Capítulo 8

Después de ponerse de acuerdo con el señor Watley para que llevara el equipaje al carruaje lo más rápido posible, Cassandra entró en la casa por las puertas cristaleras de la terraza de atrás. Acababa de entrar en el vestíbulo de baldosas blancas y negras, cuando oyó la voz de su padre impregnada de una fría rabia, que salía de la puerta de la biblioteca que estaba entreabierta.

– Salga de una maldita vez de mi casa.

– No hasta que haya hablado con Cassie.

Ella se quedó inmóvil, incrédula y aturdida, al oír la voz de Ethan, una voz llena de una helada determinación que nunca había oído antes.

– Cuando te eché de Gateshead Manor hace diez años te dije que no regresaras jamás.

– Y me marcharé de buena gana en cuanto haya visto a Cassie.

– Te marcharás ahora o te marcaré la mejilla derecha como ya hice con la izquierda.

Todo en Cassandra se quedó congelado, la sangre, el aliento, como si un helado puño invisible estuviera oprimiéndola. Siguieron varios largos segundos de silencio, y se dio cuenta de la horrible verdad de las palabras de su padre.

– Le aseguro que pasará por un infierno si lo intenta -Le llegó la tranquila respuesta de Ethan, no menos amenazante por su suavidad.

– Hace diez años pensaste que podías besar a mi hija, tú, que vales aún menos que el estiércol que quitabas de las cuadras. Vi el modo en que la mirabas. Tuviste la oportunidad de meterte entre sus faldas, y ella fue tan estúpida y tan inútil como para permitírtelo.

– No hablara así de ella en mi presencia.

Su padre soltó una seca carcajada.

– Haré exactamente lo que me plazca, que incluye no seguir escuchándote. Fuera. Ahora. Antes de que haga que te echen.

– Otra vez, le aseguro que pasará por un infierno si lo intenta antes de que hable con Cassie.

Siguió otro breve silencio, durante el que Cassandra logró salir de su estado de aturdimiento. Se encaminó hacia la biblioteca, pero antes de haber dado dos pasos, se abrió la puerta con la suficiente fuerza como para hacer soltar los goznes, y Ethan salió a grandes pasos con una expresión sombría en la cara, se le veía grande y oscuro y peligrosamente decidido. Se detuvo durante varios latidos de corazón al verla, luego se dirigió con rapidez hacia ella. Segundos más tarde la sujetó por los hombros.

– Cassie -le dijo, con una mirada ansiosa escrutando su cara-. ¿Estás bien?

Qué Dios la ayudara, no lo sabía. Las cosas que su padre había dicho, las consecuencias de aquellas palabras… pero ya reflexionaría sobre ello más tarde. Asintió con fuerza.

– Estoy bien. No puedo creer que estés aquí.

– Necesito hablar contigo…

– Aparta las manos de mi hija.

Ethan y ella se giraron. Su padre se acercaba a ellos amenazador, con los ojos helados de furia. Ethan se puso delante de ella, pero Cassandra se movió para quedarse al lado de él, sintiéndose fuerte ahora que le tenía cerca y con la rabia que la dominaba dando combustible a su valor.

Su padre se detuvo a un brazo de distancia. No la miró ni una vez, en cambio no apartó la furiosa mirada de Ethan.

– Es la última advertencia. Sal de mi casa.

– No -la palabra brotó violentamente de Cassandra. Estaba tan enfadada que temblaba-. He oído lo que has dicho en la biblioteca, padre. Que hace diez años le ordenaste a Ethan que se fuera. Que fuiste tú quién le hirió en la cara -Le vibró la voz de repulsión-. Eres un hombre frío y malvado. Me avergüenzo de ser tu hija.

Él levantó una mano con la obvia intención de golpearla, pero en lo que dura un parpadeo, Ethan desvió el golpe, luego le levantó por la camisa. Dando dos zancadas puso a su padre de un golpe con la espalda contra la pared. Su padre jadeó, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, Ethan le apretó el antebrazo contra la garganta.

– Ésta es la última advertencia -dijo Ethan con voz calmada, baja y mortal-. Primero, si alguna vez veo que le levanta la mano otra vez, le romperé el maldito brazo. Para empezar. Segundo, voy a hablar con Cassie, y no hay nada que pueda hacer para impedirlo. Ni con un cuchillo, ni con una pistola, ni con un batallón de sirvientes, o cualquier otra cosa que se le ocurra, ya no soy el jovenzuelo ingenuo de hace diez años, y créame, si trata de interferir otra vez, no vacilaré en marcarle la cara para que haga juego con la mía.

El rostro de su padre enrojeció como una remolacha, y una mezcla de furia y miedo resplandeció en sus ojos. Intentó soltarse del agarre de Ethan, pero era igual que intentar mover una enorme roca de granito.

– Algún día te pudrirás en el infierno -escupió su padre con voz estrangulada.

– Tal vez. Pero si trata de hacerle daño de algún modo o interferir otra vez, me aseguraré de que llegue usted primero -Ethan liberó a su padre, tan de repente que cayó al suelo, agarrándose la garganta y respirando con dificultad. Ethan se acercó a ella-. ¿Estás bien?

– S… sí -Esta vez ella le agarró la mano, ansiosa por escapar. Salieron de la casa y cuando ella dudó, sin saber a dónde ir, Ethan la guió hacia una hermosa yegua castaña atada a un poste. Después de montar, se inclinó hacia delante, la levantó como si no pesara nada, y la puso en su regazo, rodeándola con sus fuertes brazos. Ella se apoyó en su pecho, y su calor y fuerza la envolvieron. No le preguntó adónde iban cuando con los talones hizo que el caballo se pusiera en marcha con un enérgico trote. No importaba. Estaba con él, y eso era suficiente.

Ethan no dijo nada y ella tuvo que apretar los labios para evitar hacerle la enorme cantidad de preguntas que le corrían por la mente. Un cuarto de hora más tarde, redujo la marcha del caballo al llegar al trozo de playa que quedaba dentro de las tierras de la finca, un lugar donde habían pasado muchas horas juntos. Desmontó y luego tendió los brazos para cogerla, rodeándole la cintura. Con las manos de Cassandra sujetándole por los hombros, la bajó, haciendo que los cuerpos se rozaran de arriba a abajo durante el proceso. Cuando la dejó en el suelo, continuó sujetándola, algo que ella le agradecía, ya que le temblaban las piernas.

Alzó los ojos para mirarle, y una oleada de amor la inundó. Miró su pelo salvajemente alborotado por el viento, su piel dorada por el sol… excepto la cuchillada blanca en su mejilla izquierda. Alargó la mano y con los temblorosos dedos acarició la piel desfigurada y fruncida.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -susurró ella.

– Pasó hace mucho tiempo.

Un frío río de rabia la atravesó.

– Nunca le perdonaré como te trató.

– Nunca le perdonaré como te ha tratado a ti.

– La forma en que le has hecho frente, la forma en que me has defendido… has estado magnífico. Nadie nunca me había defendido así. Gracias.

– De nada. Sólo siento no haber estado ahí para hacerlo durante los últimos diez años.

Dios santo, ella también.

– El modo en que me has defendido tú también ha sido magnífico -dijo él con voz solemne-. Gracias -Le cogió las manos entrelazando los dedos, luego la observó con los ojos oscuros muy serios-. ¿Antes de que yo llegará… te ha hecho daño de alguna forma?

– No físicamente -Con rapidez le contó el plan de su padre de casarla con el duque de Atterly.

La expresión de Ethan se tensó y un músculo se le movió en la mandíbula.

– ¿Y tú que le has dicho?

– Que me negaba a volver a casarme.

Algo destelló en sus ojos.

– Yo… ya veo -Le apretó las manos con suavidad-. Tu padre estaba equivocado cuando te ha dicho que no tenías alternativa, Cassie. La tienes. Ven conmigo. Regresa a Blue Seas.

El alivio y el amor que la abrumó le cortó el aliento.

– Me alegro tanto que hayas dicho eso, Ethan, porque pensaba regresar hoy a Blue Seas.

Él alzó las cejas y pareció que por un momento se había quedado mudo.

– ¿Por la discusión con tu padre?

– No, aunque al final ha sido la chispa que me ha hecho tomar la decisión, así que quizá debería de estarle agradecida -Respiró profundamente para darse valor, luego se lanzó de cabeza-. Regresaba a Blue Seas para decirte que te amo, Ethan. Y no sólo que te amo, ya que eso lo sé desde hace años, sino que estoy enamorada de ti. Terriblemente enamorada -Las palabras salían con rapidez, fluyendo de ella como el agua manando por la ancha boca de una jarra, temiendo que si se detenía para respirar, perdiera el valor-. En el transcurso de un día y una noche mágica has borrado diez años de vacía soledad. Y me has hecho comprender no sólo las cosas que quiero, sino también las que no quiero. No quiero vivir en Gateshead Manor sin ti. No quiero vivir en ninguna parte sin ti. En cuanto a lo que quiero, te quiero a ti. Cada día. Cada noche. Tanto tiempo como tú me quieras.

Dejó de hablar e intentó respirar, aunque apenas pudo hacer que el aire le entrara en los pulmones, observando su mirada aturdida, esperando una respuesta. Un músculo se movió en la mandíbula de Ethan que cerró los ojos con fuerza. Dios mío, ¿qué quería decir eso? El silenció se prolongó hasta que tuvo deseos de sacudirle. ¿Por qué no decía algo?

Por fin abrió los ojos, y el fuego que se había encendido en ellos le dio esperanzas al instante.

– Tanto tiempo como tú me quieras -murmuró él, repitiendo sus palabras-. Cassie, ¿comprendes que eso es para siempre?

El alivio casi la hizo caer de rodillas.

– Dios mío, espero que sí. Pero Ethan, he de recordarte que no tengo nada. No tengo dinero. Y soy estéril. Tú serías un padre maravilloso…

Él cortó sus palabras poniéndole un dedo en los labios.

– Una de las ventajas de no poseer un título es que no hace falta que tengas herederos.

– Sólo seríamos tú y yo.

Ethan la abrazó con fuerza y apoyó su frente en la de ella.

– Eres todo lo que he querido en la vida.

Cassandra le rodeó la cara con las manos y se inclinó hacia atrás dentro del círculo de sus brazos hasta que le miró a los ojos. La alegría la atravesó con tanta rapidez que perdió toda cautela.

– Ethan, ¿te quieres casar conmigo?

Otra vez él volvió a cerrar los ojos con fuerza, y luego la besó con tanta fuerza, con tanto ardor, con tanta pasión que le robó el aliento. Cuando Ethan levantó por fin la cabeza, ella estaba total y deliciosamente deslumbrada.

– ¿Eso es un sí? -susurró Cassandra.

Él mantuvo un brazo alrededor de ella y levantó la otra mano para echarse para atrás el revuelto cabello.

– Antes de contestarte, ¿no quieres saber que he venido a decirte?

– Si todavía deseas decírmelo.

– Oh, sí. He venido a decirte que te amo. Que siempre te he amado. Sólo a ti. Tú has tenido mi corazón en tu poder desde ese primer día en que me pediste que fuera tu amigo. Siempre he creído que nunca podría haber nada entre una condesa y yo, pero después de volver a verte, de oírte hablar de tu matrimonio, he comprendido que no podía dejarte ir sin al menos decirte que te amo. Y dejar que tú decidieras si lo poquísimo que tengo para ofrecer es suficiente. Nunca podré pagar el lujo al que estás acostumbrada, pero me aseguraré que siempre estés caliente y bien alimentada. No tengo mucho, Cassie, pero todo lo que tengo, lo pongo a tus pies.

A Cassandra le temblaron los labios y se le escapó un sonido mitad risa, mitad sollozo.

– Las tierras, el título, el lugar en la sociedad… nada de eso me ha dado la felicidad. Todo lo que quiero es tu amor, Ethan.

– Siempre lo has tenido. Y siempre lo tendrás. Durante mucho tiempo he creído que amarte era un error. Pero ahora sé que no lo era… mi error fue dejarte ir -Entrelazando las manos de los dos, puso una rodilla en el suelo-. Cassie ¿quieres casarte conmigo?

Lágrimas de pura alegría surcaron las mejillas de Cassandra cayendo sobre las manos unidas.

– Yo he preguntado primero.

Una amplia sonrisa curvó los labios de Ethan.

– Mi respuesta es sí.

– Mi respuesta es sí.

– Gracias a Dios -Él se levantó y volvió a darle otro ardoroso y apasionado beso, luego levantándola del suelo hizo que girasen sobre sí mismos hasta que ambos acabaron jadeantes y riéndose.

Después que volviera a dejarla en el suelo, Cassandra le miró y vio todo el amor con el que tanto había soñado reflejándose en la radiante expresión de los hermosos ojos oscuros.

– Entonces así es la felicidad -dijo ella sonriéndole a esos ojos

– Mi dulce Cassie, así es exactamente.

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