Capítulo 6

David estaba revisando unos documentos cuando sonó el teléfono de su despacho.

– ¿Sí?

– Tiene una llamada, señor Logan. Una tal Liz Duncan. Ha dicho que era muy importante.

David le pidió a su secretaria que le pasara la llamada inmediatamente.

– ¿Liz?

– ¡Oh, David, gracias a Dios que estás en la oficina!

Parecía aterrorizada. David se irguió en el asiento.

– ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

– No lo sé. Creo que sí, pero alguien ha intentado quitarme a Natasha y… -un sollozo ahogó el resto de la frase.

– ¿Qué dices? ¿Qué ha ocurrido?

– Fue un hombre. Me estaba hablando, pero yo no entendía nada de lo que me decía y entonces, intentó agarrar a la niña -dijo y comenzó a llorar-. David, intentó quitármela de los brazos. No lo entiendo. Tienes que sacarme de aquí. No es seguro.

David no supo si se refería al hotel o al país.

– ¿Dónde estás ahora?

– En el hotel.

– Quédate ahí. Voy a llamar a la recepción para asegurarme de que vigilen a todo el que entre o salga. Dame diez minutos para resolver las cosas aquí e iré directamente al hotel. ¿Estarás bien?

– Sí, creo que sí.

Después de colgar, David llamó a la recepción del hotel, terminó de revisar los informes rápidamente y llamó a Ainsley, una de sus agentes.

– Quiero que me confirmes un par de cosas sobre el mercado negro de niños -le dijo-. Nunca secuestran a niños que están en proceso de adopción, ¿verdad?

– No -respondió Ainsley-. Supongo que no quieren ese tipo de problemas. Normalmente, los bebés que secuestran son demasiado pequeños como para que haya empezado el proceso. ¿Por qué?

– Alguien a quien conozco está adoptando a un bebé. Creo que tiene unos cuatro meses. Mi amiga dice que han intentado quitársela de los brazos.

– No lo había oído nunca. ¿No cabe la posibilidad de que fuera un atraco y su amiga se confundiera?

– Voy a indagarlo. Gracias por la información.

– De nada.

David se marchó al hotel. Liz abrió enseguida la puerta de la habitación.

– Has venido -dijo, mientras se abrazaba a él como si de ello dependiera su vida-.Tenía miedo de que hubieras pensado que estaba loca, o muy nerviosa y me hubiera imaginado cosas.

Él la abrazó con fuerza y disfrutó del contacto con su cuerpo. Entonces se recordó que aquélla no era una visita de placer y se retiró.

– Lo que pienso es que alguien te atacó y que ahora estás asustada -le dijo. Entró en la habitación y le hizo unas cosquillas a Natasha, que estaba sobre la cama. La niña se rió al verlo y extendió los brazos hacia él. Después, David se volvió hacia Liz-. Empieza por el principio y cuéntame lo que ocurrió. Quiero saber todo lo que puedas recordar.

Mientras hablaba, Liz caminaba por la habitación, cruzándose y descruzándose de brazos.

– Era un hombre alto, de unos treinta años. Estaba muy sucio y tenía el pelo largo y los ojos oscuros. No se había duchado desde hace años.

Ella le explicó el encuentro con todo detalle y le refirió lo que le había dicho el hombre. David hizo que se lo explicara todo por segunda vez, mientras tomaba notas en el cuaderno que siempre llevaba en el bolsillo. Después repasó con ella las notas y cuando Liz terminó, él hizo que se sentara en la única butaca que había en la habitación. Se agachó ante ella y le tomó la mano.

– Ahora respira profundamente. La niña y tú estáis bien.

Ella asintió.

– Estoy empezando a sentirme mejor.

– Eso es un comienzo. He estado investigando un poco antes de venir aquí. En Moscú hay un mercado negro de niños, pero se dirigen principalmente a niños mucho más pequeños que Natasha, de sólo unas semanas de edad. Además, nunca se han llevado a un niño cuyo proceso de adopción ya hubiera comenzado.

– Entonces, ¿qué quería ese hombre? ¿Era el padre de Natasha?

– No es probable. Ella ha estado en el orfanato desde que tenía un par de días. Si su padre hubiera querido reclamarla, sólo habría tenido que ir allí y llevársela. Supongo que ese tipo sería un delincuente de poca monta que se imaginó que podría llevarse a la niña y pedir un rescate por ella. Me has dicho que lo primero que te preguntó fue si eras americana. La mayoría de la gente supone que los turistas norteamericanos son ricos.

Liz apretó los labios.

– Quizá.

Él no la culpaba por resistirse a creer su versión. En el fondo, tenía el presentimiento de que estaba ocurriendo algo más, pero no sabía qué. Había miles de bebés abandonados en Moscú. ¿Por qué habían elegido a aquella niña?

David miró su reloj.

– Voy a ir al orfanato a hablar con la gente de allí.

– Maggie se queda hasta las cinco -le dijo Liz-. Tenía una reunión antes, así que todavía estará allí.

– Bien. Hablaré con ella también. Quizá haya alguna información interesante en el expediente de Natasha. ¿Estarás bien?

– Sí. Estoy bien.

Sin embargo, era evidente que estaba muy asustada.

– Volveré cuando haya terminado.

– No -respondió Liz y le soltó la mano-. Si averiguas algo muy importante, quiero saberlo, pero de otro modo yo me las arreglaré -le dijo y sonrió débilmente-. Cabe la posibilidad de que reaccionara desproporcionadamente ante lo que ocurrió, ¿no? Creo que tu versión de la americana rica tiene sentido. Los otros padres están en este piso también, así que me siento segura en la habitación.

Él se incorporó y la miró.

– ¿Estás segura? No me importa volver.

– Ya has hecho demasiado por mí, David. No quiero que pienses que soy una inútil.

– No lo eres.

– Entonces, deja que te lo demuestre -le pidió ella y le besó la mejilla-. Gracias por tu ayuda.

Él la miró a los ojos, intentando convencerse de que Liz estaría bien sola.

Ella lo empujó suavemente hacia la puerta.

– Vete. Haz tu trabajo de espía. Nos veremos mañana.

David asintió.

– Llámame si empiezas a preocuparte. Tienes el número de mi apartamento -se dio la vuelta para marcharse-. Estaremos en contacto -añadió.


Sophia se detuvo a la salida del edificio de su apartamento. Eran casi las cinco de la tarde, e incluso su callejón estaba lleno de gente y de coches. En aquella época del año, todavía quedaban varias horas para que anocheciera y los residentes aprovechaban aquella ventaja para hacer recados y visitar a los amigos.

Sophia no quería salir de su casa, pero no le quedaba más remedio. El día anterior se había quedado sin comida. Aunque había aguantado todo lo que había podido, finalmente el hambre la había empujado a salir.

Él la estaría buscando. Ella lo sabía. Lo que no sabía era cómo mantenerse a salvo. No tenía adonde ir, ni nadie a quien acudir.

Había recibido el primer mensaje casi una semana antes, diciéndole que había llegado el momento. La pareja americana rica había entregado el dinero y querían el bebé que habían elegido. Vladimir Kosanisky le había dicho que le entregara a Natasha hacía dos días y ella no lo había hecho.

Kosanisky no sabía que ella había dejado a Natasha en el orfanato cinco días después de su nacimiento. Sophia no quería deshacerse de su bebé, pero no sabía cómo podría conseguir que estuviera segura. Cuando Kosanisky había insistido en que le diera fotografías de la niña, Sophia había obedecido. Había tenido la esperanza de que Natasha fuera adoptada y de que estuviera fuera del país antes de que su jefe la reclamara. Pero aquello no había ocurrido.

Sophia se había quedado muy asombrada al enterarse de que en el mercado negro de niños, los bebés eran mucho más pequeños que los que se adoptaban legalmente. Afortunadamente, la primera pareja que se había interesado en Natasha no había podido reunir el dinero que les había pedido Kosanisky. Entonces él se había puesto a buscar otros clientes y había dejado a la niña al cuidado de su madre. O eso era lo que él creía.

Sophia había visitado todos los días a su hija, preocupándose por ella y queriéndola. Siempre había querido estar con ella, pero aquello no era posible. Quería que su niña tuviera una vida mejor que la suya. Una oportunidad. En América cuidarían y educarían a Natasha. Tendría comida y una casa y nadie esperaría de ella que se ganara la vida por sí misma desde los doce años.

Sophia miró a su alrededor. Cuando estuvo segura de que nadie la estaba vigilando, se dirigió hacia la calle principal y hacia el mercado, que estaba a dos manzanas de su casa.

Había hecho lo correcto, se dijo. Kosanisky no sabía que Natasha estaba en el orfanato, lo cual significaba que la niña estaba a salvo. Los americanos ricos que él había encontrado, tan ansiosos por comprar un niño, tendrían que conformarse con el bebé de otra. Natasha se iba a ir con Liz Duncan. La señora americana sería muy buena con ella. Sophia las había visto juntas y había visto el amor en los ojos de Liz. Sí, el hecho de darle a su hija le rompía el corazón, pero era lo mejor…

– ¡Allí!

Oyó aquella única palabra y al instante, se puso alerta. Incluso mientras se volvía a mirar hacia el lugar del que provenía la voz, echó a correr.

Había dos hombres. Los dos eran grandes, tenían un aspecto amenazado y corrían tras ella. Sophia intentó distraerlos, pero no pudo. La atraparon y la arrastraron hacia una furgoneta blanca. Ella gritó pidiendo ayuda, pero nadie se detuvo. Sólo unas cuantas personas se volvieron a mirar. Nadie quería involucrarse.

La puerta se cerró tras ella y la furgoneta se perdió entre el tráfico.

Sophia se quedó tumbada en el lugar donde la habían tirado. Estaba aterrorizada y temblaba. ¿Qué podría decirles para evitar que la mataran?

Uno de los hombres se puso al volante y el otro se sentó en el asiento del fondo. Al mirar a su alrededor, Sophia se dio cuenta de que Kosanisky estaba sentado en el suelo de la furgoneta, frente a ella.

– ¿Acaso creías que no me enteraría de lo del orfanato? -le preguntó tranquilamente, mientras sacaba un cigarrillo, lo encendía e inhalaba profundamente.

Sophia tragó saliva.

– Nunca me habías dicho nada -dijo ella.

Él se encogió de hombros.

– ¿Qué me importa a mí dónde tengas a la cría con tal de que esté lista cuando yo diga? Pero no lo está, ¿verdad? Se la has dado a una americana.

Sophia tuvo pánico. ¿Sabían lo de Liz? ¿Cómo era posible?

Kosanisky se rió.

– Me has subestimado, Sophia y eso es muy peligroso. ¿Cuántas veces tengo que decirte que yo lo sé todo? Ésta es mi ciudad. Soy su propietario, igual que soy tu propietario.

Él pánico se convirtió en terror. Era cierto que era su dueño. Lo había sido durante años. Sophia tenía que obedecerlo si no quería terminar en el fondo del río.

– A Natasha la van a adoptar -dijo en tono desafiante, sin estar segura de cómo había reunido el valor de hacerlo-. No dejaré que la vendas. A mi hija no.

Él le lanzó una mirada de desprecio.

– Eres una prostituta, Sophia. A nadie le importan las prostitutas.

Ella no acusó el golpe. Había oído cosas mucho peores. Además, lo que decía era cierto. Así era como ella se ganaba la vida. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Kosanisky le hizo un gesto al hombre que se había sentado junto a la puerta y el tipo agarró a Sophia por los brazos. Ella comenzó a retorcerse mientras Kosanisky se acercaba. Le dio una profunda calada al cigarro y se lo acercó al brazo.

– Vas a traerme a esa niña -le dijo.

– No.

Él le apretó el cigarrillo contra la piel. Ella gritó e intentó apartarse, pero el hombre la apretó con fuerza los brazos.

Sophia luchó por mantenerse alerta, por no rendirse al dolor. Mientras Kosanisky le acercaba el cigarrillo a la mejilla, ella echó la pierna hacia atrás y después le dio una patada en la entrepierna con tanta fuerza como pudo. Él dio un grito y cayó hacia delante.

Asombrado, el hombre que la estaba sujetando la soltó y se inclinó sobre su jefe. Sophia se escabulló, consiguió abrir la puerta trasera de la furgoneta y se tiró a la calle.

Se dio un fuerte golpe contra la carretera y los demás coches pitaron a su alrededor. Un taxi estuvo a punto de atropellada y ella sintió que tenía los huesos rotos. Sin embargo, se obligó a ponerse en pie, pese al dolor de la caída y de la quemadura. La camioneta se dio la vuelta para seguirla. Sophia miró a su alrededor y vio las brillantes cúpulas de la catedral de San Basilio. Era el lugar perfecto para perderse entre la muchedumbre de turistas.

Cojeó hacia un grupo grande de personas que seguían a un guía, con la esperanza de no estar sangrando demasiado.


David entró a la oficina principal del orfanato y se encontró a Maggie hablando con el director.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó ella al verlo.

– Quizá nada. No estoy seguro.

Entonces, David le explicó lo que le había ocurrido a Liz. El director, un hombre de baja estatura y calvo, puso mala cara.

– ¿Y por qué iba a querer alguien a uno de nuestros huérfanos?

Aquella pregunta sorprendió a David.

– Usted debe de saber que hay un mercado negro de niños en la ciudad.

El hombre desestimó aquel comentario agitando la mano.

– Hay rumores, pero yo no los creo -dijo y tomó un expediente-. Si me disculpan, tengo que ir a hablar con una de las enfermeras.

– Supongo que negarlo le permite conciliar el sueño -dijo David, mientras tomaba nota de que tenía que investigar a aquel hombre.

Maggie arqueó las cejas.

– Seguramente. ¿Por qué ni siquiera está un poco alarmado? -Maggie frunció el ceño-. Oh, no. No me digas que es sospechoso.

– Hasta el momento no lo había sido.

– Por primera vez en mi vida voy a rezar porque uno de los hombres con los que trabajo sea un ingenuo o un idiota. Hemos tenido una gran relación con este orfanato. No querría que eso se desmoronara.

– No saques conclusiones apresuradas. Sólo porque no quiera oír nada sobre el mercado negro no tiene por qué estar involucrado. El director no está en ninguna de las listas.

– ¿Tienes listas?

David se encogió de hombros.

– Es parte de mi trabajo.

– No quiero saber lo que haces -dijo ella y se acercó a un archivador que había contra la pared-. ¿Qué crees que ha ocurrido esta tarde con Liz y Natasha?

– No lo sé. O Liz entendió mal lo que estaba ocurriendo, o es cierto que alguien intentó llevarse a la niña.

Maggie abrió un cajón y comenzó a buscar entre las carpetas.

– Quizá haya algo en el expediente de Natasha que pueda darnos una pista. No creo que sepamos nada de sus padres, porque fue un caso de abandono claro. La dejaron aquí a los pocos días de su nacimiento. Ocurre a menudo.

– Si la dejaron aquí sin más, ¿cómo puede ser adoptada? No hay ningún papel.

Maggie cerró el cajón y abrió el segundo.

– Tú ya llevas el tiempo suficiente en Rusia como para saber que siempre hay papeles. Después de unos días, se rellenan formularios en los tribunales. Es algo común. El orfanato quiere dar en adopción todos los niños que pueda. Y los que más fácilmente encuentran un hogar son los bebés.

– ¿De dónde vienen?

– De todas partes. La mayoría son hijos de chicas muy jóvenes que no pueden mantenerse. Hay cientos de prostitutas adolescentes en la ciudad. La mayoría acaban con el embarazo lo antes posible, pero algunas no se dan cuenta de que están embarazadas hasta que es demasiado tarde, o no pueden permitirse abortar. Es un gran riesgo para ellas.

– ¿Abortar?

– No, continuar con el embarazo. Un vientre abultado les impide ganarse la vida. ¿Qué sentido tiene tener un hijo cuando no se tiene qué comer?

Aunque David estaba en contacto con el lado malo de la vida, normalmente se las veía con gente que vendía o compraba armas y secretos políticos. No tenía que enfrentarse a la situación de adolescentes embarazadas que luchaban por sobrevivir.

– Supongo que no tienen adonde ir -dijo.

– Claro que no. Si esas chicas tienen un hijo sano, no pueden mantenerlo.Así que los bebés terminan aquí, donde tienen una segunda oportunidad.

– ¿Es eso lo que le ocurrió a Natasha?

Maggie sacó una carpeta del cajón.

– No podemos saberlo, pero es probable.

Cuando ella dejó la carpeta sobre la mesa y la abrió, David se inclinó para leer el contenido. Sin embargo, no había nada.

Maggie tomó aire bruscamente.

– ¡Ha desaparecido!

A David no le sorprendió.

– ¿Qué había aquí dentro?

– Todo. Estaba la historia médica de Natasha, las notas de los empleados del orfanato y la declaración de que había sido abandonada. Ha desaparecido su expediente completo -ella lo miró fijamente-. Pero esto es una locura. Hace menos de dos horas que dejé aquí copias de su certificado médico. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué significa esto?

Él no tenía respuestas. ¿Por qué se habían llevado el contenido sin la carpeta? ¿La habrían dejado allí para que no llamara la atención su ausencia, si alguien hacía un recuento? ¿Se la llevarían después, cuando el bebé desapareciera? ¿Acaso alguien estaba intentando borrar cualquier señal de la existencia de Natasha?

A David no le gustaba nada aquello.

– Una de mis empleadas se encarga de los casos de bebés secuestrados para el mercado negro. Voy a involucrarla en esto. Quizá ella pueda investigar qué está sucediendo -le dijo a Maggie y le escribió el nombre de Ainsley Johnson en un papel-. Ella se pondrá en contacto contigo. Te agradecería que cooperaras con ella en todo lo posible.

– Por supuesto -respondió Maggie-. ¿Estará bien Liz?

– Liz no es el objetivo.

¿Lo era Natasha?


David salió del orfanato y fue a su oficina. No quería preocupar a Liz apareciendo en su habitación, pero no estaba dispuesto a dejarla desprotegida. Hizo unas cuantas llamadas y arregló las cosas para que hubiera un refuerzo discreto de la seguridad en las puertas del hotel. Después llamó a Ainsley y le explicó lo que había ocurrido con el expediente de Natasha.

– ¿Es posible que esos tipos del mercado negro lo hayan robado?

– Es posible -respondió ella-. Aunque normalmente, ellos elaboran documentos falsos. No hay nada en este caso que siga las pautas precedentes, pero investigaré por ahí.

– Te lo agradezco.

Colgaron y David se quedó sentado a su mesa. Había algo extraño en todo aquello pero, ¿qué? ¿Y cómo iba a conseguir proteger a Natasha y a Liz durante el tiempo que tardaran en dejar el país?


Liz estaba paseándose por la habitación cuando sonó el teléfono.

– ¿Diga? -dijo, después de descolgar el auricular.

– Soy David.

El alivio reemplazó al miedo.

– ¿Qué está ocurriendo? ¿Has averiguado algo?

– No mucho. Mi contacto dice que no es probable que Natasha sea objetivo de esos tipos del mercado negro. Pero hasta que esté seguro de lo que ocurre, he puesto seguridad extra en la planta de tu habitación. Eso hará que te sientas más segura.

– ¿Y puedes hacer eso?

Él se rió.

– Sí, claro. Parte de mi trabajo consiste en velar por la seguridad de los norteamericanos. Eso os incluye a Natasha y a ti.

– Técnicamente no será norteamericana hasta que aterricemos en Estados Unidos.

– Suficiente para mí.

Liz no podía creerse que él se hubiera tomado tantas molestias por ella.

– Te agradezco muchísimo todo esto. Eres estupendo.

– Tú también. Ahora intenta descansar. Yo pasaré mañana por ahí para acompañarte al orfanato. No quiero que estés sola durante los próximos días.

Ella no estaba segura de que pudiera descansar, pero sí estaba muy contenta de que David fuera a buscarla.

– Estaremos esperándote.


Vladimir Kosanisky le dio una patada a una caja de cartón vacía que había en el pequeño almacén.

– ¡Sólo es una niña! -les gritó en ruso a los tres hombres que tenía enfrente-. Tiene diecisiete años, ¿y no habéis sido capaces de encontrarla?

Ninguno de los tres dijo una palabra y Kosanisky les lanzó una mirada asesina.

– Peor aún, enviasteis a un aficionado a recoger al bebé. ¿En qué estabais pensando? Ahora esa mujer está sobre aviso. Y no sabemos a quién ha podido contárselo. ¿Es que queréis que se entrometa la policía?

Ellos continuaron en silencio.

– Sois unos idiotas.

Kosanisky se acercó a los hombres y le dio al de en medio un puñetazo en el estómago. El hombre jadeó y se agarró los costados, pero no dijo nada.

– ¡Tenemos que conseguir a esa niña! -les gritó Kosanisky-. Nuestro contacto americano la está esperando. Ya han pagado por ella. Coincide con la descripción física que ha dado la pareja y no tenemos tiempo de conseguir otra niña.

Soltó una imprecación. La huida de Sophia lo tenía frustrado. Ella lo había desafiado de muchas maneras y se merecía un castigo.Tenía que encontrarla: sabía demasiado y él tenía que evitar que hablara.

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