Capítulo 6

Liam la miró, advirtió las dudas que asomaban a sus ojos. No podía negar el deseo irracional de poseerla. Pero no era una simple necesidad física, algo que pudiera satisfacer con cualquier mujer. Tenía que ser Ellie Thorpe.

Para él no había ninguna más bella ni lista ni interesante en el horizonte. Había encontrado a la mujer que lo satisfacía en todos los sentidos. Y quería satisfacerla a ella. Pero se sentía inseguro. Ya no se trataba de sexo únicamente. Era algo nuevo… desconocido e inesperado.

– ¿Estás segura? -murmuró. Ellie dibujó una sonrisa dulce mientras le acariciaba el vello del pecho.

– ¿De que te deseo? No me cabe duda. Creo que nunca he estado más segura de nada en mi vida. Si tú estás seguro, claro.

Liam le puso un dedo bajo la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.

– Estoy seguro.

– Estamos hablando de sexo, ¿no? -preguntó entonces ella, con el ceño fruncido-. ¿No de dormir en la misma cama?

– Lo uno suele llevar a lo otro -contestó Liam-. Pero sí, estamos hablando de lo mismo.

– De acuerdo -Ellie suspiró-. Entonces decidido: creo que deberías llevarme a la cama.

Era increíble. Le encantaba lo directa que era, que no perdiera el tiempo con los jueguecitos habituales de las mujeres que había conocido hasta entonces. Con Ellie era muy fácil saber lo que estaba pensando, solía decirlo según le pasaba por la cabeza. Liam le puso las manos en las caderas y la acercó.

Se enrolló el bajo de la camiseta alrededor de los puños mientras volvía a besarla, demorándose sobre los labios para darle oportunidad de responder. A diferencia del encuentro en el cuarto de baño, Liam estaba decidido a ir despacio, a disfrutar de cada instante… de cada caricia… de cada beso largo y profundo.

La oyó emitir un débil gemido y pensó que perdería el control. De hecho, dudó si sería capaz de controlarse lo más mínimo una vez que entraran en el dormitorio. Quizá debieran quedarse en la cocina. El cuarto de baño había funcionado y la cocina no tenía por qué ser menos. Pero, al final, la levantó y, con las piernas de Ellie rodeándole la cintura, la llevó a la habitación, sujetándola con ambas manos bajo el trasero.

Nunca había llevado a una mujer a su cama. Siempre había sido como una regla no escrita. Pero Ellie estaba trastocando toda su vida… y Liam se alegraba del cambio.

La posó con suavidad en la cama, luego se agachó y le sacó la camiseta por encima de la cabeza. Se quedó sin respiración al ver sus hombros estrechos, aquellos pechos perfectos, el modo en que la piel le brillaba bajo la luz de la luna, que se filtraba por la ventana. Lentamente, paseó una mano por un hombro, brazo abajo. Ellie le agarró la mano y tiró de él con suavidad para que se pusiera encima.

Ya estaba duro, preparado, así que tenía que ir con cuidado. Y cuando Ellie se apoderó de su erección con la mano, palpándolo a través de los calzoncillos, Liam supo que estaba perdido. Gruñó, ella lo tomó como una invitación y empezó a masajearlo. De pronto, Liam se alegró de la prenda interior que lo separaba de las caricias de Ellie.

Apretó la boca contra su cuello, se deslizó hacia un hombro y luego bajó por su cuerpo, explorando cada centímetro, estimulándole los pezones con la lengua. Pero esa vez Ellie no se abandonó a su placer exclusivamente, sino que le devolvió cada beso, cada caricia.

Se iban turnando, trazando mapas erógenos alternativamente, bajo el ombligo, alrededor de los pezones, detrás del lóbulo de la oreja. Liam nunca le había dedicado tanto tiempo a los preliminares y estaba excitadísimo, al borde del precipicio a cada instante.

Y, entre tanto, Ellie no dejaba de pronunciar su nombre, de provocarlo, de decirle lo que le gustaba y preguntarle qué quería. Al principio le había dado vergüenza dar voz a sus necesidades, pero al cabo de un rato la excitación alcanzó tal punto, que no pudo contenerse.

Cuando introdujo la mano bajo las braguitas, Ellie gimió.

– Sí… ahí…, -murmuró casi sin aliento. Mientras la tocaba, Ellie estiró el elástico de los calzoncillos y metió los dedos. Liam encontró la entrada húmeda entre sus piernas y ella le frotó la erección de arriba abajo. Se obligó a contenerse, pues, de lo contrario, se habría desbordado sobre su mano. Y no era así como quería acabar. Le quedaban muchas cosas por compartir con Ellie esa noche y quería llevarlas todas a cabo.

– Despacio -le dijo-. Por Dios, Ellie, estoy al límite.

Resuelto a prolongar el acto, Liam no tuvo más remedio que poner fin a aquel tormento. Le apartó la mano, la agarró por la cintura y la volteó hasta ponérsela encima. Luego la miró a los ojos fijamente mientras recorría su cuerpo con las manos. Ellie sonrió, se inclinó hacia adelante y los pezones le rozaron el torso al besarlo.

– Dime qué quieres -murmuró ella.

– A ti. Entera.

– Creo que llevamos demasiada ropa encima.

– Puede que sí.

Ellie esbozó una sonrisa picara, metió los dedos bajo el elástico de los calzoncillos y los fue bajando, retrocediendo hasta estar sentada sobre sus pies. Luego volvió donde estaba, restregándose contra su cuerpo. Cuando le frotó la erección entre las piernas, Liam gimió. Pero Ellie tomó distancia para martirizarlo con los labios y la lengua.

Trató de serenarse, pero aquel tormento era excesivo.

– Ellie… no…

Pero era como si calibrase el punto justo de excitación, cuando debía frenar o pararse del todo. Luego volvió a acariciarlo con la boca y Liam se arqueó hacia ella como un náufrago arrastrado por una oleada de sensaciones. Hasta que, una vez más, Ellie se retiró, dejándolo al borde, a punto de explotar sin más avisos.

– Ellie, no… no me hagas esto…

Y, sin embargo, lo hizo. Lo dejó enfriarse unos segundos y volvió a calentarlo. Era como si quisiera demostrarse que podía devolverle todo el placer que le había proporcionado Liam en el cuarto de baño. Este apretó los dientes y contuvo la respiración. En el momento preciso en el que pensó que se derramaría, paró en seco.

– Estoy un poco cansada -lo provocó, escalando el colchón para tumbarse a su lado-. Deberíamos dormirnos ya.

– Eres la clase de mujer con la que mi padre me decía que no debía juntarme -contestó él en broma, apretando la erección contra su ombligo.

– ¿Siempre haces caso a tu papi?

– Nunca -dijo él.

– Entonces hazme el amor, Liam Quinn. Liam abrió el cajón de la mesilla de noche, sacó una caja de preservativos y se la entregó.

– Antes tenemos que protegernos.

Ellie sacó un paquete y lo rasgó con los dientes antes de enfundárselo, muy despacio. Liam le bajó las braguitas. Cuando por fin estuvieron completamente desnudos, supo que no podría esperar más. Volvió a colocarla encima de él, ansioso por que se sentara.

Ellie se agachó a besarlo al tiempo que se introducía hasta el fondo la erección. Y Liam le sujetó las caderas para que no empezase a moverse de inmediato. Pero ella no quería esperar. Se alzó y, con lentitud insoportable, bajó de nuevo hasta el final. Se le escapó un suave gemido y cerró los ojos.

Siguieron así un buen rato y Liam la contempló mientras en el rostro de Ellie se dibujaba una sonrisa. Sintió que se le hacía un nudo en el pecho y se incorporó para tocarla. La sonrisa de Ellie se expandió, luego empezó a moverse, sin prisa al principio, acelerando poco a poco.

Liam notaba el pulso en las sienes, un calor que lo estaba llevando al umbral. Pero quería aguantar. Quería poseerla, tocarle el corazón y compartir la liberación final.

A pesar de la pasión del momento, Liam era muy consciente de lo que estaba sintiendo. Y no se parecía a nada que hubiera experimentado antes. Aquel acto iba más allá del sexo. Habían derrumbado todas las barreras y eran dos almas fundiéndose en una.

Ellie emitió un gemido delicado, luego murmuró su nombre. Liam supo que estaba cerca de alcanzar el orgasmo y quiso esperar y sentirlo antes de desbordarse él. Pero entonces llegaron los espasmos, la notó estremecerse sobre su erección y supo que no podría esperar más.

Murmuró su nombre, la agarró por la cintura y la subió y bajó una última vez. La descarga fue tan potente, tan descomunal, que creyó que no terminaría nunca. Un mar de latigazos sacudió de placer su cuerpo y le hizo perder el sentido. No sabía quién era, qué estaba haciendo.

Y cuando Ellie se derrumbó sobre él, le acarició la nuca e intentó apaciguar el ritmo de la respiración. Nunca, jamás, en toda su vida había sentido nada igual. Quiso decírselo, explicarle lo que acababan de compartir, pero no encontró las palabras.

– Eres la clase de hombre con la que mi abuela me decía que no debía juntarme -susurró ella, cabeceando con la punta de la nariz sobre su cuello.

– ¿Y qué clase de hombre es esa?

– La clase de hombre que me hace olvidar que soy una buena chica -contestó sonriente.

– Eres una chica muy buena -contestó él-. Pero puedes ser muy, muy mala.

– Y puedo ser mucho peor -Ellie soltó una risilla-. Espera unos minutos, que me recupere.


Notó los labios de Liam sobre el hombro, en el cuello después. Ellie abrió los ojos despacio a la luz del amanecer. Liam estaba a su lado, tumbado en la cama, con unos vaqueros y una camiseta. Lo miró a los ojos y sonrió.

– Buenos días -dijo con alegría.

– Buenos días -Liam le dio un besito rápido en los labios.

– ¿Qué hora es?

– Las nueve y pico. Sigue durmiendo -contestó mientras le retiraba un mechón de pelo que le caía sobre los ojos-. Dios, qué bonita estás por la mañana.

Ellie se ruborizó. Sabía muy bien la pinta que tenía al despertar y él sí que estaba irresistible. Pero eso era lo que le encantaba de Liam. La hacía sentirse la mujer más bella del mundo.

– Hasta que me peino y me tomó un café, soy un monstruo -bromeó.

– Entonces más vale que te traiga un café. Y algo de comer.

– Voy a darme una ducha. Liam la agarró por la cintura y se puso encima. Luego le dio un beso delicado.

– Si me esperas, te enjabono la espalda.

– Hecho.

– Vuelvo en seguida -dijo después de darle otro besito-. No te muevas.

Ellie lo miró salir de la habitación. Luego, suspiró contra la almohada. Había sido una noche maravillosa. Tal como había imaginado. ¿Cómo no iba a serio con un hombre tan fascinante? Era tan guapo y atractivo, y le había hecho unas cosas tan…

Ellie gimió, se incorporó sobre la cama y se retiró el pelo de la frente. Liam la encontraría en la cama cuando volviese, pero al menos tenía tiempo de cepillarse los dientes y peinarse. Salió de la cama, se puso la camiseta que Liam le había dejado el día anterior, agarró el neceser y se metió en el cuarto de baño.

Pero, en vez de abrir la segunda puerta de la izquierda, abrió la primera y entró en una habitación iluminada únicamente con una luz roja en la pared del fondo. Se dio la vuelta para salir, pero, en el último momento, le pudo la curiosidad. Había fotos colgadas y la única ventana estaba pintada de negro. ¡Estaba en el cuarto oscuro de Liam!

Intrigada, examinó las fotografías que se extendían de pared a pared. Los retratos de personas anónimas eran los más llamativos: camareras, basureros, guardias de tráfico. Había ido a más de una galería de arte en Nueva York y la obra de Liam era tan buena como la que se exponía en aquellas salas.

Tenía talento y, a través de sus fotos, pudo intuir algo de su personalidad. A través del objetivo, era capaz de ver cosas que un observador normal no captaba, la belleza de la vida cotidiana, una integridad que hablaba más de él que de los objetos retratados.

Se giró hacia unas fotos que colgaban sobre la mesa. Estaban tomadas de lejos y un poco desenfocadas. Se acercó e intentó averiguar qué le llamaba tanto la atención. De pronto, sintió un nudo en el estómago. Agarró una de las fotografías, fue a la entrada y encendió la luz.

– ¡Dios'. -murmuró. Aquella no era una foto de una persona cualquiera. ¡Era una foto de ella!, ¡en bata'., ¡en el apartamento!

Corrió de vuelta a la mesa y empezó a descolgar hasta la última foto. Todas de ella, algunas en el apartamento, otras delante del portal, con más o menos ropa. Pasó un buen rato hasta que logró respirar con normalidad. Tenía la cabeza obturada, el corazón detenido. Podía ser que tuviera talento, ¡pero también era un voyeur pervertido!

Ellie respiró profundamente, tratando de serenarse. Agarró las fotos y los negativos, resuelta a robar hasta la última imagen de ella. Cuando terminó, regresó al dormitorio.

Había estado tan preocupada por su seguridad que no había reconocido el auténtico peligro. En menos de dos minutos, se vistió y guardó sus cosas en la mochila, fotografías y negativos incluidos. Entonces oyó que se abría la puerta de la entrada, unas pisadas en el salón. Maldijo en voz baja. Habría preferido marcharse sin tener que hacerle frente. Al fin y al cabo, un hombre que la fotografiaba a escondidas podía ser realmente de temer. Haría trizas las fotos, se las tiraría a la cara y se iría, amenazándolo con llamar a la policía si intentaba volver a acercarse.

– Así aprenderá.

Pero no fue a Liam con quien se encontró en el salón, sino a Sean. Parecía sorprendido, a pesar de que sabía que había pasado la noche allí. Ellie le puso las fotos delante de las narices.

– Quiero que le digas al psicópata de tu hermano que sé lo que ha hecho. Si no quiere terminar en la cárcel o en algún centro psiquiátrico, más vale que se aleje de mí.

Sean abrió la boca, luego la cerró sin decir palabra.

– De acuerdo.

Ellie se guardó las fotos, abrió, salió y cerró de un portazo. Pero al llegar a la acera, no supo qué hacer. No tenía coche, no veía ningún taxi ni parada de autobús alguna y no sabía bien dónde se encontraba.

– No debería haber venido a Boston -murmuró mientras echaba a andar calle abajo-. Debería haberme quedado en Nueva York, seguir con mi trabajo y soportar a Ronald Pettibone. Este viaje estaba maldito desde el principio.

No le había costado tanto superar los dos allanamientos, el intento de atropellamiento o el incidente del ladrillo teniendo a Liam Quinn al lado, como premio de consolación. Pero de pronto tenía que añadirlo a la lista de desastres que la habían perseguido desde que había llegado a Boston.

– No puedo creer que haya confiado tanto en él -Ellie se mordió el labio inferior para que no le temblara-. No puedo creer que me haya acostado con él.

Su historial con los hombres había pasado de malo a absolutamente lamentable. Se había jurado no tener aventuras en un año, darse un tiempo para recuperarse. Pero Liam Quinn había resultado demasiado dulce y encantador, increíblemente heroico.

Mientras andaba, empezó a repasar los acontecimientos de los anteriores días desde otra perspectiva. Sí, era verdad que la había rescatado más de una vez. Pero quizá lo había planeado todo para llevársela a la cama.

– Maldita sea -murmuró-. Podría ser un psicópata pervertido.

Aceleró el paso, encaminándose hacia una calle ancha con tráfico. Cuando por fin vio a una pareja de ancianos, se acercó, les explicó adonde quería ir y le indicaron la parada más cercana para ir al centro de Boston.

Pero una vez en el autobús, dudó si de veras quería volver al apartamento. Quizá debía irse de Boston, dejarlo todo atrás y empezar de cero en cualquier otra ciudad. En Chicago o San Francisco. Hasta podía volver a Nueva York. Allí tenía amigos, le resultaría más fácil encontrar trabajo. Y volvería a la rutina de antes… sin Ronald Pettibone, sin hombres. Llevaba encima el bolso y las tarjetas de crédito. El resto de las cosas le daban igual.

No paró de darle vueltas a la cabeza. Podía hacerlo. Y de ese modo se aseguraría de no volver a ver a Liam. Miró por la ventanilla el tráfico de una mañana de lunes. Quizá fuera hora de dar otro giro a su vida.


Liam abrió la puerta con el pie y entró. Llevaba dos tazas de café en una mano y una bolsa con donuts sujeta entre los dientes. Sacó las llaves de la cerradura con la mano libre, cerró. Al llegar al salón, lo sorprendió encontrarse con Sean.

– Buenos días -dijo Liam tras dejar la bolsa de donuts sobre la mesa.

– Buenas.

– No sabía que fueras a venir tan pronto. Te habría traído un café. ¿Cuándo has llegado?

– Hace un rato.

– ¿Algo nuevo sobre Pettibone? -susurró Liam.

– No de momento.

– Bueno, me encantaría quedarme, pero tengo que servir un desayuno -dijo Liam, camino del dormitorio.

– Se ha ido.

– ¿Se ha ido? -Liam frenó en seco y se giró hacia su hermano-. ¿Qué le has dicho?

– Nada. Pero ella tenía un montón de cosas que decirte. Me da que entró en el cuarto oscuro.

– ¡Maldita sea!

– ¿Qué es lo que ha visto?

– Revelé las fotos que le había hecho desde el desván y estaba muy… ligera de ropa.

– ¿Estaba desnuda?

– No, ¿me tomas por un pervertido?

– Ella sí. Cree que eres un psicópata. Un gusano.

– ¿Ha dicho eso? -Liam cerró los ojos y gruñó.

– No, pero estoy seguro de que lo piensa. ¿Cómo has podido fastidiarlo todo de esta manera?

Liam le lanzó la bolsa de donuts con todas sus fuerzas, pero Sean la agarró al vuelo con reflejos.

– Gracias. Me muero de hambre.

– Tengo que encontrarla -dijo Liam-. Tengo que explicárselo.

– ¿No irás a decirle la verdad?

– No sé lo que le voy a decir -Liam se encogió de hombros-. Pero tengo que encontrar alguna forma de explicárselo.

– Te gusta mucho, ¿verdad? -dijo Sean.

– Eso es poco -murmuró mientras sacaba del bolsillo las llaves y salía del apartamento.

Condujo de Southie a Charlestown en tiempo récord, sorteando el tráfico mientras trataba de decidir qué le diría a Ellie. Al principio pensó en contárselo todo y confiar en que su instinto no le fallara. Pero si resultaba que al final sí había robado en el banco, Ellie no tendría más remedio que huir y no volvería a verla.

Con las demás mujeres siempre había sido todo muy sencillo. Pero Ellie era distinta. Lo hacía sentirse confundido, emocionado, frustrado y satisfecho todo a la vez. Y la idea de perderla le revolvía el estómago.

Se había enamorado de muchas mujeres… o había creído que lo estaba. Pero nada era comparable con lo que había llegado a sentir por Ellie en tan poco tiempo. ¿Sería amor de verdad la sensación perturbadora que lo invadía siempre que estaba con ella?

Apenas habían pasado dos semanas desde que la había conocido. La gente no se enamoraba tan rápidamente. Liam se acordó de las historias de su padre sobre la maldición de los Increíbles Quinn. Seamus Quinn los había prevenido contra los peligros de sucumbir al poder de una mujer. Y, por primera vez en su vida, Liam comprendía a qué se refería su padre. Todo apuntaba a que aquello acabaría fatal y se le partiría el corazón.

Tenía que ser realista. Ellie podía ser procesada por malversación un mes después. Y al siguiente estar en la cárcel. Quizá por eso se había confiado. De alguna manera, había sabido que todo podía acabar en cualquier momento.

Aparcó frente al apartamento de Ellie en Charlestown y salió del coche. Corrió hasta el portal, apretó el botón del telefonillo y rezó en silencio para que lo dejara entrar. Pero no obtuvo respuesta. O se negaba a contestar o no había llegado aún.

– O se ha esfumado ya -murmuró. Maldijo para sus adentros y se sentó en el escalón superior de la entrada, decidido a esperarla.

Solo llevaba un par de minutos cuando empezó a llover. Liam se levantó y cruzó la calle. La esperaría en el desván. Así, cuando Ellie volviera, ya le habría dado tiempo a pensar lo que quería decirle.

Mientras subía las escaleras, no pudo evitar recordar la noche anterior. Se había sentido tan bien junto a ella. Era como si sus cuerpos hubiesen sido diseñados para estar el uno con el otro. Cada curva, cada centímetro de su piel se había adaptado a la perfección. Todavía podía sentir su piel bajo las manos, el pelo entre los dedos, su calor mientras se movía dentro de ella. E, incluso en esos momentos, deseó volver a poseerla.

Abrió la puerta del desván y entró. La pieza seguía tan fría y húmeda como recordaba. Sean había instalado una cámara de vídeo y Liam la enfocó hacia el apartamento de Ellie. Luego agarró una silla, la arrimó a la ventana y se sentó a esperarla. Pasó una hora. Y luego otra. Liam empezó a preocuparse. Quizá se hubiera dado a la fuga. Tal vez hubiera llamado a Ronald y hubieran decidido que había llegado el momento de largarse.

Era frustrante. Estaba convencido de que no era una malversadora, pero no lo habría jurado sin una pizca de duda. Maldijo en voz baja y fijó la vista en el principio de la calle. Cuanto más esperaba, más tonto se sentía.

Hasta que vio a una persona doblando la esquina. La reconoció por los andares, por ese paso firme y rápido. Llenó los pulmones de aire y lo expulsó. Aunque llegaba dos horas tratando de decidir cómo explicarse, de pronto no sabía si lo conseguiría.

¿Pero qué tenía que perder? Si de verdad era una delincuente, daba igual lo que le explicara. Y si no lo era, había metido la pata de tal modo, que sería muy difícil arreglarlo. Ellie no volvería a confiar en él.

La vio subir los primeros escalones de acceso al portal. Y, de pronto, se paró. Se dio la vuelta despacio y alzó la vista hacia el edificio en que se encontraba él. Liam contuvo la respiración y esperó.

Pensó en apartarse de la ventana, pero luego se le ocurrió abrir la cortina del todo, exponerse a la vista y rezar para que Ellie aceptara el desafío. Esta cruzó la calle. Cuando oyó pisadas por las escaleras, se giró hacia la puerta. Segundos después la vio entrar.

Estaba tan bella, con el pelo mojado y las mejillas encendidas, y tan enfadada. Los ojos le brillaban de furia. Fijó la mirada en la cámara de vídeo, cruzó el desván y miró por el objetivo.

– Debes de tener una colección estupenda -dijo con sarcasmo-. Fotos y vídeo.

– No es lo que piensas, Ellie.

– ¿Ah, no? No tienes ni idea de lo que pienso.

– Puedo imaginarlo -contestó él-. Pero no es tan terrible.

– Ah, estupendo -dijo Ellie con los ojos anegados de lágrimas-. Porque a mí me parece espantoso. A mí me parece que has estado espiándome, haciéndome fotos, invadiendo mi intimidad ¡como un pervertido! ¿Qué clase de fotos has hecho?, ¿piensas ponerlas en Internet?, ¿o solo son para tu disfrute particular? -añadió al tiempo que agarraba la cámara, trípode y todo.

Liam sintió que el corazón se le encogía. Nunca se le había dado bien tratar con mujeres emotivas. Y una vez que empezaban a llorar, se quedaba sin palabras.

– Ellie, si pudieras…

– Confiaba en ti. Te dejé entrar en mi casa. Y en mi cuerpo -Ellie sacó la cámara y el trípode por la ventana y los dejó caer al vacío.

– No era mía -dijo Liam-. Era la cámara de Sean. Aunque supongo que da igual.

– ¿Por qué me has hecho esto? -preguntó y le impidió responder-. No, no te molestes. No quiero saberlo. A partir de ahora, desaparece de mi vida.

Luego se dio la vuelta y echó a andar hacia la puerta. Pero Liam se adelantó para bloquearle el paso.

– Déjame que te explique.

– No sé por qué pensé que eras distinto. Pero jamás imaginé que fueras… raro. Estás enfermo, necesitas ayuda -dijo Ellie sin dejar de llorar. Luego intentó sortear a Liam, pero este no se lo permitió-. Deja que salga o me pondré a gritar.

– Maldita sea, Ellie, quiero explicártelo.

– Adelante. Dime que no eres un pervertido. Dime que…

– Te estaba vigilando -la interrumpió Liam-. Sean es detective privado y me pidió que le echara una mano con un caso. Lo contrató el banco Intertel de Manhattan.

– E… era mi banco.

– Lo sé. Y nada más irte, descubrieron un agujero de doscientos cincuenta mil dólares. Malversación de fondos. Y creen que eres la responsable. Ronald Pettibone y tú.

– ¿Crees que he robado doscientos cincuenta mil dólares?

– Ellos lo creen. El banco. Y mi hermano – Liam respiró hondo-. Si me dices que no lo has hecho, te creeré.

Lo miró un buen rato, dubitativa. Luego sacudió la cabeza.

– No tengo por qué decirte nada. No te debo ninguna explicación. No después de lo que me has hecho -contestó. Luego le dio un empujón y aprovechó para escapar.

Pero Liam no estaba dispuesto a dejar las cosas así. Necesitaba una respuesta. Corrió tras ella, bajando los escalones de dos en dos, hasta que le dio alcance en el rellano del segundo piso.

– Dime la verdad, Ellie. ¿Robasteis el dinero?

– No vuelvas a acercarte a mí. Si te vuelvo a ver en la calle o en este desván, llamaré a la policía. Y esta vez no te librarás de la cárcel.

Echó a correr de nuevo y Liam maldijo cuando oyó la puerta de abajo cerrarse. Contuvo las ganas de perseguirla. Quizá fuese mejor darle tiempo. Pero no estaba de humor para esperar. En ningún momento había llegado a decir que no hubiera robado el dinero. ¿De veras había pensado que lo admitiría? Pero, ¿habría cambiado algo si lo hubiese hecho?

Suspirando, empezó a bajar las escaleras. Cuando llegó a la calle, recogió la cámara: tenía un lado destrozado, y el trípode estaba doblado. Un precio bajo por el daño que su hermano le había hecho a Ellie Thorpe.

Sacudió la cabeza. ¿Y qué pasaba con el engaño de ella? No había negado que estuviese involucrada. Ni siquiera se había excusado. ¿Cuánto le costaría?, ¿diez, quince años en la cárcel? ¿Y cuánto tiempo tardaría él en olvidarla? De alguna manera, sospechaba que lo mismo.

– Nunca debí aceptar ayudarlo -murmuró-. Debería haber dejado que Sean hiciera el trabajo solo.

Aunque ya se había gastado parte del adelanto que Sean le había dado, conservaba la mayor parte del dinero en su cuenta corriente. Si se lo devolvía, descontando el precio de una cámara de vídeo nueva, quizá pudiera retomar su vida con normalidad. Pero antes se pasaría la tarde y la noche haciendo lo que mejor sabía: ocupando un taburete en el pub.

Se olvidaría de Ellie y de todo lo que había ocurrido entre los dos… aunque tuviera que acabar con todas las existencias de Guinness.

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