Capítulo 17

Oh, cuan bajo han caído los poderosos, pensó Yeager, cambiando de postura para no perder el equilibrio en la carroza del desfile. Sí, como invitado especial, su vehículo era el escogido para abrir el desfile -un vehículo que consistía en un tractor que tiraba de un remolque de madera con ruedas, decorado con montones de algodón que se suponía representaban nubes-, pero tenía que compartir el estrecho espacio con otras dos «estrellas».

Otras dos grandes estrellas. No eran exactamente personajes famosos, por supuesto, sino dos residentes de Abrigo que lo flanqueaban vestidos con enormes disfraces que habrían hecho que el dinosaurio Barney se sonrojara de vergüenza. Uno de los disfraces era peludo y con dos pequeñas alas. El otro tenía una textura resbaladiza y escamosa, y de él colgaban unas aletas que tenían tendencia a menearse con frenesí a causa del viento, para acabar enrolladas alrededor del cuello y la cara de Yeager como si fueran los tentáculos de un pulpo.

Sí, era verdad. Sin duda aquel hombre al que hacía bien poco habían calificado de Capitán América estaba haciendo el ridículo en aquel desfile, flanqueado por la foca Sammy y el gobio de cola de fuego Flossie.

Pero ya era tarde para echarse atrás, pensó. Estaba previsto que el desfile diera comienzo en unos minutos y el conductor del tractor les había dicho que los espectadores se habían reunido ya, y en gran número, a lo largo de las cinco manzanas que conformaban el recorrido. En la distancia, por encima del excitado rumor de la muchedumbre, Yeager pudo escuchar el grito de los quinceañeros que vendían palomitas de maíz y manzanas de caramelo. Dentro de unos segundos saldrían del aparcamiento de la escuela para recorrer las calles y pasar a los anales de la historia de la isla de Abrigo.

Detrás de él, la banda municipal empezó a desafinar -porque la verdad es que a aquello no se le podía llamar realmente tocar- y Yeager hizo una mueca de dolor. En algún lugar allí atrás, la mujer con la que había compartido la cama la noche anterior intentaba dirigir la que seguramente era la peor banda de músicos que hubiera destrozado inocentes oídos en toda la historia.

Y parecía que les encantaba lo que estaban haciendo.

Lo mínimo que él podía hacer era sonreír.

Aunque se dio cuenta de que ya estaba sonriendo. Incluso cuando se vio obligado a agarrarse a una de las alas de Sammy para mantener el equilibrio, en el momento en que la comitiva empezó a avanzar y giró rápidamente a la derecha, siguiendo a la guardia de boy scouts y al pequeño grupo de niñas que llevaban la pancarta en la que él era presentado.

– ¿Estás bien? -le preguntó la voz amortiguada de Sammy.

Yeager consiguió recuperar el equilibrio, en el momento que el vehículo tomó la recta de la calle.

– Perfecto. Perdona por el tirón.

– Hum -gruñó la enorme foca.

Yeager sabía que el hombre que había dentro de aquel disfraz era Dave, el dueño de la tienda de ultramarinos de Abrigo, que estaba enfrente del supermercado de Abrigo, del otro Dave; era uno de los dos hombres que se hacían amigablemente la competencia en el negocio de la alimentación en Abrigo. Según lo que le había contado Zoe, se había concedido a Dave el honor de hacer de Sammy en el desfile por lo mucho que había facturado aquel año, cosa que había sido verificada por el inspector fiscal de la isla, el tercero de los Dave.

Sin embargo, este Dave en concreto no parecía tan emocionado como debería estarlo un hombre con sus elevados ingresos. Para ser sinceros, desde dentro del gastado disfraz de piel gris le llegaban a Yeager unas vibraciones claramente negativas.

– Bueno, eh…, perdona otra vez -dijo Yeager decidiendo que la próxima vez que fuera a caerse se agarraría al pez, si era necesario agarrarse a algo. Dentro de aquel disfraz escamoso estaba Marlene, la amiga de Zoe. Yeager le dio un codazo en las relucientes escamas.

– Bueno, ya estamos en marcha -le dijo a ella.

– Hum -le gruñó también Marlene.

Puede que aquellos disfraces les apretaran en algún lugar estratégico.

Se levantó una ráfaga de viento, y Yeager se vio obligado a sacar una de las aletas de Flossie de su boca.

– ¿Estás bien? -le preguntó Yeager.

Pero en aquel momento llegaban ya a la primera parada del recorrido. Su vehículo se detuvo, la banda soltó un largo chillido y la muchedumbre una oración aún más ruidosa. Pasaron varios minutos en los que él y sus amigos aletearon, saludaron, dieron vueltas e hicieron cabriolas de la manera más adecuada a sus papeles. Luego volvieron a avanzar lentamente y el ruido de la gente a su alrededor amainó un poco.

– Te vi ayer por la noche -dijo de repente Sammy a la vez que se giraba de un lado a otro para saludar a la gente.

– ¿A quién? ¿A mí? -preguntó Yeager alzando las cejas.

Sammy volvió a gruñir.

– Yo también te vi -le dijo Flossie.

Yeager se preguntó si aquellos dos guardaban los malditos disfraces en el congelador, porque el aire que los rodeaba era realmente frío.

– Sí, bueno, ¿y qué?

– Que te vimos con Zoe -dijo la foca.

Considerando que se habían pasado en el baile casi dos horas, y que la mayor parte del tiempo ella había estado entre sus brazos, aquello no le pareció nada raro. Lo que le parecía raro era el tono de animosidad que había en la voz del tendero Dave. ¿Estaría ese tipo interesado por Zoe?

Una extraña sensación hizo que Yeager notara que le ardían las entrañas. ¿Sería ese el hombre que iba a reemplazarle cuando él se marchara?

Entonces intervino Flossie.

– Será mejor que tengas cuidado -dijo ella con una voz que parecía venir tanto de dentro del disfraz como desde detrás de los dientes apretados.

Yeager alzó de golpe una mano en respuesta a una ovación de la muchedumbre, pero no pudo quitarse de la cabeza la advertencia del pez.

– ¿Tener cuidado con qué?

– No tener cuidado con qué, sino con quién -resopló la foca.

– Tener cuidado con Zoe -le aclaró el pez.

Yeager frunció el entrecejo.

– Ya es una chica mayor. Puede cuidar de sí misma.

La enorme cabezota del pez se meneó.

– Me parece que no lo has pillado, ¿no es así? -dijo el pez.

– Nosotros aquí cuidamos de ella -dijo la foca-. Hay cosas que tú no sabes.

¿Cosas que él no sabía? A Yeager no le gustó cómo sonaban aquellas palabras. Pero no estaba dispuesto a hablar de Zoe con una pareja de enormes animales marinos. Avanzó un paso para apartarse de ellos y se concentró en su papel de invitado especial durante un buen trecho, un papel que consistía principalmente en saludar e intentar no parecer estúpido. ¿Cosas que él no sabía?

Apretando los dientes, Yeager dio un paso atrás y volvió a colocarse entre Sammy y Flossie.

– ¿Qué cosas no sé?

El pez ignoró la pregunta y meneó una aleta saludando a la gente.

– Pensarás que el hecho de que vivamos en Abrigo es algo accidental, ¿no es así?

Yeager frunció el entrecejo.

– Supongo que os gusta el sol, el mar, el aire. Vaya, que es un paraíso.

– La gente -le corrigió el pez apañándoselas a la vez para no perder su amplia y estúpida sonrisa de labios rojos, aunque por lo que él podía ver vagamente parecía estar enfadada-. Se trata de la gente. Del tipo de comunidad que hemos encontrado aquí.

– Zoe es una de las nuestras. Su presencia aquí hace que la isla sea algo especial -añadió Sammy.

– Zoe puede hacer que cualquier lugar parezca especial -le replicó Yeager, y enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir.

Pero era cierto. ¿Qué problema había en admitirlo? Zoe era especial.

Para él.

– ¿Has vivido alguna vez en una pequeña comunidad como esta? -le preguntó la foca Sammy.

Nunca. Había estado por todo el país y por buena parte de Europa, pero jamás había vivido en un lugar como aquel, donde la gente y el entorno iban juntos en un solo paquete. Un paraíso.

La foca soltó un bufido, aparentemente cansada de esperar su respuesta.

– Como me parece que no, déjame que sea el primero en contarte que aquí nos cuidamos los unos de los otros y que no nos gusta que se nos pongan las cosas más difíciles de lo que ya lo están.

– Así que vigila -dijo Flossie-. No te atrevas a romperle el corazón a Zoe.

¿O ellos le romperían las narices? Yeager pensó que debería echarse a reír. ¿Quién iba a creer que a un hombre como él podrían darle una paliza por relacionarse con una mujer madura?

¿Por alguien con quien solo estaba pasando el rato?

Durante el resto del lento desfile, Yeager intentó no darle importancia a aquella conversación. Pero no podía sacársela de la cabeza, no por la advertencia, sino porque la noche anterior a alguien le dio la impresión de que podría llegar a romperle el corazón a Zoe.

Vaya, quizá debería tener en cuenta su advertencia. Quizá había llegado el momento de hacer el petate y largarse de allí.

Le gustaba Zoe, le gustaba de veras y lo último quw pretendía era hacerle daño. Desde detrás, la banda municipal volvió a empezar su estruendo musical y Yeager tomó la decisión de abandonar la isla, mientras pensaba que allí las únicas personas que estaban haciendo verdadero daño eran ella y su banda: a sus tímpanos.

Pronto.

Se alegró de que la comitiva llegara por fin de nuevo al aparcamiento de la escuela. Tenía que encontrar a Deke, hacer varias llamadas por teléfono y empezar a mover los hilos en dirección al Este. Por fin se detuvo la comitiva, e inmediatamente empezaron todos a desperdigarse. Los perros del club canino ladraban, las niñas boy scouts chillaban y hasta pudo oír los gritos de alguien que intentaba encontrar un zapato que se le había perdido.

Sin decir una palabra a sus disfrazados acompañantes, Yeager se puso a esperar impaciente la oportunidad de alejarse del grupo. Creía que con lo que podía ver sería capaz de encontrar el camino de vuelta a Haven House.

Sammy se bajó de su nube y Yeager echó a andar detrás de Flossie hacia la salida de aquel vehículo envuelto en algodón. Oyó la voz de Zoe cerca y se apresuró más, reacio a encontrarse con ella en aquel momento. Antes quería acabar con sus preparativos.

Con las prisas tropezó con el pez que iba delante de él. Su blanda espina dorsal le dio de lleno en la cara haciendo que se le cayeran las gafas de sol.

Yeager parpadeó al notar que la plena luz del sol le daba en los ojos. Aquellas gafas que llevaba puestas desde hacía meses estaban fabricadas de un material especial para proteger sus sensibles ojos de los rayos del sol. Pero ahora se daba cuenta de que, a la vez, también le habían estado oscureciendo la visión.

Con los ojos llorosos, volvió a parpadear, pero no fue capaz de ponerse de nuevo las gafas. Se acababa de dar cuenta de que podía ver.

Y justo delante de él estaba Zoe.

Tenía que ser ella.

Estaba agachada escuchando a una de las pequeñas niñas excursionistas que habían llevado la pancarta con su nombre. El contorno era el del Zoe. Yeager estaba familiarizado con su silueta como si la hubiera visto de tanto haberla acariciado, pero ahora podía ver sus facciones, el color de su pelo y la forma de sus ojos.

Notó que se secaba su boca.

Era rubia. Su cabello sedoso le llegaba hasta las orejas por delante, y era apenas unos dedos más largo por detrás. Eso, por supuesto ya lo sabía. Había tenido un contacto íntimo con todas las partes de su cuerpo durante las dos últimas semanas, metiendo los dedos por aquella sedosa mata de pelo, recorriendo con la lengua el perfil de sus pequeñas orejas, paseando los pulgares por sus mejillas y besándole la nariz.

Pero lo que no había podido ver era lo bien que encajaban juntas todas aquellas partes. Lo bien que encajaba aquella dorada mata de pelo con sus ojos azul oscuro rasgados por los extremos. De qué manera complementaba su pequeña nariz recta los huesos de las mandíbulas que daban forma a su barbilla.

Con su constitución pequeña, esbelta y juvenil, parecía un hada.

Un espíritu de la isla.

Paseó de nuevo la vista por ella: su pelo, sus ojos, sus mejillas, su nariz, su boca… Y entonces ella sonrió.

Yeager jamás habría podido imaginar aquella sonrisa. Se limpió las lágrimas de los irritados ojos y volvió a parpadear. Tenía unos labios gruesos que deberían estar en el número uno de los mejores diez labios para besar, pero cuando sonreía… Cuando sonreía, sus gruesos labios se alzaban por los extremos y aparecían entre ellos unos brillantes y perfectos dientes, a la vez que se le formaban dos menudos hoyuelos en las mejillas. Cuando ella abría la boca, parecía que el aire se llenaba de un hálito mágico.

Yeager se quedó como en trance. ¿Pronto? ¿Pensaba que iba a abandonar pronto algo como lo que acababa de vislumbrar?

– Comandante Gates.

Una voz que lo llamaba distrajo su atención hacia otro lado. Yeager giró la cabeza, reconoció la gangosa voz de Jerry y vio que este llevaba del brazo a una escultural mujer, que lucía una brillante corona en la cabeza. A su lado había tres hombres más: uno con una cámara de vídeo, otro con una de fotos y un tercero que blandía una libreta de notas.

Este último empezó a acribillarle con preguntas.

– ¡Comandante Gates! Para la revista Celeb! Le hemos estado buscando por todas partes. ¿Cómo se encuentra? ¿Es cierto que está pensando en demandar a la NASA por despido improcedente? ¿Y qué piensa de Márquez Herst como nuevo piloto del Millennium? ¿Qué hace el Capitán América en este aislado peñasco? ¿Es verdad que no puede soportar que alguien haya asumido su puesto? -El tipo sonrió enseñando todos sus dientes afilados como un gran tiburón-. ¿No es usted ya lo bastante hombre para presentarse en Cabo Cañaveral?

Yeager se colocó de nuevo las gafas delante de los ojos sintiendo que empezaba a arderle la nuca. Cielos, cuánto odiaba a la prensa. Abrió la boca para decir a aquel imbécil dónde podía meterse sus estúpidas preguntas y sus desagradables indirectas, pero en ese momento se presentó allí Deke y se colocó entre su amigo y aquel insolente periodista.

– Déjalo estar, colega -le dijo Deke tranquilo.

Yeager bajó del vehículo entre el zumbido de las cámaras de vídeo y los destellos de los flashes de las cámaras de fotos. Deke colocó a Yeager una gorra de béisbol en la cabeza y lo arrastró en dirección a donde tenía aparcado su coche de golf.

Aunque el reportero seguía acosándole con preguntas y los cámaras corrían tras él, Deke se las apañó para apartarlos del vehículo y luego salió a toda prisa con el coche del aparcamiento de la escuela.

Yeager miró hacia atrás bajándose un poco las gafas con el dedo índice y entornando los ojos ante la luz. Los periodistas de la revista Celeb! dirigían ahora sus cámaras hacia los demás participantes del desfile. Zoe estaba de pie, al lado de Jerry, y miraba hacia ellos como si se hubiera imaginado que había sido él quien había roto la baraja.

Se pasó las manos por su corto pelo y después dio un empujón a otro hombre con su pecho de senos apenas perceptibles. En su rostro no quedaba ni rastro de su mágica sonrisa.

Yeager se alejaba de ella con las palabras de aquel periodista resonando en su cabeza: «¿No puede soportar que alguien haya asumido su puesto? ¿No es usted ya lo bastante hombre para presentarse en Cabo Cañaveral?». Yeager dejó escapar un largo suspiro, pero aquello no fue suficiente para quitarse de encima una profunda y pesada sensación de inexorabilidad.

Volvió a suspirar.

– Se ha acabado, Deke -dijo Yeager-. Por mucho que odie admitirlo, ese periodista tenía razón. Tengo que irme de la isla. Tengo que estar presente en Cabo Cañaveral para el lanzamiento.


Yeager decidió dar la noticia a Zoe lo antes posible. Ella se presentó en su apartamento después de haber supervisado la limpieza tras el desfile y, aunque ya había concluido el evento de la mañana, no se podría decir que no tuviera aún los nervios a flor de piel.

– Solo faltan doce horas para que hagan su aparición los gobios -dijo ella.

Yeager abrió la boca, pero Zoe se puso a hablar deprisa pidiéndole disculpas por el ataque del periodista y los cámaras, como si hubiera notado lo que él estaba a punto de decirle. Yeager le contestó que no tenía importancia, pero le confesó que esperaba que llamaran a su puerta de un momento a otro.

Zoe negó con la cabeza y se quedó mirándolo fijamente, mientras le explicaba cómo habían dado largas a los molestos periodistas los habitantes de Abrigo.

– Pero todos ellos deben de saber dónde me alojo -dijo Yeager frunciendo el entrecejo.

– ¡Vaya, claro! -contestó Zoe caminando nerviosámente por la habitación-. Pero no se irán de la lengua. Ahora ya eres uno de los nuestros, señor «invitado especial». Incluso Jerry sabe que se pasaría de la raya si pretendiera darle más publicidad al asunto. Nosotros protegemos a nuestra gente.

Yeager sintió una punzada de dolor al recordar la conversación que había tenido con Sammy y Flossie durante el desfile. Se pasó la mano por la cicatriz de la mejilla.

– Zoe…

– ¿Hum?

Ella cogió una de las almohadas de la cama, la sacudió, y luego frunció el ceño.

Él tragó saliva mientras se acercaba a la cama.

– Sonríe para mí, cariño.

Zoe se volvió hacia él con las dos cejas levantadas.

– ¿Qué…?

– Sonríe para mí.

Yeager se quitó las gafas y parpadeó para acostumbrar los ojos a la luz de la habitación.

Zoe le sonrió, con una expresión alegre pero tímida. Él estaba empezando a sentirse hechizado por aquellos sorprendentes hoyuelos de sus mejillas.

– Yeager. -Zoe se acercó un paso hacia él y luego se detuvo a la vez que se frotaba nerviosamente los muslos con las manos-. ¿Acaso puedes…?

Él parpadeó una vez más y asintió con la cabeza.

– Y cada hora que pasa un poco mejor.

Yeager vio cómo tragaba saliva y luego reculaba un paso hacia atrás y daba media vuelta. Zoe agarró una almohada y se abrazó a ella colocándosela delante del pecho.

– Bueno -dijo ella-. Vaya, eso es genial.

Pero en su tono de voz no había nada de bueno ni de genial. Ni siquiera se atrevía a mirarlo. Casi parecía sentir aprehensión.

– Zoe, cariño. -Yeager pasó un dedo por la piel desnuda del brazo de ella y ella se estremeció, pero, aun así, no se volvió hacia él. Y entonces él se dio cuenta de lo que pasaba y se tragó su sonrisa-. Zoe, ¿acaso tienes vergüenza, ahora que puedo verte?

Ella apretó la almohada contra su pecho.

– Por supuesto que no.

Pero a Yeager aquello le sonó poco sincero. La agarró por los hombros y la hizo volverse hacia él. Luego le quitó la almohada de las manos y la tiró sobre la cama.

– Sí, tienes vergüenza.

Ella miró hacia un punto en el vacío, a la izquierda de su clavícula.

– Es que soy tan… vulgar.

Yeager se quedó con la boca abierta. Y luego tragó saliva intentando pensar en algo.

– Y me lo has estado ocultando todo este tiempo.

Zoe asintió con la cabeza intentando todavía evitar que sus ojos se cruzaran con los de él.

– Todas las noches que has pasado en mi cama, mientras yo te acariciaba y te tocaba y, sí, también te saboreaba, todo ese tiempo tú me estabas escondiendo to vulgar que eres.

Al oír eso ella levantó la vista.

– No te burles de mí.

Yeager tomó su cara con ambas manos y recorrió con los pulgares el contorno de sus labios.

– Tú no tienes ni idea de lo que es ser vulgar. No es vulgar tu boca, ni tu sonrisa, ni las muchas veces que me has hecho reír o que has conseguido que me sienta menos solo.

Yeager la estrechó contra su cuerpo y ella pareció creerle, porque suspiró y se acurrucó contra él. Teniendo a Zoe tan cerca, sosteniendo entre sus brazos a aquella mujer cálida y fragante, Yeager se daba cuenta de que lo que decía era verdad y se puso a pensar en todo lo que ella había hecho por él. Todo lo que le había sucedido en aquella isla había sido una bendición para él. ¡Demonios, cuánto odiaba tener que abandonarla!

Quizá… Su cabeza se puso en marcha deprisa. ¿Por qué no? ¿Por qué no podría…?

– Zoe -dijo Yeager deprisa levantando su cara hacia él-. Ven conmigo.

Ella sonrió.

– ¿Adónde? -preguntó Zoe-. ¿Adónde quieres ir?

– A Cabo Cañaveral. Me voy mañana. Y tú vendrás conmigo.

La sonrisa desapareció del rostro de Zoe y la luz de alegría que había en sus ojos se esfumó.

– ¿Qué?

– Ya es hora de que regrese -le explicó él-. Ha llegado el momento de que decida qué demonios voy a hacer. Pero antes tengo que presenciar el lanzamiento. Y tú vendrás conmigo. Podemos tomarlo como unas vacaciones. Un par de semanas y luego… -Yeager se encogió de hombros-. Luego ya veremos qué pasará.

Yeager no tenía ni idea de lo que quería decir eso de «ya veremos qué pasará», pero no le importaba. Porque lo que tenía claro era que no podía separarse de ella de un día para otro y marcharse de allí sin más.

Todavía no.

Él le hizo cosquillas debajo de la barbilla.

– ¿Qué me dices?

Ella tragó saliva. Ahora Yeager podía ver los movimientos de su esbelto cuello con detalle.

– No -contestó ella.

Él volvió a hacerle cosquillas debajo de la barquilla.

– Por favor. Lyssa se encargará de todo, sabes que puede hacerlo.

Zoe dio un paso atrás y se cruzó de brazos. Él sonrió, distrayéndose por un momento en la contemplación de su pequeño escote. Le pasó un dedo por el hombro acariciándola.

– ¿Te he dicho ya que estás para comerte?

Ella se estremeció y miró hacia otro lado.

– Me alegro… me alegro de que tu vista esté mucho mejor.

– Entonces vente un par de semanas conmigo para que lo celebremos. Podemos presenciar el lanzamiento y después podemos ir a donde tú quieras. Estoy seguro de que te encantaría ir a Disneyland.

Ella negó con la cabeza lentamente.

– Zoe -dijo él metiendo los dedos entre los mechones de su pelo rubio-. Vamos, cariño. Piensa en lo bien que lo vamos a pasar.

Yeager agachó la cabeza para acercar sus labios a los de Zoe, pero ella le giró la cara.

– No, Yeager.

Él entornó los ojos y la dejó ir.

– No, Yeager, ¿qué? ¿No besos? ¿No vacaciones en Florida? ¿No qué?

Zoe bajó la vista y se quedó mirándose las manos.

– No, yo no quiero irme de la isla.

– Vamos, Zoe -insistió Yeager. Estaba empezando a perder la paciencia. A él tampoco le gustaba la idea de marcharse, pero menos le gustaba la idea de dejarla allí al día siguiente y no volver a verla jamás-. Esto es estúpido. Tú sabes que quieres venir conmigo.

– No importa qué es lo que quiero -dijo ella retorciéndose los dedos.

– ¿Qué quieres decir con eso? Si lo que deseas es venir conmigo, entonces hazlo.

Cuando vio que ella no contestaba, Yeager apretó los dientes y se pasó las manos por el pelo.

Dejó escapar un profundo suspiro y volvió a intentarlo.

– Esto es una estupidez, Zoe. Dime al menos por qué demonios no quieres venir conmigo.

Zoe le contestó con una voz ronca que era casi un susurro.

– Nunca salgo de la isla -dijo ella.

Yeager agitó una mano.

– Razón de más para tomarse unas vacaciones.

Ella se quedó mirándolo con unos ojos enormes y tan profundamente azules que con su color podría pintarse todo el cielo.

– Yo nunca salgo de la isla -repitió Zoe.

Yeager sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

– ¿Qué quieres decir con eso de que tú nunca sales de la isla?

La conversación que había tenido durante el desfile le vino otra vez a la memoria: «Hay cosas que tú no sabes».

– Dime, Zoe -le inquirió bruscamente Yeager sintiéndose a la vez atemorizado por la posible respuesta-. Cuéntame.

La voz de Zoe volvió a convertirse en un murmullo tenso y ronco.

– Nunca salgo de la isla -repitió ella. Luego tragó saliva, pero el resto de la frase sonó igual de áspero-. Desde que llegamos aquí hace tres años, yo…, yo nunca he abandonado la isla.

Yeager cerró los ojos, pero como sus oídos funcionaban perfectamente, pudo oír con claridad sus últimas palabras.

– No creo que pueda hacerlo -concluyó Zoe mientras pasaba a su lado y salía por la puerta.

Загрузка...