Lexie se quedó inmóvil, con el corazón latiéndole a mil por hora y en la mente un único pensamiento: Josh iba a besarla.
Durante la clase había pensado en poco más. Lo había estado mirando cuando él había cerrado los ojos, observando su sensual boca mientras hablaba de su tierra. Imaginándose que esa boca la besaba.
Él apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo, contra el bordillo de cemento. Bajó la mirada desde sus ojos hasta sus labios y se inclinó hacia delante muy despacio. Un fuego abrasador la recorrió de pies a cabeza.
Sus labios rozaron los suyos con suavidad, una vez y otra más, con una delicadeza que la encendió inmediatamente. Lexie entreabrió los labios y le rozó el labio inferior con la punta de la lengua. Y en un segundo el beso pasó de ser delicado a ser un tornado.
Él gimió suavemente y se pegó más a ella. Entonces la rodeó con sus brazos fuertes y siguió besándola. Se regodeó con la deliciosa sensación de su cuerpo fuerte rozándola. Sus manos grandes le acariciaron el cabello y la espalda muy despacio. La exquisita sensación de su lengua explorándole la boca la hizo estremecerse.
Lexie le echó los brazos a la cintura y se complació con el sinfín de sensaciones placenteras que la asaltaron. También le acarició la espalda, disfrutando con el contraste entre la textura suave de su piel y la dureza de sus músculos. Un deseo ardiente e insistente, y largamente olvidado, la recorrió de arriba abajo, derritiéndola por dentro. Él le deslizó las manos hasta la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Su erección le presionaba el vientre, inspirando una miríada de imágenes sensuales.
Una alocada risa femenina penetró la neblina de deseo que los envolvía. Josh debió de oírlo también, pues levantó la cabeza y se separó un poco de ella. Lexie abrió los ojos y vio que él la miraba como si quisiera decirle que deseaba más. Ella pensaba lo mismo.
Otra risotada y Lexie se volvió hacia el sonido. Una pareja joven emergió por el camino que iba hasta la playa. Abrazados, rodearon el perímetro de la piscina, tan ensimismados el uno con el otro que ni siquiera se fijaron en Lexie y Josh.
Lexie aspiró hondo y se volvió a mirar a Josh, que la miraba intensamente. Lexie entendió que tenía que decir algo para romper la tensión del momento, pero no se le ocurría nada más que pedirle que se desnudara, de modo que se quedó callada.
Finalmente, Josh habló.
– Vaya beso…
Ella tragó saliva para poder hablar.
– Eso no puedo discutírtelo.
Él sonrió.
– Eso es algo que me encanta en una mujer.
– ¿Que bese bien?
– Bueno, eso también. Pero me refería a lo de no discutirme algo. Y, además, no besas bien.
– ¿Ah, no? -deliberadamente bajó la vista hacia donde su erección seguía presionándole el vientre-. Pues esto… me dice otra cosa.
– Desde luego que sí. Significa que besas de maravilla.
Sus palabras, dichas en aquella voz tan sensual y con aquel fuego que vio en sus ojos, fueron como un bálsamo para su orgullo herido. El volvió a mirarle los labios, y Lexie adivinó su intención de volver a besarla.
– No es buena idea, Josh.
Él la miró sorprendido. -¿Por qué…?
– Este beso ha sido alucinante, pero este no es el lugar apropiado, sobre todo para mí -bajó la voz-. En el complejo no está bien visto que los empleados besen a los huéspedes en la piscina.
– Es comprensible. Una pena, pero comprensible.
– Me pagas por darte clases de natación. Limitémonos a eso cuando estemos en la piscina.
Él asintió despacio.
– De acuerdo. Pero ¿y cuando salgamos de ella?
Lexie vaciló un momento, pero finalmente venció la parte de ella que sentía una gran necesidad de liberarse.
– ¿Por qué no nos vestimos y nos vemos en el bar del hotel? Podemos tomar algo, charlar y… ver lo que pasa.
Él la miró fijamente, y Lexie adivinó que estaba pensando lo mismo que ella. Los dos sabían ya lo que iba a pasar.
– De acuerdo -dijo Josh.
– Estupendo.
Lexie avanzó hacia la escalerilla. Cuando salió se envolvió en la toalla, sintiendo la necesidad de colocar alguna barrera entre ella y aquel hombre que la había convertido en una enorme y pulsante hormona. Su reacción hacia él era vergonzosa. Sin duda podría conversar con él y centrarse más cuando estuvieran los dos vestidos y tuvieran delante una mesa con un par de cervezas. Cuando se dio la vuelta vio con alivio que él se había secado y puesto la camiseta.
– Voy al vestuario de empleados y nos vemos en el bar dentro de media hora, ¿te parece?
– Estaré allí.
Sentado en un reservado del bar, Josh observó a Lexie, que caminaba hacia él, y todas sus terminaciones nerviosas saltaron como un potro salvaje saliendo del pasadizo. Ella llevaba un top negro, una falda roja que le ceñía suavemente las piernas a medio muslo y unas sandalias negras de tacón bajo. El cabello negro y brillante se le rizaba alrededor de la cara como un halo. Tenía un aspecto limpio y fresco, y estaba para comérsela. Y Dios sabía que había estado a punto de hacerlo en la piscina. No recordaba haber sentido jamás nada tan intenso, una combustión tan instantánea. Sin duda había experimentado deseo muchas otras veces, pero nunca como aquel.
Su sugerencia de encontrase para tomar algo y charlar le había hecho pensar que Lexie deseaba que se conocieran un poco antes de explorar adonde podía conducirlos aquel beso. Él estaba de acuerdo. Desde luego estaba interesado en saber más cosas de ella, y más que dispuesto a darle a aquella señorita todo lo que deseara y necesitara de él.
Lexie se sentó frente a él, sonrió y lo saludó.
Una ráfaga de aroma floral inundó sus sentidos y le obnubiló el cerebro. ¿Cómo podía haber pasado de ser una profesora empapada y en bañador a aquella sirena de pelo rizado que olía a flores en solo treinta minutos? Además, apenas llevaba maquillaje; tan solo un poco de brillo de labios, haciendo que estos le resultaran más tentadores.
Apartó la vista de su boca seductora y la miró a los ojos, y por primera vez se fijó en su color. Los tenía azul gris con motas en tonos ámbar.
– ¿Estás bien, Josh? -le dijo, sacándolo de su estupor.
Josh recordó que se suponía que aquello debía ser una conversación normal, y le sonrió.
– Sí, estupendamente. Estás muy linda, señorita Lexie.
– Ja. Eso lo dices porque es la primera vez que no me ves como si alguien me hubiera echado un cubo de agua en la cabeza.
Antes de que pudiera responder, una bonita pelirroja les llevó dos jarras de cerveza a la mesa.
– Hola, Lexie -dijo con una sonrisa-. ¿Os apetecería comer algo?
Lexie lo miró.
– ¿Tienes hambre?
Él pensó en otra cosa.
– Siempre.
– ¿Alguna preferencia?
– Cualquier cosa que elijas me parece bien.
– Mmm. ¿Te gusta la comida picante?
– Cuanto más especiada, mejor-contestó Josh.
– No serás vegetariano, ¿verdad?
– ¿Cómo puedes preguntarle eso a un vaquero?
– Es verdad. Qué pregunta más tonta -se volvió hacia la camarera-. Tomaremos la fuente grande Alarma Cinco, Lisa.
– Enseguida -respondió la camarera con una sonrisa antes de volverse hacia la barra.
– ¿Qué lleva ese plato?
– Alas de pollo, patatas con chile, quesadillas y jalapeños rellenos de queso. Todo tan especiado que uno acaba echando fuego por la boca. Un plato no apto para los débiles. Desde luego el Alarma Cinco es un capricho que solo me permito de cuando en cuando.
Él alzó la jarra de cerveza.
– Pues brindemos por esos caprichos que uno se da de cuando en cuando.
Un rubor le tiñó las mejillas, y Josh se sintió encantado e intrigado. Hacía tiempo que no veía a una mujer sonrojándose.
– Por esos caprichos -dijo ella, brindando con él.
Josh dio un buen trago de cerveza, resistiéndose a las ganas de pegarse la jarra helada a la frente. Aquella mujer lo había excitado desde la primera vez que la vio, y el beso que se habían dado había tenido el mismo impacto que la coz de un caballo.
Sin duda era el momento de empezar a conversar. Desgraciadamente, él no era demasiado buen conversador. ¿Cómo se suponía que iba a poder charlar con una chica que casi le hacía olvidar su nombre?
– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en el complejo, Lexie? -le dijo con una sonrisa.
Y fue así de simple. Ni silencios incómodos ni nada de no saber lo que decir. Las dos horas siguientes se le pasaron volando; charlando, riéndose y disfrutando de la comida picante y la cerveza fresca. No recordaba la última vez que se había divertido tanto solo charlando con una mujer. Se sintió relajado y a gusto. Hacía mucho que no se sentía tan relajado y tan a gusto. Demasiado tiempo.
Pero a pesar de estar divirtiéndose, su cuerpo estaba en tensión. La tensión sexual hervía entre ellos, hasta que sintió como si lo hubieran metido en una olla a presión. Lo vio en los ojos de Lexie y sintió el cosquilleo en su cuerpo cuando sus dedos se rozaron en un par de ocasiones. O cuando le rozó la espinilla con el pie al cruzarse de piernas. Agarró la jarra de cerveza con fuerza para no caer en la tentación de sentársela en el regazo y acariciarla por todas partes. Pero cada mirada suya, cada sonrisa, parecían empujarlo más al borde.
Mientras cenaban, se enteró de que Lexie vivía en una casita a unos tres kilómetros del complejo, que le encantaban los animales y que tenía un gato llamado Scout. También le encantaba el béisbol y las películas antiguas, odiaba las de terror y cualquier historia con final triste.
– Y si terminan mal, yo me invento un final feliz -dijo mientras se comía una patata frita.
Josh pensó que si no la tocaba iba a estallar, de modo que estiró el brazo y le acarició un mechón de pelo rizado. El mechón era suave como la seda y se deslizó entre sus dedos.
– Un final feliz, ¿eh? ¿Entonces el final de Lo que el viento se llevó… ?
Lexie tardó un momento en contestar y eso lo complació. Se veía que su gesto la estaba distrayendo.
– Bueno, Scarlett consigue a su hombre.
Josh continuó jugueteando con su pelo.
– ¿Y en West Side Story?
– Ah, María se queda con Tony que, por supuesto, no muere.
– ¿Y qué hay de Hamlet?
– En mi versión, Ofelia, que por supuesto no muere, se queda con Hamlet, que…
– Que tampoco muere. Estoy empezando a ver las similitudes -le colocó el mechón detrás de la oreja y le deslizó el dedo por la mejilla.
Lexie tragó saliva.
– Esto… ¿y todos los vaqueros leen cosas como Hamlet?
– Lo hacen si se lo piden en la facultad.
– Recuerdo haberte visto con una camiseta de la Universidad de Montana la otra noche. ¿Allí es donde estudiaste?
– Sí.
Estaba claro que ella quería continuar hablando, y a él no le importaba. Estaba a gusto. Pero no había ley que dijera que tenía que ponérselo fácil. Continuó acariciándole el mentón.
– Conseguí licenciarme, a pesar de Hamlet.
– ¿Qué estudiaste?
– Ingeniería química. Ella pestañó asombrada.
– ¿Y le das mucho uso en el rancho?
Josh se echó a reír.
– Casi nada. Aunque después de terminar la carrera trabajé durante un año en un laboratorio de investigación en un proyecto para desarrollar fuentes de energía alternativa.
Ella arqueó las cejas y él le acarició la frente y después la mejilla.
– Mmm, ¿por qué solo trabajaste en ese campo un año?
– Resultó que no soy un tipo al que le guste el horario de nueve a cinco. Me gustaba la investigación, pero pasado un tiempo el estar encerrado en un laboratorio empezó a agobiarme.
– A mí tampoco me gusta el trabajo de oficina. Me gusta demasiado estar al aire libre -se movió un poco en el asiento y entrecerró los ojos-. Qué… agradable.
Continuó explorando más abajo, acariciándole el cuello hasta la clavícula.
– En realidad, fui a la universidad porque sé que mi madre quería que fuera. Me inculcó la importancia de la educación desde muy pequeño. Cuando llegué al instituto, me di cuenta de que quería hacer otra cosa distinta a ser vaquero. Me alegro de tener una carrera que me respalde si lo necesito, pero el ser vaquero lo llevo en la sangre.
– Me estás distrayendo, ¿sabes?
Josh la miró unos segundos, absorbió el temblor delicado de su piel bajo sus dedos. Le gustaba sentir su piel, tocarla.
– ¿Quieres que lo deje?
Ella sacudió la cabeza.
– No. Quiero que me cuentes por qué un vaquero que es además ingeniero químico quiere comprarse un velero.
Mientras le acariciaba la mano y el brazo, le contó todo. Le habló de su padre y del sueño que habían compartido de navegar juntos por el Mediterráneo, y cómo el sueño había quedado roto con la muerte de su padre.
– Así que lo voy a hacer yo -concluyó-. Por mí y por mi padre. No será lo mismo sin él, pero sé que estará animándome desde el Cielo.
Ella entrelazó los dedos con los de él y se los apretó suavemente.
– Lo querías mucho.
– Sí. Era un hombre maravilloso. Si pudiera ser la mitad de hombre que él, pensaría que lo he hecho bastante bien.
Ella lo miró y él no supo qué pensaba.
– Te das cuenta de que ese viaje puede ser muy peligroso, incluso para un marino experimentado.
– Y para eso estoy aquí. Para conseguir la experiencia que necesito.
– Te harán falta más conocimientos de los que puedas adquirir en unas semanas, Josh.
– Tal vez. Pero tengo que empezar en algún sitio. Y tú eres la chica que necesito para enseñármelo todo.
Lexie le miró la palma de la mano que le estaba acariciando.
– Sospecho que ya sabes bastantes cosas.
Él se llevó sus manos unidas a los labios y le dio un beso en la cara interna de la muñeca.
– Sé lo que quiero.
El deseo y un brillo de picardía brillaron en la mirada de Lexie.
– ¿Quieres saber lo que yo quiero? -se inclinó hacia delante, llevándose las manos hacia los labios-. Quiero jugar a un juego. ¿Te gustan los juegos?
– Me gustan. ¿Qué tipo de juego tienes en mente?
– Se llama «Ahora me toca a mí». ¿Te gustaría saber cómo terminé trabajando en Whispering Palms?
– Cariño, quiero saber todo lo que quieras contarme.
Mirándolo con picardía, Lexie le acarició los dedos uno a uno con parsimonia. Sus movimientos eran tan claramente sensuales que podría haber estado acariciándole el miembro viril. Al menos la reacción de su cuerpo fue la misma.
– Mi padre era un militar de carrera del Ejército del Aire, de modo que cada tantos años, zás -chasqueó los dedos- nos mudábamos. Cuanto mayor me hacía, más detestaba ir de un sitio a otro. De todos los sitios a los que enviaron a papá, Florida fue mi favorito. Me encanta el clima, el paisaje, la playa… todo.
Hizo una pausa y sin apartar los ojos de él se llevó la palma de su mano a los labios. Josh aguantó la respiración, anticipando la sensación de sus labios sobre su piel. En lugar de eso, le rozó la mano con la punta de la lengua y Josh gimió suavemente.
– ¿Quieres que lo deje?
– Qué va.
Josh sintió que se le quedaban los ojos vidriosos mientras ella continuaba su historia, sin dejar por supuesto de lamerle los dedos disimuladamente todo el tiempo.
– Fui a la Universidad de Miami y me saqué el título de profesora. Pero después de tres años de dar clases en un colegio, acepté el trabajo aquí.
Mirándolo fijamente, succionó con suavidad la punta de su dedo índice, y Josh sintió que casi se le paraba el corazón. Cuando creyó que iba a explotar, ella retiró el dedo y empezó a deslizárselo por el labio inferior.
– Trabajar en el complejo es perfecto -dijo, mientras sus labios suaves le rozaban el dedo con cada palabra que pronunciaba- porque puedo combinar la enseñanza, que me encanta, con el estar al aire libre y los deportes.
– ¿Tu padre sigue en las Fuerzas Aéreas?
– No. Se retiró hace tres años. Mamá y él «viven» en Maryland, pero apenas están en casa. Se compraron una caravana y pasan casi todo el tiempo viajando por el país. Esta semana están en Arizona.
– Parece divertido.
– Les gusta ese estilo de vida nómada. Sin embargo yo ya me he movido lo bastante en mi vida como para no tener ganas de volver a hacerlo.
Ella le colocó las manos sobre la mesa, con las palmas hacia arriba y los dedos separados, y empezó a pasarle la punta de los dedos sobre la piel callosa de sus manos, que Josh jamás había imaginado tan sensible.
Incapaz de soportar aquella tortura que le estaba infringiendo en las manos, Josh le agarró la mano y se la llevó a los labios, plantándole un beso ardiente en la muñeca, que le olía a flores. Lexie soltó una exclamación entrecortada, y él absorbió la repentina celeridad de su pulso sobre sus labios.
Era encantadora. Y lista. Y lo había excitado como a un loco. A Josh Maynard, el hombre; no a Josh Maynard, la estrella del rodeo. En los ojos de Lexie no había ni un ápice de artificio. Solo admiración e interés genuinos, sentimientos que él le devolvía, y mucho deseo.
Lexie miró a Josh. Durante aquellas dos horas no solo había averiguado que era el hombre más atractivo que había conocido, sino que además era inteligente, listo, divertido, y que quería a sus padres. Le gustaba. No era un loco, gracias a Dios, y tenía la sonrisa más sensual que había visto en su vida. El mero roce de sus dedos sobre su piel le provocaba ganas de bailar, y tenía unas manos muy, muy sexys. Fuertes, pero sensibles a la vez.
Lexie decidió que quería sentir esas manos sobre su cuerpo.
Y si había algún hombre en el planeta que pudiera besar mejor que él, que Dios bendijera a la mujer que lo encontrara. No solo tenía una boca preciosa, sino que sabía utilizarla.
Sin duda Josh era el hombre perfecto para sacarla de su largo celibato y lanzarla de nuevo a la vida social.
Lisa se detuvo a su mesa.
– ¿Queréis algo más?
– No, gracias Lisa -dijo Lexie.
Antes de que pudiera retirar la factura, Josh la agarró y escribió su nombre, para que cargaran la cantidad a su habitación.
– Te invité yo -protestó Lexie.
– Ah, un vaquero no puede dejar que una señorita le pague la cerveza. Piensa en lo mucho que me tomarían el pelo mis compañeros.
– ¿Como con la serpiente?
– Exactamente -arqueó una ceja-. ¿Quieres ver mi cicatriz?
Lo dijo en tono ligero pero a Lexie no se le pasó por alto el trasfondo sensual de la pregunta. Se inclinó hacia delante y lo miró a los ojos.
– Sí, quiero verla.
Él continuó mirándola con ardor.
– ¿En mi casa o en la tuya?
– Tu habitación está más cerca.
Él se deslizó en el asiento y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Sin dejar de mirarlo, Lexie le dio la mano.
Josh echó el cerrojo de la puerta y cruzó el dormitorio para acercarse a Lexie, que estaba a los pies de la cama de matrimonio, mirando al suelo. Parecía estar dudando. Josh le levantó la cara con suavidad y se miraron a los ojos.
– ¿No estás segura? -le preguntó.
– No. Sí -Lexie soltó una breve risa-. No, solo es que me siento algo extraña. Esto… ha pasado bastante tiempo.
– ¿Cuánto? -le preguntó con curiosidad.
Ella se ruborizó con timidez.
– Casi un año.
Él emitió un suave silbido.
– Debió de ser una ruptura difícil.
– No en ese sentido. Más que difícil, fue triste. Era un buen tipo, pero no el adecuado para mí.
– ¿Estabais casados?
– Prometidos.
– Bueno, tal vez fuera un buen tipo, pero no demasiado inteligente si dejó marchar a una chica como tú -Josh le acarició la mejilla-. Lexie, no tienes por qué preocuparte. Hacer el amor es como montar a caballo; nunca se olvida.
– Pues en mi caso, malo.
– ¿Por qué?
– Porque nunca he montado a caballo.
Josh no pudo ocultar su sorpresa.
– ¿De verdad? Una chica como tú a la que le gusta tanto estar al aire libre…
– De verdad. La oportunidad nunca se me ha presentado.
– Veremos qué se puede hacer con eso. No sabes lo que te pierdes -la miró a los ojos-. ¿Algún otro problema?
– ¿Tienes condones?
– Los tengo.
– Bueno, entonces supongo que ya se me acabaron las excusas -dijo en tono desenfadado.
– Es lo mejor que he oído en toda la noche.
Josh le plantó las manos en las caderas y la estrechó entre sus brazos hasta que sus cuerpos estuvieron unidos desde el pecho hasta las rodillas. Inclinó la cabeza y le rozó los labios con suavidad. Ella gimió débilmente y Josh le deslizó entonces la lengua en la cavidad aterciopelada y caliente de su boca.
En un instante, el beso se volvió salvaje y ardiente; una unión de lenguas y labios buscando la perfección. Un deseo feroz se apoderó de Josh, de tal modo que solo era consciente de ella. De su piel suave y fragrante, de sus manos acariciándole el pecho, los hombros, el cabello.
Le deslizó una mano por la espalda, enredando los dedos en los rizos de la nuca mientras con la otra mano le agarraba el trasero. Ella se puso de puntillas, venciéndose más sobre él, sintiendo su erección presionándole el vientre.
La lógica le dijo a Josh que se tomara las cosas con calma, que se tomara su tiempo para disfrutar, pero desgraciadamente la lógica no funcionó en ese momento. Además, ella no dejaba de acariciarlo por todas partes y de tirarle de la ropa con impaciencia. Josh dejó de besarla un momento para quitarse la camiseta, y ella aprovechó para hacer lo mismo y despojarse a toda velocidad del top, que enseguida cayó al suelo.
Entonces, Josh le agarró los pechos redondos y turgentes y le acarició los pezones con los pulgares. Ella gimió y él la miró en ese momento. Tenía los ojos velados por el deseo, los labios hinchados ligeramente del beso que acababan de darse. Mientras ella le acariciaba el abdomen, Josh avanzó hacia delante, obligándola a retroceder hasta la cama. Inclinó la cabeza y le besó la garganta antes de deslizar los labios hasta el pezón y meterse la firme roseta en la boca.
Lexie echó la cabeza hacia atrás y dejó que las sensaciones la inundaran. Un latigazo de puro deseo la recorrió desde los pechos hasta el centro de su vientre. Estaba caliente e impaciente, y deseosa de estar los dos desnudos. Pero Josh tenía una boca tan caliente y seductora que la distrajo de su objetivo de quitarle los vaqueros.
Y antes de que se diera cuenta, él la sentó sobre la cama. Se arrodilló delante de ella y empezó a quitarle una sandalia, acariciándole después el pie mientras la miraba con deseo.
– Eres preciosa, Lexie -le dijo con una voz ronca y excitada mientras le quitaba la segunda sandalia.
Su manera de mirarla, con aquellos ojos de mirada sensual e intensa, le hicieron sentir un aturdimiento extraño. Antes de que pudiera devolverle el cumplido, él le deslizó las manos por los muslos y le subió la falda hasta la cintura. Se inclinó hacia delante y le presionó los labios abiertos sobre la piel sensible de la cara interna del muslo. Al ver su cabeza morena entre las piernas, y sentir su lengua húmeda quemándole la piel, Lexie gimió.
– Qué bien hueles -le dijo Josh, acariciándola con su aliento cálido-. A flores y a sol.
Él se adelantó un poco, y la anchura de sus hombros la obligó a separar más las piernas. En un abrir y cerrar de ojos, Josh le metió las manos por debajo y le bajó las braguitas de encaje. Con el corazón desbocado, Lexie se recostó sobre los codos y lo observó mientras él le besaba los muslos y deslizaba las manos por el trasero para acercarla más a su cara.
Cuando notó el primer roce de sus labios sobre sus partes íntimas, Lexie aspiró hondo y suspiró. Al momento siguiente se olvidó de respirar. El le levantó ligeramente las caderas y le hizo el amor con la boca, con los labios y la lengua, deslizándosela, metiéndosela, haciéndole cosquillas hasta que perdió la noción de la realidad. Sus manos, su boca, no le dieron tregua. Por todas partes. Se derrumbó sobre el colchón y se agarró a la colcha mientras la recorría un orgasmo intenso.
Mientras aún continuaba sintiendo las sucesivas oleadas de placer, notó que él se levantaba. Oyó que abría un cajón y después que se bajaba los pantalones. Abrió los ojos y vio cómo se ponía un condón. Entonces se echó sobre ella y sus labios se unieron en un beso voluptuoso. Aquel calor de Josh, mezclado con el aroma almizclado de su sexo, inundaron sus sentidos. Lexie alzó las caderas para acogerlo, y Josh se deslizó entre sus piernas de un empujón, llenándola por completo. Ella esperaba que él la penetrara con rapidez, con urgencia y ardor, pero en lugar de eso, se quedó quieto y le sonrió. Dejó de besarla, se apoyó sobre los antebrazos y aquellos ojos oscuros y cautivadores buscaron los suyos. Ella lo miró, absorbiendo la sensación de tenerlo dentro. El breve pensamiento de que aquel interludio debía ser divertido, ligero, se le pasó por la cabeza. No estaba segura de que debiera sentirlo como algo tan… intenso; de que debiera percibir aquella conexión con él.
– Lexie.
Aquella única palabra le sonó ligeramente interrogativa, como si él también sintiera y se preguntara acerca de aquello que estaba pasando entre ellos.
Ella quiso contestar, decir su nombre, pero entonces él empezó a moverse, balanceando lentamente las caderas, y Lexie no pudo articular ya palabra.
Le deslizó las manos por la espalda fuerte y musculosa, por las nalgas, urgiéndolo a que la penetrara más, con más fuerza. La tensión aumentó en su cuerpo, y entonces, de una pasada, el orgasmo volvió a inundarla como una enorme ola. Un gemido largo y profundo vibró en su garganta mientras se agarraba a Josh con fuerza y le rodeaba la cintura con las piernas. Sintió que la embestía de nuevo, y después que hundía la cara en su cuello mientras sus gemidos resonaban en sus oídos.
Aún íntimamente unidos, se quedó allí tumbada bajo su cuerpo, saciada y lánguida, mientras escuchaba su respiración agitada y se tranquilizaba también ella. Su peso la aplastó contra el colchón, y Lexie sintió el cosquilleo del vello de su pecho contra sus senos.
Abrió los ojos al notar que Josh levantaba la cabeza, y vio que la miraba con expresión remota. Había un montón de cosas que quería decirle, pero sobre todo quería darle las gracias, decirle lo mucho que le había hecho falta lo que habían hecho juntos. Sin embargo, en ese momento se vio incapaz de hablar.
Caramba… -fue lo único que consiguió decir.
Él la miró en silencio unos segundos y asintió.
– Sí -se tocó el labio inferior con la punta de la lengua-. Hemos creado fuegos artificiales.
Lexie estiró los brazos sobre la cabeza y la espalda como un gato satisfecho.
– Bueno, creo que ahora que puedo respirar de nuevo, me parece que es hora de compensar un poco las cosas.
– Considérame a un entera disposición.
– ¿Cuánto tiempo necesitas para recuperarte?
– Sin duda voy a necesitar unos minutos.
– ¿Te ayudaría si te doy un masaje?
– Depende de dónde tengas pensado dármelo. ¿Qué se te ha ocurrido?
– Estoy pensando en que nos demos una ducha calentita los dos juntos.
El sonrió lentamente.
– Entonces hemos pensado lo mismo.
– Eh, no tienes ninguna cicatriz en el trasero.
Josh se retiró un mechón de cabello mojado del ojo y volvió la cabeza. Lexie estaba detrás de él, con el chorro de la ducha mojándole los hombros. Tenía los ojos entrecerrados y le miraba el trasero.
– Pensé que la serpiente te había mordido en el trasero -le dijo mientras le enjabonaba.
– Y me mordió. Aquí mismo -se llevó el dedo a la nalga izquierda-. Pero no me dejó señal. Las mordeduras de serpiente no suelen dejar señal.
Se volvió y le quitó el jabón.
Lexie paseó la mirada por su torso hasta detenerse en su entrepierna, que se puso dura como respuesta. Entonces le rozó la parte superior del muslo con los dedos.
– ¿Cómo ha pasado esto?
– Culpa tuya, cariño. Me temo que desde que te vi he estado así.
– Me refiero a la cicatriz que tienes en la pierna.
– Ah. Me pinchó el cuerno de un brahmán.
Ella abrió los ojos como platos.
– ¿Un brahmán? ¿Te refieres a un toro?
– Sí.
Ella le tocó la cicatriz.
– ¿No son esos toros salvajes y violentos? ¿Qué hacías tan cerca de uno?
– Lo estaba montando en un rodeo. O más bien intentaba montar en él. Sin mucho éxito, desgraciadamente, como prueba la cicatriz.
Ella lo miró con una expresión que no recordaba haber visto en ninguna otra mujer. En lugar de con admiración e interés, Lexie lo miraba horrorizada.
– ¿En un rodeo? ¿Haces rodeos?
Aquella reacción suscitó su curiosidad.
– Dices lo de «rodeo» como si fuera un crimen. La mayoría de los vaqueros prueban suerte en el rodeo alguna que otra vez.
– ¿No es muy peligroso?
– Sí. Pero ya no lo hago -eso era cierto; estaba oficialmente retirado-. Se me ocurren al menos diez cosas que preferiría hacer en lugar de hablar. Como por ejemplo jugar al juego del champú.
– Parece interesante. ¿Cómo se juega?
– Yo te cubro de espuma, después te aclaro y lo repito -dijo, se inclinó hacia delante y la besó.
– Mmm, qué beso más rico. Te daré un nueve con cinco.
– ¿Un nueve con cinco? Maldita sea -avanzó un paso y la pegó contra la pared de la ducha, mientras el agua caliente los mojaba y él le apretaba el vientre con su erección-. Espera, cielo, vamos a por un diez.