– Eres muy valiente, Nyssa -dijo Ana Basset aquella tarde-. Otra en tu lugar habría preferido esconderse de la gente.
– No os entiendo, lady Ana -repuso Nyssa sin dejar de limpiar una de las magníficas gargantillas de oro y diamantes de la reina.
En realidad, sabía muy bien qué había querido decir su compañera con aquellas palabras. Durante todo el día había tenido que soportar las miradas, algunas curiosas y otras hostiles, de las damas de la reina. ¡Las muy hipócritas! Las que la criticaban con más dureza eran aquellas cuyos encuentros a medianoche con sus amantes habían dejado de ser «secretos» hacía mucho tiempo. Sabía que no tardarían en encontrar otro chisme que atrajera su atención y que entonces la dejarían en paz. Sin embargo, no estaba dispuesta a convertirse en objeto de los comentarios sarcásticos de las hermanas Basset. Ya tenía bastante con los insultos que la nuera y la sobrina del rey y las otras damas de alto rango de la corte le habían dirigido.
– Vamos, lady Wyndham, no os hagáis la tonta -insistió Ana Basset.
– Lady De Winter -la corrigió Nyssa sin apartar la mirada de su trabajo-. Lady Nyssa de Winter, condesa de March, no lo olvidéis.
– Salta a la vista que habéis recibido vuestro merecido -añadió Ana Basset esbozando una sonrisa cruel-. Ni siquiera un caballero con la reputación de Varían de Winter violaría a una mujer si ésta no le hubiera provocado antes repetidamente.
No voy a abofetearla, se repitió Nyssa tratando de no perder los estribos. No voy a rebajarme así. ¿Era Ana Basset una de esas ilusas que creen que cuando una mujer es violada ha provocado antes a su agresor o sólo pretendía hacerla rabiar?
– ¿De qué estáis hablando? -inquirió con frialdad-. ¿Cuándo me habéis visto en compañía de ese caballero, lady Ana? ¿En cuántas ocasiones he coqueteado con él o con cualquier otro? Mi reputación está intacta.
– Me temo que ya no.
– Mi primo Thomas Culpeper violó a la esposa del guardabosques el año pasado -intervino Cat Howard en defensa de Nyssa-. Yo misma la vi rechazarle en numerosas ocasiones. ¡Yo no llamaría a eso provocación! Tom esperó a que el guardabosques saliera una mañana de su cabana y, junto con tres de sus amigos, hizo con ella lo que quiso. Los hombres violan a las mujeres simplemente por placer, Ana. Harías mejor en no coquetear tanto, mi buena amiga. Dicen que hasta el rey ha forzado a alguna mujer en alguna ocasión -añadió astutamente.
– ¿Cómo te atreves a comparar a la mujer de un guardabosques con una dama? -replicó Ana Basset, muy digna-. Además, estoy segura de que no era la primera vez que le levantaban las enaguas y que disfrutó como nunca. Apuesto a que provocó a tu primo hasta que consiguió lo que perseguía. Y en cuanto al rey, Cat, ¡ten cuidado! Criticar a nuestro soberano es traición. Él es el rey y puede hacer lo que le venga en gana.
– Eres una mujer sin corazón -replicó Nyssa-.¡Ningún hombre tiene derecho a forzar a una mujer, sea cual sea su clase social!
– ¡Bien dicho! -exclamaron las otras a coro dirigiendo una mirada furiosa a Ana Basset. Todas la tenían por una muchacha presuntuosa y pagada de sí misma y convenían en que ejercía una mala influencia sobre su hermana Katherine.
– Tómate un par de días libres, Nyssa -dijo la reina aquella noche-. Incluso una dama al servicio de la reina tiene derecho a disfrutar de su luna de miel.
Las damas de honor se echaron a reír mientras las damas de más edad intercambiaban miradas de incredulidad.
– ¡Será descarada! -siseó una de ellas, escandalizada. Nyssa todavía tuvo tiempo de oír la respuesta:
– En vez de mostrarse avergonzada lleva la cabeza tan alta como si fuera la más virtuosa de las damas. ¡Perdida!
Nyssa se volvió al escuchar aquellas ofensivas palabras pero las damas guardaron silencio y forzaron una sonrisa. Aunque el comentario había llegado a sus oídos con toda claridad, no había conseguido identificar las voces. Se acercó a la reina y le hizo una reverencia.
– Gracias por vuestra generosidad, majestad -murmuró.
– Vete, muchacha, vete -la apremió la reina con una sonrisa.
Nyssa buscó a su tío y le encontró en un salón en compañía de otros caballeros.
– Llévame a casa, por favor -pidió-. La reina me ha dado dos días libres y deseo descansar un poco.
– ¿Deseas que tu tía te acompañe? Creo que está con Adela Marlowe.
– Prefiero estar sola, gracias -contestó Nyssa negando con la cabeza.
– ¿Y tu marido?
– Tillie ha explicado a su criado dónde se encuentra nuestra casa. Que venga si le apetece, pero yo me niego a vivir bajo el mismo techo que el duque de Norfolk.
– Es uno de esos hombres a quien es mejor tener como amigo que como enemigo -advirtió el conde de Marwood a su sobrina-. Ten cuidado, Nyssa, tu marido es su nieto favorito.
– Si supieras toda la verdad, tío, entenderías que actúo en interés de Varían de Winter, mientras que su abuelo sólo mira por los Howard. Mi esposo no es un Howard. Además, el duque trata a las mujeres como simples monedas de cambio: sabe que soy una heredera y que su nieto ha ganado mucho con este matrimonio. Cuando se entere de que me niego a compartir aposentos con él, pensará que se trata una rabieta de niña mimada y me dejará en paz. Se alegrará cuando sepa que vamos a trasladarnos al campo. Sus planes van viento en popa y ya no nos necesita.
– Has heredado el genio de tu tía y el sentido práctico de tu madre -rió Owen Fitzhugh-. Está bien, Nyssa; te acompañaré a casa. Es una suerte que decidiéramos prolongar el contrato hasta el mes de junio.
La casa de Greenwich era una vivienda espaciosa rodeada por un inmenso jardín que había sido construida en tiempos del rey Enrique VIL La amplia habitación de Nyssa tenía su propio vestidor y un pequeño cuarto para Tillie. Había estado tan atareada durante su estancia en Greenwich que apenas la había ocupado, pero ahora se alegraba de tener un lugar donde refugiarse del duque de Norfolk.
Grandes paneles de madera de roble cubrían las paredes. Un cómodo sillón situado junto al amplio ventanal y la cama con colgaduras de terciopelo se encontraban frente a la chimenea junto a la que había un banco de madera cubierto de almohadones. Una cómoda y una mesilla de noche completaban el mobiliario de la habitación.
– ¡Tillie, prepárame el baño! -gritó en cuanto llegó-. Me muero por un baño de agua caliente perfumada con esencia de lavanda. El olor de las lavandas me recuerda a Riveredge. Gracias a Dios, pronto volveremos a casa.
– Creía que íbamos a vivir en casa de vuestro marido -repuso Tillie.
– Primero iremos a Riveredge -aseguró Nyssa-. Quiero que mis padres conozcan a lord De Winter antes de que nos instalemos en Winterhaven. La noticia de mi matrimonio les causará una gran impresión.
– ¿Y quién se lo va a decir? -inquirió la doncella-. Seguro que mi tía Heartha me echa la culpa por lo ocurrido -se lamentó.
– ¡No digas tonterías! -rió Nyssa-. Tú no tienes ninguna culpa. Pero tienes razón: tengo que encontrar la manera de darles una noticia como ésta. Podría escribirles una carta, pero no me parece una buena idea. ¡Mi padre se pondría furioso y no tardaría en presentarse aquí exigiendo responsabilidades! Pediré a tío Owen y a tía Bliss que me aconsejen -decidió.
Tillie asintió. Como su señora, no creía que una carta fuera la mejor manera de comunicar a los condes de Langford que su hija mayor se había casado a medianoche obligada por el rey.
– Iré a buscar la bañera.
La enorme tina de madera fue llevada junto a la chimenea que Tillie había encendido. La joven atizó los carbones y añadió más madera hasta que las llamas se avivaron mientras los criados entraban y salían de la habitación cargados con cubos de agua caliente. Tillie llenó de agua una vieja tetera y la colocó sobre las brasas para añadirla al agua del baño cuando ésta empezara a enfriarse. Cuando los criados hubieron abandonado la habitación, vertió medio frasco de esencia de la-vanda y el perfume se extendió por toda la estancia.
Mientras su doncella y los criados se afanaban en preparar el baño, Nyssa se acomodó junto a la ventana y contempló el río que, como una cinta plateada, atravesaba las verdes colinas. Aquel paisaje le recordaba a su casa. Con un suspiro resignado, se puso en pie y dejó que Tillie la ayudara a desvestirse. El agua caliente y perfumada le relajó el cuerpo y la mente. Trabajar en palacio no había estado mal y, aunque las cosas no habían salido como esperaba, había cumplido su misión: volver a casa con un marido. Gracias a Dios, dentro de pocas semanas regresaría a casa; a Riveredge; a Winterhaven.
Winterhaven… ¿Sería una casa bonita? ¿Sería tan bonita como Riveredge o su casa de Riverside? ¡Pobre vieja casa de Riverside, nunca más vivirá una familia allí!, se lamentó. Lady Dorothy, la hermanastra de su padre y madre de su padrastro, había vivido allí durante mucho tiempo, pero la dama tenía casi setenta años y prefería quedarse en Riveredge con el resto de la familia.
Será para mi segundo hijo, decidió. Los segundones a menudo se quedan sin herencia. ¡Un segundo hijo, que idea tan absurda! ¿Cómo podía pensar en un segundo hijo cuando el primero ni siquiera había nacido todavía? No estaba segura de que fuera a ser feliz con un hombre a quien no amaba. ¿Y si no podía tener hijos? ¿Y si sólo tenía hijas? ¿Era justo que nacieran niños en un matrimonio construido sobre el resentimiento y la desconfianza? Varian aseguraba que la amaba. ¡Qué tontería! ¡Si ni siquiera se conocían…! Bueno, se conocían como hombre y mujer, pero sólo había ocurrido una vez y Varian había pronunciado aquellas palabras antes de tomarla. Seguramente lo había dicho para ser amable.
Mientras lavaba a su señora, Tillie advirtió que ésta estaba muy callada. ¿Pensaba en el atractivo hombre que el rey le había obligado a tomar por esposo? Aquella mañana las otras doncellas la habían seguido a todas partes en un vano intento de averiguar los detalles de la repentina boda de su señora con el misterioso lord De Winter. Hombres y mujeres que nunca le habían hecho el menor caso revoloteaban a su alrededor tratando de llamar su atención y le preguntaban cuánto tiempo llevaban lady Nyssa y el conde viéndose en secreto y si su señora era virgen cuando llegó a la corte. Pero Tillie les había mandado a paseo y había asegurado que no sabía más que ellos. ¿Desde cuándo las damas confiaban sus secretos a sus doncellas? Sus interlocutores, personas orgullosas que la despreciaban por su origen humilde, la habían creído.
Algo decepcionadas, las criadas también la habían dejado en paz pero May, la doncella de lady Fitzhugh, la había llamado aparte.
– Bien hecho, muchacha -había dicho-. Tu tía Heartha estará orgullosa de ti.
Al igual que Tillie, May era considerada parte de la familia y también conocía la verdad. De repente, la puerta de la habitación se abrió y el conde de March hizo su aparición.
– Buenas noches, señoras -saludó-. Toby me ha dicho que vamos a vivir aquí hasta que nos traslademos a Winterhaven. Es una habitación muy bonita -añadió paseando la mirada por la amplia estancia-. ¿Hay sitio para Toby?
– Mi tío os dirá dónde puede alojarse -contestó Nyssa sin saber cómo continuar la conversación-. La habitación de al lado es lo bastante grande para vuestro criado y vos -añadió-. Supongo que necesitaréis espacio para vuestras cosas pero me temo que mi vestidor está lleno a rebosar. Mi tío Owen os indicará dónde debéis instalaros.
– Tillie, ¿quieres ir a hablar con el conde de Mar-wood, por favor? -dijo Varían sin poder contener una sonrisa-. Luego puedes ayudar a Toby a deshacer mi equipaje y a ordenar mis cosas. Ya te llamaremos si te necesitamos.
Tillie se volvió hacia su asombrada señora.
– Necesito que Tillie me ayude a vestirme -repuso Nyssa.
– Yo lo haré -replicó el conde-. Dicen que se me da muy bien. Márchate Tillie -añadió dirigiéndose a la doncella.
– ¡Quédate, Tillie! -ordenó Nyssa con voz firme.
– Vete, pequeña -insistió el conde tomando a la muchacha por un brazo y arrastrándola hacia la puerta.
– ¡Tillie, ven aquí ahora mismo!
El conde abrió la puerta de la habitación, empujó a Tillie fuera y volvió a cerrarla con llave. Hecho esto, se volvió a mirar a su furiosa esposa.
– ¿Cómo os habéis atrevido a hacer algo así? ¡Tillie es mi doncella y debe obedecer mis órdenes!
– Tillie es la doncella de la condesa de March y debe obdecer a su amo, que soy yo -replicó él sin perder la calma-. ¿Quieres que te ayude a salir de la bañera?
– ¡Fuera de mi habitación! -siseó Nyssa-. Si no os vais, gritaré.
– ¿Y qué conseguirás con eso? -preguntó Varían acercándose a la chimenea y tomando la toalla que Tillie había puesto a calentar junto al fuego-. Soy tu marido y puedo hacer contigo lo que me venga en gana. A los ojos de Dios y de los hombres eres mía.
– ¡Sois despreciable!
– Si no sales entraré a buscarte -dijo él haciendo caso omiso de sus insultos y empezando a quitarse las botas.
– No os atreváis…
Varian de Winter le dirigió una mirada divertí da mientras se desabrochaba la camisa y la arrojaba al suelo.
– ¿Por qué no? -replicó empezando a quitarse los pantalones.
– ¡Porque la bañera no es lo bastante grande para los dos! -gritó Nyssa poniéndose en pie-. La casa no es nuestra y debemos devolver todo el mobiliario en perfectas… ¿Por qué me miráis así? -se interrumpió. De repente advirtió que estaba desnuda-. ¡Qué vergüenza! -murmuró mientras buscaba a tientas una toalla para cubrirse.
Varian de Winter apenas podía respirar mientras recorría con ojos ávidos el cuerpo desnudo de Nyssa. Una gota de agua resbaló entre sus pechos y se perdió entre sus piernas. Incapaz de contenerse, alargó un brazo y la enlazó por la cintura. Nunca había deseado tanto a una mujer.
Nyssa sintió que la cabeza le daba vueltas al sentir los labios de Varian sobre los suyos y el calor que su cuerpo emanaba. Estaba besando a un hombre a quien apenas conocía y sin embargo, no era miedo precisamente lo que sus caricias despertaban en ella. Le acarició su pecho liso de piel ardiente y se dijo que, fuera lo que fuera lo que él sentía por ella, ella también lo sentía.
Los expertos dedos de Varian encontraron las horquillas que mantenían recogida la larga melena de Nyssa y le soltó el cabello sin dejar de besarla. Casi se le detuvo el corazón cuando sintió los dedos torpes de Nyssa tratando de desabrocharle los pantalones. Sin soltar a su esposa, se desprendió de todas sus ropas y les propinó un puntapié.
Nyssa se separó unos centímetros y trató de recuperar la respiración.
– ¿Qué es lo que siento, Varian? -preguntó mirándole a los ojos-. ¿Por qué no consigo oponerme a tus besos y tus caricias? Yo no te amo y sin embargo…
– Lo que sientes no es amor sino deseo -contestó Varian mientras recorría la espalda de la joven y le acariciaba las nalgas.
– La Iglesia dice que la lujuria es pecado -susurró Nyssa apretándose contra él-. «La cópula entre esposos tiene como fin engendrar hijos» -recitó-. Nunca había oído decir que fuera un acto agradable pero anoche me gustó, a pesar de que me dolió un poco. ¿Es pecado que me guste?
– No, querida -aseguró Varian recorriéndole la columna con un dedo-. Aunque la Iglesia se niega a admitirlo públicamente, la pasión entre un hombre y su esposa está permitida.
Mientras Varian hablaba, Nyssa apoyó la punta de la lengua en los labios de su marido. De repente había sentido un irrefrenable deseo de hacerlo. Como toda respuesta, Varian buscó su boca con insistencia y le introdujo la lengua. Ante su sorpresa, Nyssa no se apartó asustada, sino que se apretó todavía más contra él para recibir mejor aquel beso. Lentamente, Varian la obligó a darse la vuelta hasta que tuvo la espalda apoyada en su pecho y pudo ver sus figuras reflejadas en el estrecho espejo que utilizaba para arreglarse. Cubrió los pechos de la joven con sus manos y la oyó contener un gemido.
Fascinada, Nyssa contempló la imagen que el espejo le devolvía. Nunca se había mirado al espejo estando desnuda y se preguntaba si era la tenue luz del fuego que ardía en la chimenea lo que transformaba su imagen en la de un cuerpo exuberante. Las manos de Varian parecían enormes y, sin embargo, sus pechos se adaptaban a ellas a la perfección. Varian le acarició los pezones e inclinó la cabeza para besarla en el cuello y en el hombro.
– Eres preciosa, Nyssa -murmuró sin soltarle el pecho izquierdo y enterrando la otra mano en su vientre-. ¿Sabes que eres preciosa?
Nyssa entornó los ojos y permitió que los dedos de Varian encontraran su recompensa. Apretó sus nalgas contra él y gimió.
– Tus caricias hacen que me sienta atrevida -confesó.
– Me gusta -contestó él mordiéndole el lóbulo de una oreja-. Te voy a enseñar a ser muy atrevida.
Cuando sus caricias se hicieron más insistentes, Nyssa quiso cerrar los ojos pero Varian la obligó a contemplar en el espejo los cambios que se producían en su rostro mientras él la excitaba. A cada nueva caricia su cuerpo se encendía más y la imagen que le devolvía el espejo probaba que él sentía lo mismo.
– Ahora… -suplicó.
– Todavía no -replicó él tomándola en sus brazos y llevándola a la cama. Ante la sorpresa de Nyssa, no la acostó a lo largo, sino a lo ancho, de manera que sus piernas colgaban fuera. Sorprendida pero incapaz de moverse, Nyssa contempló a su marido mientras éste se arrodillaba frente a ella y le separaba los muslos. De repente, su lengua empezó a recorrer su carne sensible.
– ¡No…! -protestó débilmente-. ¡Varian, no, por favor!
Quiso pedirle que se detuviera pero no tenía fuerzas para hacerlo. La sensación que sentía era tan agradable que estaba segura que aquél tenía que ser un acto prohibido. Trató de oponerse a sus besos pero, cuando la agradable.sensación empezó a poseerla, dejó de resistirse. ¡Era maravilloso! Cuando creía que no iba a ser capaz de soportarlo más, Varian se separó de ella y vio que él también estaba a punto de estallar de deseo.
Varian se puso en pie, apoyó las rodillas en el borde de la cama, se inclinó hacia adelante y, levantando a Nyssa por las nalgas, empezó a penetrarla. Le acarició los pechos con una mano y se introdujo en su cuerpo dando furiosas embestidas que de repente le hicieron sentirse muy fuerte.
Varían le hacía daño al hundirle las uñas en los pechos pero la sensación de tenerle dentro resultaba tan agradable que ni siquiera lo notaba. Casi sin darse cuenta, rodeó el cuerpo de su marido con los brazos y las piernas y hundió el rostro en su cuello. Un sonido parecido a un gemido se escapó del fondo de su garganta. No parecía un sonido humano y estaba segura de que nunca había emitido un gruñido así. Esta vez no sintió dolor, sino una tensión creciente que se hizo tan intensa que temió no poder soportarla durante mucho tiempo.
– ¡Nyssa! -sollozó Varían hundiendo el rostro en su cabello húmedo-. ¡Dios mío, nunca había deseado tanto a una mujer!
Nyssa tuvo tiempo de oír aquellas palabras antes de quedar atrapada en una espiral de colores vivos que le arrebató el poco dominio de sí misma que conservaba. Se sentía como la mariposa que aletea desesperada atrapada en la red del cazador.
– ¡Varían…! -gimió en el momento en que él se vaciaba antes de caer entre sus brazos exhausto.
Segundos después, Varían levantó la cabeza y buscó los ojos de Nyssa. La joven estaba pálida y apenas respiraba, pero sus ojos azul violeta estaban bien abiertos.
– Te quiero, Nyssa -declaró apasionadamente-. ¡Te quiero!
– No digas eso -sollozó ella-. Yo no te amo. ¡Ni siquiera te conozco! ¡No es justo! El destino nos ha hecho marido y mujer pero yo no estoy enamorada de ti. ¿Cómo puedes amar a una mujer a quien no conoces? Esas cosas sólo ocurren en los cuentos de hadas.
– Te quiero, Nyssa -repitió Varían-. Te lo dije anoche y te lo vuelvo a repetir ahora. Te quiero desde la primera vez que te vi en Hampton Court. Ni yo mismo lo entiendo, pero es así. Cuando mi abuelo amenazó con entregarte a otro hombre si no accedía a tomar parte en su plan, supe que me moriría de celos. Eres mía, Nyssa, ¡mía! Yo te enseñaré a quererme.
Dicho esto, suspiró y apoyó la cabeza en-el pecho de Nyssa mientras ésta le acariciaba el cabello. ¿Cómo se aprende a amar a un desconocido?, se preguntó. Su madre se había casado con Edmund Wyndham sin conocerle y había aprendido a hacerlo. Y Anthony, su padrastro, siempre había amado a Blaze en secreto, incluso cuando ésta le culpó injustamente por la muerte de su primer marido. El amor era un sentimiento de lo más curioso: el mismo Varían, sin ir más lejos, aseguraba amarla aún sabiendo que ella nunca habría accedido a casarse con él.
De repente advirtió que estaba hambrienta. No había probado bocado desde primera hora de la mañana, cuando Tillie le había llevado un poco de pan y una copa de vino.
– Tengo hambre, señor -dijo-. ¿Habéis comido algo?
– Eres una muchacha muy codiciosa -rió Varían ayudándola a ponerse en pie-. ¿No basta mi amor por ti para calmar tu apetito?
– Siento el estómago vacío, señor -replicó Nyssa-. A mi tía le gusta la buena mesa y apuesto a que ha hecho trabajar duro a las cocineras.
– ¿Qué te parece si llamamos a Tillie y le pedimos que nos traiga algo de comer? -propuso Varían-. Haceros el amor me da un hambre canina.
– Será mejor que os tapéis un poco -sugirió Nyssa volviendo a la cama y ocultando su desnudez bajo la colcha-. Tillie es una buena chica y no debéis avergonzarla.
Varían de Winter se puso los pantalones y llamó a los dos criados. Ordenó a Tillie que les subiera algo de comer y a Toby que llenara de nuevo la bañera. Minutos después, Tillie regresó acompañada de dos doncellas. Las muchachas no pudieron reprimir una risita nerviosa al ver a su señor medio desnudo y descalzo. Tillie las reprendió con una mirada severa y les dio un papirotazo en la cabeza…
– ¡Cuidad vuestros modales! -siseó.
Les ordenó dejar las bandejas sobre una larga mesa de madera de roble situada junto a la ventana y ella hizo lo mismo con las copas y las jarras de vino y cerveza que traía. Hizo una reverencia a su señora y a su nuevo señor y las tres doncellas se apresuraron a abandonar la habitación. Toby terminó de llenar la bañera y también les dejó solos.
– ¿Vais a bañaros ahora o preferís comer primero? -preguntó Nyssa.
– El agua está demasiado caliente -contestó Varían mientras inspeccionaba el contenido de las bandejas-. Tenías razón: a tu tía le gusta la buena mesa. Espero que te parezcas a ella -añadió.
– No debéis preocuparos -aseguró Nyssa-. Cumpliré con mis deberes de esposa. ¿Es vuestra casa grande y distinguida?
– No; es una propiedad muy modesta. Apenas he vivido allí y quizá la encuentres algo descuidada pero tienes mi permiso para decorarla a tu gusto. Quiero pasar el resto de mis días allí, contigo y con nuestros hijos. A veces pienso que mi padre debe haberse sentido muy solo. Se casó muy mayor y mi madre murió al nacer yo. Cuando me trasladé a casa de mi abuelo apenas pasaba allí cortas temporadas durante el verano y después de su muerte sólo he vuelto cada mes de septiembre para cazar -Mientras hablaba, el conde se sirvió una generosa ración de ternera, capón, ostras crudas, pan y queso. Se sentó sobre la cama y se volvió hacia Nyssa-. Cuéntame cómo era tu vida en Riveredge. Tu padre era conocido en la corte por ser un hombre agradable y hospitalario. Hasta mi padre decía que Ed-mund Wyndham era todo un caballero.
– Por desgracia, yo sólo tenía dos años cuando murió y no le recuerdo -contestó Nyssa-. Anthony Wyndham es el único padre que he conocido. Riveredge es el lugar más maravilloso del mundo y últimamente no dejo de preguntarme por qué tuve que marcharme. Tengo cinco hermanos y dos hermanas gemelas que nacieron hace seis meses. ¡Apuesto a que se han convertido en unos bebés preciosos! -añadió orgullo-sa-. Mis mejores amigos eran los potros, los caballos, los perros y mi prima María Rose. En verano solíamos atravesar los campos descalzas y en invierno nos encantaba hacer excursiones a caballo. Como veis, tuve una infancia de lo más sencilla.
– Te equivocas, Nyssa -replicó Varían-. Eres una mujer afortunada. Tienes un padre y una madre que te adoran, muchos hermanos y tíos, primos y abuelos que viven cerca de tu casa y están ahí cuando les necesitas.
– ¿Y vos, señor? -preguntó Nyssa sospechando que el pobre huérfano criado por su poderoso abuelo no debía haber tenido una infancia muy feliz. En casa del duque de Norfolk no debía haber habido lugar para el amor cuando incluso la duquesa había hablado mal de Thomas Howard tras separarse de él-. ¿Tuvisteis una infancia feliz?
– ¿Feliz? -replicó él esbozando una amarga sonrisa-. Siempre fui un niño muy solitario. Yo no era el heredero del conde de March, sino el hijo de la hija bastarda de Thomas Howard. A pesar de ello, crecer junto a un hombre como mi abuelo fue una experiencia de lo más educativa y nunca tuve tiempo de compadecerme de mí mismo. Es un hombre cruel y despiadado pero también tiene muchas virtudes. Sin embargo, me he dado cuenta de que no me quiere tanto como yo creía. Sabe que no apruebo sus métodos y, ahora que soy un hombre casado y con responsabilidades, no se atreverá a impedirme que regrese a Winterhaven y comience una nueva vida. Mis tierras son extensas pero están muy descuidadas. ¡Tendremos que trabajar duro para sacarlas adelante, querida! -suspiró-. Come algo más -ordenó al advertir que la joven había dejado de comer-. Necesitas recuperar fuerzas; no pienso dejarte salir de esta cama en toda la noche.
– ¿Es por eso que no dejáis de comer ostras? -preguntó Nyssa-. ¿Es cierto que son un reconstituyente excelente? Así lo afirman las damas de la corte.
– Enseguida lo verás -contestó Varían esbozando una sonrisa picara-. Te aconsejo que comas ahora que puedes.
Nyssa saltó de la cama en absoluto avergonzada por su desnudez y se acercó a la mesa. Sonrió cuando oyó a su marido contener la respiración y volvió a maravillarse al advertir el efecto que la sola visión de su cuerpo desnudo ejercía en él. Tomó un trozo de capón, una alcachofa y un poco de pan con matequilla y se volvió hacia su marido.
– ¿Vino o cerveza, señor? -ofreció con voz suave y un guiño malicioso.
– Cerveza, por favor -consiguió articular él. Saltaba a la vista que Nyssa había descubierto el poder de la seducción y lo utilizaba sin piedad. La joven le sirvió una copa y se la tendió-. Nunca había sido servido por una camarera desnuda -rió-. ¿Va a ser siempre así?
– Si queréis…
– Come, Nyssa -ordenó Varían-. Yo casi he terminado pero se me empieza a despertar otra clase de apetito que deseo satisfacer cuanto antes.
– Primero debéis bañaros -contestó Nyssa mor diendo delicadamente el pedazo de capón que se había servido.
– Lo haré si tú me ayudas -replicó él-. Siempre he querido tener una esposa que me bañara. Después, yo te bañaré a ti.
– Yo ya me he bañado -le recordó Nyssa sonriendo al rememorar cómo había terminado el baño. Nunca había imaginado que un hombre y una mujer pudieran tentarse el uno al otro de esa manera, pero disfrutaba haciéndolo. Terminó de comerse el pollo y cogió el pedazo de pan untado en mantequilla. Sin dejar de mirarle, frotó el dedo índice en la mantequilla y se lo llevó a la boca. Hasta ahora no se había dado cuenta de que los hombres no son más que niños grandes y que, como a éstos, les encanta jugar. Sin embargo, los juegos de los niños mayores parecían más peligrosos y también más satisfactorios. Cuando se hubo comido todo el pan, se puso en pie y se dirigió a la mesa para servirse una copa de vino. Sentía la mirada de Varían clavada en su espalda y empezaba a preguntarse si no habría sido mejor cubrir su desnudez con la colcha. Avergonzada, empezó a juguetear nerviosamente con las hojas de una alcachofa.
Es una criatura adorable, se dijo Varían. No acababa de creerse que Nyssa fuera su esposa. No hacía ni veinticuatro horas que eran marido y mujer y la deseaba más que nunca. La belleza, inteligencia, prudencia, sensualidad y sentido del humor de la joven le fascinaban y despertaban su admiración. Hasta ahora, las mujeres con las que había estado no habían sido más que cuerpos bonitos. En el fondo, él sabía tan poco sobre las mujeres como Nyssa sobre los hombres. Se preguntaba si su abuelo era consciente del maravilloso regalo con que le había recompensado; Thomas Howard no era considerado un hombre desprendido y generoso precisamente.
– Estoy lista para bañaros, señor -dijo Nyssa rompiendo el silencio.
Varían se puso en pie y se despojó de sus pantalones. Nyssa se encendió hasta la raíz del cabello y Varían contuvo una sonrisa. A pesar de que empezaba a tener experiencia, seguía ruborizándose cada vez que le veía desnudo. La joven se inclinó para comprobar la temperatura del agua y Varían tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse.
– ¿Cómo está, señora? -preguntó-. No me gusta el agua muy caliente; se me arruga la piel.
– Yo la encuentro perfecta, pero si lo deseáis podéis comprobarlo vos mismo.
– No es necesario -replicó Varían acomodándose en la bañera-. Me fío de tu palabra. Ven aquí -añadió tendiéndole la mano-. En esta bañera caben dos personas y he ordenado a Toby que no la llene demasiado.
– ¿Habéis dicho a Toby que íbamos a bañarnos juntos? -exclamó Nyssa, incrédula-. ¿Cómo habéis podido hacer algo así? ¿Qué pensará ahora de nosotros?
– No le pago para que piense.
– Lo creáis o no, los criados piensan -aseguró Nyssa-. Y también hablan. Casi todas los comentarios maliciosos que se extienden por palacio han sido iniciados por los criados. Si queréis averiguar los detalles de cualquier escándalo no tenéis más que preguntar a cualquier criado.
Varían la miró perplejo como si nunca se hubiera hecho aquella reflexión. Los hombres son tan tontos, se dijo ella. No se dan cuenta de las cosas hasta que no les cuelgan delante de las narices. Seguramente nunca se le había ocurrido preguntar a Toby de dónde sacaba la información que le daba sobre otros caballeros de la corte. Incluso su leal y discreta Tillie aprovechaba las oportunidades de intercambiar jugosas habladurías que se le presentaban.
– Ya que hagas lo que hagas vas a ser acusada de libertina, métete en la bañera de una vez -insistió el conde-. Quiero que me enjabones la espalda.
Los ojos de Varían brillaban con tanta intensidad que Nyssa no supo resistirse a sus deseos. Hasta ahora sus juegos no le había proporcionado más que placer y se sentía tan acalorada y sudorosa que le apetecía tomar otro baño. Su marido insistió y Nyssa se apresuró a meterse en la bañera sentándose frente a él.
– ¿Estás bien? -preguntó Varían.
– Sois el hombre más descarado y peligroso que he conocido en mi vida -respondió Nyssa-. ¿Cómo voy a frotaros la espalda desde aquí?
– Me daré la vuelta -replicó él levantando grandes salpicaduras al hacerlo.
Nyssa tomó la pastilla de jabón, la pasó sobre la espalda de su marido y le frotó con una esponja suave. Su columna era más larga y sus hombros más anchos de lo que le había parecido la noche anterior.
– Ten cuidado -dijo Varían sacándola de sus cavilaciones-. Tengo la piel muy delicada.
– Dejad de tomarme el pelo -protestó Nyssa mientras le enjuagaba la espalda-. Ya he terminado.
– Ahora el pecho -ordenó dándose la vuelta y situándose frente a ella.
– ¡Caprichoso! -exclamó Nyssa. Obedientemente, tomó la pastilla de jabón y se la pasó por el pecho realizando suaves movimientos circulares-. Ya está. ¿Satisfecho?
– Ahora me toca a mí -dijo él quitándole la pastilla de jabón y jugueteando con sus pechos.
– ¡Así no vale!
– ¿Por qué no? -replicó Varían sofocando una carcajada y adoptando la expresión más inocente de su repertorio. Le enjuagó el torso, le besó sus pequeños pechos y, levantándola a peso, la sentó en su regazo-. Ahora la espalda.
Nyssa ahogó un grito. ¡Nunca había pensado que dos personas pudieran hacer el amor en la bañera! Las manos de Varían recorrían su espalda mientras le introducía su miembro haciéndola estremecer de placer. Tomó el rostro de Nyssa entre sus manos y lo cubrió de besos mientras sus cuerpos se enredaban.
– Échate de espaldas -susurró Varían.
Nyssa obedeció y Varían le besó la garganta y los pechos mientras sus embestidas se hacían más intensas y rápidas. Estaba trastornado de deseo y Nyssa no pudo evitar clavarle las uñas en un hombro.
– Zorra… -siseó él antes de rodear un pezón de su pecho con sus labios y succionar con fuerza.
– ¡Varían! -gimió Nyssa-. ¡Esto es una locura!
– No me canso de tenerte entre mis brazos -contestó él-. ¿Por qué, Nyssa? -sollozó mientras la besaba apasionadamente-. ¿Por qué?
Nyssa se dio cuenta de que no era capaz de resistirse a los besos y caricias de su marido. La pasión es una droga tan estimulante como el chocolate, se dijo mientras abría los brazos para acogerlo, y lloró de placer cuando Varían se vació en ella. Nunca había imaginado que las parejas hicieran el amor con tanta frecuencia y en lugares tan curiosos como aquél.
– Te adoro -dijo Varían besándola en los labios con suavidad-. Eres maravillosa.
– No puedo evitarlo -confesó Nyssa ruborizándose-. Me gusta que me hagas el amor.
– Hemos mojado el suelo. ¿Quieres que llame a alguien para que recoja toda esta agua o prefieres que volvamos a la cama? Podemos beber una copa de vino y descansar un poco y quizá esta noche volvamos a pasar un buen rato.
– El agua se secará sola -replicó Nyssa con tono práctico-. Tillie quitará las manchas del suelo mañana. ¡Vuelvo a tener apetito! -exclamó divertida-. ¿Ocurre siempre así?
Ambos salieron de la bañera y se secaron. Nyssa cortó algunas rebanadas de pan, las untó con mantequilla y colocó un pedazo de ternera sobre una de ellas. Le dio un bocado, la saboreó y se la tendió a su marido.
– ¿Quieres un poco? Está delicioso.
– Me prepararé uno yo mismo y tomaré una tartaleta de pera como postre.
– Yo había pensado en otro postre -replicó Nyssa esbozando una sonrisa picara.
– Señora, debéis darme algo de tiempo para recuperar las fuerzas.
– Entonces, ¿no podéis…?
– No lo he hecho desde que tenía diecisiete años -rió Varian-. No te preocupes, Nyssa; pienso cumplir como marido. Me excitas más que cualquier otra mujer pero estoy a punto de cumplir treinta años y necesito más tiempo que antes para recuperarme. Tú eres joven y prometo complacerte en todo lo que me pidas… siempre y cuando no busques la compañía de un amante y me rompas el corazón.
– ¡Yo nunca haría algo así! -aseguró ella-. Soy tu esposa y te debo fidelidad.
– Eres una mujer noble y generosa -repuso Varian, admirado-. Apenas hace veinticuatro horas mi familia arruinó tu reputación y te obligó a casarte conmigo. ¿Es un buen motivo para serme fiel? Espero ganarme tu amor y tu confianza pero entiendo que me odies.
– Varian, ¿no acabas de decirme que no veías con buenos ojos el plan de tu abuelo pero accediste a tomar parte en él cuando amenazó con entregarme a otro hombre? -replicó Nyssa sentándose en la cama y mordisqueando el pedazo de pan con mantequilla que sostenía en la mano-. Ésa es razón más que suficiente para serte fiel. Me has salvado de Dios sabe cuántos horrores.
– Pero tú no me amas.
– Eso es verdad, pero debes darme tiempo para aprender a hacerlo. Aunque no te prometo nada, sólo llevamos un día casados y creo que ya empiezas a gustarme -confesó-. Eres bueno y tienes sentido del humor. Quizá cuando te conozca mejor…
– Entonces, ¿no estás enfadada conmigo?
– Estoy furiosa con tu abuelo -contestó Nyssa-. Por su culpa hemos tenido que casarnos a medianoche y a escondidas. A pesar de que no somos nobles influyentes, siento haber enojado al rey. Enrique Tudor ha sido muy generoso con mi familia y me apena que piense que he traicionado su confianza. ¡Ojalá pudiera explicarle la verdad y hacerme perdonar! -suspiró-. Mi madre tampoco conocía a Edmund Wyndham cuando se casó con él. Antes de la boda sólo le vio en una ocasión: fue a través de una rendija el día que fue a pedir la mano de una de las hermanas Morgan. ¡No sabía cuántas hijas tenía mi abuelo ni tampoco la edad de cada una! -rió-. Mi abuelo se lo tomó como una ofensa.
– ¿Y por qué escogió a tu madre? -preguntó Va-rian, muy interesado en la historia de su suegra.
– Mamá tenía dieciséis años y era la hermana mayor -contestó Nyssa-. Las epidemias habían diezmado los rebaños de mi abuelo en dos ocasiones y el pobre se encontró sin un penique que ofrecer como dote'a sus ocho hijas. Cuando el conde de Langford llegó un día a pedir la mano de una de ellas, mi abuelo le miró con desconfianza pero acabó accediendo a escuchar sus razones porque Edmund Wyndham era un caballero de excelente reputación. Mi padre explicó que acababa de enviudar y que su esposa había muerto sin dejar herederos. La fertilidad de mi abuela era conocida en toda la región y él había acudido a los Morgan de Ashby en busca de una nueva esposa que le diera muchos hijos. Mi abuelo se hizo de rogar un poco, pero mi padre le hizo una oferta tan generosa que no pudo negarse: aceptó casarse con mi madre a pesar de que no tenía dote y se ofreció a comprarle todo cuanto necesitara, a dar la dote necesaria para que sus sietes hermanas pudieran casarse y a ayudar a mi abuelo a recuperarse de la pérdida de su ganado. Mi madre se puso furiosa y le acusó de vender a su hija por un plato de lentejas. Sus hermanas, en cambio, estaban locas de alegría. Anthony Wyndham, el sobrino y procurador de mi padre, fue a buscarla y la acompañó hasta Riveredge. Mamá dice que llegó dispuesta a odiar a mi padre pero fue tan bueno con ella que no tardó en enamorarse de él. Cuando murió, yo tenía dos años y mamá estaba embarazada. Culpó al pobre Tony de la muerte de mi padre y cuando perdió al bebé, le odió todavía más. Mi tía Bliss la vio tan trastornada que se la llevó a la corte a descansar pero el rey se encaprichó de ella en cuanto la vio. A Tony, que siempre había estado enamorado de la esposa de su tío y la había seguido hasta palacio como un manso corderito, se le cayó el alma a los pies cuando se enteró.
– Tony amaba a tu madre en secreto, como yo te he amado a ti durante todo este tiempo.
– Supongo que sí -murmuró Nyssa, pensativa-. Pero el caso de mamá era distinto porque era viuda cuando Tony empezó a pretenderla. Nunca se habría atrevido a hacerlo cuando todavía estaban casados. Escondió sus sentimientos y esperó hasta que su paciencia se vio recompensada.
– ¿Qué ocurrió cuando mi prima Ana apareció en escena? -quiso saber Varían-. ¿Fue entonces cuando Anthony Wyndham se decidió a confesar su amor por tu madre?
– Mi padre murió sin dejar un hijo varón, así que Tony se convirtió en su heredero y se presentó en palacio con un plan descabellado para conseguir a mi madre: dijo al rey que, estando mi padre en su lecho de muerte, le había pedido que se casara con su esposa. Mamá todavía se pregunta cómo es posible que el rey olvidara que mi padre no tuvo lecho de muerte porque murió al caer del caballo, pero parece que Enrique Tu-dor estaba deseando deshacerse de ella para sustituirla por tu prima Ana. Mamá y Tony se casaron en la capilla del rey y abandonaron palacio inmediatamente. ¡Mamá estaba furiosa!
– ¿Por qué? ¿Estaba celosa de mi prima?
– ¡Oh, no! -contestó Nyssa negando con la cabeza-. Mamá nunca quiso ser amante del rey pero ¡cualquiera niega un capricho a Enrique Tudor! Sabía que sólo era un entretenimiento y que aquella relación duraría hasta que su majestad se cansara de ella o encontrara otro entretenimiento más atractivo, como ocurrió cuando apareció vuestra prima. Sin embargo, ambos conservan una estrecha amistad. Mamá se enfadó mucho con Tony por haber mentido al rey para casarse con ella y, a pesar de que le odiaba con todas sus fuerzas, no se atrevió a decir la verdad por temor a que el rey se enfureciera y le matara. Sin embargo, Tony consiguió ganársela y cada día están más enamorados. Yo siempre he llamado «papá» a Tony. Él y mamá me prometieron que nunca escogerían por mí al hombre que debía convertirse en mi marido pero a veces pienso que fueron muy imprudentes al hacerme esa promesa. Las damas y caballeros de nuestra posición rara vez se casan por amor, ¿verdad? -Así es.
– A los'ojos de Dios y de los hombres soy tu mujer, Varían -concluyó en voz baja-. Conozco bien los deberes de una esposa y pienso dedicarme a ti y a nuestros hijos, pero no puedo prometer nada más. A pesar de todo, me considero una mujer afortunada.
Tanta sinceridad desarmó a Varían. ¿Qué otra mujer se habría atrevido a hablarle con tanta franqueza estando desnuda y sentada sobre la cama?
– Cada palabra que sale de tu boca y cada una de tus acciones hacen que me convenza de que me he casado con una mujer maravillosa -aseguró-. A mí tampoco me gusta que hayamos tenido que casarnos a escondidas y espero que tus padres me perdonen algún día.
– Yo diría que mi tío aprueba tu comportamiento -le tranquilizó Nyssa-. Sin embargo, todavía tienes que ganarte a la tía Bliss… y a mis padres. ¿Cómo vamos a contarles lo de nuestro precipitado matrimonio, Varian? -preguntó inquieta.
– Quizá sea mejor que esperemos hasta que lleguemos a Riveredge -contestó el conde-. Prefiero decírselo cara a cara.
Nyssa asintió, complacida. Así actúan los hombres valientes que tienen la conciencia tranquila, se dijo.
– Me parece una buena idea, pero de momento concéntrate en la tía Bliss. Lady Marlowe está empeñada en convencerla de que eres un auténtico villano.
– Alguien debería hacer un nudo en la lengua a esa víbora -gruñó Varian-. ¡Es la mujer más chismosa que he visto en toda mi vida!
– ¡Qué buena idea! -rió Nyssa mientras se lamía la punta de los dedos y sacudía las migas que habían caído en su regazo-. Volved a la cama, señor, o cogeréis un resfriado y tendré que pasar el resto de nuestra luna de miel poniéndoos cataplasmas de mostaza en el pecho y preparando infusiones.
– ¿No quieres un trozo de tarta?
– Luego -contestó ella con una sonrisa mientras le hacía una seña para que volviera a la cama.
– ¡Dios mío! -exclamó el conde-. ¿Con qué clase de mujer me he casado?
– No lo sé, pero ¿qué os parece si lo averiguamos juntos?
– Esta tarde he prometido enseñarte a ser muy atrevida pero creo que ya has aprendido todo cuanto necesitabas saber.
– ¿Me llamáis atrevida porque me gustan vuestras caricias, señor? Creí que eso os complacía.
– Y me gusta -aseguró Varian-. Ya lo creo que me gusta.
– Entonces, ¿qué hacéis ahí de pie como un pasmarote?
Varian avivó el fuego que ardía en la chimenea y trepó a la cama.
– Decidme, señora, ¿qué queréis que haga? Nyssa le rodeó el cuello y le atrajo hacia sí.
– Hazme el amor otra vez -suplicó-. Dame tu pasión.
Varian le acarició el rostro. Le había enseñado los secretos del amor pero sabía que, cuando pasara la novedad, el sexo sin amor le resultaría vacío. Nyssa era joven e inocente pero tenía buen corazón y sólo le quedaba rezar por ganarse su corazón con tanta facilidad como se había ganado su cuerpo.
– Ya la tienes, Nyssa -contestó-. Mi pasión y mi amor por ti son tuyos para siempre.
Para siempre, pensó Nyssa mientras se perdía en sus besos. Suena bien.
– No parece una mujer casada a la fuerza -dijo lady Adela Marlowe a su amiga Bliss Fitzhugh cuando vio acercarse a Nyssa y Varían, que volvían a casa después de pasar el día en el campo.
Ambas se encontraban sentadas en el jardín disfrutando de una soleada tarde de primavera. A su alrededor florecían los narcisos en una explosión de colores y perfumes y la joven pareja caminaba cogida del brazo. Varian, que cargaba la cesta de la comida, vestía pantalón oscuro y camisa blanca y Nyssa, una falda verde oscuro y una blusa blanca. Iba descalza y llevaba los zapatos en la mano.
– Parecen muy felices -insisistió lady Marlowe-. Tu sobrina parece el gatito que acaba de zamparse al paj arillo más suculento y salta a la vista que el conde está loco por ella. ¿Cómo es posible? -se preguntó-. Sólo llevan dos días casados. Toda la corte sabe que el rey les obligó a casarse cuando les descubrió juntos. Te advertí que tuvieras cuidado con él -concluyó en tono triunfante.
– En cambio, Varian dice que ha estado enamorado de Nyssa desde que la conoció el pasado otoño -replicó Bliss-. A pesar de que mi sobrina estaba muy atareada atendiendo a su majestad y nunca le hizo el menor caso, se propuso convertirla en su legítima esposa. El rey nos despertó a medianoche y, cuando quisimos darnos cuenta, estábamos en la capilla real asistiendo a la boda de Nyssa. ¡Espero que sea muy feliz!
– Cada uno tiene lo que se merece -aseguró lady Marlowe, dolida porque su amiga se negaba a revelar los detalles más jugosos del escándalo-. Me imagino qué dirán sus padres cuando se enteren de que se ha comportado como una cualquiera -añadió maliciosamente-. Apuesto a que el conde de Langford tenía en mente un matrimonio más adecuado a la posición de su hijastra.
– ¡Ya es suficiente, Adela! -exclamó Bliss perdiendo la paciencia-. Para empezar, mi sobrina no es ninguna fresca. Es una muchacha ejemplar y tanto el rey como la reina así lo afirman. Y en cuanto a Varían de Winter, es un caballero encantador. Tiene tierras y propiedades y no es ningún cazador de fortunas. Además, es un Howard. Ni siquiera una persona tan tonta como tú desconoce el nombre de la futura reina de Inglaterra: Catherine Howard. Varían y Nyssa forman parte de esa familia que pronto gozará del favor del rey. Por cierto, querida -añadió, sabedora de que iba a herir a su amiga con sus palabras-, ¿has encontrado ya a alguna dama dispuesta a casarse con tu encantador hijito?
– Míralas -murmuró Varían mientras atravesaban el jardín salpicado de manzanillas-. Parecen dos comadres de pueblo. Me pregunto a quién estarán poniendo verde.
– Mi tía está muy acalorada -observó Nyssa-. Apuesto a que ha tenido que parar los pies a lady Marlowe. No se me olvida lo que dijiste ayer sobre hacerle un nudo en la lengua -añadió con una risita traviesa-. ¿Creéis que es posible hacer algo así, señor?
– ¿Lo intentamos? -contestó él enarcando una ceja y provocando otro acceso de risa en su joven esposa-. ¿Crees que tiene la lengua partida como las víboras?
– ¡Basta, por favor! -suplicó Nyssa entre carcajadas sujetándose los costados-. Me voy a ahogar si no dejo de reír. ¿Queréis que os deje solo esta noche y lleno de deseo insatisfecho, señor?
– No te atrevas a hacer algo así -respondió Varían enlazándola por la cintura y besándola.
– Señor, mi tía y lady Marlowe están mirando -protestó Nyssa débilmente.
– Mejor -replicó él-. Así tendrán algo de que hablar. ¡Ojalá estuviéramos en Winterhaven y pudiera tenerte para mí solo! Sólo nos queda un día de luna de miel -se lamentó.
– Pero pasaremos las noches juntos -le consoló Nyssa-. Ni tú ni yo volveremos a dormir en palacio, así que podremos encerrarnos en nuestra habitación y aislarnos del mundo. ¿No estás contento?
– ¡Virgen santa! -exclamó lady Marlowe, escandalizada-. ¡Bliss, mira, la está besando! ¿Es que va a tomarla aquí mismo, en el jardín? ¡Es lo más indecente que he visto!
– Pues a mí me parece muy romántico -replicó Bliss Fitzhugh-. Acaban de casarse y apenas se conocen pero hacen una pareja encantadora. Me alegro por Nyssa. Cuando mi hermana y mi cuñado vean que es feliz se tranquilizarán inmediatamente.
– ¿Les has escrito para contarles lo del precipitado matrimonio de su hija?
– No -respondió Bliss-. Nyssa y Varían prefieren ser ellos quienes se lo digan cara a cara. Cuando el rey solucione el asunto de su anulación, marcharán de palacio y pasarán unos días en Riveredge antes de instalarse definitivamente en Winterhaven. Opino que hacen bien -añadió asintiendo aprobatoriamente-. Una carta es algo demasiado frío e impersonal cuando se trata de un asunto tan delicado.
Nyssa y Varían pasaron junto a las damas, les hicieron una reverencia y desaparecieron en el interior de la casa.
– Me pregunto a dónde van tan sonrientes -murmuró lady Marlowe.
– Supongo que a la cama -rió Bliss-. Si yo fuera Nyssa y estuviera casada con ese bandido no saldría de mi habitación en una semana. Llegaron ayer por la tarde y no les he vuelto a ver hasta las diez de esta mañana. Tillie les subió una bandeja repleta de comida y no dejaron ni una migaja. Varian parece vigoroso como un caballo y salta a la vista que tiene un buen apetito -añadió haciendo un guiño malicioso a su amiga.
– El comportamiento de tu sobrina no me parece propio de una muchacha que hace dos días aseguraba ser virgen -repuso ésta-. Aseguras que no conocía a ese caballero pero se comporta como una mujer con gran experiencia.
– Nyssa era virgen cuando se casó -:aseguró Bliss, furiosa-. El duque de Norfolk trajo la sábana del lecho nupcial y mostró la prueba al rey. Owen y yo estábamos allí y también lo vimos. Además, Tillie dijo a May que Nyssa tenía restos de sangre en las piernas. No te atrevas a insinuar que Nyssa no era virgen porque no es cierto. ¡Y si le cuentas a alguien lo que acabo de decirte no volveré a hablarte nunca más! -amenazó, consciente de que se había ido de la lengua-. Apuesto a que al rey no le hará ninguna gracia escuchar chismes sobre Nyssa.
– ¡Sabía que me ocultabas algo importante! -exclamó Adela Marlowe con aire triunfante-. Tranquilízate, Bliss. Tu secreto está a salvo conmigo -prometió-. Sólo quería que me contaras todo. Me divierte saber lo que los demás no saben, nada más.
Los recién casados pasaron la última noche de su luna de miel casi en vela. A la mañana siguiente, los hermanos de Nyssa se presentaron en casa de sus tíos para conocer a su cuñado. Los rumores que corrían por palacio habían llegado a oídos de Philip y el joven se había disgustado mucho. Giles, un diplomático nato de carácter conciliador a pesar de su corta edad, aconsejó a su hermano que no juzgara al conde de March tan a la ligera.
– No debes creer ni la mitad de lo que has oído -había dicho el sensato niño-. ¡Ni siquiera la cuarta parte! ¿No has aprendido nada durante los meses que hemos pasado sirviendo a lady Ana? El más inocente parpadeo da pie a un escándalo de proporciones desmesuradas.
– ¡Pero Nyssa es una mujer casada! -había replicado Philip-. Los mismísimos Enrique Tudor y lady Ana aseguran que es verdad. Temo por Nyssa y exijo saber qué ha ocurrido. Lord De Winter no tiene una buena reputación.
– Sólo se le conoce un desliz y ocurrió hace muchos años. Lo que pasa es que lady Marlowe y sus amigas no tienen nada mejor que hacer que criticar a todo el mundo. Apuesto a que si lord De Winter no fuera un hombre tan atractivo nadie se acordaría del suicidio de la hija del granjero.
– Pues yo quiero saber qué ha ocurrido -insistió el testarudo Philip-. Si Nyssa hubiera planeado casarse con ese caballero nos lo habría dicho. Además, ella siempre ha querido casarse en Riveredge.
Cuando Philip llegó a casa de sus tíos no le gustó lo que vio. Enseguida advirtió que Nyssa había cambiado y se había convertido en la mujer más hermosa y seductora que había visto en su vida. Y lo que era más extraño, parecía feliz. Él y Giles se apresuraron a hacer una reverencia a la joven pareja.
– Buenos días, Nyssa -saludó a su hermana entre dientes-. Buenos días, señor.
– Hermanos, os presento a Varian de Winter, mi marido -respondió Nyssa.
– ¿Y cómo demonios se ha convertido este hombre en tu marido? -estalló Philip, ante el disgusto de Giles-. ¿Qué piensas decir a nuestros padres? He oído toda clase de habladurías, hermanita, y exijo una explicación.
– ¡Philip! -exclamó Nyssa, furiosa-. ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Quién eres tú para pedirme cuentas? Soy cuatro años mayor que tú. ¿Lo has olvidado o se te han subido los humos a la cabeza?
A Giles se le escapó una risita que se apresuró a contener cuando sus hermanos le dirigieron una mirada furiosa.
– A pesar de los años que nos separan, soy el futuro conde de Langford y es mi deber vigilar tu comportamiento. Se te acusa de buscona.
– Philip, eres un pedante y un idiota -replicó Nyssa-. ¿Quién dice eso? ¿No has aprendido nada en estos meses? Para tu información, te diré que me casé en la capilla real hace dos días. El obispo Gardiner.celebró la ceremonia y la tía Bliss y el tío Owen estuvieron conmigo. Eso es todo. ¿Desde cuándo es pecado casarse?
– Dicen que os encontraron juntos en la cama y que este caballero te forzó -acusó Philip-. Me da igual que sea un Howard. ¡Le mataré con mis propias manos si es verdad!
– Yo no forcé a vuestra hermana -intervino Varían de Winter tratando de aplacar la ira del joven vizconde-. Y aunque mi madre era una Howard, yo soy un De Winter.
– Me llamo Giles Wyndham y es un placer conoceros, señor -dijo Giles adelantándose y tendiendo la mano al conde.
– ¿Cómo estáis, Giles? -preguntó Varían estrechándosela-. Yo también estoy encantado de conoceros.
– Estoy muy bien, gracias. La reina me ha pedido que permanezca a su lado después de la anulación de su matrimonio. La corte me gusta mucho, ¿sabéis? -añadió esbozando la mejor de sus sonrisas y tratando de suavizar la violenta situación. Philip adoraba a Nyssa y parecía a punto de llorar. ¿Es que no se da cuenta de que está haciendo un ridículo espantoso?, se preguntó.
– Entonces, ¿estás bien? -preguntó Philip a su hermana.
– Estoy perfectamente -contestó Nyssa abrazándole.
– ¿Por qué te casaste con él?
– No puedo contestar a esa pregunta, pero te ruego que confíes en mí -respondió ella-. El conde es un hombre amable y bondadoso y me trata como merezco. Sé que estás sorprendido y confundido pero no debes volver a hablarme en ese tono ni a criticar mi comportamiento -le regañó-. Sabes que nunca haría nada para desacreditar el buen nombre de nuestra familia. Si hubiera nacido hombre yo sería el próximo conde de Langford y no tu padre. No lo olvides, Philip. Y ahora, dame un beso y saluda a mi marido como el muchacho bien educado que eres.
El vizconde de Wyndham besó a su hermana y tendió la mano a Varían de Winter.
– Felicidades, señor -dijo muy serio-. Os habéis casado con una mujer excelente.
– Gracias -contestó Varían. Saltaba a la vista que estaba furioso y confundido, pero esperaba ganarse su confianza.
– ¿ Ha ocurrido algo interesante en palacio durante los últimos días? -preguntó Nyssa-. ¡Parece que hace años que salimos de allí! La reina me espera esta mañana. ¿Vendréis a casa con nosotros?
– Yo sí -contestó Philip-. Estoy cansado de tanta corte, aunque ha sido una experiencia muy educativa.
– Yo me quedaré junto a lady Ana -dijo Giles-. ¿No me escuchabas cuando se lo he dicho a lord De Winter?
– Podéis llamarme Varían -intervino el conde de March-. Y vos también, Philip. Después de todo, somos cuñados.
– ¿Quieres saber el último rumor que corre por palacio? -preguntó Philip dirigiéndose a su hermana e ignorando a Varían de Winter-. Dicen que se ha visto a Catherine Howard paseando cogida del brazo del rey. Lady cara de comadreja les vio y le faltó tiempo para decírselo a todo el mundo. Me temo que ha metido la pata. ¡Sería una excelente alcahueta! A pesar de la importancia de su familia, no es muy inteligente.
– ¿Quién es lady cara de comadreja? -preguntó Varían de Winter-. ¡Ah, sí, lady Rochford! ¡Qué mote tan ingenioso! Siempre le he encontrado un gran parecido con ese animal o con un hurón. Os felicito por vuestro agudo sentido del humor, señor.
– Esa dama nunca ha sido santo de mi devoción
– confesó Philip, más apaciguado-. Siempre está con la oreja pegada a las paredes.
– A mí tampoco me gusta -asintió Varían.
– Varían dice que alguien debería hacer un nudo en la lengua a lady Marlowe -intervino Nyssa.
Todos se echaron a reír y la tensión desapareció. Una criada entró trayendo vino y pasteles y los hermanos Wyndham prolongaron su visita durante una hora. Cuando se marcharon apretaban en sus manos la moneda de oro con que Varían les había obsequiado.
– ¡Es una lástima que no tengamos más cuñados!
– se lamentó Giles.
– Quizá no sea tan malo como dicen -admitió Philip.
– Lo has hecho muy bien -felicitó Nyssa a su marido-. Giles es muy dócil, pero Philip es un quisquilloso.
– Yo creo que te adora.
– Cuando nació, yo tenía casi cuatro años y enseguida se convirtió en mi juguete preferido. Durante tres años y medio sólo nos tuvimos el uno al otro. Le duele que no haya querido contarle la verdad sobre nuestro matrimonio pero sería una locura hacerlo. Philip es demasiado impulsivo y no dudaría en pedir explicaciones a tu abuelo. Eso no haría ningún bien a nadie. Además, si es cierto que el rey se ha enamorado de tu prima, no le gustará que un mocoso de trece años dé al traste con sus planes de casarse con ella. Mi hermano acabaría encerrado en la Torre y mi madre tendría que venir a suplicar el perdón del rey.
– ¿Es costumbre en tu familia meter las narices en los asuntos de los demás? -quiso saber Varían, divertido.
– Me temo que sí. Tú no te has casado con Nyssa Wyndham; te has casado con los Wyndham de Lang-ford, lo que incluye a lord James Alcott y a sus hijos el marqués de Beresford, el marqués de Adney y a un tal O'Brien de Killaloe, sin olvidar a los abuelos Morgan de Ashby, a la tía Bliss y al tío Owen, a lord y lady Kingsley y a mis primos. Nunca más volverás a estar solo. ¡Sospecho que dentro de poco te arrepentirás de haberte casado con una mujer con una familia tan numerosa y metomentodo como la mía! Ya verás cómo se pone Riveredge el día de Navidad.
No puedo imaginar una vida más agradable que ésta, se dijo Varían de Winter. Sus nuevos parientes le ayudarían a poner sus tierras en condiciones y a sacar rendimiento de ellas. Los primos de Nyssa también se casarían y la familia seguiría aumentando. Las nuevas generaciones crecerían rodeadas de los sabios consejos de su familia, pasarían las vacaciones juntos, celebrarían las bodas y bautizos y compartirían las penas y alegrías de la vida. Recordó algo que lady Elizabeth, su abuela, le había dicho en una ocasión: «No dejes que Thomas Howard te convenza de que lo más importante en esta vida es el poder y el brillo del oro. La familia es lo mejor que tenemos porque es la única que permanece a nuestro lado en los tiempos difíciles. No lo olvides, Varían.» Aunque nunca había conocido el calor de una familia, Varían siempre había tenido presentes las palabras de su abuela. Ahora que su espera se había visto recompensada y tenía lo que siempre había deseado, se sentía el hombre más afortunado del mundo.
Cuando Nyssa regresó a palacio, se dirigió directamente a las habitaciones de la reina.
– No dega de hacer regalos a Catherine Howard -empezó lady Ana-. Le ha dado tierras y una almohadón bordado en oro. Me temo que mis días aquí están contadas. Tienes mi permiso para regresar a tu casa cuando quieras.
– Me quedaré con vos hasta el final -respondió Nyssa negando con la cabeza-. Giles me ha dicho que queréis que siga a vuestro servicio. Está loco de alegría.
– Es un bien muchacho -sonrió la reina-. Hans y él se llevan de maravilla. A partir de ahora mis propiedades y apariciones en público se reducirán y sólo necesito dos pagues.
– Lo siento, señora.
– Nein -replicó lady Ana-. No sientas. Odio la pompa y el ostentación de esta corte. Me gustan los fes-tidos, bailar y gugar a cartas pero estaré bien en Rich-mond. Hendríck me dará una casa o dos. ¡Que haga lo que quiera! Richmond está un pueblo precioso y el río recuerda a mí al Rin. Me llefaré a la princesa María. Nos hemos hecho amigas y Hendrick ha prometido que la pequeña Bess fendrá a fisitarme de vez en cuando. ¡Está una niña encantadora y muy inteligente!
– Entonces, ¿estáis contenta a pesar de que tendréis que permanecer en Inglaterra? -preguntó Nyssa-. ¿No echáis de menos a vuestra familia?
– Prefiero mil feces fifir en Inglaterra que regresar junto a mi familia -respondió la reina-. Mi padre estaba un hombre muy sefero pero tenía sentido del humor. Mi hermano Wilhelm, en cambio, ha confertido la corte de Clefes en el paraíso de los aburridos. Se asegurará de que estoy bien y me olfidará para siempre. Seré más libre y mejor feliz aquí. Además, no tendré que volver a casarme. Pero ¿y tú? -inquirió-. ¿Eres feliz con tu marido?
– Afortunadamente, Varían se toma las cosas con sentido del humor -contestó Nyssa con una sonrisa.
– ¿Y te gustan sus…?-titubeó lady Ana.
– ¿Sus atenciones? -añadió Nyssa terminando la frase por ella-. Aunque por razones evidentes no puedo hacer comparaciones, debo decir que lo pasamos bien en la cama.
– No está mal para empezar -replicó la reina.
La conversación no tardó en volver a Catherine Howard. Las constantes atenciones del rey habían hecho que las chismosas de la corte se olvidaran del precipitado matrimonio a medianoche de Nyssa y Varían de Winter. Cromwell había ordenado la detención de lord Lisie, el padre de las hermanas Basset, y las muchachas estaban aterrorizadas. El obispo Sampson, el mejor aliado de Gardiner, había sido encerrado en la Torre y la inestabilidad aumentaba. Para colmo, el comportamiento del rey era más propio de un joven de veinte años que de un hombre de cincuenta.
El rey y la reina aparecieron juntos en público con motivo de los torneos celebrados en Westchester y Durham. Se permitió asistir a todo el mundo a los banquetes ofrecidos tras los torneos, ocasión que los subditos más fieles aprovecharon para ver a sus soberanos juntos por última vez. El pueblo adoraba a Ana de Cleves y Ja tenía por una princesa digna y encantadora y, aunque Enrique Tudor conocía el cariño que su esposa despertaba, fingía no darse cuenta. Ofreció un suculento banquete a los participantes en los torneos y recompensó a los ganadores con cien marcos de oro y una casa para cada uno.
El mes de mayo pasó muy deprisa. Catherine Ho-ward, todavía dama de la reina, cada vez dedicaba menos tiempo a sus ocupaciones y lady Ana empezaba a sentirse incómoda. Había prometido a su marido comportarse como si no supiera qué ocurría a su alrededor, pero era imposible ignorar que los acontecimientos se precipitaban hacia un enredo final. Finalmente, el 10 de junio el jefe de la guardia interrumpió la reunión que mantenían los consejeros del rey, presididos por Tho-mas Cromwell.
Cuando hubo informado al primer ministro de que tenía órdenes de arrestarle, Cromwell se quitó el sombrero y lo arrojó sobre la mesa.
– ¡Que Dios ayude al rey, mi señor! -exclamó furioso, mientras el duque de Norfolk y el conde de Southampton le arrebataban las insignias de su cargo-. Si supierais dónde os estáis metiendo no estaríais tan ansioso por ocupar mi lugar, Howard -añadió mientras el jefe de la guardia le arrastraba fuera de la habitación. A la orilla del río esperaba la barca que le llevaría a la Torre.
La orden de arresto de Cromwell estaba salpicada de referencias a su origen humilde, por lo que todo el mundo supo que el duque de Norfolk se encontraba detrás de aquella turbia operación política. El primer ministro fue acusado de traición, de malgastar las finanzas del rey y de abusar del poder que éste le había otorgado, todos ellos cargos imposibles de demostrar. Se decía que había sacado de la cárcel a hombres acusados de traición al rey y que había otorgado pasaportes y redactado nombramientos sin permiso de Enrique Tudor. Por su parte, sir George Throckmorton y sir Richard Rich, los enemigos más feroces del primer ministro, le acusaron de herejía. Sir Rich, que había cometido perjurio en el juicio contra Tomás Moro, no tuvo inconveniente en volver a jurar en falso.
Durante su etapa como primer ministro, Thomas Cromwell se había granjeado numerosas enemistades entre los caballeros de ascendencia ilustre y los de origen humilde. El rey creyó las acusaciones contra él a pie juntiñas tras llegar a la conclusión de que le convenía deshacerse de su primer ministro. Además, todavía no le había perdonado por haberle forzado a casarse con una mujer tan poco atractiva como lady Ana. Cromwell escribió al rey desde la Torre y le pidió perdón por sus crímenes, pero Enrique Tudor hizo oídos sordos a sus súplicas.
El arzobispo Cranmer, la única persona de la corte que comprendía y apoyaba a Thomas Cromwell, sabía que su amigo no era culpable de herejía y trató de interceder por él. Hizo todo cuanto pudo por convencer al rey de que el primer ministro era su subdito más fiel y que sus decisiones más controvertidas le habían beneficiado, pero Enrique Tudor le despidió con cajas destempladas tras asegurar que Thomas Cromwell era culpable de numerosos crímenes y que debía pagar por ellos con su vida. El obispo de Chichester, que había sido encerrado en primavera por orden de Cromwell, fue liberado junto con sir Nicholas Carew y lord Lisie, el padre de las hermanas Basset. Cromwell había anotado los nombres de otros cinco obispos en su lista negra, pero no tuvo tiempo de actuar contra ellos.
Catherine Howard renunció a su cargo de dama de honor y se trasladó al palacio de Lambeth. El pueblo contemplaba estupefacto a Enrique Tudor cuando éste atravesaba el río cada día a la misma hora para visitar a su nuevo amor. Incluso a la reina empezaba a resultarle difícil hacer ver que no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Sin embargo, sabía que estaba atada de pies y manos y no quería arriesgarse a expresar sus pensamientos en voz alta por miedo a encender la ira de su marido. Cuando sus damas trataban de sonsacarla, se limitaba a decir: «Su majestad sabe lo que hace.» En la mañana del 24 de junio Enrique Tudor se presentó en las habitaciones de lady Ana y exigió verla.
– Señora, hace mucho calor y temo que estalle una epidemia de peste -dijo-. Debo pediros que abandonéis palacio inmediatamente y os trasladéis a Rich-mond. Me reuniré con vos allí dentro de dos días.
Dicho esto, la besó en las mejillas y se marchó. Cuando volvieron a verse, ya no eran marido y mujer. Enseguida se corrió la voz de que el rey había enviado a lady Ana a Richmond «por motivos de salud». La reina obedeció las órdenes de su marido y partió saludando y sonriendo a toda la gente que salió al camino para verla pasar. Ante la sorpresa de toda la corte, aquella noche el obispo Gardiner ofreció una cena en honor de Enrique Tudor y Catherine Howard. Saltaba a la vista que el reinado de Ana de Cleves había llegado a su fin, pero ¿cómo iba el rey a deshacerse de ella?
Cinco días después de la partida de la reina, se firmó la sentencia contra Thomas Cromwell en la que se le acusaba de traidor, se le confiscaban todas sus propiedades y se le despojaba de todos sus derechos. Enrique Tudor permanecía en Hampton Court y la corte sospechaba que no tenía ninguna intención de cumplir la promesa que había hecho a lady Ana de reunirse con ella en Richmond. En los primeros días del mes de julio la Cámara de los Lores realizó una petición formal al rey para investigar la legitimidad de su matrimonio con Ana de Cleves y, para sorpresa de todo el mundo, el rey aceptó tras asegurar que ese matrimonio se había celebrado «en contra de su voluntad». Esa declaración causó gran asombro y desconcierto entre los cortesanos, que nunca habían visto a Enrique Tudor hacer nada «en contra de su voluntad».
El Consejo del rey se reunió aquella misma tarde y sus miembros acordaron ir a ver a lady Ana y pedirle permiso para seguir adelante con el proceso. Partieron una soleada tarde de verano, tan inquietos y preocupados que ni siquiera se molestaron en contemplar el hermoso paisaje que bordeaba el río.
– Espero que no sea otra Catalina de Aragón -suspiró lord Audley, que viajaba en la barca que abría la marcha.
– Yo también -contestó el duque de Suffolk-. El rey está impaciente y, como las otras dos, Catherine Howard exhibe ante él su virtud como si fuera un trofeo que debe conquistar. No permitirá que le ponga una mano encima hasta que su majestad no le ponga la alianza en el dedo y le ciña la corona a la cabeza. Todas son iguales, pero él no aprende -se lamentó negando con la cabeza-. Primero la reina Ana, luego lady Jane y ahora…
– Lady Ana es una mujer muy sensata -intervino el arzobispo Cranmer-. No nos dará problemas.
Cuando las tres barcazas en que viajaban los miembros del Consejo llegaron a Richmond horas después, lady Ana recibió la inesperada visita con desconfianza. ¿Y si. Hendrick había cambiado de opinión y faltaba a las promesas que le había hecho meses atrás? ¿Y si había decidido enviarla de vuelta a Cleves? Mientras se hacía todas estas preguntas, Ana de Cleves paseaba su inquieta mirada por los rostros serios de los caballeros. Como presidente del Consejo, el duque de Suffolk tomó la palabra y explicó el motivo de su visita con tanta delicadeza como pudo para no causar una impresión demasiado fuerte a la reina. Deseoso de asegurar se de que lady Ana entendiera la situación perfectamente, pidió a Hans von Grafsteen que tradujera sus palabras al alemán. Las damas de honor contemplaban la escena boquiabiertas y sus miradas ansiosas iban del duque de Suffolk a la reina. ¡Qué historia tan magnífica para contar a sus familiares y amigos!
– Así que éste es el final -suspiró la reina dirigiéndose a Hans en alemán-. Hendrick se casará con la joven Howard y pasará un romántico verano en su nido de amor. ¡Pobre muchacha! -sollozó llevándose un pañuelo de encaje a sus ojos llenos de lágrimas.
– ¿Qué debo contestar al duque, majestad? -preguntó Hans.
– Yo misma le responderé. Señores -dijo volviéndose a los miembros del Consejo y dirigiéndose a ellos en inglés-, estoy dispuesta a acatar las órdenes de su majestad en nombre del profundo respeto y el gran afecto que siento por él. Tienen mi permiso para seguir adelante con el proceso -concluyó.
– ¿Estás seguro de que ha entendido lo que le has dicho, muchacho? -preguntó el duque de Norfolk, sorprendido ante tanta docilidad.
– Os he comprendido perfectamente, señor -replicó lady Ana-. Su majestad sospecha que existen motivos para poner en duda la validez de nuestro matrimonio. Confío en él e imagino que si ha puesto el asunto en manos de la Iglesia es porque no tiene la conciencia tranquila. Como esposa, mi deber es acceder a sus deseos y no poner impedimento a la investigación.
– Gracias por vuestra colaboración, señora -intervino el arzobispo-. Sois un perfecto ejemplo de obediencia y abnegación. Su majestad estará muy contento cuando conozca vuestra respuesta.
Los miembros del Consejo abandonaron el palacio de Richmond, divididos entre el alivio de unos y las suspicacias de otros, especialmente el duque de Norfolk.
– ¿Qué estará tramando? -gruñó-. Parece que se haya alegrado de que le hayamos pedido algo así. No puede ser tan tonta como para ignorar que si la investigación sigue adelante terminará perdiendo la corona.
– Quizá sea eso lo que busca -sugirió el arzobispo-. No imagináis lo difícil que es ser reina de Inglaterra y, aunque os cueste creerlo, hay gente a quien el poder no les seduce en absoluto.
– ¡Peor para ellos!
El rey recibió a los miembros del Consejo con los brazos abiertos. Sin embargo, los recelos no le abandonaban. ¿Quién le aseguraba que lady Ana no le tomaba el pelo y que, cuando se hiciera pública la disolución de su matrimonio, no trataría de aferrarse a su corona?
Al día siguiente, el rey redactó una declaración en la que comunicaba a los clérigos encargados de la investigación que se había casado con lady Ana de Cleves con la intención de asegurar la sucesión del trono de Inglaterra. Sin embargo, en cuanto había visto a la que debía convertirse en su esposa, había sabido que no iba a ser capaz de hacer el amor a esa dama. Había decidido casarse con ella porque no había encontrado un buen motivo para enviarla de vuelta a Cleves, pero el supuesto arreglo entre la casa de Cleves y el hijo del duque de Lorena y su imposibilidad de consumar el matrimonio le habían llevado a preguntarse si no estaba violando alguna de las leyes de la santa madre Iglesia.
Durante los días que siguieron, varios testigos fueron llamados a declarar, entre ellos el conde de South-ampton, el almirante Fitzwilliam y sir Anthony Brow-ne, quienes relataron al tribunal cuál había sido la reacción de Enrique Tudor al ver a su prometida. Tho-mas Cromwell, que seguía encerrado en la Torre, aseguró en un último acto de lealtad al rey que su majestad se había sentido estafado y había expresado inmediatamente su deseo de deshacerse de ella. Los médicos del rey también fueron llamados a declarar. El doctor Chambers aseguró que el rey le había hablado de su imposibilidad de consumar su matrimonio con lady Ana.
– Dijo que se sentía capaz de hacerlo con cualquier mujer excepto con su esposa porque ésta le causaba repulsión. Yo mismo le aconsejé que dejara de intentarlo por miedo a que sus órganos resultaran dañados.
– El rey ha tenido numerosas emisiones nocturnas durante los meses que ha durado su matrimonio con lady Ana, lo que prueba que durante todo este tiempo no ha habido relaciones entre ellos -afirmó el doctor Butts ante los atónitos cortesanos-. Aunque han compartido lecho, la reina es tan virgen como el día que pisó Inglaterra por primera vez. ¡Lo juro por mi alma inmortal! -concluyó cruzando las manos sobre su abultado vientre.
El tema también estaba siendo discutido en la Cámara de los Lores, muy interesada en el asunto del posible contrato matrimonial entre Ana de Cleves y el hijo del duque de Lorena, ahora casado con la hija del rey de Francia. Era necesario actuar con delicadeza porque a Inglaterra no le convenía iniciar hostilidades con una nación tan poderosa. La imposibilidad de consumar el matrimonio era razón más que suficiente para anular aquella unión. Era necesario engendrar más herederos para el trono de Inglaterra y, si Enrique Tudor se sentía incapaz de tener esos hijos con lady Ana, ¿qué sentido tenía prolongar aquella situación?
El 9 de julio se reunieron los arzobispos de York y Canterbury y declararon nulo el matrimonio no consumado de Enrique Tudor y lady Ana de Cleves, quienes podrían volver a casarse si así lo deseaban. El arzobispo Cranmer, el conde de Southampton y el duque de Suffolk fueron enviados a Richmond para comunicar la noticia a la reina.
– De ahora en adelante seréis tratada como una de las hermanas del rey -dijo el duque de Suffolk antes de pasar a considerar su situación económica-. Recibiréis una cantidad de dinero fija al año y se os permitirá conservar las joyas, la plata y los tapices. Los palacios de Richmond y Hever y el señorío de Bletchingly son vuestros. Sólo las hijas del rey y su nueva esposa ocuparán un lugar más preferente que el vuestro cuando visitéis Hampton Court. Enrique Tudor espera que respondáis a su oferta en breve.
– Tanta guenerosidad me abruma -aseguró la reina-. Mañana mismo escribiré a Hendrick y le diré que acepto sus condiciones, ¿os parece bien?
Cualquiera diría que está encantada con el giro que han tomado los acontecimientos, se dijo el duque de Suffolk, estupefacto. Me alegro de que el bueno de Hal no esté aquí para ver su rostro radiante de satisfacción.
– Sí, señora -contestó-. Me parece muy bien.
– El doctor Wotton va a ser enviado a Cleves con la misión de explicar'los detalles de este delicado asunto a vuestro hermano -intervino el arzobispo-. Su majestad piensa que si vos le escribierais una carta se quedaría más tranquilo.
– ¿Me ayudaréis a redactarla? Todavía no domino fuestra lengua y no deseo confundir a Wilhelm. ¡El pobre tiene budín relleno de carne como cerebro!
El conde de Southampton y el duque de Suffolk contuvieron la risa al oír el ingenioso comentario de la reina.
– ¿No preferís escribirle en alemán? -replicó el arzobispo-. ¿No le extrañará recibir una carta vuestra en inglés?
– Ahora soy inglesa -contestó lady Ana-. Propongo que me ayudéis a redactarla en inglés y yo mis ma traduciré al alemán. Mandaremos las dos copias a Wilhelm para que compruebe que la origuinal está escrita de mi puño y letra.
– Está bien -accedió el duque de Suffolk-. ¿Queréis que digamos algo al rey de vuestra parte?
– Decidle que soy subdita más fiel y que siempre obedeceré sus órdenes -contestó antes de hacerles una reverencia y desaparecer.
– ¡Es increíble! -exclamó el conde de Southampton durante el viaje de vuelta a Londres-. Es la mujer más dócil y razonable que he visto en mi vida. Desde el día que la conocí en Calais siempre ha mostrado un gran empeño en complacer a su majestad.
– Enrique Tudor puede darse por satisfecho -corroboró el arzobispo-. Me temo que hemos perdido a una excelente diplomática: a pesar de su delicada situación, ha movido los hilos con mucha habilidad y ha sabido cubrirse las espaldas.
– Yo diría que se ha quitado un peso de encima -observó el duque de Suffolk-. ¡El pobre Hal se morirá del disgusto si se entera de que ha aceptado la anulación con una sonrisa de oreja a oreja! Será mejor que le digamos que se ha desmayado de la impresión y que a vos, Thomas, os ha costado un mundo convencerla de que no le quedaba más remedio que aceptar sus condiciones. Eso le gustará, ¿no creen, caballeros?
– Últimamente el rey no necesita que nadie estimule su vanidad -respondió el arzobispo-. Está tan embebido con Catherine Howard que todo lo demás le importa un comino. No estoy seguro de que ese matrimonio sea una buena idea.
– ¡No seáis mojigato, arzobispo! -replicó el duque de Suffolk, cuya cuarta esposa era varios años más joven que él-. Una mujer joven en casa es una bendición de Dios.
– No es Catherine Howard quien me preocupa, sino su ambiciosa familia -murmuró el conde de Southampton-. Su tío espera el momento de recuperar el poder que, según él, le pertenece.
– ¿Por qué no intercedéis por el viejo Crum? -propuso el arzobispo Cranmer-. Reconozco que es un hombre de personalidad compleja, pero todos sabemos que las acusaciones que se le imputan son falsas.
– Tenéis buen corazón, pero os falta picardía para ver lo que está ocurriendo -replicó el conde-. Sólo Dios puede cambiar el destino de un hombre condenado a muerte por Enrique Tudor. El rey está decidido a casarse con la joven y no nos queda más remedio que aceptar a su familia tal y como es.
– ¿Qué ha llevado a su majestad a decidirse por Catherine Howard? -quiso saber el duque de Suffolk-. Si no recuerdo mal, también se encaprichó de lady Nyssa Wyndham. Ese asunto de su precipitado matrimonio con Varian de Winter resulta de lo más extraño.
Sus dos compañeros se encogieron de hombros y guardaron silencio. El conde de Southampton no tenía respuesta para aquellas preguntas y el arzobispo Cranmer era demasiado prudente para expresar sus temores en voz alta. La barcaza real recorrió el río hasta que los miembros del consejo perdieron de vista el palacio de Richmond. Allí quedó la reina diciendo a sus damas que podían regresar a sus casas. La mayoría de ellas expresaron su deseo de trasladarse a Greenwich para ponerse al servicio de la nueva reina si ésta las aceptaba. Las sobrinas del rey y su nuera no habían aparecido por Richmond. La condesa de Rutland permanecería al servicio de lady Ana hasta que su marido, chambelán dé lady Ana, fuera despedido oficialmente. Sir Thomas Denny, su consejero, y el doctor Kaye, su asistente, se despidieron de ella y partieron con las damas que regresaban a Londres. Todos fueron extremadamente de licados con la reina, pero nadie deseaba permanecer a su lado una vez convertida en parte del pasado. Cathe-rine Howard era el símbolo del futuro. Había tanta gente en las barcas que las damas de honor tuvieron que quedarse en tierra.
– Podréis marcharos mañana a primera hora -prometió la condesa de Rutland.
Nyssa se despidió de sus amigas aquella misma noche. Kate Carey y Bessie Fitzgerald la abrazaron y lloraron desconsoladas pero las hermanas Basset se mostraron frías y distantes. Helga von Grafsteen y María Hesseldorf decidieron quedarse junto a lady Ana. El joven vizconde de Wyndham se despidió de la reina con una respetuosa reverencia.
– Ha sido un honor serviros, majestad. Estaré a vuestra disposición siempre que me necesitéis.
– Eres un bien muchacho, Philip -contestó Ana de Cleves-. Agradezco tu lealtad y tu amistad.
– ¿Estás seguro de que no quieres venir a Rivered-ge con nosotros? -preguntó Nyssa a su hermano menor-. Nuestros padres "deben tener muchas ganas de verte.
– Prefiero quedarme -respondió Giles-. Es una oportunidad excelente para encontrar mi lugar en palacio. La Iglesia ya no es un buen lugar para los segundones. Tengo tres hermanos pequeños y no deseo ser una carga para nuestros padres. Escalaré posiciones poco a poco pero temo perder mi oportunidad de ocupar un buen lugar en la corte si me marcho ahora. Quizá vaya a Riveredge el próximo otoño, cuando las aguas de palacio hayan vuelto a su cauce. ¡Siento tanto no poder ver la cara de papá cuando le presentes a tu marido! -rió, divertido.
– ¡Qué malo eres! -exclamó Nyssa revolviendo el cabello a su hermano menor y besándole en la mejilla-. Que Dios te acompañe, hermanito.
– Que Él os proteja a ti y a tu marido -contestó Giles.
– Lady De Winter, vuestra barca espera -llamó la condesa de Rutland-. ¡Daos prisa!
Nyssa se volvió a lady Ana con los ojos llenos de lágrimas.
– ¡Siento tener que dejaros, señora!
– No temas por mí, Nyssa -contestó la reina tratando de contener la emoción-. He escapado de las garras del león sin recibir rasguño. Ahora soy una mu-guer rica, poseo propiedades y no tengo que dar cuenta de mis actos a nadie. Me he librado de mi hermano Wilhelm, un hombre aburrido y pagado de sí mismo, y de mi marido, quien me detesta desde el primer día. No me compadezcas, Nyssa; por fin tengo lo que deseaba: soy libre y puedo hacer lo que me plazca con mi fida. Nein, no llores; soy muy feliz.
– Pero ¿quién va a cuidar de vos? -insistió Nyssa-. ¿Quién va a estar a vuestro lado cuando necesitéis cariño y compañía?
– Aprendiste de tu madre que el amor de la familia es muy importante, ¿verdad? -sonrió lady Ana-. Mi madre me educó como heredera y me enseñó a nunca faltar a mis deberes. Ésa es la diferenzia entre tú y yo. Lo poco que sé sobre el amor me lo habéis enseñado tú y pocas personas más. Es más que sufiziente. Ahora fete -dijo ayudando a Nyssa a ponerse en pie y besándola cariñosamente-. Fuelfe a casa con marido. Si lo deseas, puedes escribirme. Me gustará recibir tuyas noticias.
– Ha sido un honor serviros, majestad -dijo Nyssa haciéndole una reverencia antes de correr a ocupar su lugar en la última barca que debía cubrir el trayecto entre Richmond y Greenwich. Se acomodó en la cubierta y contempló el palacio hasta que éste desapareció tras una de las curvas descritas por el curso del río.
Se acabó, pensó. Acabo de cerrar uno de los capítulos más importante de mi vida. Me pregunto qué me depara el futuro.
Philip se sentó junto a ella y le tomó una mano. Nyssa se volvió hacia él y esbozó una sonrisa triste.
– Volvemos a casa, Philip -suspiró-. ¡Me muero de ganas de ver a papá, a mamá y a las gemelas!
– Yo también -respondió su hermano-. Sin embargo, temo que se disgusten cuando sepan que te casaste en secreto hace tres meses. ¿Qué te parece si el tío Owen y yo nos adelantamos a caballo y os preparamos el terreno?
– De ninguna manera -repuso Nyssa negando con la cabeza.-. Varían y yo les daremos la noticia en persona. Sé que se disgustarán, pero éste no es asunto tuyo.
– ¡Me gustaría tener diez años más! -suspiró el joven-. Odio ser demasiado mayor para algunas cosas y demasiado joven para otras. Voy a echar mucho de menos a Helga. ¿No te parece la muchacha más hermosa del mundo? ¡Y tiene tan buen corazón!
– ¡Philip, tú te has enamorado de ella! -exclamó Nyssa mientras su hermano se encendía hasta la raíz del cabello-. ¿Por qué no hablas con papá? Creo que la dote de Helga es muy cuantiosa.
– ¿Crees que me escuchará? ¡Me trata como a un niño, pero yo me encargaré de recordarle que en octubre cumpliré catorce años! Podríamos empezar a preparar el compromiso. Estamos dispuestos a esperar unos tres o cuatro años.
– Será mejor que primero hables con papá -aconsejó Nyssa-. ¡Sólo falta que te comprometas con una mujer que no sea de su agrado!
– Varían y tú lleváis tres meses casados y no…
– Varían y yo nos gustamos y eso es más que suficiente -le interrumpió Nyssa.
La barca dejó atrás los pinares de Westminster, atravesó Londres y viró hacia el sureste rumbo a Green-wich. Desde su asiento, Nyssa divisó las barcas que habían partido junto con la suya y a los pasajeros que descendían de ellas. Las damas y caballeros que habían formado parte del servicio de lady Ana saltaron a tierra y desaparecieron camino de sus casas. Una sola persona permanecía inmóvil: era Varían de Winter, su marido, el hombre que iba a darle un nuevo hogar.
– ¡No pienso dejarte marchar tan fácilmente, Nys-sa! -aseguró Catherine Howard, disgustada-. ¡Eres la única amiga que tengo y no puedes dejarme ahora! Las otras no son más que unas parásitas y unas aprovechadas. Tú eres distinta y sé que puedo confiar en ti. ¡No puedes marcharte ahora!
– Es mi última palabra, Cat -repuso Nyssa con firmeza-. Mis padres todavía no saben lo de mi boda con tu primo y no quiero decírselo por carta. Nunca había estado separada de mi familia durante tanto tiempo y les echo mucho de menos. Además, quiero presentarles a Varían.
Aunque aún vivía en el palacio de Lambeth con su abuela, Cat Howard tenía sus propias habitaciones en palacio. Lo que las muchachas no sabían era que aquellas eran las habitaciones que Blaze Wyndham había ocupado quince años atrás.
Cat torció el gesto al oír las palabras de su amiga y se volvió hacia la ventana. La luz del sol se reflejaba en sus rizos castaños y les arrancaba destellos dorados. Estaba muy bonita con su escotado vestido de seda color rosa. Una gruesa cadena de oro salpicada de rubíes adornaba su cuello y lucía un anillo de piedras preciosas en cada dedo.
– Se lo diré a Enrique y él te obligará a quedarte -insistió la testaruda joven-. Mis deseos son órdenes para él. ¡Está más loco por mí que todos los demás juntos! ¡Y a su edad!
– :¿Qué significa eso de «todos los demás»? -quiso saber Nyssa-. ¿Has tenido otros pretendientes?
Nyssa estaba realmente sorprendida. Tenía a Cat por una muchacha virtuosa e inocente pero a menudo la joven hacía algunos comentarios que probaban que no era así. Después de todo, ¿qué tenía de extraño que hubiera tenido otros pretendientes? Era una joven muy hermosa. Thomas Culpeper se había interesado por ella pero Cat le trataba con desprecio. Aunque no tenía dote, sabría mantenerse cerca de los poderosos e influyentes.
– ¿Sabrás guardarme el secreto? -rió bajando la voz-. ¡Si mi tío se entera, me mata! Mi primer pretendiente se llamaba Enrique Manox. Era mi profesor de música y fue el primer hombre que me besó. Cuando vivía en Lambeth me enamoré de Francis Dereham, un caballero que trabajaba al servicio de mi tío. Mi abuela adoptiva, la duquesa Agnes, nunca adivinó lo que había entre nosotros, aunque nos costaba un mundo mantener la compostura en público.
– Basta, Cat -interrumpió Nyssa-. No deseo saber nada más. Será mejor que cuentes esas aventurillas al rey antes de que otro lo haga por ti.
– ¿Estás loca? Si Enrique se entera de mis travesuras de juventud mi tío se pondrá furioso. Es mejor que no lo sepa. Nadie le dirá nada porque ellos son tan culpables como yo -aseguró la joven retorciéndose las manos-. Entonces, ¿te quedarás? Oh, por favor.
– Me voy a casa, Cat -contestó Nyssa-. Además, pronto te casarás y te irás de luna de miel. Cuando seas una mujer casada no desearás más compañía que la de tu marido. ¡El rey parece tan enamorado de ti!
– ¿Verdad que sí? -sonrió Cat, orgullosa-. Todo el mundo dice que nunca se le había visto tan entusiasmado.
– Considérate afortunada por tener a un hombre que te quiera tanto y corresponde a su amor. Mi madre siempre dice que cuando una mujer se porta bien con su marido éste siempre la trata bien.
– Mi madre murió cuando yo era muy pequeña -se lamentó Cat-. Crecí en Horsham con mis hermanas y otra media docena de chiquillos y cuando cumplí quince años me llevaron a Lambeth con mi abuela, la duquesa Agnes. ¿Crees que algún día tendré hijos? Me da un poco de miedo -confesó.
– El rey quiere hijos, Cat. Ésa es una de las razones que le han llevado a buscar una esposa joven. Inglaterra necesita un duque de York y un duque de Rich-mond que hagan compañía al príncipe Eduardo.
– El rey ya tiene dos hijas -protestó Catherine.
– Sabes perfectamente que una mujer no puede ocupar el trono de Inglaterra -replicó Nyssa-. Tu deber es darle esos hijos.
– ¿Y tú? ¿Piensas dar muchos hijos a mi primo Va-rian? Lleváis tres meses casados. ¿Estás embarazada? A Varian le encantan los niños. Solía venir a Horsham a jugar con nosotros cuando éramos pequeños.
– ¿Ah, sí? -preguntó Nyssa, súbitamente interesada-. No lo sabía.
Cat trató de retener a su amiga unos minutos más, pero Nyssa no tardó en empezar a dar muestras de inquietud.
– Tengo que marcharme, Cat. Llevamos casi una hora hablando. Nos espera un viaje muy largo y Varian debe estar furioso conmigo.
– Prométeme que vendrás a verme cuando sea reina -pidió Cat poniéndose en pie y abrazando a su amiga-. ¡Prométemelo!
– Ya veremos -contestó Nyssa evasivamente.
– Te espero en Hampton Court las próximas Navidades -insistió la futura reina.
– Me temo que eso no será posible, Cat. Las Navidades son unas fechas muy celebradas en Riveredge. El año pasado no pude pasar el día de mi cumpleaños con mi familia por encontrarme al servicio de la reina, pero este año pienso estar allí.
– Ven el día de Reyes, entonces.
– Ya veremos. Hablaré con Varían. Y yo hablaré con Enrique se dijo Cat. Ya veremos quién gana.
Nyssa también fue a despedirse de Enrique Tudor.
– Hacía mucho tiempo que no tenía noticias tuyas, mi rosa salvaje -dijo el rey con una amplia sonrisa. Era evidente que el amor que sentía por Catherine le había suavizado el carácter-. Estás preciosa, pequeña. Imagino que es signo de que eres feliz con el conde de March. ¿Qué dice tu madre?
– Todavía no lo sabe, señor -contestó Nyssa-. Preferimos darle la noticia en persona.
– Una decisión muy sensata -aprobó el rey-. Todavía no te he dado tu regalo de boda -añadió quitándose una gruesa cadena de oro y brillantes y tendiéndosela-. Vuelve a palacio cuando quieras. Has servido a mi esposa con tanta dedicación y fidelidad como tu madre y te estoy muy agradecido.
– ¡Majestad, yo…! -exclamó Nyssa, abrumada por tanta generosidad-. Gracias, señor. Conservaré este regalo hasta el final de mis días.
– Vete, pequeña -respondió el rey sonriendo complacido-. Te espera un viaje muy largo. Quizá os haga una visita el próximo verano, pero este año debo ocuparme de algunos asuntos de gran importancia, ¿verdad, Will? -añadió dirigiéndose a su bufón, quien asintió-. Transmite mis más sinceras felicitaciones a tus padres y diles que estoy muy satisfecho con tu trabajo en la corte.
Nyssa besó la mano que Enrique le tendía y le hizo una última reverencia.
– Que Dios bendiga a su majestad -dijo antes de abandonar la habitación. Aunque el monarca se consideraba un hombre comprensivo y bondadoso, Nyssa sabía por experiencia que se convertía en un monstruo cruel y despiadado cuando no conseguía salirse con la suya. Ahora que conocía las relaciones entre marido y mujer, la sola idea de tenerle como amante le hacía estremecer. ¿Cómo podía pensar Cat que estaba celosa?
– Una vez te regañé por haber dejado marchar a su madre pero estabas tan entusiasmado con la joven Ho-ward que te negaste a escucharme -dijo Will Somers cuando Nyssa hubo desaparecido-. La historia se repite.
– Esta vez será diferente -aseguró el rey-. Mi Catherine es una rosa sin espinas. Seré muy feliz a su lado: me dará hijos y alegrará los últimos años de mi vida. ¿Qué más puedo pedir?
Will Somers negó con la cabeza. Aunque estaba a punto de cumplir cincuenta años y había sido traicionado en numerosas ocasiones, el bueno de Hal seguía siendo un soñador y un romántico. Will quería mucho a su señor y le dolía verle sufrir. ¿Cuánto tiempo iba a durar el idilio esta vez? Los finales felices no eran la norma en la corte. Will se acercó a la ventana y apoyó la frente en el cristal mientras veía a los viajeros partir.
El hijo de Owen y Bliss Fitzhugh había sido enviado de vuelta a casa junto con su primo Kingsley a principios de la primavera, cuando Bliss había dicho que no había ningún motivo para que permanecieran allí una vez habían conocido la vida en palacio. Por esta razón Nyssa y Varian sólo viajaban acompañados de los condes de Marwood y el joven vizconde de Langford.
Owen Fitzhugh decidió alquilar un coche en el que las damas podrían descansar si se fatigaban pero tanto Nyssa como su tía prefirieron iniciar el viaje a caballo. Les acompañaban carros cargados con el equipaje y hombres armados con la misión de protegerles de los salteadores de caminos. Otro coche destinado a los sirvientes y ocupado por May y Tillie en el momento de partir cerraba la caravana.
El verano había convertido el paisaje en un estallido de luz y color y a mediados del mes de junio todavía no había caído una gota de lluvia, por lo que los caminos que rodeaban Greenwich estaban secos y polvorientos. Afortunadamente, los viajeros llevaban caballos de refresco y habían previsto alojarse en las mejores posadas en un intento de suavizar la dureza del viaje.
El castillo de los condes de Marwood se encontraba muy cerca de Riveredge y apenas ocho kilómetros separaban ambas propiedades. Sin embargo, Bliss y Owen Fitzhugh decidieron acompañar a su sobrina en lugar de dirigirse a su casa. Deseaban estar presentes cuando ésta comunicara a sus padres la noticia de su matrimonio con Varían de Winter y ayudarla a apaciguar los ánimos. Por primera vez en su vida, Varían de Winter se sentía incapaz de dominar sus nervios. El viaje transcurrió sin incidencias hasta que un día Nyssa empezó a reconocer el paisaje y a lanzar alegres exclamaciones.
– ¡Ya llegamos! ¡Mirad, allí está el Wye! ¡Y las flores ya han brotado!
Su rostro estaba radiante de alegría. ¡Nunca hubiera creído que se pudiera echar tanto de menos un pedazo de tierra! La caravana dejó el camino de Londres y tomó el camino del río, que corría paralelo al curso del Wye y llevaba a Riveredge.
– ¡Mira, Varian! -gritó espoleando a su caballo-. ¡Allí está el embarcadero de San Miguel! ¡Rumford, Rumford, soy Nyssa Wyndham! ¡He vuelto a casa!
Un anciano sentado en un banco de madera bajo un roble se volvió al oír su nombre. Cuando reconoció al jinete que se acercaba a toda velocidad esbozó una amplia sonrisa, alcanzó su bastón y se puso en pie.
– ¡Lady Nyssa! -exclamó-. ¡Estáis más bonita que nunca!
– ¿Cómo va todo por el embarcadero? -se interesó la joven descendiendo del caballo y corriendo a abrazar al anciano.
– Cada vez tengo menos trabajo. Sólo la familia y algún buhonero despistado piden que les ayude a cruzar el río. Dos de mis tres hijos han empezado a trabajar en las tierras de vuestro padre y aquí sólo queda el menor. Sus hermanos dicen que no están dispuestos a regresar y que éste puede quedarse con toda la herencia. ¡Cómo cambian los tiempos!
– Mientras los Rumford sigan ocupándose del embarcadero todo seguirá como siempre -repuso Nyssa.
– Tenéis razón, señora -rió el viejo Rumford-. Parece que fue ayer cuando vuestra madre llegó siendo casi una niña para casarse con lord Edmund, que Dios le tenga en Su gloria. Los Rumford nos hemos ocupado del embarcadero desde que se construyó y así será hasta el final de los tiempos -declaró, orgulloso.
– Pronto necesitaré tus servicios, Rumford -dijo Nyssa antes de montar de nuevo y correr a reunirse con los demás.
– ¿Quién es ese anciano? -preguntó Varian, que nunca había tenido que cruzar el río para llegar a Win-terhaven.
– Es Rumford, el barquero -contestó Nyssa-. Su familia siempre se ha ocupado del embarcadero de San Miguel, o por lo menos así lo afirman los lugareños. Él fue quien trajo a mi madre a Riveredge cuando llegó para casarse con mi padre. Mis abuelos y mis tíos Kingsley viven al otro lado del río y nosotros les visi tamos con frecuencia. Nuestra nueva casa está muy cerca de la suya, ¿verdad? ¡Mira, Varían, allí está Rive-redge!
Varían de Winter miró hacia donde el delgado dedo de Nyssa apuntaba y contuvo la respiración. Rivered-ge era una majestuosa construcción de ladrillo rojo con forma de hache y cuyas paredes estaban cubiertas de espesa hiedra. Un cuidado jardín salpicado de vegetación en flor rodeaba la casa.
– Me temo que Winterhaven no es tan bonita como Riveredge -se lamentó clavando la mirada en el tejado de pizarra gris. El gran número de chimeneas que lo adornaban revelaban que en la casa había numerosas habitaciones.
– Haremos de Winterhaven una propiedad tan grande y próspera como Riveredge -prometió Nyssa. Varían sonrió complacido: a pesar de que había pasado allí los años más felices de su vida, Nyssa no olvidaba que ahora era una De Winter.
Detuvieron los caballos frente a la puerta principal y ésta se abrió de golpe dando paso a una joven pareja. Ella tenía los ojos de Nyssa, pero su cabello era del color de la miel; él era alto, moreno y de ojos azules y corrió a ayudar a Nyssa a desmontar.
– Bienvenida a casa, hija mía -dijo Anthony Wyndham besándola en la mejilla.
– Gracias, papá -contestó la joven antes de volverse hacia su madre. Blaze Wyndham advirtió que algo había ocurrido en cuanto miró a su hija a los ojos.
– ¿Es que ya no te necesita la reina? -quiso saber-. Me alegro de verte pero me sorprendió recibir vuestro mensaje. ¿Va todo bien? -insistió mientras sorprendía a su hija intercambiando una mirada furtiva con su hermana. ¿Quién es este caballero tan atractivo?, se preguntó.
– ¿Por qué no entramos a refrescarnos un poco?
– propuso Nyssa tomando a Blaze del brazo-. Mientras tomamos una copa de vino os contaré mis aventuras en palacio.
– Bienvenido a casa, muchacho -saludó Anthony Wyndham a su hijo mayor-. ¿Te ha gustado la vida de palacio?
– Ha sido una experiencia muy interesante pero, como vos, prefiero el campo -respondió Philip-. Quiero hablaros de una mujer que he conocido allí
– tartamudeó-. Ambos somos muy jóvenes para pensar en el matrimonio, pero nos gustaría que nuestras familias llegaran a un acuerdo y nos permitieran comprometernos antes de que termine el año. Se llama Helga von Grafsteen y es una de las damas de honor de lady Ana.
– ¿Una extranjera? -repuso su padre torciendo el gesto-. Necesitará una buena dote para compensar por la falta de tierras en Inglaterra. Está bien, ya hablaremos -accedió.
– Gracias, señor -contestó el joven vizconde acompañando a su padre al interior de la casa.
Varían de Winter, cuyos asombrados ojos no se cansaban de contemplar la majestuosa decoración del salón principal de los Wyndham, fue el último en entrar. Le llamaron especialmente la atención el elevado techo con vigas de madera dorada tallada en forma de volutas y los grandes ventanales a través de los que la luz y el sol entraban a raudales. Había cuatro chimeneas, pero el día era tan caluroso que ninguna estaba encendida. La gran mesa de brillante madera de roble presidida por dos majestuosos sillones destacaba en un rincón de la habitación.
Los eficientes sirvientes de los Wyndham entraron trayendo vino y galletas para los recién llegados. Todos vestían de manera impecable, hablaban en voz baja y hacían gala de unos modales exquisitos. El conde de March se preguntó qué pensaría Nyssa cuando viera a los ancianos criados que les aguardaban en Winterha-ven. Blaze Wyndham se volvió hacia él y le observó con abierta curiosidad.
– ^¿No vas a presentarnos a este caballero, Nyssa? -preguntó.
– Naturalmente -contestó la joven tomando aire-. Os presento a Varían de Winter, conde de March. Nos casamos hace tres meses. -¡Ya está!, se dijo, aliviada.
– ¿Qué? -gritó el conde de Langford-. ¡Tú no puedes casarte con nadie sin mi permiso, jovencita! ¡Y si lo has hecho, anularé ese matrimonio inmediatamente! ¿Me he explicado con claridad?
– Tony, deja de vociferar -intervino Blaze-. ¿Qué significa esto, Bliss? -preguntó a su hermana-. ¿Por qué no me has escrito para decírmelo? Nyssa, ¿por qué no lo hiciste tú?
– Nyssa deseaba contároslo cara a cara y nosotros decidimos respetar su decisión -contestó Owen Fitz-hugh-. Cuando hayáis escuchado su historia Bliss y yo estaremos encantados de contestar a vuestras preguntas. Hemos cuidado de ella lo mejor que hemos podido.
– Ya lo veo -gruñó Anthony Wyndham-. ¡La dejo a vuestro cuidado y vuelve casada con un cazador de dotes sin oficio ni beneficio!
– Yo no soy ningún cazador de dotes -se defendió Varían de Winter-. Poseo tierras situadas al otro lado del río y una casa. Quizá hayáis conocido a mi padre; se llamaba Enrique de Winter. Yo me crié con mi abuelo.
– ¿Y quién demonios es ese caballero? -rugió el conde de Langford, cada vez más furioso con aquel desconocido que se había atrevido a casarse con Nyssa desafiando su autoridad.
– Thomas Howard -contestó Varían sin perder la calma.
– ¿El duque de Norfolk?
– Si no os importa, deseo escuchar las explicaciones de mi hija -intervino Blaze. Anthony Wyndham se enfurruñó más cuando oyó a su mujer referirse a Nys-sa como «mi hija».
– Lo haré con mucho gusto cuando terminéis de gritaros y pediros cuentas unos a otros -respondió la joven.
– ¡Philip! -exclamó Anthony Wyndham-. ¿Dónde demonios estabas cuando ocurrió? ¡Te pedí que cuidaras de ella! ¿Es así como me obedeces?
– No lo supe hasta que fue un hecho consumado, señor -se disculpó el atemorizado muchacho.
– Nos casamos el 21 de abril en la capilla real -empezó Nyssa-. El arzobispo de Canterbury y el obispo Gardiner oficiaron la ceremonia. El rey también estaba allí. En realidad fue él quien ordenó que debíamos casarnos.
– ¿Por qué?
– Es una historia muy larga -contestó Nyssa-. Empezaré por el principio: en cuanto su majestad vio a lady Ana de Cleves decidió que no era suficientemente bonita para ser su esposa. La princesa es una mujer inteligente y bondadosa y la actitud del rey resulta incomprensible para la mayoría de sus subditos. El caso es que ha revuelto cielo y tierra hasta conseguir que su matrimonio sea declarado nulo. Ha alegado que la unión nunca fue consumada.
– ¿Que no se consumó el matrimonio? -interrumpió el conde de Langford en tono desdeñoso-. No me lo creo. A ese sátiro le gustan todas.
– Es cierto, papá -aseguró Nyssa.
– ¿Y eso qué tiene que ver con tu matrimonio con este caballero? -se impacientó Blaze-. Nyssa, no entiendo nada.
Muy despacio, Nyssa contó a sus padres lo ocurrido aquella fatídica noche de abril.
– ¿Y vos accedisteis a tomar parte en un plan tan malvado? -interrogó Anthony Wyndham a Varían de Winter-. Sólo un miserable se avendría a hacer algo así.
– No tuve elección -se defendió el conde de March-. A mi abuelo le era indiferente quién lo hiciera con tal de apartar a Nyssa del camino de Catherine. Yo quiero a su hija y pensé que así la protegía de desaprensivos sin escrúpulos.
Anthony Wyndham estaba tan furioso que los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas y tenía la vena del cuello a punto de estallar. Sin embargo, Blaze se había quedado con las palabras que su marido había preferido ignorar: había dicho «yo quiero a su hija» y sus ojos revelaban que decía la verdad.
– La quiere, Tony -dijo con suavidad apoyando una mano en el brazo de su marido-. Tranquilízate y mírale a los ojos. La quiere de verdad.
– ¿Y ella? -replicó lord Wyndham-. ¿Le quiere ella? ¿Le amas, querida? Dime la verdad. Si te sientes desgraciada, removeré cielo y tierra hasta conseguir la separación. El matrimonio es algo muy serio; es una promesa para toda la vida. Di, ¿amas a este hombre, sí o no?
– No lo sé -confesó Nyssa-. Muchos jóvenes se casan sin apenas conocerse. Cuando tú te casaste con mamá, ella estaba furiosa contigo y te detestaba pero ahora, en cambio… Varían es un buen hombre y nos llevamos bien -añadió acercándose a su padre y besándole en una mejilla-. Ahora quiero que tiendas tu mano a mi marido y que nos des tu bendición.
– ¡Pero yo te prometí que podrías casarte con quien tú escogieras! -protestó él-. Me siento como si te hubiera defraudado. No debería haberte permitido ir a palacio pero me dejé convencer porque el rey prometió cuidar de ti como si fueras su hija. Bliss, me juraste que no le quitarías ojo -acusó a su cuñada-. ¡Me has fallado y por tu culpa mi hija se encuentra atrapada en un matrimonio desgraciado!
– Deja de decir tonterías, Anthony -le reprendió Blaze-. Su marido la quiere tanto como tú me querías a mí cuando nos casamos. ¡Mírale bien! Sólo tiene ojos para ella. Lo que pasa es que estás celoso -acusó-. Nunca la animaste a conocer a otros muchachos de su edad porque te gustaría ser el único hombre de su vida. Lo siento mucho, pero esta vez has llegado tarde. Nyssa es una mujer casada y si tú te niegas a hacerlo, seré yo quien dé la bienvenida a nuestro yerno -añadió poniéndose de puntillas y besando a Varían de Winter-. Bienvenido a Riveredge, señor. Conocí a vuestro padre en el banquete de mi boda con Edmund Wyndham. Sois igual que él pero tenéis los ojos de los Ho-ward.
Varían de Winter sonrió a su suegra y, tomando su mano, se la llevó a los labios.
– Gracias por vuestras palabras, señora. Prometo cuidar de vuestra hija lo mejor que pueda.
– Estoy segura de que cumpliréis vuestra palabra -asintió Blaze-. Tenéis mi bendición.
– ¡Ejem! -carraspeó Anthony Wyndham mientras tendía la mano a su yerno-. Tenéis mi bendición… ¡pero si oigo a mi hija proferir alguna queja contra vos tendréis que véroslas conmigo! -amenazó-. Vuestras explicaciones no me convencen pero, ya que no puedo hacer nada para anular vuestro matrimonio, os concederé el beneficio de la duda.
– Gracias, señor. Os repito que quiero mucho a vuestra hija y prometo no traicionar la confianza que habéis depositado en mí.
– Bueno… -suspiró Bliss, aliviada al ver que su cu nado empezaba a tranquilizarse-. Ahora que ha quedado todo aclarado, podemos irnos a casa.
– No tan deprisa -repuso Blaze-. ¿Dónde está Giles?
– Lady Ana se quedará a vivir en Inglaterra -contestó su hermana-. Recibirá el tratamiento de hermana del rey y sólo sus hijas y la nueva reina ocuparán un lugar más importante en la corte. Lady Ana ha pedido a Giles que se quede con ella y él ha aceptado.
– Giles se mueve en la corte como pez en el agua -añadió Nyssa-. Asegura que su futuro está en palacio y cree que el servicio de lady Ana es un buen lugar para iniciar una carrera brillante. Estoy segura de que muy pronto los nobles más influyentes se pelearán por él. Es muy popular allí.
Blaze y Anthony Wyndham intercambiaron una mirada y asintieron satisfechos. El futuro de su segundo hijo estaba decidido.
– ¿Cuándo vendrá Blaze a visitarnos? -quiso saber
– Quizá en otoño.
– Está oscureciendo -insistió Bliss-. Deberíamos ponernos en camino, Owen.
– Está bien, Bliss -accedió su hermana-. Puedes marcharte ya.
En cuanto obtuvo el permiso de Blaze, la condesa de Marwood abandonó el salón a todo correr seguida por su marido, que reía a carcajadas.
Anthony Wyndham trocó su expresión hosca por una amplia sonrisa.
– Pobre Bliss -rió-. Nunca la había visto tan asustada.
– Tenía buenos motivos -añadió Nyssa.
– Debes de estar agotada, querida -intervino Blaze-. ¿Por qué no enseñas a Varían vuestra habitación? Cenaremos a la hora de siempre.
– ¿Dónde están mis hermanos? -preguntó la joven.
– Bañándose en el río- contestó su madre-.Ya has olvidado cómo solías pasar las tardes de verano? Chapotear en el Wye es mucho más importante que recibir a la hermana que regresa de palacio.
– ¿Qué edad tienen sus hijos, señora?-preguntó Varían.
– Richard cumplirá nueve años a finales de otoño, Teddy acaba de cumplir cinco y Enrique tiene tres. Ya verás cuánto han crecido Ana y Jennie -añadió Blaze volviéndose hacia Nyssa-. Jane dice «Ma», «Pa» y «Bo» cuando quiere llamar la atención de sus hermanos. Ana es más callada y deja que sea su hermana quien hable por las dos, pero ya empieza a andar. ¿Os gustan los niños, señor? -preguntó a su yerno.
– Sí, señora -contestó él-. Espero formar una familia tan numerosa como la vuestra. Crecí con mis tíos, pero ellos eran varios años más jóvenes que yo. La verdad es que me habría gustado tener muchos hermanos.
– Si lo deseas, puedes quedarte hablando con mis padres -intervino Nyssa-. Yo voy a darme un baño; llevo pegado a la piel y al cabello todo el polvo de los caminos de Inglaterra. Además, he echado mucho de menos a mi vieja bañera. La que teníamos en Green-wich no era ni la mitad de cómoda. ¿Podré llevármela a Winterhaven, mamá?
– Ya veremos -respondió Blaze-. Vamos, ve a bañarte. Nosotros nos quedaremos charlando con tu marido… a menos que él también desee refrescarse un poco.
– Me gustaría mucho, gracias. Si me disculpan… -contestó Varían de Winter poniéndose en pie y saliendo del salón en pos de Nyssa.
– ¿Es necesario alentar un comportamiento tan li cencioso? -gruñó Anthony Wyndham cuando se quedó a solas con su esposa.
– ¡No seas aguafiestas! -rió Blaze-. A ti también te gusta bañarte conmigo.
– ¡Pero Nyssa todavía es una niña!
– Nyssa es una mujer casada y será mejor que empieces a hacerte a la idea. ¿Has pensado que podría estar embarazada? Después de todo, se casaron hace tres meses.
– No puede ser -replicó Tony negando con la cabeza-. Nyssa es demasiado joven para ser madre y nosotros, demasiado jóvenes para ser abuelos.
– Tuve a Nyssa con diecisiete años y ella está a punto de cumplir los dieciocho -repuso Blaze-. Está en la edad perfecta para ser madre. Lo que pasa es que te gustaría que siguiera siendo la niña de tus ojos. Ella siempre te querrá, Tony. Que se haya casado no significa que la hayas perdido, pero a partir de ahora tendrás que compartir su cariño con su marido y sus hijos.
– ¡El tiempo pasa tan deprisa! -se lamentó Anthony Wyndham-. La última vez que la vi era una niña y en pocos meses se ha convertido en una mujer casada, en la condesa de March.
– Los niños crecen, Tony; es ley de vida. No sé qué habría sido de nosotras sin ti -añadió besándole en la mejilla-. Te estamos muy agradecidas y estoy segura de que Edmund, que en paz descanse, no habría sido mejor padre y marido. Nyssa se ha hecho mayor y pronto nos dejará, pero todavía te quedan dos pequeñas que también necesitan de tu afecto.
– ¿Te apetece bañarte, Blaze? -preguntó de repente haciéndole un guiño travieso-. Si Nyssa acaba convirtiéndose en una mujer tan bella y buena como su madre, Varían de Winter será un hombre muy afortunado.
– Vamos a bañarnos -contestó Blaze poniéndose en pie y tendiéndole la mano.
Nyssa y su marido se quedaron en Riveredge mientras los criados de Winterhaven se afanaban por ultimar los preparativos necesarios para recibir al conde y su nueva esposa, que habían anunciado su llegada para finales del mes de agosto.
Las noticias del matrimonio de Enrique Tudor y Catherine Howard llegaron a oídos de los habitantes de Riveredge a finales de la primera semana de agosto. La pareja se había casado el 21 de julio en el pabellón de caza de Oatlands y Thomas Cromwell, el antiguo primer ministro, había sido ejecutado en la Torre el mismo día en que los Howard habían saboreado su triunfo.
– Deberíamos hacerles un buen regalo de bodas -dijo Nyssa a su marido.
Los recién casados iniciaron un viaje que debía llevarles a Windsor a través de Surrey, Berkshire, Graf-ton, Dunstable y More. Se aseguraba que el rey era feliz como un niño con zapatos nuevos y que parecía veinte años más joven. Se levantaba al alba, asistía a misa de siete y cabalgaba hasta las diez. Entonces comía, jugaba una partida de bolos o practicaba el tiro con arco y por la noche bailaba con su recién estrenada esposa. Apenas le dolía la pierna y estaba de un humor excelente.
La tranquila situación internacional no requería la atención del monarca por el momento. El reino de Cle-ves había aceptado de buen grado la nueva situación de lady Ana e incluso el duque William había comentado que su hermana había salido bastante mejor parada que sus antecesoras. Por su parte, Francia y el Sacro Imperio Romano seguían pinchándose el uno al otro, pero no había peligro de que la sangre llegara al río, por lo que aquel caluroso verano de 1540 se presentaba muy agradable para Enrique Tudor. Los duques de Suffolk y Norfolk aseguraban que hacía mucho tiempo que no veían al rey tan contento.
Nyssa se sentía indispuesta y el conde de March se vio obligado a posponer la marcha en dos ocasiones. Empezaba a pensar que se trataba de un truco para no abandonar Riveredge y así se lo hizo saber a su suegra.
– Será mejor que esperéis hasta mediados de septiembre -le aconsejó Blaze-. Para entonces Nyssa se sentirá mejor y correrá menos riesgos. Los primeros meses son los más delicados.
– ¿Menos riesgos? -se extrañó Varían-. ¿De qué estáis hablando, señora?
– Entonces, ¿no te lo ha dicho?
– ¿Decirme qué?
– Apuesto a que ella tampoco lo sabe. Ven conmigo, Varían -dijo Blaze corriendo en busca de Tillie. Encontró a la doncella de su hija en el vestidor remendando unas enaguas-. Tillie, ¿cuándo fue la última vez que mi hija tuvo la regla? -preguntó-. Piénsalo bien antes de contestar.
– Fue en junio -aseguró la joven.
– ¿Y te parece normal que no haya vuelto a tenerla desde entonces? -exclamó la condesa de Langford-. ¿Por qué no me lo dijiste en cuanto llegasteis?
Tillie parecía desconcertada. ¿Por qué tendría que haber comentado algo así con su señora? De repente, abrió unos ojos como platos y se llevó una mano a la boca.
– ¡Oh…!
– ¡Sí, oh! ¿Dónde está Nyssa, Tillie?
– Está acostada -contestó la doncella-. Se ha vuelto a marear.
Blaze entró en la habitación de su hija seguida de Varian de Winter. Nyssa estaba muy pálida y aspiraba el aroma de un pañuelo empapado en agua de lavanda.
– ¿Cómo es posible que hayas vivido en esta casa durante diecisiete años y ni siquiera sospeches lo que te ocurre? -espetó-. Por el amor de Dios, Nyssa, ¡tienes siete hermanos!
– ¿De qué estás hablando? -repuso Nyssa con voz débil.
– ¿Cómo he podido criar a una hija tan despistada?
– se exasperó Blaze-. ¡Estás embarazada, Nyssa! Está más claro que el agua. Si mis cálculos son correctos tendrás un bebé hacia finales del mes de marzo. ¡Qué alegría! ¡Voy a ser abuela!
Nyssa palideció todavía más. Buscó a tientas la palangana que había dejado junto a la cama y vació el contenido de su estómago en ella.
– Me siento tan mal… -gimió dejando la palangana en el suelo y enjugándose el sudor que perlaba su frente con el pañuelo-. Nunca te vi mareada cuando estabas embarazada. Pensaba que me había sentado mal el pescado que cenamos ayer. No puede ser -añadió negando con la cabeza-. Es demasiado pronto.
– Teniendo en cuenta las horas que pasáis juntos en esta cama, es lo más natural -replicó Blaze-. Lo extraño sería que no estuvieras embarazada. Las mujeres de esta familia tenemos fama de ser las más fértiles de la comarca. Tu abuela tuvo gemelos cuando tú tenías tres meses.
– Vamos a tener un hijo -murmuró Varian, fascinado-. Nyssa, ¿cómo podré agradecértelo?
– Entonces, ¿estoy…?
– Ya lo creo -aseguró su madre-. Créeme, sé de qué estoy hablando.
– Esperaba que mi primer hijo naciera en Winter-haven, pero prefiero que Nyssa no viaje en su estado
– dijo el conde de March-. Me temo que tendremos que abusar de vuestra hospitalidad durante una buena temporada.
– ¡Tonterías! -replicó Blaze-. Dentro de un par de semanas dejará de sentirse mareada y estará en condiciones de viajar. Ya es hora de que conozca su nuevo hogar y de que empiece a ocuparse de los quehaceres propios de una esposa. Winterhaven ha permanecido cerrada durante tanto tiempo que tendrá que instruir a los criados y decorar la casa.
– ¡Pero yo nunca he estado embarazada!-protestó Nyssa-. No quiero estar sola en Winterhaven. Por favor, mamá, deja que me quede aquí -suplicó.
– Estaré a tu lado cuando llegue la hora -prometió su madre-. Además, Winterhaven está muy cerca de Ashby y si hay alguien que conoce a la perfección los secretos del embarazo y el parto, ésa es tu abuela. Ahora debo dejaros solos -añadió abriendo la puerta y saliendo de la habitación-. Tengo que dar las buenas noticias a Tony.
– ¡Lo has hecho a propósito! -acusó Nyssa a su marido.
– Te juro que no es así. Yo soy el más sorprendido. ¿De verdad no sospechabas nada?
– No -confesó ella-. Nunca presté atención a mamá cuando estaba embarazada. Un día aparecía de repente con un estómago enorme y nos decía que pronto tendríamos otro hermanito. Durante ocho años Philip y yo sólo nos tuvimos el uno al otro. Los perros, los gatos y mi caballo eran mis únicas preocupaciones.
– A mí me ocurría lo mismo. Nunca me fijé en lady Elizabeth, la segunda esposa de mi abuelo. Si alguien me hubiera preguntado si estaba embarazada o no, no habría sabido qué responder.
– ¡Tengo que preguntar tantas cosas a mamá! -exclamó Nyssa animándose de repente y bajando de la cama-. ¿Crees que tendremos que dejar de hacer el amor? No me gustaría, pero no quiero hacer daño al bebé. Por lo menos no tendremos que regresar a la corte -sonrió-. Por muy pesada que se ponga Cat, el rey no permitirá que pongamos en peligro la vida de nuestro hijo.
– Tienes razón -rió Varían-. Cuando te encuentres mejor nos encerraremos en Winterhaven como dos conejitos en su madriguera. Sólo recibiremos las visitas de tu familia y no volveremos a palacio si tú no quieres. Cat estará tan atareada con sus obligaciones como reina que se olvidará de nosotros.
– ¡Varían, soy tan feliz! -dijo la joven abrazando a su marido y besándole apasionadamente-. Eres el mejor marido del mundo.
Varían sonreía radiante de felicidad. Aquélla era la primera vez que Nyssa expresaba sus sentimientos. Estaba convencido de que aprendería a quererle pero de momento se conformaba con aquella expresión de afecto. Nyssa le consideraba un buen marido e iba a tener un hijo suyo.
– Si es un niño, ¿podemos llamarle Thomas?
– ¡Ni hablar! -contestó Nyssa-. No permitiré que mi hijo lleve el nombre de un hombre tan cruel y desalmado como tu abuelo. Si es un niño se llamará Ed-mund Anthony de Winter, como sus abuelos maternos. Estoy segura de que mi familia estará de acuerdo.
– Si te empeñas en consultar a la familia, salta a la vista que los Wyndham sois muchos más que los De Winter -rió Varían-. Llamaremos Thomas al segundo, ¿de acuerdo?
– Nuestro segundo hijo se llamará Enrique, como tu padre -aseguró la joven.
– Entonces llamaremos Thomas al tercero -insistió Varían.
– Está bien -accedió Nyssa esbozando una dulce sonrisa-. Le llamaremos Thomas, como nuestro querido arzobispo… ¡Pero lo haremos por el arzobispo, no por tu abuelo!
– ¿Estás segura de que estás embarazada? Si no lo estuvieras te daría una paliza ahora mismo.
– Si mi madre dice que estoy embarazada, es que estoy embarazada. Además, tú no vas a ponerme una mano encima.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque no podrás cogerme -rió Nyssa deshaciéndose del abrazo de su marido y echando a correr. Varían la siguió sin dejar de reír.
Winterhaven se encontraba en lo alto de una colina y había sido construida en el siglo xm. Era una sólida construcción rematada por cuatro torres y coronada por cuatro almenas, lo que le confería la apariencia de un castillo señorial, una apariencia que contrastaba con su interior confortable y acogedor. La edificación estaba rodeada de un pequeño foso, poblado de maleza desde que había dejado de ser necesario utilizar el puente levadizo para proteger el castillo. El conde y la condesa de March atravesaron el puente de piedra y se detuvieron frente a la entrada principal.
Las gruesas paredes de piedra gris impresionaron a Nyssa. Aliviada, comprobó que hacía poco tiempo que se habían cambiado las ventanas: las construcciones de aquella época solían ser demasiado lúgubres y oscuras. El edificio era hermoso, pero saltaba a la vista que había estado descuidado durante muchos años. Había mucho que hacer y se preguntaba si Varían podía permitírselo. Anthony Wyndham había ofrecido una generosa dote a Varían pero había insistido en que Nyssa conservara la casa de Riveredge y una parte de su dinero.
– Nyssa parece tenerte cariño y no dudo de que tu amor por ella sea verdadero, pero prefiero que mi hija conserve algunas propiedades -había dicho el conde de Langford-. Nunca se sabe qué puede ocurrir. Además, ni Nyssa ni yo os escogimos como marido y yerno. Cuando nos conozcamos un poco mejor quizá cambie de opinión.
Varian se había sorprendido al conocer las reservas de su suegro pero no le había parecido prudente expresar sus pensamientos en voz alta. La idea de que su esposa conservara sus propiedades resultaba chocante para un hombre que esperaba recibir la dote de su esposa de la manera tradicional. Sin embargo, se ponía en el lugar de Anthony Wyndham y comprendía su decisión. Quizá él hubiera hecho lo mismo si la felicidad de su hija hubiera estado en juego.
– No soy un hombre rico -había reconocido a su suegro-, pero tampoco soy pobre como una rata. Por primera vez en mi vida voy a ocuparme de mis propiedades y la verdad es que no sé por dónde empezar.
– ¿Tenéis arrendatarios?
– Sí.
– Entonces lo primero que debéis hacer es aseguraros de que el administrador haya cobrado las rentas y averiguar dónde ha ido a parar todo ese dinero -le había aconsejado Anthony Wyndham-. Si no está en vuestras arcas, comprobad que haya sido invertido en la propiedad. Tendréis que visitar cada una de las granjas y fincas y ver si están bien cuidadas. Si no es así, deberéis decidir si expulsáis a sus habitantes o les dais la oportunidad de rectificar sus malos hábitos. Todo cuanto necesitáis es un poco de sentido común -había añadido-. Habéis vivido en la corte el tiempo suficiente para aprender a juzgar a las personas. Mis trabajadores crían caballos pero antes también criaban ovejas. Si podéis permitíroslo, intentad las dos cosas. Las ovejas son un negocio muy rentable a menos que una plaga acabe con el rebaño. Mi suegro se arruinó así, pero eso ocurrió hace muchos años y la verdad es que la lana se paga a muy buen precio.
Perplejo, Varian de Winter se rascó la cabeza.
– ¿De dónde creéis que salen el oro y la plata que gastáis a manos llenas? -había preguntado el conde de Langford tratando de contener la risa-. Habéis vivido tanto tiempo en la corte que lo habéis olvidado. Se nota que durante todo este tiempo habéis vivido de la generosidad de vuestro abuelo, pero imagino que el dinero necesario para mantener a su familia debía salir de algún sitio. Apuesto a que tiene deudas. Los hombres acostumbrados a la buena vida de la corte suelen tenerlas, pero nosotros no podemos permitirnos tantos lujos. Tenemos que pagar los impuestos, dotar a nuestras hijas, mantener a nuestros hijos y alimentar a nuestros empleados. El bueno de Enrique Tudor no podría mantener a los parásitos de su corte sin los elevados impuestos que pagamos.
– Esto va a ser más complicado de lo que imaginaba -se había lamentado Varian.
– Obedeced a vuestra intuición y confiad en Nyssa. Se ha criado en el campo y es una mujer muy juiciosa.
Varían recordó las palabras de su suegro mientras ayudaba a Nyssa a desmontar.
– Comparada con Riveredge, Winterhaven debe parecerte horrible y pasada de moda, ¿verdad? -se adelantó el conde de March a modo de disculpa. La casa no le había parecido nunca tan triste e inhóspita como ahora.
– Será divertido ponerla en condiciones -contestó Nyssa-. Mientras las ventanas cierren bien y las chimeneas funcionen, lo demás tiene fácil solución. Tenemos tiempo de sobra para hacer de esta casa un hogar acogedor -concluyó besándole en la mejilla.
Una pareja de ancianos habían salido a recibirles y sus rostros arrugados estaban iluminados por una amplia sonrisa de bienvenida.
– Bienvenidos a casa -dijeron a coro, felices de ver a sus señores.
– 'Nyssa, te presento al señor y a la señora Browning. Ésta es mi esposa, la condesa de March -añadió dirigiéndose a los criados-. Es la hija de los condes de Langford. ¿Dónde están el resto de los criados? -inquirió.
– Se han ido, señor -contestó Browning-. El señor Smale, el administrador, dice que mantener criados en una casa deshabitada es un gasto innecesario.
– Hace mucho frío -intervino Nyssa-. ¿Por qué no entramos y continuamos esta conversación junto al fuego?
Los Browning siguieron a su nueva señora dócilmente mientras Varían de Winter sonreía complacido al ver que los criados no dudaban en acatar las órdenes de Nyssa. El comedor principal de Winterhaven era una amplia estancia de forma rectangular con dos chimeneas en los extremos. La joven condesa de March se quitó el abrigo y se lo tendió a Browning.
– ¿Sois vos quien se ocupa de la cocina, señora Browning? -preguntó, consciente de sus obligaciones-. A partir de hoy se servirá el desayuno después de la misa de la mañana. A menos que tengamos invitados importantes, será una comida muy sencilla: cereales, huevos duros, pan, jamón, queso y frutas confitadas. El almuerzo se servirá a las dos en punto y una ligera cena, a las siete.
– Sí, señora -asintió la señora Browning-. Necesitaré ayuda en la cocina.
– Vos conocéis a las familias de los alrededores, así que seréis la encargada de elegir a vuestras ayudantas. Deberán ser muchachas trabajadoras y bien dispuestas. Escoged a tantas como necesitéis. Yo misma las entre vistaré una por una y les asignaré diferentes quehaceres. Las que no sepan cocinar realizarán los trabajos domésticos y se ocuparán de la ropa. Soy una mujer justa y bondadosa pero no estoy dispuesta a mantener sirvientes perezosos e inmorales. Y ahora, acompañad a mi doncella a sus habitaciones y ayudadla a instalarse
– concluyó.
– Sí, señora -dijo la señora Browning haciéndole una reverencia. Es muy joven para ser tan severa, pensó. Saltaba a la vista que venía de una buena familia. La anciana señora Browning había oído hablar de la hospitalidad de los habitantes de Riveredge. Sus criados eran la élite de la servidumbre de la comarca y era evidente que la joven señora estaba acostumbrada a lo mejor. ¡Ya era hora de que Winterhaven tuviera una señora como Dios manda! Habían tenido que pasar treinta años pero aquel parecía el principio de una nueva y próspera era.
Varían de Winter contempló a su esposa embelesado mientras ésta instruía a sus sirvientes con una mezcla de firmeza y dulzura. Cuando Nyssa hubo terminado de dar órdenes a la señora Browning, el conde de March se volvió hacia el viejo criado.
– Quiero ver al señor Smale inmediatamente
– dijo.
– Iré a buscarle-se ofreció. Ahora sabrás lo que es bueno, Arthur Smale, pensó. El administrador llevaba quince años ocupándose de Winterhaven y, aunque era un hombre honrado y trabajador, se le acusaba de conservador. Quizá ahora que el joven señor había regresado a casa decidiera efectuar algunos cambios… a menos que fuera a regresar a la corte tras el nacimiento de su hijo.
– ¿Habéis venido para quedaros, señor? -preguntó.
– Sí, Browning -contestó Varían esbozando una amplia sonrisa-. Puedes decírselo a todo el mundo. Quiero llenar esta casa de niños. ¿Qué te parece?
– ¡Una idea excelente, señor! Voy a buscar a Smale. Cada día suele regresar de los establos sobre esta hora. Durante los quince años que lleva ocupándose de estas tierras no ha llegado tarde ni un solo día. Es puntual como un reloj.
– Os traeré galletas y un poco de vino, señora -se ofreció la señora Browning saliendo tras su marido.
Nyssa paseó su escrutadora mirada por el amplio salón. El techo y el suelo de madera pedían a gritos ser pulidos de nuevo pero era consciente de que no podía encargar una tarea tan pesada a la anciana señora Browning. La mesa y las sillas también necesitaban desprenderse del polvo que habían acumulado durante años.
– ¿Dónde están los tapices?
– Mi madre bordó dos y los colgó en aquella pared, pero cuando mi padre murió los guardé en el desván. Sabía que tarde o temprano volvería y no deseaba que el sol y el polvo los echaran a perder.
– ¿Y quién te instruyó en el cuidado y la conservación de los tapices? -preguntó Nyssa.
– La duquesa Elizabeth, mi abuela adoptiva.
Durante las semanas siguientes Nyssa comprobó que la casa se encontraba en un estado lamentable y que iba a tener que trabajar muy duro si quería tenerla en condiciones antes del nacimiento de su hijo. Había dejado de sufrir mareos y se sentía llena de energía. Había decidido empezar por pedir prestados a su madre algunos de sus mejores sirvientes para que éstos instruyeran a los nuevos. La señora Browning era muy querida y respetada pero no tenía edad para ocuparse de una tarea tan pesada. Sin embargo, Nyssa no deseaba hacerle sentir incómoda y olvidada y le consultaba cada decisión que debía tomar. La nuera de la anciana pareja empezó a realizar las tareas que su suegra había de sempeñado años atrás y la señora Browning pasó a empuñar un cucharón de madera y a ocupar un sillón junto a la chimenea de la cocina, posición desde la que vigilaba a las cocineras.
El mobiliario se encontraba en buenas condiciones y las piezas más deterioradas no tardaron en recuperar el esplendor perdido. Se confeccionaron almohadones, colchas y colgaduras y se bajaron los tapices del desván. Nyssa encargó que trajeran alfombras de Londres.
– Sólo las residencias más pasadas de moda tienen esteras en lugar de alfombras -aseguró Nyssa-. Necesitamos alfombras.
– Pues yo vi muchas esteras en palacio -replicó Varían-. ¿Insinúas que el rey es un antiguo?
– ¡Desde luego que sí! Además, el dinero no te servirá de excusa. Fuiste tan comedido en tus días de soltero que tenemos de sobra. Uno de los deberes ineludibles de una esposa es despilfarrar el dinero de su marido.
El día de Santo Tomás llegó un paje trayendo un mensaje de palacio. Hacía mucho frío y el conde de March le invitó a pasar la noche en Winterhaven.
– Mañana os daré la respuesta al mensaje de su majestad -prometió.
El mensajero se retiró después de agradecer la hospitalidad de los condes de March. El joven había acudido a la corte en busca de fortuna, pero había tantos como él que hacía falta un milagro para hacerle destacar por encima de los demás. Sin embargo, él no perdía las esperanzas y se había afanado en cumplir al pie de la letra las órdenes de la reina Catherine: debía entregar el mensaje personalmente a los condes de March. Si la respuesta de éstos complacía a sus majestades, quizá él fuera recompensado.
– El rey nos espera en palacio el día de Reyes -comunicó Varían a Nyssa cuando estuvieron solos-. Me temo que no estás en condiciones de viajar -añadió acariciando el abultado vientre de su esposa y estremeciéndose al sentir a su hijo moverse en su interior-. ¿Sientes no poder ir?
Nyssa cambió de postura y trató de acomodarse en la enorme cama de madera de roble con colgaduras de terciopelo rojo que compartía con su esposo. Sentía el cuerpo hinchado como una sandía e incluso los vestidos de embarazada que su madre le había prestado le quedaban estrechos.
– ¿Cómo voy a presentarme en palacio con esta facha? -refunfuñó-. Parezco una vaca a punto de parir. Además, no me apetece volver allí. Apuesto a que para cuando nuestro hijo haya nacido, yo me haya recuperado del parto y haya terminado de criarle, el rey habrá echado a tu prima de su cama y la habrá sustituido por otra rosa inglesa.
– Eso será con el permiso de mi abuelo -bromeó Varían-. Recuerda que Thomas Howard es adicto al poder.
– Sin embargo, no pudo evitar que Ana Bolena perdiera la cabeza -replicó Nyssa volviendo a cambiar de postura-. No tuvo ningún reparo en sacrificar a su sobrina para salvar el pellejo. ¿Qué te hace pensar que esta vez será diferente?
– ¿Por qué estás tan irritable? -preguntó su marido-. ¿Es porque no podemos pasar las Navidades en Riveredge? Tu madre asegura que no estás en condiciones de viajar. He pedido a Smale que redacte una nota para el rey. En ella dice que no te sientes con fuerzas de emprender un viaje tan fatigoso. El bueno de nuestro administrador se ha llevado un gran disgusto; esperaba que regresáramos a palacio.
– Es un buen hombre pero ha estado haciendo su voluntad durante demasiado tiempo y creo que ha llegado la hora de pararle los pies -opinó Nyssa-. ¿Qué te parece si le sustituimos por su hijo la próxima primavera? Hemos hecho lo mismo con todos los criados demasiado mayores para desempeñar sus tareas.
– Es una buena idea -asintió Varian-. Empiezo a cansarme de tener que dar explicaciones a todo el mundo. Soy el dueño de Winterhaven y se hará lo que yo diga.
El mensajero partió al día siguiente llevando consigo la respuesta a la petición del rey metida en una valija de cuero para protegerla de las inclemencias del tiempo. Llegó a Hampton Court el día de Navidad y corrió a entregar el mensaje al rey.
– ¿Cómo que no pueden venir? -preguntó la reina Catherine torciendo la boca-. ¡Me prometiste que estarían aquí el día de Reyes? ¿Cómo se han atrevido a desobedecer tus órdenes?
– El conde de March nos pide disculpas y dice que su esposa está embarazada y no se encuentra en condiciones de emprender un viaje tan largo -explicó Enrique Tudor-. El bebé nacerá en primavera y está preocupado por lady Nyssa. ¡Ojalá tú y yo tuviéramos las mismas preocupaciones!
– ¡Pero yo quiero ver a Nyssa! -gimoteó Catherine obviando la indirecta-. ¡La echo de menos!
– ¿No'te he dado todo cuanto me has pedido? -replicó Enrique Tudor haciendo ademán de abrazarla-. ¿No he satisfecho cada uno de tus caprichos? ¿Qué más quieres?
– ¡Quiero ver a Nyssa! -repitió la testaruda joven apartándose-. ¡Es mi mejor amiga! ¿De qué me sirve tener todo cuanto deseo si no puedo compartirlo con ella?
El rey hacía grandes esfuerzos por comprender a su esposa pero no siempre lo conseguía. Catherine era la reina de Inglaterra y tenía todo cuanto una muchacha de su edad podía desear. ¿Por qué no estaba nunca satisfecha?
– Quiero que venga en cuanto nazca el bebé -insistió Catherine-. ¡La necesito a mi lado!
– No seas caprichosa, Catherine -trató de persuadirla el monarca-. Tendrán que pasar varios meses antes de que pueda viajar. Tardará varias semanas en recuperarse del parto y supongo que, como toda mujer del campo, querrá criar a su bebé durante dos o tres años. Para entonces, lo más probable es que vuelva a estar embarazada. Es muy posible que pasen unos cuantos años antes de que vuelvas a ver a tu amiga -concluyó-. Pero no te preocupes, querida: nosotros también tendremos hijos y estarás tan ocupada cuidando de ellos que te olvidarás de Nyssa.
– Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma -dijo Catherine ignorando las sensatas palabras del rey-. ¿No habías dicho que íbamos a ir de viaje el próximo verano? ¡Podríamos aprovechar para acercarnos a Winterhaven!
– Para entonces, espero que tú también estés embarazada y tampoco te encuentres en condiciones de viajar -replicó Enrique Tudor armándose de paciencia.
¡Niños, niños!, se dijo la reina, irritada. ¿Acaso los hombres no piensan en otra cosa? Thomas Howard no dejaba de importunarla preguntándole una y otra vez si esperaba un bebé y Enrique no hablaba de otra cosa, incluso en los momentos más íntimos en los que gruñía y sudaba junto a ella. ¡Ella quería aprovechar su juventud y disfrutar de la vida! Ya tendría tiempo de ocuparse de sus hijos cuando fuera mayor.
El rey sentó a Catherine en su regazo y empezó a acariciarle los pechos. Había descubierto que su esposa poseía un apetito sexual casi insaciable y que aquélla era la mejor forma de contentarla cuando estaba de mal humor.
– Está bien -accedió-. Iremos a visitar a Nyssa el próximo verano. Hay buena caza en los alrededores de Winterhaven y conozco a varios nobles que estarán encantados de recibir nuestra visita. ¿Estás contenta? -preguntó mientras buscaba la boca de la joven con insistencia. Los condes de March se habían casado tres meses antes que ellos y estaba seguro de que Catherine y él no tardarían en engendrar un hijo. Se sentía feliz como un chiquillo con zapatos nuevos.
El día de Navidad Nyssa se levantó de mal humor. Aunque lucía un sol radiante, hacía mucho frío. Tillie acudió a ayudarla a vestirse y lo hizo sin dejar de hablar animadamente. Todo el mundo estaba contento pero ella se sentía la mujer más desgraciada del mundo. Había pasado las Navidades anteriores encerrada en palacio esperando la llegada de lady Ana pero había valido la pena perderse las celebraciones familiares. En aquellos momentos las novedades de la corte le habían parecido más emocionantes que las celebraciones tradicionales.
Ahora era una mujer casada, estaba embarazada y vivía en una enorme casa medio deshabitada. Habría dado cualquier cosa por volver a ser Nyssa Wyndham y poder regresar a su casa. El bebé le propinó una patada y se movió en su vientre recordándole que aquellos días nunca volverían. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
– ¿Por qué estáis triste, señora?
Nyssa negó con la cabeza y se enjugó las lágrimas. Tillie era una mujer joven y libre y no podía entenderla.
– ¡Mira este vestido! -se lamentó-. Todos los que me prestó mamá me quedan estrechos.
– Habéis engordado muchísimo -admitió Tillie-. Mi madre también engordó mucho y, ante mi sorpresa, el bebé que nació era pequeño como un gatito. Mientras nazca fuerte y sano, todo saldrá bien.
– No deja de moverse -gimió Nyssa-. Apuesto a que será titiritero. No me ha dejado dormir en toda la noche.
– Sólo faltan unas semanas -trató de consolarla Tillie-. La primavera está a la vuelta de la esquina.
– ¡Pero si estamos en Navidad! Faltan meses para la primavera.
Tillie hizo todo lo posible por animar a su señora mientras le cepillaba el cabello y se lo recogía en una larga trenza que ató con un lazo rojo, pero no lo consiguió. Escogió un vestido de terciopelo color verde oscuro y se lo abrochó con dificultad. El contorno de su pecho había aumentado de tal manera que parecía a punto de salírsele por el escote.
Nyssa contempló su abultado vientre y estalló en carcajadas.
– Parezco una vaca -rió divertida.
– Una vaca muy bien vestida, desde luego -añadió Tillie uniéndose a sus risas. Su señora estaba de un humor de lo más extraño: tan pronto reía como lloraba.
Cuando estuvo vestida, Nyssa se reunió con su marido en la capilla. Estaban solos y las lágrimas volvieron a acudir a sus ojos. Se preguntaba para qué se había molestado en adornar el comedor con hojas de acebo y velas. Aquéllas iban a ser las Navidades más tristes de su vida. Cuando la misa hubo terminado, Varian de Winter la tomó de la mano.
– Vamos a desayunar -propuso-. La nuera de la señora Browning me ha dicho que las cocineras han preparado un auténtico festín. Feliz Navidad -añadió besándola en la mejilla.
– No tengo apetito -correspondió Nyssa con voz débil-. Prefiero acostarme un rato. Esta noche apenas he descansado.
– De eso nada -replicó el conde-. No puedes hacer un feo así a nuestros criados. Han trabajado muy duro para tener todo listo y a tu gusto. A mí también también me habría gustado pasar estas fechas tan señaladas en Riveredge, pero ¿es ésa razón suficiente para que nos amargues las Navidades a los demás?
Nyssa miró a su marido sorprendida. Nunca le había hablado con tanta dureza. Pero él era un hombre y no entendía sus sentimientos. Además, Varian era hijo único y no tenía ni idea de lo que era una celebración familiar. Sin darle tiempo a protestar, Varian la tomó de la mano y la arrastró hacia el comedor. Olía a pino y a laurel y un extraño rumor llegaba a sus oídos. Cuando entró en la habitación una amplia sonrisa iluminó su rostro.
– ¡Feliz Navidad! -exclamó toda su familia a coro.
– ¡Soy tan feliz! -sollozó la joven, que no daba crédito a sus ojos-. ¡Habéis venido todos! Feliz Navidad, mamá. Feliz Navidad, papá y Philip. ¡Giles, tú también estás aquí! Dadme un beso, Richard, Eduardo y Enrique. ¡Cuánto han crecido las gemelas! ¡Gracias, Varian, muchas gracias! -gimió apoyando la cabeza en el pecho de su esposo y estallando en sollozos. ¡Su marido era un hombre tan bueno! Se arrepentía de haber creído los ofensivos rumores que la envidiosa Adela Marlowe había extendido por palacio. Un hombre tan tierno y bondadoso con su esposa no podía ser tan malvado como algunos pretendían hacer creer.
– Es igualita que su madre -dijo Anthony Wynd-ham-. Las mujeres de esta familia lloran por cualquier tontería. No te preocupes, Varian; llorará durante un buen rato pero está loca de alegría.
– Mi padre tiene razón -hipó Nyssa mientras se enjugaba las lágrimas y se sonaba ruidosamente-. Es el día más feliz de mi vida.
– ¡Nyssa, has engordado muchísimo! -advirtió BJaze-. ¿Estás segura de que no sales de cuentas hasta finales de marzo? Quizá me equivoqué al hacer los cálculos. Después de todo, os casasteis a finales de abril y a veces el período no se interrumpe desde el principio. Me parece que no voy a regresar a Riveredge -añadió-. Si la intuición no me falla, este niño está a punto de nacer. Si estallara una tormenta y no consiguiera llegar a tiempo, no me lo perdonaría nunca. Enrique y las niñas se quedarán aquí conmigo. ¿Te importa, Varían?
– Desde luego que no -respondió su yerno-. Sed bienvenida en mi casa, señora. Me temo que no sería de mucha ayuda para una parturienta y os agradezco de corazón que hayáis decidido quedaros.
– No diréis lo mismo cuando hayáis disfrutado de la compañía de estos diablillos durante unos días -bromeó Blaze haciéndole un guiño mientras seguía con la mirada las evoluciones de las gemelas, que perseguían a uno de los perros de Varían.
La mesa del comedor ofrecía un aspecto inmejorable. Saltaba a la vista que las cocineras habían trabajado día y noche para cocer un jamón entero y preparar enormes bandejas de huevos con salsa de nata y vino de Marsala espolvoreados con canela. Se sirvieron copos de cereales con manzanas y peras y una enorme trucha cocinada con vino blanco, limón y eneldo hizo las delicias de los hombres. Completaban el festín una bandeja de manzanas asadas con miel caliente, uvas y nueces servidas con nata fresca, queso, hogazas de pan y mantequilla recién hecha, todo ello regado con vino tinto y cerveza. La noche cayó muy pronto y sorprendió a toda la familia reunida alrededor de la mesa.
– ¿Cómo habéis venido? -preguntó Nyssa a sus padres-. ¿Cuándo habéis llegado?
– Hemos cruzado el río en la barca de Rumford a primera hora de la mañana -contestó Anthony Wyndham-. Aunque todavía no había amanecido, el cielo estaba despejado y había luna llena, así que no hemos tardado en encontrar el camino.
– Hemos llegado cuando estabais en la iglesia -añadió Blaze-. Justo a tiempo.
Nyssa no recordaba un día de Navidad más feliz. Después de haber estado separada de ellos durante un tiempo, volvía a tener a su lado a sus seres más queridos: sus padres, sus hermanos… y su marido. Varían seguía jurando que la amaba y así lo demostraba en cada uno de sus actos. En cambio, ella sólo sentía un profundo afecto por él.
Celebró su dieciocho cumpleaños con su familia, que había decidido prolongar su visita hasta el día de Reyes, y junto a los abuelos Morgan y otros tíos y primos que también se sumaron a las celebraciones. Cuando todos se marcharon y sólo quedaron Varían, su madre y sus hermanos pequeños, Nyssa suspiró aliviada.
Febrero sorprendió a Varían enfrascado en el cuidado de sus rebaños de ovejas, amenazados por el mal tiempo. El abuelo Morgan solía visitarles con frecuencia para ayudar al marido de su nieta mayor en sus quehaceres.
No habían tenido noticias de Enrique Tudor y Ca-therine desde el día que habían recibido el mensaje en el que el rey les comunicaba que él y su joven esposa se disponían a celebrar las Navidades en Hampton Court y que esperaban su visita.
El embarazo de Nyssa siguió su curso natural pero, a medida que transcurrían los días, la joven se volvía más irritable: no estaba cómoda ni de pie, ni sentada, ni tumbada. Finalmente, el día uno de marzo se puso de parto.
– ¡No puede ser! -exclamó sorprendida-. Todavía falta un mes.
– ¿Cómo que no puede ser? -replicó su madre-. Pareces un globo a punto de estallar.
– ¡Me duele! -gimió.
Blaze ignoró las quejas de su hija y ordenó que la mesa de dar a luz fuera llevada al dormitorio de su hija y colocada junto a la chimenea encendida, que se hirviera abundante agua y que le trajeran toallas limpias. Tillie preparó la cuna y la ropa del bebé y corrió a avisar a la niñera.
Fuera, las gotas de agua formaban cristales de hielo en la ventana y el viento soplaba con fuerza. Blaze obligó a Nyssa a caminar hasta que ésta rompió aguas. Entonces ayudó a su hija a acostarse.
Mientras tanto, Varían de Winter esperaba impaciente en el comedor. Su suegro se había acomodado junto a la chimenea y saboreaba una copa de vino mientras charlaba con su hijo Enrique, que jugaba con un cachorrillo.
– Var, ¿puedo quedármelo? -preguntó con su lengua de trapo. El pequeño estaba a punto de cumplir cuatro años y sus ojos color azul violeta recordaban a Varían a los de Nyssa. Su ingenua sonrisa mostraba sus dientecillos blancos de bebé.
– Claro, Hal -contestó-. ¿Cómo le vas a llamar?
– Cachorro -respondió el pequeño sin dudarlo un momento. Los hombres se echaron a reír de buena gana.
Blaze comprobó asombrada que Nyssa estaba dando a luz con gran facilidad. Ella había tardado más de un día en tenerla, pero no parecía que el sufrimiento de la joven fuera a prolongarse durante demasiado tiempo. Se agachó para mirar entre las piernas de su hija y descubrió que la cabeza del bebé estaba casi fuera.
– Cuando venga el próximo dolor, quiero que empujes con todas tus fuerzas. Enseguida terminaremos.
La condesa de March aspiró e hizo lo que su madre le decía mientras el agudo dolor le hacía gritar.
– ¡Ya sale, mamá!
– ¡Empuja otra vez!
Nyssa obedeció y segundos después el llanto de un niño rompió el silencio de la habitación. Blaze tomó al bebé y se lo entregó a su madre.
– Felicidades, Nyssa, es un niño -dijo mientras tomaba un cuchillo y cortaba el cordón.
– ¡Mamá, vuelvo a tener dolores! -gimió Nyssa.
– Es la placenta.
– ¡No lo creo! ¡Me duele igual que un momento antes de que naciera Edmund!
Blaze abrió unos ojos como platos y sonrió ampliamente.
– ¡Heartha, coge a lord Edmund y ocúpate de él! -ordenó a su doncella-. Tillie, no te muevas de mi lado; tu señora va a tener otro niño. ¡Son mellizos! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Por eso habías engordado tanto y se ha adelantado el parto. Los mellizos siempre llegan antes.
Minutos después, Nyssa había dado a luz a su segundo hijo.
– ¿Qué es? -preguntó ansiosamente-. Si es un niño tened cuidado de no confundirle con Edmund; él ha nacido primero y es el heredero.
– Tranquilízate, es una niña -contestó su madre-. ¡Enrique Tudor se morirá de envidia cuando se entere de que has dado dos hijos a Varían!
– Quiero verla -pidió Nyssa. Blaze le tendió a la pequeña y la acomodó sobre su pecho. La niña tenía los ojos abiertos y buscaba los de su madre mientras emitía suaves gemidos.
– ¿Cómo la vas a llamar?
– No esperaba una niña -contestó Nyssa-. Si a Varían le parece bien, se llamará Sabrina, lady Sabrina María de Winter.
– Es un nombre precioso -asintió Blaze-. Ahora será mejor que lavemos a lady Sabrina y la vistamos antes de presentarla a su padre.
Las doncellas lavaron a los bebés, los perfumaron con aceite y los vistieron. Heartha tomó en sus brazos al heredero de Winterhaven y Tillie hizo lo mismo con su hermana.
– Id a presentárselos a su padre y a su abuelo mientras yo me ocupo de su madre -ordenó Blaze.
Las doncellas se dirigieron al comedor, donde Varían de Winter y Anthony Wyndham esperaban.
– ¡Enhorabuena, señor! -dijo Heartha-. Tenéis un hijo.
Varían de Winter se puso en pie de un salto y corrió hacia ella.
– Y una hija -añadió Tillie.
– ¿Un hijo y una hija? -inquirió, desconcertado.
– Viene de familia -intervino Anthony Wyndham apoyando una mano en el hombro de su yerno-. Lady Morgan tuvo cuatro pares de mellizos: dos niñas, dos niños, y un niño y una niña como éstos. ¿Cuál es el niño?
– Éste, señor -contestó Heartha-. La señora Nyssa dice que su nombre es Edmund Anthony de Winter.
– Edmund Anthony… -murmuró el conde de Langford, emocionado-. ¿Estáis de acuerdo, señor?
Varían asintió sin apartar la mirada de la diminuta criatura tan parecida a él que Heartha sostenía en sus brazos.
– Sí -contestó-. Yo le engendré pero su madre asegura que no tengo derecho a escoger su nombre. ¿Y cómo se llama la niña? -preguntó a Tillie.
– Lady Sabrina María de Winter.
– ¿Cómo se encuentra lady Nyssa?
– La señora está perfectamente. Lady Wyndham dice que ha sido un parto muy rápido y sencillo.
Minutos después Varían de Winter fue a ver a su esposa, a quien Blaze había bañado y había puesto un camisón limpio.
– ¿Les has visto, Varían? -preguntó-. ¿No te parecen las criaturas más perfectas del mundo?
– La pobre Sabrina es calva -bromeó-, pero es la niña más bonita que he visto en mi vida -se apresuró a añadir cuando Nyssa le dirigió una mirada furiosa.
– ¿Y qué me dices de Edmund? Te he dado un heredero. ¿Estás contento? ¿Qué me vas a regalar? Cuando nací, mi padre regaló a mi madre una casa y eso que yo sólo era una y además, niña. ¿Qué recibiré por dos bebés, uno de ellos un niño?
– ¡Nyssa! -la reprendió Blaze-. ¡No seas atrevida!
– Aquí está tu regalo -dijo Varían sacando de su bolsillo una cadena de oro y un enorme brillante en forma de pera-. Como no esperaba dos bebés, no tengo nada más -se disculpó-. ¿Qué quieres por haberme dado también una niña?
– Un rebaño de ovejas -se apresuró a contestar Nyssa-. Invertiremos el dinero de la venta de la lana y, cuando llegue el momento de casarla, ese dinero servirá como dote.
– Los corderos que nazcan esta primavera serán tuyos -prometió Varían. ¡Qué buena idea había tenido Nyssa! Seguramente tendrían más hijas y las hijas necesitaban generosas dotes para encontrar buenos maridos. Cuando el rey muriera, la familia Howard perdería toda su importancia e influencia en la corte y entonces sólo el oro contaría. El oro es siempre oro.
Heartha y Tillie entregaron los bebés a Nyssa, quien les contempló arrobada. Todavía no podía creer que fueran suyos.
– ¿Cómo me las voy a arreglar para cuidar a los dos a la vez? -preguntó a su madre.
– Cuando beses a uno, besa también al otro o se sentirá rechazado -aconsejó Blaze-. Los mellizos dan el doble de trabajo que un bebé solo. Necesitarás la ayuda de una nodriza.
– ¡No quiero ninguna nodriza! -protestó Nys-sa-. ¡Acabo de tenerles y les quiero para mí sola!
– Los bebés necesitan alimentarse bien -trató de convencerla su madre-. Mira cuánto han crecido Ana y Jennie en un año. Que una nodriza me haya ayudado no significa que descuide a una de ellas. Cuando piden comida, Clara coge a una y yo a la otra. A veces es Jennie y a veces es Ana, pero ellas no se dan cuenta. Mientras tengan el estómago lleno, lo demás no les importa.
– Haz caso a tu madre, querida; sabe de qué está hablando -intervino Varian acomodando a su hijo en los brazos de Nyssa y tomando a la niña-. Gracias por haberme dado unos hijos tan hermosos. Les bautizaremos mañana por la mañana. ¿Te parece bien que Anthony sea el padrino de los dos?
– ¿Podríamos esperar unos días? -replicó Nyssa-. Así toda mi familia podría asistir a la celebración. Me parece bien que mi padre sea el padrino de Anthony, pero quiero que el de Sabrina sea Philip.
– ¿Y las madrinas?
– ¿Qué te parecen las tías Bliss y Blythe?
– Está bien -accedió-. Tendremos que dar la noticia al rey.
– Cuanto antes lo hagamos, mejor -asintió Nyssa-. A ver si así Cat entiende de una vez que estamos demasiado ocupados para ir a palacio a entretenerla.
Días después, el rey recibía en el palacio de White-hall a un mensajero enviado por los condes de March.
– «El día uno de marzo del año de nuestro señor 1541 lady Nyssa Catherine de Winter dio a luz a dos bebés, un niño y una niña -leyó-. El heredero de Winterhaven fue bautizado con el nombre de Edmund Anthony y a la niña se la ha llamado Sabrina María. Tanto la madre como los bebés se encuentran perfectamente y los condes reiteran su lealtad para con vos. ¡Dios salve a su majestad el rey Enrique, y a su esposa la reina Catherine!»
El rey despidió al mensajero y se dejó caer en un sillón.
– Gemelos… -murmuró-. ¡Qué no daría yo por un solo hijo! Debemos volver a intentarlo, Catherine -añadió mirándola con ojos tiernos-. Tu primo y su esposa ya nos ganan dos a cero y eso no puede ser, pequeña.
– ¿Iremos a visitarles este verano? -preguntó Cat ignorando las palabras de su marido-. ¿Por qué no les propones que vengan de viaje con nosotros? Nyssa puede dejar a los niños al cuidado de una nodriza y regresar a palacio. ¡Tengo tantas ganas de verla! Quizá para entonces yo también esté embarazada -añadió con voz melosa-. ¿Quién mejor que Nyssa para explicarme todo cuanto debo saber sobre el embarazo y el cuidado de los niños?
– Está bien -accedió Enrique Tudor sentándola en su regazo-. ¿Es eso lo que quieres? Sabes que tus deseos son órdenes para mí.
– Eso es exactamente lo que deseo -aseguró Catherine besándole y acariciándole los labios con la punta de la lengua-. ¿Os gusta, señor?
Enrique Tudor le abrió el corpino y le acarició los pechos con una mano mientras deslizaba la otra bajo su falda.
– ¿Os gusta, señora?
La reina desabrochó los pantalones a su marido, se sentó en su regazo con las piernas abiertas y le mordió el lóbulo de la oreja mientras se movía sobre él.
– ¿Os gusta, señor?
– Voy a marcarte, pequeña -masculló el rey mientras le hincaba las uñas en las nalgas.
– ¡Sí! -gritó Catherine moviéndose cada vez más deprisa-. ¡Hazlo, Enrique Tudor! Ahhh… -gimió cuando el monarca se vació en su interior-. Enrique…
Por favor, Dios mío, dame otro hijo, rezó el rey mientras abrazaba con fuerza a su joven esposa. Habría dado todo cuanto tenía por un hijo de aquella encantadora muchacha que tanto alegraba sus días. ¡Se sentía un hombre tan afortunado! Sólo faltaba un hijo para culminar tanta felicidad.
– No olvides que me lo has prometido -dijo Catherine introduciéndole la punta de la lengua en la oreja-. Ordenarás a los condes de March que nos acompañen en nuestro viaje, ¿verdad?
– Lo haré, lo haré -contestó el rey buscando su boca con insistencia. ¡Aquella descarada de rizos castaños le había quitado veinte años de encima!