Capítulo 7

El martes, a las diez de la noche, Lacey cerró con llave la puerta de Constant Cravings y comenzó a cruzar el jardín. Las ventas de los tres últimos días habían sido un poco flojas y ella había aprovechado el tiempo para hornear los encargos que le habían hecho. Lo malo era que había tenido demasiado tiempo para pensar y que su mente sólo se centraba en una única cosa. Evan Sawyer.

De acuerdo, en realidad, en un par de cosas… En Evan Sawyer y en el sexo magnífico que había compartido con él.

No se habían visto desde que se despidieron la noche del sábado, y cualquiera pensaría que ese tiempo habría sido suficiente para que se olvidara de él. Pero no. Pensaba en él cada tres segundos o así. Incluso a veces, más a menudo. El tacto de sus caricias y de sus besos, la sensación de tenerlo en el interior de su cuerpo, el sabor de su boca, el roce de su piel… Era como si todo hubiera quedado grabado en sus sentidos. Tres días después, todavía estaba nerviosa y excitada.

Además, Evan no sólo había conseguido que se excitara, sino que también la había sorprendido. Era un hombre divertido e inteligente, y muy agradable. Demasiado.

No esperaba verlo el domingo, pero el hecho de que él no hubiera entrado en la tienda, ni el día anterior ni ese mismo día, hacía evidente que se había tomado en serio lo que ella le había dicho acerca de que debían olvidar lo que había sucedido entre ellos.

Y era lo mejor, sin duda. Aun así, a pesar de que Evan estuviera haciendo lo que ella le había pedido, tenía que admitir que el hecho de que la hubiera dejado en paz del todo, la molestaba. Era evidente que no la había encontrado tan divertida, inteligente y encantadora como ella a él. Y el hecho de que estuviera tan afectada le sorprendía. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?

Ese día recibió un mensaje suyo por correo electrónico. Al ver su nombre en la bandeja de entrada de Constant Cravings, se le aceleró el corazón.

Te agradecería que pasaras por mi despacho antes de irte a casa esta noche. No importa la hora, trabajaré hasta tarde.

Evan

El tono impersonal del mensaje y la falta de detalles provocaron que un montón de preguntas invadieran su mente. ¿Para qué quería verla? ¿Había estado pensando en ella? ¿Quería repetir lo sucedido? ¿Quería averiguar si la segunda vez que hicieran el amor sería igual de explosivo?

No importaba si eso era lo que quería o no. Porque ella no lo quería. De ninguna manera.

Maldita sea, sí que lo quería. Desesperadamente. Quería sentir su cuerpo contra el de ella, penetrándola. Saborear sus besos. Acariciarle sus preciosos músculos. Descubrir si todo había sido real o sólo un producto de su imaginación.

Pero caer en esa tentación no era buena idea. Sólo porque fuera un hombre divertido e inteligente, no significaba que fuera su tipo. Pero tampoco era que tuviera que casarse con él.

No había nada de malo en que Evan apagara el fuego que él mismo había encendido. No, no había nada de malo, pero ella tampoco estaba convencida de que fuera una buena idea.

Respiró hondo, adoptó una postura distante y entró en la zona oeste del edificio. Después tomó el ascensor hasta la quinta planta, donde se encontraban los despachos de dirección. Tras recordarse que debía permanecer tranquila, llamó a la puerta donde había una placa con el nombre de Evan. Segundos más tarde, al abrirse la puerta, toda su tranquilidad se vino abajo.

Esperaba encontrarlo con su aburrido traje de chaqueta y corbata, y no con una camiseta negra que resaltaba sus hombros y con unos pantalones vaqueros que, a juzgar por lo desgastados que estaban, debían ser sus favoritos. Evan estaba muy sexy y tenía un aspecto delicioso.

– Tenemos que hablar -dijo él, y abrió la puerta del todo.

Ni siquiera le había dicho «hola». Idiota arrogante. ¿Y había pasado tres días fantaseando con él? De hecho, se alegraba de que hubiera sido tan brusco, porque había conseguido apagar las llamas que él mismo había encendido.

Lacey alzó la barbilla y entró en el despacho. Después, se volvió para mirarlo y se cruzó de brazos. Al ver cómo cerraba la puerta, no pudo evitar fijarse en su trasero. Y recordó lo mucho que le había gustado acariciárselo. Entonces, él se volvió y se apoyó contra la puerta, mirándola con una expresión inteligible.

Cuando el silencio empezaba a incomodarla, ella dijo:

– ¿Querías hablar? Bueno, te escucho.

Él la miró durante varios segundos, frunció el ceño y le preguntó:

– ¿Cómo estás, Lacey?

Ella pestañeó.

– Bien. ¿Y tú?

– No estoy seguro. Los últimos días han sido extraños. Me preguntaba si te había ocurrido algo extraño desde que nos vimos la última vez.

«Sí, no puedo dejar de pensar en ti», pensó. Entonces, se estremeció al recordar los pequeños desastres que le habían ocurrido durante los tres últimos días.

– Alguna cosa, supongo que sí -admitió.

– ¿Como qué?

– Se me ha pinchado una rueda.

– A mí también.

Ella se estremeció de nuevo.

– Se me ha roto el lavavajillas.

– A mí, la nevera.

– Creo que algún niño metió una cera de color rojo en la secadora de la lavandería de mi edificio y se me ha estropeado un montón de ropa.

– En la tintorería me han perdido todos los trajes y las camisas.

– Las ventas han bajado en la tienda.

– Dos clientes han decidido no renovar los contratos.

Lacey dejó el bolso en el suelo.

– Veamos… El temporizador de mi horno se paró y se me quemaron dos hornadas de galletas. Se me rompió el tacón de mis sandalias favoritas en el supermercado, me caí sobre las naranjas y tiré un montón. Me olvidé las llaves dentro de casa, se me cayó el correo a un charco y he tenido algunos sueños extraños -«contigo. Y eran sueños eróticos», pensó-. ¿Ya ti?

– El microondas se ha vuelto loco y, al abrirlo, salpicó toda la comida por la cocina. Sasha ha decidido que le gusta el sabor a piel y ha mordisqueado todos los pares de zapatos que tengo. Se me han quedado las llaves dentro de casa y mi vecino, que tiene una copia, no estaba. Sasha también ha mordisqueado algunas de mis cartas.

Asombrada, Lacey dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el escritorio.

– Es muy extraño.

– Lo es -convino él.

Ella soltó una carcajada.

– Al menos no has tenido sueños extraños.

– Oh, sí que he tenido sueños. Pero no creo que empleara la palabra «raros» para describirlos.

– ¿Y cuál emplearías?

Él la miró de arriba abajo y dijo:

– Eróticos.

De pronto, Lacey sintió que se incendiaba por dentro. Antes de que pudiera contestar, él se acercó a ella despacio.

– ¿Quieres saber quién era la protagonista de mis sueños, Lacey?

Tuvo que tragar saliva para encontrar la voz.

– ¿Carmen Electra?

El reprodujo el sonido de un timbre de concurso de televisión.

– Respuesta equivocada -se detuvo a poca distancia de ella. Lacey se agarró con fuerza al escritorio para no caer en la tentación de tocarlo. -Tú -dijo él, con ardor en la mirada-. Tú eras la mujer que aparecía en mis sueños.

Aunque sabía que lo mejor era no decir nada, no pudo aguantar la curiosidad.

– ¿Y en tus sueños aparecía un barco pirata del siglo XIX?

Él asintió despacio.

– Yo era el capitán.

– Y me secuestraste de mi casa.

– Porque me pertenecías.

– Me cortaste el vestido. Con tu puñal.

– Te gustó.

– No tenía nada más que ponerme.

– A los dos nos gustaba eso.

– Me hiciste el amor -susurró ella.

– Cada vez que tenía la oportunidad.

– Cada vez que podías -dijo, y sintió que una ola de calor la invadía por dentro al recordar lo que ella había soñado. Evan sobre ella, debajo de ella, dentro de ella, acariciándola con las manos y la boca…

Él la miró a los ojos.

– Quizá, todo lo demás pudiera ser una coincidencia, pero ¿que hayamos soñado lo mismo? Eso me convence de que mi idea se confirma.

– ¿Qué idea? -preguntó, confiando en que tuviera algo que ver con que ese sueño se convirtiera en realidad. Deseaba acariciarlo, pero tenía miedo de que una vez que empezara, no pudiera parar. ¿Era por eso por lo que él no la había tocado? ¿Tenía miedo de lo que sucedería si lo hiciera? ¿Tenía el mismo dilema que ella?

En lugar de contarle su idea, le dijo:

– Hoy he ido a visitar a Madame Karma.

– ¿De veras? ¿Por qué?

– Quería hablar con ella sobre mi racha de mala suerte. No parecía nada sorprendida, y me ha dicho que era porque estaba luchando contra el destino. Suponía que tú habrías sufrido una serie de eventos similares. Y por lo que me has contado, tenía razón.

– ¿Te ha hecho alguna sugerencia?

– Sí. Me ha dicho que la única manera que hay para solucionar lo que me pasa es dejar de luchar contra el destino. Y la única manera de hacer eso es pasar tiempo contigo, algo que solucionará tus problemas también. Así que ésa es mi idea. Que pasemos más tiempo juntos. En el peor de los casos no estaremos peor de lo que estamos ahora, y si sale bien, romperemos la maldición y nuestras vidas volverán a la normalidad.

– Pensaba que no creías en esas cosas del destino. Habías dicho que no eran más que tonterías.

– No creía en ello, y no estoy seguro de si ahora creo. Pero no podemos negar que, desde el sábado, nos han pasado cosas muy extrañas, y que no tengo otra explicación. Sinceramente, estoy harto de esta racha de mala suerte y estoy dispuesto a probar cualquier cosa, con tal de que termine.

– ¿Incluso pasar tiempo conmigo?

– Sí.

– Bueno, desde luego no es la proposición más romántica que me han hecho.

– ¿Quiere una proposición romántica?

– Desde luego que no. No eres mi tipo.

Él se cruzó de brazos y la miró fijamente.

– Eso no voy a discutirlo porque, si te soy sincero, tú tampoco eres mi tipo. Pero ¿qué es lo que no te gusta de mí?

Lacey lo miró durante unos segundos, y decidió ser sincera.

– Siempre he evitado salir con lo que yo llamo «clones impersonales». Los veo todos los días. Vienen a Constant Cravings a primera hora del día para tomarse su dosis de cafeína, se pasan el día hablando por teléfono, tecleando en el ordenador portátil, y absortos en su trabajo, sin tomar un momento de descanso. Los veo sentados en el patio al mediodía, leyendo informes sin levantar la vista para disfrutar del sol -se encogió de hombros-. Tú eres uno de ellos.

El no dijo nada durante un momento, pero ella vio que estaba reflexionando sobre sus palabras. Finalmente, se aclaró la garganta.

– No hay nada de malo en tener objetivos y en trabajar duro.

– Estoy de acuerdo. Pero creo que sí es malo dedicarle al trabajo todo el tiempo y la energía, y permitir que los demás aspectos de tu vida se conviertan en algo secundario. Cuando sólo se tiene en cuenta el éxito profesional. Cuando la gente y las relaciones dejan de importar.

– ¿Y crees que yo soy uno de esos clones?

– Sí.

– Eso es muy duro.

– ¿Querías que mintiera?

– No. Pero creo que te equivocas.

– ¿De veras? Te demostraré que tengo razón. Cierra los ojos. Y no vale mirar -cuando él cerró los ojos, le preguntó-: ¿Qué aparece en el cuadro que está detrás de tu escritorio?

– Oh, cielos. Eres peor de lo que pensaba.

El abrió los ojos y miró a la pared que estaba detrás de ella.

– Eso no es justo. Mi despacho ha cambiado con la reforma.

– Aja. ¿Y cuándo se terminó?

– Hace tres semanas.

– Tres semanas es mucho tiempo para no percatarse de algo que está delante de tus narices o, en este caso, encima de tu cabeza. Ya las pruebas me remito.

– Dame otra oportunidad. Ella suspiró y cerró los ojos.

– De acuerdo. ¿De qué color son mis ojos? Él contestó sin dudarlo.

– Marrones. Como el caramelo. Con unos reflejos dorados. Tienes el iris rodeado por una anilla oscura que parece chocolate derretido.

Lacey abrió los ojos y se encontró con que él la miraba fijamente.

– Pareces sorprendida -dijo Evan.

– Lo estoy. Y mucho. No esperaba que…

– ¿Me hubiera fijado? Créeme, me he fijado. Quizá no sea tan parecido a un clon impersonal como crees.

– Puede que no. Pero sigues siendo un firme seguidor de las normas. Un hombre rígido. Demasiado correcto y formal para mí.

– ¿Crees que soy correcto y formal?

– Sí.

– ¿Y le dices eso a un hombre con quien has mantenido relaciones sexuales salvajes sobre un mostrador?

– Una relación sexual, que ambos sabemos fue el resultado de una enajenación mental transitoria, no es suficiente para hacerme cambiar de opinión.

– Ya. Entonces, ¿se lo dices a un pirata que cortó con un cuchillo todos los botones que había en la parte delantera de tu vestido? -le acarició la parte delantera de la blusa con un dedo, rodeando cada botón y provocándole que los pezones se le pusieran erectos-. ¿Un pirata que te hizo el amor hasta dejarte agotada?

Lacey tuvo que tragar saliva para recuperar la voz.

– Eso sólo fue un sueño.

– Un sueño estupendo.

– Eso no lo discuto.

– El comentario acerca de que soy muy formal es un reto para que te demuestre lo contrario.

Sus palabras, y su forma de mirarla, como si quisiera devorarla, hicieron que una ola de calor la invadiera por dentro. Lacey sentía el pulso en todo su cuerpo. En las sienes. En la base del cuello. En la entrepierna.

– Bueno, aunque mi comentario no sea cierto, no significa que pasar tiempo juntos sea buena idea. Después de todo, has dicho que no soy tu tipo.

– Creo que es más preciso decir que, basándonos en cómo nos hemos llevado de mal desde el momento en que nos conocimos, nunca habría imaginado que fuéramos compatibles. Pero no hubo nada de malo en cómo nos llevamos la noche del sábado -como para demostrárselo, se acercó a ella y restregó la pelvis contra su cuerpo.

– No -murmuró ella-. No hubo nada de malo.

Él la miro unos instantes, con el deseo reflejado en la mirada de sus ojos azules.

– Puesto que ambos estamos hartos de juegos, te diré la pura verdad… Sé que dijiste que teníamos que olvidar lo que pasó entre nosotros el sábado por la noche. Y créeme, lo he intentado. Pero no puedo. He intentado mantenerme alejado de ti, pero no quiero hacerlo. No he podido dejar de pensar en ti, ni siquiera cuando consigo quedarme dormido. Y nada de lo que quiero hacer contigo podría considerarse correcto y formal.

Lacey se estremeció, lo miró, y dijo:

– Puedo perder el tiempo repitiendo todo lo que me has dicho, o puedo resumirlo en pocas palabras: ya somos dos -colocó las manos sobre su torso y le acarició los hombros hasta entrelazar los dedos detrás de su cuello-. Estoy harta de perder el tiempo, así que también te voy a decir la verdad: me moría por volver a acariciarte.

Él la atrajo hacia sí.

– Yo, también. Con las manos, con la boca, con mi cuerpo…

– Suena perfecto. Y, ahora me parece un buen momento -se acomodó contra él y, al sentir su miembro erecto contra el vientre, se volvió impaciente-. Ahora mismo.

Загрузка...