protectora. Yes quedaba al margen del juego, sólo se trataba de tentar las carnes y las neuronas de la señora viuda. Aceptó el envite no por entrar en la disputa sobre lo sensato o insensato de sus relaciones con Yes, sino por la curiosidad de reconocer o desconocer para siempre a una mujer que creía recordar se parecía a Jeanne Moreau. De todo han pasado cuarenta años o casi y menos mal que de la última conversación con la viuda Stuart-Pedrell sólo han pasado veinte. Recuerda la propuesta de la viuda alegre: ¿No ha estado usted nunca en los mares del Sur? ¿Me acompaña? Quiero hacer un viaje a los mares del Sur. La mujer le recordaba entonces a Jeanne Moreau y le parecía morbosamente mayor, como le parecía morbosamente mayor Jeanne Moreau, con sus ojeras patrióticas y sus labios extracorporales, un cuerpo dentro de otro cuerpo, lo más provocador dentro de un conjunto provocador. Pero le dijo que no, que no quería irse a los mares del Sur con ella, aunque fuera con todo pagado. La casa seguía protagonizando el más alto Pedralbes, el jardín parque aún era uno de los mejores jardines parque que había visto en su vida, sólo el mayordomo multiuso había cambiado y varios criados asiáticos evidenciaban que la globalizacion servía para mantener bajos los sueldos del servicio doméstico. No es que la viuda hubiera envejecido mal, pero había envejecido, especialmente evidente en el desesperado estirado de piel que le había dejado mejillas de muñeca, achicados los ojos y reducidos los poderosos labios a una hendidura rodeada de colágeno, tan dramática como los ojos opacos. Nunca había sido amable y seguía sin serlo.

– ¿Sabe usted por qué le he convocado?

– ¿Algún crimen en la familia o en el negocio? Ya no quedan empresarios con complejo de culpa como en los tiempos de su marido. En 1978 podían pensar que debían pedir perdón por haber sido franquistas. Ahora han recuperado la moral. El mundo es suyo.

– Me lo esperaba. Sigue usted siendo tan desagradable. No voy a hacerle perder el tiempo. Hace veinte años le insinué que dejara en paz a mi hija.

– Fue más delicada. Me dijo que Yes buscaba un padre que sustituyera al padre muerto y le di la razón. Le dije casi textualmente que aún no había llegado a esa edad en la que la pederastía se encubre de deseos de rejuvenecer o al revés. Usted no sabía que yo ya me había sacado a su chica de encima y la había enviado a Katmandú.

La viuda le acusó con un dedo tan afilado como su mirada.

– ¿Así que fue usted el que la metió en aquella locura? ¿Qué quiere ahora? ¿Romper el matrimonio, la familia, la empresa? Su marido lo sabe todo y está destrozado. Ahora usted ya tiene edad para hacer de vampiro pensando que va a rejuvenecerle la sangre joven.

– Su hija es una mujer de más de cuarenta años. No. Ya no tengo complejo de vampiro, pero sé que soy mayor, que incluso estoy menos joven cada día, aunque no acepto la palabra viejo y no me gustan los compromisos absolutos.

– ¿Cuánto?

La viuda se había dirigido al mismo mueble del que sacó el cheque con el que le había pagado la investigación del asesinato de su marido. Carvalho le dio la espalda y se marchaba mientras escupía:

– Es usted una imbécil.

Ya en el jardín se fue en busca de un seto y, ante la sorpresa orientalmente disimulada por un criado filipino, se desabrochó la bragueta y se puso a orinar contra el seto de mirtos, mientras por el rabillo del ojo comprobaba que la viuda le miraba desde detrás del visillo de una habitación del primer piso. Le esperaba un rosario de compras prometedoras: una cesta de picnic en Vincon con copas de champán incluidas, caviar, blinis, salmón macerado y champán francés en Seamon, donde también se encaprichó de una botella de Gevrey Chambertin, un excelente vino para picnics adúlteros. Esperaba que Yes aportara parte sustancial del atrezzo y en efecto trajo una manta, cubiertos de plata, vasos de cristal de roca, un mantel para picnics del Far West y una colección completa de dulcería. Se trajo a sí misma, como iluminada por una larga vela de las armas que iba a entregar. Estaba guapa y culpable.

– ¿No te da miedo que el misterioso espía que te envía anónimos nos vea?

– Debe de ser un candidato despechado. Los tengo a miles.

Carvalho pensó que los anónimos no habían existido nunca. De todos los itinerarios posibles, Carvalho había desechado los alrededores de la ciudad y enfiló la carretera hacia Manresa en busca del Parque Nacional de Sant Llorenc, lo más parecido a un paisaje del Far West doméstico, roca roja y verduras mediterráneas, a manera de pórtico alzado sobre el Valles y abierto hacia el Bages. Como en una representación teatral de pareja que se esconde de sí misma, dejaron el coche aparcado en una entrada del bosque y buscaron un claro protegido por el arbolado y muñido por la pinaza y las hojas muertas. Fue Yes la que desplegó el mantel y la manta y convirtió el ámbito en un dormitorio tan prohibido como el comedor, la que se apoderó del brindis y de sus labios, la que se entregó como si buscara la puerta del pecho de Carvalho que la llevaría a las tinieblas interiores que tanto la asustaban, la que lo poseyó como se recorre la distancia más corta entre dos puntos, sin darse a sí misma tiempo de tener pudor, vergüenza, ni remordimiento, por el procedimiento de entregarse sin ninguna reserva ni posibilidad de retorno. Había dejado de ser la muchacha dorada restallante e inocente y la mitómana que alimenta durante veinte años la obsesión por el primer hombre con el que se había acostado en su vida, sin recuerdo ya para los adolescentes sensibles que le enseñaron a tomar rayas de cocaína y a perder la virginidad entre dos arremetidas. Ahora era una mujer sin pasado y sin apellidos, una propicia extraña desparramada en el bosque sobre una manta de cuadros escoceses, en el rostro la duda de su propia presencia, de lo adecuado de su vencimiento, un pecho al aire, el otro cubierto, sin bragas, en los ojos la desesperada demanda de que los ojos, si no los labios, de Carvalho le hablaran de amor. Carvalho contemplaba las desnudeces selectivas, exactas, marfileñas o cárdenas, tersas o también hendiduras que se hicieron heridas amoratadas por el roce y el frío, aquel sexo lila que parecía los labios de Jeanne Moreau, que le recordaban estúpidamente la cara de la madre de Yes. Cerró los ojos Carvalho para evitar la asociación y cubrió el cuerpo con la manta, como si lo cobijara y le restituyera una identidad perdida. Abrazó aquel bulto lleno de humanidad, lo meció, estaba a punto de decirle te quiero como quien se lanza al vacío, pero pensó que al fondo de aquel abismo ya estaba dibujada la silueta de la víctima. Era la suya. Cuando Yes consiguió sacar la cabeza despeinada de la envoltura tenía una expresión tan feliz que Carvalho temió haberse excedido, por lo que se levantó y se puso a encender un Rey del Mundo frente a una quebrada que dominaba el camino ascendente y fingió distraerse contemplando el tránsito de coches y camiones, espaciados, a lo lejos, a la medida de un universo que nada tenía que ver con el que habitaban él y Yes. Canturreaba una canción:

solamente una vez se entrega el alma / conla dulce y total renunciación / y cuando este milagro realiza el prodigio de amarse / hay campanas de fiesta / que cantan en mi corazón.


Los brazos de ella lo rodearon por detrás.

– ¿En qué piensas? ¿Qué canturreas?

– Recordaba una película que el otro día vi por la tele.

– ¿De crímenes?

– No. Más o menos de amor. Se titula Nelly y el señor Arnaud.

– Qué título tan raro.

– Nelly es una muchacha y el señor Arnaud es eso, un señor mayor. Ella le ayuda como mecanógrafa a hacer un escrito y él se enamora, mientras ella se siente atraída por él, pero los dos son conscientes de que no pueden amarse por la diferencia de edad, de mundos, de códigos.

– ¿Acaba mal?

– Según se mire. Se separan con la inquietud de pensar que tal vez no se han dicho lo que ambos querían oír.


He visto, por fin, Nelly y el señor Arnaud, realmente bonita, inquietante y, por algunas coincidencias, sorprendente. El es así de hermético, de intenso, programado y calculador, apegado a las ensoñaciones tanto como a las costumbres, mundano, distinguido, sabio pero frágil, precisamente por eso: sin otro remedio que la de ser cobarde -en adelante: prudente-, como tú. Y ella necesita hacer coincidir siempre, como sea, el sueño con la realidad. Hace que las cosas ocurran acto seguido, tal cual, de como ha imaginado que deben ser, laboriosa y atractiva; es sabia pero fuerte, precisamente por eso: sin otro remedio que la de ser valiente, como yo.

La película crea una situación equilibrada: él ya es mayor pero además de ser hombre (ahora aún todavía eso es un privilegio) tiene una sólida posición y aunque ella es joven, además de mujer (ahora aún todavía es un lastre) está en una situación precaria. No es nuestro caso. ¿O te aterra la perspectiva de que yo sea relativamente rica y tu absolutamente pobre"?

Nelly y el señor Arnaud son como son, porque son así; si uno es prudente lo es en cualquier circunstancia, si es joven porque está inseguro, si es mayor porque ya no está a tiempo, si tiene mucho porque teme perderlo, si tiene poco porque aún tendrá menos. Al osado le pasa exactamente igual, si es jovensu inexperiencia le lleva a situaciones temerarias, si es mayor porque piensa que lo que le queda de vida debe vivirlo a tope, si tiene mucho porque eso lo hará todo más fácil y si tiene poco porque no hay mucho que perder.

Las dos escenas finales ponen de manifiesto lo único que tienen en común, y es que los dos son sabios, que los dos están solos y que saben que hubo un momento en que los dos se reflejaron en los ojos del otro. No estoy haciendo un amañado reparto de papeles, no es ninguna censura. Ya sabía de ti, y me seducía tu personalidad. Me seduce. Eres el hombre de mi vida. Sí, ya sé, y ahora ¿qué?, pues es fácil, seguirás solo como siempre has estado, esta vez sin cadáver que estrangular. Eso sí, notarás algún tiempo que la soledad te crece como crece un vals, el mismo que ha empezado a sonar para mí. Qué historia tan extraña está siendo ésta. Estoy totalmente desconcertada, ningún sistema de ecuaciones me explica todo esto, mucho menos me lo resuelve; que mi razón no encuentre argumentos para despejar tanta incógnita no es lo más grave -aunque me intranquiliza mucho-, lo peor es esta sensación de vacío, esta tristeza recurrente y hasta ahora desconocida, que se ha convertido en mi sombra. Voy a llenar mi agenda de actividad, de obligaciones, de compromisos, no sé si para acabar de colmar el vaso con un colmo, que lo sea tanto, que me ayude a ver claro que sólo hay una cosa peor que estar contigo: estar sin ti; o para darle a la vida la oportunidad de distraer mi atención, de aliviar mi alma, de acallar esta frustración, no sé cómo ni con qué, pero como sea.

No sabes cuánto valor hace falta para decir, del todo sinceramente: ¡te quiero! y a la vez sustraerme a la posibilidad de materializar mis sueños, tú no te lo imaginas ni remotamente. No podrías hacer por mí, un acto tan solidario como la descripción del miedo, de la soledad que siento al leer alguanas novelas escritas por quienes han vivido el miedo y la soledad.

Te pediría un acto solidario como… no sé, decir algo que me consolara, algo con lo que sentirme acunada, quizá querida, como pude sentirlo el día del picnic (sí, eso es demasiado, deseada ¿tal vez1?, bueno, también vale); en fin…, déjalo, ya me las arreglaré yo sola. Por una vez en mi vida lamento no suscitar compasión, al parecer ese sentimiento es el síntoma de que estás enamorado cuando de una mujer de carne y hueso se trata, y tampoco, aunque el cartero siempre llama dos veces, me ha llegado ninguna carta -divina- que me eleve a los altares; lo de la carta ya es más que un síntoma de enamoramiento, toda una reglada declaración. Enamorarme de ti es lo más solitario que he hecho en mi vida.

Y se acerca la Navidad y el fin de año y el fin de siglo y el fin de milenio.


¡Felices fiestas!


Mantenía la última carta ante los ojos de la memoria cuando Yes, la mismísima Yes, se metía en el jardín de su casa de Vallvidrera, la recuperaba allí al cabo de veinte años desde una sonrisa que expresaba una conversación secreta consigo misma. Entre el primer beso, la primera oración compuesta rota por otro beso y la desnudez total en la cama aplazada durante tanto tiempo, apenas mediaron minutos, minutos más largos sin embargo que los minutos normales. Y fue ella la que tomó la iniciativa, dispuesta a demostrarse a sí misma de lo que era capaz, para quedar reflexiva pero sonriente mirando el techo, a veces a Carvalho, que no quería pensar nada, porque sobre todo sentía gratitud.

– Sería maravilloso. O todo o nada. Pero ¿te imaginas el todo? ¿No recuerdas las descripciones de la Glo ria? Decían que allí no habría necesidades, que nos bastaría con la contemplación de Dios. Día a día, todos los días. Tú y yo. ¿Qué más podemos necesitar?

La expresión de Yes parecía tan propicia como su cuerpo en cuclillas entre las sábanas. Le acariciaba la nuca con los dedos mientras hablaba y contemplaba el futuro que construía en su mente como si ya formara parte de la habitación.-Rompamos con todo. Yo estoy dispuesta a dejarlo todo. Ahora. Pídemelo ahora. Hoy. A las siete y diez, telefoneo a mi casa y les digo: No vuelvo. Es que lo haría. ¿Lo hago? No. No vuelvas a engañarme. No vuelvas a enviarme con otro a Katmandú.

– Aquel Katmandú ya no existe. Probablemente tampoco existía entonces.

– O todo o nada, José.

José era él, recuperado para un nombre que sólo su madre había usado desde el principio hasta el final de un insuficiente conocimiento. Jamás Pepe. José. José! La madre vestida. José. José! Ahora la madre desnuda que da de mamar a un hombre que ya es sobradamente responsable de su cara y de sus décadas. Le recordaba la secuencia final de Las uvas de la ira de Steinbeck, cuando la joven con los pechos llenos de leche da de mamar a un pobre viejo moribundo muerto de hambre. O todo o nada. Recomponer su vida desde el amanecer hasta el anochecer durante los años que le quedaran, obligado a una capacidad de autoengaño que le ayudara en los momentos de terror, cuando el espejo le devolviera la imagen de su decrepitud y los médicos le acorralaran como sólo se acorralan los cuerpos vencidos y a la espera de la puntilla y el lo siento final. Demasiado auto-engaño necesario para cohabitar con su propia salud, esa catástrofe largamente anunciada que esperaba su gran oportunidad para destruirle y por fuera adoptar las cortesías suficientes como para atravesar los desiertos helados de una familia cercenada: mamá se ha ido con un anciano borde huelebraguetas y ahora quiere que pasemos la Navidad juntos. La Navidad junto a unos muchachos heridos hasta la crueldad y el odio. Ella sometida a la felicidad temporal de gozar sólo con la presencia de Carvalho y Biscuter, tal vez de Fuster, ni siquiera de la de Charo, a la que sin duda no volvería a ver. Para Yes poco cielo para tanta eternidad, porque tal vez ni siquiera el vértigo de la felicidad precipitara la muerte de Carvalho, al contrario, le alargara la no vida hasta convertirlo en un amante insoportable y sin embargo soportado. Lo que peor se arruga es el sexo y el carisma. Se arruga tanto el carisma de los viejos que o se vuelven horrorosos para sí mismos o invisibles para los demás. Y no me digas que el amor lo puede todo y que bastaría la dicha de ocupar un único ámbito, como se ocupa la mismidad, porque la literatura te ha hecho fuerte, Yes, hablas con propiedad, pero no posees las palabras. Las palabras siempre nos poseen, Yes. Una mañana, al cabo de tres meses, un año, dos, sumarías las pérdidas y los beneficios y juzgarías si yo había conseguido sustituir la nada por el todo amenazado. Descubrirías que vives junto a un hombre sin jubilación y sin fondo de pensiones, sin oficio ni beneficio, al que no se le levanta cuando es necesario y que un día u otro iba a necesitar una sonda para orinar sin molestar a los demás, y ese día no te parecerían misteriosos sus silencios sino idiotas y no succionarías sus palabras babosas con la pajita del gozador lento, sino que te las borrarías de las orejas como una sustancia pegajosa que no te deja oír lo que quieres oír. Si tuviera mucho dinero, Yes, me compraría una enorme residencia, nos rodearíamos de criados que me ayudaran a envejecer y que no fuera una carga para ti. Incluso tendría ascensores desde la cama a la piscina cubierta, donde los masajistas activarían la circulación de mi mala sangre y silla de ruedas con chips inteligentísimos que me darían las papillas con una paciencia de condenadas de la tierra obligadas a cuidar ancianos ricos y me limpiarían el culo cuando ya fuera incapaz de contener mis esfínteres, al tiempo que emitirían alguna melodía de prestigio pero pegadiza, algo de Brahms, por ejemplo, el leit motiv de Aimez-vous Brahms? ¿A cuántos viejos cagados has visto, Yes? Pasado un tiempo, cuando se consumara mi decadencia, te dejaría tener algún amante joven y discreto, algo así como un nieto incestuoso, recuerdo el cine de los años sesenta cuando los directores de vanguardia experimentaban con los límites de la conducta y estos problemas eran habituales, con mucho contrapunto, mucho contexto, mucho silencio. Yo podría asumir el papel de John Gielgud en Providence, un inteligentísimo anciano que se muere de cáncer de culo mientras bebe los mejores vinos blancos y las mujeres aún se sienten atraídas por su capacidad de recordar y de asociar el recuerdo con la vida, como si eso fuera vivir y no dejar migajas de memoria muerta para los pájaros más ávidos o los más ateridos o los más obligados a escucharte. Pero ni siquiera me ganaré la vida cuando se me sequen las neuronas de detective privado.

– ¿No me dices nada? ¿No te ha gustado mi sueño?

– Nunca creí que la contemplación de Dios por toda la eternidad fuera un plan ni siquiera tolerable.

Yes dio un puñetazo primero a las sábanas, luego contra el tórax de Carvalho.

– ¿Ni hoy puedes comprometerte con las palabras? Nunca dices nada en lo que alguien pueda creer.

A Carvalho se le venían las angustias y las salivas a los labios y sólo pudo decir:-Te quiero.

Pero rehusó el abrazo que llevaba al apoteosis y se levantó para irse al cuarto de baño y mirar en el espejo el rostro de un imbécil generoso que acababa de salvar de sí misma a la chica de la película a cambio de auto-condenarse a no vivir otra vida. Tal vez por eso fingió no darse cuenta de que Yes le pedía un beso cuando la dejó en una parada de taxis, con la cabeza vuelta hacia un problema de tráfico que sólo él veía.

Pero antes de salir de casa y de terminar una mañana que incluso podría calificar de feliz, se fue a la biblioteca, encontró una vieja edición de Las uvas de la ira y la quemó en la chimenea, sin poder evitar mirar de vez en cuando, a hurtadillas, los poderosos pechos de Yes.


La ruptura de su línea de conducta necesitaba un plasma constante para no ser consciente de ella y ese plasma eran los profusos mensajes de Yes y las no menos acuciantes llamadas de atención de Charo, mientras Biscuter sufría en silencio aquella agresiva indiferencia hacia lo que no fueran las cintas de fax llenas de reproches por su cobardía o de canciones exaltadas que trataban de recomponer un baile que apenas se había reiniciado. Yes era muy cancionera.


bossanova en tu mirada,

bossanova en tus palabras,

bossanova junto a ti.

puede ser que me recuerdes,

cada día más y más.


Este son, cadencioso y demorado que canturreo en Guadiana modo, es como una válvula de escape, geiser o fuma-rola, de mi alma. Cuando la presión interior amenaza con hacerme estallar, entonces: bossanova en tu mirada, bossanova. Puede que todo lo que he vivido no haya sido nada (¿recuerdas? tú utilizaste la expresión: a ti no te ha pasado nada), en cualquier caso debe haber sido inútil porque no me está sirviendo de nada útil. Y… sin embargo: lo sé todo. Ella, la que vive y reina, en tu corazón, Charo, ¿lo sabe? En cualquier caso lo sé yo, y sin que me anime nada de carácter subliminal -o eso creo- tienes también mi solidaridad.

No estés triste, a pesar de que la única canción que se me ocurre sea:.


Qué noches tan negras para la prisión,

lloran los candados

late el corazón.


No estés triste, porque triste estás guapísimo, Oso Cavernario.


A veces le daba por el poema escalonado.


Pasmada y anfibia

zarandeada en un mar

geométrico de gestos,

comunes, dispares y definitivos.

Azules, azules, azules gestos

peldaños, trechos, tramos de la travesía.


O le cubría de reproches que a Carvalho le sentaban como besos.


Tú eres el único capaz de estar en silencio desgranando el alma; recaudando impuestos; con artesanal y taimado zarpazo; aristotélico y exacto; embozado y cruel; moroso y desuñado acariciador. De todo superviviente. Qué fantástica intuición fue llamarte Oso Cavernario: omnívoro, solitario, hibernador quite al escollo, lamedor imperativo, cálido y feroz, feroz. ¡El lobo! ¡el lobo! ¡el lobo! Sin duda ya, tienen razón los días laborables y se descubre que los festivos son inútiles aplazamientos, falsificaciones del supuesto octavo día de la semana.

Adolescente o semiadulto estuviste buscando ese octavo día guiado por la melancolía de un magnífico y borracho escritor polaco, Marek Hasklo, por cierto, no rehabilitado ni por Wojtila ni por la CÍA. Quizá el octavo día de la semana sólo sea una tarde, un encuentro, una ausencia morbosa, aquel instante que será pétalo momificado entre las páginas tabiques del caserón de la propia memoria. Esa novela. La memoria.

A solas ya frente al año 2000, montaña de segundos, habrá que darles sentido antes de que sea el tiempo el que marque nuestra intención de vida e hipoteca de historia.

Tampoco será el año 2000 el octavo día de la semana, presiente la viscera del presentimiento del que suscribe, alertado Oso Cavernario. ¡Feliz año 2000! A riesgo de ser injusta con cuantos me rodean, el 6 de enero quisiera recibir el regalo más inesperado, impresionante, estremecedor, tú para mí, todo para mí, mío, sólo mío, mío, mío. Eres un Hedonista puro, que concienzudamente escoge -criba- dentro del saco del placer, eligiendo qué, quién, cuándo, cómo, dónde. Eres como un propietario de viviendas que alquilas al mejor postor, tienes algunos okupas… una bastante insubordinada, esa mujer que tiene la osadía de tumbarse en una gandula a la vista de todos en tu salón, y que te encuentras hasta en la sapa, se está pasando un montón: ¡ lo superarás! Dime, ¿ qué sería de ti si yo no te quisiera tanto?


Ciertamente, qué sería de ti, Pepe Carvalho si Yes no te quisiera tanto, si Charo no te quisiera tanto, si Biscuter no dependiera tanto de ti. Pero sobre todo erael amor de Yes el que le revitalizaba con tanta fuerza que debía oponerle un descomunal miedo al fracaso y al ridículo.


¿Sabes qué?, tengo unas ganas terribles de verte.

He pensado en discutir contigo sobre 3 o 4 cuestiones -cualesquiera-, para empezar. Imagino que debes de estar canturreando cualquier cosa, ¿lo haces frecuentemente?, si es así, por lo menos me gustaría pensar que, ahora, el repertorio es más romántico.

Cuando yo era una niña me enseñaron que un signo de interrogación era una pregunta que demandaba una respuesta. Contesta a la pregunta anterior y después a la que sigue. Ya sé que no podremos vivir nunca juntos, pero podríamos escribir algo juntos: ¿qué te parece una canción de amor? Por más que te empeñes, nunca volverás a casa. Yo ya me entiendo y tú me entiendes.

Sospecho que te estás sintiendo arrastrado a sentir algún tipo de enamoramiento hacia mí, y me preocupa. Te explico, para ti yo no soy el motor de tus pensamientos, sueños, ilusiones…, soy algo tan positivo como todo eso (no estoy haciendo juicios de valor) pero distinto: alguien nuevo, halagador, refrescante, puede que ingeniosa incluso, guapita. El giro que han dado tus expresiones hacia mí me hacen recordar aquello de: «Las mujeres para follar precisan enamorarse. Los hombres, si es preciso, para poder follar se enamoran…»

Estoy revisando todo, cuanto creía y practicaba, en mi relación de pareja; a mi desgaste personal, aunque sin intención, estoy añadiendo el de otros. Puede que debido a la piel que me estoy dejando en el camino, no me siento culpable, aunque no dejo en ningún momento de saberme responsable. Yo he hecho de Mauricio algo más que un marido. Le he hecho desde que me hizo caso cuando le hice la maldita invitación a Katmandú.

Cómo iba yo a imaginar todo esto, qué es lo que me sedujo, por qué se añora a alguien sin haberlo tenido antes, qué hace que conozcas sus miedos, sus (en mi opinión) maravillosas ilusiones, tan pueriles como pasajeras (en la suya). Le veo como un complejo y antagónico ser.

Nota: Conviene saber que las palomas mensajeras no saben ir a ningún sitio, sólo saben regresar.

Delante del espejo y probando camisones, pijamas, túnicas, clámides, quimono, chilabas, y demás trapos; con el único afán de presumir ante ti, fuiste muy generoso. Te limitaste a aprobar tanto cuando me los ponía, como cuando me los quitaba; finalmente me aconsejaste un pijama lindo, de estampados muy contrastados y de corte masculino. Me abrochaste hasta el último botón.

¿ Te das cuenta? Asistes a todos los momentos de mi vida y te veo hasta en las lechugas que troceo, no te enfades, porque eres todo cuanto desearía tocar y donde desearía estar. Esos momentos que acondiciono o escamoteo se han convertido en el objetivo del día, luego arrastro mis pies hacia la otra realidad, (tengo que arrastrarlos para apartarme de ti) y cuando llego a Mauricio y los chicos les mimo como si regresara de un viaje, trato de compensarles por mi ausencia aunque muy pronto se percibe que no he llegado y ya me estoy marchando.


Nunca volvería a casa. Tal vez Yes diseñaba la casa que les haría posible como pareja, la que habían construido en el bosque o en la sesión de tarde en una cama que les recordaba. O se refería a la cotidianidad, a la sofisticada cotidianidad de un detective, personajefronterizo y voyeur que jamás debería convertirse a sí mismo en materia de contemplación. O no volver a casa era una maldición más total, más esencial, a manera de pequeñas sensaciones, anticipos del gran fracaso final.

De momento decidió seguir sin contestar las misivas de Yes y ponerse al teléfono la próxima vez que le llamara Charo.


La voz de Charo sonaba llorosa.

– ¿Dónde te habías metido? Nadie me sabía dar señales de ti. Como si se te hubiera tragado la tierra. Pepe, vida mía. ¡Van a por Quimet! Está destrozado. Ya sabes. Los teléfonos.

¿Qué sabía de los teléfonos? Que estaban intervenidos. No había más remedio pues que conectar la radio, monótonamente insistente en las noticias repetidas desde las seis de la mañana y en este caso eran las emisoras en lengua catalana las que mejor reflejaban el acontecimiento. Se habían encontrado pruebas de que el financiero Joaquim Rigalt i Mataplana estaba implicado en un asunto de financiación ilegal de partidos políticos y de organizar tramas extralegales con propósitos prevaricadores. Así que la lucha por el pospoder se radicalizaba y, según decían las noticias, el presidente Pujol había declarado que Rigalt i Mataplana nada tenía que ver con las estructuras administrativas del gobierno autonómico, pero que personalmente era un amigo de más de cincuenta años y que esa amistad estaba por encima de cualquier complicación, aunque tampoco tenía por qué afectar a la vida política catalana. Rigalt i Mataplana no tenía ningún cargo oficial.A oscuras sobre el procedimiento para el derribo permaneció Carvalho hasta que a media mañana recibió en su despacho de las Rambles la llamada del inspector Lifante. Le convocaba a una reunión en la Jefatura Superior de Policía, aunque si lo prefería, enviaba a unos inspectores a por él. Carvalho prefirió caminar y meterse en la escalera de Jefatura con la presión sanguínea controlada, desde la evidencia de que en aquel edificio ya se podía entrar y salir sin que te pusieran las esposas ni la mano encima. Lifante merodeaba por los despachos y dejaba a Carvalho en la reserva de su dedicación a la espera de que se preocupara. Se encerró en su despacho y Carvalho vio cómo pasaba un camarero con una bandeja, donde bailaba un vermut rojo con sifón y un plato de aceitunas, y se metió en el cubil de Lifante. Calculó el tiempo necesario para consumir una docena de aceitunas como el que debía esperar para el encuentro, pero dependía de la voluntad masticatoria del inspector. Igual era un teólogo de la alimentación de los que mastican treinta y cuatro veces una aceituna o un grano de arroz. Algo de eso había porque aún pasó una hora hasta que se abrió la puerta y Lifante en persona le invitó a entrar. Sobre la mesa el vaso y el plato vacíos.

– Huelo a vermut. Me encantan los vermuts con sifón y con aceitunas.

– Acabo de tomarme uno.

– Huele el aire.

– Ordeno que le traigan lo mismo.

– Me encantaría además una ración de anchoas.

Sin inmutarse hizo el pedido Lifante por teléfono y quedó Carvalho a su merced.-Esto empieza bien, Carvalho, y que siga igual. Vamos. Explíquemelo todo.

– ¿Empiezo por Adán y Eva? Nunca creí lo de la manzana. Una de dos, o es la metáfora de la necesidad de matar para sobrevivir, es decir, el origen de la coartada de la cocina y sobre todo de la nouvelle cuisine.

– Se va a quedar sin vermut.

– Me han pasado cosas peores.

– ¿Sabe usted de dónde salieron los papeles que implican a Rigalt i Mataplana? Pues del caso de los eslavos que habían matado a Mata i Delapeu. No. No fue del registro del domicilio donde se atrincheraron, sino de una investigación derivada. De pronto llegaron a nuestro poder unos documentos que implicaban a Rigalt i Mataplana en un asunto de cobros de comisiones para el partido en el gobierno de la Generalitat e indirectamente se liga a Rigalt con la financiación de tramas nacionalistas ilegales. ¿Qué sabe usted de eso?

– ¿No le conmueve a usted tanta voluntad de esclarecerlo todo?

– No me chupo el dedo, Carvalho. Sé que me han puesto las pruebas en bandeja.

– Entonces, ¿por qué ha divulgado en seguida la implicación de Rigalt?

Lifante dio un puñetazo en la mesa, se puso en pie y gritó a Carvalho desde su instalación en las alturas.

– ¡No insulte mi inteligencia! ¿Quién controla el flujo de información? Nadie sabe quién ha pasado esa noticia esta mañana, a primera hora, a todas las emisoras de radio. La información sobre Rigalt me llegó de pronto mientras seguíamos el rastro que nos había llevado hasta los sicarios yugoslavos. Digamos que enun fondo que encontramos en un almacén de información, así, de pronto, zas, un dossier Rigalt i Mataplana. Entonces empecé a atar cabos. Usted se presentó en el escenario del asedio al piso de los yugoslavos, usted aparece en veinte informes sobre las idas y venidas de Rigalt i Mataplana, su chica, Charo, es una protegida de Rigalt i Mataplana. Carvalho no soy imbécil. Le pregunto quién mueve los hilos. ¿Quién le mueve a usted?

Carvalho se encogió de hombros. No nos movemos, nos mueven. ¿De qué le sonaba esta frase? De cuando creía en la cultura y muy especialmente en Beckett: «Esto no es moverse, esto es ser movido.»

– ¿A quién beneficia este crimen? ¿Quiere que yo tire de este hilo? Quizá lo tenga usted, Lifante, más cerca de lo que parece. Yo en este asunto de los nacionalismos me muevo como un pato en el Everest, pero practico la deducción o la inducción. La desaparición política de Rigalt i Mataplana deja al presidente de la Generalitat desguarnecido y en vísperas de acontecimientos importantes.

– ¿Se refiere usted a la reunión de jefes de información de las Naciones sin Estado o a otra reunión? La de Pueblos sin Estado o Estados sin Pueblo o como se llame la cojonada esa, no va a celebrarse. Puedo asegurárselo.

Lifante había destapado parte de sus cartas, pero se guardaba la mitad.

– Demasiadas reuniones para esta ciudad. Ya me lo temía. Con motivo de los Juegos Olímpicos construyeron un inmenso teatro y ahora no siempre encuentran espectáculo.-Carvalho, ni la reunión de los jefes de información de los Pueblos sin Estado, ni la de Región Plus iban a ser en Barcelona.

– De lo que estoy seguro es de que todo eso lo sabía el gobierno español y el francés y el italiano y el inglés y el alemán. Es decir, todos los que vigilan de cerca a los pueblos escogidos por Dios pero sin Estado. ¿Ha pensado usted alguna vez, Lifante, que quizá Dios los haya escogido para no darles estado? Dios es muy suyo. Suponga que a usted le intoxican con informaciones que vienen del CESID, es decir, del servicio de información del propio gobierno español. Al fin y al cabo usted es un policía periférico.

– Sin comentarios. Yo sólo tengo una patria y un estado.

Con el dedo alzado Lifante le estaba expresando su impaciencia, pero Carvalho se sentía a gusto en su propio juego.

– Yo mismo soy un instrumentalizado, pero todavía no sé por quién y para qué.

Había llegado el momento de enterarse, por lo que nada más ser liberado por Lifante, telefoneó a Charo pidiéndole una entrevista con Quimet.

Imposible. Insistió y Charo cedió. Pásate por aquí, pero sobre todo no se te ocurra comprar aquellas hierbas que te dije. No van bien. Insistió otra vez antes de colgar: no se te ocurra comprar otra vez las hierbas que te dije. Es decir, no debía acercarse a Lluquet i Rovelló. Se trasladó a la Vila Olímpica dispuesto a callejear a la espera de que expirara el plazo para el encuentro. Su paseo despertaba una curiosidad no normal, como si cuatro o cinco personas le confundieran con Julio Iglesias o con Sharon Stone. Perseguido por sus descarados vigilantes, Carvalho descendió hasta los muelles del Port Nou y curioseó las naves que estaban en oferta de segunda mano. Fue ante un viejo velero con bandera indescifrable cuando sintió una presión en los riñones y una voz junto a la oreja le instó:

– Suba al barco sin hacer cosas raras.

¿Puede haber algo más raro que subir a un barco de recreo en noviembre?


El hombre importante era el gordo sentado en el sillón giratorio del supuesto capitán del barco y dedujo que era yugoslavo o algo parecido porque hablaba igual que todos los entrenadores de fútbol preyugoslavos, yugoslavos o posyugoslavos que habían entrenado o entrenaban a clubes españoles. El hombre no ocultó llamarse Dalmatius, y Carvalho digirió la sorpresa de que aquel Dalmatius no era el que había visto torturado en Can Borau. Se parecían, eso sí, y el actual estaba decidido a impresionar a su retenido y los cuatro ayudantes aparentaban acabar de salir de la ducha de cualquier estadio de fútbol. ¿Por qué será que todos los jóvenes eslavos tienen aspecto de jugadores de fútbol o de baloncesto? No pudo responderse a sí mismo Carvalho porque los ojillos negros de Dalmatius estaban fijos en él, hundidos en una bola blanca a la que sus mejores amigos estaban decididos a llamar cara. Era el único que no tenía aspecto de jugador de fútbol yugoslavo y mucho menos de jugador de baloncesto, pero tampoco era el Dalmatius que le había mostrado Pérez i Ruidoms en su cámara privada de tortura. Un trompe-l’oeíl más.

– Le voy a hacer un regalo, amigo. Le voy a avisar y usted a cambio me va a decir para quién trabaja.

– Primero usted avíseme.

– Puede irse directamente de aquí a las aguas del puerto con el vientre abierto y lleno de piedras o puede arder usted dentro de su casa de Vallvidrera con alguna de las chicas que suelen acompañarle. Elija usted la que prefiera. La putita de Rigalt i Mataplana o Jessica Stuart-Pedrell. O todo puede quedar en simple aviso si usted nos ayuda a componer el cuadro. ¿Para quién trabaja?

– Para mí mismo. Soy detective privado.

– ¡Detective privado!

El tono de Dalmatius invitaba a la risa y todos rieron.

– ¡Detective privado! ¿De qué película sale usted?

Seguían riéndose y Carvalho dedujo que estaban mal informados.

– Ustedes son extranjeros y tal vez no me conozcan, pero soy un detective privado de bastante prestigio, el más conocido de Barcelona, sin duda. De hecho, los personajes más emblemáticos de la ciudad somos un mono albino que se llama Copito de Nieve y yo, Pepe Carvalho.

Alguien le había dado un puñetazo en la nuca y cayó de rodillas. Quiso demostrar elasticidad y casi lo consiguió al alzarse con prontitud y arremeter con la cabeza contra el primer cuerpo humano que sus ojos distinguieron. Fue como si su cerebro chocara contra la barbilla del otro y Carvalho sintió un dolor intelectual intensísimo, algo parecido al anuncio de una pérdida de conocimiento. Tuvo que revolverse para pegar primero al que se le echaba encima pero no lo consiguió. Su puñetazo quedó en el aire y en cambio los dos que le enviaron le dieron en el hígado y en una oreja. Volvió a repetir la hazaña de girar sobre uno de sus pies para dar una patada a lo que fuera, pero la pierna destinada a dar soporte a la proeza recibió una patada en la rodilla y de rodillas se quedó otra vez el detective abrumado por la evidencia de que iban a pegarle una paliza sin respuesta. Se dejó caer del todo y rodó para topar contra las piernas de uno de sus sitiadores, al que consiguió derribar y, en la confusión de la superposición de cuerpos, Carvalho logró levantarse y correr hasta los escalones que subían hacia la escotilla. Tenía un ojo anegado en sangre y con el que le quedaba no quiso comprobar si le seguían o no, pero la obertura de la puerta que iba a devolverle la libertad estaba ahora ocupada por un jugador de baloncesto posyugoslavo. Era altísimo y tenía en la mano algo parecido a un punzón. Se paralizó Carvalho, levantó los brazos y descendió hacia Dalmatius y sus muchachos que permanecían tensos pero quietos.

– ¡Detective privado!

Masculló el hombre gordo.

– Un tonto privado y muerto, un tonto muerto. Voy a darle otro aviso. Deje las cosas como están y dé por cerrado el caso Mata i Delapeu. Me ha pillado en un día bueno, pero piense en que las infidelidades se pagan y que a veces se pagan con la muerte. Siempre hay alguien dispuesto a matar y más ahora, en estos tiempos de ignominia.

Ya no había obstáculo en la escotilla, por lo que Carvalho salió tratando de sonreír con la media cara no inundada por la sangre que le caía de una ceja. El sicario alto le dio una toalla para que ganara el muelle con la cara limpia y la toalla le sirvió para taponar la brecha hasta que llegó a la tienda de Charo. Estaba atendiendo a unas clientas e hizo una señal para que Carvalho pasara a la trastienda. Contuvo un grito de alarma y se marchó corriendo para volver con gasas, esparadrapo y agua oxigenada.

__Límpialo y tapónalo de momento, pero tengo que ir a un ambulatorio. Me han de coser la brecha.

Charo llamó a un taxi y mientras iban hacia el ambulatorio de Peracamps lloraba en silencio. ¿Qué mal hemos hecho, Pepe? Lo de Quimet esta mañana. Nada más abrir los ojos ya me había enterado. ¿Qué va a ser de ti?

__Y de ti.

__La tienda está a mi nombre.

Charo había recuperado una tranquilidad profunda para decir la frase aliviante y ahora volvía a la congoja. Tanto como podía haber hecho Quimet por ti.

__Necesito verlo. Urgentemente. Sea donde sea.

Charo abrió el bolso y sacó un papel doblado. Se lo metió a Carvalho en una mano cuando descendieron del taxi. Carvalho lo leyó de soslayo mientras se metía en la cola de urgencias del dispensario de Peracamps, como él seguía llamando al ambulatorio situado en los traseros de su barrio. Cuando salió con la ceja cosida se despidió de Charo y ella le retuvo abrazándole.

__-Deberíamos pasar la Navidad juntos.

__-No me pide el cuerpo celebrar la Navidad.

__-La Nochebuena al menos. ¿Vamos a pasarla cada

cual en su casa? En Andorra he vivido todas las fiestas, todas, sola, durante siete años, Pepe, porque Quimet debía cumplir con la familia.

__-Nochebuena, quizá. Los otros dos días quiero

dormir mientras una parte considerable de la humanidad hace el ganso.Dejó a Charo esperanzada, volvió a consultar la dirección que constaba en la nota y caminó por la avenida abierta por los bulldozers hacia las entrañas del Barrio Chino, hacia las entrañas del país de su infancia del que ya no empezaba a quedar piedra sobre piedra. Sus labios recitaron unos versos que le vinieron de un poso de vieja memoria carcelaria. La Modelo. Los altavoces de discos solicitados. "Yves Montand. Loin tres loin de Brest, dont il ne reste rien.


Que Quimet se hubiera refugiado en una oficina de asistencia social del Raval demostraba que el barrio, a pesar de todas las reformas, le seguía sobrando a la ciudad instalada. Allí el ángel caído se sentía seguro, extramuros de su mundo, extramuros del reino, el poder y la gloria. Y como guardiana de su refugio aparecía una muchacha que podía ser la hermana gemela de Margalida, el mismo formato de voluntaria a prueba de avatares y dispuesta a marchar… de bon matí quan els estéis es ponen, hem de sortir per guanyar el pie gegant… [27].

Una girl scout patriótica que protegía a Rigalt, como el resto de jóvenes empleados afanados y conscientes de que guardaban algo más que un puesto de trabajo. Rigalt estaba al fondo de un pasillo, en un despacho sin ventanas ventilado por un molinillo extractor de aire que lo comunicaba con el exterior. Quimet no era un ángel caído, al contrario, parecía exultante, liberado de una opresión insospechada, y abrazó a Carvalho como si recuperara a un náufrago del mismo buque hundido. ¿Dónde se había metido usted? Tenía muy preocupados a todos. Ni siquiera pasó a recoger el diploma por el cursillo. Carvalho se limitaba a responderle con gestos resignados, como si le contestara, así es la vida, un día nos vemos y otro no. Y al permanecer en silencio el detective a la espera de que el ilustre procer, como le calificaban algunos diarios, se explicara, Quimet se concentró en el esbozo del discurso que iba a emitir. Usted se merece saberlo todo. ¿Qué le ha pasado en la frente? ¿Dalmatius? Las cosas se han desbordado. Si Dalmatius es capaz de tomar iniciativas, es que las cosas se han desbordado y me temo que Madrid haya entrado a saco. Como le pareciera que Carvalho no acababa de saber quién era Madrid o al menos el Madrid que había entrado a saco, Quimet precisó:

– El gobierno, a través del CESID. Buena parte de los trabajos del CESID se dedican a investigar lo que los estrategas llaman «guerras civiles potenciales», es decir, los focos conflictivos que pueden derivarse del impulso independentista de Euzkadi y Cataluña. Yo advertí que íbamos acelerando demasiado y de que en caso de que rebasáramos un timing muy estudiado, nos destruirían nada más nacer. Pero a mi alrededor se desataron fuerzas incontroladas y, lo que es peor, topos insospechados. Estamos rodeados de topos que han actuado como provocadores. El asesinato de Mata i Delapeu inició el engranaje. Hay una doble operación pactada por el gobierno español y consensuada con otros gobiernos europeos. Tienen dos objetivos claros: la desestabilización de la trama político-económica del gobierno autonómico de Cataluña y el proyecto Región Plus. Para atraer al sector de capital catalán interesado en el proyecto le exigieron que desmantelásemos efectivos del nacionalismo más duro y sobre todo la débil red de servicio de información que habíamos establecido. Iba a haber un encuentro de representantes de los servicios de información de las Naciones sin Estado y han empezado a producirse misteriosas coincidencias. Han detenido a algunos de los presuntos asistentes acusados de actividades contra presuntos Estados y a mí me han implicado en este sucio asunto. No puedo salir del país.

– ¿Qué pinto yo en esto?

– Es un caso personal. Charo me había hablado de usted.

– Qué más.

– Usted encajaba en lo que llamábamos «estrategia del fracaso». En su condición de outsider, de profesional no estrictamente catalán, ni nacionalista, si le implicábamos en la construcción de la red, de salir mal usted iba a pagar las consecuencias. No se preocupe, Carvalho. Yo tenía el colchón preparado. Usted, de caerse, hubiera caído sobre blando. Pero la ejecución sumaria de los sicarios que supuestamente habían matado a Mata i Delapeu fue una señal de alarma. Estaban forzando los acontecimientos. Pérez i Ruidoms estaba forzando los acontecimientos.

– ¿Se refiere al padre?

– Es el más interesado y el mejor colocado para el proyecto Región Plus.

– ¿Asesina al amante de su hijo para implicar a su hijo?

– La misma sorpresa que a usted le inspira se despierta en todos los demás. ¿Quién iba a pensar eso?

– Entonces, Pérez i Ruidoms es el topo.

– No. Es un empresario sin escrúpulos y un apatrida. Juega sus bazas para ganar y está bien respaldado políticamente en Madrid. Han constituido una sociedad de socorros mutuos. El topo no es Pérez i Ruidoms. No tendría sentido.

– ¿Quién entonces?

Quimet esperó tres minutos a que Carvalho estableciera conclusiones por su cuenta y cuando Carvalho insistió en callar y mirarle a los ojos, Quimet liberó el nombre al tiempo que suspiraba:

– Anfrúns. Jordi Anfrúns, tal vez. Pérez i Ruidoms le utiliza, pero Anfrúns nos utiliza a todos.

Carvalho le dio la espalda y le llegó la voz de Quimet:

– A pesar de lo mío, todos siguen contando con usted.

– Lamento que no haya podido usted viajar a Italia. En Grinzane Cavour hay un castillo muy interesante y los vinos son buenos.

No se volvió para no robarle a Quimet la cara del desconcierto.


Estamos en democracia. Alguien llama a la puerta de tu casa a las cuatro de la madrugada. En consecuencia, según dicen los politólogos, sólo puede ser el lechero. Pero Carvalho recuerda que no toma leche, que hace muchos años que no toma leche como no sea la utilizada para hacer la bechamel o el chocolate. Por lo tanto, no puede ser el lechero. Tiene la pistola olvidada en algún lugar de la casa que no quiere recordar y sale a la terraza a pesar de la dureza del viento frío en el diciembre de Vallvidrera y descubre ante su puerta a Margalida y a un embozado por el mucho abrigo y la mucha capucha que lleva lo que parece un hombre alto. Cuando les abre comprueba que su intuición no le ha engañado y el hombre alto es el joven príncipe Pérez en el destierro, a no ser que haya reunido los dos apellidos de su padre y ascienda a la condición de Pérez i Ruidoms.

– ¿Puedes tenernos aquí hasta que amanezca?

– Faltan apenas tres horas o cuatro.

– Quizá algunas horas más.

Le preceden y se zambullen en el calor de la casa, para acabar ante el rescoldo de la chimena, hacia la que tienden las manos abiertas como si estuvieran invocando el espíritu de la ceniza. Se sientan mientras Carvalho prepara en la cocina un café de urgencia y les pregunta si tienen hambre y como no le contestan saca de la nevera un pastel de queso que ha hecho con feta sobrante de ensaladas nunca hechas y pasas. Cuando le ven aparecer con el café y el pastel los ojos de Margalida le rinden homenaje, pero los del joven conservan la prevención, especialmente dirigida hacia el pastel.

– ¿Es usted satánico o macrobiótico?

– ¿Por qué lo pregunta?

– Porque mira el pastel como si fuera a colarle un gol macrobiótico. Me hago un lío con el Yin y el Yang, pero se trata de un inocente pastel de queso griego fresco y pasas.

– No soy macrobiótico pero tengo mi propia ideología sobre los alimentos.

– Si es usted satánico deben gustarle sobre todo muy hechos, a la brasa o al horno.

– Hasta el papa no cree en ese infierno de fuego y calderas.

– Este papa es un desconfiado. No se fía ni de los condones.

Bebieron y comieron, el hindú con la punta de los labios, y Carvalho les explicó lo que estaba pasando. No tenían dónde meterse, porque de lo contrario no habrían recurrido a él. Lo cual le llenaba de inquietud porque su casa no era un sitio seguro y de un momento a otro podía llenarse de asesinos posyugoslavos enviados por la OTAN o de cabezas rapadas excursionistas. Margalida se había quitado la cazadora de piel y asomaron sus tetas bajo un jersey ajustado y la culata de una pistola que llevaba en el cinto. Era una invitación a que Carvalho se tranquilizara.

– ¿Sigues pensando que necesito llevar la pistola encima?

– Sí.

Carvalho fue al cuarto de baño, removió todas las caducidades que había en su botiquín para conseguir correr la plancha del fondo. Apareció un nicho en la pared y en él un envoltorio de tela del que sacó una pistola Lüger. Volvió al salón y se la enseñó a Margalida que puso una cara de sorna.

– Ignoraba que tenías un museo en casa. Esa pistola es de anticuario.

– Dispara. Bien. ¿Qué planes tenéis?

Albert había conseguido escaparse y querían marchar al extranjero. Tenían un contacto y pasarían por Port Bou, era la frontera más inadvertida y si veían cualquier posibilidad de control de los hombres de Pérez i Ruidoms, alguien les llevaría desde Port Bou a un lugar de la costa francesa por barco. Margalida no podía recurrir a la red, primero porque era un asunto personal y segundo porque Pérez i Ruidoms disponía de infiltrados a todos los niveles.

– Juega en colaboración con el CESID y con las principales policías de Europa implicadas en este caso. Albert se ha enterado de cosas espeluznantes, Carvalho. Por una parte impulsan lo de Región Plus y por otra tienen estrategias alternativas alucinantes, por ejemplo focos guerrilleros desestabilizadores.

– ¿En España?

Albert tomó la palabra:

– Uno de los grupos que trabajan para mi padre son los Templarios 2000. Están en condiciones de comenzar acciones guerrilleras en la línea entre Cataluña y Aragón, so pretexto de un conflicto de aguas en el Ebro. Piensan que este foco puede generar un lío suficiente como para que intervenga el ejército español e iniciar así una balcanización. Las redes de tráfico de armas ya están diseñadas, y así nacieron algunos líos en Yugoslavia, no lo olvide.

– ¿Su padre juega a eso? ¿Seguro que no le ha montado a usted un show con los de La Cubana?

– No, de momento no juega. Se ha limitado a escucharles y de vez en cuando puede pedirles algún servicio. Tampoco nadie sabe quiénes son esos Templarios. No parecen de aquí y no me extrañaría nada que fuera un grupo desestabilizador quién sabe de qué servicio secreto.

– Si no me constara que usted no sabe quién era Fu-Manchú, pensaría que usted se inspira en Fu-Manchú para construir el imaginario de su padre.

– No dice tonterías.

Margalida había hablado con tal rotundidad que Carvalho empezó a tomarse en serio la nueva batalla del Ebro.

– Y quien dice el Ebro dice cualquier otro lugar. Los conflictos están latentes. Esperándonos. El mundo está tan mal hecho…

Satán se lanzó a un discurso que empezó denostando a Paul Claudel porque había asegurado que sólo el mal exige esfuerzo, porque está contra la realidad. No. No. La realidad es el mal y toda la juerga que la burguesía construye contra el satanismo tiene como aliados a los satanistas que hacen el gilipollas degollando gallinas y corderos.

– El satanismo es una fuerza espiritual que puede hacerse física, es como una homeopatía, porque, por ejemplo, en la sexualidad nos lleva a los hombres a la virilidad absoluta a través de la homosexualidad y a las mujeres a la feminidad absoluta a través de lo mismo. Eso ya supo verlo Jean Genet, san Jean Genet, pero yo me niego a asumir con André Gide que sirvo al «señor de las tinieblas», no, Satán no es tenebroso, es la luz de la negación y la palabra hebrea original quiere decir «acusador ante un tribunal», el señor de este mundo sería Dios y Satán el negador de la bondad de su creación, Satán es la inteligencia crítica, la cultura de la resistencia.

Se elevó el tono elegiaco del príncipe Pérez i Ruidoms:

– El satanismo moderno considera que Satán representa la indulgencia frente a la abstinencia, la existencia frente a las falsificaciones espiritualistas, la sabiduría frente al autoengaño hipócrita, la gentileza para el débil y la prepotencia hacia los fuertes, la venganza justa frente a la comedia de la otra mejilla, la responsabilidad de los responsables frente a los vampiros síquicos, representa la verdad del hombre en su condición animal, más peligrosa que la de los animales de cuatro patas, porque el desarrollo llamado «divino-intelectual» le ha convertido en el animal más feroz. Satán representa la duda gratificante y sólo hay que reprocharle que ha sido el principal socio de la Iglesia porque le ha ayudado a mantener el negocio durante siglos. A los satanistas nos une la necesidad de negar todo lo que las religiones institucionalizadas defienden.

Margalida sólo había puesto cara disidente cuando Albert exaltó la homosexualidad, pero en todo lo demás superaba el acuerdo para acceder a la condición del éxtasis.

– ¿Por qué huir? Conviértase en el príncipe heredero de su padre, el posible primer rey de Región Plus o de cualquier otra nueva patria de diseño.

– ¿Y mi alma?

Jodidos tiempos en los que Satán no quiere perder su alma y los socialistas quieren perpetuar el capitalismo, pero eran jóvenes y tenían toda una vida para irse curtiendo en el aprendizaje de la muerte. Les metió en un cuarto con dos camas bajo la protección de san Jean Genet, patrón laico de la homosexualidad, a no ser que los poderosos atributos de Margalida consiguieran contrarrestar la amnesia heterosexual de Albert. Era su problema y el de Carvalho conciliar el sueño porque no podía quitarse de la cabeza el plan de huida de los jóvenes. Es su problema, se repetía, juegan a las huidas porque ya no tienen edad de jugar a médicos y a él no le va lo de jugar a papas y mamas. Pero definitivamente no podía dormir y se encontró ante un mapa de carreteras estudiando las vías de huida propuestas por Margalida y luego se vio a sí mismo en la cocina ante el frigorífico abierto, con un inconcreto proyecto de hacer algo más que angustiarse. Por ejemplo, cocinar, y a aquellas horas de la mañana le apetecía algo fresco, como un tartar de pescado que tenía en la cabeza desde la mañana del día anterior, más o menos adaptación del tartar de ostras de Jean-Louis Neichel, pero sin ostras. No tenía ostras pero sí almejas frescas, erizos de mar, gambas, una latita de caviar ruso y no del mejor y lubina macerada al aceite de oliva virgen, sal, pimienta verde. Abrió los erizos con unas tijeras y separó las huevas, luego las picó junto a las almejas, las gambas y les añadió un majado de alcaparras, hinojo, escalonias, pepinillos y no tenía algas ni hinojo de mar, por lo que la receta no dejaba de ser una paráfrasis. Urdido el majado con aceite y limón aderezó con él los pescados picados, introdujo lo obtenido en el fondo de las cascaras vacías de los erizos y puso una cucharada de caviar sobre cada farsa. Abrió una botella de vino blanco Preludi y dispuso sobre una bandeja las tres cascaras, el vino, las copas, pan tostado y mantequilla. Cuando Albert y Margalida despertaron ante su reclamo y ella contempló la bandeja llena de tan extrañas naturalezas, tuvo que reprimir el gesto instintivo de buscar con una mano la pistola que había guardado bajo la almohada.


La sorpresa por lo mucho que les había gustado el erizo relleno entre otras cosas de sí mismo había conmocionado tanto a Margalida y Albert que se pasaron la primera parte del viaje reflexionando sobre el error de haber pasado casi toda una vida, aunque breve, reducida al horizonte gastronómico del pan con tomate y butifarra amb seques [28], ella, y de comida supuestamente higiénica, él. A veces los factores de desalienación son los más inesperados y Carvalho al volante del coche gozó de ese silencio que sucede a las desvelaciones más trascendentales y a partir de Llanca disfrutó de la Cos ta Brava terminal, intimista y de una belleza verde oscuro, gris y azul profundo a medida que se acercaba a Francia.

– La cita es en el Memorial Walter Benjamin, está junto al cementerio de Port Bou, encima de un acantilado muy bonito sobre el mar.

Recordaba Carvalho cuánto le emocionaba en su etapa de joven rojo sensible el suicidio de Benjamin, en Port Bou, judío fugitivo al que el franquismo negó la entrada en España y se suicidó en un retrete con el nazismo en los talones. «La tarea del materialista histórico es salvar el pasado para el presente», había dicho o escrito, no sabía dónde, Benjamin, una frase que flotaba en la nada en tiempos en que el pasado queda tan proscrito como el futuro. Por una historia sin culpables y un futuro que no tiene otra oportunidad que ser un presente consumido día a día. Filosófico estoy a pesar de que como y hago el amor últimamente como no lo hacía desde casi un lustro.

– ¿Puedo asistir al encuentro o me retiro a una prudente distancia?

– Debes asistir. Te llevarás una sorpresa.

– ¿Qué sabéis de Benjamin?

– Un marxista insuficiente o insatisfecho. Está por decidir.

Opinó Satán desdeñosamente. Margalida tenía una vaga idea de su suicidio y alguien le había dicho que Benjamin entendía mucho de fotografía o que hacía también fotografías o que había escrito sobre fotografía. Tal vez en una conferencia que había dado un fotógrafo que se llamaba Fontcuberta.

– ¿Y usted sabe quién era Benjamin?

– Lo sabía.

– ¿Lo ha olvidado?

– Probablemente no, pero no necesito recordarlo. No necesito recordar las vidas que he vivido y que no iluminan la que ahora vivo. Benjamin formaba parte de mi ecosistema de hace cuarenta años. Ahora ni siquiera me serviría como un canto rodado sobre el que pisar para subir una cuesta. Pero a veces me vuelven frases que significaron algo, incluso una como «el suicidio es una pasión heroica» que cuando la leí me inquietabaporque pensaba que el suicidio era poco revolucionario, ¿cómo puede un combatiente social pensar que el suicidio es una pasión heroica? Hoy sé que tenía razón. El suicidio es una pasión heroica. La única pasión heroica individual que sólo nos puede hacer daño a nosotros mismos. Todas las demás pasiones heroicas son peligrosas y las que se sienten en grupo, ésas son las peores.

En el marco de un túnel cuadrado inclinado hacia el mar, un hombre les esperaba y, fuera de contexto, Carvalho tardó algunos segundos en identificarlo en el álbum fotográfico de su memoria. Era Guifré González, Manelic, el falso tío de Margalida, el ángel profeta del catarismo. Margalida salió la primera del coche para ir a su encuentro y darle explicaciones que él escuchaba severamente y que digería mirando unas veces en dirección a Carvalho, otras hacia Albert. Margalida explicaba algo con mucha vehemencia y Albert cabeceó contrariado.

– Ya le he dicho que no saldría.

– ¿El qué?

– Manelic no sabía de quién se trataba. Margalida no le había dicho nada porque presumía que no me aceptaría. ¿Por qué tiene que ayudar al hijo de Pérez i Ruidoms?

Carvalho marchó en dirección a la pareja y se encaró con Margalida. Le habló con dureza:

– Hemos quedado en que todo se resolvería en minutos. No puedo esperar.

Ella estaba sorprendida de su reacción, conservaba en los ojos las lágrimas que no había tenido tiempo de secarse.-¿Qué pasa? ¿No la quieren ayudar los cátaros?

Guifré le miraba con curiosidad y mantuvo cierta entereza cuando Carvalho empezó a picarle el pecho con un dedo.

– Hay reglas de solidaridad que están por encima de los apellidos, amigo. Hay un derecho al trabajo y un derecho a la huida. Están rondando los sicarios del papá del niño y todos vamos a perder más si nos cazan.

Carvalho se sacó la pistola y la cargó.

– Un tiroteo en Port Bou va a ser noticia.

– Yo no he dicho que no quiera ayudarles, pero un asunto así no puede basarse en una falsa información y a mí ella no me dijo de quién se trataba. Además mi red no tiene por qué dedicarse a problemas personales.

– No se equivoque. Ustedes tienen enfrente al padre de este chico y es un tiburón. Lo mejor que puede sucederles es tener al lado al hijo, no sólo porque se trata del mismísimo Satán, sino porque lo sabe todo sobre su padre y puede serles útil. Además, un día heredará, dejará el satanismo y bien podría abrazar el nacionalcatarismo. Les cubrirá de millones.

En los ojos de Guifré González se leía la pregunta: ¿Y tú qué pintas en todo esto?, pero Manelic en cambio asintió con la cabeza y musitó un acuerdo que hizo brincar a Margalida y correr hacia el coche a comunicárselo a Albert.

– Bajad al puerto y preguntad por Eugeni de la Mar queta. Es mejor hacerlo por mar.

Él se quedó junto al Memorial como si formara parte de la instalación y Carvalho llevó a la pareja hasta el embarcadero. Margalida encontró a Eugeni, un hombre a la deriva de sus muchos kilos que les metió en una caseta donde debían esperar hasta que oscureciera. Carvalho se despidió de Satán mediante una mirada intencionada porque dedujo que al diablo no hay que darle la mano y mucho menos un abrazo. En cambio dejó que lo abrazara Margalida y que le besara las dos mejillas, retirando la boca por si acaso se le ocurría meterle aquella lengua ancha y carnosa, comestible.

– ¿Ya sabes con quién te la juegas?

– Es un chico muy inteligente pero muy tonto. Me necesita.

– Hoy sí. Mañana volverá a necesitar a su padre. Conozco esta raza de rebeldes. En mis tiempos eran maoístas ricos y volvieron a la casa del padre. Ahora son satánicos, pero volverán a la casa del padre.

Dejó a Margalida sin palabras o sin argumentos y regresó caminando hasta donde había dejado el coche. Allí le esperaba Manelic.

– ¿Todo en regla?

– Todo.

– ¿Regresa a Barcelona? ¿Le importa llevarme?

– ¿Cómo ha venido?

– Me ha traído Eugeni.

Subieron al coche y se mantuvieron en silencio mientras duraron las curvas hasta rebasar el cruce de Llanca y tomar la carretera hacia Figueres en busca de la autopista. Parece una historia antigua, como en los tiempos de la clandestinidad, ¿no es cierto? Carvalho asintió. Manelic miraba el reloj con frecuencia. ¿A qué hora calcula que podríamos llegar? Desde que entremos en la autopista, una hora aproximadamente. Muy justo, comentó Manelic. Sería muy, pero que muy conveniente que pudiera llegar al hotel Princesa Sofía antes de las 8.30.Contemplaba el paisaje como si en cierto sentido le perteneciera.

– ¿Sabe usted Carvalho que Cataluña es un yacimiento de religiosidad y ocultismo desde tiempos inmemoriales? De la misma manera que por el subsuelo circulan ríos secretos, en cualquier lugar donde usted ahora detecte un asentamiento religioso cristiano, lo hubo antes pagano, y antes mágico, como si la tierra, la mismísima tierra reclamara el lugar donde hay que adorar a los dioses. Puede percibirse aquí mismo, por donde pasamos, tierra de templarios y de ocultismo por lo tanto. ¿Sabía usted que en el monasterio de Sant Pere de Roda antes hubo un templo probablemente dedicado a Venus Urania o a Afrodita? Es un lugar tradicionalmente sagrado.

Guifré se quejaba de la ramplonería del presente, se había perdido el nexo entre lo mágico y lo real. Hay que asumir las cosas como vienen. Realmente son tiempos de clandestinidad para todo lo diferente, Carvalho, porque sólo se acepta lo que se considera políticamente correcto y todo lo que es excepcional debe trabajar en condiciones casi de clandestinidad.

– ¿Lo de resucitar la religión cátara lo decía en serio?

– No se trata de resucitar como se resucita una momia, sino de adaptar una fórmula de cristianismo primitivo a la nueva situación. La Teología de la Liberación es demasiado internacionalista en el sentido marxista de la expresión y hay pruebas de asentamientos cataros en la Cataluña Norte y en la Cataluña Sur, hubo cátaros en el Empordà hasta el siglo XIV e incluso una noble de la casa de Montcada, Guillermina de Montcada, fue cátara. Europa está superestructuralmente vertebrada, pero los pueblos están más desvertebrados que nunca y las grietas se van ensanchando día a día. ¿Ha seguido usted el cambio de fronteras en los últimos diez años? ¿Puede prever cómo van a seguir cambiando? ¿Sería tan amable de dejarme en la Diagonal, delante del Princesa Sofía?

– ¿Le espera una concentración cátara?

– Si llegamos a tiempo, aún podría ver el partido del Barça. Empieza a las 9 de la noche. Tal vez le parezca una frivolidad en este contexto.

– ¿Frivolidad, el Barça? Cuando yo era comunista había quien traía a las reuniones superclandestinas un transistor para seguir los partidos del Barça. Recuerdo una reunión especialmente memorable sobre si se abandonaba o no la lucha armada como hipótesis. De pronto me di cuenta de que el Barça había marcado un gol, porque el rostro del portador del transistor secreto se iluminó.

– Eran otros tiempos, claro. Sí, ya sé que no debería ir porque me destrempa [29] la situación de este equipo. Fue el brazo simbólico desarmado de Cataluña y ahora nadie sabe qué es y yo le diré lo que es, ¡una inmobiliaria! El presidente Núñez llegó a este club hace veinte años con los mismos propósitos que Franco, que dejara de ser más que un club, que dejara de ser un símbolo político y lo ha conseguido con la ayuda de ese siniestro holandés que ha contratado como entrenador, llenando el equipo de extranjeros y sacrificando aquella espléndida plantilla de jóvenes canteranos que había formado Cruyff. No hay derecho, Carvalho, pero tal vez necesitemos desalienarnos de esa dependencia emocional del Barça. A mucha gente le basta con ser del Barça y ya han pagado su cuota de catalanismo. Que no les vengas con puñetas luego. Todo demasiado simple, Carvalho, demasiado simple. No hay historia sin dolor, ni seremos soberanos sin dolor. Yo no hablo de independencia. Hablo de soberanía. Me parece que este tío, el Van Gaal, el holandés que entrena al Barça, va a dejar a Guardiola en el banquillo. ¿Comprende usted? El jugador emblema de Cataluña en el banquillo y los holandeses en el campo.

– La verdad, Manelic, no entiendo cómo se ponen ustedes a construir el nacional-catarismo teniendo ya el nacional-barcelonismo. Antes de edificar el estadio del Barcelona donde está, ¿qué cultos sagrados se celebraron allí?

Guifré le contempló desconcertado pero interesado.

– He de investigarlo, porque se alzó junto al cementerio de Les Corts y donde hay un cementerio, seguro, es un punto original de magnetismo mágico.


Había decidido seguir llevando la pistola encima pero no se le ocurrió emplearla cuando comprobó que su propia casa estaba ocupada por los jugadores de baloncesto posyugoslavos. Nada hay tan incómodo como matar en tu propia casa y aquellos tipos eran tan altos que sería muy difícil desprenderse de los cadáveres. Además no le habían insultado. Ni pegado. Ni siquiera le empujaron o le echaron el aliento en la cara. Le habían entregado una nota en la que se le invitaba a un encuentro en Can Borau, a muy pocos kilómetros de distancia. Sólo cuando sugirió la idea de hacer una llamada telefónica, el posyugoslavo más seguro de sí mismo arrancó el cable del teléfono sin mover un músculo de la cara y Carvalho fue invitado a descender hasta el coche que les esperaba en la puerta de la casa. Era un coche japonés muy caro, con esa voluntad de opulencia con que las grandes berlinas japonesas tratan de hacerse perdonar el haber llegado al mercado del automóvil después que el Rolls Royce. Era un coche diríase que encuadernado en piel por dentro y por fuera. Desde el asiento de atrás pudo comprobar que tenía mueble bar y pidió un dry martini sin que su petición fuera atendida. Cuando acabaron las curvas de Vallvidrera en dirección a Sant Cugat, el coche se fue por el camino de Can Borau y se detuvo ante la casa tan anochecida como la vez anterior pero menos iluminada. Bien pudiera tratarse de una residencia de SOS Racismo porque la criada que le atendió parecía una rosa del desierto, una de las metáforas que mejor cuadraba a las espléndidas bellezas magrebíes, y los posyugoslavos se quedaron a una prudente distancia mientras un camarero chino le servía el dry martini que había pedido en el coche.

– ¿Lo han hecho con Martini seco o con Noilly Prat?

El chino sólo sabía chino e imitar la gesticulación reverencial japonesa, dos códigos que le habían permitido llegar a donde estaba. Evidentemente el dry martini estaba hecho con Martini seco y con demasiado martini seco. Trató de explicarle a uno de los posyugoslavos que el vermut sólo ha de humedecer el hielo para que sea el hielo quien perfume la ginebra y cambie su aroma cualitativamente. Estaban en otro mundo. Tal vez pensaban en los Balcanes, en lo lejos que les quedaba la posibilidad de matarse entre ellos bajo la mirada conmiserativa de las grandes potencias. Llegó el mayordomo del día de la falsa verbena del fin del verano y le propuso que le siguiera hasta la cava donde había asistido a la representación del encuentro de Monte Peregrino. Pérez i Ruidoms ocupaba el mismo lugar, el mismo sillón, pero no tenía otra compañía que Anfrúns, un nervioso Anfrúns que daba vueltas a la cripta como si estuviera enjaulado. Detuvo su sentido giratorio de la huida cuando Carvalho quedó en el centro del ámbito frente al sillón donde le esperaba el anfitrión en una postura a medio camino entre el pensador de Rodin y el grabado donde se reproduce a Goethe pensante. Pérez i Ruidoms se sacó un pastillero de plata de bolsillo, lo abrió, escogió dos pastillas y se las tomó con la ayuda del agua contenida en un vaso situado sobre uno de los anchos brazos del sillón. Miraba fijamente a Carvalho mientras le hablaba sin elevar el tono.

– Lo que ha hecho usted ayudando a que mi hijo escapara con esa chica ha sido una torpeza más que una provocación. Estaba usted advertido. Lo tenía todo bajo control y ahora lo tiene todo descontrolado. Hemos estado hablando con su amigo el señor Anfrúns, creo que se conocen hace tiempo. Sería muy conveniente que usted nos ayudara a localizar dónde se han metido esos chicos. Más tarde o más temprano lo sabremos, pero mientras tanto la huida puede serles fatal. Hay mucha gente con ganas de hacerme daño. Recuerde el caso del asesinato de Alexandre Mata i Delapeu. ¿A quién querían dañar? ¿A mi hijo? En primera instancia sí, pero el objetivo final era yo.

Anfrúns se había recostado en la pared y escuchaba reconcentrado.

– ¿Sabe usted adonde les acompañé?

– Hasta la frontera de Port Bou. Todo estaba preparado para interceptarles, pero no pasaron la frontera. No la pasaron montaña arriba, montaña abajo. Díganos cómo fue.

– Mi ayuda no será mucha. Me limité a dejarles en un sitio que se llama Memorial Walter Benjamin, un monumento a un judío que se suicidó allí en 1940, creo. Perpetró el suicidio como pasión, se dice.

– Hay muchas maneras de suicidarse, Carvalho. Usted sabe que puedo convertirle en una partícula galáctica invisible, a la espera de la resurrección de la carne.

Carvalho suspiró asqueado.

– No me dirá que se ha hecho usted de alguna secta religiosa.

– Todas las sectas son religiosas. Bien, Carvalho. Debo coger mi avión particular rumbo a la isla de Lanzarote, donde quiero recibir el próximo milenio, en compañía de la plana mayor de Monte Peregrino, en una casa que tengo excavada en las rocas frente al mejor de los océanos. ¿Sabe usted cuál es el mejor de los océanos?

– Por la situación de Lanzarote deduzco que debe ser el Atlántico.

– ¡Diez en Geografía! Seguro que sabe usted dónde está mi hijo. Por la infraestructura de quienes le ayudaron a huir debe estar en algún lugar del sur de Francia, en uno de esos enclaves neocátaros que se están reconstituyendo. No puedo esperar más.

Pérez i Ruidoms se levantó y señaló a Anfrúns.

– Lo dejo en sus manos.

Al pasar junto a Carvalho decidió tenderle la mano y cuando Carvalho se la tendió se la apretó y le retuvo acercándole las palabras a la cara:

– No te pases de listo, hijo de puta. Me he criado en la calle y empecé llamándome Pérez a secas hasta que tuve el suficiente dinero como para llamarme Pérez i Ruidoms. Ya me he ciscado en los Mata i Delapeu, una pandilla de señoritos que nacieron señoritos. Me lo debo todo a mí mismo y nadie me va a quitar nada de lo que me pertenece. Yo no soy un señorito como Mata i Delapeu. Yo no he sabido lo que era cambiarme de ropa interior cada día hasta que cumplí los treinta años. En mi casa no había ducha.

Le pareció la mejor frase para iniciar el mutis y liberar la mano de Carvalho. Anfrúns reía suavemente con una mano en el mentón y la otra doblada detrás de la cabeza acariciándose la coleta.

– Me ha enternecido su jefe. Yo tampoco tenía ducha en mi casa y no me cambié de muda diariamente hasta muy tarde, incluso a veces, lo confieso, no me cambio de calzoncillos todos los días. Los calcetines son otra cosa. No podría soportar llevar los mismos calcetines más de dos días.

No conseguía que Anfrúns arrancara la conversación y decidió callarse. El otro le observaba y esperaba que el tiempo actuara como un resorte sobre la lengua de Carvalho. Pero el detective estaba tan cansado de callar como de hablar y tomó el camino de la salida.

– Si yo no lo autorizo, usted no va a salir de aquí. ¿Recuerda lo que le ha dicho el señor Pérez i Ruidoms? Le ha tocado usted su propiedad más sagrada, su propio hijo, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

– Deje la Biblia por una vez, Anfrúns.

– Hay frases bíblicas o del Nuevo Testamento que son inmejorables. Además, ¿ha pensado usted en que esta masía no es inocente y podría contemplarse como un castillo en el cielo o un castillo en el infierno? ¿Conoce usted la materia de Bretaña, la leyenda artúrica, el mito del Santo Grial? ¿No cree que esta masía podría ser esa isla blanca en la que vive el señor de los señores, el dueño del mundo, el rey Arturo, el Preste Juan, Fu-Manchú, el Doctor No, Pérez i Ruidoms? Si quiere le enseño la lanza ensangrentada que Perceval o Parsifal ve cuando llega al castillo en el cielo o en el infierno.

Podría ponerme molesto con usted. Vamos a decir que incluso podría ponerme borde, ya me entiende. Pero quiero darle veinticuatro horas para pensarlo y para darle alguna prueba de lo mucho que puede perder si no atiende a lo que le pedimos. Mañana en la capilla de la Colonia Güell a las diez. Mañana le enseñaré la lanza ensangrentada. Ahora vayase.

– No espere que vuelva a pie.

– Le acompañarán.

El coche estaba donde estuviera y el recorrido fue seguido por Carvalho con tensión y la mano sobre el pecho, lo más próxima posible a la ubicación de la pistola, pero los gigantes le dejaron delante de la puerta de su casa y uno de ellos hasta le abrió la portezuela. Nada más recuperar su madriguera, Carvalho buscó la nota que había empezado a redactar semanas atrás como balance final para la viuda Mata i Delapeu. Esta vez la escribió hasta el final:


Doy por terminado mi trabajo, habida cuenta de que nada me conduce a evidencias nuevas. Primero creí que el deseo de implicar al financiero Pérez i Ruidoms en un escándalo hace que X contrate a unos sicarios para que asesinen a su hijo, teniendo en cuenta las relaciones de todo tipo que le unen con el hijo de Pérez i Ruidoms. El asesinato aparecía rodeado de una atmósfera de crimen pasional, fruto del despecho, hasta que alguien, vamos a llamarlo Z, desvela la motivación real y pone en la pista de un crimen mercenario tramado por un grupo de presión antagonista de Pérez i Ruidoms, sin que pueda atribuirse al grupo Mata i Delapeu porque lo encabeza el padre del asesinado y no parece que se trate de una confusa tragedia griega o judía, el sacrificio de Isaac por ejemplo. Lamanera como la policía fue conducida hacia los sicarios supuestos autores materiales del delito es sospechosa, así como la ejecución de los asesinos en el momento de la detención, aunque como testigo presencial del asalto policial sospecho que ni siquiera el inspector Ufante controlaba los hilos que movieron a la ejecución de los sicarios. Movido por sus indicaciones, me predispuse a despejar las dos incógnitas: Xy Z. X seria el urdidor de la ejecución y Z el desvelador de los verdaderos motivos. Mis medios para despejar estas dos incógnitas se han enriquecido. Puedo decirle que el asesinato de Alexandre fue urdido por el propio Pérez i Ruidoms, aun a costa de que en primera instancia su propio hijo, Albert, fuera el imputado. ¿Para qué? Formaba parte de una estrategia disuasoria contra su marido. Hay mucho dinero, mucho poder en juego. Le escribo un rápido resumen de mis conjeturas, previo a un informe más largamente elaborado, por si algo me ocurriera en las próximas horas y usted quisiera sustituirme como indagadora para descubrir al causante de mis posibles desgracias. En cualquier caso, haga usted el uso que quiera de este balance y a la vez confidencia


Le costó llegar a la Colonia Güell donde Anfrúns le esperaba en el interior de la capilla de Gaudí de columnas vencidas, como si la iglesia estuviera a punto de caer, metáfora de una fe tambaleante o quizá el arquitecto monstruo había querido expresar lo contrario, que las columnas torcidas también son capaces de aguantar templos. Anfrúns estaba de espaldas al altar, con la mirada fija y sonriente en la entrada, el cuerpo descansado sobre los brazos apoyados en uno de los reclinatorios, y se mantuvo así mientras Carvalho se acercaba con la prevención del que teme si no pisar huevos, sí pisar el polvo de tanta hostia consagrada y deglutida. En un rincón de la breve nave resonaban las voces del párroco y una joven pareja en pleno acuerdo sobre el ritual del día de su próxima boda. Anfrúns invitó a Carvalho a que secundara su salida de la iglesia, la ascensión a un mirador a través de una escalera torturada y fue allí, a solas, cuando se cruzó de brazos y se entregó a la curiosidad de Carvalho.

– No me diga que lo sabe todo. Pregúnteme.

– No es necesario. Todo me conduce hacia usted: el asesinato de Mata i Delapeu, Monte Peregrino, Región Plus, Dalmatius, la defenestración de Quimet. ¿Le importaría componerme el puzzle? Un momento. Sólo un momento. Luego lo volveremos a deshacer.

Anfrúns aún elevó más los brazos cruzados sobre el pecho, para secundar el alzamiento de la cabeza y los ojos. Los mantenía muy abiertos y clavados en Carvalho. Luego descompuso el gesto y se pasó una mano por la coleta canosa reunida por un torcido de plomo que Carvalho no había vuelto a ver desde la infancia cuando su madre se peinaba a veces con la ayuda de torcidos y horquillas.

– ¿Por qué habría de colaborar?

– Por soberbia. Si un diablo no es soberbio no es nada.

– Usted ya parte del apriorismo de que soy el Diablo y no Dios. ¿Qué diferencia hay entre el uno y el otro? Si soy el diablo, yo me llevé la luz y dejé la creación a oscuras. ¿Quién es más Dios, el que gobierna a oscuras o el que posee la luz? ¿El que no puede instalar el bien o el que al menos puede iluminar el mal?

– Era usted mucho más entendible cuando era marxista. Ahora que es usted papa de una religión de diseño, ¿cree en Dios, en algún dios?

– ¿Papa? ¿Y por qué no Dios? Insisto. Sólo los que no creemos en Dios podemos asumir cierto grado de divinidad, un grado funcional, por descontado. El no creer en Dios es una suprema conquista humana y sin embargo esa gran conquista la están vendiendo como una limitación. Si no crees en Dios es porque no crees en ti mismo. ¿Se fija en la trampa? ¿Cómo se puede esperar que sea cristiana una persona que no es humana, que no sabe cómo vivir? La agonía del no creyente se interpreta como negación de sí mismo y no como he-roica entrega al abismo de no poder contestar a propósito de la causa última. Hay quien prefiere vivir al borde de ese abismo que contestarse idioteces o como hace Ernesto Cardenal y ese tipo de místicos de izquierdas, buscar a Dios en la mismidad y en la caridad, en la línea de san Buenaventura: la caridad nos diviniza. San Buenaventura dice que la conciencia es el heraldo de Dios y esa conciencia es la prueba de que Dios existe. Yo diría que la educación religiosa te ha construido una conciencia a la medida de la demostración de que Dios existe y que sólo cuando te liberas de esa conciencia religiosamente instrumental accedes a la lucidez. Como soy lúcido, Carvalho, puedo ser Dios, mayor o menor. De momento un dios menor al frente de una secta perfectamente ubicada en el ecosistema de poder. Yo construyo a los Testigos de Luzbel y Manelic el neocatarismo pancatalán y los dos formamos parte de un mismo departamento burocrático paralelo, incluso podríamos utilizar a la misma secretaria, la encantadora Neus o Margalida. Como soy Dios puedo darme cuenta de que la religión, como el nacionalismo, es un placebo y acabarán vendiendo religiones en las farmacias y nacionalismos en El Corte Inglés.

– Pero está usted integrado en una operación nacionalista.

– Posnacionalista, aunque vayamos con los nacionalistas a lo Manelic como compañeros de viaje. En la globalización los nacionalismos aplazados son puntos de partida para su propia autodestrucción. Hay que tener la audacia de construir neonacionalismos alternativos metabolizables por la globalización, a eso responde Región Plus. Las naciones emocionales serán un estorbo,Carvalho, y por eso hay que construirlas y desconstruirlas al mismo tiempo.

– Pero los nacionalistas catalanes o los de la Padania o los occitanos saben que Región Plus es una maniobra interestatal ligada por los departamentos de seguridad de la Unión Europea para hundir precisamente el escisionismo vasco, catalán o padano.

– En efecto, y yo acepto ese planteamiento porque me sirve. ¿No comprende usted el juego, Carvalho? Yo soy Luzbel y Manelic es el arcángel san Miguel, pero los dos trabajamos en la misma oficina, aunque el tonto de Manelic no sea consciente. Se está construyendo una nueva modernidad y por lo tanto una nueva síntesis entre Dios y Satanás. Piense usted en las claves de la Teología de la Seguridad: controlar el tráfico de drogas, controlar las sectas religiosas, controlar la extrema derecha y la nueva extrema izquierda anarquizante.

– ¿Y las guerras artificiales?¿Y el tráfico de armas?

– No sea idiota, Carvalho. ¿Quiere usted hundir la industria armamentista? Es como querer prescindir del petróleo. El hundimiento económico sería tan catastrófico que viviríamos, entonces sí, una nueva Edad Media llena de guerreros posindustriales y de canibalismos. ¿Le duele la cabeza?

– De momento me la aguanto con las manos. Todo empezó cuando intenté saber quién había matado a un joven de buena familia que quería ser un diablo, un diablillo, mejor dicho. Ha sido una víctima de la nueva modernidad construida por mafias.

– Cuando el Estado se hunde, ¿qué haríamos sin las mafias? Todo poder ha tenido un origen espúreo, guerrero o mafioso. No pierda el tiempo con ese recuerdo.

Piense en usted mismo. Quimet le ha metido en un berenjenal, en su propio berenjenal y usted no sabe muy bien qué papel le atribuye, pero usted se lo imagina. Quimet es un hombre fiel al gobierno autonómico y si permite juegos radicales, servicios de información, conexiones internacionales es porque piensa que así lo controla todo y cuando despacha con el presidente le dice: Son muy juguetones, pero tranquilo, Jordi, tranquilo, todo está bajo control. Y en cierto sentido lo está mientras se mantenga el actual poder, pero en cuanto termine, todo está preparado para conflictos de fondo en los que jugarán un papel relevante elementos foráneos que escapan a la capacidad de control de Quimet. ¿Cómo se puede llegar al siglo xxi llamándose Quimet? Aun así ha habido que acabar con Quimet. No volverá a hacer política durante todo el próximo milenio. Entonces quedaremos Manelic y yo frente a frente. Él encabezará el frente patriótico y no es el mío. Yo juego fuerte, quiero poder, el poder de urdir y decidir. Quiero ganar por una vez en mi vida. Por una vez estoy al lado de los que ganan, seguro. Necesito que en ese momento usted esté junto a mí y a quien represento.

– ¿A quién representa?

– Al economicismo internacional. A Pérez i Ruidoms, que es mi amo y es mi esclavo y viceversa. Ése es el poder subversivo contra el que nada podrán los políticos. Satán. El propietario del castillo en el infierno.

Se había echado a reír y esperaba que Carvalho cuestionara su satanismo para demostrárselo, pero Carvalho lo contemplaba como si estuviera recitando el monólogo de Hamlet o la romanza del barítono de Los Gavilanes.

– ¿Lo duda? ¿Piensa que me ha clasificado para siempre como un sociólogo obseso y no peligroso? ¿Quiere que le enseñe la lanza ensangrentada?

Se llevó una mano al bolsillo del abrigo y sacó un sobre que entregó a Carvalho. Lo tuvo el detective entre las manos como si calculara su peso y finalmente comprobó que no estaba cerrado y de su interior sacó un puñado de fotografías. Había la suficiente luz como para a primera vista verse desnudo, ver desnuda a Yes, en el lecho, en el bosque durante el picnic pecador.

– Las hay peores.

Advirtió la voz de Anfrúns. Carvalho se las devolvió y se encogió de hombros.

– Soy huérfano. No puedo por lo tanto dar un disgusto a mis padres. No estoy casado, es decir, no puedo dar un disgusto a mi mujer. Tengo muy mala reputación, usted no puede empeorarla.

– ¿Y ella? ¿Jessica Stuart-Pedrell es huérfana? ¿Le van a gustar estas fotos a su marido? ¿A sus hijos? ¿Sabe usted desde cuándo controlamos estas relaciones? ¿No le ha hablado Yes, porque usted la llama Yes, de unos anónimos?

Carvalho golpeó con un puño el ojo más cercano de Anfrúns y trató de asirle la cabeza con un brazo para intentar achicársela o quitársela de la vista. Fue un acto pueril y condenado al fracaso, porque sólo pudo cogerlo por una coleta resbaladiza. Anfrúns dio media vuelta y le pegó una patada a Carvalho en la cadera, luego se sacó una pistola y la acercó hasta que el cañón topó con la nariz de Carvalho.

– Tranquilo. Es una advertencia. No se puede ser un outsider. No queda sitio en este mundo para los out-siders


Aunque esté llorando,

aunque esté muriendo.

¿Sabes tú por qué, mi amor?


Siento deseos de acariciarte, de acariciarte mucho, de darte un montón de besos, besos suaves, ligeros, otros apretados, húmedos, intensos, largos… pero sobre todo: muchos. ¿Sabes qué?: estoy empeñada en ti.

Nada de cuanto te he escrito tiene el objeto de cuestionarte en nada, tú has dicho en todo momento, y muy claro, que tienes tu vida y que quieres seguir teniéndola; lo de menos es qué argumentos son los tuyos, no te juzgo ni bien ni mal, seguro que tienes tus razones, entre ellas no dudo que un cariño muy especial, grande y… conveniente (y eso no lo hace, necesariamente, desdeñable, te aseguro que, en esta ocasión, lo digo sin doblez) por ti mismo o por el imaginario que tienes de ti mismo, porque dudo que sea Charo, tu Charo lo que se interponga entre tú y yo.

Sí, cada día que pasa tengo más claro que voy a quedarme sola.


Biscuter se había empeñado en hacer el primer plato siguiendo una receta de la revista Sobremesa: terrina de foie-gras de pato con verduritas de invierno y yogur al mosto. Una propuesta de cocinero joven, vasco evidentemente porque se llamaba Bixente Arrieta.

– ¿Qué edad tiene ese cocinero?

– Veintiséis años y cocina en el restaurante del Museo Guggenheim de Bilbao.

– A esa edad no se sabe comer, menos se va a saber cocinar.

– No sea racista, jefe, que es usted un racista biológico.

Le enseñó la revista de donde copiaba la receta y un ramillete de jóvenes cocineros presentados como los novísimos y junto al Arrieta salían otros que Carvalho calificó de imberbes. Charo se había comprometido a traer los turrones y Carvalho había quedado a cargo de un segundo plato, un carre de cordero deshuesado, relleno de jamón de cerdo ibérico y braseado, acompañado con una guarnición de patatas fritas en láminas aromatizadas con hojuelas de trufa blanca. Biscuter disertó ante los ingredientes señalándolos con uno de sus deditos más afortunados.-Primero se cuece el foie en grasa de pato, a fuego muy lento, unos diez minutos y se deja enfriar. He improvisado las verduras porque no tenía a mi alcance las de la receta, pero coceré espárragos, puerros, coliflor y shitakis, setas chinas. Aparte hay que tener preparadas hierbas aromáticas como cebollinos, perejil, tomillo y menta. Se hace un marinado con cebolletas, aceite de oliva, coriandro, pimienta negra, vino blanco, zumo de limón, champiñón, uvas pasas, tomate picado. Todo ha de cocer junto menos las uvas pasas que se añaden una vez colado el cocimiento. Ya sólo nos falta ir a por el yogur al mosto, que se hace reduciendo el mosto a punto de caramelo y luego desglasándolo con los yogures batidos. Se le añade nata igualmente batida y como hay partes de la receta que no entiendo porque está más mal explicada que la guerra de Kosovo, yo me lo he resuelto a mi manera. Coloco las verduras cocidas al dente, le hecho por encima las hierbas aromáticas y luego el foie salado con sal gruesa y con el yogur de mosto haré un cordón de adorno que rodeará la construcción del foie.

Se presentó Biscuter en Vallvidrera con todos los ingredientes y se apoderó de la cocina con el pretexto de que el plato de Carvalho era muy fácil y muy rápido y en cambio el suyo necesitaba parsimonia y concentración de gran chef. Carvalho le dejó hacer mientras se aplicaba a organizar la chimena a partir de la quema de El hombre y la muerte de Edgar Morin, un texto que le había angustiado casi treinta años atrás, cuando de pronto calculó qué edad tendría en el año 2000 y le pareció caer a un pozo tan sin fondo que la caída era eterna, una caída para siempre. Recordaba todas las muertes que anuncia el envejecimiento y especialmente la degradación del cerebro, el principio del fin más profundo, frente a lo que es inútil siquiera escribir cuatrocientas páginas para llegar a la conclusión de que la única forma de vencer a la muerte es integrarla en la propia vida, mientras se espera un cierto grado de amortalidad basado en envejecer largamente, hasta cumplir cien, ciento cincuenta años con obstinación y con la ayuda de la estadística. ¿Y si dejaran de luchar contra la muerte y en cambio se enfrentaran a la calidad del envejecimiento? Pero al llegar a este punto el libro ya ardía y Biscuter le expresaba su perplejidad ante la receta.

– ¿Qué hago con el marinado, jefe? ¿A quién se lo aplico? ¿Al foie o a las hierbas?

– Sospecho que debe ir sobre las verduras, porque si no, ¿qué pinta la sal gruesa sobre el foie?

– Haré pruebas, jefe.

– ¿Por qué no telefoneas al autor?

Nunca creyó que Biscuter le hiciera caso, pero al rato ya había localizado el teléfono del restaurante del Museo Guggenheim utilizando su Biblia gastronómica actual, La guía de la gastronomía 2000 de un tal Rafael García Santos y no mucho después debatía con el cocinero en directo. Así que el marinado es para las verduras, de cajón, don Bixente, de cajón, disculpe a un amateur que le haya molestado en tan señalada noche. Luego Biscuter se frotaba las manos.

– La juventud nos empuja, jefe. Este plato no se le habría ocurrido a usted.

Charo llegó cargada de turrones, barquillos y mantecados así como de botellas de moscatel de Ribesaltes, al que dijo haberse aficionado durante su estancia en Andorra, y de una botella de cava magnum Milenario, porque al final del milenio había que beber cava especialmente preparado para meternos en otra dimensión.

– Entrar en otro milenio es como entrar en otro mundo. Es como llegar a Marte.

Venía dispuesta a que donde estuviera ella reinara la alegría y destapó la botella de cava Milenario sin respetar que Carvalho hubiera llenado el frigorífico de botellas de Gramona, el cava de su infancia. Al fin y al cabo la fiesta era de Biscuter y Charo y fueron ellos los que sacaron regalos para Carvalho, Biscuter pastillas combustibles para iniciar el fuego en la chimenea y Charo un extraño maletín que le ofreció con una sonrisa de complicidad.

– Las pastillas, jefe, son para que no tenga excusa para quemar libros. Arden mejor que los libros.

– ¿Quieres frustrar la parte fascista de mi alma, Biscuter?

Carvalho abría el maletín y quedaba frente al enigma de su contenido centrado en algo parecido al teclado y la pantalla de un miniordenador. Cuando se volvió hacia Charo en demanda de información ella dijo escuetamente:

– MVG 25.

Y le tendió un catálogo lleno de información sobre maletines semejantes destinados a contener equipos de vigilancia electrónica, vídeo y audio. El MVG 25 disponía de microcámara de color completamente oculta, videograbador personal y un potente micrófono estéreo escondido.

– Funciona con baterías recargables y también lo puedes tener en forma de mochila o bolso de señora, pero dudo que espíes en la montaña o que te prestes a llevar un bolso de señora.

– El año que viene me regalas un servicio de contraespionaje.

Charo estaba a prueba de sarcasmos.

– Ya lo había pensado. Tengo localizado un APC 99 que detecta cámaras ocultas, transmisores de ambiente, telefónicos, lumínicos, por subportadoras. Pero no me daban los ahorros para tanto.

Carvalho no había comprado nada para ellos y tal vez para compensar el silencio de Carvalho se lanzaron a cantar villancicos, Biscuter en catalán.


A Betlem m 'en vull anar

Vols venir tu rabada?

Vull esmorzar! [30] .


Y Charo villancicos rancios de su infancia sureña y campesina:


Pues mi Dios ha nacido a penar

dejarle velar

Pues está desvelado por mí

déjenle dormir

que quien duerme en el sueño

se ensaya a morir.


A Carvalho le vino a la memoria un villancico morisco que había aprendido en las clases de un profesor llamado Blecua: Bailar moresquillo, con el panderillo, que el bello chequillo, es hijo de Alá… Pero sólo lo cantó mentalmente y puso la sonrisa de complicidad con la juerga que estaban montando Charo y Biscuter mientras se iba al territorio común de encuentro con Yes, un ámbito flotante y medido por las dimensiones de los dos, como si existieran en la nada, como si dieran cuerpo a la nada. Carvalho dialogaba con Yes y le explicaba la estructura del villancico con el que algún morisco converso a la fuerza trataba de que le respetaran la mención de Alá como el Dios Padre de Jesucristo. Había esperado un fin de milenio sin supersticiones ni irracionalidades y estaba rodeado de viejas y futuras religiones que le cercaban como premoniciones. Con Yes avanzaba hacia una cocina interminable donde braseaba el cordero atado con hilo de bramante y ella ponía cara de aprobación.

– Rosado. El cordero me gusta rosado.

Yes estaba completamente de acuerdo. Como estaba de acuerdo con el Sauternes que escogió para acompañar el foie de Biscuter y se sorprendió cuando propuso un tinto Soneto de la Rioja para regar el cordero al jamón. Pero al salir de la cocina Biscuter con su foie al mosto de yogur, los aplausos y las exclamaciones de Charo le devolvieron a la realidad y se zambulló en ella a través de los sabores y de la frágil alegría de sus seres queridos, tan frágil que a la cuarta copa de cava milenarista, Charo se echó a llorar y se hizo rogar hasta confesar la causa de sus males.

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