Capítulo 7

OTRO día, otro dólar!

– Cincuenta céntimos dirá-murmuró Claudia, dirigiéndose al guarda de seguridad.

Había pensado llamar para decir que estaba enferma, pero como no conocía el protocolo de las emergencias para pajes no sabía a quién llamar… ¿a la señorita Perkins, su supervisora? Porque desde luego no quería llamar a Tom Dalton.

El era la razón por la que no había podido dormir en toda la noche y por la que no tenía un solo pensamiento coherente aquella mañana. La había despedido en la puerta con un casto beso en la mejilla y, mientras se dirigía al hostal, Claudia se había preguntado cómo podía haber dejado que las cosas fueran tan lejos.

Aunque tenía cierta experiencia con los hombres, creía que cuando una mujer quería poner fin a algo, lo hacía. Sin embargo había querido hacer el amor con Tom. Pero si lo hubieran hecho, todo sería diferente. El esperaría más y Claudia no estaba segura de poder darle lo que todos los hombres quieren: una esposa.

Tom le había dicho que habría tiempo porque creía que había un futuro para ellos. Pero Claudia sabía que no era así. La noche anterior era probable mente la última para ellos. Su abuelo ya sabía que era periodista. ¿Cuánto tiempo tardaría Tom en saberlo? ¿Cuánto tiempo hasta que descubriese que le faltaba un archivo?

Era un hombre apasionado en los negocios y en el placer. Y ella deseaba experimentar aquella pasión. Cuando volviera a Nueva York sería lo único que le quedase de Tom Dalton.

Había intentado imaginar su reacción cuando el abuelo le contase la verdad. ¿Se enfadaría? ¿Se negaría a dirigirle la palabra? ¿O le daría una charla sobre la ética en el trabajo? Pero pasase lo que pasa se, Claudia sabía que no iba a estar preparada.

Encontró a la señorita Perkins colocando unas muñecas y señaló su reloj.

– Llego con quince minutos de adelanto.

– Muy bien-sonrió la supervisora.

Cuando entró en el vestuario vio a los otros pajes mirando un periódico.

– Qué pasa?

Dinkie le mostró la primera página del Schuyler Falis Citizen.

– Mira, es la novia de Tom Dalton. Hace siglos que no tiene novia y dicen que después de la fiesta, los dos desaparecieron en el piso de arriba…

Claudia miró la fotografía. Aunque el resto de los obtusos pajes no parecía reconocerla ella conocía muy bien el rostro de la mujer que aparecía al lado de Tom Dalton.

– Qué más dicen?

– Pues no es tan guapa-murmuró Winkie-Pero debe de ser rica y de buena familia. Fíjate en el collar, parece bueno.

– Claro que lo es.

– La verdad es que me suena su cara-dijo Dinkie.

– A mí también-asintió Winkie

– Claro que os suena su cara-suspiró Claudia, irritada-. Soy yo.

Los tres pajes miraron el periódico y después a ella.

– Tú eres la novia de Tom Dalton?

– No, claro que no!-exclamó Claudia. Le habría encantado, pero seguramente cuando descubriese el engaño pasaría a ser más bien «el paje renegado»-. Me invitó a una fiesta y yo acepté, eso es todo. No sabía que nos harían fotografías.

– Ahora lo entiendo todo-dijo Winkie_. El aumento de sueldo, los nuevos uniformes Tom Dalton está loco por un paje!

Winkie podría haber dicho que Tom Dalton estaba loco por una oveja, tan increíble era el concepto para sus compañeros de trabajo.

– No esta loco por mi solos somos amigos

– Pajes! Pajes! Quedan diez minutos para abrir… Señorita Moore, no está vestida.

– Ahora mismo voy.

– Señorita Moore, Santa Claus quiere verla ahora mismo. Vamos, dese prisa, no lo haga esperar.

Ella hizo una mueca. ¿Qué quería Santa Claus, o más bien Theodore Dalton? Lo que había empezado con una mentira, solo podía acabar mal.

Cuando abrió la taquilla para sacar el uniforme vio de nuevo el archivo que seguía esperando allí, debajo de los botines.

Su carrera siempre había sido lo primero, su deseo de reconocimiento como periodista más importante que cualquier otra cosa en la vida. Tenía talento, pero era difícil robarlo. ¿Y cómo iban a reconocer su talento si no tenía oportunidad de publicar buenos artículos?

– El New York Times-murmuró, sacando el uniforme.

Ningún periodista se atrevería a volver al New York limes con las manos vacías. No todos los días recibía uno la oportunidad de escribir un artículo para el mejor periódico del país.

– Todavía sin vestir?-exclamó Winkie-. Mueve el trasero, Santa Claus está esperándote.

– Ya voy, ya voy. Dile que… Da igual. Iré en dos minutos.

Claudia se preguntó qué iba a decirle a Theodore Dalton. Quizá si le decía que tenía razón, que estaba enamorada de su nieto, le daría una oportunidad de enmendar los errores. Pero ni ella misma lo creía. Si apenas se conocían…

Entonces miró el archivo. Quizá podría convencerlo para que lo pusiera en su sitio…

– Twinkje!

Claudia se llevó una mano al corazón. Era la señorita Perkins, esperando impaciente en la puerta.

– Ya voy. Un minuto, por favor.

Cuando terminó de ponerse el uniforme tenía una estrategia para convencer a Theeodore Dalton de que mantuviera el secreto.

– Haré un llamamiento a su sentido de la decencia. Le recordaré el cariño que siente por su nieto. Y si eso no funciona, me pondré a llorar

Claudia salió del vestuario y la señorita Perkins la acompañó hasta la casita de tejado puntiagudo.

– Por favor, no lo entretenga mucho. Los niños ya han empezado a formar cola.

Entrar en la casita era, para un mísero paje como ella, tan impresionante como ir a Fort Knox. Y mientras empujaba el picaporte, Claudia tenía el corazón acelerado.

Un segundo después, alguien la tomó por la cintura y, para su inmenso horror, Santa Claus la besó en los labios. Al principio, Claudia no podía pensar. ¿Debería darle un golpe de karate en la nuez o una patada en la entrepierna? Pero si aquel hombre debía de tener más de setenta años… Quizá debería gritar, pensó. Pero todas sus clases de defensa personal se mezclaron y no sabía si gritar antes de dar el golpe o pegar la patada antes de darle un puñetazo en la nariz.

Sorprendida por el ardor del viejo, tuvo que reconocer que Tom había heredado el talento de su abuelo. Pero no sabía de dónde sacaba el abuelo la poca vergüenza.

Cuando por fin pudo apartarse, se llevó la mano al corazón.

– Estése quieto! ¡Cómo se atreve!

El empezó a besarla en el cuello, haciéndole cos quillas con la barba. Claudia le dio un golpe en el pecho, pero el traje estaba relleno y no le hizo ningún efecto, todo lo contrario. Furiosa, Claudia apretó los puños y lanzó un directo a su nariz. Santa Claus aulló de dolor.

– ¿Ve lo que ha hecho? Yo no soy una persona violenta, pero me ha obligado a hacerlo. Es usted… un viejo verde. ¿No le da vergüenza? ¡Es usted Santa Claus y yo soy un paje! ¿Qué pensarían los niños si lo vieran manoseando a sus pajes?

Santa Claus murmuró una maldición.

– Seguramente se preguntarían por qué no he podido dormir en toda la noche pensando cuándo volvería a besarte-contestó él entonces sacando un pañuelo del bolsillo para llevárselo a la nariz.

Al bajarse la barba, Claudia descubrió quién era.

– Tú!

– Sí, yo. ¿Estoy sangrando? Menudo gancho tienes. ¿Quién te ha enseñado?

– ¿Qué haces aquí?

– Nuestro Santa Claus particular no puede venir hoy, así que tengo que ocupar su puesto-contestó Tom, tomándola por la cintura-. Y estaba deseando verte.

– Pensé que eras… él!

– Bueno, al menos sé que eres un paje virtuoso.

Después, la besó en los labios larga y profundamente. Claudia se derritió entre sus brazos. ¿Por qué le pasaba aquello? ¿Por qué con un mero beso la de jaba reducida a una masa temblequeante?

– Ya te dije que me iban los pajes-murmuró él, acariciando su espalda.

Riendo, Claudia le apretó la falsa barriga.

– ,Llevas una sandía aquí dentro o es que te ale gras de verme?

Tom le dio un beso en el cuello.

– Siéntate en mis rodillas, pajecito, y te enterarás.

– No seas perverso. Hay niños ahí fuera. Y la señorita Perkins seguro que tiene puesta la oreja. Si no tenemos cuidado, abrirá la puerta de golpe y arruinará la ilusión de un montón de niños.

Tom se sentó en el sillón y la colocó sobre sus rodillas.\

– No te haré nada si prometes que nos veremos esta noche. Yo llevaré el traje de Santa Claus y tú puedes ir vestida de paje.

Claudia hubiera querido decir que sí, pero sabía que no podía hacerlo. No habría más oportunidades hasta que le hubiera contado la verdad.

– No puedo. Tengo cosas que hacer.

– Cancela tus planes-dijo Tom-. Yo haré la cena, te daré un masaje en los pies, te plancharé el uniforme. Podrías alquilar ese vídeo de la prostituta…

– No puedo-insistió ella-. Quizá mañana por la noche.

Tom dejó escapar un suspiro.

– De acuerdo. Pero solo si prometes entrar a visitarme de vez en cuando. Santa Claus tiene una picazón y solo tú puedes rascarle.

Riendo, Claudia le rascó la tripa.

– No pienso entrar aquí otra vez. Olvídate.

– Muy bien. Pero este año solo recibirás carbón, paje malo.

Claudia salió de la casita y encontró a la señorita Perkins y al resto de los pajes mirándola con cara de sorpresa.

– Ya está listo.

Estuvo intentando entretener a los niños durante todo el día, pero no podía concentrarse. Solo pensaba en devolver el archivo al despacho. Y pensaba hacerlo aquella misma noche. Después, llamaría a la editora del New York I para decirle que no habría reportaje.

Y por fin, después de eso, quizá podría amar a Tom Dalton. Y, en fin, él no tendría más remedio que amarla también.

Tom no podía dormir. Miraba el despertador, pero las agujas del reloj no parecían moverse. Intentó contar ovejas, respirar profundamente, pero nada funcionaba.

– Claudia-murmuró.

Las almohadas seguían oliendo a ella y cuando apartó la sábana encontró el collar de zafiros que se le había caído la noche anterior.

Pensaba que verla un momento en los almacenes saciaría su sed. Pero no era así. La quería a su lado todo el tiempo, a todas horas. Solo lo había pasado bien aquel día porque sabía que Claudia estaba cerca.

Aunque no se movió de la verja, tenía la oportunidad de mirarla cuando quería. Y, de vez en cuando, ella le enviaba una sonrisa de complicidad.

Tom también tenía un secreto que quería compartir con ella cuando estuvieran solos, un secreto que podría ser el principio de su vida juntos. Aquella mañana, antes de ponerse el traje de Santa Claus, le había dado un ultimátum a su padre y a su abuelo: o lo enviaban a Nueva York a primeros de año o pensaba buscar otro trabajo en la ciudad…, fuera del negocio familiar.

La amenaza había funcionado y todos sus planes iban como la seda. Solo tenía que aclarar el asunto de Santa Claus con Claudia y tendrían mucho tiempo, todo el tiempo del mundo para estar juntos.

Pero cuando los almacenes cerraron, ella había desaparecido. Winkie le dijo que había ido a tomar un café, pero Dinkie opinaba que había ido al médico.

Mientras volvía a casa, se dio cuenta de que no sabía nada sobre Claudia Moore. Era una periodista que estaba escribiendo un reportaje sobre el Santa Claus de los almacenes Dalton. Sabía que había vivido en Brooklyn y que escribía muy bien, pero no sabía nada de su familia ni de sus amigos.

Estaba enamorado de una extraña. Incluso podría tener novio, pensó entonces, golpeando la almohada. Podría estar en un bar con él, contándole cómo jugaba con el corazón de Tom Dalton para conseguir un buen reportaje.

Irritado, se puso la almohada sobre la cara. Pero aquel estallido de autocompasión terminó cuando sonó el teléfono.

– Quién me llama a medianoche?-murmuró, descolgando el auricular-. ¿Sí?

– Dalton?

– Sí, soy yo.

– Soy LeRoy Varner. El guarda de seguridad de los almacenes.

– Pasa algo?

– Creo que debería venir, señor Dalton. Ha ocurrido algo que… requiere su atención.

– ¿Qué ha pasado?

– He pillado a una ladrona que dice trabajar aquí. Su nombre es Claudia Moore… o eso dice ella. Pero voy a llamar a la policía…

– No llame a la policía-lo interrumpió Tom-. Iré enseguida.

Tom saltó de la cama y se puso unos vaqueros y un jersey a toda prisa. ¿Qué demonios hacía Claudia en los almacenes a medianoche?, se preguntó mientras se ponía los zapatos. Aquella vez no podría esconder su delito.

¿El reportaje era tan importante como para arriesgarse a ir a la cárcel? Podía entender que un periodista se arriesgara a eso para cubrir una historia de corrupción política pero para contar una historia de Santa Claus…

Entró en el coche y pisó el acelerador, sin importarle el límite de velocidad. La plaza de Schuyler Falis estaba desierta y LeRoy esperándolo en la puerta de los almacenes.

– Dónde la ha encontrado?

– Estaba haciendo la ronda como todas las noches y encontré a esa maleante en su despacho. La he interrogado y…

– Ha dicho algo?

– Solo que lo llamase a usted. Después de eso, se ha negado a abrir la boca.

Tom se pasó una mano por el pelo.

– Yo me encargo de esto. ¿Dónde está?

– En la sala de segundad. Iba a ponerle las esposas, pero me prometió que no se movería de allí hasta que llegase usted.

Tom entró en la sala de segundad, llena de apara tos de televisión de circuito cerrado. Había otra habitación con una pared de cristal, donde Claudia esperaba con la cabeza entre las manos.

Cuando abrió la puerta ella se levantó, nerviosa.

– Qué h pasado Claudia?¿Te importa decirme qué hacías aquí a medianoche?

– La verdad es que sí me importa decírtelo Solo serviría para que te enfadases, así que sugiero que me dejes ir y te olvides del asunto.

– No puede ser, lo siento. ¿Prefieres decírmelo a mí o a la policía?

– No me asustas-replicó ella-. Y no tengo que contaste nada. Cuando llame a mi abogado, no tendré que abrir la boca.

– No, es verdad. Pero ahora mismo estás bajo arresto.

– Por favor, ¿no podemos olvidarnos del asunto? Prometo no volver a hacerlo.

LeRoy llamó a la puerta entonces, con un archivo en la mano.

– Tenía esto en la mano. He tomado las huellas.

– Huellas? ¿Puede hacer eso?-preguntó Tom.

– Claro. Nos enseñaron en la academia.

Tom tomó el archivo, el mismo que había visto en su bolso unos días antes.

– Te has llevado esto de mi despacho.

– Lo tomé prestado-dijo Claudia-. Iba a de volverlo cuando me pilló aquí Perry Mason.

– Supongo que lo necesitabas para tu reportaje.

Ella parpadeó, sorprendida.

– Mi reportaje?

– Sí. ¿No es por eso por lo que estás aquí? ¿Para descubrir qué hay detrás de Santa Claus de los almacenes? Robaste el archivo la noche que debías haber ido a Silvio’s. Lo vi. en tu bolso cuando bajaste a buscar los pendientes.

Claudia cerró los ojos.

– Estaba intentando devolverlo porque había decidido no usarlo… ¿Cómo sabes que soy periodista? ¿Te lo ha contado tu abuelo?

– No, se lo conté yo a él-contestó Tom-. Pedí un informe sobre ti. No entendía por qué una mujer tan inteligente como tú quería un empleo de paje.

– Pero…

– Ven conmigo.

Claudia intentó resistirse, pero él la tomó de la mano para llevarla al ascensor. Cuando las puertas se abrieron en la quinta planta, la apretó contra su pecho y ella no se resistió.

– ¿Qué vamos a hacer? ¿Vas a llamar a la policía? Te juro que estaba poniendo el archivo en su sitio…

– Y qué pensabas hacer después? ¿Marcharte como si nada hubiera pasado?

– No podía marcharme. Pensaba pasar la noche aquí.

– Podrías haber salido perfectamente Las puertas se abren desde dentro. LeRoy te habría dejado salir si le hubieras mostrado tu carné de empleada-rió Tom.

– No estaba encerrada aquí?-exclamó Claudia-. Pero entonces… ¿no estábamos encerrados aquella noche?

– Claro que no. Cuando te pillé en mi oficina decidí jugar un poquito. Te dije que no podíamos salir para que pasaras la noche conmigo. Quería saber qué estabas tramando.

Ella se puso colorada como un tomate.

– Me mentiste. Me manipulaste y…

– Estás enfadada conmigo porque te mentí sobre el sistema de seguridad de los almacenes? ¡Lo que tú has hecho es ilegal!

– Y lo que hiciste tú, inmoral-replicó Claudia-. Pasé la noche contigo porque pensé que no tenía elección. ¡Eso fue un secuestro! Debería hacer que te detuvieran.

– ¡No seas ridícula!

– Lo que yo hice fue por trabajo. Necesitaba ese archivo para escribir un reportaje. Lo que tú hiciste fue personal. Fue un chantaje emocional.

– Quieres tu reportaje?-replicó Tom entonces entrando en su despacho. Abrió el cajón y tiró sobre la mesa varias carpetas-. Pues aquí está todo.El dinero, las cartas de los niños, los nombres…

– No los quiero.

– Quiero que los leas. Quiero que escribas el reportaje, Claudia. Para eso has venido a Schuyler Falis, ¿no?

Hubiera querido abrazarla de nuevo, pero no es taba seguro de que dijese la verdad. No estaba seguro de que hubiera ido a devolver el archivo. La única forma de saber la verdad era ofrecerle todos los datos y ver lo que hacía con ellos.

– Me temo que este ha sido tu último día de trabajo como paje de Santa Claus. Ya tienes tu reportaje; supongo que te marcharás enseguida.

Después de decir eso, salió del despacho y entró en el ascensor. Cuando pasó al lado de LeRoy le dijo que escoltase a Claudia a la calle sin hacer preguntas. Y solo cuando estaba de nuevo en el coche se dio cuenta de lo que había hecho.

Le había dado exactamente lo que quería. Y si le interesaba el artículo más que él, nunca volvería a verla. Por un momento, pensó en volver a los almacenes y obligarla a reconocer sus sentimientos, obligarla a decir en voz alta lo que había visto en sus ojos la otra noche en su dormitorio. Pero no iba a hacerlo.

Si lo amaba, volvería. Y publicase el artículo o no, eso no cambiaría lo que sentía por ella. Amaba a Claudia Moore y era un amor que duraría toda la vida.


Capítulo 8


CLAUDIA estaba en el pasillo del hostal, con el teléfono en una mano. En la otra, el número de la editora del New York Times. Cerrando los ojos, intentó encontrar valor. los ojos, intentó encontrar valor.

¿Debía hacerlo o no? Nunca se había enfrentado a una decisión así. Después de una hora de vacilaciones, seguía sin estar segura.

El artículo debía estar en el limes al día siguiente y casi lo tenía terminado, pero… Era un buen reportaje, emocionante, la clase de artículo típico de Navidad. Tres familias que habían recibido el regalo de Santa Claus le abrieron sus puertas y sabía que era el mejor artículo de su vida, el que podría darle la oportunidad de tener un trabajo fijo en el mejor periódico del país. Decidida, marcó el número, pero Anne Costello tardó un minuto en contestar y hasta que lo hizo Claudia no estuvo segura de lo que iba a decir.

– No hay artículo-le espetó, sin decir siquiera quién era.

– Con quién hablo?

– Anne, soy Claudia Moore. No hay artículo.

– Claudia, dónde estás? Llevo días llamando a tu apartamento. ¿Dónde está mi artículo? ¿Cuántas columnas? Necesito saberlo ahora mismo… Y necesitaré fotos.

– No hay artículo-repitió Claudia.

– No hay artículo? Claro que hay artículo. Alguien está regalando miles de dólares en un pequeño pueblo de Nueva York sin pedir nada a cambio. Claro que hay artículo.

– Lo siento, pero no he podido encontrarlo. Después de investigar un poco…

– Has descubierto la identidad de ese Santa Claus?-preguntó Anne.

– Sí.

– Y has hablado con las familias a las que ha ayudado?

– Sí.

– Entonces, ¿por qué no hay artículo?-

– Porque este Santa Claus quiere permanecer en el anonimato y quizá deberíamos respetar eso. Cuando se sepa su identidad, la gente empezará a pedirle favores y dinero por todas partes. Y aunque estas familias me han abierto las puertas de su casa, no les apetece que todo el mundo conozca sus problemas personales.

Aunque no podía ver la cara de Anne, imaginaba que estaría furiosa.

– Quiero una copia de ese artículo en mi mesa mañana a las nueve, Claudia. Yo decidiré si hay artículo o no. Tú solo dame los hechos.

– Y si no lo hago?

Al otro lado del hilo hubo un largo silencio.

– No podré recomendarte para el puesto. Tendré que buscar otro candidato.

Claudia apretó los labios, frustrada.

– Sabes que soy una buena periodista y me merezco ese puesto. Te he dado muchos artículos y solo por este…

– Mañana por la mañana-dijo Anne antes de colgar.

Claudia tuvo que contener las lágrimas. Además de perder la mejor Oportunidad profesional de su vida había arruinado su relación con Tom. Después de lo que había pasado por la noche, nunca volvería a confiar en ella.

¿Por qué no enviar el artículo y seguir adelante con su vida? Un trabajo en el Times era lo que siempre había soñado Tendría un sueldo mensual, una columna fija y la seguridad de ser leída por millones de personas. Todo lo que siempre había querido.

Pero no lo tendría todo. No tendría a Tom. No tendría amor y pasión en su vida. Solo remordimientos. Claudia arrugó el papel que tenía en la mano y entró en la habitación.

La pantalla de su ordenador estaba encendida, esperando la última revisión Sin pensar, se sentó y empezó a pulir la historia. No pensaba en ello, solo dejaba que las palabras fueran de su corazón a la pantalla.

Cuando por fin escribió el punto final, se dió cuenta de que llevaba dos horas trabajando. Entonces pulsó el botón de “Impresión”.

Dos minutos después tenía el artículo en la mano. Claudia sonrió, orgullosa. Pero entonces recordó lo que le había costado: la oportunidad de vivir con el hombre del que estaba enamorada. Y la sonrisa desapareció de sus labios.

Angustiada, se levantó y apagó el ordenador. Quizá no todo había terminado, pensó. Quizá todavía podía hacer algo.

Tomó su abrigo y salió del hostal. Había empezado a nevar de nuevo, pero entró en el coche y esperó un poco hasta que el motor se calentó. No sabía si encontraría el camino porque la única vez que fue a casa de Tom Dalton no iba fijándose en la carretera.

Pero la encontró, en medio del bosque, con todas las luces encendidas. Eran las diez de la noche y seguramente Tom estaría allí…Y si no, lo esperaría. Cuando paró delante de la casa vio el Mercedes negro aparcado en el garaje.

No sabía qué iba a decirle, pero sabía que aquella visita podría marcar la diferencia entre una vida llena de felicidad o de amargos remordimientos.

Amaba a Tom Dalton y pasara lo que pasara entre ellos, nada cambiaría eso. Pero ¿qué sentía Tom por ella? Si la amaba de verdad, podría perdonarla. Y si no…

Claudia salió del coche con el corazón encogido. Con cada paso que daba hacia el porche iba reuniendo valor. Y cuando alargó la mano para llamar al timbre, rezó esperando estar haciendo lo que debía.

Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió de golpe y, sorprendida. Claudia dio un paso atrás, con tan mala fortuna de que se resbaló uno de los tacones en el primer escalón. Cuando creía que iba a caer de espaldas sobre la nieve, una mano la tomó por la cintura y se vio, de repente, apretada contra el sólido torso de Tom Dalton.

– Hola-fue todo lo que pudo decir.

Él dio un paso atrás y la miró, enfadado.

– Eres la última persona que esperaba ver. Qué haces aquí?

Claudia metió la mano en el bolsillo del abrigo.

– He traído esto-dijo mostrándole el artículo.

– No tengo que preguntar qué es.

– Quiero que lo leas.

– Para qué? Necesitas un corrector de pruebas? O crees que te perdonaré cuando lo lea?

– Perdonarme?-repitió Claudia-.No, no espero que me perdones. Ni siquiera espero que lo entiendas.

– Inténtalo.

– Este artículo maraca la diferencia entre un futuro incierto, buscando trabajo en cualquier periódico, y una columna en el mejor periódico del país. Ese ha sido mi sueño desde que era pequeña. Y ahora que lo tengo en la punta de los dedos… parece que no puedo hacerlo realidad.

– Si eso es lo que quieres, ve por ello-dijo Tom-. Quiero que seas feliz.

– Por favor…no me mientas. Quieres que lo pase fatal. Quieres que escriba el artículo y me muera de remordimientos. Quieres que me dé cuenta de que estoy locamente enamorada de ti, tan enamorada que olvide todos mis sueños, todas mis aspiraciones-replicó Claudia.

– Estás enamorada de mí?-preguntó él entonces, mirándola a los ojos.

Claudia respiró profundamente.

– No lo sé. No estoy segura.

– Yo no te pediría que abandonases tus sueños.

– Por qué no?

Tom tomó su cara entre las manos.

– Porque quizá también yo estoy enamorado de ti.

Los ojos de Claudia se llenaron de lágrimas.

– Pensé que no me perdonarías nunca. Aunque sepas que no voy a enviar este artículo.

– Yo tengo parte de culpa-suspiró él-. Supe lo que querías desde el principio y podría haberte detenido. Podría haberte pedido una explicación, pero no quería perderte.

– Entonces, ¿no estás enfadado?

– No, no estoy enfadado.

Claudia asintió, sin saber qué hacer. Quería besarlo, pero no se atrevía a dar el primer paso.

– Bueno, entonces me voy.

– No-dijo Tom, tirando de ella hacia el vestíbulo.

Claudia esperaba que la besase, pero la tomó en brazos. El movimiento la pilló tan por sorpresa que se le cayó el artículo de la mano, los papeles bailando por el suelo de mármol.

– Qué haces?

– Lo que debería haber hecho después de la fiesta-murmuró él, subiendo la escalera.


De Julia Roberts, nada. Claudia se sentía como Escarlata O´Hara.

Cuando llegaron al dormitorio, la dejó en el suelo para besarla con auténtica desesperación, enredando los dedos en su pelo. Era un hombre consumido por la pasión y aquel beso la consumía también a ella. Sus bocas se encontraban, se pegaban la una a la otra, se buscaban. Tom la había besado antes, pero Claudia sabía dónde los llevaba aquel beso. Y aquella vez no pensaba detenerlo.

Con manos temblorosas empezó a desabrochar los botones de su camisa para sentir los poderosos músculos bajo sus dedos.

Había deseado tanto hacerlo que el roce de su piel, su olor, casi le parecía familiar. Y aunque se habían conocido solo dos semanas antes, sentía como silo conociera desde siempre. Y cuando había decidido que solo necesitaba una carrera para ser feliz, él apareció y le robó el corazón Claudia sonrió.Aunque no había esperado estar vestida de paje cuando eso ocurriera.

– Esta vez no vamos a parar-murmuró, besando su torso, el suave vello Oscuro acariciando su cara.

El echó la cabeza hacia atrás cuando Claudia besó uno de sus pezones.

– Cariño, te prometo una cosa. Nunca dejaré de desearte.

Las prendas de ropa empezaron a desaparecer una por una, tiradas al suelo con impaciencia: chaqueta, jersey, camisa, vaqueros y calcetines. Y con cada prenda, la pasión crecía más y más.

Claudia debería haber estado nerviosa, pero sin tiendo las manos de Tom sobre su cuerpo se sentía segura. Antes de terminar de desnudarse cayeron sobre la cama, ella en braguitas y sujetador, Tom en calzoncillos.

– Eres tan preciosa…-murmuró, besando su cuello.

– ¿Para ser un paje?-bromeé Claudia.

– Dejaste de ser un paje para mí hace tiempo.

Tom levantó el sujetador, exponiendo la curva de sus pechos poco a poco. Y cuando tomó uno de los pezones en su boca, Claudia dejó escapar un gemido. Jugueteaba con su lengua sobre el endurecido botón, metiéndoselo en la boca con cuidado, enviando olas de placer por todo su cuerpo.

Claudia enredó los dedos en el pelo oscuro, apretándolo contra ella. Y cuando Tom metió una mano dentro de sus braguitas, lanzó un gemido de placer… y de bienvenida.

El la acariciaba sin dejar de besarla, siguiendo el mismo ritmo, llevándola casi hasta el filo y apartándose después. Una y otra vez, se sentía a punto de llegar pero al final no lo hacía, controlada siempre por el roce de sus dedos. Y cuando no pudo soportarlo más, Claudia susurró su nombre, suplicándole que terminase con el tormento.

Tom se echó hacia atrás para mirarla a los ojos y ella pasó un dedo por sus labios. Deseaba hacerlo sentir lo que ella sentía.

– Es mi turno.

Se quitó el sujetador y empezó a acariciarlo con la suave tela desde el torso hasta el vientre.

– Ahora, los calzoncillos.

Sonriendo perversamente, él se los bajó y Claudia lo admiré, duro y potente. Acaricié su torso, sus caderas, sus muslos, y cuando por fin abrazó su erección, Tom casi perdió el control.

– Ahora tú-la retó, tirando de sus braguitas.

En cuanto estuvieron en el suelo, alargó la mano para sacar un preservativo del cajón de la mesilla.

– Hazlo por mí-murmuró-Y no tardes.

Claudia le puso el preservativo y Tom no pudo esperar mucho más. Empezó a moverse dentro de ella y Claudia Sintió que todo su cuerpo despertaba a la vida.

Empezaron lentamente, disfrutando de la unión. Pero poco después la pasión se volvió fiera, casi primaria. Cuando un furioso orgasmo la hizo gritar de placer, supo que nunca había sentido una conexión así con nadie. Y cuando Tom cayó sobre ella, estremecido, murmurando su nombre, supo que era el único hombre de su vida. Para siempre.

Mucho después, cuando ambos estaban completamente saciados, la habitación quedó en silencio. Tom pasó una pierna por su cintura y la apreté contra su pecho, con la cabeza sobre su hombro. Claudia sonrió, emocionada al descubrir aquel lado tan infantil y vulnerable en él.

– Estás dormido?-susurró.

– Un poco. Agotado, más bien. Dame media hora.

– Duerme, tonto.

Tom se apretó más contra ella.

– Quiero que envíes el artículo al periódico. Quiero que consigas ese trabajo en el Times. Promételo que lo enviarás.

Claudia no contestó. Y poco después escuchaba el sonido rítmico de su respiración.

¿Qué había querido decir con eso?, se preguntó. ¿Era su forma de de adiós?

Debía de haber entendido mal. Le había dicho que la amaba y, sin embargo, le pedía que enviase el artículo. Quizá le prometía amor a cualquier mujer en la cama. Quizá eso no significaba nada para él. ¿Cómo podían vivir juntos si ella estaba en Nueva York y él en Schuyler Falis?

Volvió a mirarlo entonces. ¿Cómo podría vivir sin él? ¿Pensaría Tom en ella o la olvidaría por completo? No quería irse a Nueva York. No quería ir a ninguna parte sin él.

– Quizá no me has perdonado-murmuré.

Entristecida, se levantó de la cama y buscó su ropa. Había pensado que estaría satisfecha con una sola noche de pasión. Pero quería mucho más. Que ría toda una vida con él.

Se vistió sin hacer ruido, mirándolo dormir. Que ría a Tom Dalton. Quería su amor, su pasión, quería tener hijos con él. Y no aceptaría nada menos porque lo amaba con toda su alma.

Claudia se quedó un rato mirándolo. Quería recordar cada detalle de su rostro a la luz de la luna. Y cuan do no pudo soportarlo más… salió de la habitación.

Las páginas del artículo seguían tiradas en el suelo del vestíbulo. Mientras las colocaba, una lágrima cayó sobre la primera, pero la apartó de un manotazo. Podía olvidarse de Tom Dalton, podía hacerlo.

Cuando abrió la puerta, el aire frío golpeó su cara. Y solo cuando la cerró se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Nunca volvería a ver a Tom, nunca sentiría la pasión que había sentido con él.

Entró en el coche, sabiendo que el dolor que sen tía en el corazón se quedaría allí toda la vida.

Tom esperaba encontrar a Claudia por la mañana. Esperaba tenerla entre sus brazos, pero se despertó en una cama vacía.

¿Por qué se había marchado? Pensaba que lo habían dejado todo claro la noche anterior. Ella enviaría el artículo y aceptaría el puesto en el Times. Y unas semanas después, él se mudaría a Nueva York.

Pensaba explicárselo todo por la mañana. Se casa rían, buscarían un apartamento y, algún día, tendrían una gran familia.

En cuanto al artículo, estaba seguro de que a su abuelo se le pasaría el enfado. Después de todo, gracias a ese artículo el heredero de la dinastía Dalton había conocido a la mujer de sus sueños. Revelar un pequeño secreto familiar era un precio muy bajo por un futuro lleno de felicidad y la promesa de nietos y bisnietos.

Tom se levantó de un salto. Tenía su futuro perfectamente planeado y estaba dispuesto a empezar inmediatamente. Se puso los vaqueros y la camisa que encontró en el suelo y no se molestó en lavarse la cara. Tenía que encontrar a Claudia.

Solo podía estar en dos sitios: en el hostal o en los almacenes. Pasaría primero por los almacenes para explicárselo todo a su abuelo y después bajaría a la sección de joyería para elegir el anillo de compromiso con el diamante más grande. Y le pediría a Claudia que se casara con él.

Aunque ya había hecho eso una vez, en realidad no le importaba la respuesta. Pero quería que Claudia Moore dijera que sí… Quería que se echara en sus brazos y prometiese amarlo para siempre.

Tom dejó el coche en la puerta de los almacenes, sin preocuparse por la grúa y, al entrar vio a LeRoy en la puerta.

.-LeRoy, quiero que busques a una empleada. Claudia Moore. Sus datos estarán en el ordenador. Cuando la encuentres, llámame al despacho de mi abuelo.

– Es la misma Claudia Moore de la otra noche? La que entró a robar en su oficina?

– Cuidado con lo que dices-sonrió Tom-. Estás hablando de mi futura esposa.

– Lo siento, señor Dalton-contestó el hombre, sorprendido-. Supongo que cuando se case con usted dejará atrás su pasado delictivo.

– Tú búscala-murmuró Tom, tomando el ascensor.

• Afortunadamente encontró a su abuelo en la oficina, intentando ponerse el traje de Santa Claus.

– Tommy, ayúdame. La señorita Lewis ha vuelto a lavar estos malditos pantalones…

– Olvídate de los pantalones, abuelo. Tengo que decirte algo muy importante.

– Crees que es más importante que mi trabajo como Santa Claus?

– En realidad, es de eso de lo que quiero hablar te. Claudia Moore ha escrito un artículo sobre nuestro secreto. Saldrá publicado en el New York Times.

Su abuelo lo miró, boquiabierto.

– ¿Y no has intentado detenerla?

– No-contestó Tom-. Quería que publicase ese artículo. Si lo hace, seguramente conseguirá un puesto fijo en el periódico. Y ella desea ese trabajo más que nada en el mundo. Quiero que sea feliz… Voy a casarme con ella, abuelo. La quiero y deseo pasar el resto de mi vida a su lado. Y espero que mi felicidad sea más importante para ti que tu pequeño secreto.

Theodore Dalton se quedó pensativo durante unos segundos.

– Apenas la conoces.

– Sé todo lo que tengo que saber. Si dejo que se vaya de mi vida, nunca me lo perdonaré a mí mismo.

– Entonces, tienes todo mi apoyo-suspiró su abuelo-. Espero que seáis tan felices como lo somos tu abuela y yo.

Tom se acercó para darle un abrazo.

– Haré lo que pueda.

– Así que yo tenía razón. No necesitabas una mujer, necesitabas una esposa…-en ese momento sonó el teléfono y su abuelo descolgó el auricular-. Es para ti. De seguridad.

LeRoy estaba al otro lado del hilo.

– Señor Dalton, he encontrado a la… a la señorita Moore. Está en los almacenes ahora mismo, en el vestuario de empleados. ¿Quiere que la detenga?

– No, yo iré a buscarla. Gracias-dijo Tom-.Abuelo, deséame suerte. Por cierto, ¿tú sabías que esto iba a pasar?

Theodore se encogió de hombros.

– Sabía que estabas preparado para un cambio en tu vida. Y sospechaba que ese cambio podría de la mano de Claudia en cuanto la vi. Supongo que por eso tu padre y yo decidimos que estabas preparado para un traslado.

Tom le dio un golpecito en el hombro, sonriendo.

– Lo estoy. En cuanto le haya comprado a Claudia el anillo de compromiso más grande de la tienda. Y en cuanto ella me diga que sí.

– Y si se niega?

– No pienso aceptar un no-contestó él-. Por cierto, gracias.

– De nada, hijo.

Tom bajó en el ascensor al departamento de joyería y se acercó a un empleado.

– Puedo ayudarlo, señor Dalton?

– Quiero el anillo de compromiso con el diamante más grande que tengamos.

– Tenemos uno de seis kilates en la caja fuerte. De color perfecto y talla antigua, montado en platino-sonrió el hombre, desapareciendo en la caja fuerte para aparecer de nuevo unos segundos después con una bandeja en la mano-. Este es un anillo muy especial.

Tom lo miró a la luz.

– Ella es una mujer muy especial. Cárguelo a mi cuenta-dijo, guardándolo en el bolsillo.

– Sí, señor. Y, por cierto, enhorabuena.

– Gracias.

Tom subió corriendo a la planta de juguetes, pero cuando entró en el vestuario solo vio tres pajes.

– Buenos días Señor Dalton!

– Me habían dicho que Claudia estaba aquí.

Dinkie señaló una puerta.

– Está ahí dentro, limpiando su taquilla. Nos ha dicho que se marcha. ¿Va a pedirle que se quede, señor Dalton?

– Les importa perdonamos un momento? Claudia y yo tenemos que hablar de un asunto privado.

Los pajes salieron a toda prisa y Tom abrió la puerta de las taquillas.

– Te he echado de menos esta mañana.

Claudia se volvió. Pero no estaba sonriendo En su rostro había una expresión indiferente, casi fría.

– Estaba…, sacando las cosas de mi taquilla. Me marcho a Nueva York esta tarde.

– Te vas? ¿Por qué?

– líe terminado el artículo y tengo mucho que hacer si quiero aceptar el puesto en el Times.

– Pero tenemos cosas que discutir…

– No tenemos nada que hablar, Tom-lo interrumpió ella-. Anoche dejaste bien claro lo que sentías.

– Sí, lo dejé bien claro. Y creo que, consideran do esos sentimientos, no deberías marcha a Nueva York. No puedo dejarte ir, Claudia.

– Tendrás que hacerlo. No pienso quedarme aquí solo para que tú lo pases bien durante unos días.

– Quiero que te quedes por nosotros. Por nuestro futuro.

Ella lo miró, perpleja.

– Pero no entiendo… Dijiste que enviara el artículo y pensé que ese era el final de…

– El final? Claudia esto es el principio. TE dije que enviaras el artículo porque quiero que seas feliz. Quiero que hagas realidad tus sueños, pero también quiero que te cases conmigo.

– Cómo?

Tom metió la mano en el bolsillo.

– Quería que esto fuera más romántico. No pensaba pedirte que te casaras conmigo en una taquilla. Pero tendrá que ser así. Además, aquí es donde empezó todo-dijo, clavando una rodilla en el suelo.

– Qué estás haciendo?

– Claudia Moore, te quiero. Sé que nos conocemos hace poco tiempo, pero en cuanto te conocí supe que estábamos hechos el uno para el otro. ¿Quieres casarte conmigo?

– Qué?-murmuró ella, confusa.

– Quieres casarte conmigo-repitió Tom

Claudia lo miró como si no entendiese bien.

– Quieres que me case contigo?

Él se levantó suspirando.

– He pedido que me trasladen a Nueva York, a las oficinas principales de Dalton. Tú trabajarás e el Times y podremos empezar una vida juntos. Será maravilloso, ya verás. Encontraremos un apartamento cerca de Central Park y…

– ¡No!

Tom la miró, atónito.

– ¿No?

– No puedo casarme contigo.

– Puedo preguntar por qué?

Claudia buscó una respuesta, tartamudeando

– Porque… no me conoces. Vine aquí para escribir un artículo y pensaba hacer lo que fuera para conseguirlo, Nunca he querido casarme con nadie. Solo he querido ser periodista y… no puedo tener las dos cosas. Más tarde o más temprano, acabarás odiando mi trabajo y me odiarás a mí.

– Puedes tener las dos cosas si nos queremos-dijo Tom.

Ella negó con la cabeza.

– Por qué el amor siempre tiene que significar matrimonio? ¿Por qué el amor no puede ser solo amor…, dure lo que dure, sin compromisos?

– Porque eso no es verdadero amor, Claudia, Eso es solo pasar el tiempo con alguien hasta que aparezca otro mejor.

– No, no, todo esto va demasiado rápido. Lo que ha pasado entre nosotros no es real. Me di cuenta anoche…

– . ¡Claro que es real!

– Y qué silo es? Queremos cosas diferentes. Yo podría mantener una relación contigo, incluso podría vivir contigo. Pero no podemos casarnos. Tú esperarás que sea una esposa normal y yo no puedo serlo-exclamó Claudia-… No puedo, así de sencillo. Lo siento… lo siento mucho.

Después tomó su bolsa y salió corriendo. Tom se quedó mirando hacia la puerta, incrédulo.

Salió a buscarla, pero la planta estaba llena de gente que le interrumpía el paso.

– La habéis visto?

Winkie señaló el ascensor y Tom intentó abrirse paso entre la gente, pero Claudia había desaparecido. Se había marchado de su vida como si nunca hubiera entrado en ella. Y Tom masculló una maldición por su torpe pedida de mano.

– Esto no ha terminado, Claudia Moore-murmuró-. Dirás que sí y nos casaremos. Aunque tarde un año, me casaré contigo.


Capítulo 9


Tom estaba mirándose en el espejo de la oficina. Llevaba puesto el traje de Santa Claus y la barba blanca y la alegre barriguita eran un tremendo contraste con su oscuro estado de ánimo. Sin Twinkie, aquello era insoportable.

Era Nochebuena y solo le quedaba un día para interpretar el papel de Santa Claus. Al menos, hasta once meses más tarde.

Miró entonces el New York Times que había sobre su escritorio. Llevaba cinco días comprando el periódico para buscar el artículo de Claudia. Incluso le pidió a la señorita Lewis que lo mirase detenidamente, pero no habían encontrado nada. ¿El editor se habría negado a publicarlo? ¿Habría decidido Claudia no enviar la historia? ¿Qué había pasado con la oferta de trabajo del Times?

Tantas preguntas y ninguna respuesta. LeRoy había encontrado su número de teléfono en Nueva York y Tom sentía la tentación de llamarla cien veces cada día, pero hasta que publicasen el artículo o hubiera pasado la Navidad, no estaba seguro de cómo reaccionaría.

Pero los días pasaban tan lentamente… Tom repasaba lo que ocurrió entre ellos la última noche y no entendía qué había hecho mal.

Quizá fue demasiado rápido. Si le hubiera dado un poco más de tiempo para conocerlo… Irritado, masculló una maldición. Lo único que podía hacer por el momento era esperar… y leer el New York Ti mes todos los días.

Alguien llamó a la puerta del despacho entonces. Era LeRoy.

– Hola, señor Dalton. Le traigo el periódico.

– Gracias.

– De nada, señor.

Cuando LeRoy salió del despacho Tom buscó impaciente el artículo, pero no lo encontró.

– Dónde está? Vamos Claudia, esto es lo que habías soñado siempre. ¿Por qué no está aquí?

Era Nochebuena, el día perfecto para publicarlo.

– A menos que lo guarden para mañana…

Sí, claro, tenía que ser eso. Lo habían guardado para el día de Navidad… «Regalos secretos para familias necesitadas». El artículo perfecto para ese día.

Tom tiró el periódico sobre la mesa y se pasó una mano por el pelo. En realidad, daba igual. Fuera o no publicado, Claudia no quería saber nada de él.

Pero si lamentaba lo que había pasado, si quería salvar su relación, Tom tenía que creer que no publicaría el artículo. Y si no aparecía en el Times, quizá eso significaba que aún no había tomado una decisión sobre su futuro.

Suspirando, tomó el gorro de Santa Claus y bajó por la escalera secreta. Debía concentrarse en los niños, se dijo. Pero solo podía pensar en ella, en los ratos que había pasado con Claudia en los almacenes, en su casa, en el coche…, incluso cuando salió catapultada hasta la basura en el callejón.

Quizá lo mejor sería mudarse a Manhattan. Si no había futuro con Claudia, sería más fácil olvidarla en Nueva York… aunque ella también vivía allí. Y tenía su dirección en Brooklyn. ¡Y las oficinas de la empresa Dalton estaban a dos calles de las del New York Times!

Podrían encontrarse por la calle, en un autobús… Tom conocía bien sus sentimientos por ella y sabía que estaría buscándola continuamente.

No, nada se arreglaría a menos que la viese de nuevo. Tenía que mirarla a los ojos y convencerse de que no lo amaba.

Había pensado ir a Connecticut a las cinco, cuan do cerrasen los almacenes, para pasar la noche con sus padres. ¿Por qué no pasar primero por Brooklyn? Estaría allí a las ocho si no había mucho tráfico. Y Claudia no se negaría a hablar con él el día de Nochebuena.

Pero ¿estaría en casa? Podría estar pasando las navidades en casa de algún pariente o algún amigo… Tom entró en la casita por la puerta secreta, con un peso en el corazón. Sabía bien que su próximo encuentro con Claudia podría ser el último.

Winkie era la encargada de sentar a los niños en sus rodillas y Dinkie estaba a su lado, con un calcetín lleno de caramelos. Blinkie se encargaba de abrir la verja, como había hecho Twinkie, además de hacer las fotos de cada niño. No se habían molestado en contratar otro paje cuando solo quedaban unos días para Navidad.

– Buenos días, señor-lo saludó Winkie.

Lo habían reconocido unos días antes, pero nadie más que la señorita Perkins sabía que su abuelo hacía el papel de Santa Claus habitualmente. Y, en cualquier caso, los rumores sobre Claudia y él habían dado la vuelta a los almacenes, de modo que ya nada podía dañar más su reputación.

– Buenos días, Winkie. ¿Cómo estás?

– Bien, señor. ¿Preparado para el primer niño?

Tom asintió.

La primera era una niña que se puso a llorar desaforadamente cuando Winkie la sentó en sus rodillas y después pasaron solo cinco niños más.

– Suele haber tan pocos el día de Nochebuena?

– Por la tarde suelen quedarse en casa porque sus mamás están preparando la cena.

– Ah, claro.

Hubo un incómodo silencio y de repente Winkie dijo algo que lo dejó atónito:

– Ayer vi a Claudia.

– Qué?

– Lo siento, señor Dalton. Supongo que no querrá hablar de ella…, aunque yo no sé lo que pasó, claro… Ay, por Dios, ¿por qué no podré mantener la boca cerrada?

– ¿Dónde la viste?

– En la plaza. Iba a saludarla, pero no me dio tiempo.

– Entonces, ¿sigue en el pueblo?

– No lo sé.

Tom esbozó una sonrisa. ¿Sería cierto? Si Claudia seguía en Schuyler Falis, solo podía significar una cosa… Quizá lamentaba haberle dicho que no. Quizá todavía había alguna esperanza.

– Sabes una cosa, Winkie? Puede que estas sean las mejores navidades de mi vida.

– Usted cree, señor? ¿Las ventas han sido buenas?

Tom soltó una carcajada.

– Las navidades son algo más que dinero en la caja. Significan esperanza. Y amor. Y la posibilidad de que, por un día, existan los milagros.

Los almacenes estaban llenos de compradores de última hora, todos buscando el regalo perfecto. Claudia estaba mirando unos cinturones de cuero, intentando reunir valor para ver a Tom.

Sabía que estaría allí. Desde que se marchó, su coche había estado en el aparcamiento de los almacenes casi veinticuatro horas al día. No debía estar espiando, pero desde que rechazó el trabajo en el Times, no tenía mucho que hacer.

Cada mañana se despertaba en su habitación del hostal jurándose que aquel día dejaría Schuyler Falls y a Tom Dalton atrás para siempre. Pero cuando llegaba la hora de meter la maleta en el coche, no era capaz de hacerlo.

Mientras siguiera en el pueblo, existía la posibilidad de arreglar las cosas con él. Aunque no se había atrevido a hacer nada, pensaba que podrían encontrarse casualmente en la calle, él la invitaría a cenar y, al final de la noche, estarían prometidos.

También pensó enviarle una carta en la que le diría que lamentaba haber rechazado su proposición, él la invitaría a cenar y, al final de la noche, estarían prometidos.

Pero después de pensarlo durante cinco días, Claudia decidió que hablar con él cara a cara sería lo mejor. Simplemente le diría que había sufrido un ataque de demencia cuando rechazó su oferta de matrimonio. Por su puesto, él la invitaría a cenar y, al final de la noche, estarían prometidos.

Todos los planes terminaban igual.

Aquella mañana ni siquiera se había molestado en cerrar la maleta. Estaba decidida a hablar con él porque no podía esperar un segundo más. Quería echarse en sus brazos y decirle que sí a todo. Olvida ría sus miedos y sus inseguridades. Ella no era su madre y Tom no era su padre. Se querían y podrían tener una maravillosa vida juntos.

La proposición había sido algo tan inesperado que la pilló por sorpresa y no supo cómo reaccionar. Aunque había pensado muchas veces pasar el resto de su vida con Tom, nunca se le ocurrió que de ver dad pudiera haber un final feliz para ellos después de todo lo que había pasado.

Sin embargo, que él no repitiese su propuesta de matrimonio sería lo más humillante que le hubiera pasado en la vida… además de tener que ponerse el traje de paje. Pero tenía que arriesgarse.

Si pudiera hablar con alguien que lo conociese, si pudiera pedirle consejo a algún amigo…

– Santa Claus-murmuró entonces-. Podría hablar con su abuelo. El me dirá lo que debo hacer.

¿Por qué no se le había ocurrido antes? Hablaría con Theodore y si las cosas parecían pintar bien subiría a la oficina y le diría que estaba loca por él.

No había niños esperando en la puerta de la casita y los pajes estaban charlando tranquilamente. Pero tampoco Santa Claus estaba en su sillón. Cuando se acercó, Winkie, Blinkie y Dinkie se volvieron, sorprendidos.

– Qué haces aquí?

– He venido a ver a Santa Claus. Sé que los adultos no suelen sentarse en sus rodillas, pero tengo que hablar con él-contestó Claudia-.Dónde está?

– Tomando un descanso-contestó Winkie.

– Ah, muy bien. Esperaré.

– No, voy a buscarlo.

Winkie llamó frenéticamente a la puerta de la casita y salió unos segundos después.

– Vendrá enseguida-dijo, sin aliento.

Un segundo más tarde, Theodore Dalton salía de la casita y se sentaba en su sillón, haciéndole un gesto a Winkie.

– Santa Claus puede recibirte-dijo el paje, muy ceremonioso.

• Claudia atravesó la verja con el corazón acelerado. Al contrario que los niños, no iba a pedir juguetes. Quería pedir un hombre alto, guapísimo y sexy para Navidad. Y el anillo de diamantes que le había ofrecido.

– Señor Dalton…-empezó a decir cuando llegó a su lado-. Supongo que no querrá hablar conmigo, pero es que necesito su ayuda. De paje a Santa Claus.

El se dio un golpecito en la rodilla y Claudia miró alrededor, incómoda.

– Quiere que me siente?

Santa Claus asintió con la cabeza y Claudia obedeció. Los pajes miraban la escena con curiosidad y un niño empezó a montar una escena porque, según él, era demasiado mayor. Pero Winkie lo silenció con una mirada.

– Tom le ha dicho que me propuso matrimonio?

– Mmm-contestó el anciano.

– Tiene que entenderlo. Es que me tomó por sor presa. No sabía qué decir y estaba asustada. Pero no he podido marcharme del pueblo. Esperaba encontrarme con él y… y solo quiero decirle que…-Claudia tragó saliva-. Solo quiero decirle que lo quiero. Que probablemente siempre lo he querido. Y que he cometido un error diciendo que no iba a casarme con él. ¿Usted cree que tengo alguna oportunidad o Tom no quiere saber nada de mí?

Theodore se pensó la pregunta un momento. Entonces, sin previo aviso, la besó en los labios. Claudia intentó gritar, pero se dio cuenta de que no era Theodore Dalton.

¡Estaba besando a Tom! Le había confesado sus sentimientos y él la besaba. Con un gemido, enredó los brazos alrededor de su cuello. El beso duró y duró y… unos aplausos los sacaron del ensueño.

Había una pequeña multitud congregada delante de la casita. Los padres sonreían y los niños miraban la escena, horrorizados.

– Me ha besado Santa Claus-rió Claudia.

– No, cariño. Te ha besado tu futuro marido-sonrió Tom, tomándola en brazos-. Volvemos enseguida-le dijo a los pajes antes de entrar en la casita.

Claudia tiró de su barba para ver la cara del hombre que amaba.

– No debería haber dicho que no. Lo siento, pero dejé que un montón de miedos me nublaran el juicio.

– Yo no debería haberte dejado ir. Debería haber ido tras de ti y pedir que me explicaras lo que estaba pasando.

– Siento mucho todas las mentiras.

– Y el artículo? Lo he buscado todos estos días en el Times y…

– Olvídate del Times. Los secretos de tu familia están a salvo conmigo. Además, no necesito el Times. Prefiero elegir los encargos y el periódico para el que escribo. Y cuando no quiera trabajar, podremos pasarnos el día en la cama-rió Claudia, abrazándolo-. ¿Vas a pedírmelo otra vez o tengo que hacerlo yo?

Tom Dalton la miró a los ojos, sus sentimientos por ella claramente escritos en las pupilas verdes.

– Claudia Moore, ¿quieres ser mi esposa?

– Sí! Quiero ser tu esposa.

Tom la abrazó y la besó de nuevo. Nada la había preparado para la intensidad de sus sentimientos por él. Las inseguridades y los miedos habían desaparecido, reemplazadas por la total seguridad de que debían estar juntos. Quizá era la magia de la Navidad o quizá era el destino. Pero Claudia había encontrado lo que no sabía que estaba buscando: el amor y un futuro con un hombre que la amaba profundamente.

– Sabes lo que esto significa, ¿verdad?

– Que me querrás para siempre? ¿Que tendremos muchos niños? ¿Que nos haremos viejos juntos?

– Sí, eso desde luego. Pero también significa que cuando vuelva el año que viene de Nueva York para hacer de Santa Claus, tú tendrás que ser la señora Claus. Si piensas que voy a ponerme este traje sin que tú estés a mi lado, te equivocas.

Claudia lo abrazó con toda su alma.

– Esto es un ascenso? De paje a señora de la casa… todo en unos días.

– «Señora», qué palabra tan interesante-rió él, haciéndole cosquillas con la barba.

– No deberías volver con los niños?

– Aún no. Tú me has contado tus deseos y ahora es mi turno de decirte lo que quiero para Navidad-sonrió Tom, quitándose la chaqueta.

Claudia rió de alegría, de felicidad, de amor. Y cuando lo miró a los ojos, supo que pasaría el resto de su vida haciendo realidad los deseos de aquel hombre.

Porque cada día con él sería como Navidad.

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