Eh… -dice Christian con ternura, y me abraza-. Por favor, Ana, no llores, por favor -suplica.
Está en el suelo del baño, y yo en su regazo. Le rodeo con los brazos y lloro pegada a su cuello. Él susurra bajito junto a mi pelo y me acaricia suavemente la espalda, la cabeza.
– Lo siento, cariño -murmura.
Finalmente, cuando ya no me quedan lágrimas, Christian se levanta cogiéndome en brazos, me lleva a su habitación y me tumba sobre la cama. Al cabo de unos segundos le tengo a mi lado y las luces están apagadas. Me rodea entre sus brazos y me abraza fuerte, y por fin me sumo en un sueño oscuro y agitado.
Me despierto de golpe. Tengo la cabeza embotada y demasiado calor. Christian está aferrado a mí como la hiedra. Gruñe suavemente en sueños mientras me libero de sus brazos, pero no se despierta. Me incorporo y echo un vistazo al despertador. Son las tres de la madrugada. Necesito un analgésico y beber algo. Saco las piernas de la cama y me dirijo a la cocina.
Encuentro un envase de zumo de naranja en la nevera y me sirvo un vaso. Mmm… está delicioso, y el embotamiento mental desaparece al instante. Rebusco en los cajones algún calmante y al final doy con una caja de plástico llena de medicamentos. Me tomo dos analgésicos y me sirvo otro vaso de zumo de naranja.
Me acerco a la enorme pared acristalada y contemplo cómo duerme Seattle. Las luces brillan y parpadean a los pies del castillo de Christian en el cielo, ¿o debería decir fortaleza? Presiono la frente contra el frío cristal, y siento cierto alivio. Tengo tanto en lo que pensar después de todas las revelaciones de ayer. Apoyo la espalda en el vidrio y me deslizo hasta el suelo. El salón en penumbra se ve inmenso y tenebroso, con la única luz procedente de las tres lámparas suspendidas sobre la isla de la cocina.
¿Podría vivir aquí, casada con Christian? ¿Después de todo lo que él ha hecho entre estas paredes? ¿Con toda esa carga de su pasado que alberga este lugar?
Matrimonio… Resulta algo casi inconcebible y totalmente inesperado. Pero también es verdad que todo lo referido a Christian es inesperado. Y, ante esa evidencia, aparece en mis labios una sonrisa irónica. Christian Grey, esperar lo inesperado… las cincuenta sombras de una existencia destrozada.
Mi sonrisa desaparece. Me parezco a su madre. Eso me duele en lo más profundo, y repentinamente me quedo sin aire en los pulmones. Todas nos parecemos a su madre.
¿Cómo demonios voy a actuar después de conocer este pequeño secreto? No me extraña que no quisiera decírmelo. Pero la verdad es que él no puede acordarse mucho de su madre. Me pregunto una vez más si debería hablar con el doctor Flynn. ¿Me lo permitiría Christian? Quizá él podría ayudarme a llenar las lagunas que me faltan.
Sacudo la cabeza. Me siento exhausta emocionalmente, pero disfruto de la tranquila serenidad del salón y de sus preciosas obras de arte; frías y austeras, pero con un estilo propio, también hermosas en la penumbra y seguramente valiosísimas. ¿Podría yo vivir aquí? ¿En lo bueno y en lo malo? ¿En la salud y en la enfermedad? Cierro los ojos, apoyo la cabeza en el cristal, y lanzo un profundo y reparador suspiro.
La apacible tranquilidad del momento se ve interrumpida por un grito visceral y primitivo que me eriza el vello y pone en alerta todo mi cuerpo. ¡Christian! ¡Dios santo!, ¿qué ha pasado? Me pongo de pie y salgo corriendo hacia el dormitorio antes de que el eco de ese sonido horrible se haya desvanecido, con el corazón palpitando de miedo.
Pulso uno de los interruptores y se enciende la lámpara de la mesita de Christian. Él se debate frenéticamente en la cama, retorciéndose de angustia. ¡No! Vuelve a gritar, y ese sonido devastador y espeluznante me desgarra de nuevo.
¡Santo Dios… una pesadilla!
– ¡Christian!
Me inclino sobre él, le sujeto por los hombros y le zarandeo para que despierte. Él abre los ojos, y son salvajes y vacíos, y examinan rápidamente la habitación vacía antes de volver a posarse en mí.
– Te fuiste, te fuiste, deberías haberte ido -balbucea, y la mirada de sus ojos desmesurados se convierte en acusatoria, y parece tan perdido que se me parte el corazón. Pobre Cincuenta…
– Estoy aquí. -Me siento en la cama a su lado-. Estoy aquí -murmuro en voz baja, en un esfuerzo por tranquilizarle.
Me acerco y le apoyo la palma en un lado de la cara, intentando calmarle.
– Te habías ido -susurra presuroso.
Sigue teniendo los ojos salvajes y asustados, pero se va serenando poco a poco.
– He ido a buscar algo de beber. Tenía sed.
Cierra los ojos y se frota la cara. Cuando vuelve a abrirlos parece muy desolado.
– Estás aquí. Oh, gracias a Dios.
Se acerca a mí y me sujeta con fuerza, y me vuelve a tumbar en la cama, a su lado.
– Solo he ido a buscar algo de beber -murmuro.
Oh, la intensidad de su miedo… puedo sentirla. Tiene la camiseta empapada en sudor, y cuando me atrae hacia él su corazón late con fuerza. Me mira fijamente, como para asegurarse de que realmente estoy aquí. Le acaricio el cabello con ternura y después la mejilla.
– Christian, por favor. Estoy aquí. No me voy a ir a ningún sitio -le digo con dulzura.
– Oh, Ana -musita.
Me coge la barbilla y la acerca hasta que su boca está sobre la mía. El deseo le invade e instantáneamente mi cuerpo responde… está tan ligado y sincronizado al suyo. Posa los labios sobre mi oreja, en mi cuello, y nuevamente en mi boca, sus dientes tiran suavemente de mi labio inferior, su mano sube por mi cuerpo, de la cadera al pecho, arrastrando la camiseta hacia arriba. Acariciándome, sintiendo bajo sus dedos las simas y las turgencias de mi piel, consigue provocar en mí la ya tan familiar reacción, haciendo que me estremezca en lo más profundo. Gimo cuando su mano se curva en torno a mi seno y sus dedos se agarran al pezón.
– Te deseo -murmura.
– Estoy aquí para ti. Solo para ti, Christian.
Gruñe y me besa una vez más apasionadamente, con un fervor y una desesperación que no había sentido nunca en él. Cojo el bajo de su camiseta, tiro y él me ayuda a quitársela por la cabeza. Luego se arrodilla entre mis piernas, me incorpora presurosamente y me despoja de la mía.
Sus ojos se ven serios, anhelantes, llenos de oscuros secretos… vulnerables. Coloca las manos alrededor de mi cara y me besa, y caemos de nuevo en la cama. Está medio tendido sobre mí, con uno de sus muslos entre los míos, y siento su erección presionando contra mi cadera a través de sus boxers. Me desea, pero, de repente, sus palabras de antes, lo que dijo sobre su madre, escogen este momento para volver a rondar por mi mente y atormentarme. Y es como un cubo de agua fría sobre mi libido. Maldita sea… No puedo hacer esto, ahora no.
– Christian… para. No puedo hacerlo -susurro apremiante junto a su boca, empujando sus antebrazos con las manos.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? -murmura, y empieza a besarme el cuello, y me desliza la punta de la lengua por la garganta.
Oh…
– No, por favor. No puedo hacerlo, ahora no. Necesito un poco de tiempo, por favor.
– Oh, Ana, no le des tantas vueltas -susurra mientras me mordisquea el lóbulo.
– ¡Ah! -jadeo, sintiéndolo en la entrepierna, y mi cuerpo se arquea, traicionándome.
Todo resulta tan confuso…
– Yo sigo siendo el mismo, Ana. Te quiero y te necesito. Tócame. Por favor.
Frota su nariz contra la mía, y su súplica tranquila y sincera hace que me conmueva y me derrita por dentro.
Tocarle… Tocarle mientras hacemos el amor. Oh, Dios.
Se coloca sobre mí, me mira y, a la tenue luz de la lámpara de la mesilla, veo que está esperando mi decisión, y que está atrapado en mi hechizo.
Alargo la mano con cautela y la poso sobre la suave mata de vello que cubre su esternón. Él jadea y cierra los ojos con fuerza, como si le doliera, pero esta vez no aparto la mano. La subo hasta sus hombros y noto el temblor que recorre su cuerpo. Gime, y lo atraigo hacia mí, colocando ambas manos en su espalda donde no la había tocado nunca, sobre los omoplatos, y le abrazo.
Él entierra la cabeza en mi cuello, me besa, chupa y me muerde, y luego sube con la nariz hasta la barbilla y me besa, su lengua posee mi boca y sus manos se mueven otra vez sobre mi cuerpo. Sus labios bajan… bajan… bajan hasta mis pechos, adorándome a su paso, y mis manos siguen en sus hombros y en su espalda, disfrutando de sus esculturales músculos flexibles y tensos, de su piel empapada aún por la pesadilla. Cierra los labios sobre mi pezón, chupa y tira, y este se alza para recibir a su gloriosa y hábil boca.
Gimo y deslizo las uñas por su espalda. Y él jadea en un gemido entrecortado.
– Oh, Dios, Ana -dice sin respiración, y es mitad gruñido, mitad grito.
Me desgarra el alma, pero también llega a mis entrañas y me tensa todos los músculos por debajo de la cintura. ¡Ah, lo que soy capaz de hacerle! Ahora jadeo, y su respiración torturada se acompasa a la mía.
Sus manos van bajando, sobre mi vientre y hasta mi sexo… y sus dedos están sobre mí y luego dentro de mí. Gimo y él mueve los dedos en mi interior de esa forma que él sabe, y yo empujo la pelvis para recibir su caricia.
– Ana -musita.
De pronto me suelta y se sienta, se quita los boxers y se inclina sobre la mesita para coger un envoltorio plateado. Sus ojos grises centellean cuando me entrega el condón.
– ¿Quieres hacerlo? Todavía puedes decir que no. Siempre puedes decir que no -murmura.
– No me des la oportunidad de pensar, Christian. Yo también te deseo.
Rompo el envoltorio con los dientes y él se arrodilla entre mis piernas, y yo lo deslizo en su miembro con dedos temblorosos.
– Tranquila… Vas a hacer que me corra, Ana.
Me maravilla lo que mis caricias pueden provocar en este hombre. Él se tumba sobre mí, y en ese momento todas mis dudas quedan relegadas y encerradas en los abismos más profundos y oscuros del fondo de mi mente. Estoy embriagada por este hombre, mi hombre, mi Cincuenta Sombras. De repente se revuelve, cogiéndome totalmente por sorpresa, y estoy encima de él. Uau.
– Tú… tómame tú -murmura, y sus ojos brillan con intensidad febril.
Ah… Despacio, muy despacio, me hundo en él. Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos y gruñe. Le sujeto las manos y empiezo a moverme, gozando de la plenitud de mi posesión, gozando de su reacción, viendo cómo se destensa debajo de mí. Me siento como una diosa. Me inclino y le beso la barbilla, deslizando los dientes a lo largo de la barba incipiente de su mandíbula. Su sabor es delicioso. Él se agarra a mis caderas y ralentiza mi ritmo, haciéndolo lento y pausado.
– Ana, tócame… por favor.
Oh. Me inclino hacia delante y me apoyo con las manos sobre su pecho. Y él grita, y su grito es como un sollozo que penetra con fuerza en mi interior.
– Aaah -gimoteo, y paso las uñas con delicadeza sobre su torso, a través del vello, y él gruñe fuerte y se revuelve bruscamente, de manera que vuelvo a estar debajo.
– Basta -gime-. No más, por favor.
Es una súplica desgarradora.
Le cojo la cara entre las manos, noto la humedad de sus mejillas, y le atraigo con mi fuerza hacia mis labios para poder besarle. Y luego me aferro a él con mis manos en su espalda.
De su garganta surge un gruñido ronco y profundo mientras se mueve en mi interior, empujándome adelante y atrás, pero no consigo dejarme ir. Tengo demasiadas cosas en la cabeza que me confunden. Estoy demasiado ofuscada con él.
– Déjate ir, Ana -me apremia.
– No.
– Sí -gruñe.
Se mueve ligeramente y gira las caderas, una y otra vez.
¡Dios… ahhh!
– Vamos, nena, lo necesito. Dámelo.
Y estallo, mi cuerpo es esclavo del suyo, envuelto en torno a él, aferrado a él como la hiedra, mientras él grita mi nombre y alcanza el clímax conmigo, y luego se derrumba, con todo su peso presionándome contra el colchón.
Acuno a Christian en mis brazos, con su cabeza descansando en mi pecho, mientras yacemos saboreando los rescoldos de la pasión amorosa. Le paso los dedos por el cabello y escucho cómo su respiración vuelve a la normalidad.
– No me dejes nunca -murmura.
Yo pongo los ojos en blanco, consciente de que no puede verme.
– Sé que me has puesto los ojos en blanco -susurra, y capto un deje divertido en su voz.
– Me conoces bien.
– Me gustaría conocerte mejor.
– Volviendo a ti, Grey. ¿De qué iba tu pesadilla?
– Lo de siempre.
– Cuéntamelo.
Traga saliva y se tensa antes de emitir un interminable suspiro.
– Debo de tener como unos tres años, y el chulo de la puta adicta al crack vuelve a estar muy furioso. Fuma y fuma sin parar, un cigarrillo tras otro, y no encuentra un cenicero.
Se calla, y un escalofrío aterrador me atenaza el corazón.
– Duele -dice-. Lo que recuerdo es el dolor. Eso es lo que me provoca las pesadillas. Eso, y el hecho de que ella no hiciera nada para detenerle.
Oh, Dios. Es insoportable. Le abrazo más fuerte, aferrándome a él con brazos y piernas, y trato de que mi desesperación no me asfixie. ¿Cómo puede alguien tratar así a un niño? Él levanta la cabeza y me clava su mirada gris e intensa.
– Tú no eres como ella. Ni se te ocurra siquiera pensarlo. Por favor.
Le miro y parpadeo. Me tranquiliza mucho oír eso. Él vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho, y creo que ha terminado, pero me sorprende comprobar que continúa.
– A veces, en mis sueños, ella está simplemente tumbada en el suelo. Y yo creo que está dormida. Pero no se mueve. Nunca se mueve. Y yo tengo hambre. Mucha hambre.
Oh, Dios.
– Se oye un gran ruido y él ha vuelto, y me pega muy fuerte, mientras maldice a la puta adicta al crack. Su primera reacción siempre era usar los puños o el cinturón.
– ¿Por eso no te gusta que te toquen?
Cierra los ojos y me abraza más fuerte.
– Es complicado -murmura.
Hunde la nariz entre mis senos, inspirando hondo, intentando distraerme.
– Cuéntamelo -insisto.
Él suspira.
– Ella no me quería. Yo no me quería. El único roce que conocí era… violento. De ahí viene todo. Flynn lo explica mejor que yo.
– ¿Puedo hablar con Flynn?
Levanta la cabeza para mirarme.
– ¿Quieres profundizar más en Cincuenta Sombras?
– E incluso más. Ahora mismo me gusta cómo profundizo en él.
Me muevo provocativamente debajo de él y sonríe.
– Sí, señorita Steele, a mí también me gusta.
Se inclina y me besa. Me observa un momento.
– Eres tan valiosa para mí, Ana. Decía en serio lo de casarme contigo. Así podremos conocernos. Yo puedo cuidar de ti. Tú puedes cuidar de mí. Podemos tener hijos, si quieres. Yo pondré el mundo a tus pies, Anastasia. Te quiero, en cuerpo y alma, para siempre. Por favor, piénsalo.
– Lo pensaré, Christian, lo pensaré -le tranquilizo, y todo me da vueltas otra vez. ¿Hijos? Santo Dios-. Pero realmente me gustaría hablar con el doctor Flynn, si no te importa.
– Por ti lo que sea, nena. Lo que sea. ¿Cuándo te gustaría verle?
– Lo antes posible.
– De acuerdo. Mañana me ocuparé de ello. -Echa un vistazo al reloj-. Es tarde. Deberíamos dormir.
Alarga un brazo para apagar la luz de la mesita y me atrae hacia él.
Miro el reloj. Oh, no: las cuatro menos cuarto.
Me envuelve en sus brazos, pega la frente a mi espalda y me acaricia el cuello con la nariz.
– Te quiero, Ana Steele, y quiero que estés a mi lado, siempre -murmura mientras me besa el cuello-. Ahora duerme.
Yo cierro los ojos.
Abro a regañadientes mis párpados pesados y una brillante luz inunda la habitación. Dejo escapar un gruñido. Me siento aturdida, desconectada de las extremidades que siento como el plomo, y Christian me envuelve pegado a mí como la hiedra. Como de costumbre, tengo demasiado calor. Deben de ser las cinco de la mañana; el despertador aún no ha sonado. Me muevo para librarme del calor que emite su cuerpo, dándome la vuelta en sus brazos, y él balbucea algo ininteligible en sueños. Miro el reloj: las nueve menos cuarto.
Oh, no, voy a llegar tarde. Maldita sea. Salgo dando tumbos de la cama y corro al baño. Tardo cuatro minutos en ducharme y volver a salir.
Christian está sentado en la cama, mirándome con gesto de diversión mal disimulada mezclada con cautela, mientras yo sigo secándome y cogiendo la ropa. Quizá esté esperando mi reacción a las revelaciones de anoche. Pero ahora mismo, sencillamente, no tengo tiempo.
Repaso la ropa elegida: pantalones negros, camisa negra… todo un poco señora R., pero ahora no puedo perder un segundo cambiando de estilismo. Me pongo con prisas un sujetador y unas bragas negras, consciente de que él observa todos mis movimientos. Me pone… nerviosa. Las bragas y el sujetador servirán.
– Estás muy guapa -ronronea Christian desde la cama-. ¿Sabes?, puedes llamar y decir que estás enferma.
Me obsequia con esa media sonrisa devastadora, ciento cincuenta por ciento lasciva. Oh, es tan tentador… La diosa que llevo dentro hace un mohín provocativo.
– No, Christian. No puedo. Yo no soy un presidente megalómano con una sonrisa preciosa que puede entrar y salir a su antojo.
– Me gusta entrar y salir a mi antojo.
Despliega su gloriosa sonrisa un poco más, de manera que ahora aparece en IMAX de alta definición.
– ¡Christian! -le riño.
Y le tiro la toalla, y se echa a reír.
– ¿Una sonrisa preciosa, eh?
– Sí, y ya sabes el efecto que tiene en mí.
Me pongo el reloj.
– ¿Efecto? -parpadea con aire inocente.
– Sí, lo sabes. El mismo efecto que tiene en todas las mujeres. La verdad es que resulta muy cansino ver cómo todas se derriten.
– ¿Ah, sí?
Arquea una ceja y me mira. Se está divirtiendo mucho.
– No se haga el inocente, señor Grey. La verdad es que no te va nada -le digo distraídamente, mientras me recojo el pelo en una cola de caballo y me calzo mis zapatos de tacón alto.
Ya está. Así voy bien.
Cuando voy a darle un beso de despedida, él me coge y me tira de nuevo en la cama, y se inclina sobre mí, sonriendo de oreja a oreja. Oh. Es tan guapo: esos ojos que brillan traviesos, ese pelo alborotado que le queda después de hacer el amor, esa sonrisa fascinante. Ahora tiene ganas de jugar.
Yo estoy cansada, la cabeza todavía me da vueltas por todas las cosas que averigüé ayer, mientras que él está fresco como una rosa y de lo más sexy. Oh, es exasperante… mi Cincuenta.
– ¿Qué puedo hacer para tentarte a quedarte? -dice en voz baja.
Siento un pálpito en el corazón y empieza a latirme con fuerza. Es la tentación personificada.
– No puedes -refunfuño, forcejeando para incorporarme-. Déjame ir.
Él hace un mohín y desiste. Sonriendo, paso los dedos sobre sus labios esculpidos… mi Cincuenta Sombras. Le quiero tanto, con toda la oscuridad de su devastada existencia. Ni siquiera he empezado a procesar los acontecimientos de ayer ni cómo me siento al respecto.
Alzo la cabeza para besarle, agradecida por haberme lavado los dientes. Él me besa fuerte y largamente, y luego de repente me coge y me levanta, dejándome aturdida, sin aliento y temblorosa.
– Taylor te llevará. Llegarás antes si no tienes que buscar aparcamiento. Está esperando en la puerta del edificio -dice Christian amablemente, y parece aliviado.
¿Acaso le preocupa la reacción que pueda tener esta mañana? Estaba segura de que lo de anoche… bueno, lo de esta madrugada, le habría demostrado que no pienso salir huyendo.
– Vale. Gracias -musito, decepcionada por estar de pie, confundida por sus dudas, y vagamente enfadada porque una vez más no conduciré mi Saab.
Pero, en fin, tiene razón: con Taylor llegaré antes.
– Disfrute de su mañana de vagancia, señor Grey. Ojalá pudiera quedarme, pero al hombre que posee la empresa para la que trabajo no le gustaría que su personal faltara a su puesto solo por disfrutar de un poco de buen sexo.
Cojo mi bolso.
– Personalmente, señorita Steele, no tengo ninguna duda de que él lo aprobaría. De hecho, puede que insistiera en ello.
– ¿Por qué te quedas en la cama? No es propio de ti.
Cruza las manos detrás de la cabeza y me sonríe.
– Porque puedo, señorita Steele.
Le miro y meneo la cabeza.
– Hasta luego, nene.
Le lanzo un beso y salgo por la puerta.
Taylor me está esperando y por lo visto sabe que voy tarde, porque conduce como un loco y consigue que llegue al trabajo a las nueve y cuarto. Cuando aparca junto a la acera, me siento agradecida… agradecida por estar viva: conducía de un modo terrorífico. Y agradecida por no llegar espantosamente tarde: solo quince minutos.
– Gracias, Taylor -murmuro, pálida como una muerta.
Recuerdo que Christian me contó que conducía tanques; quizá también pilote coches de carreras.
– Ana -asiente a modo de despedida, y yo salgo corriendo para la oficina.
Mientras abro la puerta del vestíbulo pienso que por lo visto Taylor ha superado esa formalidad de «señorita Steele», y eso me hace sonreír.
Claire me sonríe cuando cruzo a toda prisa la recepción en dirección a mi mesa.
– ¡Ana! -me llama Jack-. Ven.
Oh, maldita sea.
– ¿Qué horas son estas? -me increpa.
– Lo siento. Me he dormido -respondo, poniéndome como la grana.
– Que no vuelva a pasar. Hazme un café, y después necesito que mandes unas cartas. Deprisa -grita, haciéndome dar un respingo.
¿Por qué está tan enfadado? ¿Qué le pasa? ¿Qué he hecho? Corro a la cocina a prepararle el café. Quizá debería haber faltado al trabajo. Podría… bueno, estar practicando sexo excitante con Christian, o desayunando con él, o simplemente hablando… eso sí que sería toda una novedad.
Jack apenas alza la vista cuando vuelvo a entrar en su despacho para llevarle el café. Me lanza una hoja de papel, garabateada a mano de forma ilegible.
– Pásalo a ordenador, tráemelo para que lo firme, después haz copias y envíalas por correo a todos nuestros autores.
– Muy bien, Jack.
Tampoco levanta la vista cuando salgo. Caray, sí que está enfadado.
Por fin me siento a mi mesa, sintiendo cierto alivio. Bebo un sorbo de té mientras espero a que se encienda el ordenador. Reviso mis e-mails.
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 09:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Te echo de menos
Por favor, utiliza la BlackBerry.
x
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 15 de junio de 2011 09:27
Para: Christian Grey
Asunto: Qué bien se lo montan algunos
Mi jefe está enfadado.
La culpa es tuya por tenerme despierta hasta tan tarde con tus… tejemanejes.
Debería darte vergüenza.
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 09:32
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿Tejemaqué?
Tú no tienes por qué trabajar, Anastasia.
No tienes ni idea de lo horrorizado que estoy de mis tejemanejes.
Pero me gusta tenerte despierta hasta tarde;)
Por favor, utiliza la BlackBerry.
Ah, y cásate conmigo, por favor.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 15 de junio de 2011 09:35
Para: Christian Grey
Asunto: Ganarse la vida
Conozco tu tendencia natural a insistir, pero para ya.
Tengo que hablar con tu psiquiatra.
Hasta entonces no te daré una respuesta.
No soy contraria a vivir en pecado.
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 09:40
Para: Anastasia Steele
Asunto: BLACKBERRY
Anastasia: si vas a empezar a hablar del doctor Flynn,
UTILIZA LA BLACKBERRY.
No es una petición.
Christian Grey
Ahora enfadado presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Oh, no, ahora él también está enfadado conmigo. Bueno, por mí que se ponga como quiera. Saco la BlackBerry del bolso y la miro con escepticismo. Mientras empieza a sonar. ¿Es que no puede dejarme en paz?
– Sí -contesto con sequedad.
– Ana, hola…
– ¡José! ¿Cómo estás?
Oh, es agradable oír su voz.
– Estoy bien, Ana. Oye, ¿sigues saliendo con ese tal Grey?
– Eh… sí… ¿Por qué?
¿Adónde quiere ir a parar?
– Bueno, él ha comprado todas tus fotos, y pensé que podría llevarlas yo mismo a Seattle. La exposición cierra el jueves, o sea que podría entregarlas el viernes por la tarde. Y a lo mejor podríamos tomar una copa o algo. La verdad es que también necesitaría un sitio para dormir.
– Eso me parece estupendo, José. Sí, seguro que podremos arreglarlo de alguna manera. Deja que lo hable con Christian y te vuelvo a llamar, ¿vale?
– Muy bien, espero tu llamada. Adiós, Ana.
– Adiós.
Y cuelga.
Oh, vaya. No he visto ni sabido nada de José desde la inauguración de su exposición. Ni siquiera le he preguntado cómo le estaba yendo, o si había vendido alguna obra más. Menuda amiga.
Así que a lo mejor el viernes por la noche salgo por ahí con José. ¿Cómo se lo tomará Christian? Solo me doy cuenta de que me estoy mordiendo el labio cuando al final noto que me duele. Oh, ese hombre tiene un doble rasero. Él sí que puede -me estremezco al pensarlo- darle ese puñetero baño a su ex amante, pero a mí seguramente me caerá una bronca solo por querer tomar una copa con José. ¿Cómo voy a manejar todo esto?
– ¡Ana! -Jack me saca de golpe de mis elucubraciones. ¿Sigue enfadado?-. ¿Dónde está esa carta?
– Eh… ya voy.
Maldita sea. ¿Qué le pasa?
Escribo la carta en un santiamén, la imprimo y entro en su despacho, nerviosa.
– Aquí la tienes.
La dejo sobre su mesa y me doy la vuelta para irme. Inmediatamente, Jack le echa un rápido vistazo, crítico y penetrante.
– No sé a qué te dedicas ahí fuera, pero yo te pago para trabajar -replica.
– Soy consciente de ello, Jack -balbuceo en tono de disculpa.
Y noto un rubor que se extiende lentamente bajo mi piel.
– Esto está lleno de errores -espeta-. Repítelo.
Oh, no. Empieza a sonar como alguien que yo me sé, pero la brusquedad de Christian puedo tolerarla. Jack está empezando a desquiciarme.
– Ah, y tráeme otro café de paso.
– Lo siento -musito, y salgo de su despacho tan deprisa como puedo.
Por Dios. Se está poniendo insoportable. Vuelvo a sentarme a mi mesa, rehago rápidamente la carta, que solo tenía dos errores, y la repaso a fondo antes de imprimirla. Ahora está perfecta. Le preparo otro café, y le dirijo una elocuente mirada a Claire para hacerle saber que estoy metida en un buen lío. Suspiro profundamente, y entro de nuevo en su despacho.
– Mejor -murmura de mala gana mientras firma la carta-. Fotocópiala, archiva el original y envíala por correo a todos nuestros autores. ¿Entendido?
– Sí. -No soy una idiota-. Jack, ¿pasa algo?
Él levanta la vista, y sus ojos azules se oscurecen mientras repasan mi cuerpo de arriba abajo. Se me hiela la sangre.
– No.
Es una respuesta concisa, grosera y despectiva. Yo me quedo allí plantada como la idiota que decía no ser, y luego vuelvo a salir disparada de su despacho. Quizá él también sufra un trastorno de personalidad. Vaya por Dios, estoy rodeada. Voy hacia la fotocopiadora -en la que, naturalmente, el papel está atascado-, y en cuanto la arreglo, descubro que se ha terminado el papel. Hoy no es mi día.
Cuando por fin vuelvo a mi mesa y empiezo a ensobrar, suena la BlackBerry. A través del cristal de su despacho, veo que Jack está al teléfono. Contesto. Es Ethan.
– Hola, Ana. ¿Cómo fue anoche?
Anoche… Me viene a la mente una rápida secuencia de imágenes: Christian arrodillado, su confesión, su proposición, los macarrones con queso, mis lágrimas, su pesadilla, el sexo, tocarle…
– Eh… bien -murmuro de forma poco convincente.
Ethan se queda callado, y al final decide pasar por alto mi evasiva.
– Estupendo. ¿Puedo ir a recoger las llaves?
– Claro.
– Pasaré por ahí dentro de media hora. ¿Tendrás tiempo para un café?
– Hoy no. He llegado tarde y mi jefe está furioso como un oso al que le hubiera picado una ortiga el culo.
– Suena mal.
– Suena fatal -digo soltando una risita.
Ethan se ríe y me alegra un poco el ánimo
– Vale, nos vemos a las tres.
Y cuelga.
Levanto la vista y Jack me está mirando. Maldita sea. Le ignoro a conciencia y sigo ensobrando.
Al cabo de media hora suena el teléfono de mi mesa. Es Claire.
– Ha vuelto. Está aquí, en recepción. El dios rubio.
Después de toda la angustia que pasé ayer y del día que el malhumorado de mi jefe me está haciendo pasar, es una alegría ver a Ethan, aunque enseguida tenemos que despedirnos.
– ¿Nos veremos esta noche?
– Seguramente me quedaré con Christian.
Me ruborizo.
– Estás muy pillada, ¿eh? -comenta Ethan con cariño.
Me encojo de hombros. Si solo fuera eso… Y en ese momento me doy cuenta de que no solo estoy muy pillada: estoy pillada de por vida. Y lo más extraordinario es que Christian parece sentir lo mismo. Ethan me da un breve abrazo.
– Hasta luego, Ana.
Vuelvo a mi mesa, intentando digerir lo que acabo de descubrir. Oh, lo que daría por pasar un día sola para pensar en todo esto.
De pronto Jack aparece ante mí.
– ¿Dónde has estado?
– He tenido que ir un momento a recepción.
Me está poniendo realmente de los nervios.
– Quiero mi comida. Lo de siempre -dice con brusquedad, y vuelve a entrar en su despacho.
¿Por qué no me habré quedado en casa con Christian? La diosa que llevo dentro cruza los brazos y frunce los labios: ella también quiere saber la respuesta a eso. Cojo el bolso y la BlackBerry y me encamino hacia la puerta. Reviso mis mensajes.
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 09:06
Para: Anastasia Steele
Asunto: Te echo de menos
Mi cama es demasiado grande sin ti.
Por lo visto, al final tendré que ponerme a trabajar.
Incluso los presidentes megalómanos tienen cosas que hacer.
x
Christian Grey
Presidente mano sobre mano de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y otro de él, algo más tarde.
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 09:50
Para: Anastasia Steele
Asunto: La discreción
Es lo mejor del valor.
Por favor actúa con discreción… Tus e-mails de trabajo están monitorizados.
¿CUÁNTAS VECES TENGO QUE DECÍRTELO?
Sí. Mayúsculas chillonas, como tú dices. UTILIZA LA BLACKBERRY.
El doctor Flynn puede reunirse con nosotros mañana por la tarde.
x
Christian Grey
Todavía enfadado presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y otro más… oh, no.
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 12:15
Para: Anastasia Steele
Asunto: Nerviosismo
No he sabido nada de ti.
Por favor, dime que estás bien.
Ya sabes cómo me preocupo.
¡Enviaré a Taylor a comprobarlo!
x
Christian Grey
Muy ansioso presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Pongo los ojos en blanco, y le llamo. No quiero que se preocupe.
– Teléfono de Christian Grey, soy Andrea Parker.
Oh, me desconcierta tanto que no sea Christian quien conteste que me paro en seco en la calle, y el chico que va detrás de mí masculla enfadado y vira bruscamente para no chocar conmigo. Me refugio bajo el toldo verde de la tienda.
– ¿Hola? ¿Puedo ayudarla?
La voz de Andrea llena el incómodo silencio.
– Lo siento… Esto… esperaba hablar con Christian.
– En este momento el señor Grey está reunido -dice muy expeditiva-. ¿Quiere dejar un mensaje?
– ¿Puede decirle que ha llamado Ana?
– ¿Ana? ¿Es Anastasia Steele?
– Eh… Sí.
Su pregunta me confunde.
– Espere un segundo, señorita Steele.
Ella deja un momento el teléfono y yo escucho con atención, pero no oigo lo que pasa. Al cabo de unos segundos, Christian está al aparato.
– ¿Estás bien?
– Sí, estoy bien.
Él respira, aliviado.
– ¿Por qué no iba a estarlo, Christian? -murmuro para tranquilizarle.
– Siempre contestas enseguida a mis correos. Después de lo que te dije ayer, estaba preocupado -añade en voz baja, y luego habla con alguien de su despacho-. No, Andrea. Diles que esperen -ordena rotundo.
Oh, yo conozco ese tono de voz.
No oigo la respuesta de Andrea.
– No, he dicho que esperen -reitera con firmeza.
– Christian, ahora estás muy ocupado. Solo he llamado para decirte que estoy bien, en serio… solo que hoy he estado muy liada. Jack ha sacado el látigo. Esto… quiero decir…
Me ruborizo y me callo.
Pasa un buen rato sin que Christian diga nada.
– Así que el látigo, ¿eh? Bueno, hubo un tiempo en que le habría considerado un hombre muy afortunado -dice en un tono bastante sardónico-. No permitas que se te suba encima, nena.
– ¡Christian! -le riño, y sé que está sonriendo.
– Solo digo que le controles, nada más. Mira, me alegro de que estés bien. ¿A qué hora te recojo?
– Te mandaré un e-mail.
– Desde tu BlackBerry -dice con severidad.
– Sí, señor -replico a mi vez.
– Hasta luego, nena.
– Adiós…
Sigue al teléfono.
– Cuelga -le regaño, sonriendo.
Él suspira profundamente.
– Ojalá no hubieras ido a trabajar esta mañana.
– Yo pienso lo mismo. Pero estoy ocupada. Cuelga.
– Cuelga tú.
Puedo notar su sonrisa. Oh, el Christian juguetón. Adoro al Christian juguetón. Mmm… Adoro a Christian, punto.
– Ya estamos otra vez…
– Te estás mordiendo el labio.
Maldita sea, tiene razón. ¿Cómo lo sabe?
– ¿Ves?, tú crees que no te conozco, Anastasia. Pero te conozco mejor de lo que crees -murmura seductoramente, de esa forma que me deja sin fuerzas y hace que me derrita.
– Christian, ya hablaremos más tarde. Ahora mismo yo también desearía sinceramente no haberme ido esta mañana.
– Esperaré su correo, señorita Steele.
Cuelgo, y me apoyo en el frío y duro vidrio del escaparate de la tienda. Oh, Dios, incluso por teléfono me posee. Sacudo la cabeza para dejar de pensar en Christian Grey y entro en la tienda, deprimida al pensar de nuevo en Jack.
Cuando vuelvo, me pone mala cara.
– ¿Te parece bien que salga a comer ahora? -le pregunto cautelosa.
Él levanta la vista y me mira aún más malhumorado.
– Si no hay más remedio… -me suelta-. Cuarenta y cinco minutos. Para recuperar el tiempo que has perdido esta mañana.
– Jack, ¿puedo preguntarte una cosa?
– ¿Qué?
– Hoy pareces muy disgustado. ¿He hecho algo que te haya molestado?
Se me queda mirando.
– Ahora mismo no estoy de humor para hacer una lista de tus fallos. Tengo trabajo.
Devuelve la mirada a la pantalla de su ordenador, echándome claramente.
Por Dios… ¿Qué he hecho?
Me doy la vuelta y salgo de su despacho, y por un momento creo que voy a llorar. ¿Por qué de repente siente tanta aversión hacia mí? Me viene a la mente una idea muy desagradable, pero la ignoro. Ahora mismo no necesito pensar en sus tonterías… bastante tengo con lo mío.
Salgo del edificio en dirección al Starbucks más cercano, pido un café con leche y me siento junto a la ventana. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares. Escojo una canción al azar y pulso el botón de repetir para que suene una y otra vez. Necesito música para pensar.
Dejo vagar mi mente. Christian el sádico. Christian el sumiso. Christian el intocable. Los impulsos edípicos de Christian. Christian bañando a Leila. Esta última imagen me atormenta, y gimo y cierro los ojos.
¿Realmente puedo casarme con este hombre? Eso implica aceptar muchas cosas. Él es complejo y difícil, pero en mi fuero interno sé que no quiero dejarle, a pesar de todos sus conflictos. Nunca podría dejarle. Le amo. Sería como cortarme un brazo.
Nunca me había sentido tan viva, tan vital como ahora mismo. Desde que le conocí he descubierto todo tipo de sentimientos profundos y desconcertantes, y experiencias nuevas. Con Cincuenta nunca hay momentos de aburrimiento.
Recuerdo mi vida antes de Christian, y es como si todo fuera en blanco y negro, como los retratos de José. Ahora mi vida entera es en colores saturados, ricos y brillantes. Estoy planeando sobre un rayo de luz deslumbrante, la luz deslumbrante de Christian. Sigo siendo Ícaro, volando demasiado cerca de mi sol. Suelto un resoplido interno. Volar con Christian… ¿quién puede resistirse a un hombre que puede volar?
¿Puedo abandonarle? ¿Quiero abandonarle? Es como si él hubiera pulsado un interruptor que me iluminara por dentro. Conocerle ha sido todo un proceso de aprendizaje. He descubierto más sobre mí misma en las últimas semanas que en toda mi vida anterior. He aprendido sobre mi cuerpo, mis límites infranqueables, mi tolerancia, mi paciencia, mi compasión y mi capacidad para amar.
Y entonces la idea me impacta con la fuerza de un rayo. Esto es lo que él necesita de mí, a lo que tiene derecho: al amor incondicional. Nunca lo recibió de la puta adicta al crack… eso es lo que él necesita. ¿Puedo amarle incondicionalmente? ¿Puedo aceptarle tal como es, a pesar de todo lo que me contó anoche?
Sé que es un hombre herido, pero no creo que sea irredimible. Suspiro al recordar las palabras de Taylor: «Es un buen hombre, señorita Steele».
Yo he sido testigo de la contundente evidencia de su bondad: sus obras de beneficencia, su ética empresarial, su generosidad… y, sin embargo, él no es capaz de verla en sí mismo. No se cree en absoluto merecedor de amor. Conocer su historia y sus predilecciones me ha permitido atisbar el origen de su odio hacia sí mismo… por eso no ha dejado que nadie se le acercara. ¿Seré capaz de superar esto?
Una vez me dijo que no podía ni imaginar siquiera hasta dónde llegaba su depravación. Bueno, ahora ya me lo ha contado y, conociendo cómo fueron los primeros años de su vida, no me sorprende… aunque me impactó mucho oírlo en voz alta. Al menos me lo ha contado… y parece más feliz después de haberlo hecho. Ahora lo sé todo.
¿Eso devalúa su amor por mí? No, no lo creo. Él nunca se había sentido así, ni yo tampoco. Esto es nuevo para ambos.
Los ojos se me llenan de lágrimas al recordar que, cuando dejó que le tocara anoche, cayeron sus últimas barreras. Y que tuvo que aparecer Leila con toda su locura para que llegáramos a ese punto.
Tal vez debería estar agradecida. Ahora, el hecho de que él la bañara ya no me deja un sabor tan amargo. Me pregunto qué ropa le dio. Espero que no fuera el vestido de color ciruela. Me gusta mucho ese vestido.
Así que ¿puedo amar incondicionalmente a ese hombre con todos sus conflictos? Porque no merece menos que eso. Todavía tiene que aprender límites, y pequeñas cosas como la empatía, y a ser menos controlador. Dice que ya no siente la compulsión de hacerme daño; quizá el doctor Flynn pueda arrojar algo de luz sobre eso.
Fundamentalmente, eso es lo que más me preocupa: que necesite eso y que siempre haya encontrado mujeres afines que también lo necesitaban. Frunzo el ceño. Sí, esa es la seguridad que necesito. Quiero ser todas las cosas para este hombre, su Alfa y su Omega y todo lo que hay en medio, porque él lo es todo para mí.
Espero que Flynn pueda contestar a todas mis preguntas, y quizá entonces podré decir que sí. Christian y yo encontraremos nuestro propio trozo de cielo cerca del sol.
Contemplo el bullicio de Seattle a la hora de comer. Señora de Christian Grey… ¿quién lo iba a decir? Miro el reloj. ¡Oh, no! Me levanto de un salto y salgo corriendo hacia la puerta: llevo una hora entera sentada aquí… ¡qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Jack se va a poner como una fiera!
Vuelvo sigilosamente a mi mesa. Por suerte, él no está en su despacho. Parece ser que me voy a librar. Miro fijamente la pantalla de mi ordenador, tratando de que mi mente se ponga en modo trabajo.
– ¿Dónde estabas?
Pego un salto. Jack está detrás de mí con los brazos cruzados.
– En el sótano, haciendo fotocopias -miento.
Él aprieta los labios, que se convierten en una línea fina, inflexible.
– A las seis y media tengo que salir para el aeropuerto. Necesito que te quedes hasta entonces.
– De acuerdo.
Le sonrío con toda la amabilidad de la que soy capaz.
– Necesito una copia impresa de mi agenda de trabajo en Nueva York, junto con diez fotocopias. Y encárgate de que empaqueten los folletos. ¡Y tráeme un café! -gruñe, y entra con paso enérgico en su despacho.
Suelto un suspiro de alivio y, cuando cierra la puerta, le saco la lengua. Cabrón…
A las cuatro en punto, Claire llama desde recepción.
– Mia Grey te llama por teléfono.
¿Mia? Espero que no quiera que vayamos al centro comercial.
– ¡Hola, Mia!
– Ana, hola. ¿Cómo estás? -dice con entusiasmo desbordante.
– Bien. Tengo mucho trabajo hoy. ¿Y tú?
– ¡Estoy de lo más aburrida! Y, para entretenerme con algo, estoy organizando una fiesta de cumpleaños para Christian.
¿El cumpleaños de Christian? Vaya, no tenía ni idea.
– ¿Cuándo es?
– Lo sabía. Sabía que no te lo habría dicho. Es el sábado. Mamá y papá quieren que venga todo el mundo a comer para celebrarlo. Te estoy invitando oficialmente.
– Oh, eso es estupendo. Gracias, Mia.
– Ya he telefoneado a Christian y se lo he dicho, y él me ha dado tu teléfono de aquí.
– Genial.
Mi mente ya está dando vueltas: ¿qué demonios voy a comprarle a Christian por su cumpleaños? ¿Qué le compras a un hombre que tiene de todo?
– Y la próxima semana podríamos quedar para comer.
– Claro. ¿Y qué tal mañana? Mi jefe estará en Nueva York.
– Oh, eso sería fantástico, Ana. ¿A qué hora?
– ¿A la una menos cuarto?
– Ahí estaré. Adiós, Ana.
– Adiós.
Cuelgo.
Christian. Cumpleaños. ¿Qué demonios puedo comprarle?
De: Anastasia Steele
Fecha: 15 de junio de 2011 16:11
Para: Christian Grey
Asunto: Antediluviano
Querido señor Grey:
¿Cuándo, exactamente, pensaba decírmelo?
¿Qué debería comprarle a mi vejestorio por su cumpleaños?
¿Quizá unas pilas para el audífono?
A x
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 16:20
Para: Anastasia Steele
Asunto: Prehistórico
No te burles de los ancianos.
Me alegro de que estés vivita y coleando.
Y de que Mia te haya llamado.
Las pilas siempre van bien.
No me gusta celebrar mi cumpleaños.
x
Christian Grey
Presidente sordo como una tapia de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 15 de junio de 2011 16:24
Para: Christian Grey
Asunto: Mmm
Querido señor Grey:
Le imagino poniendo morritos mientras escribía esa última frase.
Eso ejerce un efecto sobre mí.
A xox
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 16:29
Para: Anastasia Steele
Asunto: Con los ojos en blanco
Señorita Steele:
¡¡¡UTILICE LA BLACKBERRY!!!
x
Christian Grey
Presidente de mano suelta de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Pongo cara de exasperación. ¿Por qué es tan susceptible con los e-mails?
De: Anastasia Steele
Fecha: 15 de junio de 2011 16:33
Para: Christian Grey
Asunto: Inspiración
Querido señor Grey:
Ah… No puede estar sin la mano suelta mucho tiempo, ¿verdad?
Me pregunto qué diría sobre eso el doctor Flynn.
Pero ahora ya sé qué voy a regalarte por tu cumpleaños… y espero que me haga daño…
;)
A x
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 16:38
Para: Anastasia Steele
Asunto: Angina de pecho
Señorita Steele:
No creo que mi corazón pueda aguantar la tensión de otro correo como este; ni tampoco mis pantalones, por cierto.
Compórtese.
x
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 15 de junio de 2011 16:42
Para: Christian Grey
Asunto: Pesado
Christian:
Intento trabajar para mi muy pesado jefe.
Por favor, deja de molestarme y de ser tan pesado tú también.
Tu último e-mail me ha puesto a cien.
x
P.D.: ¿Puedes recogerme a las 18:30?
De: Christian Grey
Fecha: 15 de junio de 2011 16:47
Para: Anastasia Steele
Asunto: Ahí estaré
Nada me complacería más.
En realidad, sí se me ocurren una serie de cosas que me complacerían más, y todas tienen que ver contigo.
x
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Al leer su respuesta, me ruborizo y sacudo la cabeza. Bromear sobre estas cosas por correo está muy bien, pero la verdad es que tenemos que hablar. Quizá después de mi charla con el doctor Flynn. Dejo la BlackBerry y doy por terminada mi pequeña reconciliación.
Hacia las seis y cuarto la oficina está desierta. He leído todo lo que me ha encargado Jack. He reservado un taxi para que le lleve al aeropuerto, y acabo de entregarle sus documentos. Echo una mirada ansiosa a través del cristal, pero él sigue concentrado en su llamada telefónica, y no quiero interrumpirle; no, visto el humor que tiene hoy.
Mientras espero a que termine, se me ocurre que hoy no he comido. Oh, no… eso no le sentará bien a Cincuenta. Me dirijo rápidamente hacia la cocina para ver si quedan galletas.
Estoy abriendo el tarro comunitario de galletas cuando Jack aparece de repente en el umbral de la cocina, mirándome fijamente.
Oh. ¿Qué está haciendo aquí?
Me fulmina con la mirada.
– Bueno, Ana. Creo que este es un buen momento para hablar de tus fallos.
Entra y cierra la puerta, e inmediatamente se me seca la boca y en mi mente suena una alarma fuerte e insistente.
Oh, no.
En sus labios se dibuja una sonrisa grotesca, y sus ojos tienen un brillo profundo e intenso de color cobalto.
– Por fin estamos a solas -dice, y se lame el labio superior muy despacio.
¿Qué?
– Ahora… ¿vas a ser buena chica y escucharás con mucha atención lo que te diga?