PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Como la tinta corriendo por una hoja en blanco, la oscuridad de los límites de mi visión tembló y me provocó un escalofrío premonitorio. ¿Qué demonios…? Miré hacia las sombras. Nada. Sólo una noche vacía, sin estrellas, que se había vuelto fría y desapacible.

Claramente, me estaba volviendo loca.

La Guerra Fomoriana había terminado meses antes. No había ningún demonio acechando, esperando para saltar sobre mí. Estaba en mitad de mi templo que, a pesar de su belleza, era un fortín. Aunque hubiera habido algún monstruo suelto en el mundo, yo estaba a salvo. Corría más peligro de ser mimada y adorada hasta la muerte que secuestrada por un monstruo. Sin embargo, estaba muy inquieta, y aquélla no era la primera noche en que había tenido un mal presentimiento.

Mientras recorría el camino de mármol que conducía al monumento, me di cuenta de que llevaba dos o tres semanas así. Además, no tenía hambre, lo cual era muy raro, porque yo adoro la comida. Sin embargo, aquello podría deberse a un virus de estómago, o al estrés. Lo más raro era cómo me asustaba de las sombras. Y que las sombras me parecieron oscuras, espesas y pobladas por algo malvado.

Era cierto que acababa de vivir una guerra espantosa en la que los buenos, naturalmente, los que estaban de mi lado, habían tenido que luchar contra criaturas demoniacas y salvar al mundo de la esclavitud y la aniquilación. Literalmente. Y sí, eso podía hacer que una chica se encontrara ligeramente sobresaltada. Sobre todo, si la chica era en realidad una profesora de literatura y lengua inglesa que por accidente se había convertido en la encarnación de la diosa de un mundo que parecía más una combinación extraña de la antigua Escocia y la Grecia mitológica que Broken Arrow, su antiguo precioso barrio residencial de Tulsa, Oklahoma. Todo eso era cierto, pero la guerra había terminado y los demonios habían sido aniquilados. Entonces, ¿por qué me sentía como si hubiera un monstruo acechándome en la oscuridad?

Vaya, tenía otro dolor de cabeza.

Cuando llegué al monumento en memoria de El MacCallan, intenté calmarme respirando profundamente y disfrutando de la paz y de la serenidad que siempre me invadían cuando lo visitaba. Se trataba de un estrado de mármol con tres escalones, rodeado de elegantes columnas, en medio del cual había un pedestal tallado, y sobre él una urna que siempre permanecía llena de aceite perfumado y encendido.

Aquella noche, el humo gris y plateado ascendía en una voluta, perezosamente, y atravesaba el agujero circular de la cúpula. Me acerqué lentamente a la urna, y admiré la forma en la que la llama amarilla y brillante contrastaba con el fondo del cielo nocturno sin estrellas. Yo había especificado que el monumento no tuviera paredes, sólo columnas, una cúpula y aquella llama que ardía siempre. Quería pensar que al hombre a quien se conmemoraba ahí le gustaría la libertad que simbolizaba.

La brisa agitó mi pelo y me estremecí. El aire era frío y casi húmedo. Me alegré de haber permitido que Alanna me convenciera para llevar la capa de armiño, aunque el monumento estuviera a poca distancia de mi habitación. Tenía la esperanza de que visitarlo me animara, como de costumbre, pero aquella noche no podía quitarme de encima la depresión que amenazaba con devorarme. Me froté la sien derecha para intentar mitigar un martilleo persistente.

Otro soplo de brisa me agitó la capa. El pelo de la nuca se me puso de punta. Volví la cabeza para comprobar que conservaba la cinta de cuero con la que me había recogido la melena, y capté el movimiento de algo líquido y oscuro que se escabullía de mi línea de visión. Me olvidé del pelo, erguí los hombros y me dispuse a reprender a cualquiera que estuviese inmiscuyéndose en mi privacidad.

– ¿Quién es? -pregunté imperiosamente.

Silencio.

Escruté mi entorno. El cielo estaba nublado. La única iluminación provenía de la llama que ardía constantemente ante mí. No veía nada fuera de lo corriente, salvo que la oscuridad de la noche reflejaba mi estado de ánimo. No había nada siniestro en la penumbra.

Seguramente, sólo era el viento entre los árboles cercanos, mezclado con una dosis saludable de mi activa imaginación. Eso era, probablemente. En realidad no ocurría nada malo…

Entonces percibí otro movimiento por el rabillo del ojo. Volví la cabeza rápidamente, pero sólo vi oscuridad y más oscuridad, más tinta corriendo por una página de papel negro. Me estremecí de nuevo, y mi memoria se despertó. ¿Qué era lo que me había dicho Alanna poco después de que yo llegara a Partholon? Algo sobre unos dioses oscuros cuyo nombre era mejor no pronunciar. Se me encogió el estómago a causa de una inexplicable punzada de miedo. ¿Qué me ocurría? Yo no me relacionaba con dioses oscuros. Demonios, ni siquiera sabía nada sobre ellos. ¿Por qué con tan sólo pensar en aquellos seres sentía tanto temor?

Definitivamente, algo no iba bien.

Como llevaba ocurriéndome durante semanas, me sentí invadida por un sentimiento demasiado profundo como para llamarlo «tristeza» y demasiado impenetrable como para llamarlo «soledad». Escondí la cara entre las manos para ahogar un sollozo.

– Ojalá estuvieras vivo, papá. Necesito hablar contigo sobre lo que me está pasando.

«Él no es en realidad tu padre». Mis pensamientos erráticos fueron como una provocación. «Y éste no es en realidad tu mundo. Intrusa. Usurpadora. Estafadora».

– ¡Ahora sí es mi mundo! -grité, antes de estallar en lágrimas.

Mi voz atravesó la noche con fuerza, y resonó de manera inquietante por las columnas, como una campanada, lo cual me sobresaltó. Aquella reacción inesperada hizo que me echara a reír mi propia estupidez. Mientras me secaba las lágrimas de los ojos y respiraba profundamente, observé que la luna, casi llena, se abría paso a través de la niebla y de las nubes. Sonreí de placer al ver aquella belleza etérea.

– No me importa no haber nacido en este mundo. Me encanta. Aquí es donde quiero estar, éste es mi sitio.

Y por supuesto, era cierto. Rhiannon, Amada de Epona, la antigua diosa celta de los caballos, me había arrancado de la América del siglo xxi, de Oklahoma, para ser más exactos, donde yo vivía contenta como Shannon Parker, una profesora de instituto increíblemente atractiva, inteligente y arruinada. Rhiannon había conseguido intercambiar nuestras vidas con un encantamiento mágico. Casi seis meses antes, yo había despertado de lo que pensaba un espantoso accidente de coche, y me había encontrado en Partholon, un mundo paralelo en el que existían la mitología y la magia. Para aumentar mi confusión inicial, algunas de las personas de Partholon eran reflejos de personas de mi antiguo mundo. En otras palabras, la gente me parecía familiar, hablaban y se comportaban de una manera familiar, pero en realidad no eran quienes parecían. Ahí entraba el monumento a MacCallan, mi padre no padre.

Por un instante, sentí una oleada de tristeza, no sólo porque mi amado padre estuviera en otro mundo, sino porque su reflejo en éste, El MacCallan, el padre de Rhiannon, hubiera sido brutalmente asesinado no mucho después de mi llegada. El poder de mi diosa me había permitido presenciar su muerte para que yo pudiera advertir a este mundo de la invasión del mal. Mi mente me decía que el hombre cuya muerte yo había presenciado no era en realidad mi padre, pero el corazón me susurraba otra cosa. El MacCallan había sido un guerrero y un gran líder. Mi padre también era un líder de hombres, principalmente hombres jóvenes. Su campo de batalla era el campo de fútbol. Yo no podía evitar establecer un vínculo con el hombre muerto que tanto se parecía a mi padre.

– Algunas veces es muy desconcertante -dije mientras me levantaba y le daba una palmadita a la urna.

Aquélla no era la tumba de El MacCallan. Él yacía con sus hombres en las ruinas calcinadas del Castillo de MacCallan. Yo había sentido la necesidad de erigir aquel monumento en su memoria, para mostrarle el respeto que hubiera mostrado a la memoria de Richard Parker.

Había aprendido muchas cosas sobre Rhiannon que me mortificaban y me avergonzaban, pero el amor que sentía por su padre no era una de ellas. Ahora disfrutaba del estatus de lady Rhiannon, Suma Sacerdotisa de Partholon, Amada de Epona y Encarnación de la Diosa. Y suponía que ella estaba disfrutando del hecho de ser una profesora de instituto público mal pagada en Oklahoma.

Al pensarlo me eché a reír, mientras caminaba de vuelta al Templo de Epona.

– Sí -susurre con sarcasmo-. Quedó patente lo mucho que está disfrutando de su cambio de estatus cuando intentó intercambiar de nuevo su lugar conmigo hace unos pocos meses.

Al recordar aquello se me borró la sonrisa de los labios. Aunque yo no hubiera nacido en aquel mundo había forjado vínculos muy fuertes en él. Partholon se había convertido en mi hogar; aquella gente era mi gente, y Epona era mi diosa. Cerré los ojos y le envié una plegaria. «Epona, por favor, ayúdame a quedarme».

Se me encogió el estómago y tuve que tragar saliva. Quizá fuera eso lo que me estaba ocurriendo. Quizá Rhiannon hubiera retomado sus viejos trucos y estuviera intentando llevarme de vuelta a Oklahoma, para que pudiera volver a Partholon, y aquella sensación inquietante era una advertencia que me hacía Epona para que yo mantuviera los ojos abiertos. Sólo el hecho de pensar en perder Partholon, a mi marido, y la gente a la que había llegado a querer allí, fue suficiente para provocarme otra oleada de náuseas. Estaba harta de sentirme así. Me estremecí de nuevo al notar un soplo de brisa fría en las mejillas, y me envolví bien en la capa. Pensé en aquella oscuridad extraña y el movimiento que no podía dejar de imaginar. Parecía que había comenzado a tener alucinaciones.

Estupendo; mi marido se ausentaba por espacio de un mes, se iba para asegurarse de que las tierras se estaban recuperando de la batalla, y yo me volvía completamente loca.

Erguí los hombros y me repetí que Rhiannon estaba en Oklahoma. Yo estaba aquí, en Partholon, y así era como iban a continuar las cosas. Tendría que prestar atención a las situaciones extrañas, eso era todo. Y en cuanto a la sensación que tenía en el estómago… bueno… seguramente sólo era una gripe, combinada con un caso grave de tristeza por la ausencia de mi flamante marido. De todos modos, él iba a llegar a casa cualquier día de éstos.

Al menos, eso fue lo que me dije mientras hacía caso omiso de las sombras nocturnas. Me dirigí hacia las luces del templo, silbando una canción alegre. Bien alto.

Capítulo 2

Por desgracia, al día siguiente no me sentía mejor.

– ¡Oh, qué asco! -exclamé, y escupí y un pedazo de fresa cubierta de chocolate en la mano-. Está mala.

Olfateé con desconfianza lo que tenía en la palma de la mano. Parecía un pedazo de carne cruda. Miré a mi amiga Alanna. Ella conocía a todos y lo sabía todo de Partholon, lo cual me ayudaba a parecer menos un bicho raro y más la Encarnación de una Diosa de verdad.

– Creo que está podrida.

Después de pasar otra noche en vela, lo que menos necesitaba era un episodio de envenenamiento para mi estómago enfermo.

Alanna eligió una fresa diferente de la bandeja, la olisqueó y después la mordió cuidadosamente.

– Mmm… -murmuró. Se relamió los labios y me miró con satisfacción-. Debe de ser sólo esa. Esta otra sabe muy bien -dijo, y se metió el resto de la fruta en la boca.

– Era de esperar -protesté yo-. La que yo he elegido es la única podrida de toda la bandeja.

Miré por la bandeja hasta que encontré una fresa especialmente bonita, y la mordí.

– ¡Puaj! -el pedazo de fruta se unió a lo que yo ya tenía en la mano-. ¡Ya está bien, esto es ridículo! Esta también es repugnante -afirmé, y le ofrecí la parte que no había mordido a Alanna-. Por favor, pruébala y dime que no estoy loca.

Alanna, que era una buena amiga y, casualmente, la persona que estaba a cargo de organizar la inminente fiesta de celebración, tomó la fresa, la olisqueó también y le dio un mordisquito en un lado. Yo esperé a que su expresión cambiara y a que ella escupiera la fresa.

Y esperé.

Y esperé.

Tragó y me miró con sus enormes ojos.

– No me digas que sabe bien.

– Rhea, sabe bien.

Me devolvió la fresa. Yo me estremecí.

– Eh, no, quédatela.

– Es evidente que todavía no estás bien -me dijo Alanna, con una mirada de preocupación-. Me alegro de que Carolan vuelva con ClanFintan esta noche. Este malestar de estómago tuyo ya está durando demasiado.

Sí, yo estaba deseando que nuestro médico me explorara, sin penicilina, sin análisis de sangre, sin rayos equis, etcétera. Por supuesto, no podía compartir mis temores con Alanna, no sólo porque Carolan fuera el doctor jefe de aquel mundo, sino también porque era su marido.

Una pequeña ninfa sirvienta se acercó a mí.

– Mi señora… -dijo, e hizo una reverencia adorable-. Permitidme que os limpie la mano.

– Gracias -dije, y tomé el paño húmedo que me ofrecía-, pero creo que puedo limpiarme yo misma.

Antes de que pudiera lanzarme una mirada que dijera que yo había aplastado su pequeño ego, añadí:

– Te agradecería mucho que me trajeras algo de beber, por favor.

– ¡Oh, sí, mi señora! -respondió la muchacha, con una sonrisa de placer.

– Trae una copa para Alanna también -le grité cuando, literalmente, atravesó corriendo la habitación para cumplir mis órdenes.

– ¡Por supuesto, mi señora! -respondió por encima del hombro antes de salir por la puerta que conducía hacia la cocina.

Algunas veces, era muy agradable ser la Encarnación de la Diosa y la Amada de Epona. Bueno, tenía que admitir que era más que agradable. Estaba rodeada de opulencia y era muy querida por el pueblo. Disponía de multitud de sirvientas cuyo único propósito en la vida era satisfacer todas mis necesidades, por no mencionar que tenía armarios llenos de ropa exquisita y cajones rebosantes de joyas. Muchas joyas.

Admitámoslo, estaba viviendo muy por encima de las posibilidades del salario de una profesora de inglés de un instituto de Oklahoma. Toda una sorpresa.

Terminé de limpiarme la mano y, cuando miré a Alanna, me di cuenta de que ella me estaba observando con suma atención.

– ¿Qué? -mi tono decía que estaba exasperada.

– Últimamente estás muy pálida.

– Bueno, yo también me he sentido pálida -me di cuenta de que estaba de mal humor, e intenté sonreír y hablar en un tono más ligero-. No te preocupes por eso, sólo debo de tener un poco de… de… -pensé en Shakespeare- unas fiebres -terminé por fin, satisfecha con mi dominio de la lengua vernácula.

– ¿Durante catorce jornadas? Te he estado observando, Rhea. Has cambiado de costumbres en cuanto a la comida. Y creo que has adelgazado.

– Bueno, he tenido catarro. Y este tiempo no me ha ayudado.

– Rhea, casi ha llegado el invierno.

– Y pensar que cuando llegué aquí creía que nunca iba a hacer frío…

Miré significativamente hacia la pared más cercana a nosotras, en la que había una pintura que retrataba a alguien exactamente igual que yo, montada en una yegua blanca plateada, con los pechos desnudos, mientras una docena de ninfas escasamente vestidas saltaban alrededor, lanzando flores indiscriminadamente.

Alanna se echó a reír.

– Lady Rhiannon siempre quería que los frescos plasmaran escenas de los rituales de verano y de primavera. Se deleitaba con la falta de ropa.

– Se deleitaba con más que eso -murmuré yo.

Llevaba poco tiempo allí cuando me di cuenta de que, aunque muchas de las personas de Partholon que eran reflejo de personas de mi mundo tenían también su personalidad, como por ejemplo Alanna y mi mejor amiga Suzanna, Rhiannon no era una persona agradable. Alanna y yo habíamos llegado a la conclusión de que una de las razones por las que ella y yo éramos tan diferentes podía ser que Rhiannon se había criado como una Suma Sacerdotisa consentida y mimada, mientras que a mí me había criado mi padre, que me hubiera echado una buena bronca si yo me hubiera comportado como una malcriada. Así pues, yo había crecido con sentido de la disciplina y con ética. Rhiannon se había convertido en una bruja. Todos los que la conocían la odiaban o la temían, o ambas cosas a la vez. Ella era amoral, y se permitía todos los excesos.

Y por eso, había sido difícil ocupar su sitio.

Sólo había tres personas en Partholon que sabían que yo no era la verdadera Rhiannon: Alanna, su marido Carolan y mi marido ClanFintan. Todos los demás creían que yo había cambiado de personalidad de una manera asombrosa sólo unos meses antes, más o menos al mismo tiempo que había adoptado el nombre de Rhea para abreviar Rhiannon. No era aconsejable que las masas supieran que el objeto de su adoración había llegado del siglo xxi. Y no sólo eso, para mi completa sorpresa, la diosa de este mundo, Epona, había dejado claro que yo era de verdad su Amada.

Un delicado carraspeo me sacó de mi ensimismamiento.

– Las doncellas dicen que anoche pasaste más tiempo del habitual junto al monumento de MacCallan -dijo Alanna, y su voz sonaba preocupada.

– Me gusta estar allí, ya lo sabes. Alanna, ¿recuerdas que me dijiste que el lacayo de Rhiannon, Bres, adoraba a dioses oscuros?

Alanna me miró con inquietud.

– Me acuerdo, sí. Bres tenía poderes que le habían concedido el mal y la oscuridad. ¿Por qué has pensado en él?

Me encogí de hombros, intentando no darle importancia.

– No lo sé, supongo que me he asustado con esta noche fría y nublada.

– Rhea, últimamente he estado muy preocupada por ti…

Afortunadamente, unos pasos que se acercaban interrumpieron a Alanna.

– Vuestro vino, mi señora.

La ninfa había vuelto con una bandeja en la que descansaban dos copas de cristal llenas de mi merlot favorito.

– Gracias, Noreen -le dije.

– ¡Es un honor, Amada de Epona! -respondió la ninfa, y se alejó mientras su pelo rojo flotaba en la brisa que ella misma había creado.

Dios santo, qué vigor.

– Por el regreso de nuestros maridos -brindé, con la esperanza de poder cambiar de tema.

Alanna hizo chocar su copa suavemente con la mía, y de repente, se sonrojó.

– Por nuestros maridos -dijo, y me sonrió por encima del borde de la copa mientras bebía.

– ¡Aj! -exclamé. Apenas pude tragar el sorbo que había dado-. ¡Esto es horrible! -dije. Olisqueé la copa y me encogí al percibir el olor a vino rancio-. ¿Acaso ser la Amada de Epona ya no significa nada? ¿Por qué me tocan a mí todas las cosas que están podridas? -me di cuenta de que me estaba comportando de una manera extrañamente petulante, y en el fondo, me quedé asombrada por aquel estallido. ¿Por qué demonios estaba todo el rato al borde del llanto?

– Rhea, deja que yo lo pruebe.

Alanna tomó mi copa, olió el vino y después tomó un buen trago.

Y otro.

– ¿Y bien? -pregunté con frustración.

– Está muy bueno -dijo Alanna mirándome a los ojos-. Este vino no tiene nada de malo.

– Oh, mierda -me hundí en la silla que había junto a la mesa cargada de comida-. Me estoy muriendo. Tengo cáncer, o un tumor cerebral, o un aneurisma, o algo.

Sentí la garganta atenazada, síntoma de que estaba a punto de llorar. Otra vez.

– Rhea… quizá estés melancólica. Has pasado por muchas cosas desde que llegaste de tu mundo. Carolan sabrá cómo ayudarte -dijo Alanna, y me dio una pal-madita en la mano para consolarme.

– Sí, Carolan sabrá lo que ocurre.

Y un cuerno. En aquel mundo no había tecnología. Eso significaba que no había escuelas de medicina. Probablemente él querría entonar algún cántico desafinado y obligarme a beber una pócima.

Estaba condenada.

– Siempre te animas con un buen baño caliente -dijo Alanna. Se puso en pie y me obligó a seguirla-. Vamos, te ayudaré a elegir un vestido bonito, con complementos a juego. El joyero ha estado aquí esta mañana mientras tú estabas ocupada con Epona. Le pedí que dejara todas sus piezas nuevas. He visto un par de pendientes de diamantes preciosos y un broche de oro deslumbrante.

– Bueno, si insistes.

Nos sonreímos la una a la otra mientras salíamos hacia los baños. Alanna conocía mi debilidad por las joyas, y sabía que verlas acabaría con mi mal humor casi tan fácilmente como pasar un rato con mi extraordinaria yegua, Epi, a quien yo había bautizado con el diminutivo de la diosa, Epona. Epi era el equivalente equino a mí. Ella también era la Amada de la Diosa. La yegua y yo teníamos una conexión que era mágica y muy fuerte.

– ¡Eh! Tal vez esté teniendo una reacción extraña por lo que le está pasando a Epi.

La yegua iba a aparearse la noche de Samhain, la víspera del primer día de noviembre, tal y como era tradicional cada tres años. En Partholon el tres era un número mágico, según me había explicado Alanna, y cuando llegaba el tercer año de un ciclo, la encarnación equina de Epona debía aparearse para asegurar la fertilidad de la tierra y las cosechas venideras. Sólo faltaban un par de días para el uno de noviembre, y Epi se había estado comportando de una manera inquieta y temperamental desde que había llegado su futuro compañero, la semana anterior.

– Lady Rhiannon nunca se comportaba de manera diferente durante la época de cría de Epi.

– Me pregunto si eso es la norma para la Elegida de Epona, o si Rhiannon era tan egoísta que no se preocupaba por el estado de ánimo de la yegua. O quizá, ya que Rhiannon siempre estaba dispuesta a atender la llamada de la naturaleza, no notaba la diferencia.

Las dos nos echamos a reír, y me relajé un poco. La puerta de los baños estaba custodiada por dos de mis guardias. La diosa a la que yo había empezado a servir tenía varias cosas positivas; el hecho de que fuera una diosa guerrera y tuviera un centenar de hombres guapos y viriles a su servicio era sólo una de las ventajas de mi nuevo trabajo. Observé que los guardias se habían puesto unas túnicas de cuero sobre el uniforme de verano, que consistía en un taparrabos bien lleno. Sin poder evitarlo, suspiré de decepción al pensar en todos aquellos músculos cubiertos.

Sí, estoy casada, pero no soy un cadáver.

El olor a aguas minerales de la sala iluminada con velas me envolvió. El vapor se elevaba seductoramente desde la piscina profunda y clara. El borboteo del agua, que llenaba continuamente el baño, el sonido suave de la cascada que alimentaba la piscina, y su calor húmedo, me invitaban a que me relajara en sus profundidades.

Me quité el vestido y, lentamente, entré a la piscina de aguas termales y me acomodé sobre uno de los salientes de roca de las paredes. Cerré los ojos y escuché cómo Alanna enviaba a una ninfa en busca de una taza de tisana, y lamenté mi reciente rechazo por el vino. Hasta hacía pocos días, una de mis cosas favoritas era una copa de vino tinto y rico.

Quizá me estuviera haciendo vieja.

No, con treinta y cinco años todavía no podía ser vieja. Sólo tenía una gripe persistente que me estaba deprimiendo. ClanFintan llegaría a casa aquella noche. Sólo pensar en que iba a estar con él hacía que me sintiera mejor. Llevaba fuera un mes, y la falta de teléfonos y correo electrónico de aquel mundo habían hecho mella en mí. Sólo llevamos casados seis meses, pero en su ausencia me sentía vacía.

– Prueba esto -Alanna me entregó una taza llena de té perfumado-. Te calmará el estómago.

Yo lo olí con desconfianza, pero la esencia calmante de las hierbas y la miel me resultó deliciosa. Di un pequeño sorbo y dejé que reconfortara mi estómago rebelde.

– Gracias, amiga, ya me siento mejor.

– La doncella dijo que los centinelas han visto a los guerreros de ClanFintan. Llegarán pronto. Sabía que serían puntuales. Carolan dijo que volverían en los días anteriores a Samhain -dijo Alanna, con la impaciencia de una recién casada.

Yo sabía exactamente cómo se sentía. Dejé que las visiones de mi marido invadieran mi mente mientras disfrutaba del calor del agua.

– Dios, lo he echado de menos.

– Yo también he echado de menos a Carolan.

Las dos sonreímos.

– Será mejor que me des esa esponja. Quiero oler bien y estar bien vestida cuando lleguen.

Me enjaboné con mi gel favorito de vainilla y me froté con la esponja. Alanna comenzó a rebuscar en uno de mis abarrotados armarios.

– También será muy agradable ver de nuevo a Victoria.

Había echado de menos a la Jefa de las Cazadoras durante los dos últimos meses. Sus deberes nómadas la obligaban a viajar casi constantemente, y yo me había alegrado al conocer la noticia de que se había unido al grupo de guerreros de mi marido y de que volvería con él. Nos habíamos hecho muy amigas, y yo tenía la esperanza de que el Templo de Epona se convirtiera en un segundo hogar para ella.

– Quizá veamos a Dougal sonreír de nuevo -dijo Alanna, con un brillo de picardía en los ojos.

– Ha sonreído, mala.

– ¿De veras? Y yo que creía que había enfermado del estómago, como tú.

– Pobre Dougal; con las bromas que le hacéis ClanFintan y tú por este asunto con Victoria me extraña que no se le haya quedado la cara rosa para siempre de tanto ruborizarse.

– ¿Y qué piensas que ha ocurrido en realidad entre ellos dos?

– Bueno, pensaba que sólo él estaba enamorado de ella, pero antes de que Victoria se marchara, me di cuenta de que los dos estaban ausentes del templo durante una temporada, casualmente, al mismo tiempo. Eso, sumado a la tristeza de Dougal desde que ella se ha ido, y a su sonrojo cada vez que alguien la menciona, me hace pensar que tenemos a un par de amantes.

Alanna dejó escapar una risita nerviosa.

– Se ruboriza mucho, ¿verdad?

– ¡Quién fue a hablar! -respondí yo y le salpiqué con un poco de agua, que ella esquivó con agilidad.

– Yo no me ruborizo.

– Tú no te ruborizas igual que yo no digo palabrotas -le dije, y nos echamos a reír las dos-. Dame esa toalla, por favor.

Salí del agua y comencé a secarme vigorosamente, decidida a sentirme mejor de nuevo para pasar con alegría aquella noche rodeada de mi marido y mis amigos.

– Me alegro de que ClanFintan le ordenara a Dougal que se quedará aquí para encargarse de la supervisión de la construcción de la residencia para los centauros. De ese modo, el muchacho tiene demasiadas ocupaciones como para sucumbir a la tristeza.

Dougal había perdido a un hermano unos meses antes, y después, la mujer centauro de la que se había enamorado, Victoria, había interrumpido su incipiente relación y lo había dejado para recuperar su antigua vida. Claramente, Dougal era un joven centauro que necesitaba distracción.

– ¿Sabes, Rhea? Tal vez no sea una coincidencia que Victoria se haya encontrado con nuestros guerreros. Quizá estuviera buscando un motivo para volver aquí, con Dougal -dijo Alanna.

– Eso espero -respondí yo, mientras terminaba de secarme. Después pasé las manos con admiración por la tela brillante del vestido que me presentó Alanna-. Creo que hacen una gran pareja, y a quién le importa que él sea más joven. Me da la impresión de que el centauro que se convierta en pareja de Victoria va a necesitar ser joven y muy atlético.

Volvimos a reírnos. Yo me envolví en la toalla y me senté en el banco del tocador. Me puse en las expertas manos de Alanna, y ella comenzó a domesticar mi melena pelirroja y salvaje. Después, contemplé en silencio cómo me maquillaba.

Cuando me desperté por primera vez en este nuevo mundo, me sentía muy azorada por el hecho de que Alanna me atendiera. Ella es el reflejo de mi mejor amiga en mi mundo, Suzanna, y me resultaba casi una blasfemia permitir que me peinara, me vistiera y me arreglara. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que yo soy el trabajo de Alanna. Técnicamente, ella es mi esclava, pero eso es ridículo, y yo le dije que era una tontería en cuanto me lo contó. Así que ahora me digo a mí misma, y a todos los demás también, que es mi asistente personal, y dejo que haga lo que quiera conmigo.

Además, tengo que admitir que me gustan las atenciones.

Alanna me apretó el hombro, señal de que había terminado de maquillarme. Yo me puse en pie y extendí los brazos mientras ella me envolvía en una pieza de seda dorada, haciendo maravillosos pliegues que me acentuaban las curvas y dejaban a la vista mis largas piernas.

– Sujeta esto mientras voy a buscar ese broche nuevo.

Yo sujeté la tela sobre mi hombro mientras Alanna rebuscaba en el montón de oro y destellos que cubrían mi tocador.

– Aquí está… -dijo, y me mostró el broche-. ¿No te parece exquisito?

– Oh, Dios mío, ¡es maravilloso! -dije, con un suspiro de admiración.

Era una réplica en miniatura de mi esposo, un guerrero centauro, modelado en oro, con una espada cuya empuñadura tenía diamantes engarzados. ClanFintan sujetaba la espada ante sí, con ambas manos, con el pelo suelto, y muchos músculos. Tenía tanta vida, que, por un momento, me pareció que temblaba. Y en aquel mundo, nunca se sabía.

– Vaya… -susurré, sin dejar de mirar el broche mientras Alanna me lo prendía al vestido-. Se parece mucho a él.

– Eso pensé yo -respondió ella. Se dio la vuelta y tomó un par de aros de oro y brillantes-. Y me pareció que esto también te levantaría el ánimo.

Las llamas de las velas arrancaron destellos de los pendientes.

– Estoy segura de que no son baratos -dije mientras me los ponía.

– Claro que no. Son caros -respondió ella-. La Elegida de Epona sólo tiene lo mejor.

Me entregó una fina corona de oro, decorada con una piedra de ámbar pulido muy antigua, y yo me la coloqué en la frente. Se me ajustó cómodamente, como si la hubieran hecho para mí, como si yo hubiera nacido en aquella posición y ya hubiera sido elegida por una diosa que me había concedido favores especiales, y también responsabilidades. No era de extrañar que hubiera llegado a amar aquel mundo. Mi marido estaba allí, mis amigos estaban allí, y allí había gente que dependía de mí, y además, el trabajo como Encarnación de la Diosa estaba mucho mejor pagado que el de profesora de instituto público de Oklahoma. Estoy segura de que la verdadera Rhiannon ya lo ha averiguado.

– Estás maravillosa -dijo Alanna-. Pálida, pero maravillosa.

– Gracias, mamá -respondí, y le hice un poco de burla.

En aquel momento la ninfa Noreen llamó a la puerta del baño y nos avisó de que los guerreros habían llegado a la colina oeste. Alanna me ayudó a colocarme la capa de armiño, se envolvió en una capa similar, y las dos nos pusimos en camino. Yo tenía el corazón acelerado de impaciencia. Rápidamente, recorrimos mi pasillo privado, que conducía al patio principal interior del templo de Epona. Uno de mis guerreros abrió la puerta, y salimos al patio, que estaba abarrotado de gente.

– ¡Ave, Epona!

– ¡Bendita seáis, lady Rhiannon!

– ¡Bendita sea la Elegida de Epona!

Yo sonreí y saludé alegremente a todas las doncellas y los guardias que me abrieron paso a través del patio, hacia la fuente del caballo, llena de agua mineral, y hacia la muralla de mármol que rodeaba al tempLo. A la salida de la puerta principal había otra multitud de gente que se había reunido para dar la bienvenida a los guerreros.

El Templo de Epona estaba erigido sobre una meseta, y la entrada al templo estaba orientada hacia el oeste. Yo alcé la vista y sentí que mi corazón daba un salto en respuesta a aquella magnífica panorámica. El sol de poniente había teñido el cielo de violetas y rosas, que se convertían en azul zafiro intenso cerca del horizonte. Contra aquel asombroso fondo se recortaba la silueta de los guerreros. El ejército se movía como uno solo, como una marea líquida de fuerza y elegancia. Los abalorios de los chalecos de cuero de los centauros brillaban con el movimiento de sus largas zancadas. Las bridas de los caballos de los humanos lanzaban dardos brillantes de color bajo la luz débil del anochecer. Galopaban en perfecta formación, y el estandarte de Partholon, una yegua plateada encabritada con un fondo púrpura, restallaba y se ondulaba sobre ellos.

Cuando llegaron a la zona que rodeaba el Templo de Epona, el ejército ejecutó una maniobra de flanqueo. Se separaron en dos columnas y rodearon a la muchedumbre de espectadores, que los esperaba con impaciencia entre vítores de bienvenida.

Ante mis ojos, mi marido centauro rompió filas y cabalgó rápidamente hacia mí. Yo me aparté de la cabeza los pensamientos tristes de aquel día y contuve una oleada de náuseas. Erguí los hombros para parecer una diosa de verdad y di un paso adelante, hacia mi marido. Mientras él se acercaba, los vítores se convirtieron en un silencio expectante.

ClanFintan llegó a mi lado rápidamente, pero me pareció que el tiempo quedaba suspendido mientras mis ojos se llenaban con su visión. Se movía con la elegancia y la fuerza únicas de su especie, los centauros. Eran, quizá, las criaturas más exquisitas que yo había visto en la vida. Y mi marido era un príncipe entre ellos. Era muy alto. Su torso humano superaba con mucho mi metro setenta de estatura. Tenía el pelo oscuro y liso, como el de los conquistadores españoles, y lo llevaba recogido en una coleta gruesa de la cual escapaban unos cuantos mechones que jugueteaban alrededor de su rostro bien definido. Al verlo después de meses de ausencia, con ojos nuevos, me asombré de lo mucho que me recordaba a Cary Grant, con sus pómulos marcados y una hendidura profunda y romántica en la barbilla.

Paseé los ojos por su cuerpo, y en mis labios se dibujó una sonrisa de satisfacción al ver su torso musculoso, que el chaleco tradicional de los centauros dejaba medio descubierto. Como yo ya sabía, la temperatura corporal de los centauros era varios grados más alta que la de los humanos. Obviamente, el aire frío no iba a molestarle. Y, no por primera vez, admiré su cuerpo.

De la cintura humana para abajo, su cuerpo era el de un semental musculoso. Tenía un pelaje castaño brillante. Aquel color intenso se convertía en negro en las patas y en la cola. A cada paso, sus músculos se ondulaban y se tensaban. Cuando se acercó, me pareció muy poderoso y, de repente, muy ajeno.

Se detuvo frente a mí y me empequeñeció con su presencia física. Yo tuve que contenerme para no dar un paso nervioso hacia atrás. Mis ojos se elevaron rápidamente desde su cuerpo hasta su mirada.

ClanFintan tenía los ojos grandes y un poco rasgados, casi asiáticos. Eran del color de una noche sin estrellas, tan negros que no se le distinguían las pupilas. Me vi atrapada en aquella oscuridad, y la náusea que había tenido antes volvió a despertárseme en la garganta.

De repente, recordé cuál había sido mi primera reacción al saber que tenía que mantener relaciones íntimas con aquel ser asombroso. Me había sentido muy inquieta, incluso después de saber que él podía adoptar la forma humana a voluntad.

Entonces, ClanFintan sonrió, y las arrugas de sus ojos formaron un dibujo familiar. Me tomó la mano, le dio la vuelta y se la llevó a la boca para besármela suavemente. Mientras sus labios todavía tocaban mi piel, me miró a los ojos y, juguetonamente, me mordió la parte carnosa de la palma con delicadeza.

– Ave, Amada de Epona -me dijo con una voz profunda y grave que se extendió entre la multitud-. Tus guerreros y tu esposo han regresado.

Aquellas palabras fueron como un bálsamo, y su tono me reconfortó por su afecto evidente. Pestañeé una vez, y mi inquietud se disipó. Aquél no era un extraño gigante. Era mi marido, mi amante, mi compañero.

– Bienvenido a casa, ClanFintan -dije. Como buena profesora, elevé la voz para que todo el mundo pudiera oírme-. Sumo Chamán, guerrero y esposo -dije, y me acerqué al calor de su abrazo, vagamente consciente de que la multitud prorrumpía en vítores otra vez.

– Te he echado de menos, amor mío -me dijo, y su voz resonó por todo mi cuerpo cuando se inclinó para capturar mis labios.

El beso fue breve y fuerte. Antes de que pudiera devolvérselo con el entusiasmo que hubiera querido, él me agarró por la cintura y me sentó en su lomo. Entonces, todo el mundo comenzó a moverse a nuestro alrededor, las familias y los amigos saludando a los guerreros que llegaban. Todos entramos al patio central del Templo de Epona. Por el rabillo del ojo atisbé un pelo rubio platino, y volví la cabeza justo a tiempo para ver a mi amiga Victoria aceptando el saludo sobrio de Dougal. Se quedaron el uno junto al otro, pero sin tocarse, dejando que la gente se moviera a su alrededor. A un desconocido le parecería que el rostro de belleza clásica de Victoria estaba sereno e impertérrito ante la presencia de Dougal. Sin embargo, yo había llegado a conocerla tanto como para saber que estaba ocultando sus emociones, porque como Jefa de la Cazadoras y abastecedora de su gente, aquello era lo adecuado. Sin embargo, no podía ocultar las emociones que transmitían sus ojos, y en aquel momento ardían con un deseo que ojalá Dougal pudiera leer tan bien como yo.

ClanFintan siguió avanzando con la multitud, y Victoria y Dougal desaparecieron de mi vista. Con un suspiro, apoyé una mano ligeramente en el hombro de mi marido, mientras saludaba a los guerreros a los que reconocía a nuestro alrededor. Me concentré en ser una diosa cordial. Eso, al menos, era algo familiar. Me había acostumbrado a representar a la diosa benevolente.

«No estás representando a nadie, Amada».

Aquellas palabras resonaron en mi mente, y yo me sobresalté como si hubiera recibido una descarga eléctrica. ClanFintan me miró alarmado, y yo le apreté el hombro para tranquilizarlo. Sin duda, mi cuerpo le estaba transmitiendo al suyo su tensión.

Hacía meses que Epona no hablaba conmigo, pero yo reconocí la voz de la diosa como si fuera la mía.

Entramos al patio, y ClanFintan se detuvo y se volvió para que quedáramos frente a la gente. Me miró brevemente y cubrió mi mano con la suya.

Yo carraspeé, intentando concentrarme.

– Eh… yo…

Todos quedaron en silencio mientras yo los miraba, y durante un instante, tuve la sensación de que veía algo oscuro detrás de aquel grupo jubiloso. Algo que permanecía allí, que observaba y esperaba, pero que desapareció cuando intenté mirarlo directamente. Carraspeé de nuevo, y sacudí la cabeza.

– Yo… eh…

Miré a mi alrededor hasta que encontré a Alanna. Estaba abrazada a su marido, pero me estaba mirando a mí. Tenía los labios fruncidos, y su expresión se volvió confusa al advertir mis titubeos.

Comencé de nuevo.

– Me gustaría invitaros a todos a que os unáis a nosotros, a todos los sirvientes de Epona y a sus familias, en la fiesta que vamos a celebrar para nuestros valientes guerreros -dije. La fuerza de mi voz aumentó a medida que hablaba-. ¡Por favor, compartid con nosotros la alegría de su regreso con vino y comida!

La multitud aplaudió y gritó de alegría, y nos siguió hacia el Gran Salón. Al mismo tiempo, ClanFintan se volvió hacia mí y me dejó suavemente en el suelo, junto a él. Seguimos avanzando hacia la entrada tomados del brazo.

– ¿Estás bien, Rhea? -me preguntó en voz baja.

– Sí, estoy bien -dije, intentando sonreírle. Sin embargo, sentí otra ráfaga de náuseas que me dejó débil y sudorosa.

Los guerreros que custodiaban la puerta se cuadraron para saludar cuando me acerqué. Abrieron las puertas y los olores y visiones del Gran Salón escaparon e invadieron nuestros sentidos, dándonos la bienvenida.

ClanFintan me acompañó hasta nuestros asientos, que siempre me recordaban a la antigua Roma. Él se acomodó en uno de los divanes y me señaló el otro con un gesto de la cabeza. Como de costumbre, nos reclinamos para comer, como hacían los romanos, menos la parte de hartarse, vomitar, volver a hartarse, etcétera. Las cabeceras de nuestros divanes se tocaban, y había una mesilla estrecha junto a ellos. Yo sonreí a ClanFintan, con una ligera incomodidad por el modo tan intenso en que me estaba observando. Entonces, todo el salón quedó en silencio, y yo comencé la bendición. Tomé aire y me relajé. No sólo estaba acostumbrada a hablar en público para enseñar, o para reprender, o para lo que fuera, sino que me gustaba.

– Te damos las gracias, Epona, por el regreso de nuestros valientes guerreros.

Oí un murmullo de asentimiento entre la multitud, y continué.

– Sólo tengo que cerrar los ojos y, en la memoria, veo las dificultades a las que nos hemos enfrentado esta pasada estación. Sin embargo, nuestra diosa estuvo con nosotros, como siempre. Oímos su voz en el sonido de la lluvia, y en el canto de los pájaros. Está en el ritmo de la luna, en el soplo de la brisa, en el olor dulce y vivo de la tierra. El cambio de las estaciones nos recuerda que las bendiciones no vienen solas, sino en una mezcla, y algunas veces, debemos saber encontrarlas como a gemas entre la arena. Esta noche, damos las gracias por nuestras gemas.

Mis últimas palabras resonaron contra los muros del Gran Salón:

– ¡Ave, Epona!

Entonces, sonreí a mi maravilloso público y me dejé caer, con gratitud, sobre el asiento. Todos comenzaron a hablar entre sí.

– Por favor, tráeme una infusión y llévate este vino -le susurré a una de las sirvientas. Ella me miró con confusión, ¿y cómo iba a reprochárselo? Yo me estaba comportando muy extrañamente. Sin embargo, la muchacha obedeció sin preguntar nada.

– ¿Qué te ocurre, Rhea?

Aunque me habló en voz baja, la preocupación de ClanFintan era evidente, y muchas de las personas que nos rodeaban, incluida Alanna y su marido Carolan, me miraron también.

– Oh… -yo intenté restarle importancia-. Es que he tenido mal el estómago, y no acaba de curárseme -dije, mirando a mi marido con una sonrisa-. Es casi tan obstinado como yo misma.

Algunos de los que nos escuchaban se rieron. Yo me di cuenta de que ClanFintan, Alanna y Carolan no estaban entre ellos.

– Estás pálida -dijo él-. Y delgada.

– Bueno, una nunca puede ser demasiado rica ni estar demasiado delgada -dije.

Entonces, él emitió un resoplido que sonaba casi equino.

El sonido de unos platos devolvió nuestra atención a la mesa. Estaban sirviéndonos un guiso de pollo con salsa de mantequilla y ajo. Cuando percibí el olor, tuve que apretar los labios y tragar saliva.

Disimuladamente, tomé del brazo a la sirvienta.

– Llévate esto y tráeme… arroz. Arroz blanco.

Ella parpadeó de la sorpresa.

– ¿Sólo arroz, mi señora?

– Sí, y un poco de pan -respondí yo, intentando sonreír.

– Sí, mi señora.

Ella se alejó rápidamente, y yo volví a encontrarme con la mirada de preocupación de mi marido. Antes de que pudiera comenzar a interrogarme otra vez, le hice una pregunta para cambiar de tema.

– Bueno, cuéntame. Quiero enterarme de todo -dije, y le di un sorbito a la infusión que me habían llevado, rogando que mi estómago se calmara-. ¿Cómo se ha instalado la gente en el Castillo de la Guardia y en el Castillo de Laragon? ¿Encontrasteis a algún superviviente Fomorian?

– Rhea, he enviado informes semanales para mantenerte al día.

– Lo sé, amor mío, pero eran informes escuetos. Quiero detalles -dije, y sonreí con gratitud a la sirvienta que depositó ante mí un plato de arroz humeante.

– Como desees -dijo él, y entre bocados de aquella comida que parecía tan deliciosa, pero que a mí me provocaba náuseas, comenzó un resumen de los pasados meses. Mientras ClanFintan hablaba, yo seguí mirándolo mientras me metía pequeñas cucharadas de arroz en la boca y tomaba sorbitos de té-. Como las cuadrillas de trabajo habían limpiado y reconstruido ambos castillos, los nuevos habitantes se instalaron con facilidad… Tenemos que agradecerles a Thalia y al resto de las Encarnaciones de las Musas que ayudaran en el asentamiento de Laragon. Muchas de las estudiantes que estaban a punto de graduarse se ofrecieron voluntarias a quedarse allí para que los nuevos guerreros y sus familias se instalaran cómodamente -explicó, y sonrió-. Creo que varias de las jóvenes discípulas de las Encarnaciones de la Musas no volverán al Templo de la Musa.

El Castillo de Laragon estaba situado cerca del gran Templo de la Musa, que era una universidad femenina de Partholon. Las jóvenes más excepcionales de todo el territorio se educaban allí de la mano de las nueve Encarnaciones de las Musas. Las mujeres que se formaban allí eran las más respetadas de Partholon. No era de extrañar que los guerreros hubieran tenido poca dificultad a la hora de instalarse en Laragon.

– Sin embargo -continuó ClanFintan con una expresión sombría-, las mujeres que iban a instalarse en el Castillo de la Guardia estaban muy inquietas, al principio, por el hecho de tener que vivir allí. Ése es el motivo por el que decidí retrasar varias semanas la marcha de nuestras tropas. Después de las atrocidades que se cometieron en aquel castillo, era natural que los nuevos ocupantes se sintieran vulnerables.

Sus palabras me produjeron un escalofrío, porque recordaba muy bien las atrocidades a las que se refería. Poco después de mi llegada por Partholon, una raza de humanoides vampiros llamados Fomorians comenzó una invasión para subyugar y destruir a la gente de este mundo. Quizá el aspecto más horrible de su invasión fue que los Fomorians masculinos capturaban, violaban y fecundaban a las mujeres humanas. Las mujeres, llegado el momento, parían criaturas mutantes que eran más demonios que humanos. Con su poder, Epona me había enviado en un viaje espiritual a presenciar uno de aquellos partos, y en aquel momento, al recordarlo, me estremecí. Es suficiente decir que la madre humana no sobrevivió al nacimiento. Los Fomorians consideraban a las mujeres como incubadoras vivientes desechables para su prole.

Aunque los Fomorians habían destruido el Castillo de Laragon y habían matado a todos sus habitantes, el ataque había sido rápido, y el final se precipitó abruptamente. Lo peor había ocurrido en el Castillo de la Guardia. Los Fomorians se habían instalado allí, y se habían infiltrado en Partholon meses antes de que nosotros nos percatáramos de su invasión. Habían convertido el Castillo de la Guardia en su cuartel general, y allí muchas mujeres habían soportado los horrores de las violaciones y el embarazo. También allí habían tenido que esperar hasta que las crías se abrían paso con las garras para salir de sus cuerpos.

– Me alegro de que te quedaras hasta que las nuevas mujeres del Castillo de la Guardia se sintieran seguras.

– Sabía que no habrías esperado menos -me dijo, con una mirada cálida.

– Eres mi héroe -respondí yo con un suspiro romántico.

– Como es debido -contestó él, siguiendo la broma, más relajado al ver que yo me comportaba con normalidad.

Por desgracia, sólo era una actuación. Tuve que hacer un esfuerzo para tragar otra cucharada de arroz. ClanFintan continuó con su informe.

– Seguir el rastro de los Fomorians que habían sobrevivido fue más difícil que supervisar la repoblación del Castillo de la Guardia. Durante nuestra búsqueda encontramos a muchas mujeres. Cuando sus captores murieron, o huyeron, dejaron grupos de mujeres embarazadas en el camino. Algunas tenían la viruela, y estaban tan débiles que murieron rápidamente. A las que sobrevivieron y todavía estaban en los primeros meses de embarazo, Carolan les administró una poción, que funcionó todas las veces, y que les provocó un aborto. Sin embargo, casi la mitad de esas mujeres murió durante el proceso. Fue muy poco lo que Carolan pudo hacer por las mujeres con un embarazo muy avanzado. Sólo pudo mitigar su dolor y suavizar su muerte. Para él fue muy difícil no poder salvarlas, Rhea.

Seguí su mirada y me di cuenta de que Carolan tenía nuevas arrugas alrededor de los ojos. Acariciaba constantemente a Alanna, casi con desesperación, como si ella pudiera desvanecerse ante sus ojos.

– Me aseguraré de que Alanna tenga mucho tiempo libre -sugerí.

– Eso será una gran ayuda para él -dijo ClanFintan-. Yo también tengo la esperanza de que mi esposa disponga de tiempo libre para mí -añadió mientras me guiñaba un ojo.

– Bueno, pues da la casualidad de que yo conozco a tu esposa -dije, intentando que mis palabras tuvieran un tono sugerente. Sin embargo, sentí otra nueva oleada de náuseas-. Y, eh… ella me ha asegurado que… ¡Oh, mierda!

Me incliné hacia un lado de la silla y vomité como un volcán sobre el suelo de mármol, y desafortunadamente, también sobre una sirvienta que no se apartó con la rapidez necesaria.

Sabía que todo el mundo se había quedado en silenció, pero yo estaba muy ocupada intentando respirar y limpiándome la boca. Cuando Victoria y Carolan se acercaban a mí rápidamente, vomité de nuevo, esta vez sobre ellos.

– Oh… ¡lo siento muchísimo! -dije, tartamudeando y temblando.

No sé por qué, me puse de pie, y al instante, la cabeza comenzó a darme vueltas. No podía respirar. Me fallaron las rodillas.

– ¡Te tengo, Rhea! -dijo Victoria, y me di cuenta de que había llegado a mi lado antes que ClanFintan, porque me estaba tendiendo, con cuidado, sobre el diván.

Abrí los ojos, pero no podía respirar. Me iba a morir delante de todo el mundo, vomitando… Dios, qué modo tan poco atractivo de fallecer…

Entonces, ClanFintan me tomó en brazos y yo me sentí doblemente asustada, al ver que él se había quedado pálido…

– No, espera, tengo que decirle una cosa a Victoria…

Alargué ciegamente la mano y noté que ella me agarraba con suavidad.

– Quiérelo -le susurré, y me di cuenta de que abría unos ojos como platos-. No importa lo que diga la gente, ni que haya diferencia de edad -añadí, y me aferré con fuerza a su mano al notar que quería soltarme. Si yo me estaba muriendo, ella iba a escucharme. Después de habérselo dicho, podría seguir vomitando tranquilamente hasta la muerte-. Lo necesitas. Deja de huir y acepta el regalo asombroso que te ha hecho la vida.

Ella se había quedado muy callada, y su expresión no cambió. Lo único que noté fue que sus hombros, normalmente erguidos y orgullosos, se habían hundido.

Le apreté la mano antes de soltarla y apoyar la cabeza en el pecho de ClanFintan.

– Me siento tan mal… -murmuré.

– Sanador, sígueme -dijo ClanFintan con una voz pétrea, mientras nos marchábamos del salón.

Capítulo 3

– Lleva así unas catorce jornadas, quizá más -dijo Alanna-, pero nunca hasta ahora se había indispuesto en público.

– Ya me encuentro mejor. Sólo necesito tumbarme un rato -dije yo, mientras mi esposo me llevaba a mi habitación, seguido por Carolan y Alanna. Después añadí con un gruñido -: He estropeado la celebración. Alanna, debes ir al salón y decirle a todo el mundo que sólo tengo… unas molestias en el estómago, y que ahora que Carolan y mi esposo han regresado, me pondré bien.

Alanna iba a protestar, pero yo me saqué un as de la manga.

– Hazlo por mí. La gente se va a preocupar mucho…

– Por supuesto -respondió ella, aunque por su sonrisa forzada me di cuenta de que conocía mis tácticas-. Pero volveré rápidamente en cuanto haya tranquilizado a la gente -entonces, se volvió hacia su marido y le dijo en un susurro-: Por favor, querido, averigua qué le ocurre.

– ¡Lo he oído! -le grité mientas se alejaba. Alanna me hizo caso omiso.

Después me fijé en los dos hombres, que me estaban mirando como si fuera una gallina a punto de poner un huevo.

– ¿Por qué no nos mandaste aviso de que estabas enferma? -me preguntó ClanFintan, más dolido que enfadado.

– No quería que os preocuparais. Y supongo que pensaba que, si no admitía que había algo malo, no habría nada malo.

Con un gruñido, dio a entender que pensaba que yo era boba.

– Tengo que examinarte, Rhea -me dijo Carolan con su voz serena.

– De acuerdo…

– ClanFintan, te avisaré cuando haya terminado la exploración -dijo Carolan.

– Yo prefiero quedarme con Rhea -dijo ClanFintan.

Antes de que yo pudiera intervenir, Carolan habló con la tranquila seguridad que proporciona la experiencia.

– Para ella es mejor tener algo de intimidad. Confía en mí, amigo -le dijo a mi marido, y le posó la mano en el hombro, mirándolo fijamente.

ClanFintan asintió. Se inclinó hacia mí y me besó la frente.

– Estaré junto a la puerta. Si me necesitáis, sólo tenéis que avisarme.

Salió con rapidez.

Después, yo intenté sonreír a Carolan con valor.

– Gracias. Lo quiero mucho, pero todo esto es muy embarazoso para mí, y, bueno… tienes razón en lo de que necesito privacidad.

Me devolvió la sonrisa mientras se sentaba a mi lado en el colchón.

– Bueno, y ahora que ya no estoy hiperventilando, ¿qué hay que hacer?

– Pues… nada demasiado horrible -me dijo Carolan-. Te voy a hacer unas cuantas preguntas, y después te haré una exploración. Dime cuánto tiempo llevas sintiéndote mal.

– Calculo que unas tres semanas -admití con un suspiro-, o como diría Alanna, unas veintiuna jornadas. Sin embargo, durante las dos últimas semanas ha sido tan evidente que no he podido ocultárselo a ella.

– ¿Cuánto tiempo llevas con los vómitos? -preguntó, mientras me palpaba las glándulas del cuello con expresión preocupada.

– Un poco más de una semana, aunque llevaba unas tres semanas con náuseas.

– ¿Y has notado algún otro síntoma, aparte de las molestias de estómago?

– Bueno… me he sentido un poco inquieta y deprimida.

Él me dio unos golpecitos en el brazo, y después sacó de su bolsa médica un objeto en forma de embudo.

– Por favor, incorpórate y respira profundamente -me pidió, y yo obedecí. Después, comenzó a usar aquel objeto como si fuera un estetoscopio.

Debió de quedar satisfecho con lo que oía, porque dejó aparte el estetoscopio y continuó con el examen, sondando, pinchando y observando mi cuerpo, por dentro y por fuera, mientras me hacía preguntas, como qué tipo de flores habían puesto mis sirvientas en los jarrones de la habitación y con qué frecuencia iba al baño.

Por fin, terminó. Me dio unas palmaditas en las manos y dijo:

– Estoy muy seguro de que…

– ¡Tengo un tumor cerebral! -exclamé, con el estómago encogido.

Carolan se echó a reír.

– No tienes ningún tumor, Rhea, pero sí tienes algo en el cuerpo, algo que no estaba hace unos pocos meses -respondió con los ojos brillantes-. Estás embarazada.

– Estoy… estoy… estoy…

– Calculo que darás a luz a mediados de la primavera que viene.

– ¿Un hijo? -pregunté; me daba cuenta de que parecía tonta, pero se me había quedado el cerebro paralizado.

– Ese es mi diagnóstico, sí -respondió él mientras, con una sonrisa, recogía su instrumental y lo guardaba en la bolsa-. Una niña -añadió.

– ¿Una niña? ¿Cómo lo sabes? -pregunté, mientras me miraba el abdomen, que tenía un aspecto completamente normal.

– El primer vástago de la Elegida de Epona siempre es una niña -me explicó Carolan-. Es un regalo de la diosa para ti, y también para tu pueblo, por supuesto.

Yo me había quedado atontada. Era cierto que me había faltado un periodo, pero yo no le había concedido demasiada importancia. Lo había achacado al estrés. Un nuevo mundo, en una dimensión diferente, donde la mitología era real. Convertirse en la encarnación de una diosa. Luchar contra una horda de demonios. Cosas como ésas podían alterar el organismo de una persona, como mínimo. Me di cuenta de que, repentinamente, Carolan tenía prisa por marcharse.

– ¿Por qué tienes tanta urgencia? -le pregunté, casi al borde del llanto. Eso, al menos, tenía sentido. Hormonas.

– Alanna querrá anunciar la maravillosa noticia ante todo el mundo… ¡Seguro que la celebración continuará toda la noche! -exclamó. Yo palidecí, y él se echó a reír-. No, tú no tienes que asistir, pero habrá muchos brindis por tu buena salud y por la de tu hija -dijo. Se volvió hacia mí una última vez mientras abría la puerta-. Enhorabuena, Rhea. ¡Deja que sea el primero en desearte felicidad y salud para tu hija!

Oí que le decía a ClanFintan que podía pasar. Mi marido todavía tenía una expresión de angustia cuando se acomodó a mi lado, en el colchón.

– ¿Qué es, mi amor? ¿Qué te ocurre?

– ¡Tú! -exclamé, con una risita que rayaba la histeria.

Él frunció el ceño con desconcierto.

– ¿Yo? ¿Te he causado algún daño?

Yo le acaricié la mejilla.

– No me has causado ningún daño, lo que pasa es que me has fecundado.

Parpadeó dos veces, y finalmente pareció entenderlo todo.

– ¡Una hija! -exclamó, y su voz grave estaba llena de alegría-. ¡Vamos a tener una hija!

– Sí…

ClanFintan me besó las palmas de las manos varias veces, y después se inclinó hacia mí para besarme en los labios.

– Aj -dije yo, apartando la cara-. Huelo a vómito.

– No me importa.

– A mí sí.

Él se echó hacia atrás y me observó con atención.

– Rhea, ¿no estás contenta?

– Sí, pero al mismo tiempo estoy asustada -respondí sin pensar.

Entonces, él me abrazó.

– No tengas miedo. Epona siempre cuidará de los suyos.

Yo apoyé la mejilla en el cuero de su chaleco, y murmuré mis miedos.

– No quiero herir tus sentimientos, pero ¿qué voy a tener?

Él permaneció en silencio, y yo me mordí el labio. Amaba a ClanFintan y no quería causarle dolor, pero él era parcialmente un caballo, y era el padre de mi hija. No podía evitar estar preocupada por la mezcla de nuestros genes, sobre todo teniendo en cuenta que en aquel mundo no había epidurales ni cesáreas.

– Tendrá tu forma, Rhea.

– ¿Y si tiene la tuya? -susurré yo.

Él se detuvo un instante, y después dijo en voz baja:

– Mi corazón, Rhea. Nuestra hija tendrá mi corazón.

Yo lo abracé mientras se me llenaban los ojos de lágrimas.

– Entonces, lo tendrá todo.

Posó sus labios cálidos sobre mi cabeza, y después se levantó y me tomó en brazos.

– Oh, por favor, no me hagas volver al salón, con toda esa comida y toda esa gente.

– No, voy a llevarte a tus baños. Esta noche voy a cuidar de ti y de nuestra hija.

Me sonrió mientras abría la puerta de nuestra habitación y salía hacia el pasillo para dirigirse a mis baños privados.

Los guardias que custodiaban la puerta se cuadraron al vernos, me saludaron y dijeron:

– ¡Bendita sea vuestra hija, lady Rhiannon!

Para estar en un mundo en el que no había televisión ni Internet, las noticias se sabían muy rápidamente.

Sonreí con picardía por encima del hombro de ClanFintan y les guiñé un ojo.

– ¡Gracias, chicos!

No conocía a mis guardias, y lo digo en el sentido bíblico de la palabra, como los conocía la auténtica Rhiannon, pero los apreciaba.

– No los animes -me regañó ClanFintan, afablemente.

– Pronto voy a estar tan gorda y embarazada que ni me mirarán.

– Mmm -comentó él con elocuencia, y me depositó delicadamente junto al borde de la piscina de aguas termales.

Uno de los muchos beneficios de ser la encarnación de una diosa era tener una plétora de ninfas entusiastas que consideraban que el hecho de servirme era un honor, además de un deber, y que me mantenían en medio de un lujo antiguo. Eso significaba que yo tenía el mejor vino, la mejor comida, las mejores joyas, la mejor ropa, los mejores caballos, los mejores guerreros… y así sucesivamente, aunque no tuviera televisión, ni teléfono, mi ordenador, ni coche. A cambio, tenía que ocuparme de la salud espiritual del pueblo de Epona. Presidía las ceremonias, con los pechos al descubierto, eso sí, cosa a la que me había costado un poco acostumbrarme, sobre todo cuando había empezado a hacer frío. Era una especie de líder, y tenía que hacer todo lo que mi diosa me pidiera de la mejor manera posible.

Estaba segura de que era muy buen trato, porque también incluía el hecho de tener unos baños opulentos que siempre estaban preparados para que yo los usara.

– Deja que te ayude con eso… -dijo ClanFintan, y apartó mis manos sucias de vómito para quitarme el broche de diamantes que me sujetaba la túnica por debajo del hombro-. ¿Un broche nuevo? -preguntó, mientras observaba la réplica diminuta de sí mismo.

– Sí, lo he estrenado hoy. ¿Te gusta?

– Lo que me gusta es que descanse cerca de tu pecho.

– Esa forma de hablar, si mal no recuerdo, es la culpable de que haya llegado a esta condición -le dije, y le aparté la mano con unas palmaditas juguetonas y cariñosas.

– Había sospechado que en tu antiguo mundo no había tanta cultura como en éste, pero si piensas que es hablando como te he fecundado, entonces deberíamos…

Sin decir nada, volví a darle unas palmaditas, y entonces la tela de mi túnica se deslizó por mi cuerpo, dejando a la vista el pecho al que él se había referido. Vi cómo cambiaba la expresión de su rostro cuando estiró una mano y me tocó el seno.

– Ya está diferente. Tus pechos están más llenos, son más sugerentes.

Me pareció que su voz era hipnótica mientras posaba ambas manos sobre mis costillas, y me acariciaba suavemente.

Incluso después de estar casada con él durante medio año, el calor de su cuerpo todavía me sorprendía. La temperatura del cuerpo de un centauro es varios grados más alta que la de un humano. Las caricias de ClanFintan siempre eran cálidas y eróticas, y, aunque yo sabía que sólo era fisiología, su calor actuaba en mí como un afrodisíaco.

Me estremecí de impaciencia, y noté que la sensación de mareo de mi estómago había desaparecido.

– Estás helada… -su roce sensual terminó. ClanFintan me quitó el resto de la ropa y me ordenó-: Empieza a bañarte.

– Qué romántico -respondí yo con ironía.

Sin embargo, él ya se había dado la vuelta y estaba junto a mi tocador, abriendo frascos y olisqueándolos.

– El jabón de vainilla y almendra es el que está en el frasco dorado -le dije, mientras entraba lentamente en el agua clara, llena de burbujas, y me dirigía hacía mi saliente de roca favorito.

ClanFintan se volvió con una sonrisa de triunfo, con la botella dorada en las manos.

– Me gusta el olor de éste.

– Ya lo sabía, por eso lo uso.

Nos sonreímos el uno al otro.

Él se acercó al borde junto al que yo estaba sentada. Con un movimiento rápido se quitó el chaleco de cuero y lo dejó en el suelo junto al frasco de jabón.

– ¿Tengo que recordarte que no puedes hablar?

– ¡Oh! -exclamé yo con sorpresa-. No, pero no sabía que…

– Shh.

Cerré la boca y me preparé para lo que iba a suceder: el Cambio. Como Sumo Chamán, ClanFintan tenía la habilidad extraordinaria de cambiar de forma. Eso era una fuente inagotable de asombro para mí. Observé con reverencia cómo se concentraba y se encerraba en sí mismo, y sentí un escalofrío de deseo agridulce. Sólo podíamos estar juntos como marido y mujer si él cambiaba de forma, así que sentí un aleteo de pasión cuando él comenzó su cántico. Sin embargo, el Cambio tenía un coste. ClanFintan sólo podía mantener una forma diferente a la suya durante veinticuatro horas, y nunca estaba verdaderamente cómodo en otra forma que no fuera la de centauro. Además, el cambio de forma le provocaba un terrible dolor, y después de volver a su forma de centauro quedaba debilitado durante horas.

Cada vez que acometía un cambio para adoptar la forma humana, proclamaba la profundidad de su amor y de su compromiso hacia mí.

Su cántico se hizo más intenso, y yo percibí claramente la magia de aquellas palabras que ClanFintan repetía una y otra vez con su voz de terciopelo. Levantó los brazos, hasta que estuvieron sobre su cabeza, y echó ésta hacia atrás. La larga melena le cayó, libre sobre la espalda, pero no consiguió ocultar sus músculos tensos y temblorosos. Entonces, comenzó a brillarle la piel, a ondularse como si estuviera a punto de convertirse en líquido. Yo sabía que debía cerrar los ojos y protegerme del fogonazo de luz que iba a producirse, pero no podía apartar la mirada de la cara de mi marido. Tenía un gesto de agonía. La luz irradió de él y me cegó con una explosión de brillo blanco y plateado.

Después, sólo oí su respiración jadeante en la oscuridad serena que siempre nos envolvía por completo después de la luz de su transformación.

– ¿ClanFintan?

No pude evitar que mi voz tuviera un matiz de temor. No tenía miedo de su magia, ni de su cambio. Sólo temía lo que le había costado, y me aterraba que algún día no pudiera recuperarse del dolor.

– Te he dicho… -su voz enronquecida denotaba el esfuerzo por recuperar el aliento- que no te preocupes.

Yo me froté los ojos, intentando librarme de los puntos de luz que me impedían verlo.

– No sé, pero detesto que te duela tanto.

– Es un precio que nunca me importará pagar.

Mi visión se aclaró y vi que estaba de rodillas, porque el Cambio lo había hecho caer. Con una mano se apartó el pelo de la cara sudorosa, y con la otra se apoyó para ponerse lentamente en pie. Se quedó inmóvil un instante, y yo supe que estaba reuniendo fuerzas y acostumbrándose a la forma humana, mucho más pequeña y menos poderosa que la de centauro.

Aunque él no era un hombre pequeño, en ninguno de los sentidos de la palabra. En realidad era un hombre humano de proporciones muy bellas. Era alto y musculoso, y conservaba la anchura de hombros y de pecho, tan impresionante en su verdadera forma. Tenía el trasero y las piernas bien formados y fuertes. Como todo lo que sobresalía de su cuerpo completamente desnudo. Y parecía que estaba muy contento de verme.

– ¿Está todo -me preguntó con la ceja arqueada, mirándose el cuerpo- donde debería estar?

A mí se me cortó la respiración del susto.

– ¿Quieres decir que las cosas pueden moverse cuando cambias?

– Claro que no -respondió, y su risa me reconfortó, como su paso seguro hacia el borde de la piscina-. Sólo estaba tomándote el pelo.

– Vaya, qué gracioso… -respondí, y le salpiqué un poco mientras se inclinaba a tomar el frasco de jabón.

Después, bajó por los salientes de la pared de la piscina, que servían de escalera y de asiento a la vez, y se unió a mí. Tomó la esponja que había al borde de la pila y vertió una cantidad generosa de jabón en ella.

– Por favor, relájate y permite que cuide de ti -me dijo, y miró hacia abajo, hacia donde el agua oscurecía, pero no ocultaba, mi vientre levemente hinchado-. De las dos.

Sus palabras me devolvieron a la realidad de mi estado, y me quedé silenciosa. Le dejé que empezara a enjabonarme los hombros con movimientos lentos, circulares, mientras pensaba en el hecho de que llevaba otra vida dentro de mi cuerpo.

ClanFintan se mantuvo en silencio, dejándome pensar mientras me frotaba el brazo con la esponja, y me quitaba cuidadosamente los restos de arroz de la mano. Después hizo lo mismo con el otro brazo. Sus acciones eran calmantes, y poco a poco, sentí que el entumecimiento desaparecía junto a los restos de arroz. Entonces, con delicadeza, él me deslizó la esponja por el cuello y más abajo, hasta que su suavidad rozó mis pezones sensibilizados.

– Dime si algo de lo que hago te resulta incómodo.

– Todo lo que estás haciendo es perfecto -respondí yo.

– Bien. Entonces, continuaré.

La esponja siguió el camino de mi muslo, pantorrilla y pie. ClanFintan se recreó masajeándomelo, y yo emití un gruñido de placer al sentir el calor y la fuerza de sus caricias.

– No se me había olvidado lo mucho que te gustan los masajes de pies.

Continuó con sus cuidados, y yo le envié un susurro de agradecimiento a Epona.

– Gracias, Diosa.

Poco después, ClanFintan tomó la esponja y siguió con la otra pierna. Cuando llegó de nuevo a mis hombros, yo me sentía excesivamente limpia para ser una mujer con unos pensamientos tan sucios. Observé cómo me acariciaba los pechos enjabonados con la mirada.

– Eres una mujer muy bella.

– Y estoy limpísima.

Dejé que mi cuerpo se deslizara por el saliente hasta que me puse a horcajadas sobre su regazo. Lo abracé y presioné los senos contra el calor seductor de su pecho.

– Será mejor que Alanna tenga cuidado. Tú eres un ayudante de baño magnífico.

Él respondió devorando mis labios y estrechándome con fuerza contra su cuerpo. Yo exploré con las manos la curva de su espalda y de sus caderas, y me deleité con las formas de sus músculos. Su sabor familiar me invadió los sentidos.

– Te he echado mucho de menos, amor mío -dijo él, con la voz ronca de lujuria, y aquel sonido hizo que el deseo me atenazara el vientre.

– ¿Cómo había podido olvidar tu calor? -gemí, mientras le mordisqueaba el hombro.

– ¡Ah, Diosa! Debería ser suave contigo, pero yo…

– No seas cuidadoso. Te prometo que no me voy a romper.

Con un gruñido de deseo puro, me agarró por las nalgas y me levantó, y con un movimiento suave, se hundió en mi cuerpo. Yo recibí su embestida con una propia, y me colgué de él, succionando su lengua. Nos unimos como si estuviéramos hambrientos el uno del otro, como si aquellos meses de separación hubieran sido toda una vida. Nuestro ritmo aumentó velozmente, y antes de que nos diéramos cuenta, mi orgasmo estalló al sentir que él se liberaba dentro de mí.

Con la respiración acelerada, ClanFintan intercambió su sitio conmigo, y me sentó en su regazo mientras se acomodaba en el saliente de la piscina. Nos abrazamos el uno al otro, dejando que nuestros cuerpos sintieran lo bien que encajaban.

Poco después, salió con facilidad de la piscina y me sacó a mí también. Caminamos empapados hasta una pila de toallas y ClanFintan comenzó a secarme vigorosamente.

– ¡Eh! ¡Me estás arrancando la piel! -dije con un gritito, y le quité la toalla.

– He pensado que quizá tuvieras frío al salir del agua.

– No, de veras, estoy bien. Sécate tú -dije. De repente, me sentía un poco molesta, como si tuviera la piel demasiado sensible como para permitir que me tocaran. Las hormonas estaban haciendo cosas raras.

– El Cambio me secará -dijo él. Por su sonrisa, supe que había captado mi cambio de humor y que no se sentía ofendido. Yo esperaba que su paciencia durara por lo menos nueve meses. ¿Quién sabía qué otras cosas podía hacer mi cuerpo?

– Gracias, yo…

– Shhh.

No me había dado cuenta de que él se había alejado varios pasos de mí, y que había comenzado a murmurar las palabras que conjuraban el Cambio.

Cerré la boca antes de poder decir «lo siento», y me protegí los ojos con una esquina de la toalla mientras observaba la transformación. El Cambio de forma humana a centauro siempre sucedía con más rapidez que el proceso contrario. Su piel resplandeció y se onduló. En aquella ocasión, yo cerré los ojos con fuerza antes de que se produjera la explosión de luz. Cuando la claridad que se filtraba a través de mis párpados desapareció, supe que podía mirar. Y hablar.

– Te he echado mucho de menos -dije yo, mientras miraba al ser magnífico que era mi marido.

– Y yo a ti. Nací para quererte -dijo con una sonrisa, mientras me abrazaba. Me sujetó con delicadeza entre sus brazos poderosos, y me miró a los ojos-: No estoy completo sin ti. Me alegro de haber vuelto a casa.

Yo había visto suficiente magia en aquel mundo como para saber que decía la verdad. Por algún capricho del destino, mi diosa lo había convertido en mi compañero, incluso antes de que yo formara parte de aquel mundo.

– Sí -respondí-, yo también me alegro de que hayas vuelto.

– ¡Vamos! -exclamó ClanFintan entonces. Me tomó en brazos como si no pesara más que una niña, y de veras, peso más que una niña.

– ¿Sabes? Puedo andar.

Sin embargo, mi queja fue muy débil. Me gustaba la seguridad que sentía en sus brazos.

– Compláceme. Acabo de llegar.

Dio una coz en la enorme puerta, e inmediatamente, mis guerreros la abrieron desde fuera. Me di cuenta de que apartaban los ojos de mi persona vestida sólo con una toalla. Sin duda, querían evitar una mirada ceñuda de mi marido. No obstante, yo los saludé alegremente por encima del hombro de ClanFintan, y obtuve como respuesta sus rápidas sonrisas.

– Los mimas demasiado.

– Son adorables. Y además, tú sabes que no tienes que preocuparte de nada. Era esa otra Rhiannon la que necesitaba dormir con todos sus guerreros y unos cuantos más.

– No creo que durmiera mucho.

– Ya sabes lo que quiero decir. Como bien sabes, soy una esposa fiel. ¡La fidelidad es mi mayor afición!

– Creía que tu mayor afición era el merlot -respondió él, y se rió de su propia broma.

Yo palidecí.

– No menciones esa palabra.

Mi nueva aversión por el vino debía de ser la forma que tenía Epona de asegurarse de que yo no conservara a mi hija en alcohol. Debería sentirme agradecida, y lo estaría, en cuanto consiguiera librarme de aquellas patéticas náuseas.

Era evidente que habían arreglado mi habitación durante el tiempo que habíamos estado ausentes. El colchón apoyado en el suelo que nos servía de cama estaba recién hecho, y había una pequeña mesa para dos junto a las ventanas que daban a mi jardín privado. Olfateé el aire con desconfianza, temiendo que cualquier aroma delicioso pudiera provocarme el reflejo del vómito. No percibí nada objetable, y de manera vacilante, me aproximé a la mesa. Mi marido se echó a reír.

– ¿De qué te ríes?

– Nunca pensé que te vería acercarte con temor a una mesa llena de comida.

La adoración que yo sentía por la buena comida había sido motivo constante de diversión para mi marido. En realidad, más de una vez había comentado que yo tenía el apetito de una Cazadora, lo cual, por algún motivo, le resultaba enternecedor.

Para mí es menos enternecedor, y es el motivo por el que me obligo a hacer ejercicio con regularidad.

– Muy gracioso. Que no se te olvide que ya he vomitado sobre una mujer centauro esta noche.

Cuando llegué junto a la mesa suspiré de alivio. La mano delicada de Alanna y su capacidad infalible para atenderme eran evidentes. Había un plato humeante lleno de caldo transparente con un ligero aroma a pollo. Junto a él, una cesta cubierta con una servilleta, que contenía rebanadas finas de pan tostado y plátanos cortados. También había una tetera de infusión de hierbas. Para ClanFintan, Alanna había servido un plato de queso y pollo frío. No había ni rastro de arroz ni de nada que oliera a comida frita, especias o mantequilla.

– Alanna es muy sabia -dijo ClanFintan mientras se acomodaba en el asiento, y comenzaba a comer con satisfacción su pollo.

Yo tomé un poco de caldo y mordí con cautela una tostada.

– Conociéndola, seguramente ya está cosiendo ropa de bebé.

ClanFintan y yo nos sonreímos.

Seguí tomando lentamente el caldo, dándole tiempo a mi estómago para que se acostumbrara a la comida.

– Bueno, ¿entonces dirías que el viaje ha sido un éxito? -le pregunté mientras soplaba el té para que se enfriara un poco.

– El Castillo de Laragon estaba prosperando cuando nos marchamos. En primavera los campos habrán dado otra vez las cosechas y las flores de antaño. La repoblación del Castillo de la Guardia fue bien después de que las mujeres se instalaran. Los nuevos guerreros permanecen vigilantes. Tal y como pensábamos, había signos de que los habitantes anteriores descuidaron sus deberes de vigilancia y defensa.

Había sido horrible descubrir que los Fomorians, los antiguos enemigos de Partholon, se habían apoderado del Castillo de la Guardia, la defensa supuestamente inexpugnable del único paso a través de las montañas. Se había especulado mucho sobre el modo en que había comenzado la invasión. Yo arqueé con curiosidad las cejas para que ClanFintan continuara.

– Sus armas estaban oxidadas, rotas y desatendidas. Los campos de liza estaban cubiertos de maleza, y eso demuestra que no practicaban las destrezas que hubieran necesitado para la guerra. Sin embargo, no había falta de vino ni de cerveza, y las despensas estaban llenas de exquisiteces.

– Entonces, ¿comían y debían y sólo hacían eso?

– También encontramos algunas pinturas inquietantes…

ClanFintan se quedó callado, y eso avivó mi curiosidad.

– Vamos, continúa. ¿Qué había en esas pinturas?

– Disfrutaban infligiéndose dolor los unos a los otros durante las relaciones sexuales. Y había pruebas de que estaban adorando a un dios oscuro.

– ¿Un dios oscuro? ¿A qué te refieres?

– Entre las pinturas de sus perversiones había dibujos que mostraban la Triple Cara de la Oscuridad.

– Espera, no entiendo lo que quieres decir. ¿Qué es la Triple Cara de la Oscuridad?

ClanFintan respondió en voz baja, lo cual sólo sirvió para aumentar mi inquietud. Estábamos completamente solos, así que ¿por qué bajaba el volumen de la voz?

– No me gusta hablar de estas cosas. Uno no debe nombrar a un dios oscuro descuidadamente, aunque sea el Sumo Chamán, o la Elegida de la Diosa. Pero como eres la Amada de Epona, tienes derecho a saber exactamente qué es lo que ha podido entrar en Partholon junto a los Fomorians, debido a la decadencia de los guerreros del Castillo de la Guardia.

– Cuéntamelo -le pedí, pese a que estaba asustada.

– Pryderi es la Triple Cara de la Oscuridad. Según las historias ancestrales, era un dios, como Cernunnos, sólo que él pudo elegir las montañas y las tierras del norte en las que iba a reinar. Las leyendas también cuentan que era el consorte de Epona, y que ella lo amaba. Entonces, él comenzó a desear más poder, para subyugar a Epona y someterla a su voluntad.

– ¿Y qué hizo Epona? -pregunté, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.

– El dolor y la ira de la diosa fueron terribles. Lo echó de Partholon con tanta furia que el aspecto del dios se fragmentó, como puede romperse un alma si está demasiado traumatizada, y por eso, las pinturas lo muestran con tres caras.

– ¿Y cómo son esas caras?

ClanFintan exhaló un largo suspiro.

– Una de las caras no tiene nada salvo ojos. La boca está sellada. El resto carece de rasgos. Otra de las caras tiene una boca con colmillos, abierta, espantosa. Los ojos de esa cara son unos huecos vacíos. La tercera es de una belleza increíble. Se dice que esa cara es la suya antes de que traicionara a Epona.

Yo le di un sorbito a mi té, con las manos temblorosas.

– ¿Y en Partholon hay gentes que adoren a ese dios?

– No. O, si las hay, están en las partes más oscuras del territorio.

– Pero el Castillo de la Guardia no es una parte oscura de Partholon.

– No, no lo es. Pero la gente que lo habitaba se corrompió, a causa de los Fomorians, o de su avaricia y su pereza antes de que las criaturas se infiltraran en el castillo. La secuencia de lo ocurrido nunca ha quedado clara. Sin embargo, parece que Pryderi era una influencia para ellos desde hacía tiempo -dijo. Después me acarició la mejilla para darme ánimos-. No te preocupes, amor. La gente debe ser receptiva a los susurros venenosos de Pryderi para que puedan apoderarse de sus almas, y el Partholon de Epona no se rendirá tan fácilmente a la oscuridad. No tenemos que temer que los nuevos guerreros del Castillo de la Guardia olviden sus deberes.

– Bueno -respondí, e hice un esfuerzo por apartarme de la cabeza el miedo que me había producido aquella conversación sobre Pryderi-. Entonces, ¿piensas que mi idea va a funcionar?

ClanFintan sonrió.

– Sí, tus órdenes para que el Castillo de la Guardia se convirtiera en una academia militar tuvo gran aceptación entre sus habitantes.

– Vigilancia y educación. Siempre fue una combinación excelente.

– El Castillo de la Guardia no volverá a fallarle a Partholon -dijo él con gravedad.

– Y tú no piensas que sobrevivieran los suficientes Fomorians como para atacarnos de nuevo, ¿verdad?

– Creo que la viruela y sus bajas en la batalla los han debilitado casi hasta el punto de la aniquilación, pero debemos permanecer alerta por si resurgen.

– ¿Crees que se llevaron a mujeres embarazadas consigo? -pregunté con horror.

– Rezo porque no fuera así.

Lo cual no me pareció una respuesta afirmativa.

– Así que debemos estar preparados y tener los ojos bien abiertos.

– Sí -respondió él.

– De acuerdo -dije. Bostecé, y él aguzó los oídos.

– Cuando tu cuerpo te dice que descanses, debes descansar -me dijo.

– Para variar, no voy a discutir contigo.

– Quizá el hecho de que no quieras discutir conmigo sea un efecto secundario agradable de tu embarazo -comentó él, mientras me seguía hasta nuestra cama.

– Yo no me fiaría mucho -repliqué con otro bostezo.

ClanFintan se acomodó primero en nuestro colchón, y después yo me acurruqué confortablemente junto a él. Debíamos de ser una extraña pareja, un ser que era medio caballo, medio hombre, durmiendo con una mujer humana. Sin embargo, no lo éramos. Me tumbara como me tumbara, él siempre encontraba la espalda de mi cintura, o la curva de mi pierna, y me acariciaba suavemente en círculos. Su roce cálido era como un somnífero. Me encantaba que él fuera capaz de calmarme así. Ya tenía los ojos casi cerrados cuando su voz interrumpió mis pensamientos.

– Me sorprendió que no usaras el Sueño Mágico para visitarme -comentó, y después añadió-: ¿O acaso viniste a verme y yo no noté tu presencia?

– No… -aquella pregunta me despertó por completo-. No he vuelto a viajar en sueños desde tu batalla con Nuada.

Salvo por un rápido gruñido de asentimiento, ClanFintan se mantuvo en silencio. Yo sabía que los dos estábamos pensando en aquella última y terrible batalla, cuando Nuada, el líder de los Fomorians, estuvo a punto de matar a ClanFintan. Yo recibí un golpe en la cabeza y me quedé inconsciente, y mi diosa llamó a mi espíritu y lo liberó de mi cuerpo para que pudiera distraer a Nuada. ClanFintan consiguió matar a la criatura, y el pánico se apoderó de los Fomorians. Entonces, la batalla se inclinó a nuestro favor. Antes de que ocurriera todo eso, Epona usaba mis sueños para enviarme a hacer viajes espirituales de reconocimiento, a espiar a nuestros enemigos y provocarlos para que cayeran en nuestras trampas.

Sin embargo, desde que los Fomorians habían sido derrotados, Epona no había vuelto a llevarme en ninguno de aquellos viajes espirituales, aunque yo hubiera intentado viajar por mí misma después de que ClanFintan se marchara. Tampoco había vuelto a oír el susurro de su voz, algo a lo que me había acostumbrado, por extraño que pudiera parecer, hasta hoy. Ella me había susurrado en la mente las palabras: «No estás representando nada, Amada». Al oír su voz de nuevo, me había dado cuenta de lo mucho que me estaba molestando su silencio.

– Intenté enviar a mi espíritu para que te visitara, pero no sucedió. Le pedí a Epona que me permitiera ir a verte. Antes me resultaba muy fácil viajar, viajaba incluso cuando estaba muy cansada.

– Sí, lo recuerdo -dijo él, y yo noté que asentía.

– Además, Epona no ha hablado conmigo -le conté con un hilo de voz.

– Rhea, tu diosa no te dejaría nunca. Debes creerlo.

– No sé, ClanFintan. En realidad, no sé nada de este asunto de las encarnaciones de los dioses. Acuérdate de que yo no soy Rhiannon.

– No, no lo eres, y yo le doy las gracias a tu diosa por ello.

– Algunas veces me pregunto si sólo me he imaginado que estoy realmente destinada a ser la Elegida de Epona.

– ¿Tan bajo concepto tienes de la diosa? -me preguntó con curiosidad.

– No. He sentido su presencia y he experimentado su poder.

– Entonces, debe de ser de ti misma de quien tienes tan bajo concepto.

No pude responder a aquello. Siempre había creído que era una mujer fuerte con un ego saludable y una autoestima excelente. Sin embargo, quizá mi marido tuviera razón. Quizá yo necesitara buscar dentro de mí misma las dudas y la debilidad, y no en Epona.

– Ahora, descansa -me dijo ClanFintan. De nuevo, comenzó a acariciarme de manera hipnótica, y eso ayudó a calmar mi mente inquieta-. Tu diosa responderá a todas tus dudas.

– Te quiero -murmuré, mientras se me cerraban los párpados y me quedaba profundamente dormida.


Estaba comiendo bombones de Godiva, reclinada en un diván color violeta, que estaba colocado en mitad de un campo de trigo mecido por el viento. Al final del diván estaba sentado Sean Connery, vestido de 007. Yo tenía los pies en su regazo, y los estaba acariciando eróticamente con una mano, mientras que con la otra sujetaba en alto un libro de poesía titulado Por qué te amo. Mientras leía con su atractivo acento escocés, no dejaba de lanzarme miradas de adoración…

Y de repente, me vi arrancada de aquel sueño fabuloso y atravesé el techo del Templo de Epona.

– ¡Vaya! ¡Qué mareo! -dije, y mi voz espiritual resonó familiarmente.

Sentí júbilo al darme cuenta de que Epona estaba dirigiendo de nuevo mi espíritu, además de un revoltijo en el estómago. Mi espíritu flotó por encima del templo, mientras yo me orientaba y me acostumbraba de nuevo al Sueño Mágico, que no era en realidad ningún sueño, sino un viaje de mi alma, y por lo tanto, algo excepcionalmente mágico.

A medida que disminuía mi vértigo, pude relajarme y disfrutar de la increíble vista. La luna estaba casi llena, y su luz plateada y limpia acariciaba y hacía brillar las murallas del templo.

Vi que la fiesta debía de estar acabando. Las personas se movían en grupos de dos, tres o cuatro, y se tambaleaban un poco entre bromas y alegría mientras salían por la entrada principal del templo para dirigirse a sus hogares, fuera de las murallas. Sonreí al ver que varias de las parejas tenían dificultad para salir de entre las sombras, y cuando continuaban su camino a casa, permanecían abrazadas de un modo sugerente.

Supongo que mi gente se había sentido inspirada para emular mi estado.

Mientras continuaba haciendo de voyeur espiritual, me di cuenta de que una pareja de centauros se alejaba de la multitud, y emprendía el mismo camino que habían tomado otras parejas. Mi cuerpo los siguió, hasta que floté por encima de la espalda de la mujer centauro, lo suficientemente lejos como para que no notaran mi presencia, pero no tan lejos como para no darme cuenta de que eran mis amigos Victoria y Dougal.

No veía el rostro de Victoria, y no oía lo que estaban diciendo, pero sí podía ver que era Dougal quien hablaba, y que la Cazadora estaba embelesada con sus palabras. Mientras yo los observaba, Victoria alzó una de las manos y posó un dedo contra los labios de Dougal, para interrumpir su discurso. Después dio un paso hacia delante, y con un movimiento grácil, apoyó la cabeza en su hombro y asintió una sola vez.

La felicidad se reflejó en el semblante de Dougal, mientras abrazaba a su amante.

Yo sonreí, pensando que estaba impaciente por contarle a Alanna que lo que hubiera estado separando a Victoria y a Dougal se había arreglado por completo.

Lentamente, mi espíritu comenzó a moverse hacia delante, y dejé a mis amigos en su privacidad con un nudo de alegría en la garganta. Viajé por el cielo de la noche hacia la carretera, que conducía hacia el oeste de la llanura del templo. Cuando llegué al borde de la llanura, tomé velocidad, y avancé hacia una casa bonita que estaba situada al norte de la carretera, entre un campo de viñas. Junto a la casa había un establo, un corral y otra edificación que seguramente se usaba como bodega.

Durante un instante, floté por encima de la casa, y después atravesé el grueso tejado de paja.

– Ojalá me avisaras antes de hacer eso -murmuré, dirigiéndome a mi diosa, pero mi protesta terminó al ver lo que estaba ocurriendo por debajo de mí.

Estaba cerca del techo de una habitación bastante grande, iluminada por cientos de velas blancas. Había una cama enorme situada junto a una pared con ventana. Varias mujeres estaban rodeando a otra mujer desnuda, que estaba en pie, pero apoyada contra la parte superior de un diván. La mujer desnuda tenía un embarazo muy avanzado. Tenía la cabeza agachada y los ojos cerrados, y su expresión era de profunda concentración. Yo seguí observando mientras su vientre hinchado se ondulaba, y su respiración se hacía más profunda.

Mientras miraba la escena me di cuenta de que las otras mujeres estaban ayudándola. Una de las mujeres presionaba contra la parte baja de la espalda de la mujer parturienta con la palma de la mano. Otra mujer estaba agachada ante ella, respirando al ritmo de cada uno de sus jadeos. Otras dos mujeres la estaban abanicando suavemente. Otra estaba canturreando en voz baja.

Me acerqué más, y la contracción de la mujer terminó. Al instante, elevó la cabeza, y yo me quedé asombrada al ver que tenía una sonrisa de satisfacción. Se apartó un mechón de pelo húmedo de la cara.

– ¡Casi ha llegado el momento! -exclamó con júbilo, y no con dolor y tensión, como yo hubiera pensado.

Su anuncio fue recibido con palabras y risas de alegría.

Una mujer alta y guapa se acercó a ella y le ofreció un sorbo de una copa. Una muchacha le enjugó la frente con un paño grueso. Todas estaban sonriendo, como si tomaran parte en un evento maravilloso, como si la felicidad se escapara de sus cuerpos.

– Quiero colocarme, por favor, ayudadme -dijo.

La voz de la mujer era suave, pero alcanzaba todos los puntos de la habitación. Tres de las mujeres mayores se adelantaron. Una se arrodilló ante ella. Las otras dos la sujetaron por cada lado mientras ella se agachaba. La siguiente contracción atenazó todo su cuerpo. Vi cómo se le tensaban los músculos mientras respiraba profundamente y comenzaba a empujar.

Las mujeres que la rodeaban formaron un círculo, dándose de la mano mientras cantaban suavemente.

– ¡Veo la cabeza!

El vientre de la mujer se relajó durante un instante. Después, ella respiró de nuevo, profundamente, y siguió empujando.

Después de unos minutos apareció una forma húmeda entre sus piernas. Otra de las mujeres agarró a la criatura con habilidad.

– ¡Ha nacido tu hija! -gritó la matrona.

Las demás mujeres se unieron para darle la bienvenida a la recién nacida.

– ¡Bendita seas, pequeña!

Yo encontré mi voz entre las lágrimas, y me uní a sus gritos de alegría. Algunas veces, pero no todas, mi presencia puede ser percibida, por los demás cuando estoy en un viaje espiritual, así que me sorprendió y me agradó que la nueva madre alzara la cabeza en respuesta al sonido de mi voz etérea. Le brillaban los ojos de felicidad, y yo sentí un cambio en mi cuerpo espiritual que me dijo que mi forma flotante se había hecho visible para ella.

– ¡La Amada de Epona ha presenciado el nacimiento de mi hija! -dijo con embeleso.

Las demás mujeres empezaron a reír y a aplaudir, y algunas incluso comenzaron a bailar, girando mientras sus manos dibujaban formas intrincadas en el aire. Su alegría era contagiosa, y mientras las mujeres limpiaban a la recién nacida y a la madre, sentí que mi espíritu se movía al compás de su canción de vida nueva.

Y entonces me di cuenta de una cosa. El milagro del nacimiento era un momento de poder para todas las mujeres. Quizá en aquel mundo antiguo hubiera lecciones para el mundo moderno del que yo provenía. Las cesáreas y las epidurales deberían ser una bendición para las mujeres, pero de repente, me pregunté si se habían convertido en un medio para robarle a toda una generación de madres la magia del poder del nacimiento.

Mientras reflexionaba sobre aquello, sentí que mi espíritu comenzaba a elevarse. La nueva madre agitó la mano para despedirse de mí.

Con el corazón lleno de paz floté hacia el templo, atravesé el tejado de mi habitación y mi espíritu se reunió con mi cuerpo. Mientras volvía a dormir, oí un susurro en mi mente.

«Descansa ahora, mi Amada, y recuerda que siempre estoy contigo».

Capítulo 4

A la mañana siguiente, cuando el sol de la mañana entraba con intensidad a través de las cortinas de los grandes ventanales de mi habitación, noté un movimiento, y al mirar al otro lado del dormitorio, vi a Alanna y a Victoria sentadas en mi diván, observándome con los ojos brillantes y amplias sonrisas.

Yo parpadeé y me froté los ojos, con la esperanza de que fueran producto de mi imaginación.

No desaparecieron. En realidad, sus molestas sonrisas se hicieron más grandes.

– ¿Qué estáis haciendo? -refunfuñé, fulminando a mis amigas con la mirada y pasándome la lengua por los labios. Tenía muy mal sabor de boca.

No estoy en mi mejor momento por las mañanas. Nunca lo he estado y nunca he querido estarlo. De hecho, desconfío vagamente de la gente que salta de la cama temprano como si fueran cachorros dementes. Es una barbaridad despertarse antes de las nueve de la mañana.

– ¡Hemos venido a felicitarte por la gran noticia! -exclamó Alanna.

– Sí, estábamos esperando a que despertaras, pero ha llegado el mediodía y estábamos impacientes -dijo Victoria. Incluso su preciosa voz me sonaba estridente aquella mañana-. Además -añadió con timidez-, tengo que contarte una cosa.

– Dougal y tú vais a casaros -dije yo, mientras tomaba una bata larga de seda que había extendida a los pies de la cama. Mientras me la ponía vi la expresión de asombro de Victoria.

– Cómo…

Azorada, yo di mi respuesta estándar, que lo explicaba todo.

– Epona.

– Oh -respondieron las dos al unísono, asintiendo.

– Me parece maravilloso, Victoria. Vais a ser estupendos el uno para el otro -dije, y le guiñé un ojo a Alanna, que se echó a reír cuando proseguí-: Además, será agradable ver al pobre Dougal sonreír más a menudo. Era un centauro muy triste después de que lo dejaras.

Increíblemente, Victoria se ruborizó como si fuera una adolescente tímida.

– Te he traído una infusión, Rhea -me dijo Alanna, y me ofreció una taza humeante que desprendía un olor delicioso. Yo la tomé, y me senté en una butaca, frente a ellas.

– Gracias -dije. Soplé un poco y di un sorbito.

– Tus palabras me obligaron a prestar atención -explicó la cazadora lentamente-. Por fin escuché lo que él llevaba un tiempo tratando de decirme. Me quiere. A mí -Victoria estaba radiante-. No desea que yo sea más joven. No quiere que cambie y que me convierta en una compañera que permanezca junto a su fuego. Entiende que mi posición de Jefa de la Cazadoras es mi vida y continuará siéndolo. Me quiere tal y como soy.

– Eso es lo que Alanna y yo te hemos estado diciendo. Supongo que debería haber hablado con más claridad mucho antes.

Aquello le recordó a Alanna el propósito original de su visita.

– ¡Una hija! -exclamó.

– Es una bendición -convino Victoria.

– Muy bien, ya podéis dejar de sonreírme, me estáis poniendo nerviosa.

Alguien llamó a la puerta de mi habitación.

– Adelante -dije. Entonces, entraron tres sirvientas vestidas de seda en mi habitación, portando bandejas llenas de algo que parecía el desayuno. Las tres ninfas comenzaron a hablar a la vez.

– ¡Enhorabuena, mi señora!

– ¡Estamos tan contentas!

– ¡Es una noticia maravillosa!

– Gracias, chicas -dije, intentando sonreír-. Ya podéis marcharos.

– ¡Sí, mi señora! -respondieron, deshaciéndose en reverenciadas.

Mientras marchaban hacia la puerta, oí que una de ellas susurraba:

– Nuestra Señora no está en su mejor momento por las mañanas.

– Me dan dolor de cabeza -dije, después de que se cerrara la puerta.

– Te adoran -me dijo Alanna.

– Pero me dan dolor de cabeza -refunfuñé yo.

– Come algo. Te mejorará el humor -me recomendó Alanna.

– Eso esperamos -añadió Victoria.

Yo arrugué la nariz hacia ella, y después volví la mirada hacia la comida. Había macedonia de fruta, magdalenas integrales recién salidas del horno, rebanadas de pan doradas, una tetera de infusión de hierbas y jarritas llenas de agua fresca y leche.

Mientras probaba el té y mordisqueaba una tostada, miré a mis amigas.

– Epona me dejó presenciar un nacimiento anoche, durante el Sueño Mágico. Fue increíble.

– Es un milagro -dijo Victoria, mientras tomaba una de las magdalenas.

– Estoy muy conten…

Sin previo aviso se me revolvió el estómago. Pude volver la cabeza al tiempo para no vomitar el té y la tostada sobre mis amigas.

– Oh, qué asco -dije, y me limpié la boca con el dorso de la mano. Alanna se acercó rápidamente a mí-. ¿Estás segura de que no me estoy muriendo?

– Sí, estoy segura -respondió mientras me servía un poco de agua en una copa.

Yo bebí con agradecimiento, para aclararme el sabor desagradable de la boca.

– Vamos -me dijo Alanna, mientras me ayudaba a ponerme en pie-. Te sentirás mejor después de haberte bañado y arreglado -me entregó una magdalena y la taza de té, y siguió hablando-: ClanFintan me ha dicho que estaría en los alrededores del templo, supervisando el nuevo edificio para los centauros, y también el almacenaje de las provisiones para el invierno.

– Yo también tengo cosas que hacer cerca del nuevo alojamiento -dijo Victoria, y me dio un abrazo rápido. Después, arrugó la nariz-. Hueles mal, Rhea.

– Gracias por mencionarlo -respondí yo, mientras echaba el aliento con fuerza hacia ella. Entonces, Victoria se retiró apresuradamente hacia la puerta.

– Te veré después de que te hayas recuperado y hayas vuelto a ser divina -me dijo mirando hacia atrás, por encima del hombro.

– ¡Quizá tengas que esperar a la primavera! -respondí yo, a gritos, mientras ella se alejaba.

Me volví, y vi que Alanna estaba intentando disimular una sonrisita con una tos.

– ¿Sabes? -me dijo-. Las náuseas sólo duran una pequeña parte del embarazo. Y además, me he fijado en que las mujeres que se sienten muy mal al principio tienen los bebés más sanos y felices.

– Bueno, supongo que eso es algo -refunfuñé, aunque sus palabras hicieron que me sintiera mejor. Olí la magdalena que tenía en la mano, y de repente me di cuenta de que tenía hambre. Tomé un poquito, y percibí su sabor maravilloso a nuez-. ¿Crees que hay algún límite en el número de veces que una mujer embarazada puede vomitar al día? -le pregunté esperanzadamente mientras recorríamos el pasillo hacia los baños.

– No -respondió Alanna alegremente.

Capítulo 5

– ¡Brrr!

Me envolví bien en la capa de armiño, y me alegré de haberme puesto la ropa de montar: unos pantalones y un peto de cuero suave y unas botas de montar altas que tenían unas estrellas talladas en las suelas, de modo que cada vez que andaba, dejaba unas bonitas huellas.

– Cada vez hace más frío.

Alanna y yo caminábamos por el patio trasero, que estaba situado entre los establos y el templo. Hacía un día nublado y húmedo, cosa que intensificaba el frío y los rizos de mi pelo.

– ¡Enhorabuena, lady Rhiannon!

– ¡Benditas seáis vos y vuestra hija, Elegida!

Todo aquél que pasaba a nuestro lado me deseaba parabienes. Era como estar envuelta en una manta gruesa de cariño, calidez y amor…

También era un poco agobiante, y mi dolor de cabeza regresó con fuerza. Aunque Alanna tenía razón, y me sentía mejor después de haberme bañado y arreglado, y después de haberme comido tres deliciosas magdalenas.

El nuevo alojamiento para centauros estaba situado al norte del templo, y al este de los establos, pero en el interior de las murallas. Tal y como yo había aprendido meses antes, Epona era una diosa guerrera, así que su templo era un fortín preparado para la protección y la defensa. Las murallas del templo eran muy bellas, pero también eran anchas y altas. El terreno que rodeaba el templo estaba bien cuidado y mantenido, y libre de cualquier obstrucción que pudiera ayudar a un ejército atacante.

Los centauros y los humanos estaban trabajando duramente, cortando y encajando piedras. La estructura del nuevo edificio ya era visible, aunque estuviera envuelta en un laberinto de andamios de bambú.

– Me asombra lo rápidamente que está tomando forma -le dije a Alanna en un susurro-. Pensaba que, sin la ayuda de la tecnología, construir un edificio así llevaría décadas.

– No tenemos la tecnología de tu antiguo mundo -respondió ella, pronunciando con dificultad aquella palabra extraña-, pero tenemos al Maestro de la Piedra, además de los Sidethas.

Yo la miré con asombro.

– ¿Quién es el Maestro de la Piedra? ¿Y qué demonios es un Sidetha?

Alanna se echó a reír.

– Los Sidethas son un pueblo que vive en cuevas. Toda su cultura gira en torno a la piedra. Su reino está al noreste, en la zona más lejana de las Montañas Tier, en el lugar donde se puede encontrar el mármol más exquisito, así como todo tipo de minerales y piedras preciosas. El Templo de Epona está construido con mármol de las Cuevas de los Sidethas.

– Ah. No tenía ni idea.

– Son un pueblo tímido, misterioso, y salen de sus cuevas muy pocas veces.

– ¿Y qué querías decir con eso de que hay un Maestro de la Piedra? ¿Por eso los Sidethas se dedican a la minería?

– Bueno, en general me parece que son sólo mineros muy experimentados. Es su forma de vida. Pero algunas de las personas de este mundo tienen afinidad con ciertos animales, espíritus, o elementos. Por ejemplo, tú tienes afinidad con los caballos, sobre todo con la yegua que Epona eligió como su encarnación.

– Sí, eso lo entiendo -respondí. Epi y yo estábamos unidas por un lazo que iba más allá de las relaciones normales entre los humanos y los caballos. Asentí para que Alanna continuara.

– Y puede ser lo mismo para los espíritus. ClanFintan es un Sumo Chamán, lo cual significa que tiene un vínculo especial con el mundo de los espíritus. Puede establecer contacto con el mundo espiritual de una forma mucho más íntima que tú o yo. Eso le permite cambiar de forma física, como tú bien sabes.

Yo posé una mano sobre mi vientre, y Alanna y yo sonreímos.

– Algunas veces, la gente tiene una afinidad con los elementos. En las Llanuras de los Centauros se reverencia a los que pueden oír la llamada del agua oculta. Tienen afinidad con el elemento del agua, y siempre saben cuál es el lugar perfecto para construir un pozo. Nuestros herreros tienen un vínculo especial con el metal. A menudo las mujeres que tienen el don de la música o de la danza pueden tocar y moldear el viento con el alma, y tienen afinidad con el espíritu del fuego.

– Entonces, ¿hay personas que sienten una afinidad especial con la piedra? -pregunté yo.

– Sí, pero normalmente, la gente que está vinculada a la piedra también está vinculada a la misma tierra. Están sintonizados con ella y con todo lo que produce. Algunas de esas personas tienen, además, un talento especial para esculpir la piedra. Dedican la vida al arte de la mampostería. A través de ellos, las formas ocultas en la piedra toman vida. Son llamados Maestros Escultores.

– ¿Y tenemos a una de esas personas trabajando para nosotros? -pregunté, mirando hacia los trabajadores. No sabía cómo podía ser una persona vinculada a la piedra.

– Sí. Ha venido desde lo más profundo de las Cuevas de los Sidethas, para encontrar las piedras perfectas con las que construir el nuevo edificio. Se quedará aquí hasta el fin de la obra. Te lo hubiera presentado antes, pero no te encontrabas bien.

– Cuéntame cosas sobre él -murmuré-. Bueno, preséntamelo ahora. Tengo curiosidad por conocerlo.

Cuando llegamos a la obra, todos se detuvieron momentáneamente para saludarme y felicitarme. Los vítores llamaron la atención de un pequeño grupo que salía del interior de la estructura del edificio. La persona más alta de aquel grupo era mi marido, que recibió varias palmadas en la espalda por parte de los albañiles, a modo de enhorabuena. Dougal y Victoria estaban con él.

Alanna me dio un suave codazo y arqueó las cejas.

– Conque tenía cosas que hacer en la obra, también -me dijo, repitiendo lo que nos había contado Victoria.

– Se está convirtiendo en una desvergonzada -le respondí en un susurro a Alanna.

Junto a ClanFintan, Dougal y Victoria había un hombre alto y desgarbado a quien yo no conocía. A medida que el grupo se acercaba, me di cuenta de que era mucho más joven de lo que había pensado en un principio. Tenía el pelo castaño, recogido en una coleta, lo que le confería un aire de artista bohemio que estaba en contradicción con el hecho de que no tuviera más de dieciséis años.

– Buenos días, Rhea -me dijo ClanFintan, mientras me tomaba la mano y me besaba suavemente el dorso-. ¿Cómo te encuentras esta mañana?

– Mejor -respondí con una sonrisa. Él me estrechó la mano.

– ¡Enhorabuena, Amada de Epona! -me dijo Dougal.

Tenía una expresión radiante, y yo sabía que no sólo era por la noticia de mi embarazo. Me parecía maravilloso verlo tan feliz. Había estado preocupada por el hecho de que su personalidad sociable se convirtiera en algo oscuro y triste después de la muerte de su amado hermano, sucedida varios meses antes. Sin embargo, ahora me daba cuenta de que en su rostro se reflejaban su naturaleza dulce y su amor por la vida.

– Gracias, Dougal. Y enhorabuena a ti también, por haber conseguido que Victoria entrara en razón.

Victoria me dedicó un resoplido, pero tomó a Dougal del brazo con suavidad, y él respondió con una sonrisa de adoración.

– Nos gustaría que vos celebrarais nuestro matrimonio, lady Rhea -me pidió Dougal.

– No sentiríamos muy felices -corroboró Victoria con una sonrisa.

Me sentí tan conmovida que se me llenaron los ojos de lágrimas. Sin duda, mis hormonas estaban revolucionadas.

– Sería un honor para mí.

Los dos me dedicaron una sonrisa resplandeciente. Yo tragué saliva, aunque tenía un nudo en la garganta. Alanna estaba a punto de llorar. Éramos repugnantes. No me resultaba extraño que hubiera estado vomitando.

– Lady Rhea -me dijo Alanna cuando se recuperó-. Permitid que os presente al Maestro de la Piedra, Kai. Kai, lady Rhea, la Encarnación de Epona.

El joven dio un paso adelante y ejecutó una respetuosa reverencia.

– Lady Rhea, me siento honrado por estar al servicio de Epona.

Tenía una voz única, no demasiado grave ni tampoco aguda, y demasiado joven para ser profundamente masculina. Sin embargo, tenía una cualidad que me intrigaba. Pensé que me gustaría oírlo leer en voz alta.

– ¿Quizá es más importante que las piedras se sientan honradas por estar al servicio de Epona?

– ¡Por supuesto, lady Rhea! -respondió el muchacho con el rostro iluminado, y con un entusiasmo que yo hubiera deseado para mis estudiantes en clase. Suspiré-. He buscado sin descanso en las Cuevas de los Sidethas, hasta que encontré una veta de mármol que susurraba el nombre de la diosa. Las columnas que soportan el edificio se están construyendo con él.

– Me encantaría ver ese mármol -respondí llena de intriga ante la idea de que una piedra pudiera tener ciertas preferencias.

– Seguidme, mi señora. Os lo mostraré.

– Rhea, Dougal y yo hemos terminado aquí. Vamos a supervisar la provisión de grano para el invierno -me dijo ClanFintan, y volvió a besarme la mano.

– De acuerdo, yo voy a ver el mármol, y después iré a visitar a Epi. Últimamente ha estado inquieta. Voy a sacarla a cabalgar. Parece que el ejercicio le resulta relajante.

– Muy bien. Entonces nos veremos en el establo.

– Que tenga un buen día, lady Rhea -me dijo Dougal. Después le hizo una caricia en la mejilla a Victoria, y siguió a mi marido.

– Si esperáis aquí, les diré a los albañiles que aparten algún andamio para que podáis disfrutar de una buena vista de la principal viga maestra -me dijo Kai con evidente emoción ante la oportunidad de compartir con alguien su amor por el mármol. Yo asentí para darle ánimos.

Después de que se fuera, Alanna me dio un golpecito con el codo y señaló a Victoria con la cabeza. La Cazadora todavía estaba allí, mirando a Dougal mientras se alejaba, como si fuera una adolescente enamorada. Yo miré a Alanna, y rápidamente las dos rodeamos a la Cazadora.

– Chica, te ha dado fuerte -le dije yo, para tomarle el pelo.

Victoria pestañeó y nos miró.

– No sé de qué estáis hablando -respondió remilgadamente, aunque con las mejillas muy ruborizadas.

– Lo único que puedo decir es que me alegro de que Dougal sea joven -comenté con una sonrisa.

– Dicen que los jóvenes tienen una energía ilimitada -añadió Alanna.

– No es tan joven -respondió Victoria, que intentó mostrarse ofendida. Sin embargo, yo percibía una sonrisa escondida detrás de su fachada grave de Jefa de las Cazadoras.

– Bueno, cuéntame -le dije.

Me incliné hacia ella y hablé en tono de conspiración. Llevaba meses queriendo preguntarle a Victoria cómo era el sexo entre los centauros. Aquel momento era la oportunidad perfecta.

– ¿Y qué tipo, y cuánta energía, va a necesitar el pobre Dougal? -le pregunté mientras le daba un suave codazo y le guiñaba un ojo-. En vuestra noche de bodas.

Victoria me miró con una sonrisita.

– Sí -dijo Alanna, en un tono inocente-. Cuéntanos.

– Bueno… -Victoria nos hizo una señal para que nos acercáramos a ella, cosa que hicimos alegremente-. ¿Habéis visto alguna vez aparearse a los caballos?

Nosotras asentimos.

– Entonces, ¿sabéis que muerden, y gritan, y dan coces cuando su pasión está en el punto más alto?

Nosotras asentimos con entusiasmo.

– ¿Y sabéis que, algunas veces, su deseo es tan fiero que el apareamiento está lleno de lujuria violenta e incontrolada? -su voz temblaba de intensidad.

Nosotras asentimos con mucho entusiasmo.

Con la respiración acelerada, ella se detuvo. Mientras nos miraba a Alanna y a mí, su sonrisa se ensanchó.

– Bueno, pues no es así en absoluto.

Y con eso, y una risotada, se dio la vuelta y se alejó moviendo la cola altivamente.

– No va a contárnoslo, ¿verdad? -me preguntó Alanna.

– No parece -respondí con un suspiro-. Demonios.

Alanna suspiró también, con la misma frustración. Tomé nota de que tenía que preguntarle de una vez a ClanFintan por el asunto del sexo entre los centauros.

– Mi señora, podéis venir por aquí -dijo Kai, que acababa de volver, y nos hizo un gesto para que lo siguiéramos hacia el centro de la zona de construcción.

Cuando Alanna y yo lo alcanzamos, le susurré al oído a mi amiga:

– ¿Es normal que sea tan joven? Sólo es un adolescente. No creo que tenga más de dieciséis años.

– El espíritu de la piedra le habla con fuerza. No importa que sea joven, sólo que esté dispuesto a escuchar. Ya verás.

Nos reunimos con él en la parte superior de las escaleras de mármol, que ya estaban completadas. Era una zona enorme llena de trozos de mármol gigantescos, algunos de ellos en bruto y otros que ya habían sido tallados y pulidos. Alrededor de la circunferencia de la estructura estaban las bases de las gruesas columnas. Estas columnas todavía no estaban completamente terminadas, y parecían los dientes rotos de la boca de un gigante, pero a medida que nos adentrábamos en la obra vi que varias de las columnas centrales ya estaban terminadas. Se erguían altas y orgullosas, como si quisieran dar buen ejemplo a las demás. Nos detuvimos justo al lado de la columna central, tan ancha que ni siquiera entre los tres con los brazos estirados hubiéramos podido abarcarla. El mármol era de un color nácar luminiscente, y la parte superior de la columna tenía una talla intrincada que formaban círculos anudados, dentro de los cuales había centauros guerreros.

– Ésta es la pieza central de apoyo -dijo Kai-. Cada una de las piezas de mármol que he usado para construirla mencionó el nombre de Epona. Yo las traje a casa.

– ¿Has oído una voz en el mármol? -pregunté, sin poder evitarlo.

Él me sonrió.

– No es un sonido, no exactamente. Es más parecido a un susurro.

Yo recordé la voz de Epona, y asentí.

– Es un sentimiento, pero puedes oírlo como si hubiera sido pronunciado.

– ¡Sí!

– ¿Y todavía puedes oír su voz? -preguntó Alanna.

– Por supuesto. El mármol siempre hablará conmigo.

Puso la mano, curtida por el trabajo, y que parecía de mucha más edad que el resto de él, en la columna, y cerró los ojos. Cuando su mano se unió al mármol, pareció que la piedra temblaba. Nosotras observamos, y él acarició la columna. Por un momento, la enorme piedra se hizo líquida bajo su palma. Pareció que su mano se hundía en la piedra, como si con su toque, la hiciera arcillosa y maleable. Yo observé al muchacho, y vi que su cuerpo estaba rodeado por un resplandor suave, muy parecido a la iluminación mágica que envolvía a ClanFintan cuando invocaba el Cambio. Entonces, Kai apartó la mano de la columna y abrió los ojos. El brillo se desvaneció como si sólo hubiera sido producto de mi imaginación.

– El mármol os saluda, Encarnación de Epona -dijo, con una voz maravillosamente serena.

– ¿De veras? ¿Puedo tocarlo?

– Por supuesto, mi señora -dijo él. Parecía que mi petición le había agradado.

Me acerqué a la columna y posé las manos con suavidad en la superficie pulida.

– Eh… -nerviosamente, carraspeé-. Hola -dije, sintiéndome muy pequeña junto a la enormidad de aquella piedra.

Me sorprendió lo suave que era el mármol. Y a tan poca distancia, me di cuenta de que su aspecto cambiaba. No era de un solo color, sino de una mezcla de muchos tonos y vetas distintos, que se mezclaban para crear aquel matiz perla. Mientras lo observaba, noté algo como una presencia que escuchaba, y mis manos detectaron el calor que provenía del interior de la misma piedra. Entonces me invadió un asombroso caos de sentimientos, como si me hubiera sumergido en una piscina cálida de emoción. Me temblaron las manos, no de miedo, sino de pura admiración.

Se me pasó por la cabeza un verso de Shakespeare, y susurré:

– ¡Belleza demasiado preciosa para el disfrute, demasiado grande para la tierra!

Entonces la sensación desapareció, y con una última caricia, aparté las manos de la columna y me di la vuelta. Alanna y Kai me estaban observando fijamente.

– ¡Ha hablado con vos! -dijo Kai.

– No, en realidad no -respondí, mirando el asombroso mármol-. Pero he sentido algo maravilloso.

– ¿Cuándo es vuestro cumpleaños? -me preguntó el muchacho, emocionado.

– El último día de abril -respondió Alanna, antes de que pudiera hacerlo yo. Me sorprendió que ella lo supiera.

– Ah, una tauro. ¡Claro! -exclamó Kai-. Estáis unida a la tierra, además de a vuestra diosa.

Yo no tenía ni idea de qué estaba hablando. Sabía que había nacido bajo el signo del toro, y varios amantes abandonados me habían reprochado mi obstinación, pero ¿quién escucha a un tipo después de haberlo dejado? Nunca le había prestado demasiada atención a los horóscopos y a ese tipo de cosas. Bueno, hasta seis meses antes.

Alanna estaba asintiendo felizmente.

– Bien, me alegro de saberlo -comenté torpemente.

El sonido de unos cascos me anunció la llegada de un centauro, uno de los mensajeros de mi esposo.

– Lady Rhea… -dijo, e hizo una elegante reverencia-. ClanFintan os pide que os reunáis con él en los establos.

– ¿Está bien Epi? -pregunté con una punzada de preocupación.

– Está muy inquieta, y el Sumo Chamán cree que vuestra presencia la calmará.

– Dile que iré enseguida -respondí. Después me volví hacia Kai-. Gracias por compartir tu magia conmigo.

– Ha sido verdadero placer, mi señora -respondió el chico con una sonrisa.

Yo me di la vuelta para alejarme, pero antes me detuve y le di un suave golpecito a la piedra, a modo de despedida. Todavía estaba caliente.

– Rhea -me dijo Alanna mientras salíamos del laberinto de la construcción-. Tengo que ir a supervisar los preparativos de la fiesta de Samhain. Hay mucho que hacer, y no creo que tú quieras encargarte de la elección de los menús.

– Aj -dije-. Adelante. Sólo tienes que asegurarte de que haya muchas magdalenas integrales y un poco de arroz hervido. Ahora voy a ver a Epi; me reuniré con Carolan y contigo al mediodía para comer -después, añadí con una sonrisa-: Es decir, si todavía quieres arriesgarte a comer conmigo.

– Me arriesgaré -dijo ella con otra sonrisa-. Pero no me sentaré cerca de ti.

– Listilla -murmuré. Después recordé que tenía que hacerle una pregunta-: Eh, ¿cómo sabías que mi cumpleaños es el treinta de abril?

– También es el cumpleaños de lady Rhiannon -respondió ella con una sonrisa irónica.

– Qué coincidencia más extraña -dije yo.

– Una de tantas -respondió ella pensativamente.

– Sí -dije. Después me volví hacia el mensajero-. Adelante -le indiqué, y nos dirigimos a buen paso hacia los establos.

El establo de Epona era un edificio increíble, como yo nunca había visto antes. También estaba construido de mármol luminoso, tallado y encajado por maestros mamposteros. Con ojos recién educados, miré las enormes columnas en las que se apoyaba el bello edificio, y me pregunté si la serenidad y aceptación que había sentido desde el primer momento que entré en aquel edificio habían tenido su origen en algo más que en la presencia de los maravillosos caballos. Tomé nota de que debía volver y sentir el mármol después de haber calmado un poco a Epi.

El pasillo central era ancho y largo. A ambos lados había boxes espaciosos e inmaculados, cada uno de ellos ocupado por una yegua única en belleza y temperamento. A medida que recorría el pasillo, recibí el saludo de los animales. Llamé a cada una de ellas por su nombre, lamentando no tener tiempo para detenerme y acariciar sus caras brillantes.

Al final del pasillo, había un giro abrupto a la izquierda. Ya antes de entrar en aquella zona especial, reservada para la encarnación equina de Epona, oí los relinchos de inquietud de la yegua. Era uno de los caballos más bellos de Partholon.

Entre en una habitación enorme y redondeada, en la que había un gran box con salida a un corral privado. Mi esposo y Dougal estaban frente a la portezuela cerrada del box, acompañados de varias sirvientas del establo. Todos estaban atentos a la yegua, que se movía nerviosamente de un extremo del box a otro.

La belleza de Epi era etérea. Su pelaje era una mezcla de gris y blanco, que se combinaban para formar un increíble color plateado. Alrededor de sus ojos y en la parte inferior de sus delicadas patas el plateado se convertía en carbón. Era una yegua de buen tamaño, y de formas perfectas. Yo lo adoraba todo de ella.

Al sentir mi presencia, se giró y fijó sus ojos profundos en mí. Emitió un relincho sonoro que atravesó el aire entre nosotras.

– Hola, cariño -dije, y me reí alegremente al acercarme a ella-. Me han dicho que estás causando un alboroto.

– Nos alegramos de verte -dijo ClanFintan, en tono de alivio, mientras todos los demás miraban. El pequeño grupo se dividió para que yo pudiera entrar al box.

– Ha estado así desde que llegó Ouranos -dije, mientras acariciaba su maravillosa cabeza y le besaba el morro de terciopelo-. Aunque el semental está al otro lado del templo, Epi sabe que está aquí, y lleva días alterada.

Epi frotó su cabeza contra mí, y lamió el borde de mi capa.

– Necesita a su compañero -dijo ClanFintan.

– Bueno, lo tendrá, pero no hasta mañana por la noche.

Yo llevaba varias semanas preparando la ceremonia de Samhain, y también estaba nerviosa por el complicado ritual de apareamiento de los animales, que supuestamente, aseguraría tres años de fertilidad para aquel territorio y sus gentes. Apoyé la frente contra la de la yegua.

– ¿Te apetece dar un paseo? Creo que eso te relajaría un poco.

Epi me lamió el hombro de la capa y resopló suavemente. Yo interpreté aquello como un «sí» equino.

Una de las doncellas ensilló a la yegua, que pese a su nerviosismo, se comportó con sus buenos modales de costumbre.

ClanFintan me ayudó a montar, y después ambos salimos por la puerta del corral. Nos despedimos de las sirvientas del establo y de Dougal, y Epi inició un suave trote hacia el norte.

– Supongo que vamos por este camino -le dije a mi marido, que avanzaba fácilmente a mi lado-. Ella es quien dirige -añadí, señalando a Epi con la cabeza. ClanFintan sonrió. Yo me di cuenta de que la yegua estaba impaciente por hacer ejercicio, así que me acomodé en la montura, le apreté los costados suaves con los muslos, me incliné hacia delante y le susurré-: Adelante, preciosa.

Ella elevó una de las orejas para escuchar mis palabras, y después, noté que su paso se alargaba. Entramos a la zona boscosa que rodeaba el territorio del templo. El día se había vuelto más frío, y aunque no estaba lloviendo, había una niebla espesa cubriendo la tierra, oscureciendo los alrededores y dándoles a los árboles una apariencia extraña y fantasmal.

Me di cuenta de que la mayoría de ellos habían perdido ya la hoja, y también de que yo había estado demasiado ocupada preocupándome por mis misteriosas náuseas matinales como para apreciar lo que debía de haber sido el precioso espectáculo de la caída de las hojas en otoño.

El camino se dividía un poco más adelante. Yo sabía que el ramal izquierdo llevaba a los viñedos, y que el ramal derecho nos conduciría hacia Ufasach Marsh. Aquel pantano no era un lugar agradable. ClanFintan y yo habíamos tenido que atravesarlo para escapar de los Fomorians, y habíamos estado a punto de perder la vida en él. Desafortunadamente, Epi eligió el camino de la derecha.

Si quería visitar Ufasach, yo tendría que hacer uso de mi derecho al veto. Me consolé pensando en que el comienzo del pantano estaba a bastantes kilómetros de distancia, y en que Epi se cansaría antes de llegar. Y si ella no se cansaba, me cansaría yo.

ClanFintan galopaba a nuestro lado, relajado y fresco. Yo sabía que podía continuar avanzando durante horas sin cansarse, por muy veloz que fuera el paso.

– ¿Cómo te encuentras? -me preguntó.

– ¡Muy bien!

– No esperes a sentirse cansada para parar. Deberíamos volver antes de que te fatigues.

– De acuerdo, de acuerdo. Tendré cuidado.

Continuamos cabalgando en silencio, y el galope rápido de Epi se convirtió en un trote más tranquilo. Yo disfrutaba del cambio de sus pasos, que eran suaves y perfectos. Después, volvió a galopar, pero entonces me di cuenta de que sólo podría tolerar aquella velocidad durante un rato corto.

Tiré de las riendas e, inmediatamente, Epi aminoró el ritmo. ClanFintan me miró con expectación.

– Me mueve demasiado -expliqué.

Él soltó un resoplido. Epi lo imitó.

– Tú espera -le dije a la yegua-. Estarás en mi misma condición muy pronto.

Ella no dijo nada, pero ClanFintan se echó a reír.

De repente, Epi se detuvo en seco, con las orejas giradas hacia el lado derecho del camino. ClanFintan había continuado avanzando unos cuantos pasos antes de darse cuenta de que nosotras nos habíamos detenido, y volvió trotando a nuestro lado.

– ¿Qué está mirando? -preguntó.

– No lo sé. ¿Qué ocurre, Epi?

La yegua no respondió. Estaba concentrada en un punto a la derecha del camino.

– Los pájaros están en silencio -dijo ClanFintan con gravedad, y yo oí el silbido de su espada al ser desenvainada-. Quédate aquí -me dijo, y su voz grave sonó áspera de autoridad.

– ¡No quiero quedarme aquí sola! -protesté.

Mis hormonas debían de estar revolucionadas de nuevo, porque yo me sentía muy indefensa.

– La yegua te protegerá -dijo él, mientras entraba al bosque-. Si te digo que te muevas, muévete.

La niebla lo envolvió y yo me estremecí. Quería ir tras él, pero no podía alterar su concentración.

– ¿Qué demonios hay ahí? -le susurré a Epi-. ¿Un monstruo?

Ella no respondió.

– ¿Un fantasma?

Epi resopló, pero no me pareció un «sí». Fue más un resoplido que me indicaba que me callara y prestara atención.

Así pues, suspiré y esperé. A los pocos minutos, ClanFintan apareció entre la niebla. Yo recuperé el aliento.

– No he encontrado nada amenazante -dijo, y miró a Epi con exasperación-. Este apareamiento debe de estar afectándole mucho. A poca distancia del camino hay un pequeño claro, y por él corre un riachuelo, y hay dos árboles muy viejos…

– ¡Un riachuelo! -exclamé. De repente tenía mucha sed-. Bueno, si no hay nada que pueda comer, me gustaría beber un poco de agua. Después, creo que deberíamos volver. Quizá me esté cansando un poco.

ClanFintan no me reprochó que ya me lo había dicho. Se limitó a agitar la cabeza y se volvió hacia el bosque, haciéndonos un gesto para que lo siguiéramos.

Yo chasqueé con la lengua y apreté suavemente los costados de Epi con los muslos. Ella dio un paso vacilante, y después otro, y por fin siguió hacia el interior del bosque.

A pocos metros, los árboles terminaban, y había un precioso claro libre de niebla. Era como un oasis de claridad en medio de aquel día oscuro. Enseguida me llamaron la atención dos enormes árboles que se alzaban silenciosamente en mitad del claro. Entre los dos gigantes corría el riachuelo. El agua tenía un aspecto delicioso y fresco.

– Vamos a beber un poco -dije, y le indiqué a Epi que avanzara, sorprendida por su reticencia poco habitual. Ella caminó hacia el riachuelo de manera vacilante, y nos reunimos con ClanFintan, que ya se había arrodillado y estaba bebiendo con las manos.

– Deja que te ayude -me dijo él.

Entonces me tomó por la cintura y me bajó del lomo de la yegua, sonriendo, mientras dejaba que mi cuerpo se deslizara lentamente contra el suyo, hasta que mis pies tocaron el suelo. Yo me eché a reír y le besé el pecho en el lugar donde tenía el chaleco de cuero abierto, a la altura a la que quedaban mis labios cuando estaba de pie frente a él.

– Vamos, bebe un poco -me dijo, con la voz llena de emoción-. Estoy deseando volver al templo. ¿Sabes? Una mujer embarazada debe tomar varios descansos al día, descansos durante los cuales se retira a su dormitorio a reposar.

Acarició la última palabra, dejando bien claro lo que quería decir.

– ¿Me vas a dar un masaje en los pies? -murmuré contra su pecho.

– Entre otras cosas -respondió, y yo percibí la sonrisa de su voz.

– Trato hecho -dije.

Lo abracé con fuerza y le di otro beso en mitad del pecho antes de volverme hacia el riachuelo. Cuando me arrodillé para beber, miré hacia atrás, hacia la yegua. Estaba inmóvil, como una estatua plateada de sí misma. Tenía las orejas inclinadas hacia delante. Toda su atención estaba centrada en los dos enormes árboles que se erguían a ambos lados del riachuelo.

– ¡Epi! -exclamé. Ella movió las orejas hacia mí-. Ven a beber.

Ella no se movió, sino que siguió mirando a los árboles. Yo me volví hacia ClanFintan, y él se encogió de hombros, tan desconcertado por su comportamiento como yo. Yo también me encogí de hombros y me incliné hacia la corriente.

El agua era como hielo líquido. Y estaba dulce. Bebí abundantemente y cuando estuve saciada, miré de nuevo a Epi. La yegua seguía concentrada en los árboles.

Eran enormes, y obviamente, muy ancianos. De repente, noté algo extraño en ellos, y me di cuenta de que todavía conservaban las hojas. Miré a mi alrededor, hacia el bosque envuelto en niebla, a los árboles que estaban más cerca de los límites del claro. ¿No había visto yo antes que a los demás árboles se les habían caído las hojas? No podía ver nada a través de la neblina, así que me concentré en los árboles gigantes que tenía ante mí. «Robles de los pantanos», pensé con un sobresalto, y los reconocí como flora autóctona de mi estado natal, Oklahoma. Deslicé la mirada desde la espesa copa de ramas entrelazadas hacia los troncos, que estaban cubiertos de un musgo grueso. Me puse en pie bruscamente. Parecía que el musgo irradiaba un brillo apagado, y tuve muchas ganas de tocarlo.

Entonces lo sentí. Fue como una puntada de emoción, como si una pluma hubiese rozado mi conciencia. Me concentré en los árboles y volví a notarla. Y me di cuenta de que era una sensación parecida a lo que había experimentado en presencia de la columna de mármol aquel día. Recordé que Kai había dicho que yo había nacido bajo un signo de tierra, y que estaba vinculada a ella. Sonreí. Tal vez pudiera hablar con los árboles.

Pensando en aquello, comencé a caminar hacia delante, pero Epi emitió un agudo relincho que me interrumpió. Sorprendida, me detuve y me di la vuelta, y estuve a punto de toparme con la yegua, que prácticamente me pisaba los talones.

– ¡Epi! ¿Qué te ocurre?

Su única respuesta fue un gemido, mientras frotaba la cabeza en mi pecho.

– No pasa nada. Sólo voy a mirar esos árboles. Después volveremos al templo.

Miré a mi marido, que nos estaba observando con una expresión divertida.

– Me está volviendo loca -dije-. Estoy deseando que pase la ceremonia de mañana por la noche y que vuelva a ser ella misma.

ClanFintan asintió.

Yo comencé a acariciarle la cabeza a Epi, susurrándole palabras cariñosas para reconfortarla.

– Vamos, cariño. No pasa nada. Todo va bien -murmuré, y pareció que ella se relajaba-. Kai me dijo que podía oír las cosas que decía la tierra, y me gustaría poner a prueba su teoría.

Con una última palmadita, me dirigí de nuevo hacia los árboles. Oí que Epi se movía, y se detenía alternativamente. Miré hacia atrás y vi que había vuelto a quedarse inmóvil. De repente, se echó a temblar.

– ¡No pasa nada! -repetí, saludando alegremente a la yegua, y pasando por alto la preocupación que me provocaba su extraño comportamiento. Seguramente, Epi y yo estábamos teniendo una subida de hormonas. No era de extrañar que tanto ella como yo estuviéramos tan asustadizas. Cuando me volví hacia los árboles, todos los pensamientos sobre Epi se borraron de mi mente.

Estaba a centímetros de los enormes robles, y a aquella distancia oía con claridad algo que emanaba de ellos. Incliné la cabeza hacia delante, para escuchar con suma atención.

– ¿Rhea? -pregunto ClanFintan.

– ¡Shh! -susurré, sin volver la cabeza, alzando la mano para indicarle que se mantuviera en silencio.

Di otro paso hacia delante. Me di cuenta de que estaba sobre el pequeño riachuelo que discurría entre los dos árboles. Entonces coloqué un pie a cada lado de la pequeña corriente y elevé los brazos, para que mis manos descansaran sobre cada uno de los árboles.

Al tocar la corteza cubierta de musgo, sentí una dolorosa corriente por todo el cuerpo, como si hubiera agarrado un cable de alta tensión. El miedo se apoderó de mí, e intenté apartar las manos, pero se habían quedado pegadas en los árboles, como si estuvieran claveteadas a la corteza. Comenzaron a fallarme las rodillas, y me di cuenta de que me estaba cayendo hacia delante. De repente, fue como si el tiempo se ralentizara, y todo pasara fotograma a fotograma por delante de mis ojos.

La cabeza se me inclinó hacia delante, y vi mi reflejo en las ondas del agua. Entonces aquella imagen se fracturó, y pude ver a través del agua. Parpadeé lentamente, intentando aclararme la vista, y de repente, mi visión volvió a enfocarse. Vi lo que había dentro de la corriente y más allá, vi el mundo que había al otro lado, un mundo en el que un movimiento del cielo atrapó mi atención. Se me escapó un grito cuando me di cuenta de lo que era el estrecho cilindro metálico que pasaba por el horizonte azul. Un avión.

En aquel momento lo entendí todo. Frenéticamente, intenté apartar las manos de los árboles, pero en vez de liberarme, la corteza de los árboles se había hecho permeable, y estaba succionando mis manos, mis muñecas, mis codos… mi cuerpo cayó hacia delante y se disolvió en aquel reflejo del otro mundo que me resultaba tan familiar. Oí un grito de horror de mi marido, seguido por un relincho penetrante de pánico de Epi.

Abrí la boca para gritar, pero la inconsciencia me venció.

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