Capítulo 6

Jackson dejó las gafas en la mesa que había junto a la puerta y se volvió hacia ella. Katie miró sus ojos verdes oscuros, sus densas pestañas, las facciones de su cara perfecta.

– Eres realmente muy…

No pudo acabar. En vez de dejarla hablar, Jackson la atrajo hacia sí, la rodeó con sus brazos y la besó apasionadamente, como si pensara poseerla y nada pudiera impedírselo.

La energía de su boca, su ardor, hicieron desfallecer a Katie. Sintió una opresión en el pecho al tiempo que abría los labios y se entrelazaban sus lenguas. Como si no pudiera respirar.

Las manos de Jackson estaban por todas partes: en su espalda, en sus caderas, en su trasero. Katie se arqueó contra él para tocar con el vientre su erección. Estaba muy excitado, pensó, ansiosa, y sintió que un calor líquido recorría su cuerpo.

Se aferró a él, para sostenerse en pie y para sentir su fuerza. El deseo se convirtió en desesperación. El ansia ardía como fuego, atravesando su cuerpo y haciéndola gemir. Él encontró la cremallera de la espalda de su vestido y la bajó con impresionante facilidad. Él dejó de besarla el tiempo justo para bajarle las mangas del vestido; luego volvió a adueñarse de su boca. Deslizó las manos hasta su cintura y más arriba, hasta el sujetador negro que cubría sus pechos.

– Dios, qué ganas tenía -jadeó al tocarlos.

Rozó con los dedos sus pezones duros. El placer recorrió a Katie, aposentándose entre sus piernas. Él le quito rápidamente el vestido, lo arrojó a un lado y luego inclinó la cabeza hacia sus pechos. Se metió primero un pezón y luego el otro en la boca. No se limitó a chupar y lamer: devoró su piel, saboreándola, incitante. Ella tembló. Sus entrañas se derretían, y aquel lugar entre sus muslos se hinchaba hasta causarle dolor. Él usó la lengua, los labios, los dientes, hasta que Katie perdió la razón. Cuando comenzó a llevarla hacia la cama, ella se dejó llevar a toda prisa.

Llegaron al colchón. Mientras ella se quitaba las sandalias, él se quitó los zapatos. El vestido de ella cayó al suelo, lo mismo que la camisa y los calcetines de él. Ella se quedó en braguitas, consciente de que pesaba cinco… bueno, diez kilos más de lo debido. Pero en lugar de sentir vergüenza, se sentía exuberante. Deseable.

Jackson no le ocultó nada. Ni el ansia que ardía en sus ojos, ni el latido de su erección. Dejó caer sus pantalones, se bajó los calzoncillos, le tendió la mano y la atrajo hacia sí.

– Me estás volviendo loco -susurró antes de besarla.

Ella tocó su miembro terso, sintió su punta aterciopelada y se estremeció de nuevo. Pero él le apartó la mano y sonrió.

– Digamos que ahora mismo no tengo mucho control.

¿Por ella? Era la razón más plausible, y Katie estaba dispuesta a creerla. Pero no tuvo mucho tiempo para regodearse en ello. Jackson tiró de sus bragas y se las bajó.

Ella se las quitó. Jackson la tumbó en la cama y se tendió a su lado. Se abrazaron entre un torbellino de besos. Él deslizó una mano entre sus piernas y dejó escapar un gruñido al hundir los dedos en su carne hinchada y húmeda. Hundió un dedo dentro de ella y utilizó el pulgar para acariciar su clítoris en círculos. Aquella combinación, ejecutada con el ritmo perfecto, hizo que Katie empezara a jadear en menos de dos segundos. Había algo especial en su modo de tocarla. Como si supiera exactamente cómo le gustaba. El dedo que la penetraba se hundió más adentro y se curvó hacia su vientre. Katie abrió las piernas de par en par y pidió más.

Jackson la tumbó de espaldas. Con los ojos cerrados, Katie se dejó llevar por las sensaciones que la embargaban. Había tantas, pensó, ansiosa. No podía correrse tan pronto. Pero ella tampoco podía controlarse. El pulgar de Jackson seguía describiendo círculos, rozando apenas el centro hinchado y ansioso de su sexo. El otro dedo ejecutaba el mismo movimiento, pero desde dentro. Katie tenía ganas de gritar. Sentía la piel caliente y le temblaban las piernas. Sus músculos se tensaron. El tren del deseo se había desbocado, y lo único que podía hacer era agarrarse con fuerza.

Sin previo aviso, Jackson le lamió el pezón derecho. Aquella caricia inesperada la hizo estremecerse. Luego, él sacó la punta de la lengua y comenzó a chuparla. Un segundo después, el orgasmo se apoderó de Katie, haciéndola vibrar, retorcerse, gritar.

Se dejó llevar por aquella oleada de placer mientras se apretaba contra su dedo. Él introdujo otro para llenarla más, y dejó que se frotara contra su mano. El placer se abatió sobre ella, oleada tras oleada. Después, las sensaciones fueron aquietándose y difuminándose. Katie se sentía unida con el universo y un poco avergonzada por haber perdido el control. ¿Qué pensaría Jackson de ella? ¿Que estaba muy necesitada de sexo? La inseguridad se coló en la cama con ellos.

Pero antes de que pudiera ponerse cómoda, Jackson se arrodilló entre sus piernas. Se las separó, la penetró y se irguió sobre ella. Sólo entonces Katie notó que le temblaban los brazos.

– ¿Cómo se te ocurre? -preguntó él mientras la penetraba-. Podrías haberme matado.

Ella lo miró. Lo primero que pensó fue que era guapísimo. Luego preguntó:

– ¿De qué estás hablando?

Él volvió a maldecir mientras seguía penetrándola.

– Has estado increíble. Tan sexy. He notado cómo iba llegándote el orgasmo, y luego cómo te corrías, y no me cansaba de mirarte. No sé cuánto tiempo voy a poder aguantar.

Hablaba con asombro, pero también con la voz ronca por el deseo. Las dudas de Katie se disiparon. Se entregó al placer de sentir cómo la penetraba y cambió de postura para rodearle las caderas con las piernas y sujetarlo allí.

– No tienes que refrenarte -susurró con ansia-. Te deseo.

Comenzó a mover las caderas al mismo tiempo que él para que la penetrara más aún. Notó que él seguía mirándole los pechos, que se movían con cada embestida. Actuando por instinto, se los acarició y pasó los dedos por sus pezones. Un instante después, Jackson se estremeció dentro de ella y gruñó al alcanzar el orgasmo.

Más tarde, cuando estaban bajo las mantas, abrazados, él la besó en la coronilla.

– Soy un idiota -murmuró.

– ¿Por qué?

– Mi madre llevaba años intentando que te invitara a salir. Si le hubiera hecho caso, podríamos llevar mucho tiempo haciendo esto.

– Yo también me resistía -reconoció ella, mirándolo con una sonrisa-. Así que hemos sido tontos los dos. Podrías mandarles un regalo bonito.

– Entonces sabrían que nos hemos acostado.

– Por lo que sé sobre la vida sexual de mis padres, no creo que eso sea problema -le dijo ella.

Él se rió; luego la tumbó de espaldas y se inclinó sobre ella.

– Katie… -susurró justo antes de adueñarse de su boca.


Pasaron la noche juntos y se despertaron temprano, se ducharon y descubrieron nuevas diversiones usando agua caliente y jabón. Katie se descubrió inclinada hacia delante, con los brazos apoyados en la pared de azulejos y el agua cayéndole sobre la espalda, mientras Jackson, arrodillado entre sus muslos, la hacía temblar usando labios y lengua. Ella le devolvió el favor. Cuando por fin salieron del cuarto de baño lleno de vapor, Katie tenía hambre y agujetas, pero hacía años que no se sentía tan bien.

Quizá nunca se hubiera sentido mejor.

Al echar una rápida ojeada al reloj de la mesilla de noche, vio que ya eran más de las nueve.

– Aunque me gustaría pasarme el día jugando contigo, tengo que vestirme -le dijo a Jackson-. Tengo cosas que hacer. El ensayo es esta tarde y la cena esta noche.

Él la besó en la nariz.

– Voy contigo.

Ella lo miró parpadeando.

– ¿Con mi familia?

– Claro. Les distraeré con mi encanto y mi humor.

Katie tocó su pecho desnudo.

– O podrías quitarte la camisa. Así distraerás a las mujeres.

– No quiero que la tía Tully se haga ilusiones.

Ella acercó la boca a su hombro.

– Yo tampoco. Sospecho que ningún hombre vuelve a ser el mismo después de conocer a la tía Tully.

Estaban riéndose aún cuando alguien llamó a la puerta.

– ¿Katie? ¿Todavía estás ahí?

Katie hizo una mueca.

– Mi madre.

Él recogió su ropa y se metió en el cuarto de baño.

– No haré ruido -prometió.

– Gracias.

Katie dejó la toalla sobre la cama, se puso la bata y cruzó la habitación.

– Hola, mamá -dijo al abrir la puerta. Su madre arrugó el ceño.

– ¿Todavía no te has vestido?

– Bueno, es que… no he dormido mucho esta noche.

– Yo tampoco. Con tanto estrés… Júrame que, cuando te cases, la boda no durará cuatro días.

– Te lo prometo. No es mi estilo.

Su madre se dejó caer en la silla del rincón y se frotó las sienes.

– Esto es una pesadilla. La tía Tully ha intentado ligar con Bruce y nadie está seguro de si él aceptó o no. Alex está desaparecido y Courtney tiene dudas. Nunca he sido partidaria de los tranquilizantes, pero estoy pensando que tal vez hoy sea un buen día para empezar a tomarlos.

Katie la miró fijamente. Bruce era el padre de Alex. Y estaba casado.

– ¿Crees que la tía Tully se ha acostado con el padre del novio?

– Sinceramente, prefiero no pensarlo.

– A su mujer no le habrá hecho ninguna gracia.

– Pues no. Digamos que he pedido al personal de la cocina que mantenga vigilados los cuchillos hasta que todo esto se aclare. Esta mañana hubo una bronca espantosa a la hora del desayuno. Deberías haberlo visto.

Katie pensó en lo que habían hecho Jackson y ella a la hora del desayuno.

– Sí, es una lástima -murmuró, intentando no sonreír. Con sólo acordarse, sentía un hormigueo en todo el cuerpo.

Se sacudió aquel recuerdo y se concentró en lo más urgente.

– ¿De veras ha desaparecido Alex?

– Nadie lo ha visto desde la fiesta. Al parecer estaba borracho.

Katie se acordó de la visita que había hecho a su habitación.

– Eh, mamá…

– ¿Qué?

– Se pasó por aquí. Dijo que quería a Courtney, pero que le apetecía acostarse conmigo.

Esperaba que su madre pusiera el grito en el cielo, pero Janis se limitó a cerrar los ojos y a recostarse en la silla.

– ¿Mamá?

– Me estoy imaginando en otro lugar. Un lugar tranquilo, con un riachuelo y pajaritos piando. Me he fundido con el universo.

– ¿Puedes fundirte con el universo mientras buscas al novio?

Su madre abrió los ojos.

– No, pero tienes razón. La boda es lo primero. El colapso nervioso ya vendrá después -respiró hondo-. Sé que ésos dos se quieren de verdad. Lo he visto y lo he oído, y me lo creo. Es sólo que son unos teatreros. El coche de Alex sigue aquí, así que tiene que estar en alguna parte. Puede que se fuera al bosque a dormir la mona.

– O puede que se lo haya comido un oso. ¿No has dicho que Courtney estaba teniendo dudas? Si el novio muriera prematuramente, ella sería el foco de atención sin necesidad de boda.

Janis tensó la boca.

– No seas mala.

– Sólo es un decir.

Su madre se levantó.

– Está bien. Yo me ocupo de la tía Tully y de Bruce. Dejaremos que Courtney haga mohines en su cuarto. Cuando era pequeña le encantaba enfurruñarse, y no ha cambiado. Tú ve a buscar a Alex -entornó los ojos-. ¿No seguirás enamorada de él? Porque, si es así, no quiero que estéis juntos.

Katie pensó en el hombre delicioso que esperaba en el cuarto de baño. En cómo se sentía cuando estaba con él.

Jackson la escuchaba y la valoraba. Y era un mago en la cama. Listo, divertido, encantador.

– He superado completamente lo de Alex. Es historia. Lo es desde hace meses.

– Bien. Entonces encuéntralo e intenta hacerle entrar en razón. Usa la fuerza, si es necesario. Mañana habrá boda. Juro que la habrá.

– ¡Adelante, mamá!

– No te burles de mí. Estoy al borde de una crisis -su madre le dio un rápido abrazo y la besó en la mejilla-. Gracias por ser normal.

– De nada.

Cuando su madre se marchó, Jackson salió del baño. Ya se había vestido.

– Parece que estás a salvo de la tía Tully -le dijo Katie-. Se ha buscado a otro.

– Sí, eso parece. ¿De veras crees que se ha acostado con el padre del novio?

– De ella soy capaz de creerme cualquier cosa.

Él hizo una mueca.

– Menudo lío se va a montar.

– Como siempre.

Él la agarró de la mano.

– ¿Quieres que te ayude a buscar a Alex? ¿Divide y vencerás?

– Sería estupendo. Me pido la cocina y los pisos de abajo.

Él asintió.

– Voy a ponerme unos vaqueros y salgo a buscarlo por el jardín.

– Ten cuidado con los osos. Eres tan mono que seguro que irán detrás de ti.

– Ningún hombre quiere ser «mono».

Ella sonrió.

– Pues a ti te sienta bien.

– Tú, que me ves con buenos ojos.

Jackson la besó y se marchó. Katie se quedó allí, en bata, pensando que aquélla era seguramente la mejor boda del mundo.

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