CAPITULO UNO

EL VERANO BESABA suavemente el día, tres mil setecientos sesenta y un pasajeros cruzaron el puerto de New York en el ferry de Staten Island. Dos de ellos tenían el asesinato en sus mentes.

Los otros tres mil setecientos cincuenta y nueve a bordo del ferry de color naranja brillante bautizado como el de Hillary Rodham Clinton estaban simplemente de paseo. La mayoría eran turistas que tomaban alegremente videos y fotos de la figura de Manhattan en el horizonte o del símbolo icónico de la libertad, La Estatua de la Libertad.

Incluso en 2060, casi dos siglos después de que ella hubiera recibido a los primeros inmigrantes esperanzados a un nuevo mundo, nada superaba a La señora.

Los que competían por las mejores vistas comían patatas de soja, bebiendo tubos de refrescos de dieta del puesto de bebidas, mientras que el ferry bajo el cielo azul remontaba plácidamente a lo largo de las aguas tranquilas.

Con el sol ardiente flameando, el olor de protector solar se mezclaba con el olor del agua, muchos se agolpaban en la cubierta durante el viaje de veinticinco minutos desde Manhattan a Staten Island. Un turbo habría tomado la mitad del tiempo, pero en el ferry no se trataba de la conveniencia. Se trataba de la tradición.

La mayoría pensaba bajar en St. George, en la atestada terminal, y luego simplemente subir de nuevo para completar el viaje de vuelta. Era gratis, era verano, y era una manera bonita para pasar una hora.

Algunos pasajeros iban a sus trabajos, evitando los puentes, turbos, o los tranvías de aire, se sentaban en el interior, lejos de las muchedumbres más grandes, y pasaban el tiempo con sus PPC o enlaces.

El verano significaba más niños. Los bebés lloraban o dormían, los niños se quejaban o se reían, y sus padres trataban de distraer a los aburridos o rebeldes, señalando la gran dama o un barco que pasaba.

Para Carolee Grogan de Springfield, Missouri, el paseo en ferry era un punto más en su lista de lo que debían hacer durante las vacaciones familiares, y que ella había presionado por hacer. Otros puntos que estaban incluidos eran subir a la cima del Edificio Empire State, el zoológico de Central Park, el Museo de Historia Natural, ir a San Patricio, el Museo Metropolitano de Arte (aunque ella no estaba segura de que pudiera arrastrar con éxito a su marido y sus hijos de diez y siete años de edad a este), Ellis Island, Memorial Park, un espectáculo de Broadway – a ella no le importaba cual – e ir de tiendas a la Quinta Avenida.

En espíritu de equidad, había añadido un partido de béisbol en el Estadio de los Yankee, y había plenamente aceptado que tendría que recorrer la catedral de Tiffany sola mientras su pandilla golpeaba el cielo de los vídeos de Times Square.

A los cuarenta y tres, Carolee estaba viviendo un sueño largamente acariciado. Finalmente había fastidiado y empujado a su marido al este del Mississippi.

¿Podría Europa ser lo siguiente? Cuando ella empezó a tomar una instantánea de sus “muchachos”, como llamaba a Steve y sus hijos, un hombre que estaba cerca se ofreció a sacar una de toda la familia. Carolee feliz le entregó su cámara, posó con sus hijos con la Dama de la Libertad detrás de ellos.

– Ves-. Ella codeo a su marido, que ya se volvía a mirar hacia el agua.

– Él era agradable. No todos los neoyorquinos son groseros y desagradables-.

– Carolee, era un turista, al igual que nosotros. Es probable que sea de Toledo o de alguna otra parte. -

Pero el sonreía cuando lo dijo. Era más divertido forcejear un poco que admitir que estaba pasando un buen momento.

– Yo le voy a preguntar.-

Steve se limitó a menear la cabeza mientras su esposa se acercó a charlar con quien les saco la foto. Carolee era así.

Ella podía -y lo hacía- hablar con cualquiera, en cualquier lugar y de cualquier cosa.

Cuando volvió, le ofreció una sonrisa de suficiencia a Steve. -Él es de Maryland, pero…, -añadió con un movimiento rápido de sus dedos, -ha vivido en Nueva York durante casi diez años. Va a Staten Island para visitar a su hija. Ella acaba de tener un bebé. Una niña. Su esposa ha estado viviendo con ellos en los últimos días para ayudar, y ella le encontrara en la Terminal. Es su primer nieto.-

– ¿Pudiste averiguar cuánto tiempo ha estado casado, dónde y cómo conoció a su esposa?, ¿que votó en las últimas elecciones?-, Ella rió y le dio otro pequeño empuje a Steve.

– Tengo sed-.

Ella miró a su hijo menor. -Sabes, yo también. ¿Por qué no voy a buscar algunas bebidas para todo el mundo?-. Ella agarró su mano y se deslizo a través de la gente que se apiñaba en la cubierta.

– ¿Estas pasando un buen momento, Pete?-

– Es estupendo, pero realmente quiero ir a ver a los pingüinos-.

– Mañana, a primera hora-.

– ¿Podemos tomar un perro de soja?-

– ¿Dónde los metes? Comiste uno hace una hora. -

– Huelen bien.-

Las vacaciones significaban indulgencia, decidió. -Perros de soja serán entonces-.

– Pero tengo que hacer pis.-

– Está bien.- Como madre veterana, ella había averiguado la ubicación de los baños cuando subieron al ferry. Ahora se desvió para orientarlos hacia las instalaciones más cercanas. Y, por supuesto, ya que Pete lo había mencionado, ahora ella tenía que hacer pis. Señaló hacia el baño de hombres.

– Si sales primero, te quedas parado aquí. ¿Te acuerdas lo que lleva puesto el personal del ferry, los uniformes? Si necesitas ayuda, ve derecho a uno de ellos. -

– Mamá, yo solo voy a hacer pis-.

– Bueno, yo también voy. Me esperas aquí si sales primero-.

Ella lo vio entrar, sabiendo muy bien que él puso los ojos en blanco al momento de estar de espaldas a ella. Esto la divertía y se volvió hacia el baño de mujeres. Y vio la señal de Fuera de Servicio.

– Diablos-.

Ella considero sus opciones. Aguantarse hasta que Pete saliera, entonces aguantar un poco más mientras conseguían los perros y las bebidas, – porque de lo contrario el gemiría y se pondría de mal humor – y luego, recorrer el camino al otro baño.

O… Tal vez podría simplemente echar una mirada. Seguramente no todos los puestos estaban fuera de servicio. Sólo necesitaba uno.

Abrió la puerta apresuradamente. No quería dejar solo a Pete durante mucho tiempo.

Dio la vuelta a la línea de los lavamanos, en su mente pensaba en conseguir la comida y regresar rápido para ver cuando entraban en Staten Island.

Se detuvo en seco, sus extremidades congeladas en estado de shock. Sangre, pensó ella, sólo podía pensar en que había mucha sangre. La mujer en el suelo parecía bañada en ella.

El hombre de pie sobre el cuerpo tenía un cuchillo todavía goteando en una mano y un aturdidor en la otra.

– Lo siento-, dijo él, y en su sorprendida mente, parecía sincero.

Mientras Carolee aspiraba el aire para gritar, dio un paso para girarse, y él disparo el aturdidor.

– Realmente lo siento mucho-, dijo cuando Carolee cayó al suelo.


Corriendo a través del puerto de Nueva York en un turbo no era cómo la Teniente Eve Dallas esperaba pasar su tarde. Había actuado como ayudante esa mañana, con su compañera como primaria, en el desafortunado fallecimiento de Vickie Trendor, la tercera esposa del impenitente Alan Trendor, quien le había destrozado el cráneo con una botella barata de chardonnay de California.

Según el nuevo viudo, no era exacto decir que él la había golpeado hasta sacar su cerebro, cuando simplemente no había tenido algo de cerebro para empezar.

Mientras que el fiscal y el abogado de la defensa elaboraban un acuerdo de culpabilidad, Eve había hecho un hueco en trabajo administrativo, discutió la estrategia con dos de sus detectives en un caso en curso y felicitó a otro por cerrar uno. Un muy buen día, según su valoración.

Ahora, ella y Peabody, su pareja, corrían sobre el agua en un barco – que consideraba como del tamaño de una tabla de surf – hacia el casco de color naranja de un ferry detenido a mitad de camino entre Manhattan y Staten Island.

– ¡Esto es absolutamente magnifico!- Peabody estaba cerca de la proa, su rostro de mandíbula cuadrada levantado al viento, su corto cabello, agitándose al vuelo.

– ¡Jesús, Dallas!- Peabody bajo sus gafas de sol hasta su nariz, dejando al descubierto sus encantadores ojos marrones.

– Conseguimos un paseo en barco. Estamos en el agua. La mitad del tiempo uno se puede olvidar que Manhattan es una isla. -

– Eso es lo que me gusta de ella. Hace que te preguntes, ¿por qué no se hunde? Con todo ese peso… los edificios, las calles, la gente. Debería hundirse como una piedra.-

– Vamos.- Con una sonrisa, Peabody empujó las gafas en su lugar. -La Estatua de la Libertad-, señaló. -Ella es lo mejor-.

Eve no se lo discutiría. Ella estuvo a punto de morir en el interior del monumento, combatiendo a terroristas radicales empeñados en volarla. Incluso aun, mientras miraba sus líneas, su esplendor, veía a su marido, sangrando, y aferrándose a un saliente de su cara orgullosa.

Habían sobrevivido a eso, se dijo, y Roarke había desarmado la bomba, salvando el día. Los símbolos importaban, y debido a que habían luchado y sangrado, la gente podría traquetear en el ferry todos los días y tomar sus fotos de la libertad.

Eso estaba bien, eso era el trabajo. Lo que ella no entendía era porque Homicidios tenía que salir de la isla debido a que los policías del Departamento de Transporte no podían encontrar a un pasajero.

Sangre por todas partes en un cuarto de baño y una mujer desaparecida. Interesante, seguro, decidió ella, pero realmente no era su terreno. De hecho, no era su terreno en absoluto. Era agua. Era un gran bote naranja en el agua.

¿Por qué no se hundían los barcos? Un pensamiento errante le recordó que a veces lo hacían, y decidió no pensar en eso.

Cuando el turbo se acercó al gran bote naranja, noto a la gente ubicada a lo largo de las hileras de las barandillas de la cubierta. Algunos de ellos saludaban con la mano.

A su lado, Peabody les devolvió el saludo.

– Ya basta-, ordenó Eve.

– Lo siento. Es instintivo. Parece que el DOT [1] envió refuerzos-, comentó, señalando a los turbos en la base de un ferry con el logotipo del Departamento de Transporte estampado en el casco.

– Espero que ella no se cayera. O saltara. Pero alguien hubiera notado eso, ¿verdad? -

– Lo más probable es que ella se alejara de las zonas de pasajeros, se perdiera y esté tratando de caminar de regreso.-

– La sangre-, le recordó Peabody, y Eve encogió de hombros.

– Vamos a esperar y ver-

Esto, también era parte del trabajo… el esperar y ver. Había sido policía durante doce años y conocía el riesgo de sacar conclusiones precipitadas.

Ella cambió su peso cuando el turbo desaceleró, equilibrando las largas piernas mientras revisaba las barandillas, los rostros, las áreas abiertas. Su pelo corto revoloteaba alrededor de su cara, mientras que sus ojos dorados – total y completamente de policía – estudiaban lo que podría o no podría ser una escena del crimen.

Cuando el turbo se detuvo, ella bajó.

Valoro al hombre que dio un paso adelante para ofrecerle su mano, como a final de los veinte años. Llevaba pantalones caqui informales de verano y camisa celeste también con el emblema del DOT. Cabello desteñido por el sol enmarcaba un rostro bronceado por el sol o el diseño. Pálidos ojos verdes contrastaban con el tono bronceado, y le añadían intensidad.

– Teniente, Detective, soy el Inspector Warren. Me alegro de que estén aquí.-

– ¿No ha localizado a su pasajero, Inspector?-

– No. La búsqueda está todavía en curso-. Hizo un gesto para que caminaran con él. -Hemos sumado una docena de oficiales del DOT a la tripulación de a bordo para completar la búsqueda, y para asegurar el área donde se vio por última vez a la mujer desaparecida.-

Ellos subieron por unas escaleras.

– ¿Cuántos pasajeros a bordo?-

– La máquina expendedora de ticket contabilizo que tres mil setecientos sesenta y uno abordaron en Whitehall-.

– Inspector, no es el procedimiento regular llamar a Homicidios por un pasajero desaparecido.-

– No, pero nada de esto sigue el SOP (procedimiento operativo estándar). Tengo que decirle Teniente, que no tiene sentido-. Tomó el siguiente tramo de escaleras, mirando por encima de la gente que se abrazaba a la barandilla.

– No me importa admitir que esta situación está por encima de mi alcance. Hasta ahora, la mayoría de los pasajeros están siendo pacientes. Son, en su mayoría, turistas, y esto es una especie de aventura. Pero si mantenemos el ferry aquí por mucho tiempo, esto no va a ser bonito.-

Eve subió a la cubierta siguiente donde los oficiales del DOT habían acordonado el paso. -¿Por qué no me da un resumen, Inspector?-

– La mujer desaparecida es Carolee Grogan, turista de Missouri, abordo con su esposo y dos hijos. Cuarenta y tres años. Tengo su descripción y una foto tomada a bordo de esta tarde. Ella y su hijo menor fueron a buscar bebidas, pasando por el baño primero. Él entró en el de los hombres, y ella iba a entrar en el de las mujeres. Le dijo que esperara a un costado si salía primero. Él esperó, y ella no salió.-

Warren se detuvo fuera de la zona de los baños, cabeceo hacia otro funcionario del DOT en la puerta del baño de mujeres. -Nadie entro ni salió tampoco. Después de unos minutos, él la llamo a su enlace. Ella no respondió. Llamó a su padre, y el padre y el otro hijo vinieron. El padre, Steven Grogan, le preguntó a una mujer… ¡ah!, Sara Hunning… si podía entrar y chequear a su esposa.-

Warren abrió la puerta. -Y esto es lo que ella encontró dentro.-

Eve camino detrás de Warren. Ella olió inmediatamente la sangre. Un policía de homicidios tenía nariz para esto. Agriaba el olor cítrico-estéril del aire en la sala blanca y negra con fregaderos de acero, y alrededor de la pared que dividía los sanitarios de blancas puertas. Inundaba el piso, un charco oscuro que serpenteaba a través del piso blanco, cuchilladas sobre las puertas, y en la pared opuesta, como un graffiti abstracto.

– Si eso es de Grogan-, dijo Eve, -No está buscando a un pasajero desaparecido. Está buscando un muerto-.

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