Oklahoma
– Maldita sea, no me importa lo que digan todos los sheriffs del condado. ¡No voy a dejar de buscar hasta que encuentre el cuerpo de mi nieta!
– Escuche, señor Parker. Entiendo lo que está sufriendo, pero…
– ¡Y un cuerno! -le ladró Richard Parker al sheriff-. ¿Acaso su nieta ha quedado sepultada en el derrumbe de una cueva?
– Bueno, señor, tengo veintisiete años. Todavía no tengo ninguna nieta.
– Eso es lo que yo digo. Usted no entiende nada. Y ahora, ayúdeme o quítese de en medio. A mí no me importa que la búsqueda haya terminado oficialmente. No voy a dejarlo hasta que haya terminado el trabajo -dijo Richard, y empujó al joven comisario para entrar de nuevo en la cueva-. Jovenzuelo imberbe. Hace falta tener frescura para decirme lo que tengo que hacer -murmuró.
– Entrenador, ¿seguimos excavando?
Richard se detuvo y miró a la docena de hombres que lo esperaban en el interior de las Cuevas de Alabastro. Tenían edades comprendidas entre los veinte y los cuarenta años, y eran de todas las razas y clases sociales. Pero todos estaban agotados y sucios. Y todos tenían una cosa en común: en algún momento de su vida habían jugado al fútbol para Richard Parker. Estaban dispuestos a hacer cualquier cosa que su entrenador pudiera pedirles.
Richard sonrió con tristeza.
– Sí, sí, seguimos excavando. Mamá Parker vendrá con la comida en cualquier momento. Cuando se ponga el sol, terminaremos, y empezaremos de nuevo mañana.
– Muy bien, entrenador.
Richard tomó su pala y su pico y se puso los guantes, con un gesto de dolor, porque se le habían explotado las ampollas de las palmas durante la hora anterior. Con resignación, ocupó su lugar, en la parte más profunda del túnel. Habían tardado diez días en despejar aquello. Sabía que estaban cerca. Tenían que estar cerca. Iba a encontrarla. No estaría viva, pero él iba a encontrar a su niña y la iba a llevar a casa para enterrarla.
Cuando tocó con la pala la gran piedra de selenita, supo que debía andar con cuidado, así que comenzó a trabajar sólo con las manos. Intentó no pensar mucho mientras apartaba los escombros. Intentó no recordar que, la última vez que había visto a Morgie, ella estaba junto a aquella piedra.
Encontró el espacio vacío al mover la enorme piedra plana. Había otras dos piedras planas que habían caído contra un lado de la piedra de cristal y habían formado un espacio parecido a una tienda india. Richard respiró profundamente y metió los brazos en él. Con los dedos enguantados, tocó algo demasiado blanco para ser una piedra. Rápidamente, se quitó los guantes con los dientes, y se puso de rodillas para poder meter la cabeza y el torso en aquel espacio. La tocó. Richard suspiró y le envió una oración a Epona, o a cualquiera que fuera el dios o la diosa que lo había guiado en aquella excavación. La agarró con fuerza, y se preparó para tirar del cuerpo de su niña y sacarla de entre las piedras.
Entonces, el viejo entrenador se quedó inmóvil. Notó que la carne no estaba fría y dura, como la de los muertos. Morrigan estaba caliente y blanda. Con cuidado, le palpó el cuello. El pulso de su nieta latía rítmicamente, con fuerza, contra sus dedos.
Gritó, y todos los hombres acudieron corriendo. Él sacó a Morrigan del hueco, y la tomó en brazos cuidadosamente, y comenzó a caminar hacia la boca de la cueva.
– ¡Llamad a Emergencias y a mamá Parker! ¡Y a ese sheriff imberbe! ¡He encontrado a mi niña, y está viva!
Cuando Morrigan abrió los ojos, su visión era muy clara. Estaba tumbada, y tapada hasta el pecho con una sábana y una manta fina. Morrigan no sentía dolor, y no tenía ni idea de dónde estaba. En el techo había un fluorescente encendido a baja potencia, y junto a su cama, había una bolsa de suero que estaba conectada mediante una vía a su brazo. Siguió los tubos con la mirada, y más allá, vio al abuelo y a la abuela, que estaban profundamente dormidos en un sofá. Morrigan sonrió. Al abuelo se le habían caído las gafas de la nariz. Se había quitado los zapatos, y estaba en calcetines, como de costumbre. Tenía el brazo sobre los hombros de la abuela, que era diminuta, y dulce, y estaba acurrucada junto a él, muy, muy viva. Birkita estaba muerta…
Aquel único pensamiento le provocó una ráfaga de dolor. Birkita estaba muerta. Kegan estaba muerto. Brina estaba muerta.
Y ella también.
«Tú no estás muerta, Morrigan Christine MacCallan Parker, Portadora de la Luz y Elegida Mía».
Lentamente, Morrigan dirigió la mirada hacia la mujer que estaba a los pies de su cama. Su belleza era tan grande que Morrigan tuvo que entrecerrar los ojos para mirarla. Entonces se dio cuenta de que no era sólo su belleza lo que le resultaba tan difícil de observar, sino su divinidad, su esencia, el amor increíble que irradiaba.
– ¿Adsagsona?
La diosa sonrió.
«Ése es uno de mis nombres. También me llamo Epona y Modron, Anu y Byanu. Tengo muchos nombres porque los mortales tienen muchas necesidades y, a menudo, les resulta difícil entender que somos todas la misma diosa, las encarnaciones de las fuerzas sagradas de la tierra».
– ¡Yo debería estar muerta! -balbució Morrigan, y miró a sus abuelos, que seguían durmiendo plácidamente.
«No te preocupes, Amada, van a seguir durmiendo. No nos van a interrumpir».
La diosa miró afectuosamente a la pareja antes de volver a fijarse en Morrigan.
«Es sencillo. No podía dejar que murieras. Ya he permitido que sufrieras demasiado, y que la oscuridad te acechara demasiado. No podía dejar también que te sacrificaras así».
Morrigan se estremeció de miedo.
– ¿Y Pryderi? ¿Él también sigue vivo?
«Pryderi es inmortal, y no puede morir. Pero con tu sacrificio, le hiciste tal herida que lo has expulsado de Partholon y de tu mundo durante generaciones, y del Reino de los Sidethas para la eternidad».
Morrigan suspiró.
– Así que, después de todo, no ha muerto.
«No se puede destruir por completo al mal, Amada. Sin embargo, podemos vencerlo una y otra vez. Te pido que me perdones, Elegida. Tu joven vida ha sido difícil. Tienes que entender que debía dejarte luchar con la oscuridad, porque los mortales sólo son capaces de encontrar el amor, la lealtad y el honor necesarios para levantarse contra el mal cuando lo ven en su verdadera forma, sin interferencia de los dioses».
Morrigan pensó en Kegan, en Birkita y en Kai, e incluso en Brina, y supo que todos ellos habían luchado contra el mal y habían vencido, aunque ese mal hubiera causado su muerte. Sólo lamentaba que su diosa no la hubiera dejado morir a ella también para reunirse con ellos y, según el rito funerario de los Sidethas, hubieran emprendido juntos el viaje al Otro Mundo.
– Te perdono -dijo suavemente.
La diosa inclinó la cabeza.
«Gracias, Amada, por tu perdón, y por tus sacrificios».
– ¿Y ahora qué pasará? -preguntó Morrigan, con el corazón encogido por esos sacrificios.
«Ahora vivirás una vida llena y feliz, Amada».
– ¿En Oklahoma? -preguntó. «Sin Kegan», pensó, pero no pudo pronunciar aquellas palabras.
«Este mundo te necesita, Amada. Han olvidado lo que es reverenciar a la Tierra, y a la diosa que la representa. Tú eres mi Suma Sacerdotisa, y debes ayudarlos a recordar».
– Pero ¿y los Sidethas? Su Suma Sacerdotisa ha muerto -dijo Morrigan, intentando contener las lágrimas.
«Ahora que la oscuridad ha desaparecido, comenzarán a apreciar los dones que les he concedido».
Morrigan sintió lentamente.
– Deidre no ha muerto.
«Vive, y tiene mi favor».
– Será una buena Suma Sacerdotisa.
«Y Arland será un excelente Señor, sobre todo, teniendo a Raelin a su lado».
– Arland es el hombre que fue tan respetuoso conmigo en la sala de las amatistas -dijo, sonriendo-. Y Raelin será una gran Señora. Parece que las prioridades de los Sidethas van a cambiar.
«Ésa es mi intención, Amada, como es mi intención que la gente del mundo moderno vuelva a amarme».
La sonrisa de Morrigan vaciló.
– Pero no sé lo que voy a hacer. Necesito que me ayude una Suma Sacerdotisa.
La diosa señaló con un gesto de la cabeza a la abuela de Morrigan, que continuaba dormida.
«Tienes a una Suma Sacerdotisa que te guiará. ¿Acaso pensabas que iba a permitir que mi amada Birkita muriera? Su esencia siempre estuvo aquí, en este mundo, con el compañero de su alma, Richard Parker».
A Morrigan se le llenaron los ojos de lágrimas.
– No lo sabía. No lo entendía.
«Todavía hay muchas cosas que tienes que entender y aprender. Recuerda, mi bendición irá contigo, allá donde tú vayas. No volverás a oír más voces en el viento. Pryderi ya no puede acecharte».
– ¿Y mi madre, Rhiannon? Sé que algunas veces oía su voz. ¿No volveré a oírla?
La sonrisa de la diosa fue luminosa.
«Rhiannon ha llegado por fin a mis verdes praderas. Su tarea aquí ha terminado. Ha expiado sus acciones completamente y le he permitido descansar en el Otro Mundo. Pero si alguna vez necesitas escuchar la voz de una madre, escucha a tu corazón. Allí siempre encontrarás una parte de Rhiannon, y de Shannon».
– Lo recordaré -dijo Morrigan, entre las lágrimas.
«Estoy muy contenta contigo, Amada. Elegiste el amor, la lealtad y el honor. Pero te pido que recuerdes una emoción más. Una verdad más».
– ¿Cuál?
«La esperanza, Amada. Quiero que confíes en la esperanza».
– Lo recordaré -dijo Morrigan. Al pensar en Kegan, sintió un dolor agudo en el pecho-. Al menos, lo intentaré.
«Lo único que les pido a mis Elegidas es que intenten las cosas. Y también recuerda lo mucho que te quiero, Elegida, y que mi amor durará para siempre…».
La diosa elevó las manos para bendecirla, y después desapareció en medio de un resplandor.
Morrigan se estaba enjugando las lágrimas cuando sus abuelos despertaron.
– ¡Morgie! -gritó el abuelo. Se levantó rápidamente del sofá y la tomó de la mano-. ¡Estás despierta! Mamá Parker, mira, nuestra niña está despierta.
– ¡Oh, querida! -La abuela corrió al otro lado de la cama y tomó la otra mano de su nieta-. ¿Estás bien? Hemos estado muy preocupados por ti.
Morrigan les estrechó la mano a los dos, y sonrió en medio de las lágrimas.
– ¡Estoy muy bien! De verdad.
– Ahora estás en casa, Morgie. Todo irá bien -dijo el abuelo, y le besó la mano con fuerza. Después se secó los ojos, y sonrió a su mujer-. Le dije a la abuela que te iba a encontrar. Ella fue la única que me creyó de verdad.
La abuela asintió y le apartó el pelo de la frente a Morrigan.
– Sabía que, entre tu abuelo y la diosa, iban a conseguir un milagro.
– ¿Me encontraste tú, abuelo? -preguntó Morrigan.
– Sí, sí. No iba a rendirme por nada del mundo. Todo el mundo dijo que fue un milagro cuando me vieron sacar a ese chico de entre las piedras -explicó él con un resoplido-. No fue ningún milagro. Yo ya estaba allí, y sé hacer una reanimación cardiovascular desde que era joven. Mi milagro fuiste tú, Morgie, hija.
Morrigan sonrió y miró su rostro anciano y curtido. Entonces, su mente registró lo que él había dicho.
– ¿Qué chico?
– Bueno, hija, Kyle. El joven tan simpático con el que estabas la noche del derrumbe -dijo la abuela.
– No debería haberte puesto las manos encima -refunfuñó el abuelo-, pero lo que le ha pasado es una pena. Me habría caído bien, si hubiera aprendido a tener las manos quietas.
Morrigan cabeceó.
– No entiendo de qué estáis hablando. Kyle murió. Yo vi que las piedras lo sepultaban.
– No. El chico se quedó inconsciente. Yo volví a buscarte en cuanto dejé a la abuela en un lugar seguro. No pude llegar a ti, Morgie, pero encontré a Kyle y lo saqué.
– No respiraba, y no tenía pulso, pero tu abuelo le hizo la reanimación hasta que llegó la ambulancia.
– ¿Está vivo? -preguntó Morrigan. Se incorporó, intentando parar el temblor que se había apoderado de su cuerpo.
– Tranquila, Morgie, hija. No está vivo, en realidad -dijo su abuelo con la voz ronca.
– ¿Qué quieres decir?
– Lo que tu abuelo quiere decir es que no llegó a recuperar el conocimiento. Lleva en coma dos semanas.
– Tiene muerte cerebral. Ayer lo desenchufaron de las máquinas. En pocos días, su cuerpo habrá muerto también.
Morrigan se abrazó a sí misma y cerró los ojos, para poder escuchar a su corazón. La esperanza se encendió en ella como un cristal ardiente.
– Morgie, cariño, lo siento muchísimo -le dijo su abuela, tocándole el hombro-. No deberíamos habérselo contado así -añadió, mirando a su marido.
Morrigan abrió los ojos.
– Llevadme a verlo.
– Oh, no, cariño. Tienes que descansar, y es tarde. Mañana podrás ir.
Morrigan se agarró de la mano de su abuela, y la miró a los ojos.
– Por favor. Tengo que verlo.
– Estás muy débil para caminar -dijo el abuelo-. Además, estás conectada a todas esas máquinas.
Antes de que pudieran detenerla, Morrigan se arrancó la vía y los cables de los brazos y del pecho.
– Solucionado. Y no estoy débil para caminar -dijo, y para demostrarlo, bajó los pies al suelo y se puso en pie.
– Cariño, vamos a llevar a Morgie a la habitación de Kyle -dijo su abuela, mirándola fijamente.
– De acuerdo, pero mañana por la mañana, vosotras dos sois las que vais a explicarle a la enfermera lo que ha ocurrido con esos tubos. Y no quiero oír una palabra de nadie si Morgie se cae y se hace daño.
– No me voy a caer, abuelo -dijo Morrigan, y se agarró a su brazo.
– Ya -dijo él con un resoplido. Sin embargo, le dio unas palmaditas en la mano.
Morrigan intentó no pensar. Todo su ser estaba concentrado en una cosa: la esperanza. Sus abuelos la condujeron silenciosamente hacia la habitación de Kyle por el pasillo. Abrieron la puerta, y ella se soltó del brazo del abuelo.
– Tengo que entrar sola, ¿de acuerdo?
– Por supuesto, hija. Tu abuela y yo te esperaremos aquí mismo.
Morrigan se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Después, ellos salieron de la habitación y ella se acercó lentamente a la cama de Kyle. Morrigan observó su rostro. Aunque estuviera tan pálido, y tuviera las mejillas y los ojos hundidos, era tan parecido a Kegan que ella no pudo contener las lágrimas. Se sentó al borde de la cama y le tomó la mano.
– Sé que no eres Kegan, pero eres todo lo que me queda de él, y espero que puedas oírme, porque sé que estamos conectados. No pude decirte adiós. Todo sucedió demasiado rápidamente. Kegan, no fue todo inútil. Nuestra luz venció a la oscuridad, y la diosa me ha dicho que será durante una buena temporada -dijo, y la voz se le entrecortó debido a un sollozo. Se secó los ojos con la manga y continuó-. Y voy a recordar siempre mi promesa. Confiaré en la esperanza y creeré que voy a encontrarte. Puede que sea en otra vida, pero te encontraré, Kegan.
Se inclinó y le besó la mano flácida. Entonces, volvió a posarla sobre la cama, se tapó la cara y comenzó a llorar desconsoladamente.
– ¿Estoy perdido, mi amor?
A Morrigan se le escapó un jadeo, y se pasó las manos por la cara frenéticamente para aclararse la vista.
Él ya estaba recuperando el color de las mejillas, y sonreía. Tenía en los labios aquella maravillosa sonrisa de picardía.
– ¿Kegan?
– Morrigan, mi amor, vas a tener que explicarme qué ha ocurrido con la espada que tenía en el pecho, y quién me mató -dijo, mientras se palpaba a sí mismo, al no encontrar la empuñadura. Después bajó la vista y frunció el ceño-. ¿Y dónde está el resto de mi cuerpo?
– ¡Kegan!
Llorando y riendo al mismo tiempo, Morrigan se arrojó a sus brazos justo cuando sus abuelos entraban en la habitación.
– Morgie, ¿ocurre algo…? -comenzó a decir su abuelo, pero entonces soltó un resoplido-. El chico ya le ha vuelto a poner las manos encima.
Entre los brazos de Kegan, Morrigan comenzó a reírse, y el aire de la habitación del moderno Hospital de San Francisco, en Tulsa, se llenó de mariposas doradas que revolotearon alrededor de la cama y después se convirtieron en pétalos amarillos que cayeron sobre ellos.
– Parece que Epona ha estado muy ocupada otra vez. Y creo que ha hecho otro milagro… -dijo Richard Parker, mientras rodeaba a su esposa con el brazo y observaba a su nieta, a su niña, riéndose en brazos de un hombre que supuestamente había muerto.
– Oh, querido, yo nunca lo dudé.
Partholon
Me apoyé contra ClanFintan y suspiré de felicidad cuando él me abrazó. Los dos miramos a nuestra nieta, que estaba durmiendo plácidamente.
– Te he echado de menos, amor mío -me dijo al oído.
– Yo también te he echado de menos -respondí-. Lo siento. No era capaz de encontrar el camino desde el dolor hasta ti.
Él me estrechó entre sus brazos.
– Estuve aquí todo el tiempo, esperando que volvieras a mí.
– Gracias por quererme tanto.
Noté las vibraciones de la risa en su pecho.
– Yo no tengo nada que ver. Fue cosa de nuestra diosa, aunque me siento muy satisfecho de que me creara para ti.
– Y a mí para ti -dije yo. Después, me quedé callada, y tuve que tragar saliva varias veces antes de continuar-. Myrna no ha muerto en realidad, ¿sabes? Una parte de ella vive aquí, en su preciosa hija. Y hay una parte de ella, una parte mágica, que vive en Oklahoma con mis padres y el hombre que la diosa creó para amarla.
Entonces, lo miré a los ojos.
– Ahora puedo soportarlo, y continuar viviendo con alegría.
– Shannon, mi niña, vamos a vivir con alegría muchas más vidas, si la diosa lo quiere.
Cuando ClanFintan se inclinó para besarme, yo oí el susurro de la voz de Epona en mi corazón, y supe que mi espíritu, el espíritu de mi hija y el espíritu de su hija estaban verdaderamente en paz.
«Bien hecho, Amada. Bien hecho…»