I SUY GENERIS

1

La conferencia era realmente aburrida.

En la parte delantera de la sala tenuemente iluminada, el grueso y canoso director del Instituto Tecnológico Sahariano caminaba de un lado a otro, contemplando el techo con las manos a la espalda, mientras pontificaba pesadamente sobre un tema que apenas comprendía.

Al menos así lo veía Dennis Nuel, que sufría en silencio desde una de las filas del fondo.

Antiguamente, Marcel Flaster podría haber sido una de las lumbreras de la física. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, antes de que ninguno de los jóvenes científicos presentes se hubiera planteado siquiera cursar la carrera de física de realidades.

Dennis se preguntaba qué podría haber convertido a un cerebro con talento en un administrador aburrido y tendencioso. juró que se tiraría de cabeza por el monte Feynman antes de que le sucediera a él.

La sonora voz siguió zumbando.

—Y así vemos, señoras y señores, que usar realidades zievatrónicas alternativas parece casi a nuestro alcance, lo que presenta posibilidades para superar tanto el espacio como el tiempo…

Dennis soportaba su resaca casi al fondo de la abarrotada sala de conferencias, y se preguntó qué poder de la Tierra podría haberlo sacado de la cama un lunes por la mañana para it allí y escuchar a Marcel Flaster disertar sobre zievatrónica.

Se le cerraron los ojos. Empezó a arrugarse en el asiento.

—¡Dennis! —Gabriella Versgo le dio un codazo en las costillas, y susurró bruscamente—: ¿Quieres ponerte derecho y prestar atención?

Dennis se enderezó rápidamente, parpadeando. Ahora recordaba qué poder de la Tierra lo había llevado allí.

A las siete de la mañana, Gabbie había abierto de golpe la puerta de su habitación y lo había metido en la ducha por la oreja, ignorando sus aullidos de protesta y su pudor. Mantuvo una formidable tenaza sobre su brazo hasta que ambos se sentaron en la sala de conferencias del Tecnológico Sahariano.

Dennis se frotó el brazo por encima del codo. Un día de éstos, decidió, iba a entrar en la habitación de Gabbie e iba a tirar todas las pelotitas de goma que la pelirroja gustaba de apretujar mientras estudiaba.

Ella volvió a darle un codazo.

—¿Quieres estarte quieto? ¡Tienes la capacidad de atención de una nutria vieja! ¿Quieres encontrarte aún más apartado del experimento en zievatrónica?

Como de costumbre, Gabbie tenía razón. Él sacudió la cabeza en silencio, a hizo un esfuerzo por prestar atención.

El doctor Flaster terminó de dibujar una vaga figura en el holotanque situado en la parte delantera de la sala. El psicofísico depositó el lápiz óptico sobre el atril a inconscientemente se frotó las manos en los pantalones, aunque 1a última tiza de la historia había desaparecido hacía más de treinta años.

—Eso es un zievatrón —anunció orgullosamente.

Dennis miró incrédulo el dibujo lumínico.

—Si eso es un zievatrón, yo soy abstemio —susurró—. ¡Flaster ha dibujado los polos al revés, y el campo está invertido.

Gabriella se puso del mismo tono que su fiero cabello rojo. Clavó las uñas en el muslo de Dennis.

Dennis dió un respingo, pero se las arregló para componer una expresión de inocencia corderil cuando Flaster, miope, alzó la cabeza. Un momento después, el director se aclaró la garganta.

—Como decía antes, todos los cuerpos poseen centros de masa. El centroide de un objeto es el punto de equilibrio, donde puede decirse que todas las fuerzas netas vienen a jugar… el punto al cual puede atribuirse su realidad.

»Usted, muchacho —dijo, señalando a Dennis—. ¿Puede decirme dónde está su centroide?

—Umm. —Dennis se lo pensó, aturdido. Al parecer no había escuchado con tanta atención—. Supongo que me lo he dejado en casa, señor.

Los otros posdoctorados sentados al fondo de la sala se echaron a reír. El sonrojo de Gabbie se hizo más profundo. Se hundió en su asiento, deseando obviamente encontrarse en cualquier otra parte.

El científico jefe sonrió vagamente.

—Ah, Nuel, ¿verdad? ¿Doctor Dennis Nuel?

Dennis captó que, al otro lado del pasillo, Bernald Brady disfrutaba con aquella situación. El joven alto y de ojos de sabueso había sido su mayor rival hasta que consiguió apartar por completo a Dennis de la actividad en el principal laboratorio de zievatrónica. Brady dirigió a Dennis una sonrisa de pura bilis.

Dennis se encogió de hombros. Después de lo que había sucedido en los últimos meses, le parecía que tenía poco que perder.


—Uh, sí, señor, doctor Flaster. Es muy amable al recordarme. Puede que recuerde también que solía ser subdirector del Laboratorio Uno.

Gabriella se hundió todavía más en la tapicería, intentando con todas sus fuerzas hacer como que no había visto a Dennis antes en toda su vida.

Flaster asintió.

—Ah, sí. Ahora recuerdo. De hecho, su nombre ha aparecido sobre mi mesa recientemente.

La cara de Bernald Brady se iluminó. Claramente, nada le complacería tanto como ver a Dennis enviado a una lejana misión para recolectar muestras… digamos a Groenlandia o a Marte. Mientras se quedara, Dennis representaba una amenaza a la implacable tendencia de Brady a solicitar favores y escalar en la pirámide burocrática. También, sin pretenderlo realmente, Dennis parecía ser un obstáculo para las románticas ambiciones de Brady respecto a Gabriella.

—En cualquier caso, doctor Nuel —continuó Flaster—, sin duda alguna no puede haber «dejado» su centroide en ninguna parte. Creo que, si lo comprueba, lo encontrará cerca de su ombligo.

Dennis se miró la hebilla del cinturón, y luego le sonrió al director.

¡Vaya, pues si! ¡Puede estar seguro de que lo vigilaré mejor en el futuro!

—¡Es decepcionante descubrir —dijo Flaster, adoptando un afectado tono pasional—, que alguien tan diestro con una honda improvisada sabe tan poco sobre centros de masa!

Se estaba refiriendo claramente al incidente de la semana pasada, en el baile de gala del personal, cuando una desagradable criatura voladora atravesó una ventana, aterrorizando a la gente congregada en torno al ponche. Dennis se quitó el cinturón, lo convirtió en una honda y lanzó un vaso para derribar a la criatura parecida a un murciélago antes de que pudiera herir a nadie con su afilado pico.

La improvisación lo convirtió en el héroe del momento de los posdoctorados y técnicos, a hizo que Gabbie iniciara su actual campaña para «salvar su carrera». Pero en ese momento todo lo que él quería era echar un vistazo de cerca a la pequeña criatura. La breve ojeada que pudo echarle hizo que su mente bullera llena de posibilidades.

La mayoría de los asistentes al baile habían supuesto que era un experimento escapado del Centro Genético, situado en el extremo opuesto del instituto. Pero Dennis no pensaba igual.

¡Una mirada le había bastado para saber que aquella cosa, claramente, no procedía de la Tierra!

Hombres taciturnos de Seguridad llegaron rápidamente y se llevaron al aturdido animal. De todas formas, Dennis estaba seguro de que procedía del Laboratorio Uno… su antiguo laboratorio, donde se conservaba el principal zievatrón, ahora fuera del alcance de todo el mundo menos de los enchufados escogidos por Flaster.

—Bueno, doctor Flaster —aventuró Dennis—, ya que saca el tema, estoy seguro de que todos estamos interesados en el centroide de esa pequeña alimaña que se coló en la fiesta. ¿Puede decirnos por fin qué era?

De repente, se hizo el silencio en la sala de conferencias. Desafiar al científico jefe delante de todo el mundo era poco convencional. Pero a Dennis ya no le importaba. Sin ninguna razón aparente, aquel hombre le había apartado del trabajo de su vida. ¿Qué más podía hacerle Flaster?

Flaster lo miró sin expresión. Finalmente, asintió.

—Venga a mi despacho una hora después del seminario, doctor Nuel. Le prometo que responderé entonces a todas sus preguntas.

Dennis parpadeó, sorprendido. ¿Lo decía en serio?

Asintió, indicando que estaría allí, y Flaster se volvió hacia su holoboceto.

—Como decía —continuó—, una anomalía de realidad psicosomática tiene su inicio cuando rodeamos un centro de masa con un campo de improbabilidad que…

Cuando la atención se apartó por completo de ellos, Gabriella susurró una vez más al oído de Dennis.

—¡Ahora sí que la has hecho!

—¿Mmm? ¿Hecho qué? —La miró inocentemente.

—¡Como si no lo supieras! —replicó ella—. ¡Va a enviarte a la depresión Qattara a contar granos de arena! ¡Ya verás!


En aquellas raras ocasiones en que se acordaba de corregir su postura, Dennis Nuel se alzaba un poco por encima de la media. Vestía de forma despreocupada… algunos dirían que iba hecho un desastre. Llevaba el pelo levemente demasiado largo para lo que se estilaba, más por una vaga obstinación que por ninguna convicción real.

El rostro de Dennis a veces adoptaba esa expresión soñadora asociada en ocasiones con el genio o con una inspirada aptitud para las bromas pesadas. En realidad era demasiado perezoso para ser calificado de genio, y tenía demasiado buen corazón para lo segundo. Tenía el pelo castaño rizado y ojos marrones, ahora un poco enrojecidos por una partida de póquer que le había entretenido hasta muy tarde la noche anterior.

Después de la conferencia, mientras la muchedumbre de adormilados jóvenes científicos se dispersaba para buscar rincones secretos donde echar una cabezada, Dennis se pasó por el tablón de anuncios, esperando ver alguna demanda de otro centro de investigación dedicado a la zievatrónica.

Por supuesto, no había nada. El Tecnológico Sahariano era el único lugar donde se hacían trabajos verdaderamente avanzados con el efecto ziev. Dennis lo sabía bien. Había sido responsable de muchos de esos avances. Hasta hacía seis meses.

Mientras la sala de conferencias se quedaba vacía, Dennis vio a Gabriella marcharse, cogida del brazo de Bernald Brady, que se pavoneaba como si acabara de conquistar el monte Everest. Claramente, estaba loco de amor.

Dennis le deseó suerte. Sería agradable ver que las atenciones de Gabriella se centraban en otra parte durante algún tiempo. Gabbie era una científica competente por méritos propios, desde luego. Pero era un poco demasiado tenaz para que Dennis se sintiera relajado con ella.

Consultó su reloj. Era hora de ver qué quería Flaster. Dennis enderezó los hombros. Había decidido que no se contentaría con más evasivas. ¡Flaster iba a tener que responder algunas preguntas, o dimitiría!

2

—¡Ah, Nuel! ¡Pase!

Marcel Flaster, con el pelo plateado y ligeramente tripón, se levantó de detrás de la brillantemente vacía extensión de su mesa.

—Tome asiento, muchacho. ¿Quiere un cigarro? Acaban de llegar de Nueva Habana, en Venus.

Señaló a Dennis un mullido sillón junto a una lavalamp que se alzaba del suelo al techo.

—Dígame, joven, ¿cómo le va con ese proyecto de inteligencia artificial en el que ha estado trabajando?

Dennis se había pasado los últimos seis meses dirigiendo un pequeño programa de IA constreñido por una ley infranqueable… aunque ya se había demostrado en el 2024 que la auténtica inteligencia artificial era un callejón sin salida.

Seguía sin tener ni idea de por qué Flaster le había hecho ir allí. No quería ser desagradable, así que informó sobre los recientes y modestos avances que había logrado su grupito.

—Bueno, ha habido algunos progresos. Recientemente hemos desarrollado un nuevo programa mimético de alta calidad. En pruebas telefónicas conversó con individuos seleccionados durante una media de seis punto tres minutos antes de que éstos sospecharan que estaban hablando con una máquina. Rich Schwall y yo pensamos…

—¡Seis minutos y medio! —lo interrumpió Flaster—. ¡Bueno, desde luego han batido el viejo récord superándolo en más de un minuto, creo! ¡Estoy impresionado!

Entonces Flaster sonrió, condescendiente.

—Pero sinceramente, Nuel, no creerá que he asignado a un joven científico de sus obvios talentos a un proyecto con un potencial de tan corto alcance por ningún motivo, ¿verdad?

Dennis sacudió la cabeza. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que el científico jefe lo había largado a un rincón del Tecnológico Sahariano para poner a sus propios enchufados en el laboratorio de zievatrónica.

Hasta la muerte de su antiguo mentor, el doctor Guinasso, Dennis había estado en el mismo centro del excitante campo del análisis de realidades.

Entonces, semanas después de la tragedia, Flaster introdujo a su propia gente y desterró a los de Guinasso. Pensar en ello seguía amargando a Dennis. Estaba seguro de que se hallaban a punto de hacer descubrimientos cruciales cuando lo apartaron del trabajo que amaba.

—La verdad es que no pude imaginar por qué me trasladaron —dijo Dennis—. Umm, ¿me estaba reservando para cosas mejores, quizá?

Ajeno al sarcasmo, Flaster sonrió.

—¡Exactamente, muchacho! Demuestra una capacidad de observación notable. Dígame, Nuel. Ahora que ha adquirido experiencia en un departamento pequeño, ¿qué le parecería hacerse cargo del proyecto zievatrónico aquí, en el Tecnológico Sahariano?

Dennis parpadeó, pillado completamente por sorpresa.

—Oh —dijo, concisamente.

Flaster se levantó y se acercó a una intrincada cafetera exprés que había en una mesa lateral. Sirvió dos tacitas de denso café Montañas Atlas y ofreció una a Dennis, quien la aceptó aturdido. Apenas saboreó el denso y dulce brebaje.

Flaster regresó a su mesa y sorbió delicadamente el café de su tacita.

—No creerá que íbamos a dejar a nuestro máximo experto en el efecto ziev enmohecerse en segunda fila eternamente, ¿verdad? ¡Claro que no! Planeaba trasladarle de vuelta al Laboratorio Uno en cuestión de semanas, de todas formas. Y ahora que la posición subministerial ha abierto…

—¿La qué?

—¡La subministerial! El Gobierno de Mediterránea ha vuelto a cambiar, y mi viejo amigo Boona Calumny tiene la cartera de Ciencias. Así que cuando me llamó el otro día para pedirme ayuda… —Flaster extendió las manos como para decir que el resto era obvio.

Dennis no daba crédito a sus oídos. Estaba seguro de que le caía mal a Flaster. ¿Qué demonios podía motivarlo a optar por Dennis cuando se trataba de elegir a un sustituto?

Dennis se preguntó si su antipatía hacia Flaster le había impedido ver algún aspecto más noble del hombre.


—¿He de suponer que está interesado?

Dennis asintió. No le importaba cuáles fueran los motivos de Flaster, siempre y cuando pudiera volver a poner las manos en el zievatrón.

—¡Excelente! —Flaster volvió a alzar su taza—. Por supuesto, primero hay que resolver un pequeño detalle… un asuntillo menor, en realidad. Sólo algo que demuestre al laboratorio su habilidad como líder y garantice la aceptación por parte de todos sin excepción.

—Ah —dijo Dennis. ¡Lo sabía! ¡Aquí viene! ¡La pega!

Flaster rebuscó bajo la mesa y sacó una caja de cristal. Dentro había una monstruosidad de alas velludas y dientes afilados como cuchillas, rígida y sin vida.

—Después de que nos ayudara a recapturarla el sábado por la noche, decidí que era demasiado problemática para valer la pena. Se la entregué a nuestro taxidermista…

Dennis trató de respirar con normalidad. Los ojillos negros lo miraron, vidriosos. Ahora mismo parecían menos cargados de malevolencia que de profundo misterio.

—Quería usted saber más sobre esta cosa —dijo Flaster—. Como seguro sucesor mío, tiene derecho a averiguarlo.

—Los demás piensan que es del Centro Genético —comentó Dennis.

Flaster se echó a reír.

—Pero usted sabe bien que no, ¿verdad? Los creavidas no son lo bastante buenos en su nuevo arte para producir algo tan único —dijo con retintín—. Tan salvaje.

»No. Como usted supuso, nuestro amiguito no procede del laboratorio de genética, ni de ninguna parte de nuestro sistema solar, por otro lado. Vino del Laboratorio Uno… de uno de los mundos anómalos con los que hemos contactado por medio del zievatrón.

Dennis se puso en pie.

—¡Lo han hecho funcionar! ¡Han contactado con algo que no es el vacío, o la niebla púrpura!

Su mente giraba.

—¡Respiraba aire terrestre! ¡Engulló una docena de canapés, además de un trocito de la oreja de Brian Yen, y siguió adelante! La bioquímica de esa cosa debe de ser…

—Es… es casi exactamente como la terrestre —asintió Flaster.

Dennis sacudió la cabeza. Se sentó pesadamente.

—¿Cuándo descubrieron ese sitio?

—Lo encontramos durante una búsqueda de anomalías zievatrónicas, hace tres semanas. Después de cinco meses de fracasos, he de admitir abiertamente que al final conseguimos el éxito tras regresar a la rutina de investigación que usted diseñó, Nuel.

Flaster se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo de seda.

—Sus rutinas funcionaron casi de inmediato. Y sintonizaron con el mundo más sorprendentemente parecido a la Tierra posible. Los biólogos están extasiados, por decirlo en pocas palabras.

Dennis contempló a la criatura muerta dentro del cristal. ¡Un mundo entero! ¡Lo conseguimos!

El sueño del doctor Guinasso se había hecho realidad. ¡El zievatrón era la llave a las estrellas! El resentimiento personal de Dennis desapareció. Se sentía genuinamente emocionado por el logro de Flaster.

El director se levantó y volvió a acercarse a la jarra de café para llenar otra vez su taza.

—Sólo hay un problema —dijo tranquilamente, de espaldas al joven.

Dennis alzó la cabeza, sus pensamientos aún dispersos.

—¿Un problema, señor?

—Bueno, sí. —Flaster se volvió, removiendo el café—. En realidad, tiene que ver con el zievatrón en sí.

Dennis frunció el ceño.

—¿Qué pasa con el zievatrón?

Flaster alzó su tacita con dos dedos.

—Bueno —suspiró entre sorbos—. Parece que no podemos hacer que esa maldita máquina vuelva a funcionar.

3

Flaster no bromeaba. El zievatrón estaba atascado.

Después de pasar casi un día entero hurgando en las entrañas de la máquina, Dennis seguía tratando de acostumbrarse a los cambios efectuados en el Laboratorio Uno desde su marcha.

Los generadores principales eran los mismos, igual que las viejas sondas de realidad que el doctor Guinasso y él habían sintonizado laboriosamente a mano durante los primeros días. Flaster y Brady no se habían atrevido a tocarlas.

Pero habían traído tanto equipo nuevo que incluso el cavernoso laboratorio principal estaba lleno a rebosar. Había suficientes columnas de electroforesis, por ejemplo, para analizar una bullabesa de Burdeos.

El zievatrón en sí ocupaba la mayor parte de la cámara. Técnicos de bata blanca se movían por rampas elevadas situadas a lo largo de su amplia superficie, haciendo ajustes.

La mayoría de los técnicos se había acercado a saludar a Dennis cuando llegó. Obviamente, se sentían aliviados de tenerlo de vuelta. La reunión informativa le mantuvo apartado de su amada máquina durante casi una hora y había irritado enormemente a Bernald Brady.

Cuando, por fin, Dennis pudo ponerse a trabajar, se concentró en las dos enormes sondas de realidad. En el lugar donde se encontraban, allá en las entrañas de la máquina, había un lugar en el espacio que no era exactamente aquí ni ningún otro sitio. El punto anómalo podía oscilar entre la Tierra y Otra Parte, dependiendo de qué sonda dominase.

Seis meses antes, había una pequeña portilla por la que podían sacarse muestras de las brumas púrpura y las extrañas nubes de polvo que el doctor Guinasso y él habían encontrado. Pero desde entonces había sido sustituida por una enorme compuerta blindada.

Trabajando cerca de la gruesa escotilla, Dennis advirtió que todo lo que una persona tenía que hacer era atravesar esa puerta para estar en otro mundo. Era una extraña sensación.

—¿Todavía atascado, Nuel?

Dennis alzó la cabeza. La pequeña boca de Bernald Brady siempre parecía estar levemente arrugada en un gesto de desaprobación. El tipo tenía instrucciones de cooperar, pero eso al parecer no incluía ser educado.

Dennis se encogió de hombros.

—He acotado el problema. Hay algo estropeado en la parte del zievatrón que ha sido introducida en el mundo anómalo: el mecanismo de regreso. Tal vez la única forma de arreglarlo sea desde el otro extremo.

Se había dado cuenta de que Marcel Flaster se la jugaba al ponerle a cargo del laboratorio. Si no podía dilucidar una forma de arreglarlo desde aquel lado, Dennis tendría que entrar y arreglar personalmente el mecanismo de regreso.

Todavía no había decidido si sentirse entusiasmado o aterrado por la idea.

—Flasteria —dijo Brady.

—¿Cómo dice? —preguntó Dennis, parpadeando.

—Es el nombre que le hemos puesto al planeta; Flasteria, Nuel.

Dennis intentó silabear la palabra, luego renunció. Y un cuerno.


—De todas formas —continuó Brady—, no es ningún gran descubrimiento. Ya me había dado cuenta de que es el mecanismo de regreso lo que está estropeado.

Dennis empezaba a irritarse con la actitud de aquel tipo. Se encogió de hombros.

—Claro que ya lo sabía. ¿Pero cuánto tiempo tardó en darse cuenta?

Supo que había dado en el clavo cuando la cara de Brady se puso roja.

—No importa —dijo Dennis mientras se levantaba, frotándose las manos—. Vamos, Brady. Lléveme a dar una vuelta por su zoo. Si tengo que entrar y visitar ese lugar, quiero saber más acerca del tema.


¡Mamíferos! ¡Los animales cautivos eran mamíferos de cuatro patas, peludos y capaces de respirar aire!

Contempló uno que parecía un pequeño hurón mientras hacía un rápido inventario mental: nariz con dos ventanas sobre la boca, bajo unos ojos de cazador; cinco dedos en forma de garra en cada pata, y una cola larga y peluda. Una carta tomográfica delante de la jaula mostraba un corazón de cuatro cámaras, un esqueleto de aspecto bastante terrestre, y al parecer todo tipo de vísceras comunes en los sitios habituales.

¡Y sin embargo era un alienígena!

Por un momento, la criatura devolvió la mirada a Dennis luego bostezó y se dio la vuelta.

—Los biólogos han comprobado la ausencia de gérmenes perniciosos y ese tipo de cosas —dijo Brady, respondiendo a la siguiente pregunta de Dennis—. Los cobayas que enviaron en uno de los robots exploradores vivieron en Flasteria varios días y volvieron perfectamente sanos.

—¿Qué hay de la bioquímica? ¿Son iguales los aminoácidos, por ejemplo?

Brady cogió un clasificador de unos quince centímetros de grosor.

—El doctor Nelson tuvo que regresar ayer a Palermo. Otra de las movidas del Gobierno, supongo. Pero aquí está su informe. —Depositó el grueso tomo sobre las manos de Dennis—. ¡Estúdielo!

Dennis estuvo a punto de decirle a Brady dónde podía meterse el informe por el momento. Pero en ese justo instante un brusco chasquido sonó al fondo de la fila de jaulas. Los dos hombres se volvieron para ver cómo una sólida caja de madera empezaba a agitarse y sacudirse.

Brady maldijo en voz alta.

—¡Rayos y centellas! ¡Se está escapando otra vez! —corrió hacia una pared y pulsó un botón de alarma. De inmediato, empezó a sonar una sirena.

—¿Qué se está escapando? —Dennis retrocedió. El pánico en la voz de Brady le había afectado—. ¿Qué es?

—¡La criatura! —gritó Brady por el intercomunicador, casi sin hacerle caso a Dennis—. ¡La que volvimos a capturar y metimos en esa caja temporal… sí, la peligrosa! ¡Está escapando otra vez!

Se produjo un estrépito de madera al romperse, y una tabla cayó de un lado de la caja. Desde la oscuridad interior, un par de diminutos reflejos verdes miraban a Dennis.

Dennis sólo pudo presumir que se trataba de ojos, pequeños y situados apenas a una pulgada de distancia entre sí. Las chispas verdes parecían atraerle, y no podía apartar la mirada. Se observaron mutuamente, terrestre y alienígena.

Brady gritaba mientras un equipo de trabajo entraba corriendo en la sala.

—¡Rápido! ¡Preparen las redes por si salta! ¡Asegúrense de que no suelta a los otros animales, como la última vez!

Dennis se sentía cada vez más inquieto. La mirada verde era desconcertante. Buscó un lugar donde dejar el pesado libro que tenía en las manos.


La criatura pareció tomar una decisión. Se abrió paso por la estrecha abertura entre las tablas, y saltó justo a tiempo de esquivar la red que caía.

En un destello Dennis vio lo que parecía un diminuto cerdo de nariz chata. ¡Pero aquel cerdo era muy especial! ¡A mitad del salto sus patas se abrieron, liberando un par de membranas que crearon dos alas planeadoras!

—¡Bloquéele el paso, Nuel! —gritó Brady.

Dennis no tuvo mucha elección. La criatura alienígena volaba hacia él. Trató de agacharse, pero demasiado tarde. El «cerdo volador» aterrizó sobre su cabeza y se le aferró al pelo, graznando frenéticamente.

Cuando Dennis soltó sorprendido el tomo de bioquímica, el grueso volumen aterrizó en su pie.

—¡Ay! —saltó, y extendió las manos para agarrar a su desagradable pasajero.

Pero la pequeña criatura trinó en voz alta, quejumbrosamente. Parecía más asustada que furiosa. En el último momento, Dennis se abstuvo de soltarla por la fuerza. En cambio, consiguió apartar una pata de su ojo… justo a tiempo de agacharse bajo una llave inglesa lanzada por Bernald Brady. Dennis maldijo y el «cerdito» graznó mientras el arma pasaba por encima de su cabeza.

—¡Quédese quieto, Nuel! ¡Casi le he dado!

—¡Y casi me arranca la cabeza, también! —Dennis retrocedió—. ¡Idiota! ¿Está intentando matarme?

Brady pareció juzgar la proposición de forma silogística. Al final, se encogió de hombros.

—Muy bien pues, Nuel. Acérquese lentamente y nosotros lo agarraremos.

Dennis empezó a avanzar. Pero mientras se aproximaba a los otros hombres la criatura gimió patéticamente y apretó su tenaza.

—Quietos —dijo Dennis—. Está asustado, eso es todo. Denme un minuto. Tal vez pueda conseguir que baje.


Dennis retrocedió hasta una caja y se sentó. Extendió la mano con cuidado para tocar de nuevo al alienígena.

Para su sorpresa, la temblequeante criatura pareció tranquilizarse bajo su contacto. Habló con suavidad mientras frotaba la fina y suave piel rosada.

Gradualmente, su tenaza de terror remitió. Por fin, Dennis pudo coger a la criatura con ambas manos y acercársela al regazo.

Los hombres y mujeres del grupo de trabajo aplaudieron. Dennis les devolvió una sonrisa que demostraba más confianza de la que sentía.

Era el tipo de cosa que podía convertirse en leyenda.

«… Sí, muchacho. Yo estaba allí el día que el viejo director Nuel domó a un bicho alienígena salvaje que lo tenía cogido por los ojos … » Dennis contempló a la cosa que había «capturado». La criatura le miró con una expresión que estaba seguro de haber visto en alguna otra parte. ¿Pero dónde?

Entonces lo recordó. En su sexto cumpleaños sus padres le regalaron un libro de cuentos de hadas finlandeses. Todavía recordaba muchos de los dibujos. Y esta criatura tenía la malévola sonrisa de dientes afilados y ojos verdes de un duendecíllo.

—Un cerduende —anunció en voz baja mientras acariciaba a la pequeña criatura—. Un cruce entre un cerdito y un duende. ¿Te viene bien el nombre?

No pareció comprender las palabras. Dudaba que fuera inteligente. Pero algo pareció decirle a Dennis que lo comprendía. Le devolvió una sonrisa con sus dientes diminutos y afilados como agujas.

Brady se acercó con un saco.

—Rápido, Nuel. ¡Mientras está tranquilo, métalo aquí!

Dennis se quedó mirando al hombre. La sugerencia no merecía una respuesta. Se puso en pie, con el cerduende en el hueco del brazo izquierdo. La criatura ronroneó.

—Vamos, Brady —dijo—, completemos el recorrido para que pueda terminar mi lista de equipo. Tengo algunos preparativos que hacer.

»Puede darle las gracias a nuestro amiguito extraterrestre por decidir por mí. Atravesaré el zievatrón y visitaré su mundo natal por ustedes.

4

El zievatrón se había convertido en un camino de un solo sentido. Cualquier cosa lanzada a través de la compuerta llegaba al mundo anómalo, según lo planeado. Todavía podían enviarse robots, como habían hecho durante casi un mes. Pero nada regresaba.

Llegaba la suficiente telemetría para mostrar que la máquina seguía conectada al mismo mundo anómalo, el lugar de donde había salido el cerdito volador.

Pero el zievatrón era incapaz de enviar ni siquiera una pluma de vuelta a la Tierra.

Todas las máquinas se estropean tarde o temprano, concluyó Dennis. Sin duda el problema podía resolverse simplemente sustituyendo un módulo fundido, tal vez cuestión de dos minutos. La pega era que habría que hacer ese trabajo en persona. Alguien tendría que atravesar el zievatrón para hacerlo manualmente.

Naturalmente, una expedición tripulada se había planeado de todas formas. Ésas no eran exactamente las mejores circunstancias para una primera visita, pero alguien tendría que hacerlo, o el mundo que habían encontrado se perdería para siempre. Dennis había visto las fotos tomadas por los robots exploradores antes del estropicio. Bien podrían explorar durante cien años antes de toparse con otro lugar tan compatible con la vida humana.

En cualquier caso, ya lo había decidido.

El equipo que había solicitado se encontraba apilado ante la compuerta. La velocidad con que lo requerido en la lista había sido cumplido daba una idea de lo ansioso que estaba el doctor Flaster por tener resultados. Enviar a Brady por los suministros también había mantenido a aquel tipo fuera de juego mientras Dennis comprobaba sus cálculos.

Había insistido en obtener una larga lista de suministros para supervivencia, aunque eso no quería decir que esperara necesitarlos en aquella primera salida. Ni siquiera sustituir todos los módulos del mecanismo de regreso requeriría más de una hora, pero no quería correr riesgos. Había incluso cajas de vitaminas por si se sentía agotado o si el informe biológico hubiera errado en un decimal su tasa de compatibilidad con el mundo anómalo.

—Muy bien, Nuel —dijo Brady.

Se aproximó a Dennis por la izquierda. El cerduende se pasó al otro hombro de Dennis, escrutando los preparativos y enseñando los dientes cada vez que Brady se acercaba.

—Tiene suficientes aparatos para construir otro zievatrón cuando llegue a Flasteria. Debería poder arreglarlo en cinco minutos. Y parece que quisiera montar un almacén con tanto material de supervivencia. Pero eso es asunto suyo.

El tipo parecía celoso. Pero Dennis no había visto que se presentara voluntario para ir.

—¡Acuérdese de arreglar la máquina primero! —continuó Brady—. ¡Entonces no importará si algo se lo come mientras intenta hablar con todos los animales del lugar!

Richard Schwall, uno de los técnicos que habían trabajado con Dennis en los primeros días, alzó la vista del esquema que estaba cotejando y compartió una mirada de conmiseración con Dennis. Todo el mundo en el I.T.S. apreciaba la simpática actitud de Brady.

—¡Dennis!

La figura de valquiria de Gabriella Versgo se abrió paso hacia ellos entre la multitud de técnicos. Uno de ellos, demasiado lento para apartarse, fue barrido por un rápido movimiento de pelvis.

Brady sonrió con cara de cachorrito enamorado mientras ella se acercaba. Gabbie le dirigió una sonrisa brillante y luego cogió el brazo derecho de Dennis en una tenaza que interrumpió parcialmente el suministro de sangre de su mano.

—Bueno, Dennis —dijo, suspirando felizmente—. ¡Me alegra mucho que Bernie y tú volváis a hablaros! Siempre he pensado que esa tensión entre vosotros era una tontería por vuestra parte.

De hecho, hablaba como si lo considerara maravilloso. Dennis se dio cuenta de que Gabbie tenía la errónea impresión de que su enemistad con Brady se había acabado. ¡Si ése fuera de verdad el caso, Dennis habría izado una bandera blanca y se habría rendido hacía ya mucho tiempo!

—He venido a advertiros de que el doctor Flaster viene para despedir a Dennis. ¡Y trae consigo a Boona Calumny!

Dennis tuvo un instante de desconcierto.

—¡El nuevo ministro de Ciencias de Mediterránea! —exclamó Gabbie.

Tiró bruscamente de su codo, apretándole accidentalmente su nervio. Dennis gimió, pero Gabbie continuó, ajena a su momentánea agonía.

—¿No es maravilloso? —exclamó—. ¡Un hombre tan eminente que viene a ver cómo el primer humano pone el pie en un mundo anómalo! —En su último gesto, soltó su tenaza. Dennis contuvo un gemido y se frotó el brazo.

Gabriella acarició al cerduende, tratando de pellizcar su diminuta barbilla. La criatura lo soportó unos segundos, y luego estalló en un tremendo bostezo, dejando al descubierto filas gemelas de dientes afilados como agujas. Ella retiró rápidamente la mano.

Se colocó al otro lado de Dennis y se inclinó para besarlo castamente en la mejilla.

—Ahora tengo que darme prisa. Tengo un cristal importante en una zona de flotación. Que tengas buen viaje. Vuelve como un héroe y lo celebraremos de forma especial, lo prometo. —Le hizo un guiño y le dio un golpecito con la cadera, por lo que casi derribó al cerduende de su asidero.

Brady se animó cuando Gabriella le dio también un besito, para mantener las cosas igualadas. Entonces ella se marchó, sin duda consciente de que la mitad de los hombres del laboratorio la estaban mirando.

Richard Schwall sacudió la cabeza y murmuró:

—… Mujer podría desbancar a lady Macbeth… —fue todo lo que Dennis pudo captar.

Brady hizo una mueca de indignación y se marchó.

Mientras Dennis regresaba a sus cálculos, comprobándolos por última vez para asegurarse de que no había cometido ningún error, el cerduende planeó hasta un asidero sobre Richard Schwall. Se asomó por encima del hombro del técnico calvo, contemplando cómo ajustaba la herramienta electrónica que Dennis tendría que llevar.

Durante dos días, desde que Dennis había declarado que la criatura estaba domada, los técnicos habían alzado rutinariamente la cabeza para encontrar aquellos diminutos ojos verdes contemplándolos. Sorprendentemente, el cerduende siempre parecía escoger los lugares más arriesgados para hacerlo.

Mientras los preparativos progresaban sin problemas, la criatura se convirtió en una especie de símbolo de categoría. Los técnicos usaban trocitos de caramelo para atraerlo a sus puestos. Se había convertido en un amuleto de buena suerte, en una mascota.

Cuando Schwall alzó la cabeza y vio al cerduende, sonrió y recogió al pequeño alienígena para que pudiera ver mejor. Dennis soltó sus notas y contempló a los dos interactuar.

El cerduende parecía menos atraído por lo que Schwall hacía que por la forma en que el técnico se sentía. Cuando su rostro denotaba placer, la criatura miraba adelante y atrás rápidamente, de Schwall a la libreta y otra vez.

Aunque estaba claro que no era una criatura sensitiva, Dennis se preguntó hasta qué punto era inteligente.

—¡Eh, Dennis! —dijo Schwall, excitado por momentos—. ¡Mira esto! ¡He logrado una imagen primorosa de la torre de lanzamiento de Ecuador! Ya sabes, la Aguja Vainilla. ¡Nunca me había dado cuenta de lo bueno que soy! ¡Tu amiguito trae suerte!

Al fondo del laboratorio se produjo un alboroto. Dennis dio un codazo amistoso a su colega.

—Vamos, Rich —dijo—. Levántate. Por fin están aquí.

Escoltado por Bernald Brady, el director del laboratorio se acercó al zievatrón. junto a Flaster caminaba un hombre bajito y rechoncho de rasgos enigmáticos a intensos. Dennis dedujo que debía ser el ministro de Ciencias de Mediterránea.

Mientras los presentaban, Boona Calumny parecía mirar directamente a través de Dennis. Su voz era muy aguda.

—¿Así que éste es el valiente joven que va a encargarse de su maravilloso trabajo aquí, Marcel? ¿Y empezará ahora mismo pasando a ese maravilloso lugar nuevo que ha descubierto?

Flaster sonrió.

—¡Sí, señor! ¡Y desde luego estamos orgullosos de él! —Le hizo un guiño conspirador a Dennis, quien empezaba a comprender las enormes ganas que tenía Flaster de conseguir un éxito para alardear de su gestión del I.T.S.

—Tendrá usted cuidado allá, ¿verdad, muchacho? —Calumny señaló con un dedo la compuerta. Dennis se preguntó si el hombre entendía de verdad lo que pasaba.

—Sí, señor. Lo tendré.

—Bien. ¡Queremos que regrese sano y salvo!

Dennis asintió amablemente, traduciendo de modo automático las observaciones del político del idioma ejecutivo al inglés. Quiere decir que si no vuelvo habrá un montón de papeleo desagradable.

—Lo prometo, señor.

—Excelente. ¿Sabe?, los jóvenes brillantes como usted son difíciles de encontrar hoy en día.

(En realidad, no valéis un pimiento, pero vas a ayudar a mi amigo a salir de un lío.)

—Sí, señor —convino Dennis otra vez.

—Andamos realmente escasos de jóvenes arrojados y aventureros, y estoy seguro de que usted llegará lejos.

(Andamos un poco cortos de gilipollas este mes. Tal vez podamos utilizarte para unas cuantas misiones suicidas más si regresas de ésta.)

—Eso espero, señor.

Calumny dio a Dennis un democrático apretón de manos; luego se volvió a susurrarle algo a Flaster. El director señaló una puerta, y el ministro salió del laboratorio. Probablemente a lavarse las manos, pensó Dennis.

—Muy bien, doctor Nuel —dijo Flaster alegremente—, coja a su amiguito alienígena y pongámonos en marcha. Espero que regrese antes de dos horas… menos si puede controlar su inclinación a explorar. Para cuando regrese ya habremos puesto a enfriar el champán.

Dennis cogió al cerduende cuando revoloteaba en el aire tras despegar de las manos de Rich Schwall. La pequeña criatura trinaba de excitación. Después de que cargaran todas las cajas, Dennis traspuso la compuerta.

—Comenzando procedimiento de cerrado —anunció uno de los técnicos—. ¡Buena suerte, doctor Nuel!

Schwall le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba.

Bernald Brady se adelantó para guiar la pesada puerta.

—Bien, Nuel —dijo en voz baja mientras los engranajes giraban lentamente—, lo ha comprobado todo, ¿verdad? Escrutó la máquina de arriba abajo, leyó el informe biológico, y no necesitó consultarme para nada, ¿verdad?

A Dennis no le gustó el tono de aquel tipo.

—¿Qué pretende decirme?

Brady sonrió. Hablaba tan bajo que sólo Dennis podía oírlo.

—Nunca se lo mencioné a los demás, ya que parecía absurdo. Pero es justo que se lo diga.

—¿Decirme qué?

—Oh, podría no ser nada, Nuel. O tal vez ser algo bastante insólito… ¡como la posibilidad de que ese mundo anómalo tenga un conjunto de leyes físicas diferente al de la Tierra!

La compuerta estaba ya medio cerrada. El reloj estaba en marcha.

Aquello era ridículo. Dennis no iba a dejar que Brady se quedara con él.

—Venga ya, Bernie —dijo con una carcajada—. No creo ni una palabra de sus monsergas.

—¿No? ¿Recuerda esas brumas púrpura que descubrió el año pasado donde la gravedad repelía?

—Eso era completamente diferente. Ninguna diferencia de importancia en las leyes físicas podría ponerme en peligro en el mundo de Duen, no cuando la biología es tan compatible.

»Pero si hay algo de menor importancia de lo que no me ha hablado —continuó Dennis, avanzando—, será mejor que lo escupa ahora o juro que…

Extrañamente, el antagonismo de Brady pareció disminuir en favor de un asombro aparentemente genuino.

—No sé lo que es, Nuel. Tiene que ver con los instrumentos que enviamos. ¡Su grado de eficacia parecía cambiar a medida que pasaban tiempo allí! Era casi como si una de las leyes de la termodinámica fuera sutilmente diferente.

Demasiado tarde, Dennis se dio cuenta de que Brady no estaba sólo irritándolo. Había descubierto algo que lo dejaba perplejo de veras. Pero a estas alturas la compuerta ya casi se había cerrado por completo.

—¿Qué ley, Brady? ¡Maldición, detenga este proceso hasta que me lo diga! ¿Qué ley?

A través de la pequeña rendija que quedaba, Brady susurró:

—Adivínelo.

Con un suspiro, los sellos encajaron en su sitio y la compuerta se cerró herméticamente.


En el laboratorio de zievatrónica, el doctor Marcel Flaster observó a Brady volverse ante la compuerta cerrada de la máquina de anomalías.

—¿Qué pasaba?

Brady se le quedó mirando. Flaster habría jurado que el tipo estaba más pálido que de costumbre.

—Oh, nada. Estábamos hablando para pasar el tiempo hasta que se cerrara la compuerta.

Flaster frunció el ceño.

—Bien, espero que no haya sorpresas en esta última etapa. Cuento con que Nuel tenga éxito. Necesito enormemente Flasteria ahora que parece que se confirma mi ascenso para el mes que viene.

—Tal vez consiga arreglarlo. —Brady se encogió de hombros.

Flaster se echó a reír.

—Cierto. Por lo que he visto por aquí, está seguro de tener éxito. En los últimos días, ha hecho hervir este lugar.

¡Tendría que haber recuperado a ese muchacho para este laboratorio hace meses!

Brady se encogió de hombros.

—Tal vez Nuel tenga éxito. O tal vez no.

Flaster sonrió ladino.

—Ah, bueno. Si fracasa, tendremos que enviar a otra persona, ¿no?

Brady tragó saliva y asintió. Vio cómo el director del laboratorio se daba la vuelta y se marchaba.

Me pregunto si he hecho lo adecuado, pensó Brady, al dar a Nuel los módulos equivocados para arreglar el mecanismo de regreso.

Oh, se dará cuenta tarde o temprano y los arreglará. Todo lo que tiene que hacer es poner los chips adecuados en su sitio. Hice que pareciera un error de fábrica para que nunca lo relacione conmigo… aunque probablemente sospechará.

Para cuando arregle los módulos, habré tenido tiempo de trabajarme a Flaster. ¡ Y Nuel no valdrá tanto cuando el retraso se prolongue semanas, sea cual fuere su excusa!

Brady se sentía un poco culpable por el asunto. Era una pequeña putada. Pero según todos los indicios Flasteria era un lugar bastante tranquilo. Los robots no habían visto animales grandes, y de todas formas Nuel siempre estaba hablando de lo magnífico que había sido como boy scout. ¡Que acampara en el monte durante una temporada, entonces!

Tal vez incluso descubriría también qué les había estado sucediendo a los robots… esa extraña alteración en sus perfiles de eficacia.

Oh, Nuel regresaría hecho una furia, desde luego. Pero para entonces Brady habría tenido una oportunidad de recuperar el favor del director. Ya sabía qué teclas había que pulsar.

Brady miró su reloj.


Gabriella había quedado con él para almorzar, y no quería llegar tarde.

Se enderezó la corbata y salió rápidamente del laboratorio. Pronto estuvo silbando.

5

—¿Qué ley? Hijo de… —Dennis golpeó la puerta.

Se detuvo. Era inútil. La sonda de envío se había activado ya. Se encontraba ya en el mundo anómalo, ya en…

Dennis miró la puerta cerrada. Palpó a sus espaldas y se sentó pesadamente sobre una de las cajas. ¡Entonces, mientras se hacía cargo de su situación, se encontró de pronto echándose a reír! No podía parar. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se entregaba a la jubilosa sensación.

Nadie había estado jamás tan aislado como él, lanzado de la Tierra a un mundo lejano.

La gente podía leer sobre aventuras en lugares remotos, pero la verdad era que la mayoría, al primer atisbo de algo verdaderamente peligroso, cavaba un hoyo y llamaba a su mamá.

Como reacción inicial, pues, la risa no estaba mal. Al menos después se sintió más relajado.

Desde una caja cercana, el cerduende observaba, aparentemente fascinado.

Voy a tener que inventar un nuevo nombre para este lugar, pensó Dennis mientras se frotaba los ojos. Flasteria no le viene bien.

La crisis inicial de aislamiento había pasado. Pudo mirar a su izquierda, hacía la otra puerta, la única que ahora se abriría… a otro mundo.


Lo dicho por Brady sobre un «conjunto distinto de leyes. físicas» seguía molestando a Dennis. Brady probablemente había intentado burlarse de él. Aunque dijera la verdad, tendría que ser algo muy sutil, ya que los procesos biológicos eran tan compatibles en ambos mundos.

Dennis recordó una historia de ciencia ficción que había leído una vez en la que con un diminuto cambio de la conductividad eléctrica se producía un aumento diez veces superior de la inteligencia humana. ¿Podría ser algo parecido?

Suspiró. No se sentía más listo. El hecho de que no pudiera recordar el título de la historia refutaba en cierta medida esa posibilidad.

El cerduende se lanzó desde su asidero y aterrizó en su regazo tras un breve planeo. Ronroneó, mirándole con sus ojos esmeralda.

—Ahora yo soy el alienígena —dijo Dennis. Cogió al pequeño nativo—. ¿Qué lo parece, Duen? ¿Soy bien venido? ¿Quieres mostrarme tu hogar?

Duen trinó. Parecía ansioso por ponerse en marcha.

—Muy bien —dijo Dennis—. Vamos.

Se ató el cinturón de herramientas, con la pistola de agujas a un lado. Luego, tras adoptar una adecuada pose de explorador, tiró de la palanca que abría la lejana puerta. Hubo un siseo al igualarse la presión y los oídos le zumbaron brevemente. Entonces la compuerta se abrió para dejar entrar la luz de otro mundo.

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