SEGUNDA PARTE: Imperium

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¿Siguen ahí?

Una pequeña nota acerca del texto dirigida a quien pueda interesar (vamos, sean un poco pacientes conmigo).

Aquellos de ustedes que tengan la desgracia de no estar leyendo o escuchando esto en marain quizá utilicen un lenguaje carente del número o tipo de pronombres personales necesarios, por lo que será mejor que dé algunas explicaciones sobre este aspecto de la traducción.

Como sabe cualquier escolar el marain el lenguaje quintaesencialmente maravilloso de la Cultura (eso es lo que les dirá la Cultura) posee un pronombre personal que abarca a los varones, las hembras, los sexos intermedios, neutros, infantes, unidades, Mentes, otras máquinas conscientes y a todas las formas de vida que se las hayan arreglado para exhibir cualquier cosa remotamente parecida a un sistema nervioso y los rudimentos del lenguaje (o una buena excusa para no tener ninguna de las dos cosas). Naturalmente, hay ciertas formas de especificar el sexo de una persona en marain, pero no se utilizan en las conversaciones cotidianas. En el lenguaje-como-arma-moral-orgulloso-de-serlo arquetípico el mensaje es que sólo hay una cosa importante, chavales, y es el cerebro; las glándulas sexuales casi nunca merecen que nos tomemos la molestia de hacer una distinción.

Por lo tanto en los pasajes que siguen Gurgeh se conforma con pensar en los azadianos igual que pensaría en cualquier (ver lista un poco más arriba)… Pero ¿y vosotros, oh desafortunados, posiblemente brutales, probablemente efímeros e indudablemente mucho menos dotados ciudadanos de alguna sociedad que no pertenece a la Cultura, y me refiero especialmente a quienes han sido injustamente tratados por la providencia en cuanto al número de sexos (y os advierto que los azadianos usarían términos bastante más fuertes)?

¿Cómo nos referiremos al triunvirato de sexos azadianos si no queremos utilizar vocablos alienígenas de aspecto chocante o frases-no-palabras tan rechinantes como incómodas?

Calma, calma. He escogido utilizar los pronombres naturales y obvios para designar al macho y a la hembra, y he optado por referirme a los intermedios o ápices con el término pronominal que mejor indique el puesto que ocupan dentro de su sociedad, y siempre en relación al equilibrio de poder sexual existente en la vuestra. En otras palabras, la traducción exacta depende de si vuestra civilización (voy a permitirme la posibilidad de errar en aras de la generosidad terminológica) está dominada por los machos o por las hembras.

(Naturalmente, quienes puedan afirmar sin faltar a la veracidad que su civilización no está dominada por ninguno de los dos sexos tendrán su propio término adecuado.)

Bueno, creo que ya hemos hablado bastante del asunto.

Veamos… Hemos sacado a Gurgeh de la Placa Gevant en el Orbital de Chiark y le hemos hecho subir de forma más bien apresurada a una nave militar a la que se ha despojado de su armamento y que se dirige hacia una cita con el Vehículo General de Sistemas Bribonzuelo, el cual viaja en dirección a las Nubes.

Puntos A Meditar:

¿Comprende Gurgeh lo que ha hecho y lo que puede ocurrirle? ¿Ha empezado a sospechar que quizá se le haya engañado? ¿Y sabe en qué jaleo se ha metido?

¡Por supuesto que no!

¡Y eso hace que todo resulte mucho más divertido!

12

Gurgeh había viajado en muchos cruceros durante su existencia y en el más largo de ellos, hacía ya unos treinta años, había llegado a alejarse varios miles de años luz de Chiark, pero pocas horas después de haber subido a la Factor limitativo ya estaba empezando a sentir el abismo de años luz que la nave iba interponiendo entre él y su hogar de una forma tan molesta como palpable y que no había previsto…, y la nave seguía acelerando. Gurgeh estuvo un rato sentado delante de la pantalla que mostraba a la estrella de Chiark brillando con un resplandor entre blanco y amarillo que iba disminuyendo de intensidad a cada momento que pasaba, pero su sensación de estar muy lejos de ese astro era todavía más fuerte de la que habría podido esperarse iba a producir lo visto en la pantalla.

Antes nunca había captado la falsedad de aquellas representaciones, pero estar sentado en la algo anticuada zona de espera y relaciones sociales con los ojos clavados en la pantalla rectangular de la pared hizo que no pudiera evitar la sensación de que se había convertido en un actor o una pieza minúscula de los circuitos de la nave. Gurgeh empezó a tener la sensación de que formaba parte de la imagen del Espacio Real que flotaba ante sus ojos, y de que era tan falso como ella.

Quizá fuera por el silencio. No sabía por qué, pero había esperado ruidos. La Factor limitativo estaba abriéndose paso a través de algo llamado el ultraespacio con una aceleración cada vez mayor; la velocidad de la nave se aproximaba a su límite máximo con una rapidez que aturdió el cerebro de Gurgeh apenas la vio expuesta en forma de números sobre la pantalla mural. Ni tan siquiera sabía qué era el ultraespacio. ¿Sería lo mismo que el hiperespacio? Intentó consolarse pensando que por lo menos había oído hablar del hiperespacio, aunque sabía muy poco sobre ese… lo que fuera. La terrible velocidad a que se desplazaba no impedía que la nave estuviera sumida en un silencio casi absoluto, y Gurgeh empezó a experimentar una sensación tan extraña como enervante, como si la vieja nave de guerra que había pasado todos aquellos siglos protegida de los estragos del tiempo aún no se hubiera despertado del todo y los acontecimientos que tenían lugar dentro de su esbelto casco siguieran rigiéndose por un tiempo distinto y más lento compuesto a partes iguales de sueños y realidad.

La nave no parecía tener muchas ganas de iniciar una conversación con él. En circunstancias normales eso no habría molestado a Gurgeh, pero ahora se convirtió en otro factor que aumentaba su sensación de incomodidad. Salió de su camarote y fue a dar un paseo por el angosto corredor de cien metros de longitud que llevaba hasta la parte central de la nave. El corredor de paredes desnudas apenas si tenía un metro de anchura y el techo estaba tan bajo que Gurgeh podía tocarlo sin necesidad de estirarse. Gurgeh creyó oír un leve zumbido que parecía venir de cuanto le rodeaba. Llegó al final del corredor y se metió por otro cuyo suelo parecía inclinarse en un ángulo de por lo menos treinta grados, pero que se niveló apenas puso los pies en él (causándole un fugaz momento de mareo). El corredor terminaba en la protuberancia de un efector que el astillero había utilizado para instalar uno de los tableros de juego principales.

El tablero se extendía ante él con un torbellino de formas geométricas y colores cambiantes. Era un auténtico paisaje que ocupaba más de quinientos metros cuadrados, con las hileras de pirámides de niveles amontonados formando un territorio tridimensional que aumentaba todavía más aquella extensión. Gurgeh fue hacia el inmenso tablero y se preguntó si no habría aceptado enfrentarse con un hueso demasiado duro de roer.

Recorrió la vieja protuberancia del efector con la mirada. El tablero ocupaba algo más de la mitad del suelo y reposaba sobre las planchas de metalispuma instaladas por el astillero. La mitad del volumen espacial se encontraba bajo los pies de Gurgeh. Una sección transversal del espacio destinado al efector habría tenido forma más o menos circular, y las planchas y el tablero describían un diámetro a través de ese círculo para acabar confundiéndose con el casco de la nave que se extendía más allá de la protuberancia. El techo de un gris metalizado se curvaba suavemente sobre su cabeza a unos doce metros de distancia.

Gurgeh fue hacia una escotilla y se adentró en el cuenco tenuemente iluminado que había debajo del suelo de metalispuma. Aquel espacio saturado de ecos estaba aún más vacío que el de arriba. La eliminación del armamento había sido llevada a cabo sin dejar rastro de los sistemas, y sólo había unas cuantas compuertas y algunos agujeros poco profundos esparcidos por la superficie del cuenco. Gurgeh se acordó de Mawhrin-Skel y se preguntó qué habría sentido la Factor limitativo cuando le arrancaron las garras.

Jernau Gurgeh.

Gurgeh se volvió al oír su nombre y vio un cubo consistente en una estructura casi esquelética de componentes que venía flotando hacia él.

Hemos alcanzado nuestro Punto de Agregación Terminal y estamos viajando a una velocidad aproximada de ocho coma cinco kiloluces en el ultraespacio uno positivo.

¿De veras? preguntó Gurgeh.

Contempló el cubo de medio metro de arista y se preguntó qué piezas serían sus ojos.

dijo la unidad controlada a distancia. Llegaremos a nuestra cita con el VGS Bribonzuelo aproximadamente dentro de ciento dos días a contar desde este momento. Estamos recibiendo instrucciones del Bribonzuelo sobre cómo se juega al Azad y la nave me ha ordenado que le diga que pronto estará en condiciones de empezar a jugar. ¿Cuándo desea empezar?

Bueno… Preferiría esperar un poco dijo Gurgeh. Manipuló los controles de la escotilla y el campo le hizo subir lentamente hasta llegar a la zona iluminada. La unidad le siguió. Antes quiero instalarme. Necesito hacer un poco más de trabajo teórico antes de empezar a jugar.

Muy bien. La unidad empezó a alejarse, pero se detuvo. La nave desea advertirle de que sus procedimientos habituales incluyen la vigilancia interna y continua de todo el volumen contenido dentro del casco, lo cual hace que su terminal resulte innecesaria. ¿Le parece satisfactorio o preferiría que los sistemas de observación internos fueran desactivados y utilizar su terminal para ponerse en contacto con la nave?

Prefiero la terminal se apresuró a decir Gurgeh.

La vigilancia interna ha quedado reducida a la detección de emergencias.

Gracias dijo Gurgeh.

No hay de qué dijo la unidad.

Gurgeh la vio desaparecer por el pasillo, giró sobre sí mismo para contemplar la inmensidad del tablero y volvió a menear la cabeza.

Durante los treinta días siguientes Gurgeh no tocó ni una sola pieza del juego. Se concentró en el aprendizaje de la teoría del Azad, estudió su historia siempre que ello podía ayudarle a comprender mejor el juego, se aprendió de memoria los movimientos de que era capaz cada pieza así como sus valores, utilidad, potencial, categoría moral tanto real como potencial, las distintas intersecciones de sus curvas tiempo/poder y sus distintas capacidades armónicas en relación a las distintas zonas del tablero; repasó tablas y rejillas que exponían las cualidades inherentes a las combinaciones, números, niveles y posibilidades de las cartas utilizadas en el juego y trató de comprender qué posición ocupaban los tableros secundarios en el conjunto del juego, y cómo la imaginería elemental de las últimas etapas encajaba con el funcionamiento mucho más mecanicista de las piezas, tableros y dados empleados en las rondas iniciales mientras torturaba su mente intentando encontrar alguna conexión entre las tácticas y la estrategia del juego tal y como solía jugarse normalmente; tanto en la versión singular donde una persona se enfrentaba a otra como en las versiones múltiples en las que podían tomar parte hasta diez personas, con todo el potencial de alianzas, intrigas, acciones concertadas, pactos y traiciones que posibilitaba tal variante del juego.

Gurgeh descubrió que los días se le escurrían de entre los dedos casi sin que se diera cuenta. Se acostumbró a dormir dos o tres horas y a pasar el resto del tiempo delante de la pantalla o inmóvil en el centro de uno de los tableros principales mientras la nave hablaba con él, trazaba diagramas holográficos en el aire y movía piezas a su alrededor. Sus glándulas no paraban de producir drogas, su sistema circulatorio estaba saturado de las sustancias que excretaban y su cerebro se cocía en el guiso producido por su química corporal manipulada genéticamente mientras su agobiada glándula principal cinco veces más grande de lo que había sido en sus antepasados primitivos bombeaba sus productos o daba instrucciones a otras glándulas para que bombearan las sustancias químicas que necesitaba.

Chamlis le envió un par de mensajes repletos de cotilleos sobre lo que estaba ocurriendo en la Placa. Mawhrin-Skel había desaparecido; Hafflis decía que estaba empezando a pensar en cambiar de sexo para poder tener otro hijo; el Cubo y los paisajistas de la Placa habían fijado la fecha para la inaguración de Tefarne, la Placa de construcción más reciente que aún no había recibido los últimos toques cuando Gurgeh se marchó de Chiark. La Placa quedaría abierta al público dentro de un par de años. Chamlis sospechaba que Yay se enfadaría porque no la habían consultado antes de anunciar la inauguración. Chamlis esperaba que todo fuese bien y le preguntaba qué tal estaba.

La comunicación de Yay apenas llegaba a la categoría de postal con imagen en movimiento. Estaba acostada en una red gravitatoria delante de una inmensa pantalla o una portilla de observación colosal que mostraba un gigante gaseoso rojo y azul, y le decía que estaba disfrutando mucho del crucero con Shuro y un par de amigos suyos. Yay le amenazó con un dedo, dijo que estaba muy enfadada con él por haberse marchado de aquella forma para pasar tanto tiempo lejos sin esperar a que volviera…, y entonces pareció ver a alguien que se encontraba fuera del campo de la terminal y se despidió diciendo que ya le enviaría otra comunicación cuando tuviera tiempo.

Gurgeh le dijo a la Factor limitativo que acusara recibo de las comunicaciones pero que no contestara directamente a ellas. Las llamadas siempre hacían que se sintiera un poco solo y triste, pero le bastaba con volver a sumergirse en el juego para que todo lo demás quedara borrado de su mente.

Se acostumbró a hablar con la nave. La Factor limitativo era bastante más afable y comunicativa de lo que había supuesto a juzgar por el comportamiento de la unidad controlada a distancia. Tal y como le había dicho Worthil la nave era simpática pero no muy brillante…, salvo en el Azad. Gurgeh incluso llegó a pensar que la vieja nave estaba disfrutando mucho más del juego que él. Lo había aprendido a la perfección y parecía disfrutar tanto dándole lecciones como dejándose fascinar por el juego en tanto que sistema complejo y hermoso. La nave admitió que jamás había disparado sus efectores impulsada por la ira, y confesó que el Azad quizá le hubiera revelado algo que siempre había encontrado a faltar en el combate.

La Factor limitativo era la Unidad General de Ofensiva de la clase «Asesino» número 50017 y había sido una de las últimas de su categoría que salieron de los astilleros. Fue construida setecientos diecisiete años antes, durante las últimas etapas de la guerra idirana, cuando los enfrentamientos en el espacio ya casi habían cesado. Teóricamente la nave había estado en servicio activo, pero nunca había corrido ningún peligro real.

Gurgeh empezó a manejar las piezas treinta días después de subir a la nave.

Una parte de las piezas usadas en el Azad eran productos biotecnológicos, artefactos esculpidos a partir de células producidas mediante la ingeniería genética que cambiaban de personalidad apenas eran desembaladas y colocadas en el tablero. Las piezas tenían una parte de vegetal y otra de animal, e indicaban sus valores y capacidades mediante el color, el tamaño y la forma. La Factor limitativo afirmaba que las piezas que había producido no podían distinguirse de las fabricadas en Azad, aunque Gurgeh sospechaba que la afirmación era un poquito excesivamente optimista.

No comprendió lo difícil que era el juego hasta que no hubo empezado a familiarizarse con las piezas, tocándolas y oliéndolas para evaluar sus potencialidades y lo que habían sido y aquello en que podían llegar a convertirse. Las piezas podían ser más débiles o más potentes, más rápidas o más lentas y su existencia podía acortarse o alargarse considerablemente.

Gurgeh descubrió que las piezas biotecnológicas eran un enigma incomprensible. Parecían vegetales tallados y pintados, y pesaban en sus manos como animales muertos. Gurgeh las frotó y las estrujó hasta mancharse los dedos, las olisqueó y las miró fijamente, pero apenas estaban en el tablero las piezas empezaban a comportarse de forma imprevisible. Las piezas que Gurgeh había creído eran el equivalente de una nave de guerra cambiaban para convertirse en carne de cañón, y los equivalentes de premisas filosóficas sólidamente protegidas en la retaguardia de su territorio se alteraban bruscamente revelando ser piezas de observación concebidas para los terrenos altos o la primera línea del juego.

Cuatro días de luchar con ellas le redujeron a la desesperación y empezó a pensar seriamente en pedir que se le devolviera a Chiark sin más dilación. Haría una confesión completa ante Contacto, y se pondría en sus manos con la esperanza de que su apuro les hiciera apiadarse de él y optaran por no anular la readmisión de Mawhrin-Skel o reducirle al silencio de una vez para siempre. Cualquier cosa sería preferible a seguir con aquella charada increíblemente frustrante que estaba acabando con sus últimas reservas de moral.

La Factor limitativo le sugirió que se olvidara de las piezas biotecnológicas durante un tiempo y que se concentrara en los tableros secundarios. Si lograba dominarlos esos tableros le permitirían ejercer un cierto control sobre la amplitud con que debía utilizar las piezas durante las etapas siguientes. Gurgeh siguió la sugerencia de la nave y logró hacer progresos bastante considerables, aunque seguía sintiéndose deprimido y pesimista, y a veces descubría que la Factor limitativo llevaba varios minutos hablándole mientras él había estado pensando en otro aspecto del juego, y no le quedaba más remedio que pedirle que repitiera lo que había estado diciendo.

Los días fueron pasando y de vez en cuando la nave le sugería que practicara con alguna pieza, aconsejándole sobre las secreciones glandulares que debía producir antes de intentarlo. Incluso le sugirió que se llevara a la cama algunas de las piezas más importantes, y Gurgeh acabó durmiendo con una pieza en las manos o abrazado a ella tan tiernamente como si la pieza fuese un bebé diminuto. Cuando despertaba siempre tenía la sensación de haber estado haciendo el ridículo, y se alegraba de que no hubiera nadie para verle por las mañanas (pero un instante después se preguntaba si podía estar seguro de que no había nadie observándole. Su experiencia con Mawhrin-Skel quizá le hubiera vuelto hipersensible, pero empezaba a sospechar que nunca podría volver a estar seguro de que no se hallaba sometido a vigilancia. La Factor limitativo podía estar espiándole, Contacto podía estar observándole y evaluándole…, pero al final acabó decidiendo que ya no le importaba).

Se tomaba un día libre de cada diez otra sugerencia de la Factor limitativo—, y los invirtió en explorar la nave más a fondo, aunque había muy poco que ver. Gurgeh estaba acostumbrado a las naves civiles, cuya densidad y diseño podían ser comparados a los de los edificios corrientes habitables por los seres humanos, con paredes relativamente delgadas que delimitaban grandes volúmenes de espacio, pero la nave de guerra era mucho más parecida a un pedazo de metal o roca sólida. De hecho, le hacía pensar en un asteroide en el que se habían perforado algunos conductos y ahuecado varias cavernas minúsculas para que los humanos pudieran vagabundear por ellas; pero se dedicó a pasear, trepar o flotar arriba y abajo por los corredores y pasadizos que tenía a su disposición e incluso pasó un rato en una de las tres protuberancias del morro contemplando el amasijo de maquinaria y equipo que aún no había sido desmantelado y que parecía haber sido sometido a un extraño proceso de congelación.

La penumbra hacía que el efector primario rodeado por sus disruptores de campo, monitores, sistemas de seguimiento, iluminadores, desplazadores y sistemas secundarios de armamento pareciese mucho más grande de lo que era en realidad, y Gurgeh pensó que tenía la forma de un gigantesco globo ocular provisto de una lente cónica y recubierto por curiosas excrecencias metálicas. El conjunto del efector tendría sus buenos veinte metros de diámetro, pero la nave le dijo que cuando estaba activado toda aquella masa podía girar y detenerse tan deprisa que un humano tendría la impresión de que el movimiento había sido instantáneo. La nave le aseguró que bastaba un parpadeo para no captarlo, y Gurgeh creyó detectar un cierto tono de orgullo en su voz.

Inspeccionó el hangar vacío que había en una de las protuberancias centrales y que acabaría alojando el módulo de Contacto que estaba siendo reconvertido en el VGS hacia el que se dirigían. Ese módulo sería el hogar de Gurgeh cuando llegara a Eá. Había visto algunos hologramas mostrando el aspecto que tendría el interior y le había parecido que sería razonablemente espacioso, aunque nunca podría estar a la altura de Ikroh.

Aprendió más cosas sobre el Imperio, su historia, su política, su filosofía y su religión, sus creencias y costumbres y sus distintos sexos y subespecies.

No tardó en tener la impresión de que el Imperio era un amasijo de contradicciones insoportablemente vividas, un sistema social que lograba el milagro de ser patológicamente violento y, al mismo tiempo, lúgubremente sentimental, asombrosamente bárbaro y sorprendentemente sofisticado, fabulosamente rico y aterradoramente pobre (pero también inequívoca e innegablemente fascinante).

Y, tal y como le había dicho Worthil, la única constante que impregnaba toda la enloquecedora variedad de la vida azadiana era el juego. El juego estaba presente en todos los niveles de la sociedad como si fuese un tema musical enterrado en una cacofonía de ruidos, y Gurgeh empezó a comprender lo que había querido decir Worthil cuando le explicó que Contacto sospechaba que el juego era lo que mantenía unido al Imperio. Aparte del juego, no parecía haber nada más que pudiera justificar el que siguiese en pie.

Se acostumbró a pasar un rato cada día nadando en la piscina. El proceso de reconversión de la protuberancia que había albergado al efector incluyó un proyector holográfico, y la Factor limitativo empezó proyectando un cielo azul y nubes blancas que discurrían lentamente sobre la espaciosa superficie interior producida por los veinticinco metros de diámetro que tenía la protuberancia, pero Gurgeh no tardó en cansarse de contemplar aquella imagen y le pidió que proyectara las imágenes que vería si estuvieran viajando por el espacio real o la vista ajustada equivalente, tal y como la llamaba la nave.

Gurgeh se acostumbró a nadar bajo la negrura irreal del espacio y las motitas luminosas de las estrellas que se iban moviendo lentamente, abriéndose paso por la superficie tenuemente iluminada desde abajo de aquellas aguas cálidas que parecían una blanda imagen invertida de la nave y alejándose hasta desaparecer.

Cuando llevaba noventa días de viaje empezó a tener la sensación de que había desarrollado una cierta afinidad con las piezas biotecnológicas. Podía jugar una partida limitada contra la nave en todos los tableros secundarios y uno de los tableros principales, y cuando se iba a dormir pasaba las tres horas de reposo que se permitía cada noche soñando con otras personas y con su vida, reviviendo su infancia, su adolescencia y los años transcurridos desde aquel entonces envuelto en una extraña atmósfera mental de fantasía, recuerdos y deseos que no se habían convertido en realidad. Siempre tenía la intención de escribir o grabar algo para Chamlis, Yay o cualquiera de las otras personas que se habían quedado en Chiark y que le enviaban mensajes, pero nunca parecía encontrar el momento adecuado y cuanto más retrasaba el ponerse manos a la obra más difícil le parecía la tarea. La gente fue dejando de enviarle comunicaciones, lo cual hizo que Gurgeh sintiera una extraña mezcla de alivio y culpabilidad.

13

La Factor limitativo llegó a su cita con el Supertransporte clase Río Bésame el culo ciento un días después de haber abandonado Chiark y haber recorrido más de dos mil años luz de distancia. Las dos naves quedaron envueltas en un campo de forma elíptica y empezaron a aumentar su velocidad para igualar la del VGS. Al parecer el proceso exigiría unas cuantas horas, y Gurgeh se fue a la cama tal y como habría hecho en circunstancias normales.

La Factor limitativo le despertó cuando llevaba un rato durmiendo. La nave activó la pantalla de su camarote.

¿Qué ocurre? preguntó Gurgeh con voz adormilada empezando a sentir las primeras punzadas de preocupación.

La pantalla que ocupaba toda una pared del camarote tenía incorporado un sistema holográfico, por lo que de hecho actuaba como una ventana. Antes de apagarla y acostarse la pantalla mostraba la parte posterior del Supercarguero recortándose contra el telón de fondo de las estrellas.

Ahora mostraba un paisaje; un panorama de lagos, colinas, arroyos y bosques vistos a ojo de pájaro que se movía lentamente.

Pensé que quizá te gustaría verlo dijo la nave.

¿Dónde queda eso? preguntó Gurgeh frotándose los ojos.

No entendía nada. Había creído que el objetivo de la cita con el Supercarguero era evitar que el VGS con el que debían encontrarse dentro de poco tuviera que reducir la velocidad. Se suponía que el Supercarguero debía remolcarles a una velocidad superior a la que eran capaces de alcanzar por sus propios medios para que pudieran alcanzar a la nave gigante, pero a juzgar por lo que estaba viendo debían haberse detenido encima de un Orbital, un planeta o algo todavía mayor.

Hemos llegado al punto de cita con el VGS Bribonzuelo —dijo la nave.

¿De veras? ¿Dónde está? preguntó Gurgeh sacando los pies de la cama.

Estás contemplando su parque posterior.

La imagen debía haber estado levemente aumentada porque Gurgeh vio como todo se hacía un poco más pequeño, y comprendió que estaba contemplando una estructura colosal sobre la que el Factor limitativo iba desplazándose lentamente. El parque parecía tener una forma más o menos cuadrada y la falta de referencias impedía que Gurgeh pudiera hacerse una idea de cuántos kilómetros medía su arista. El inmenso espacio lleno de neblinas que tenía delante de los ojos contenía un atisbo casi imperceptible de inmensos cañones de formas regulares. Los cañones hacían pensar en costillas curvadas sobre aquella enorme superficie que descendían hacia los niveles inferiores. Toda aquella masa de aire, agua y suelo estaba iluminada desde arriba, y Gurgeh se dio cuenta de que ni tan siquiera podía ver la sombra proyectada por la Factor limitativo.

Hizo unas cuantas preguntas sin apartar los ojos de la pantalla.

El Vehículo General de Sistemas clase Placa Bribonzuelo sólo medía cuatro kilómetros de altura, pero su longitud superaba los cincuenta y tres y su anchura era de unos veintidós. El parque trasero ocupaba una extensión de cuatrocientos kilómetros cuadrados, y la longitud total de la estructura de un extremo a otro de su campo más superficial era de algo más de noventa kilómetros. El VGS había sido concebido más para la construcción de naves que como habitáculo, por lo que sólo transportaba unos doscientos cincuenta millones de personas.


* * *

Durante los quinientos días que el Bribonzuelo necesitó para ir desde la galaxia principal hasta la región de las Nubes, Gurgeh fue aprendiendo poco a poco el juego del Azad, e incluso encontró el tiempo libre suficiente para conocer a unas cuantas personas y establecer algunas relaciones de amistad.

Los humanos del VGS eran gente de Contacto. La mitad de ellos formaban la tripulación del VGS y estaban allí no tanto para encargarse de la estructura cualquiera del triunvirato de Mentes con que contaba era perfectamente capaz de ello, como para dirigir la sociedad humana de a bordo y para estudiar el interminable torrente de datos que acompañaba a los nuevos descubrimientos hechos por otros VGS y las unidades más alejadas de Contacto; para aprender y para actuar como representantes humanos de la Cultura en los sistemas estelares y los sistemas de sociedades conscientes que Contacto estaba allí para descubrir, investigar y en ciertas ocasiones alterar.

La otra mitad estaba compuesta por las tripulaciones de naves más pequeñas. Algunas estaban allí para descansar o porque habían hecho una parada en el VGS para reaprovisionarse, otras acortaban su viaje al igual que lo estaban haciendo Gurgeh y la Factor limitativo, algunas partían para examinar los macizos y grupos estelares existentes entre la galaxia y las Nubes y otras personas esperaban a que sus medios de transporte estuvieran construidos, pues por el momento las naves y los Vehículos de Sistemas de menor tamaño en los que viajarían sólo existían como un número más en la lista de naves y estructuras que serían construidas a bordo del Bribonzuelo en algún momento del futuro.

El Bribonzuelo era lo que Contacto llamaba un VGS de vertido. Actuaba como una especie de punto focal que atraía a los seres humanos y al material, escogiendo a las personas y convirtiéndolas en tripulaciones para las unidades, LVS, MVS y clases más pequeñas de VGS que construía. Otros tipos de VGS de gran tamaño estaban concebidos para servir como habitáculos, y se abastecían a sí mismos de tripulaciones humanas para las naves y estructuras que construían.

Gurgeh pasó unos cuantos días en el parque que había en la parte superior de la estructura dando paseos o sobrevolándolo en una de la aeronaves con alas y hélices que hacían furor en el VGS por aquella época. Adquirió la destreza suficiente en su manejo para inscribirse en una carrera durante la que varios miles de aquellos frágiles aparatos trazaron ochos sobre la parte superior del Vehículo, metiéndose por uno de los accesos grandes como cavernas que recorrían toda la longitud de la estructura, saliendo por el otro extremo y deslizándose por debajo del Bribonzuelo.

La Factor limitativo había quedado alojada en una Bodega Principal pegada a un Acceso y le animó a participar en la carrera diciendo que eso le proporcionaría la distracción de la que estaba tan necesitado, y le aseguró que serviría para relajarle. Gurgeh rechazó todas las ofertas de jugar que le hicieron, pero sí aceptó algunas de las invitaciones a fiestas, acontecimientos sociales y reuniones varias. Pasó unos cuantos días y noches fuera de la Factor limitativo, y a su vez la vieja nave de guerra se convirtió en anfitriona de un no muy numeroso pero sí muy selecto desfile de invitadas femeninas.

Pero Gurgeh siguió pasando la mayor parte del tiempo a solas dentro de la nave repasando tablas de cifras y registros de partidas, frotando las piezas biotecnológicas entre sus dedos y recorriendo a grandes zancadas los tres tableros principales mientras sus ojos se deslizaban velozmente sobre ellos captando la disposición de las zonas y las piezas y su mente intentaba encontrar pautas, oportunidades, puntos débiles y buenas combinaciones.

Invirtió veinte días en un cursillo acelerado de eáquico, el lenguaje imperial. Al principio había tenido la intención de hablar marain y utilizar los servicios de un intérprete, pero sospechaba que existían conexiones muy sutiles entre el juego y el lenguaje y lo aprendió sólo por esa razón. Después la nave le dijo que de todas formas habría sido deseable que lo aprendiera, pues el afán de secreto de la Cultura era tan exagerado que el Imperio de Azad no debía conocer ni tan siquiera las complejidades de su lenguaje secreto.


* * *

Poco después de su llegada al VGS recibió la visita de una unidad aún más diminuta que Mawhrin-Skel. La máquina tenía una estructura circular y estaba compuesta de partes independientes que giraban lentamente: parecía un conjunto de anillos en rotación alrededor de un núcleo estacionario. La máquina le informó de que era una unidad bibliotecaria con entrenamiento diplomático y que se llamaba Trebel Flere-Imsaho Ep-Handra Lorgin Estral. Gurgeh la saludó y se aseguró de que su terminal estaba activada. En cuanto la máquina se hubo marchado envió un mensaje a Chamlis Amalk-Ney acompañado por una grabación de su encuentro con la diminuta unidad. Chamlis no tardó en informarle de que la máquina parecía ser justamente lo que afirmaba, un ejemplar de un modelo de unidad bibliotecaria bastante reciente. No se trataba de la antigualla que habían esperado, pero lo más probable era que fuese inofensiva. Chamlis nunca había oído hablar de que existiera una versión ofensiva de aquel modelo.

La vieja unidad también le transmitió algunos cotilleos de Gevant. Yay Meristinoux estaba hablando de abandonar Chiark para proseguir su carrera de paisajista en otro sitio. Últimamente había empezado a interesarse por algo llamado volcanes, y Chamlis le preguntó si Gurgeh tenía alguna idea de qué eran. Hafflis había decidido volver a cambiar de sexo. La profesora Boruelal le mandaba sus saludos y añadía que no le enviaría ningún mensaje más hasta que Gurgeh respondiera a sus comunicaciones anteriores. Mawhrin-Skel seguía sin aparecer, cosa de la que Chamlis se alegraba mucho. Su incapacidad de seguir el rastro de aquella horrenda máquina parecía haber irritado considerablemente al Cubo. Técnicamente hablando el pequeño engendro seguía dentro de la jurisdicción de la Mente Orbital, y cuando llegara el momento del próximo censo e inventario ésta tendría que dar alguna clase de explicación que justificara su ausencia.

Después de su primer encuentro con Flere-Imsaho Gurgeh pasó unos cuantos días preguntándose qué había encontrado de inquietante en la diminuta unidad bibliotecaria. Flere-Imsaho resultaba casi patéticamente pequeña podría haberse ocultado en el hueco de dos manos juntas, pero había algo en ella que hacía que Gurgeh se sintiera inexplicablemente incómodo en su presencia.

Gurgeh resolvió el enigma o, mejor dicho, despertó una mañana con la solución grabada en su mente después de haber tenido una pesadilla en la que estaba atrapado dentro de una esfera metálica a la que se hacía rodar locamente en un juego tan extraño como cruel… Las secciones exteriores que no paraban de girar y el color blanco de sus componentes hacían que Flere-Imsaho resultara muy parecida a una de las tarjetas de cerámica que se empleaban para registrar la posición de las piezas ocultas en las partidas de Posesión.

Gurgeh estaba instalado en una silla que le envolvía cómodamente colocada debajo de algunos árboles de exuberante follaje y observaba a las personas que patinaban en la pista que había más abajo. Sólo llevaba puesta una chaqueta delgada y unos pantalones cortos, pero el campo de filtraje que se interponía entre la zona de observación y la pista de hielo se encargaba de mantener caliente el aire de la zona en que se encontraba. Gurgeh repartía su tiempo entre el aprenderse de memoria las ecuaciones de probabilidad que le mostraba la pantalla de su terminal y la pista de patinaje, donde unas cuantas personas a las que conocía se deslizaban velozmente alrededor de las superficies de colores claros.

Buenos días, Jernau Gurgeh dijo la unidad Flere-Imsaho con su vocecita chillona.

La unidad se posó delicadamente sobre uno de los brazos acolchados de la silla. Los campos de su aura brillaban con el verde y amarillo habituales que indicaban una apacible mezcla de afabilidad y disposición a entablar relaciones con los demás.

Hola dijo Gurgeh mirándola de soslayo. Bueno, ¿qué has estado haciendo?

Puso un dedo junto a la pantalla de la terminal para inspeccionar otra serie de tablas y ecuaciones.

Oh, bueno… Confieso que he estado estudiando algunas de las especies de pájaros que viven en el interior del Vehículo. Los pájaros siempre me han parecido muy interesantes. ¿No piensas lo mismo?

Hmmm. Gurgeh asintió vagamente mientras veía cambiar las tablas. Lo que no he conseguido entender siguió diciendo es que cuando vas a dar un paseo por el parque de arriba encuentras cagadas de pájaros, cosa que ya esperabas, pero aquí dentro todo está impecable. ¿Tienen robots que se encargan de ir siguiendo a los pájaros para limpiar sus cagadas o utilizan algún otro sistema? Ya sé que podría preguntarlo, pero quería resolver el enigma sin ayuda. Tiene que haber alguna respuesta, ¿no?

Oh, es muy sencillo dijo la pequeña máquina. Basta con utilizar árboles y pájaros que mantengan una relación simbiótica. Los pájaros sólo cagan alrededor de ciertos árboles porque si no lo hicieran los frutos de los que dependen no crecerían.

Gurgeh bajó los ojos hacia la unidad.

Comprendo dijo en un tono de voz bastante frío. Bueno, la verdad es que ya estaba empezando a hartarme del enigma…

Volvió a concentrar su atención en las ecuaciones y colocó la terminal flotante de tal forma que su pantalla le impidiera ver a Flere-Imsaho. La unidad cayó en un silencio algo avergonzado, se envolvió en una veloz sucesión de destellos púrpura contrito y plata se-ruega-no-molestar y se alzó por los aires.

Flere-Imsaho procuraba mantenerse alejado de Gurgeh. Le visitaba aproximadamente una vez al día, y no se alojaba a bordo de la Factor limitativo. Gurgeh se alegraba de ello. Había momentos en que la joven máquina decía tener sólo trece años podía ser realmente insoportable. La nave intentó tranquilizarle asegurándole que la pequeña unidad estaría a la altura de la misión que se le había encomendado, y que en cuanto llegaran al Imperio le impediría cometer errores sociales y le asesoraría en los problemas lingüísticos que se le pudieran presentar. Aparte de eso la Factor limitativo acabó confesando a Gurgeh que también había intentado dar ánimos a Flere-Imsaho asegurándole que el humano sentía un gran respeto hacia ella y la apreciaba mucho.


* * *

Hubo más noticias de Gevant. Gurgeh tenía la sensación de que por fin estaba empezando a dominar el Azad y de que podía perder algunas horas en algo que no fuera el juego, por lo que escribió unas cuantas cartas y grabó varios mensajes. Él y Chamlis se comunicaban con intervalos de cincuenta días, aunque Gurgeh descubrió que tenía muy poco que contar y la mayoría de noticias llegaban del otro extremo de la línea. Hafflis ya había completado su cambio de sexo y estaba de bastante mal humor, pero aún no había quedado embarazada. Chamlis estaba compilando una historia definitiva de un planeta primitivo que había visitado hacía mucho tiempo. La profesora Boruelal había decidido tomarse medio año sabático y se había ido a vivir a un albergue de montaña en la Placa Osmolon sin llevarse consigo una terminal. Olz Hap la niña prodigio había salido de su cascarón. Ya estaba dando conferencias sobre juegos en la universidad y se había convertido en una brillante presencia habitual de los mejores circuitos de juegos. Había pasado unos cuantos días en Ikroh con el único objetivo de poder compartir las emociones y pensamientos de Gurgeh, y había afirmado en público que era el mejor jugador de toda la Cultura. El análisis hecho por Hap de la famosa partida de Acabado que habían jugado en casa de Hafflis aquella noche había gozado de la mejor recepción a una primera obra que se recordaba.

Yay le envió un mensaje diciendo que estaba harta de Chiark y que había decidido marcharse. Había recibido unas cuantas ofertas de colectivos constructores de otra Placa y aceptaría alguna de ellas sólo para demostrar lo que era capaz de hacer. Yay pasó la mayor parte de la comunicación explicándole sus teorías sobre los volcanes artificiales para las Placas y le describió con todo lujo de detalles gesticulatorios cómo se podía utilizar la luz del sol para enfocarla sobre la parte inferior de una Placa derritiendo la roca al otro lado o, sencillamente, usando generadores para proporcionar el calor necesario. La comunicación iba acompañada por unas cuantas películas sobre erupciones planetarias con explicaciones sobre los efectos y algunas notas sobre la forma de mejorarlos.

Gurgeh pensó que la idea de compartir un mundo con esos volcanes hacía que la idea de las islas flotantes no pareciese tan mala.


* * *

¡Has visto esto! chilló Flere-Imsaho un día yendo a toda velocidad hacia él.

Gurgeh estaba en el gabinete de chorro de la piscina acabando de secarse. Detrás de la pequeña máquina flotaba una unidad de gran tamaño y aspecto bastante complejo y considerablemente anticuado. Flere-Imsaho la remolcaba mediante una delgada hebra de campo que seguía siendo predominantemente amarillo y verde (pero en el que podían detectarse los manchones blancos de la irritación).

Gurgeh contempló a las dos unidades con los ojos entrecerrados.

¿Qué ocurre?

¡Tengo que llevar puesto este maldito trasto! gimió Flere-Imsaho.

La hebra de campo que la conectaba a la otra unidad emitió un breve destello y las placas de la antigualla giraron sobre sus goznes. La estructura parecía estar hueca, pero cuando la observó con más atención Gurgeh vio que en su centro había una cuna de alambre con el tamaño justo para contener a Flere-Imsaho.

Oh dijo.

Se dio la vuelta sonriendo y empezó a secarse los sobacos.

¡Cuando me ofrecieron el trabajo no me dijeron nada de esto! protestó Flere-Imsaho cerrando bruscamente las placas con un golpe de campo. ¡Dicen que es porque se supone que el Imperio no debe saber lo pequeños que podemos llegar a ser! Bueno, ¿entonces por qué no le asignaron la misión a cualquier unidad más grande? ¿Por qué han tenido que humillarme con este… este…?

¿Disfraz? sugirió Gurgeh.

Se pasó una mano por el pelo y se apartó del chorro de aire.

¿Disfraz? aulló la unidad bibliotecaria. ¿Disfraz? ¡Esto no es un disfraz, esto es un montón de harapos indignos! Y no acaba ahí la cosa… ¡Se supone que también debo emitir un «zumbido» y producir montones de electricidad estática para convencer a esos malditos bárbaros de que no sabemos construir unidades que funcionen correctamente! La vocecita de la máquina subió de tono hasta convertirse en un alarido estridente. ¡Un «zumbido»! ¡Oh, esto es increíble!

¿Por qué no solicitas que te asignen otra misión? preguntó Gurgeh sin perder la calma mientras empezaba a ponerse el albornoz.

Oh, claro dijo Flere-Imsaho con amargura y cierta dosis de lo que casi podría haber sido sarcasmo. Así conseguiría que en el futuro me endilgaran los peores trabajos porque no me he mostrado cooperativa, ¿verdad? Emitió un campo y el cascarón hueco vibró con un sonido metálico. Estoy condenada a cargar con este montón de chatarra.

Unidad, no sabes cuánto lo lamento dijo Gurgeh.


* * *

El morro de la Factor limitativo emergió de la Bodega Principal. Dos Porteadores le fueron dando la vuelta hasta dejarla encarada a los veinte kilómetros de pasillo. La nave y sus pequeños remolcadores fueron avanzando lentamente hasta salir del VGS por su proa. La burbuja de aire que rodeaba al Bribonzuelo albergaba a más naves, estructuras y piezas de equipo en movimiento; había varias UGC y Supercargueros, aeroplanos y globos llenos de aire caliente, dirigibles y planeadores, y personas que flotaban suspendidas de módulos, vehículos o arneses.

Algunas de ellas se volvieron para ver pasar a la vieja nave de guerra. Los Porteadores se alejaron.

La nave empezó a subir pasando junto a un nivel tras otro de puertas que daban acceso a las bodegas, casco desnudo, jardines colgantes y amasijos de secciones de acomodación abiertas donde la gente paseaba, bailaba, jugaba, practicaba deportes o estaba sentada comiendo o contemplando el panorama de toda aquella actividad aérea. Algunos la saludaron con la mano. Gurgeh lo vio todo por la pantalla de la zona de recreo e incluso reconoció a unas cuantas personas con las que había hablado en fiestas o reuniones sociales y que les saludaron con la mano desde una aeronave.

Oficialmente iba a emprender un crucero recreativo en solitario antes de acudir a los Juegos Pardetilisianos, pero ya había dejado caer unas cuantas alusiones indicadoras de que quizá acabara decidiendo no participar en la competición. Algunas publicaciones teóricas y servicios de noticias se habían interesado lo suficiente por su brusca marcha de Chiark y el igualmente brusco cese en la publicación de artículos como para ponerse en contacto con sus representantes a bordo del Bribonzuelo y entrevistarle. Gurgeh utilizó la estrategia que ya había acordado con Contacto, y procuró dar la impresión de que estaba un poco harto de los juegos en general y de que el viaje y su inscripción en el gran torneo, eran intentos de reavivar la vacilante llama de su interés.

Todo el mundo parecía habérselo tragado.

La nave llegó a la parte superior del VGS y fue ascendiendo lentamente junto a la capa de nubes que había sobre el parque. Siguió subiendo por los estratos de aire más tenue que había a continuación, se encontró con el Supercarguero Causa primaria y los dos fueron descendiendo poco a poco por un lado de la envoltura atmosférica interior del VGS. Atravesaron lentamente todas las capas de los campos el campo antichoques, el aislante, el sensorial, el receptor y detector, el de energía y tracción, el campo del casco, el sensorial exterior y, finalmente, el horizonte, y acabaron volviendo a encontrarse en libertad de avanzar por el hiperespacio. Después de unas cuantas horas de frenado hasta velocidades que los motores de la Factor limitativo no tendrían dificultad en mantener, la nave de guerra desarmada quedó confiada a sus propios recursos y el Causa primaria volvió a acelerar con rumbo a su VGS.

14

… por lo que lo más prudente sería no mantener ningún tipo de actividad sexual. Tomarse en serio a un macho ya les resultará bastante difícil aunque tu aspecto les parezca extraño, pero si intentaras establecer cualquier clase de relaciones sexuales estamos casi seguros de que lo considerarían como un insulto.

¿Alguna otra buena noticia, unidad?

Y no hagas ninguna referencia al tema de las alteraciones sexuales. Conocen la existencia de las glándulas productoras de drogas aunque no saben gran cosa sobre sus efectos exactos, pero lo ignoran todo sobre las mejoras físicas realmente serias. Oh, puedes hablar de las callosidades que protegen zonas delicadas y ese tipo de cosas, eso carece de importancia… Pero incluso las toscas alteraciones de los conductos y vasos sanguíneos utilizadas en tu diseño genital provocarían algo parecido a una revolución si llegaran a enterarse de su existencia.

¿De veras? preguntó Gurgeh.

Estaba sentado en el salón principal de la Factor limitativo. Flere-Imsaho y la nave le estaban explicando qué podía decir y qué debía callarse mientras se hallara en el Imperio. Estaban a pocos días de viaje de la frontera.

Sí. Sentirían una envidia terrible dijo la diminuta unidad con su voz chillona y algo chirriante. Y probablemente también les darías asco y te considerarían repugnante.

Pero lo peor sería la envidia dijo la nave mediante su unidad manejada a distancia, que emitió una especie de suspiro.

Bueno, sí dijo Flere-Imsaho, pero aparte de eso también le…

Verás, Gurgeh se apresuró a interrumpirle la nave, lo que debes recordar por encima de todo es que su sistema social se basa en la propiedad. Todo lo que veas y toques y todo aquello con lo que entres en contacto pertenecerá a una persona o institución. Será suyo y lo poseerán, ¿comprendes? Todas las personas a las que conozcas serán conscientes de su posición dentro de la sociedad y de la relación que mantienen con quienes los rodean.

»Otra cosa muy importante que no debes olvidar es que los humanos también pueden ser propiedad de alguien; y no en términos de auténtica esclavitud, que se sienten muy orgullosos de haber abolido, sino en el sentido de que según el sexo y la clase a la que se pertenezca un individuo puede ser propiedad parcial de otro u otros porque se ve obligado a vender su trabajo o sus talentos a quien tiene los medios de adquirirlos. En el caso de los machos la entrega más total se da cuando se convierten en soldados. Los miembros de sus fuerzas armadas viven en una situación muy parecida a la de los esclavos, pues apenas si tienen libertad personal y pueden ser castigados con la muerte en caso de que no obedezcan las órdenes de sus superiores. Las hembras venden sus cuerpos firmando el contrato legal del «matrimonio» con un intermedio, el cual paga sus favores sexuales mediante…

¡Oh, nave, vamos…!

Gurgeh no pudo contener la risa. Había hecho algunas investigaciones particulares sobre el Imperio, había leído sus propias historias y había visto sus grabaciones divulgativas. La imagen de las costumbres e instituciones del Imperio que le estaba dando la nave le parecía injusta, llena de prejuicios y terriblemente impregnada de la actitud de superioridad tan típica en la Cultura.

Flere-Imsaho y la unidad de la nave se contemplaron aparatosamente la una a la otra hasta asegurarse de que Gurgeh se había dado cuenta de lo que hacían.

De acuerdo dijo la pequeña unidad bibliotecaria acompañando sus palabras con un destello amarillo de resignación. Volvamos al principio…


* * *

La Factor limitativo se encontraba en el espacio flotando sobre Eá, el hermoso planeta azul y blanco que Gurgeh había visto por primera vez casi dos años antes en la pantalla de la habitación de Ikroh. A cada lado de la nave había un crucero de batalla imperial el doble de largo que la Factor limitativo.

Las dos naves de guerra se habían encontrado con la Factor limitativo en los límites del grupo de estrellas en el que se hallaba el sistema de Eá, y la Factor limitativo, que ya avanzaba con la lentitud propia de los motores de distorsión en vez de con la propulsión hiperespacial la cual era otro de los secretos que el Imperio no debía conocer, se detuvo. Sus ocho protuberancias se habían vuelto transparentes y mostraban los tres tableros del juego, el hangar del módulo y la piscina en las protuberancias de la parte central y los espacios vacíos en las tres protuberancias del morro (el armamento había sido traslado al Bribonzuelo), pero los azadianos enviaron una lanzadera con tres oficiales a la nave. Dos se quedaron con Gurgeh mientras el tercero registraba minuciosamente cada protuberancia y hacía una inspección no tan concienzuda del resto de la nave.

Esos oficiales u otros permanecieron a bordo durante los cinco días que duró el viaje hasta Eá. Eran bastante parecidos a como Gurgeh se los había imaginado: rostros chatos de rasgos muy pronunciados y piel afeitada casi blanca. Cuando los tenía cerca Gurgeh se daba cuenta de que eran bastante más bajos que él, pero sus uniformes lograban que pareciesen mucho más altos. Eran los primeros uniformes auténticos que Gurgeh había visto en toda su existencia, y cada vez que los contemplaba sentía una especie de extraño mareo, una sensación de aturdimiento y de estar muy lejos de cuanto le era familiar que iba acompañada por un inexplicable temor respetuoso.

Lo que sabía sobre el Imperio hizo que no le sorprendiera la forma en que le trataban. Los oficiales parecían ignorarle. Casi nunca le dirigían la palabra y cuando lo hacían no le miraban a los ojos. Gurgeh nunca se había sentido tan despreciado e ignorado.

Los oficiales parecían bastante interesados por la nave, pero no prestaron mucha atención a Flere-Imsaho que procuraba mantenerse lo más lejos posible de ellos, ni a la unidad remota. Flere-Imsaho se metió en el caparazón hueco de la falsa unidad escasos minutos antes de que los oficiales subieran a bordo de la Factor limitativo dejando bien claro lo mucho que le disgustaba aquella farsa. Después contempló en un furioso silencio a Gurgeh mientras éste insistía en que ahora parecía una antigüedad de gran valor y le explicaba con todo lujo de detalles lo atractivo que resultaba aquel caparazón desprovisto de aura. La unidad se apresuró a desaparecer en cuanto los oficiales subieron a bordo.

«Bueno —pensó Gurgeh, adiós a la ayuda que se suponía debía prestarme cuando tuviera problemas lingüísticos y me enfrentara a las complejidades de la etiqueta.»

El comportamiento de la unidad remota de la nave no fue mucho mejor que el de Flere-Imsaho. La unidad seguía a Gurgeh, pero fingía ser estúpida y tropezaba aparatosamente con algún objeto de vez en cuando. En dos ocasiones Gurgeh se dio la vuelta, chocó con el lento y torpe cubo que flotaba detrás de él y estuvo a punto de caerse. Gurgeh sintió considerables tentaciones de darle una patada.

Gurgeh tuvo que encargarse de explicar a los oficiales que la nave carecía de puente, cubierta de vuelo o sala de control al menos que él supiera, pero le pareció que los oficiales azadianos no le habían creído.

Cuando llegaron a Eá los oficiales se pusieron en contacto con su crucero de batalla y hablaron demasiado deprisa para que Gurgeh pudiera entenderles, pero de repente la Factor limitativo rompió su silencio y empezó a hablar. La discusión que se produjo a continuación fue bastante acalorada. Gurgeh miró a su alrededor buscando a Flere-Imsaho para que le tradujera lo que se estaba diciendo, pero la unidad había vuelto a esfumarse. Escuchó el veloz intercambio de sonidos ininteligibles durante varios minutos sintiéndose cada vez más frustrado y acabó decidiendo dejar que la nave y los oficiales se las arreglaran entre ellos. Se dio la vuelta para ir a sentarse. La unidad remota había estado flotando cerca del suelo a su espalda. Gurgeh tropezó con ella y en vez de sentarse en el sofá acabó cayendo encima de la unidad. Los oficiales se volvieron para lanzarle una rápida mirada y Gurgeh sintió que se ruborizaba. La unidad remota se alejó dando bandazos de un lado a otro antes de que Gurgeh pudiera propinarle un puntapié.

«Bien —pensó, al cuerno con Flere-Imsaho; al cuerno con la planificación supuestamente impecable y la inmensa astucia de Contacto…» Su joven representante ni tan siquiera se había tomado la molestia de estar visible para cumplir con su trabajo. Prefería esconderse para lamer las heridas sufridas por su patética y maltratada autoestima.

Gurgeh sabía lo suficiente sobre el Imperio y la forma en que funcionaba para comprender que jamás habría permitido que ocurrieran cosas semejantes. Los habitantes del Imperio comprendían muy bien lo que era un deber y una orden. Se tomaban sus responsabilidades terriblemente en serio y en caso de no hacerlo sufrían por ello.

Hacían lo que se les ordenaba. Eran disciplinados.

Los tres oficiales hablaron entre ellos durante algunos minutos, volvieron a ponerse en contacto con su nave y acabaron dejándole a solas para inspeccionar el hangar del módulo. Cuando se hubieron marchado Gurgeh usó su terminal para preguntarle a la nave cuál había sido el motivo de la discusión.

Querían traer más personal y equipo a bordo le explicó la Factor limitativo—. Les dije que no podían hacerlo. No hay nada de qué preocuparse. Será mejor que empieces a recoger tus cosas y vayas al hangar del módulo. Saldré del espacio imperial dentro de una hora.

Gurgeh volvió la cabeza hacia su camarote.

He estado pensando dijo. Si te olvidaras de avisar a Flere-Imsaho y te lo llevaras contigo tendría que ir a Eá sin él y no podría contar con su ayuda… Sería terrible, ¿verdad?

No hablaba del todo en broma.

Sería impensable dijo la nave.

Gurgeh fue por el corredor y pasó junto a la unidad remota. La unidad estaba girando sobre sí misma muy despacio mientras subía y bajaba erráticamente.

¿Es realmente necesario todo esto? le preguntó Gurgeh.

Me limito a hacer lo que me han ordenado replicó la unidad.

Creo que te estás excediendo murmuró Gurgeh, y fue a recoger sus cosas.

Gurgeh empezó a hacer el equipaje. Cogió una capa que no se había puesto desde que salió de Ikroh y vio caer un paquetito que rebotó en el esponjoso suelo del camarote. Gurgeh cogió el paquetito, desató la cinta y empezó a abrirlo. Intentó recordar quién se lo había dado, y pensó que podía haber sido cualquiera de las jóvenes damas a las que había conocido durante su estancia en el Bribonzuelo.

El paquetito contenía un brazalete muy pequeño, un modelo de un Orbital de gran envergadura con toda clase de detalles minuciosamente reproducidos a escala cuya superficie interna estaba mitad iluminada y mitad a oscuras. Gurgeh lo acercó a sus ojos y vio unos puntitos de luz minúsculos apenas discernibles esparcidos por la mitad nocturna. El lado diurno mostraba un mar azul y retazos de tierra bajo diminutos sistemas nubosos. Toda la escena del interior brillaba con la luz generada por alguna fuente de energía situada dentro de la pequeña banda.

Gurgeh deslizó el brazalete sobre su mano y contempló cómo relucía alrededor de su muñeca. Pensó que era un regalo muy extraño para proceder de alguien que vivía en un VGS.

Entonces vio la nota unida al paquetito, la cogió y leyó lo que había escrito en ella: «Sólo para que me recuerdes cuando estés en ese planeta. Chamlis».

El nombre le hizo fruncir el ceño y luego vagamente al principio, pero con una creciente y muy molesta sensación de vergüenza después recordó la noche anterior a su partida de Gevant, hacía ya dos años.

Sí, claro…

Aquel paquetito contenía el regalo de Chamlis.

No había vuelto a acordarse de él.

15

¿Qué es eso? preguntó Gurgeh.

Estaba sentado en la sección frontal del módulo reconvertido que el VGS había colocado a bordo de la Factor limitativo. Él y Flere-Imsaho habían subido a la lanzadera y se habían despedido de la vieja nave de guerra. La Factor limitativo se mantendría a una distancia prudencial del Imperio esperando que volviera a llamarla. La protuberancia del hangar había girado sobre sí misma y el módulo había caído lentamente hacia el planeta escoltado por un par de fragatas mientras la Factor limitativo se alejaba del pozo gravitatorio acompañada por los dos cruceros de batalla, moviéndose con la mayor lentitud posible.

¿Qué es qué? preguntó Flere-Imsaho.

La unidad estaba flotando junto a él. Se había quitado el disfraz y lo había dejado en el suelo.

Eso dijo Gurgeh.

Señaló hacia la pantalla en la que aparecía una imagen de lo que tenían debajo. El módulo avanzaba hacia Groasnachek, la capital de Ea. El Imperio no quería que ninguna nave entrara en la atmósfera directamente sobre sus ciudades, y habían tenido que seguir un rumbo por encima del océano.

Oh dijo Flere-Imsaho. Eso… Es el Laberinto Prisión.

¿Una prisión? exclamó Gurgeh.

El complejo de muros y edificios que se retorcían en extrañas contorsiones geométricas se fue deslizando por debajo de ellos y el extrarradio de la gigantesca capital empezó a invadir la pantalla.

Sí. Las personas que han quebrantado la ley son encerradas en el laberinto, y el lugar exacto en el que se las coloca queda determinado por la naturaleza de su delito. La prisión no sólo es un laberinto físico, sino que ha sido construida con el objetivo de que también sea un laberinto moral y de comportamiento (por cierto, su aspecto externo no da ninguna pista sobre su disposición interior; todo ese retorcimiento es sólo para despistar). El prisionero debe dar las respuestas correctas y sus acciones no deben salirse del marco de lo aprobado. Si falla no logrará seguir avanzando, y puede que incluso se le haga retroceder a las profundidades del laberinto. La teoría afirma que una persona irreprochable puede salir del laberinto en cuestión de días, y una persona totalmente mala no saldrá nunca de él. Naturalmente, hay un límite de tiempo para evitar que el laberinto esté demasiado concurrido y si lo supera, la persona en cuestión es transferida a una colonia penal donde permanecerá durante el resto de su existencia.

Cuando la unidad acabó de hablar la prisión ya había desaparecido. La ciudad ocupaba toda la pantalla y sus remolinos de calles, edificios y cúpulas hacían pensar en otra variedad de laberinto.

Parece bastante ingenioso dijo Gurgeh. ¿Funciona?

Eso es lo que les gustaría que creyéramos. En realidad se utiliza como excusa para que la gente no tenga un juicio justo, y los ricos siempre pueden arreglárselas para salir del laberinto a base de sobornos. Así que… Sí, los gobernantes están muy satisfechos del laberinto.

El módulo y las dos fragatas se posaron en un inmenso campo de aterrizaje para lanzaderas situado junto a un río de cauce muy ancho y aguas fangosas cruzadas por gran cantidad de puentes. El campo de aterrizaje estaba a una distancia bastante considerable de la ciudad, pero se hallaba rodeado por gran cantidad de cúpulas geodésicas de poca altura y edificios de tamaño mediano. Gurgeh salió del módulo con Flere-Imsaho flotando a su lado la unidad volvía a llevar su disfraz de antigüedad, emitía un zumbido muy potente y estaba envuelta en un aura chisporroteante de estática; y se encontró sobre un inmenso cuadrado de hierba sintética que había sido desenrollado junto a la parte trasera del módulo. Encima de la hierba sintética había unos cuarenta o cincuenta azadianos vestidos con uniformes y trajes de varios estilos. Gurgeh había estado intentando dar con una forma segura de identificar a los distintos sexos, y tuvo la impresión de que la mayoría pertenecían al sexo intermedio o ápice con algunos machos y hembras dispersos entre ellos. Detrás del grupo que le esperaba había varias hileras de machos que vestían el mismo uniforme y llevaban armas. Detrás de ellos había otro grupo que tocaba una música más bien estridente en la que predominaban los instrumentos metálicos.

Los chicos de las armas son la guardia de honor dijo Flere-Imsaho desde debajo de su disfraz. No te alarmes.

No estoy alarmado dijo Gurgeh.

Sabía que ésta era la forma habitual de hacer las cosas en el Imperio. Las fiestas de bienvenida oficial eran ceremonias rígidas y complicadas en las que participaban burócratas imperiales, guardias de seguridad, funcionarios de las organizaciones de juegos, esposas asociadas y concubinas y personas que representaban a las agencias de noticias. Uno de los ápices fue hacia él.

Hay que darle el tratamiento de «señor» en eáquico murmuró Flere-Imsaho.

¿Qué? preguntó Gurgeh.

El zumbido que brotaba del disfraz de Flere-Imsaho era tan potente que apenas si podía oír la voz de la máquina. Los chisporroteos y chasquidos casi ahogaban la música de la banda ceremonial, y la estática emitida por la unidad hacía que Gurgeh tuviera todo el vello de un lado del cuerpo erizado.

He dicho que se le llama «señor» en eáquico siseó Flere-Imsaho intentando hacerse oír por encima del zumbido. No le toques, pero cuando levante una mano tienes que levantar las dos y soltar tu discursito. Y recuerda que no debes tocarle.

El ápice se detuvo delante de Gurgeh y alzó una mano.

Murat Gurgue dijo, bienvenido a Groasnachek, Eá, en el Imperio de Azad.

Gurgeh contuvo el impulso de torcer el gesto, alzó las dos manos (los libros explicaban que el gesto servía para demostrar que no llevabas armas) y empezó a hablar.

He puesto los pies sobre el suelo sagrado de Eá y me siento muy honrado dijo articulando cuidadosamente las palabras en eáquico.

Bravo, un comienzo soberbio murmuró la unidad.


* * *

El resto de la ceremonia de bienvenida fue como una especie de sueño febril. Gurgeh sintió que la cabeza le daba vueltas. Permaneció inmóvil sudando bajo los calientes rayos de la potente estrella binaria que ardía en el cielo (sabía que se esperaba que pasara revista a la guardia de honor, aunque nadie le había explicado cuál era el objetivo de esa inspección y qué debía buscar mientras la llevara a cabo) y cuando entraron en los edificios del campo de aterrizaje para dar comienzo a la recepción oficial los olores extraños le hicieron sentir con una fuerza muy superior a la que había creído posible que se encontraba en un lugar nuevo y distinto a todos los que había conocido hasta entonces. Le presentaron a montones de personas, ápices en su mayoría, y Gurgeh tuvo la impresión de que les encantaba que hablara con ellas en lo que al parecer era un eáquico bastante pasable. Flere-Imsaho le fue murmurando que hiciera y dijera ciertas cosas y Gurgeh se oyó pronunciar las palabras correctas y se vio ejecutar los gestos adecuados, pero la impresión global que sacó de todo aquello se redujo a un caos de movimientos, ruidos y personas que no le escuchaban (y cuyos cuerpos desprendían olores bastante fuertes y poco agradables, aunque estaba seguro de que ellas pensaban lo mismo de él), y también tuvo la extraña sensación de que se reían disimuladamente de él cuando les daba la espalda.

Aparte de las obvias diferencias físicas todos los azadianos parecían gente dura, sólida y decidida al menos comparados con el habitante promedio de la Cultura; más llenos de energía e incluso si llevaba su examen al extremo de la crítica bastante más neuróticos. Al menos, ésa fue la impresión que le produjeron los ápices. Los machos, a juzgar por los pocos que vio, parecían menos animados y más estólidos, así como más corpulentos, mientras que las hembras daban la impresión de ser más calladas (como si estuvieran continuamente absortas en sus pensamientos), y tenían un aspecto físico más delicado.

Se preguntó qué debían pensar de él. Gurgeh era consciente de que se fijaba demasiado en la extraña arquitectura alienígena y la sorprendente disposición de los interiores, y de que observaba a las personas de una forma que quizá no fuese muy educada, pero descubrió que la mayoría de ellas y, una vez más, los ápices sobre todo tampoco apartaban los ojos de él. Hubo un par de ocasiones en que Flere-Imsaho tuvo que repetir lo que le había dicho antes de que Gurgeh comprendiera que estaba hablando con él. El zumbido monocorde y el chisporroteo de la estática que nunca estuvieron demasiado lejos de él durante toda aquella tarde parecían aumentar todavía más la aureola de irrealidad y confusión que envolvía toda la escena.

Sirvieron comida y bebida en su honor. La biología de los habitantes de la Cultura y los habitantes del Imperio de Azad era lo bastante parecida para que hubiera algunos alimentos y bebidas mutuamente digeribles, el alcohol incluido. Gurgeh bebió todo lo que le ofrecieron, pero anuló sus efectos. El banquete se celebró en un edificio muy largo y de techo más bien bajo con pocos adornos exteriores, pero con el interior decorado de una forma muy ostentosa. Gurgeh y los invitados a la recepción tomaron asiento a lo largo de una mesa enorme repleta de comida y bebida. El servicio corrió a cargo de machos uniformados y Gurgeh se acordó de que no debía dirigirles la palabra. Descubrió que la mayoría de personas con las que intentaba conversar hablaban demasiado deprisa o excesivamente despacio, pero aun así logró salir airoso de varias conversaciones. Una de las preguntas más habituales era la de por qué había venido solo, y después de varios malentendidos Gurgeh cesó en sus intentos de explicar que estaba acompañado por la unidad y se limitó a decir que prefería viajar sin compañía.

Algunos le preguntaron qué tal se le daba el Azad. Gurgeh replicó que no tenía ni idea, y no mentía: la nave nunca había hecho ningún comentario al respecto. Dijo que esperaba ser capaz de jugar lo bastante bien para que sus anfitriones no lamentaran haberle invitado a tomar parte en el juego. Su respuesta pareció impresionar a algunos comensales, pero Gurgeh pensó que se limitaban a reaccionar como adultos ante un niño respetuoso y bien educado.

Un ápice sentado a su derecha que vestía un uniforme muy apretado y de aspecto bastante incómodo parecido a los que llevaban los tres oficiales que habían subido a bordo de la Factor limitativo no paraba de hacerle preguntas sobre su viaje y la nave en que había llegado hasta allí. Gurgeh se mantuvo fiel a la historia acordada. El ápice llenaba una y otra vez la copa de cristal tallado de Gurgeh, y éste no tenía más remedio que apurar el vino cada vez que alguien proponía un brindis. El proceso necesario para que el alcohol saliera rápidamente de su organismo sin producir los efectos habituales le exigía ir al lavabo con bastante frecuencia (no sólo para orinar, sino también para beber agua). Gurgeh sabía que en la sociedad azadiana esas funciones fisiológicas eran un tema bastante delicado, pero al parecer supo usar la frase correcta en cada ocasión. Nadie puso cara de perplejidad ofendida, y Flere-Imsaho estaba muy tranquilo.

El ápice sentado a la izquierda de Gurgeh se llamaba Lo Pequil Monenine sénior, y trabajaba como agregado en el Departamento de Asuntos Alienígenas acabó preguntándole si estaba preparado para ir al hotel. Gurgeh dijo que había pensado alojarse en el módulo. Pequil empezó a hablar bastante deprisa, y pareció sorprenderse cuando Flere-Imsaho intervino en la conversación hablando a una velocidad similar. El intercambio de palabras resultante fue un poco demasiado rápido para que Gurgeh pudiera comprenderlo del todo, pero la unidad acabó explicándole que habían llegado a un compromiso. Gurgeh se alojaría en el módulo, pero el módulo quedaría colocado en el techo del hotel. Contaría con varios guardias de seguridad que se encargarían de protegerle y el servicio de comidas del hotel que era considerado como uno de los mejores de la ciudad estaría a su entera disposición.

Gurgeh pensó que el arreglo parecía bastante razonable. Invitó a Pequil a ir en el módulo hasta el hotel y el ápice aceptó de buena gana.


* * *

Antes de que le preguntes a nuestro amigo encima de qué estamos pasando murmuró Flere-Imsaho flotando junto al codo de Gurgeh entre zumbidos y estática te diré que es un barrio de chabolas, uno de los sitios en los que la ciudad aloja a sus contingentes de trabajadores no especializados.

Gurgeh se volvió hacia la unidad y la contempló con el ceño fruncido. Lo Pequil estaba de pie junto a Gurgeh en la rampa trasera del módulo, que se había desplegado para formar una especie de balcón. La ciudad iba desfilando debajo de ellos.

Creía que no debíamos utilizar el marain delante de ellos dijo Gurgeh.

Oh, no corremos peligro. Ese tipo lleva encima un sistema de grabación y vigilancia, pero el módulo puede neutralizarlo.

Gurgeh señaló con el dedo el barrio de chabolas.

¿Qué es eso? preguntó volviéndose hacia Pequil.

Es el sitio donde suelen acabar las personas que han abandonado el campo atraídas por las luces de la ciudad. Por desgracia, la mayoría son gente perezosa que no quiere trabajar.

Expulsada de sus tierras por un sistema de impuestos sobre la propiedad tan ingenioso como injusto, por no mencionar la reorganización oportunista del aparato productivo agrícola añadió Flere-Imsaho.

Gurgeh se preguntó si la última frase de la unidad debía entenderse como «granjas», pero se volvió hacia Pequil.

Comprendo dijo.

¿Qué ha dicho su máquina? preguntó Pequil.

Me ha citado unos…, unos versos dijo Gurgeh. Un poema que habla de una ciudad muy grande y hermosa.

Ah. Pequil asintió: una serie de movimientos espasmódicos hacia arriba de la cabeza. Creo que a su gente le gusta mucho la poesía, ¿no?

Gurgeh tardó unos momentos en responder.

Bueno… dijo por fin. Hay a quienes les gusta y a quienes no les gusta.

Pequil volvió a asentir y puso cara de entenderle perfectamente.

El viento soplaba sobre el límite del campo protector que rodeaba al módulo y traía consigo un leve olor a quemado. Gurgeh se inclinó sobre la zona de calina producida por el campo y contempló la inmensa ciudad que se deslizaba debajo del módulo. Pequil parecía no querer acercarse demasiado al borde del balcón.

Oh, tengo buenas noticias para usted dijo Pequil y sonrió (sus labios se curvaron sobre sí mismos enseñando los dientes y gran parte de las encías).

¿De qué se trata?

Mi departamento dijo Pequil hablando muy despacio y en un tono muy serio ha conseguido que se le permita seguir el desarrollo de la Serie Principal del juego hasta Ecronedal.

Ah… Allí es donde se celebra la fase final del juego, ¿no?

Sí. Es la culminación del Gran Ciclo que dura seis años, y se celebra en el mismísimo Planeta de Fuego. Le aseguro que obtener permiso para asistir es un gran privilegio. Los jugadores invitados rara vez pueden gozar de semejante honor.

Comprendo, y me siento enormemente honrado. Le ofrezco mi más sincero agradecimiento a usted y a su departamento. Cuando vuelva a mi hogar diré a mi gente que los azadianos son un pueblo muy generoso. Han conseguido que me sienta como en mi casa. Gracias. Estoy en deuda con usted.

Sus palabras parecieron dejar muy satisfecho a Pequil. El ápice asintió y sonrió. Gurgeh también asintió, pero no se atrevió a probar suerte con la sonrisa.


* * *

¿Y bien?

¿Y bien qué, Jernau Gurgeh? replicó Flere-Imsaho.

Los campos de su aura verde y amarilla brotaban de su diminuta estructura como si fueran las alas de un insecto exótico. La unidad se había posado sobre una túnica ceremonial desplegada encima de la cama de Gurgeh. Estaban en el módulo estacionado sobre el jardín-tejado del Gran Hotel de Groasnachek.

¿Qué tal lo he hecho?

Muy bien. No llamaste «Señor» al ministro cuando te dije que usaras ese tratamiento y hubo momentos en que te mostraste algo vago, pero en conjunto… Lo hiciste bastante bien. No has provocado ningún incidente diplomático catastrófico y no has insultado a nadie. Creo que no está mal para ser el primer día. ¿Te importaría dar la vuelta y ponerte de cara al reversor? Quiero asegurarme de que esta cosa te queda bien.

Gurgeh giró sobre sí mismo y extendió los brazos. La unidad colocó la túnica sobre su espalda y la alisó. Gurgeh se contempló en el campo del reversor.

Es demasiado larga y me sienta fatal dijo.

Tienes razón, pero es lo que tienes que llevar para el gran baile de esta noche en palacio. Servirá… Puede que decida subir un poco el dobladillo. Por cierto, el módulo me ha dicho que la túnica lleva incorporados sensores, así que ten cuidado con lo que dices cuando hayamos salido de sus campos.

¿Sensores?

Gurgeh contempló la imagen de la unidad que aparecía en el campo reversor.

Monitor de posición y micrófono, para ser exactos. No te preocupes, lo hacen con todo el mundo… No te muevas. Sí, creo que hay que, subir un poco ese dobladillo. Date la vuelta.

Gurgeh se dio la vuelta.

Te encanta darme órdenes, ¿verdad, máquina? preguntó mirando fijamente a la diminuta unidad.

No digas idioteces. Ya está. Pruébatela.

Gurgeh se puso la túnica y se contempló en el reversor.

¿Para qué sirve ese trozo de tela sin adornos del hombro?

Ahí es donde iría tu medalla, si tuvieras alguna.

Gurgeh pasó los dedos sobre la zona desprovista de los gruesos bordados que cubrían el resto de la túnica.

¿No podríamos fabricar una? Ese trozo sin adornos… Queda bastante feo.

Sí, supongo que podríamos dijo Flere-Imsaho tirando de los pliegues de la túnica. Pero hay que tener mucho cuidado con ese tipo de cosas. Nuestros amigos azadianos siempre parecen disgustarse porque no tenemos ningún símbolo o bandera, y el representante de la Cultura en el Imperio le conocerás esta noche, suponiendo que se acuerde de que ha sido invitado pensó que era una lástima que no hubiera un himno de la Cultura para que la banda lo tocara cuando alguno de los nuestros llegara aquí, así que les silbó la primera canción que se le pasó por la cabeza y los azadianos la han estado tocando en todas las recepciones y ceremonias durante los últimos ocho años.

Una de las melodías que tocaron me pareció familiar admitió Gurgeh.

La unidad le hizo levantar los brazos y dio los últimos toques a la túnica.

Sí, pero la primera canción que se le pasó por la cabeza a ese tipo fue Déjame sin sentido. ¿Conoces la letra?

Ah. Gurgeh sonrió. Esa canción… Sí, podría resultar un tanto incómodo.

Puedes apostar a que sí. Si se enteraran probablemente nos declararían la guerra. La típica cagada de Contacto…

Gurgeh se rió.

Y yo estaba convencido de que Contacto era tan organizado y eficiente…

Meneó la cabeza.

Bueno, siempre es agradable saber que algo funciona murmuró la unidad.

Bueno, habéis logrado mantener en secreto la existencia del Imperio durante siete décadas. Es todo un logro, ¿no?

Ha sido más gracias a la suerte que por otra cosa dijo Flere-Imsaho. Se puso delante de él e inspeccionó la túnica. Oye, ¿estás seguro de que quieres una condecoración? Si va a servir para que te sientas más cómodo supongo que podemos improvisar algo.

No te molestes.

Bueno. Cuando te anuncien en el baile de esta noche utilizaremos tu nombre completo. Es bastante impresionante… Tampoco parecen ser capaces de comprender que no tenemos rangos, así que quizá descubras que utilizan «Morat» como si fuera una especie de título. La unidad fue colocando un cordoncillo de oro junto al dobladillo. Supongo que en el fondo es una suerte. Sufren una especie de ceguera a la Cultura porque son incapaces de encajarnos en el marco conceptual de sus términos jerárquicos. No consiguen tomarnos en serio…

Vaya sorpresa.

Hmmm… Tengo la sensación de que todo es parte de un plan. Incluso ese maldito rep… perdón, embajador, forma parte de él. Y creo que tú también.

¿Eso crees? preguntó Gurgeh.

Te han dado mucho bombo, Gurgeh dijo la unidad. Se puso a la altura de su cabeza e intentó alisarle el pelo con un campo. Gurgeh se apresuró a apartarlo con la mano. Contacto le ha dicho al Imperio que eres un jugador de primera categoría y que están seguros de que podrás llegar al nivel coronel / obispo / aspirante a ministro… como mínimo.

¿Qué? exclamó Gurgeh poniendo cara de horror. ¡Eso no es lo que me dijeron!

Ni a mí replicó la unidad. Me he enterado viendo un noticiario hace una hora. Te están utilizando, amigo. Quieren que el Imperio esté contento y se están sirviendo de ti para mantenerles satisfechos. Primero les asustan asegurando que eres capaz de vencer a algunos de sus mejores jugadores y luego, cuando acaben contigo en la primera ronda como es muy probable que ocurra, habrán logrado tranquilizar al Imperio dándole una nueva prueba de que la Cultura no es algo que deban tomarse muy en serio. Oh, tenemos mucha propensión a los errores y se nos humilla con facilidad, ya sabes…

Gurgeh contempló a la unidad con los ojos entrecerrados.

Así que crees que van a eliminarme en la primera ronda, ¿eh? dijo en el tono de voz más tranquilo de que fue capaz.

Oh. Disculpa. La diminuta unidad se balanceó en el aire. ¿Te he ofendido? Bueno, yo sólo daba por supuesto que… En fin, te he visto jugar y… Quiero decir que…

La máquina se calló.

Gurgeh se quitó la túnica y la dejó caer al suelo.

Creo que voy a darme un baño dijo.

La máquina vaciló durante unos segundos, cogió la túnica con un campo y salió a toda velocidad del compartimento. Gurgeh tomó asiento en la cama y se frotó la barba.

La unidad no le había ofendido. Gurgeh tenía sus propios secretos, y estaba seguro de que podía jugar un poco mejor de lo que Contacto esperaba. Sabía que durante los últimos cien días a bordo de la Factor limitativo había estado funcionando a medio gas. No había intentado perder o cometer errores deliberadamente, pero su concentración tampoco había llegado al punto que tenía la intención de alcanzar cuando empezaran los juegos.

No estaba muy seguro del porqué había actuado de esa forma, pero tenía la sensación de que no debía permitir que Contacto lo supiera todo. Era como si necesitara guardarse algo para él solo. Era una pequeña victoria contra ellos, un jueguecito, un gesto en un tablero de importancia secundaria…, un golpe asestado contra los elementos y los dioses.

16

El Gran Palacio de Groasnachek se encontraba junto al caudaloso río de aguas fangosas que había dado su nombre a la ciudad. Aquella noche serviría de marco a un gran baile al que acudirían las personas más importantes de entre las que tomarían parte en el juego del Azad durante los seis meses próximos.

Gurgeh y la unidad fueron llevados hasta allí en un vehículo terrestre que se desplazó por espaciosos bulevares flanqueados de árboles iluminados por farolas situadas en postes de gran altura. Gurgeh iba sentado en la parte de atrás con Pequil, quien ya estaba dentro cuando el vehículo llegó al hotel. El vehículo era conducido por un macho uniformado, quien parecía el único responsable de controlar la máquina. Gurgeh intentó no pensar en accidentes y colisiones. Flere-Imsaho había vuelto a ponerse su voluminoso disfraz y estaba posado en el suelo del vehículo zumbando discretamente y atrayendo las fibras sueltas de la alfombrilla que cubría el suelo.

El palacio no era tan inmenso como Gurgeh había esperado, aunque sus dimensiones resultaban impresionantes. El mobiliario y los adornos eran muy opulentos y había luces por todas partes, y la multitud de torres y pináculos sostenían estandartes de gran tamaño cubiertos de dibujos y símbolos multicolores que oscilaban sinuosamente como si fueran abigarradas olas heráldicas que se movían lentamente con el cielo negro y naranja como telón de fondo.

El patio cubierto con un dosel en el que se detuvo el vehículo albergaba un inmenso estrado dorado sobre el que ardían doce mil velas de varios tamaños y colores, una por cada persona inscrita en los juegos. El baile contaría con algo más de un millar de invitados, la mitad de ellos jugadores; el resto estaba compuesto por una mayoría de acompañantes de éstos, funcionarios, sacerdotes, militares y burócratas que estaban lo bastante satisfechos con su posición actual para no querer competir y que habían alcanzado un rango lo suficientemente alto para tener la seguridad de que no serían desplazados de él por muy brillante que fuera la actuación de sus subordinados en los juegos.

Los mentores y administradores de los colegios azadianos las instituciones donde se enseñaba el juego completaban el resto de asistentes al baile, y tampoco tenían que tomar parte en la competición.

La noche era un poco demasiado cálida para el gusto de Gurgeh. La atmósfera olía a ciudad, y no soplaba ni una ráfaga de viento. La túnica era pesada y sorprendentemente incómoda. Gurgeh se preguntó cuánto tiempo tendría que esperar hasta poder marcharse del baile sin que sus anfitriones se sintieran insultados. Entraron en el palacio por un umbral inmenso. Las enormes puertas de un metal reluciente incrustadas de joyas estaban abiertas de par en par. Los vestíbulos y salones que atravesaron brillaban con los reflejos despedidos por los suntuosos adornos colocados en el centro de las mesas o suspendidos de las paredes y el techo.

Los invitados eran tan fabulosos como el ambiente que les rodeaba. Las hembras parecía haber un gran número de ellas iban cargadas de joyas y vestían trajes tan soberbios como extravagantemente adornados. Gurgeh observó las dimensiones que alcanzaba la parte inferior de aquellos trajes en forma de campana y pensó que si debía guiarse por ellas la anchura de sus cuerpos tenía que ser prácticamente igual a su altura. Las mujeres iban de un lado a otro envueltas en el susurro de la tela y los destellos de las joyas, y emitían vaharadas de perfumes fortísimos. Muchas de las personas junto a las que pasó le miraron de soslayo, le observaron sin demasiado disimulo o llegaron a quedarse inmóviles para contemplar a Gurgeh y la chisporroteante y ruidosa unidad que flotaba a su lado.

Machos con uniformes aún más extravagantes que ninguno de los que Gurgeh había visto hasta entonces permanecían inmóviles cada pocos metros junto a las paredes y montaban guardia a ambos lados de las puertas con las piernas ligeramente separadas, las manos enguantadas ocultas detrás de una espalda tan rígida como un palo y los ojos clavados en las lejanas pinturas que adornaban el techo.

¿Por qué están ahí? murmuró Gurgeh en eáquico volviéndose hacia la unidad.

Habló en un tono de voz lo bastante bajo para que Pequil no pudiera oírle.

Son una prueba dijo la máquina.

Gurgeh intentó entenderlo.

¿Una prueba?

Sí. Demuestran que el Emperador es lo suficientemente rico e importante como para estar atendido por cientos de lacayos que no tienen nada en qué ocuparse.

Pero… Eso ya lo saben todos, ¿no?

La unidad tardó unos momentos en responder y acabó lanzando un suspiro.

Jernau Gurgeh, me temo que aún no comprendes demasiado bien la psicología del poder y la riqueza.

Gurgeh siguió caminando y la comisura de sus labios, que Flere-Imsaho no podía ver, se curvó en una leve sonrisa.

Los ápices que fueron dejando atrás vestían túnicas del mismo estilo que la que llevaba puesta Gurgeh, prendas lujosas que no llegaban a la ostentación. Pero lo que más le impresionó fue que todo aquel lugar y las personas que estaban en él parecían haber quedado atrapadas en otra era. Todo cuanto había visto en el palacio o en los atuendos de los invitados habría podido producirse hacía un mínimo de mil años. Mientras llevaba a cabo sus investigaciones particulares sobre la sociedad azadiana Gurgeh había examinado unas cuantas grabaciones de antiguas ceremonias imperiales, y creía tener cierta idea de los estilos de indumentaria y la etiqueta de aquellos tiempos. La obvia aunque limitada sofisticación tecnológica del Imperio no había impedido que su ceremonial siguiera firmemente atrincherado en el pasado, y Gurgeh no lograba entenderlo. Las costumbres, modas y estilos arquitectónicos antiguos también eran muy corrientes en la Cultura, pero se usaban con toda libertad e incluso de forma caprichosa o provocativa. Habían quedado reducidos a meros componentes de una amplia gama de estilos con los que se podía jugar, y no eran aquellas pautas tan rígidas y consistentes que tenía delante de los ojos y que parecían excluir cualquier otra posibilidad.

Espera aquí. Van a anunciarte dijo la unidad.

Tiró de la manga de su túnica y Gurgeh se detuvo junto al sonriente Lo Pequil delante de un umbral que daba acceso al larguísimo tramo de escalones de gran anchura que iba descendiendo hasta llegar al salón donde se celebraba el baile propiamente dicho. Pequil le entregó una tarjeta a un ápice uniformado que estaba de pie junto al inicio del tramo de escalones y la voz amplificada del ápice creó ecos por toda la estancia.

El honorable Lo Pequil Monenine, AAB, Nivel Dos Principal, Medalla del Imperio, Orden del Mérito con blasón…, acompañado por Chark Gavant-Sha Gernou Murat Gurgue Dam Hazeze.

Empezaron a bajar por la gran escalinata. La escena que había debajo de ellos superaba en brillantez y lujo a cualquiera de los acontecimientos sociales a los que Gurgeh había asistido hasta entonces. La Cultura no hacía las cosas a tal escala, y punto. La estancia donde se celebraba el baile hacía pensar en una gigantesca piscina dentro de la que alguien hubiese arrojado un millar de flores fabulosas removiendo concienzudamente las aguas a continuación.

El tipo que me anunció ha destrozado mi nombre murmuró Gurgeh volviéndose hacia la unidad. Lanzó una rápida mirada de soslayo a Pequil. ¿Qué le pasa a nuestro amigo? ¿Por qué frunce el ceño de esa manera?

Creo que porque el anunciador se olvidó de añadir el «sénior» a su nombre dijo Flere-Imsaho.

¿Y tan importante es eso?

Gurgeh, en esta sociedad todo es importante dijo la unidad. Al menos os han anunciado a los dos añadió con voz algo lúgubre.

¡Hola, hola! gritó una voz cuando llegaron al final de la escalinata.

Una persona muy alta que parecía pertenecer al sexo masculino se abrió paso por entre un par de azadianos y se plantó delante de Gurgeh. Vestía ropas muy holgadas y de varios colores. Tenía barba, el cabello castaño recogido en una coleta, ojos verdes muy brillantes y vivaces y daba la impresión de que quizá hubiera nacido en la Cultura. El recién llegado alargó una mano de dedos muy esbeltos recubiertos de anillos, se apoderó de la mano derecha de Gurgeh y la estrujó con entusiasmo.

Shohobohaum Za, encantado de conocerte. Habría reconocido tu nombre si no fuera porque ese delincuente de ahí arriba lo asesinó con su torpe lengua. Gurgeh, ¿verdad? Oh, Pequil, así que también has venido al baile, ¿eh? Cogió una copa y la puso en la mano de Pequil. Toma, creo recordar que bebes esta porquería, ¿no? Hola, unidad. Eh, Gurgeh… Pasó un brazo sobre los hombros de Gurgeh. Supongo que te apetecerá beber algo decente, ¿no?

Jernou Moral Gurgue, permita que le presente a… empezó a decir Pequil, quien parecía sentirse bastante incómodo.

Pero Shohobohaum Za ya se había llevado a Gurgeh y estaba guiándole por entre los grupos de invitados que había al final de la escalinata.

¿Qué tal va todo, Pequil? gritó por encima del hombro. El ápice no supo cómo reaccionar. ¿Bien? ¿Sí? Me alegro. Ya hablaremos luego, ¿eh? ¡Este otro exiliado necesita tomarse una copa!

Pequil se había puesto un poco pálido, pero consiguió saludarles débilmente con la mano. Flere-Imsaho vaciló y acabó decidiendo quedarse con el azadiano.

Shohobohaum Za se volvió hacia Gurgeh y le quitó el brazo de los hombros.

El viejo Pequil es una auténtica vejiga muerta dijo en un tono de voz algo menos estridente que el que había utilizado hasta entonces. Espero que no te importe que te haya apartado de él.

Creo que sobreviviré a los remordimientos dijo Gurgeh mientras recorría al otro hombre de la Cultura con la mirada. Supongo que eres el… el embajador.

Ése soy yo dijo Za, y eructó. Por aquí dijo moviendo la cabeza y siguió guiando a Gurgeh por entre el gentío. Creo haber visto unas cuantas botellas de grif escondidas detrás de una mesa y quiero agenciarme un par antes de que el Empe y sus amigotes acaben con todo el lote. Pasaron junto a un estrado en el que había una banda tocando a toda potencia. Increíble, ¿verdad? gritó Za, y se desvió hacia el fondo de la estancia.

Gurgeh se preguntó a qué se estaría refiriendo.

»Ya hemos llegado dijo Za, y se detuvo junto a una larga hilera de mesas.

Detrás de las mesas había machos vestidos con librea que servían bebidas y comida a los invitados. La pared que se iba curvando por encima de sus cabezas estaba adornada con un tapiz incrustado de diamantes y surcado por bordados hechos con hilo de oro que mostraba una batalla espacial librada hacía ya mucho tiempo.

Za lanzó un silbido y se inclinó sobre la mesa que tenía delante para hablar en voz baja con el macho alto y de aspecto adusto que fue hacia él en respuesta al silbido. Gurgeh vio cambiar de manos un trocito de papel, y un instante después Za puso su mano con bastante brusquedad sobre la muñeca de Gurgeh y se alejó rápidamente de la hilera de mesas, remolcándole hasta un diván circular de gran tamaño que rodeaba la parte inferior de una columna de mármol cuyas nervaduras estaban adornadas con metales preciosos.

Espera a que hayas probado esto dijo Za.

Se inclinó hacia adelante hasta que su rostro quedó muy cerca del de Gurgeh y le guiñó el ojo. Shohobohaum Za tenía la piel un poco más pálida que Gurgeh, pero seguía siendo mucho más moreno que el promedio azadiano. Calcular la edad de un habitante de la Cultura era bastante difícil, pero Gurgeh supuso que Za debía tener unos diez años menos que él.

Supongo que bebes, ¿no? preguntó Za con expresión alarmada.

Me he estado librando del alcohol apenas lo ingería respondió Gurgeh.

Za meneó la cabeza con mucho énfasis.

No se te ocurra hacer eso con el grif —dijo, y le dio unas palmaditas en la mano. Sería espantoso… De hecho, debería ser un crimen penado por la ley. Pon en marcha tus glándulas y empieza a producir Estado Fuga de Cristal. Es una combinación soberbia: hará que las neuronas te salgan disparadas por el agujero del culo… El grif esincreíble. Viene de Ecronedal, ¿sabes? Lo mandan desde ahí para los juegos. Sólo lo fabrican durante la Estación del Oxígeno, y la cosecha que vamos a beber debe tener por lo menos dos Grandes Años de antigüedad. Cuesta una fortuna. Ha separado más piernas que un láser cosmético. Bueno… Za se reclinó en el diván, contempló a Gurgeh y se puso muy serio. ¿Qué opinas del Imperio? Maravilloso, ¿verdad? ¿No estás de acuerdo? Quiero decir… Horrendo pero de lo más sexy, ¿eh? Un sirviente apareció ante ellos llevando consigo una bandeja en la que había un par de jarritas tapadas con un corcho y Za dio un salto hacia adelante. ¡Aja!

Cogió la bandeja con las jarritas y el sirviente recibió otro trocito de papel. Za descorchó las dos jarritas y le entregó una a Gurgeh. Za se llevó la jarrita a los labios, cerró los ojos y tragó una honda bocanada de aire. Murmuró algo ininteligible que parecía una especie de cántico ritual y bebió sin abrir los ojos.

Cuando abrió los ojos vio que Gurgeh estaba inmóvil con un codo apoyado en la rodilla y el mentón encima de la mano observándole con cierta perplejidad.

Oye, cuando te reclutaron… ¿Ya eras así? le preguntó. ¿O es un efecto de tu estancia en el Imperio?

Za dejó escapar una ruidosa carcajada y alzó los ojos hacia el techo adornado por un fresco gigantesco que mostraba a un montón de embarcaciones librando una batalla que ya tenía varios milenios de antigüedad.

¡Sí a las dos preguntas! dijo Za sin dejar de reír.

Movió la cabeza señalando la jarrita de Gurgeh y su expresión se alteró sutilmente. Za le lanzó una mirada entre burlona y divertida, y el brillo de sagacidad que iluminó sus pupilas o que Gurgeh creyó detectar en ellas hizo que revisara su cálculo inicial sobre la edad de Za añadiéndole unas cuantas décadas más.

Bueno, ¿vas a beberte eso o no? preguntó Za. Acabo de gastarme el sueldo anual de un trabajador no especializado para que pudieras probarlo.

Gurgeh clavó la mirada en las verdes pupilas de Za durante unos momentos y acabó llevándose la jarrita a los labios.

Por los trabajadores no especializados, señor Za dijo, y bebió.

Za echó la cabeza hacia atrás y volvió a lanzar una sonora carcajada.

Creo que vamos a llevarnos estupendamente, señor jugador Gurgeh.

El grif era un líquido dulce, perfumado, sutil y con una extraña cualidad indefinible que hacía pensar en el humo. Za apuró su jarrita y sostuvo el esbelto pitorro sobre su boca abriéndola al máximo para saborear las últimas gotas. Miró a Gurgeh y chasqueó los labios.

Baja como si fuera seda líquida dijo. Dejó la jarrita en el suelo. Bien… Así que vas a participar en el gran juego, ¿eh, Jernau Gurgeh?

Para eso he venido.

Gurgeh tomó otro sorbo del potente licor.

Deja que te dé algunos consejos dijo Za, y le rozó el brazo con la mano. No hagas ninguna apuesta. Y cuidado con las mujeres…, o los hombres, o las dos cosas, o lo que sea que te pone en marcha. Si no tienes cuidado podrías meterte en algunas situaciones muy desagradables. Supongo que te habrás hecho el propósito de no mantener relaciones sexuales, pero aun así… Bueno, algunos de ellos las mujeres sobre todo se mueren de ganas por averiguar lo que tienes entre las piernas, y se toman ese tipo de cosas ridículamente en serio, créeme. Si quieres tomar parte en algún pequeño torneo corporal dímelo. Tengo contactos y puedo conseguirte una sesión discreta y de lo más agradable. Discreción absoluta y el secreto más completo totalmente garantizados… Pregúntale a cualquiera. Se rió, volvió a poner la mano sobre el brazo de Gurgeh y se puso muy serio. No bromeo dijo. Si necesitas algo…, puedo proporcionártelo.

Intentaré no olvidarlo dijo Gurgeh, y tomó otro sorbo de grif—. Gracias por la advertencia.

Oh, ha sido un placer. Llevo aquí ocho…, no, ya son nueve años. La enviada anterior sólo duró veinte días. La echaron a patadas por haber mantenido relaciones carnales con la esposa de un ministro. Za meneó la cabeza y dejó escapar una risita. No me malinterpretes, cuidado. Yo también admiro su estilo, pero… ¡Mierda, nada menos que un ministro! dijo. Esa puta debía estar loca y tuvo suerte de que se conformaran con expulsarla. Si hubiera nacido en Azad le habrían repasado los orificios con sanguijuelas ácidas antes de que la puerta de la prisión se cerrara a su espalda. Me basta con pensar en ello para sentir deseos de cruzar las piernas.

Antes de que Gurgeh pudiera replicar o Za seguir hablando oyeron un terrible estruendo procedente del inicio de la gran escalinata, un ruido bastante parecido al que podrían hacer miles de botellas rompiéndose al mismo tiempo. El gran salón vibró con los ecos.

Maldición, es el Emperador… dijo Za, y se puso en pie. Movió la cabeza señalando la jarrita de Gurgeh. ¡Bebe, hombre!

Gurgeh se puso en pie lentamente y colocó la jarrita entre los dedos de Za.

Acábala. Creo que sabrás apreciarlo más que yo.

Za volvió a poner el corcho en su sitio e hizo desaparecer la jarrita entre los pliegues de su túnica.

El inicio de la escalinata se había convertido en un hervidero de actividad. El gentío que llenaba la gran sala había empezado a moverse y estaba formando una especie de pasillo humano que iba desde el final de la escalinata hasta un trono inmenso colocado sobre un estrado de poca altura protegido por un dosel dorado.

Será mejor que ocupes tu sitio dijo Za.

Alargó la mano para volver a cogerle por la muñeca, pero Gurgeh levantó el brazo bruscamente para alisarse la barba y los dedos de Za se cerraron sobre el aire.

Gurgeh movió la cabeza señalando hacia adelante.

Después de ti dijo.

Za le guiñó el ojo, se puso en movimiento y le precedió a través de la multitud. Los dos se colocaron detrás del grupo de invitados que estaba delante del trono.

Aquí tienes a tu chico, Pequil dijo Za volviéndose hacia el ápice, que parecía muy preocupado, y se alejó un par de pasos.

Gurgeh se encontró al lado de Pequil con Flere-Imsaho flotando detrás de él a la altura de su cintura emitiendo su zumbido de costumbre.

Señor Gurgue, estábamos empezando a preocuparnos por usted murmuró Pequil.

Parecía bastante nervioso y no paraba de lanzar miradas a la escalinata.

¿De veras? replicó Gurgeh. Qué halagador.

La expresión de Pequil dejó bien claro que su réplica no le había hecho mucha gracia. Gurgeh se preguntó si alguien habría vuelto a pronunciar su nombre olvidándose algo.

Tengo buenas noticias, Gurgeh murmuró Pequil. Alzó los ojos hacia Gurgeh, quien intentó parecer lo más interesado posible. ¡He conseguido que se le conceda el privilegio de ser presentado a Su Alteza Real el Emperador-Regente Nicosar!

Me siento muy honrado dijo Gurgeh, y sonrió.

¡No me extraña! ¡Es un honor tan inapreciable como excepcional!

Pequil tragó saliva.

Así que intenta no meter la pata, ¿de acuerdo? murmuró Flere-Imsaho a su espalda.

Gurgeh se volvió hacia la máquina.

El estruendo volvió a hacer vibrar la atmósfera y una oleada de gente vestida con atuendos de todos los colores empezó a bajar por la escalinata. Gurgeh supuso que el que iba delante enarbolando un bastón muy largo era el Emperador o el Emperador-Regente, como le había llamado Pequil, pero en cuanto llegó al final de la escalinata el ápice del bastón se hizo a un lado.

¡Su Alteza Imperial del Gran Colegio de Candsev, Príncipe del Espacio, Defensor de la Fe, Duque de Groasnachek, Señor de los Fuegos de Ecronedal, el Emperador-Regente Nicosar primero!

El Emperador vestía totalmente de negro. Era un ápice de estatura media y aspecto muy normal cuyas ropas sorprendían por su casi absoluta falta de adornos. Iba rodeado por azadianos fabulosamente ataviados entre los que se encontraban unos cuantos guardias ápices y machos vestidos con uniformes de estilo bastante austero al menos comparados con los atuendos de los demás, que blandían espadas inmensas y armas de fuego de reducido tamaño. El Emperador iba precedido por un cortejo de animales bastante corpulentos de cuatro y seis patas y varios colores, que llevaban collares y bozales sujetos por correas incrustadas de esmeraldas y rubíes. Machos obesos y casi desnudos cuyas pieles untadas de aceite brillaban como si fuesen de oro bajo las luces del gran salón de baile se encargaban de sostener los extremos de las correas.

El Emperador se detuvo y habló con unas cuantas personas (que se arrodillaron en cuanto le vieron venir), siguió avanzando por el otro lado del pasillo humano y se desvió bruscamente hacia el lado en el que estaba Gurgeh arrastrando consigo a todo su séquito.

La gran sala había quedado sumida en un silencio casi absoluto. Gurgeh podía oír la respiración jadeante de los carnívoros domesticados. Pequil sudaba profusamente. Una venita palpitaba a toda velocidad en la curva de su cuello.

Nicosar siguió acercándose. Gurgeh pensó que el aspecto del Emperador era un poquito menos impresionante, duro y decidido que el del azadiano promedio. Caminaba con los hombros ligeramente inclinados hacia adelante, y hablaba en voz tan baja que cuando charló unos momentos con alguien que estaba a dos metros de distancia de él Gurgeh sólo pudo oír la parte de la conversación que corrió a cargo del invitado. Nicosar parecía un poco más joven de lo que Gurgeh había esperado.

Pequil le había advertido de que iba a ser presentado al Emperador, pero cuando el ápice vestido de negro se detuvo delante de él Gurgeh no pudo evitar sentirse levemente sorprendido.

Arrodíllate siseó Flere-Imsaho.

Gurgeh puso una rodilla en el suelo. El silencio pareció hacerse un poco más profundo.

Oh, mierda murmuró la máquina sin dejar de zumbar.

Pequil dejó escapar un gemido.

El Emperador bajó la mirada hacia Gurgeh y sonrió levemente.

Señor Una-Rodilla, debéis ser nuestro invitado extranjero… Os deseamos un buen juego.

Gurgeh comprendió en qué se había equivocado y puso la otra rodilla en el suelo, pero el Emperador agitó una mano llena de anillos en un gesto casi imperceptible.

No, no dijo. Admiramos la originalidad. En el futuro nos saludaréis poniendo una sola rodilla en el suelo.

Gracias, Alteza dijo Gurgeh haciendo una pequeña reverencia.

El Emperador asintió y siguió recorriendo la hilera de invitados.

Pequil lanzó un suspiro tembloroso.

El Emperador llegó al trono situado sobre el estrado y la música empezó a sonar, las conversaciones se reanudaron de repente y las dos hileras de invitados se disgregaron. Todo el mundo parloteaba y gesticulaba frenéticamente. Pequil parecía estar a punto de desmayarse y daba la impresión de haberse quedado mudo de asombro.

Flere-Imsaho fue hacia Gurgeh.

Por favor, no vuelvas a hacer nunca algo semejante dijo.

Gurgeh no le prestó atención.

Por lo menos ha sido capaz de hablar, ¿eh? dijo Pequil de repente, y alargó una mano temblorosa hacia una bandeja para coger una copa. Al menos ha sido capaz de hablar, ¿verdad, máquina? Las palabras brotaban de sus labios tan deprisa que Gurgeh casi no podía seguirlas. Pequil apuró el contenido de la copa de un solo trago. La mayoría de las personas se quedan como paralizadas… Creo que yo no habría sabido cómo reaccionar. Le ocurre a mucha gente. ¿Qué importa una rodilla más o menos? Pequil miró a su alrededor buscando al macho que iba de un lado a otro con la bandeja de las bebidas y se volvió hacia el trono. El Emperador se había sentado en él y estaba hablando con algunos miembros de su séquito. ¡Qué presencia tan majestuosa! exclamó.

¿Por qué es «Emperador-Regente»? preguntó Gurgeh volviéndose hacia el ápice.

Pequil tenía el rostro cubierto de sudor.

Su Alteza Real tuvo que aceptar el peso de la Cadena Real alrededor de su cuello después de que el Emperador Molsce muriera hace dos años. Fue una pérdida terrible… Nuestro Venerado Nicosar fue el segundo clasificado de los últimos juegos, y eso hizo que fuese elevado al trono. ¡Pero no dudo de que permanecerá allí!

Gurgeh sabía que Molsce había muerto, pero no había comprendido que Nicosar no era considerado como Emperador por derecho propio. Asintió con la cabeza, contempló los ropajes extravagantes y los animales que rodeaban el estrado imperial y se preguntó qué esplendores adicionales podía merecer Nicosar si ganaba los próximos juegos.


* * *

Me ofrecería a bailar contigo, pero no aprueban que los hombres bailen juntos dijo Shohobohaum Za.

Gurgeh estaba apoyado en una columna. Za cogió una bandeja llena de golosinas envueltas en papelitos de una mesita y la sostuvo delante de Gurgeh, quien meneó la cabeza. Za se metió un par de pastelillos en la boca mientras Gurgeh observaba las complejas danzas y las oleadas de carne y telas multicolores que evolucionaban sobre el suelo del gran salón. Flere-Imsaho pasó flotando cerca de ellos. Las placas cargadas de estática de su disfraz habían atraído unos cuantos papelitos.

No te preocupes dijo Gurgeh volviéndose hacia Za. No me sentiré insultado.

Me alegro. ¿Qué tal lo estás pasando? Za se apoyó en la columna. Pensé que parecías un poquito solitario… ¿Dónde está Pequil?

Está hablando con algunos funcionarios imperiales. Creo que intenta conseguir una audiencia privada.

Oh… No creo que tenga tanta suerte. Za dejó escapar un bufido. Bien, ¿qué opinas de nuestro maravilloso Emperador?

Parece… muy imperioso dijo Gurgeh.

Frunció el ceño, se pasó la mano por la pechera de la túnica que llevaba puesta y se dio unos golpecitos en una oreja.

Za le miró con cara entre sorprendida y divertida y acabó soltando una carcajada.

¡Oh, el micrófono! Meneó la cabeza, desenvolvió otro par de pastelitos y se los comió. No te preocupes por eso. Puedes decir lo que te dé la gana. Te aseguro que no te asesinarán ni nada parecido. No les importa en lo más mínimo. Protocolo diplomático, ¿sabes? Nosotros fingimos que no hay micrófonos en la ropa y ellos fingen que no han oído nada. Es un jueguecito muy entretenido.

Si tú lo dices… murmuró Gurgeh.

Se volvió hacia el estrado imperial.

Bueno, admito que en estos momentos el joven Nicosar no impresiona demasiado dijo Za siguiendo la dirección de la mirada de Gurgeh. No le verás en todo su esplendor hasta después de los juegos. Teóricamente ahora lleva luto por Molsce. El negro es su color de luto, ¿sabes? Creo que tiene algo que ver con el espacio… Contempló en silencio al Emperador durante unos momentos. Es un montaje realmente increíble, ¿no te parece? Todo ese poder concentrado en las manos de una sola persona…

Parece una forma bastante… inestable de manejar una sociedad admitió Gurgeh.

Hmmm. Naturalmente todo es relativo, ¿verdad? ¿Sabes que ese anciano con quien el Emperador está hablando ahora probablemente tiene más poder real que el mismísimo Nicosar?

¿De veras?

Gurgeh se volvió hacia Za.

Sí. Es Hamin, el rector del Gran Colegio de Candsev. El mentor de Nicosar.

¿Estás afirmando que es quien le dice lo que debe hacer?

Oficialmente no, pero… Za eructó. Nicosar se crió en el colegio y Hamin lleva más de sesenta años enseñándole el juego. Hamin le educó y le enseñó todo cuanto sabe…, sobre el juego y sobre todo lo demás, y cuando el viejo Molsce recibió su billete de ida sin regreso incluido a la tierra del sueño eterno y ya iba siendo hora de que hiciese el viaje, y Nicosar subió al trono… ¿Quién crees que fue la primera persona a la que acudió pidiendo consejo?

Comprendo dijo Gurgeh, y asintió. Estaba empezando a lamentar haberse concentrado exclusivamente en el juego y no haber estudiado el Azad en su faceta de sistema político. Creía que los colegios se limitaban a enseñar cómo se juega.

Eso es todo lo que hacen en teoría, pero en la práctica son una especie de sustituto de las familias nobles. El Imperio ha conseguido mejorar el típico sistema del gobierno dinástico utilizando el juego como sistema de reclutamiento que selecciona de entre la población a los ápices más inteligentes, implacables e interesados en el arte de manipular a los demás para que dirijan el espectáculo en vez de conformarse con dejar que los matrimonios introdujeran nueva sangre en alguna aristocracia estancada y cruzar los dedos con la esperanza de que el resultado genético acabara siendo más o menos decente. Oh, es un sistema eficiente, no te creas… El juego resuelve muchos problemas. No necesito hacer ningún gran esfuerzo mental para imaginarlo perdurando siglos y siglos. Contacto parece creer que el Imperio se desmoronará en cualquier momento, pero lo dudo. Esta pandilla podría acabar enterrándonos a todos… Son impresionantes, ¿no te parece? Vamos, vamos, tienes que admitir que estás impresionado.

No tengo palabras para expresar lo impresionado que estoy dijo Gurgeh. Pero me gustaría ver algo más del Imperio antes de emitir un juicio definitivo.

El Imperio acabará conquistándote. Llegarás a apreciar su salvaje belleza. No, no, hablo en serio… Te lo aseguro. Probablemente acabarás queriendo quedarte aquí. Oh, y no hagas caso a nada de lo que diga esa unidad estúpida que han enviado contigo para que te sirva de niñera. Esas máquinas son todas iguales. Quieren que todo el universo sea como la Cultura: paz, amor y esa sarta de estupideces sentimentaloides… No tienen la… Za eructó, la sensualidad necesaria para apreciar el… volvió a eructar, el Imperio. Créeme. Ignórala y todo irá bien.

Gurgeh estaba preguntándose cuál sería la contestación más adecuada al discurso de Za cuando un grupo de ápices y hembras vestidos con trajes multicolores surgió de la nada. Gurgeh y Shohobohaum Za se encontraron repentinamente convertidos en el centro del grupo. Un ápice emergió de aquella confusión de sonrisas y ropas abigarradas, fue hacia Za y le hizo una reverencia que Gurgeh encontró bastante exagerada.

Estaba preguntándome si nuestro querido invitado tendría la amabilidad de divertir a nuestras esposas con sus ojos dijo. ¿Querrá hacerlo?

¡Me encantará! exclamó Za.

Le entregó la bandeja de golosinas a Gurgeh, fue hacia las hembras y movió rápidamente las membranas nictitantes de sus ojos arriba y abajo. Las mujeres rieron a carcajadas y los ápices intercambiaron sonrisas burlonas.

¡Ya está!

Za soltó una risita y retrocedió dando un par de pasos de baile. Uno de los ápices le dio las gracias y el grupo se alejó hablando y riendo.

Son como niños grandes dijo Za.

Dio una palmadita en el hombro de Gurgeh y se alejó con una expresión algo absorta.

Flere-Imsaho fue hacia Gurgeh emitiendo un ruido que le recordó el que haría una hoja de papel al arrugarse.

He oído lo que ha dicho ese gilipollas sobre lo de ignorar a las máquinas murmuró.

¿Hmmmm? replicó Gurgeh.

He dicho que… Oh, no importa. Supongo que no te estarás sintiendo excluido de la diversión porque no puedes bailar, ¿verdad?

No. Nunca me ha gustado bailar.

Mejor. Los invitados a este baile son gente de tal categoría que hasta el tocarte con la punta de un dedo sería considerado un acto degradante.

Máquina, siempre sabes expresarte con la frase más adecuada al momento dijo Gurgeh.

Alzó la bandeja de golosinas delante de la unidad, la soltó y se fue. Flere-Imsaho lanzó un grito ahogado y se las arregló para atrapar la bandeja que caía hacia el suelo con un campo antes de que los pastelitos salieran despedidos en todas direcciones.


* * *

Gurgeh se dedicó a pasear por la gran sala. Estaba un poco irritado y se sentía considerablemente incómodo. No lograba librarse de una idea que amenazaba con transformarse en obsesión, la de que estaba rodeado por personas que habían fracasado en algún aspecto u otro, como si los azadianos que se agitaban a su alrededor fueran componentes defectuosos de algún sistema muy sofisticado que había quedado contaminado por su inclusión. Los invitados no sólo le parecían ridículos y aburridos, sino que tenía la sensación de que no eran muy distintos a él. Todas las personas con las que hablaba o a las que era presentado parecían convencidas de que había venido hasta allí para hacer el ridículo.

Contacto le había enviado al Imperio de Azad en una nave de guerra tan vieja que apenas si merecía ese nombre, le había hecho cargar con una máquina tan joven como torpe, se había olvidado de transmitirle datos que deberían haber sabido tenían una gran influencia sobre la forma en que se jugaba al Azad el sistema de los colegios que la Factor limitativo ni tan siquiera había llegado a mencionar era un buen ejemplo, y le había colocado bajo la tutela (parcial, pero tutela al fin y al cabo) de un estúpido amante de empinar el codo que no sabía mantener la boca cerrada y que se había dejado fascinar igual que un niño por unos cuantos trucos imperialistas y un sistema social impecablemente inhumano.

Durante el viaje toda aquella aventura le había parecido muy romántica. Era una misión noble y elevada que exigía un considerable valor, pero toda aquella aureola épica se había desvanecido enseguida. En aquellos momentos lo único que sentía era que él, Shohobohaum Za y Flere-Imsaho eran meros inadaptados sociales y que todo este Imperio espectacularmente corrupto y salvaje era una broma colosal que le habían gastado. Gurgeh estaba seguro de que en algún lugar del hiperespacio unas cuantas Mentes envueltas en el campo de una nave colosal se reían de él.

Recorrió el gran salón con la mirada. La música seguía sonando, las parejas de ápice y hembras elegantemente vestidas se deslizaban sobre el reluciente suelo de marquetería trazando los dibujos de las danzas sus expresiones respectivas de orgullo y humildad le resultaban igualmente repugnantes, mientras los sirvientes iban y venían de un lado para otro moviéndose con la concienzuda diligencia de las máquinas asegurándose de que cada copa estaba llena y cada bandeja repleta de comida. Gurgeh pensó que no le importaba en lo más mínimo cuál fuera su sistema social. Lo que más le asqueaba era el tosco y rígido exceso de organización visible por todas partes.

Ah, Gurgue dijo Pequil. Gurgeh le vio aparecer por el hueco que había entre una inmensa maceta y una columna de mármol. Iba acompañado por una hembra bastante joven a la que sujetaba por el codo. Por fin le he encontrado. Gurgue, le presento a Trinev Hijadedutley. La cabeza del ápice se volvió de la chica al hombre sin dejar de sonreír ni un segundo y su mano la impulsó suavemente hacia adelante. Hijadedutley le hizo una lenta reverencia. Trinev también juega dijo Pequil mirando fijamente a Gurgeh. Interesante, ¿verdad?

Es un placer conocerla, joven dama dijo Gurgeh, y también le hizo una pequeña reverencia.

La joven se había quedado inmóvil delante de él y no apartaba los ojos del suelo. Su traje no era tan aparatoso como la mayoría de los que había visto, y su cuerpo y sus rasgos le parecieron bastante menos atractivos que los de la invitada promedio.

Bien, creo que será mejor que les deje solos para que hablen de ese extraño interés común suyo dijo Pequil. Dio un paso hacia atrás y juntó las manos delante del pecho. El padre de la señorita Hijadedutley está junto al estrado de la orquesta, Gurgue. Espero que no le importe devolvérsela cuando hayan terminado de hablar…

Pequil se alejó rápidamente. Gurgeh le siguió unos momentos con la mirada, se volvió hacia la joven y sonrió. La coronilla de la azadiana le quedaba más o menos a la altura del mentón. Gurgeh carraspeó, pero la joven siguió sin decir nada.

Yo… Eh… farfulló Gurgeh. Creía que sólo los intermedios…, creía que sólo los ápices jugaban al Azad.

La chica alzó los ojos hasta posarlos en su pecho.

No, señor. Hay algunas jugadoras bastante buenas…, de rango menor, naturalmente.

Tenía la voz suave, y parecía cansada. Seguía sin alzar la cabeza hacia él, y Gurgeh no tuvo más remedio que hablar con su coronilla. Podía ver la blancura del cuero cabelludo por entre los tensos mechones de cabellos negros.

Ah dijo. Pensaba que quizá estuviera… prohibido. Me alegra que no lo esté. Y los machos… ¿También juegan?

Oh, sí, señor. Todo el mundo puede jugar. Es un derecho reconocido en la Constitución. Lo que hacen es prohib… Bien, en el caso de los dos sexos… Se calló y alzó la cabeza con tal brusquedad que Gurgeh casi dio un respingo. Los dos sexos inferiores tienen muchas más dificultades para aprender porque todos los colegios de primera categoría sólo aceptan ápices. Volvió a bajar la mirada. Naturalmente, el único objetivo de esa restricción es impedir que los estudiantes se distraigan.

Gurgeh no sabía cómo reaccionar, y contestó con la primera palabra que le vino a la cabeza.

Comprendo. Tuvo que hacer un auténtico esfuerzo de concentración para que se le ocurriera algo más. Y usted… ¿Tiene esperanzas de hacer un buen papel en los juegos?

Si hago un buen papel…, si consigo llegar a la segunda fase del juego en la serie principal… Espero poder entrar en el funcionariado y viajar.

Bueno, le deseo que tenga éxito.

Gracias. Por desgracia no es muy probable. Como ya sabe la primera fase se juega en grupos de diez, y ser la única mujer entre nueve ápices… Bueno, los ápices considerarán que soy una molestia. Normalmente la mujer es la primera en quedar fuera del juego. Eso les deja el campo libre y les permite jugar de forma más relajada.

Hmmm… Me han advertido de que podría ocurrirme algo similar dijo Gurgeh.

Volvió a sonreír a la coronilla de la joven y deseó que ésta alzara nuevamente la cabeza hacia él.

Oh, no. La joven alzó los ojos y Gurgeh descubrió que aquellas pupilas carentes de brillo que le observaban con una franqueza tan directa eran capaces de hacerle sentir un poco incómodo. No le harán eso. No sería cortés. No saben hasta qué punto domina el juego. Ellos… Volvió a bajar la mirada. Ellos saben quién soy, y en mi caso expulsarme del tablero para que puedan jugar con tranquilidad no es ninguna falta de respeto.

Gurgeh recorrió con los ojos el inmenso y ruidoso salón en que se celebraba el baile, aquella estancia colosal donde la gente hablaba y danzaba y la atmósfera vibraba con las notas de la música.

¿Y no puede hacer nada al respecto? le preguntó. Por ejemplo, ¿no podría conseguir que la primera ronda estuviera compuesta por diez mujeres?

La joven seguía con los ojos clavados en el suelo, pero el leve cambio que se produjo en la curvatura de su mejilla le hizo pensar que quizá estuviera sonriendo.

Oh, sí, señor, sería una buena solución. Pero creo que en toda la historia de las series del gran juego jamás se ha dado el caso de que dos jugadores de sexos inferiores estuvieran en el mismo grupo. En todos esos años el sorteo jamás ha producido una combinación semejante.

Ah dijo Gurgeh. ¿Y en los juegos de pareja?

No cuentan a menos que hayas superado las rondas preliminares. Me han dicho que cuando practico el juego en su modalidad singular…, bueno, dicen que soy muy afortunada. Supongo que debe ser eso. Pero, naturalmente, sé que lo soy pues mi padre me ha escogido un magnífico señor y esposo, y aunque no triunfe en los juegos haré un buen matrimonio. ¿Qué más puede pedir una mujer?

Gurgeh no supo qué responder. Había empezado a sentir un extraño cosquilleo en la nuca. Carraspeó ruidosamente un par de veces.

Espero que le vaya bien dijo al final. No se le había ocurrido nada mejor. De veras…

La joven alzó los ojos hacia él, le miró fijamente durante una fracción de segundo y volvió a bajarlos. Después meneó la cabeza.

Gurgeh acabó sugiriéndole que quizá iba siendo hora de que la acompañara hasta donde estaba su padre y la joven asintió. Sólo volvió a abrir la boca en una ocasión.

Empezaron a cruzar el gran salón abriéndose paso por entre los grupos de invitados que se interponían entre ellos y el lugar donde estaba el padre de la joven, y hubo un momento en el que pasaron por el hueco existente entre una gran columna tallada y una pared con frescos de batallas antiguas. Quedaron ocultos al resto del salón durante un instante y la joven alargó el brazo y le puso la mano sobre la muñeca. Alzó la otra mano, puso un dedo sobre el hombro de su traje y apretó con fuerza.

Gane murmuró sin dejar de apretar la tela mientras le acariciaba el brazo con los dedos de la otra mano. ¡Tiene que ganar!

Y un instante después ya estaban delante de su padre. Gurgeh repitió lo a gusto que se sentía y se marchó. La joven no había vuelto a mirarle. Gurgeh no había tenido tiempo de replicar.

Jernau Gurgeh, ¿te encuentras bien? preguntó Flere-Imsaho.

Gurgeh estaba apoyado en una pared y parecía tener los ojos clavados en el vacío, como si fuera uno de los sirvientes vestidos con librea.

Gurgeh se volvió hacia la unidad. Alzó la mano y puso un dedo sobre la zona del hombro que la joven había apretado.

El micro del traje… ¿Está aquí?

Sí, está justo ahí dijo la máquina, ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho Shohobohaum Za?

Hmmm… Me lo imaginaba dijo Gurgeh. Se apartó de la pared. ¿Podemos marcharnos sin faltar a la cortesía?

¿Ahora? La unidad retrocedió unos centímetros y el zumbido que emitía se hizo un poco más estridente. Bueno, supongo que sí… ¿Estás seguro de que te encuentras bien?

Nunca he estado mejor. Vamos.

Gurgeh fue hacia la escalinata.

Pareces un poco nervioso. Oye, ¿te encuentras bien? ¿No estás disfrutando del baile? ¿Qué te hizo beber Za cuando estabas con él? ¿Estás nervioso por el juego? ¿Te ha dicho algo Za? ¿Es porque nadie quiere tocarte?

Gurgeh se abrió paso entre el gentío sin prestar atención a la unidad envuelta en un aura de estática y zumbidos que flotaba junto a su hombro.

Cuando salieron de la gran sala se dio cuenta de que había olvidado el nombre de la joven, y por mucho que se esforzó sólo pudo recordar que Pequil la había llamado hija-de-alguien.

17

Gurgeh tenía que jugar su primera partida de Azad dos días después del baile. Pasó todas sus horas libres repasando unas cuantas maniobras con la Factor limitativo. Podría haber utilizado el cerebro del módulo, pero el estilo de la vieja nave de guerra era bastante más interesante. El hecho de que la Factor limitativo se encontrara a varias décadas de distancia en espacio luz real significaba que había un cierto retraso en la comunicación aunque la nave siempre replicaba instantáneamente a cada movimiento de Gurgeh, pero el efecto global seguía siendo el mismo que si se enfrentara a un jugador extraordinariamente rápido y dotado.

Gurgeh no aceptó más invitaciones a fiestas o acontecimientos sociales. Explicó a Pequil que su sistema digestivo necesitaba algún tiempo para acostumbrarse a la soberbia cocina del Imperio y el ápice pareció encontrar aceptable la excusa. Incluso rechazó la ocasión de hacer un recorrido turístico por la capital.

Durante aquellos días no vio a nadie aparte de Flere-Imsaho, quien pasaba la mayor parte del tiempo metido dentro de su disfraz posado sobre el parapeto del hotel zumbando suavemente y observando a los pájaros que atraía esparciendo migajas sobre el césped.

Gurgeh daba algún que otro paseo por el jardín del tejado y se apoyaba en el parapeto para contemplar la ciudad.

Las calles y el cielo estaban llenos de tráfico. Groasnachek era como un inmenso animal de cuerpo achatado y salpicado de púas que se llenaba de luces durante la noche y se envolvía en la calina de su aliento colectivo durante el día. La ciudad hablaba con un confuso coro de voces; un telón de fondo ensordecedor compuesto por el incesante rugir de los motores y las máquinas y los ocasionales aullidos de las aeronaves que parecían rasgar el cielo. Los gemidos, chillidos, gritos y alaridos de las sirenas y las alarmas se esparcían por la textura de la ciudad atravesándola como agujeros de metralla.

Gurgeh llegó a la conclusión de que Groasnachek era excesivamente grande, y en el aspecto arquitectónico la mezcla de estilos era tal que llegaba a la confusión más absoluta. El efecto de conjunto habría podido ser interesantemente variado, pero sólo conseguía ser horrendo. Gurgeh no paraba de pensar en el Bribonzuelo, una estructura que albergaba diez veces más personas que la ciudad en un espacio más pequeño de una forma mucho más elegante, aunque la mayor parte del volumen del VGS estaba ocupado por el espacio destinado a la construcción de naves, motores y otras clases de equipo.

Gurgeh llegó a la conclusión de que Groasnachek había sido planificada con la misma falta de cuidado que un pájaro pone en controlar las dimensiones y la forma de su cagada. La ciudad era su propio laberinto.


* * *

La mañana del día en que debían empezar los juegos Gurgeh despertó sintiéndose de muy buen humor y tan animado como si acabara de ganar una partida, y su estado de ánimo no era el que habría esperado al comienzo de la primera competición seria de su vida. Tomó un desayuno muy parco y se fue poniendo lentamente el más bien ridículo atuendo ceremonial exigido para el juego: zapatillas flexibles, pantalones ceñidos a las piernas y una chaqueta de manga corta bastante aparatosa. Gurgeh se consoló pensando que su calidad de principiante le permitía llevar ropas relativamente libres de adornos y de colores bastante discretos.

Pequil se presentó en un vehículo de superficie oficial para llevarle a los juegos. El ápice parloteó animadamente durante todo el trayecto y le describió con gran entusiasmo una de las últimas conquistas del Imperio en una lejana región del espacio. Pequil le aseguró que había sido una victoria gloriosa.

El vehículo avanzó rápidamente por las grandes avenidas dirigiéndose hacia el suburbio de la ciudad en el que se encontraba el salón de congresos convertido temporalmente en sala de juegos.

La ciudad estaba llena de gente que acudía a su primer juego de la nueva serie; desde el jugador joven y lleno de optimismo que había sido lo bastante afortunado para que la lotería estatal le adjudicara un puesto en los juegos junto al mismísimo Nicosar, hasta las doce mil personas que despertaron y se enfrentaron al nuevo día sabiendo que a partir de aquel momento sus vidas podían cambiar para siempre de la forma más absoluta, ya fuese para mejorar o para empeorar.

Toda la ciudad hervía con la fiebre del juego que se apoderaba de ella cada seis años. Groasnachek rebosaba de jugadores, acompañantes, consejeros y asesores, mentores de los colegios, parientes y amistades, representantes de la prensa y servicios de noticias del Imperio y delegaciones de las colonias y dominios que habían acudido a la capital para observar cómo se decidía el curso futuro de la historia imperial.

La euforia inicial no tardó en desvanecerse y cuando llegaron al edificio donde se celebrarían los juegos Gurgeh descubrió que le temblaban las manos. Entró en la gran sala de paredes blancas y suelo de madera que resonaba con el eco de los pasos y una desagradable sensación de vacío y de estar mareado pareció emanar de su vientre e ir extendiéndose por todo su cuerpo. La sensación era muy distinta a la mezcla de tensión y júbilo que solía experimentar antes de una partida. La extraña mezcla de vacío y mareo era mucho más aguda e inquietante que cualquiera de las sensaciones que había experimentado hasta entonces.

Lo único que alivió su tensión fue el descubrimiento de que Flere-Imsaho no podría estar presente en la sala durante la competición. Las autoridades imperiales le habían negado el permiso de entrada y la unidad tendría que esperar fuera. Su aparatosa exhibición de ruidosa y chisporroteante tosquedad no había bastado para convencerlas de que no pudiera ayudar de alguna forma a Gurgeh durante el juego. La unidad fue acompañada hasta un pequeño pabellón contiguo a la sala que compartiría con los guardias imperiales destacados como servicio de seguridad.

Flere-Imsaho protestó vehementemente.

Gurgeh fue presentado a los otros nueve jugadores de su ronda. En teoría todos habían sido escogidos al azar. Los jugadores le saludaron con bastante cordialidad, aunque uno de ellos un novicio de la clase sacerdotal del Imperio no le dirigió la palabra y sólo reconoció su presencia con un seco asentimiento de cabeza.

La ronda empezó con una partida secundaria de cartas y estrategia. Gurgeh jugó con mucha cautela y fue perdiendo cartas y puntos para averiguar las manos de los otros. Cuando éstas se hicieron obvias empezó a jugar de forma más brillante esperando que el curso de la partida no le haría quedar en ridículo, pero las manos siguientes le hicieron comprender que los demás seguían sin estar demasiado seguros de qué cartas tenía cada uno y Gurgeh no tardó en ser el único jugador que se comportaba como si la partida estuviera a punto de terminar.

Decidió jugar un par de cartas exploratorias más para tener la seguridad de que no se le había pasado nada por alto, y el sacerdote fue el único que empezó a jugar como si la partida hubiese entrado en su fase final. Gurgeh siguió utilizando su estrategia anterior y cuando la partida llegó a su fin faltaba muy poco para el mediodía, era el jugador con más puntos de todo el grupo.


* * *

Bueno, hasta ahora no lo he hecho tan mal, ¿eh, unidad? le dijo a Flere-Imsaho.

Gurgeh estaba sentado a la mesa en que se serviría el almuerzo para los jugadores, los funcionarios de los juegos y algunos de los espectadores más importantes.

Si tú lo dices… respondió la máquina en un tono bastante malhumorado. No olvides que estoy prisionero en el pabellón con los alegres soldaditos, así que me resulta bastante difícil enterarme de cómo van las cosas.

Oh, acepta mi palabra. Todo va a las mil maravillas.

Esto no es más que el comienzo, Jernau Gurgeh. No creas que volverás a pillarles desprevenidos.

Sabía que podía confiar en ti para que me dieras ánimos.


* * *

Pasaron la tarde jugando en un par de tableros secundarios celebrando una ronda de partidas singulares para decidir el orden de precedencia. Gurgeh sabía que era bastante bueno en esa modalidad, y derrotó a sus contrincantes sin muchas dificultades. El único que pareció tomárselo a mal fue el sacerdote. Hubo otro descanso para cenar durante el que Pequil hizo una aparición no oficial. Le dijo que acababa de salir del trabajo, que iba a casa y había decidido pasarse por allí. El ápice le felicitó por lo bien que estaba jugando e incluso le dio una palmadita en el brazo antes de marcharse.

La sesión de primera hora de la noche fue una mera formalidad. Los funcionarios del juego aficionados de un club local presididos por un funcionario imperial les llevaron al Tablero del Origen y les explicaron la configuración exacta y el orden de los juegos del día siguiente. A estas alturas ya era obvio que Gurgeh iba a empezar con una ventaja considerable.


* * *

Gurgeh estaba sentado en el asiento trasero del vehículo con Flere-Imsaho como única compañía. Se sentía bastante satisfecho de sí mismo y se relajó viendo desfilar la ciudad bañada por la luz violeta del crepúsculo.

Bueno, supongo que no ha estado mal dijo la unidad. Había reducido su zumbido hasta niveles casi inaudibles. Si estuviera en tu lugar me pondría en contacto con la nave esta misma noche para discutir lo que harás mañana.

¿De veras?

Sí. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas conseguir. Mañana se aliarán para acabar contigo. Tienen que hacerlo, ¿comprendes? Naturalmente, es el momento de liquidarte. Si alguno de ellos se encontrara en esta situación entablaría negociaciones con uno o más de los jugadores que han hecho peor papel y llegaría a un acuerdo con ellos para…

Sí, pero como nunca pareces cansarte de recordarme emplear ese tipo de jugarreta conmigo sería algo indigno e impropio de ellos. Por otra parte, tú estás aquí para animarme y tengo a la Factor limitativo para que me ayude… ¿Cómo puedo perder?

La unidad no dijo nada.

Gurgeh se comunicó con la nave aquella noche. Flere-Imsaho había declarado que estaba aburrido. La unidad se quitó el disfraz, se envolvió en un campo de negrura y se alejó flotando silenciosamente hasta perderse en la noche con rumbo a un parque de la ciudad en el que había aves nocturnas.

Gurgeh repasó sus planes con la Factor limitativo, pero el retraso de casi un minuto hizo que la conversación con la distante nave de guerra resultara bastante lenta. Aun así, la nave le hizo unas cuantas sugerencias que Gurgeh encontró muy interesantes. Gurgeh estaba seguro de que a este nivel del juego los consejos de la nave debían ser mucho más de fiar que cualquiera de los que sus oponentes pudieran estar recibiendo de sus mentores, ayudantes y consejeros. Lo más probable era que sólo el centenar escaso de jugadores de primera categoría los que gozaban del patrocinio y apoyo directo de los colegios más importantes tuviera acceso a una ayuda tan sofisticada. La idea le animó un poquito más de lo que ya estaba, y se fue a dormir sintiéndose bastante feliz.

18

Tres días después Gurgeh se volvió hacia el Tablero del Origen al final de una partida de la sesión de primera hora de la tarde y comprendió que no tardaría en quedar fuera del juego.

Al principio todo había ido bien. Gurgeh estaba razonablemente contento de su forma de manejar las piezas, y creía haber conseguido una apreciación bastante más sutil del equilibrio estratégico del juego. La superioridad en posición y fuerzas resultado de sus éxitos durante las primeras fases del juego le habían convencido de que ganaría y seguiría en la Serie Principal para jugar la segunda ronda de partidas en solitario.

Pero durante la tercera mañana se dio cuenta de que había cometido un grave error. Se había confiado demasiado, y había permitido que su concentración se relajara. Lo que parecía una serie de movimientos inconexos hechos por la mayoría de sus oponentes se convirtió repentinamente en un ataque masivo coordinado dirigido por el sacerdote. Gurgeh sucumbió al pánico y se dejó pisotear. Era hombre muerto.

El sacerdote fue a hablar con Gurgeh en cuanto la partida hubo terminado. Gurgeh estaba sentado en su taburete elevado y contemplaba el desastre del tablero intentando comprender dónde se había equivocado. El ápice le preguntó si estaba dispuesto a admitir su derrota. Era el procedimiento convencional cuando algún jugador llevaba tal desventaja de piezas y territorio, y una honrosa admisión de la derrota se consideraba mucho menos vergonzosa que una tozuda negativa a enfrentarse con la realidad que sólo serviría para que la partida se prolongara haciendo perder un tiempo precioso al resto de oponentes. Gurgeh contempló en silencio al sacerdote durante unos segundos y se volvió hacia Flere-Imsaho, quien había obtenido permiso para estar presente en la sala cuando no se estuviera jugando. La máquina osciló de un lado a otro delante de él emitiendo un zumbido ensordecedor que casi rivalizaba con el chirriar de la estática que envolvía su disfraz.

¿Qué opinas, unidad? le preguntó Gurgeh con voz cansada.

Creo que cuanto más pronto te libres de estas ropas ridículas mejor será dijo la máquina.

El atuendo del sacerdote era una versión ligeramente más abigarrada del que llevaba puesto Gurgeh. El ápice lanzó una mirada de irritación a la máquina, pero no dijo nada.

Gurgeh volvió a clavar los ojos en el tablero y contempló al sacerdote. Tragó una honda bocanada de aire, suspiró y abrió la boca, pero Flere-Imsaho se le adelantó.

Creo que deberías volver al hotel, cambiarte de ropa, relajarte un poco y darte una ocasión de pensar.

Gurgeh asintió lentamente con la cabeza, se frotó la barba y observó el amasijo de fortunas individuales esparcido por el Tablero del Origen. Después se volvió hacia el sacerdote y le dijo que le vería mañana.


* * *

No puedo hacer nada. Han ganado dijo Gurgeh en cuanto hubieron vuelto al módulo.

Si tú lo dices… ¿Por qué no consultas con la nave?

Gurgeh se puso en contacto con la Factor limitativo para darle la mala noticia. La nave le dijo cuánto lo lamentaba, y en vez de intentar ayudarle dándole alguna idea que pudiese sacarle del atolladero le explicó con todo lujo de detalles dónde se había equivocado. Gurgeh le dio las gracias de bastante mal humor y se fue a la cama muy abatido deseando haber admitido su derrota cuando el sacerdote se lo pidió.

Flere-Imsaho había vuelto a esfumarse para explorar la ciudad. Gurgeh yacía inmóvil en la oscuridad rodeado por el silencio del módulo.

Se preguntó para qué le habían enviado aquí. ¿Qué esperaba realmente Contacto de él? ¿Había sido enviado para que le humillaran, con lo que el Imperio se quedaría tranquilo y convencido de que la Cultura jamás sería una amenaza? Parecía una respuesta tan probable como cualquier otra. No le costaba nada imaginarse al Cubo de Chiark desgranando una ristra de cifras referentes al inmenso gasto energético que había exigido el trasladarle hasta allí…, e incluso la Cultura y Contacto se lo pensarían dos veces antes de tomarse tantas molestias sólo para que uno de sus ciudadanos pudiera disfrutar de una mezcla de vacaciones y crucero de aventuras. La Cultura no utilizaba el dinero, pero tampoco permitía derroches de materia y energía tan conspicuos y extravagantes (el desperdicio se consideraba poco elegante). Pero convencer al Imperio de que la Cultura era una sociedad ridícula que no representaba ninguna amenaza… ¿Cuánto podía valer eso?

Gurgeh se dio la vuelta, activó el campo flotador, ajustó su resistencia e intentó conciliar el sueño. Cambió varias veces de postura y volvió a alterar la resistencia, pero no lograba encontrar una postura cómoda y acabó desconectándolo.

Se volvió hacia la mesilla de noche y vio el débil resplandor del brazalete que le había dado Chamlis. Lo cogió y le fue dando vueltas entre sus dedos. El diminuto Orbital brillaba en la oscuridad iluminando sus dedos y las ropas de la cama. Gurgeh contempló la superficie del lado diurno y los remolinos casi microscópicos de los sistemas nubosos que flotaban sobre el azul del mar y el marrón de la tierra, y pensó que ya iba siendo hora de que escribiera a Chamlis para agradecerle su regalo.

Hasta entonces no se había dado cuenta de la elegante habilidad con que había sido concebida aquella pequeña joya. Gurgeh había dado por sentado que consistía en una simple imagen fija iluminada, pero era algo más que eso. Recordó el aspecto que tenía cuando lo vio por primera vez y se dio cuenta de que la escena había cambiado. Los contornos de los continentes-isla del lado diurno eran distintos a los que recordaba, aunque logró reconocer un par situados cerca del terminador del alba. El brazalete era una representación de un Orbital dotada de movimiento, y posiblemente incluso podría utilizarse como un reloj no muy sofisticado.

Gurgeh sonrió en la oscuridad y se dio la vuelta.

Todos esperaban que perdiera. Sólo él sabía o había sabido que tenía más posibilidades de lo que se imaginaban, pero había desperdiciado estúpidamente la ocasión de demostrar que estaba en lo cierto y de que eran ellos quienes se equivocaban.

Idiota, idiota murmuró en la oscuridad.

No podía dormir. Se puso en pie, activó la pantalla del módulo y le ordenó que mostrara su situación actual en el juego. El holograma del Tablero del Origen apareció delante de él. Gurgeh se sentó y lo observó en silencio. Después le ordenó al módulo que se pusiera en contacto con la nave.

La conversación transcurrió con la lentitud de un sueño. Gurgeh clavó los ojos en el tablero que parecía alejarse de él y permitió que la fascinación del juego le fuese envolviendo mientras dejaba transcurrir el tiempo necesario para que sus palabras llegaran hasta la lejana nave de guerra y el nuevo intervalo que su contestación tardaba en llegar hasta él.

¿Jernau Gurgeh?

Quiero saber una cosa, nave. ¿Hay alguna forma de salir de este lío?

Qué pregunta tan estúpida… Gurgeh ya conocía la respuesta. Su situación era desastrosa. Sólo había una cosa clara, y era que no tenía ninguna esperanza.

¿Te refieres a salir de tu situación actual en el juego?

Gurgeh suspiró. Qué forma tan estúpida de perder el tiempo…

Sí. ¿Tienes alguna idea?

El holograma congelado en la pantalla que tenía delante de los ojos y la posición que mostraba era como un momento congelado de una larga caída en el vacío; el instante en que el pie resbala, los dedos pierden las últimas reservas de energía que les quedaban y el cuerpo se rinde a la aceleración que le llevará hasta la muerte. Gurgeh pensó en satélites que caían eternamente y en el tambalearse controlado que los bípedos llaman caminar.

En toda la historia de las partidas de la Serie Principal no ha habido nadie que lograra recuperarse llevando una desventaja de puntos tan grande como la tuya. Creen que ya estás derrotado.

Gurgeh esperó. Silencio.

Responde a la pregunta que te he hecho le dijo a la nave. No has respondido a mi pregunta. Respóndeme.

¿A qué estaba jugando la nave? Un desastre, un desastre, un desastre total y absoluto… Su posición era un amasijo remolineante de piezas y áreas, una confusión amorfa y nebulosa, una estructura maltrecha y vacilante que empezaba a desmoronarse. ¿Por qué perdía el tiempo preguntándole si había alguna salida? ¿Acaso no confiaba en su propio juicio? ¿Necesitaba que una Mente se lo confirmara? Como si su confirmación fuera lo único que podía convertir en realidad la derrota suspendida sobre su cabeza…

Sí, claro que hay una salida dijo la nave. Muchas, de hecho, aunque todas son tan improbables que rozan la imposibilidad. Pero puede hacerse. Apenas hay tiempo suficiente para…

Buenas noches, nave dijo Gurgeh, pero la señal no se había interrumpido.

… explicarte cualquiera de ellas con cierto detalle, pero creo que puedo darte una idea general de lo que debes hacer aunque, naturalmente, el mero hecho de que deba ser una evaluación tan sinóptica, tan…

Disculpa, nave. Buenas noches.

Gurgeh desconectó el canal. La pantalla emitió un chasquido. Un rato después oyó el tintineo indicador de que la nave también había cortado la conexión. Gurgeh volvió a contemplar la imagen del holograma y cerró los ojos.


* * *

Cuando despertó seguía sin tener ni idea de lo que iba a hacer. Había pasado toda la noche en vela sentado delante de la pantalla sin apartar la vista del panorama del juego, observándolo con tanta atención que éste parecía haber quedado grabado en su cerebro. Le dolían los ojos. Tomó un desayuno ligero y se entretuvo viendo algunos de los programas recreativos con que el Imperio alimentaba a su población. El tipo de diversión vacía e irracional que ofrecían le pareció de lo más adecuado.

Pequil se presentó a recogerle. El ápice estaba muy sonriente e insistió en que Gurgeh había jugado muy bien, que tomar parte en el juego ya era un auténtico honor y que, personalmente, estaba seguro de que si decidía inscribirse en ella Gurgeh haría un gran papel en la segunda serie de los juegos destinada a quienes habían sido eliminados de la Serie Principal. Naturalmente el interés de la segunda serie era bastante más reducido y en la práctica estaba reservada a quienes querían conseguir algún ascenso, y era un callejón sin salida que no llevaba más allá, pero siempre cabía la posibilidad de que Gurgeh estuviera más inspirado cuando tuviera que enfrentarse a otros…, eh…, infortunados. Bien, tanto daba. Hiciera lo que hiciese Gurgeh seguiría yendo a Ecronedal para ver el final de los juegos y eso era un gran privilegio, ¿no?

Gurgeh apenas despegó los labios y se limitó a asentir con la cabeza de vez en cuando. Subieron al vehículo de superficie y Pequil se pasó todo el trayecto hablando de la gran victoria lograda por Nicosar en su primera partida del día anterior. El Emperador-Regente ya estaba en el segundo tablero, el Tablero de la Forma.

El sacerdote volvió a pedirle que abandonara y Gurgeh repitió que deseaba seguir jugando. El grupo de jugadores tomó asiento alrededor del gran tablero y cada uno dictó sus movimientos a los jugadores del club o los llevó a cabo personalmente. Gurgeh estuvo sentado en silencio durante un buen rato hasta mover su primera pieza de la mañana. Sostuvo el biotec entre las manos durante varios minutos con la cabeza inclinada y los ojos clavados en el tablero, y se mantuvo inmóvil en esa postura durante tanto tiempo que los otros jugadores creyeron que había olvidado que le tocaba mover y hablaron con el Adjudicador para pedirle que se lo recordara.

Gurgeh colocó la pieza en el lugar que había escogido. Era como si estuviera viendo dos tableros, el que estaba delante de él y el que había grabado en su mente la noche anterior. Los otros jugadores hicieron sus movimientos y fueron obligándole a retroceder hasta que Gurgeh quedó confinado en una zona muy reducida del tablero con sólo un par de piezas que se movían erráticamente de un lado a otro libres fuera de ella.

Cuando llegó, tal y como había sabido que llegaría sin querer admitirlo ante sí mismo, la…, sí, la revelación pues era la única palabra que le parecía adecuada hizo que sintiera un deseo casi incontenible de echarse a reír. Lo que hizo fue mecerse hacia atrás y hacia adelante asintiendo lentamente con la cabeza. El sacerdote le lanzó una mirada expectante, como si estuviera esperando que aquel estúpido humano se rindiera de una vez, pero Gurgeh alzó la cabeza y le sonrió. Repasó su delgado mazo escogiendo las cartas más sólidas que le quedaban, se las entregó al Adjudicador e hizo su siguiente movimiento.

Gurgeh se lo jugó todo a una sola posibilidad, confiando en que los otros jugadores sólo deseaban terminar la partida lo más deprisa posible. Estaba claro que se había llegado a alguna especie de acuerdo para dejar ganar al sacerdote, y Gurgeh supuso que el estar luchando para asegurar la victoria de otra persona haría que los demás no se esforzaran al máximo de sus capacidades. La victoria no sería suya y no podrían considerarse propietarios del triunfo. Naturalmente, no era necesario que jugaran demasiado bien. El puro peso de los números podía compensar sobradamente la falta de entusiasmo de los jugadores.

Pero los movimientos podían convertirse en un lenguaje, y Gurgeh creía estar en condiciones de hablar ese lenguaje lo suficientemente bien para mentir en él. Hizo sus movimientos y en un momento dado pareció sugerir que había perdido toda esperanza…, su siguiente jugada pareció indicar que estaba decidido a arrastrar consigo unos cuantos jugadores haciéndoles compartir su derrota…, o sólo a dos de ellos…, o a otro. Las mentiras se fueron sucediendo unas a otras. No había un solo mensaje, sino una sucesión de señales contradictorias que tiraban de la sintaxis del juego primero en una dirección y luego en otra hasta que el entendimiento alcanzado por los otros jugadores empezó a dar señales de fatiga y se fue desintegrando lentamente.

A mediados de ese proceso Gurgeh hizo unos cuantos movimientos inconsecuentes que parecían carecer de propósito y que de repente, y sin ningún aviso previo que lo indicara amenazaron primero a unas pocas, después a bastantes y luego a la mayoría de piezas de un jugador, aunque al precio de colocar a las fuerzas de Gurgeh en una posición todavía más vulnerable. El jugador amenazado se dejó dominar por el pánico y el sacerdote hizo lo que Gurgeh esperaba que hiciera. El ataque adquirió más ímpetu y se volvió más apresurado. Durante los siguientes movimientos Gurgeh fue pidiendo que el funcionario a quien había entregado las cartas les diera la vuelta una por una. Las cartas actuaron como las minas ocultas en una partida de Posesión. Las fuerzas del sacerdote fueron destruidas, desmoralizadas, cegadas por los movimientos hechos al azar, debilitadas hasta un punto en el que no podrían recuperarse, en poder de Gurgeh o sólo en unos cuantos casos en manos de otros jugadores. El sacerdote quedó prácticamente aniquilado, y sus fuerzas se dispersaron por el tablero como si fuesen un montón de hojas muertas.

Gurgeh aprovechó la confusión para observar a los otros jugadores. La pérdida de su líder hizo que empezaran a pelearse por las migajas. Uno de ellos se colocó en una situación bastante apurada. Gurgeh atacó, aniquiló la mayor parte de sus fuerzas y capturó el resto, y después siguió atacando sin hacer ni una sola pausa para reagruparse.

Algún tiempo después comprendería que en aquellos momentos seguía llevando una considerable desventaja de puntos, pero el ímpetu de su resurrección le hizo seguir adelante y fue creando un pánico irracional, histérico y casi supersticioso que se difundió rápidamente entre los otros jugadores.

No volvió a cometer errores. Su avance a través del tablero se convirtió en una combinación de carrera enloquecida y desfile triunfal. Jugadores que ocupaban una posición sólida y bien defendida quedaron en ridículo cuando las fuerzas de Gurgeh asolaron sus territorios devorando zonas y efectivos como si no pudiera haber nada más sencillo o natural.

Gurgeh terminó la partida en el Tablero del Origen antes de la sesión de la tarde. Había logrado salvarse. No sólo había conseguido pasar al siguiente tablero, sino que iba en primer lugar de la clasificación. El sacerdote había estado contemplando la disposición de las piezas y los territorios con una expresión que Gurgeh estuvo seguro habría podido reconocer y describir con la palabra «atónita» aunque no le hubieran dado lecciones sobre el lenguaje facial azadiano, y salió de la estancia sin las bromas habituales que acompañaban el final de una partida. Los otros jugadores apenas dijeron nada o se mostraron embarazosamente efusivos y le felicitaron por lo bien que había jugado.


* * *

Gurgeh se encontró convertido en el centro de una multitud que parecía haber surgido de la nada compuesta por los miembros del club, unos cuantos periodistas, otros jugadores y algunos invitados que habían observado el desarrollo de la partida. Contempló en silencio a aquellos ápices que no paraban de hablar y tuvo la sensación de estar separado de ellos por una distancia inconmensurable. La multitud que se agolpaba a su alrededor y que seguía haciendo cuanto podía para no tocarle era real, pero su mismo número hacía que toda la escena cobrara una apariencia irreal. Un diluvio de preguntas cayó sobre él, pero Gurgeh no pudo responder a ninguna y, de todas formas, apenas si podía distinguir las palabras. Los ápices hablaban demasiado deprisa, y los sonidos que brotaban de sus labios se confundían unos con otros impidiendo que pudieran ser considerados como interrogaciones independientes. Flere-Imsaho estaba flotando sobre las cabezas de la multitud, pero aunque se desgañitó intentando atraer la atención de los ápices lo único que consiguió fue que su estática atrajera sus cabellos. Gurgeh vio como un ápice extendía el brazo intentando apartar a la máquina y recibía lo que estaba claro era una descarga eléctrica tan inesperada como dolorosa.

Pequil se abrió paso por entre el gentío y logró llegar hasta Gurgeh, pero no había acudido a rescatarle. El excitado ápice le dijo que había venido acompañado por veinte reporteros. Tocó a Gurgeh sin parecer darse cuenta de lo que hacía, obligándole a girar sobre sí mismo hasta quedar de cara a unas cámaras.

Hubo más preguntas, pero Gurgeh las ignoró. Tuvo que preguntarle a Pequil varias veces si podía marcharse antes de que el ápice se encargara de abrirle un camino hasta la puerta y el vehículo que les aguardaba.

Señor Gurgue, permita que añada mi felicitación más efusiva a las que ya ha recibido dijo Pequil una vez estuvieron dentro del vehículo. Me enteré en el trabajo y vine lo más deprisa que pude. Ha conseguido una gran victoria.

Gracias dijo Gurgeh.

Fue relajándose poco a poco. Apoyó la espalda en la mullida tapicería del asiento y volvió la cabeza hacia la ventanilla para contemplar la ciudad bañada por el sol. El vehículo tenía aire acondicionado y el edificio en el que se celebraban los juegos no, pero Gurgeh descubrió que era ahora cuando estaba empezando a sudar. Se estremeció.

Yo también dijo Flere-Imsaho. Te tomaste el juego en serio justo a tiempo.

Gracias, unidad.

Claro que aparte de eso tuviste una suerte increíble.

Confío en que me permitirá hacer los arreglos necesarios para celebrar una conferencia de prensa, señor Gurgeh se apresuró a decir Pequil. Estoy seguro de que ocurra lo que ocurra durante el resto de los juegos la partida de hoy bastará para hacerle famoso. ¡Cielos, esta noche compartirá el liderazgo con el mismísimo Emperador!

No, gracias dijo Gurgeh. No quiero ninguna conferencia de prensa.

Estaba convencido de que no tenía nada que decirles. ¿Qué podía contar? Había ganado la partida y tenía todas las posibilidades de ganar aquella ronda y, aparte de eso, la idea de que su imagen y su voz fueran transmitidas a todos los rincones del Imperio y de que su historia adaptada a las exigencias del sensacionalismo, de eso no le cabía ninguna duda, fuera contada una y otra vez y distorsionada por aquellas personas le hacía sentirse terriblemente incómodo.

¡Oh, pero tiene que dar una conferencia de prensa! protestó Pequil. ¡Todo el mundo querrá verle! No parece comprender lo que ha hecho. ¡Aunque acabe perdiendo ha establecido un nuevo récord! ¡Nadie había logrado recuperarse y ganar la partida después de haber quedado tan atrás! ¡Fue asombroso! ¡Una victoria de lo más brillante!

No puedo permitirme ese tipo de distracciones dijo Gurgeh, y se sintió repentinamente muy cansado. Tengo que concentrarme al máximo. Tengo que descansar.

Bueno… dijo Pequil. Parecía un poco desilusionado. Claro, lo comprendo, pero… Debo advertirle de que está cometiendo un error. La gente querrá oír lo que tenga que decir, y nuestra prensa siempre da al público lo que éste desea sin importar cuáles sean las dificultades a que deba enfrentarse para conseguirlo. Si decide no hablar se limitarán a inventar sus declaraciones. Creo que sería mejor que diese una conferencia de prensa.

Gurgeh meneó la cabeza y contempló el tráfico que discurría por la avenida.

Si la gente quiere contar mentiras sobre mí eso es algo entre ellos y sus conciencias. No estoy obligado a hablar con los periodistas. Francamente, me importa muy poco lo que digan.

Pequil le lanzó una mirada de asombro, pero no dijo nada. Flere-Imsaho emitió una especie de risita que fue claramente audible por encima de su incesante zumbido.


* * *

Gurgeh habló con la nave. La Factor limitativo dijo que la partida probablemente podría haberse llevado de una forma más elegante, pero lo que Gurgeh había hecho representaba un extremo del espectro de posibilidades muy improbables que había querido exponerle la noche anterior y le felicitó. Había jugado bastante mejor de lo que la nave creía posible. También le preguntó por qué había cortado la comunicación después de que le dijera que existía una salida.

Porque lo único que quería saber es si había una salida.

(Y, una vez más, el retraso; el peso del tiempo mientras sus palabras salían disparadas hacia el cielo y se desplazaban bajo la superficie moteada de materia del espacio real.)

Pero podría haberte ayudado dijo la nave. Cuando rechazaste mi ayuda… Pensé que era una mala señal. Empecé a creer que aunque siguieras jugando en el tablero ya habías tomado la decisión de rendirte.

No quería ayuda, nave. Gurgeh jugueteó con el brazalete del Orbital preguntándose distraídamente si correspondía a algún mundo en concreto y, de ser así, cuál sería. Quería algo de esperanza.

Comprendo dijo la nave pasado un rato.

19

Yo no aceptaría dijo la unidad.

¿Qué es lo que no aceptarías? preguntó Gurgeh apartando la mirada del tablero que ocupaba el holograma.

La invitación de Za.

La diminuta máquina se acercó un poco más. Volvían a estar dentro del módulo, y Flere-Imsaho se había quitado su molesto y voluminoso disfraz.

Gurgeh contempló a la unidad con el ceño fruncido.

No me había dado cuenta de que también iba dirigida a ti.

Shohobohaum Za había enviado una nota felicitando a Gurgeh e invitándole a salir una noche.

Bueno, no me ha incluido en la invitación, pero se supone que debo acompañarte a todas partes, observarlo todo y…

¿De veras? Gurgeh volvió la cabeza hacia el holograma. Supongo que siempre tienes el recurso de quedarte aquí y observar lo que te dé la gana mientras yo salgo esta noche con Shohobohaum Za a divertirme en la ciudad.

Lo lamentarás dijo la unidad. Hasta ahora has actuado con mucha prudencia. No has salido del módulo y no te has metido en ningún lío, pero si empiezas a comportarte de una forma tan casquivana…

¿«Casquivana»? Gurgeh alzó los ojos hacia la unidad. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo difícil que resultaba mirar de arriba abajo a un objeto que sólo medía unos centímetros. Oye, unidad, no sabía que fueras mi madre.

Estoy intentando actuar de la forma más correcta y prudente dijo la máquina subiendo un poco el tono de voz. Te encuentras en una sociedad extraña, no eres una persona que sepa llevarse muy bien con la gente y en cuanto a Za te aseguro que no encaja con mi idea de…

¡Maldita caja de chatarra! exclamó Gurgeh.

Se puso en pie y desconectó la holopantalla..

La unidad dio un salto en pleno aire y se apresuró a retroceder.

Vamos, vamos, Jernau Gurgeh…

No intentes el truquito del «vamos, vamos» conmigo, odiosa sumadora condescendiente, y no te des tantos humos. Si quiero salir a divertirme una noche saldré. Y, francamente, la idea de tener algo de compañía humana para variar me parece más atractiva a cada momento que pasa. Extendió el brazo y apuntó con un dedo a la máquina. No vuelvas a leer mi correspondencia y no te tomes la molestia de escoltarnos esta noche. Pasó rápidamente junto a la unidad y fue en dirección a su compartimento. Voy a darme una ducha. ¿Por qué no te largas a observar unos cuantos pájaros?

Gurgeh salió de la sala hecho una furia. La diminuta unidad se quedó inmóvil durante unos momentos.

Ooops dijo por fin en voz baja como si hablara consigo misma.

Osciló de un lado a otro con un movimiento vagamente parecido a un encogimiento de hombros y se alejó a toda velocidad envuelta en un débil resplandor rosado.


* * *

Echa un traguito de esto dijo Za.

El vehículo de superficie corría por las calles de la ciudad deslizándose bajo el cielo enrojecido del crepúsculo.

Gurgeh aceptó la petaca y bebió.

No es tan bueno como el grif, pero cumple su función dijo Za y recuperó la petaca. Gurgeh tosió. ¿Dejaste que ese grif surtiera efecto en en el baile o no?

No admitió Gurgeh. Lo hice pasar de largo. Quería tener la cabeza despejada.

Oh, vaya… dijo Za, y puso cara de abatimiento. Eso quiere decir que habría podido beber un poco más del que bebí, ¿no? Se encogió de hombros, sonrió y le dio unas palmaditas en el codo. Eh, por cierto… Mis felicitaciones. Por tu victoria, ya sabes.

Gracias.

Ha sido una lección que no olvidarán. Chico, menuda sorpresa les diste… Za meneó la cabeza y le contempló con admiración. Su larga cabellera castaña se deslizó sobre la parte superior de su holgada túnica como si fuera una masa de humo que había adquirido peso de repente. Al principio me pareció que eras un perdedor de primera categoría, y confieso que te archivé en el cajón correspondiente, pero ahora veo que eres un hombre de muchos recursos.

Le guiñó un ojo y sonrió.

Gurgeh contempló el rostro jovial de Za durante unos momentos sin saber muy bien cómo debía reaccionar, pero acabó sonriendo. Le quitó la petaca de entre los dedos y se la llevó a los labios.

Por los hombres de muchos recursos dijo.

Amén, maestro.

Hubo un tiempo en que el Agujero se encontraba en los arrabales de la ciudad, pero ahora era otra parte más de un distrito urbano. El Agujero era un vasto conjunto de cavernas artificiales excavadas en la pizarra varios siglos antes para almacenar gas natural. El gas se había agotado hacía mucho tiempo, la ciudad utilizaba otras formas de energía y el conjunto de enormes cavernas unidas las unas a las otras había sido colonizado, primero por los pobres de Groasnachek y luego (mediante un lento proceso de osmosis y desplazamiento, como si el comportamiento del gas natural y el de los seres humanos fuera prácticamente idéntico) por sus criminales y fuera de la ley y, finalmente aunque no del todo, por los nativos de otras especies y el cortejo de locales que dependía de ellos, con lo que las cavernas se habían convertido en algo a lo que sólo le faltaba el nombre para ser un auténtico ghetto de extranjeros.

El vehículo en el que viajaban Gurgeh y Za entró en lo que había sido un gigantesco cilindro para el almacenaje del gas y que ahora albergaba dos rampas en forma de espiral que servían para que los vehículos de superficie y de otros tipos entraran y salieran del Agujero. El cilindro seguía estando básicamente vacío, y el centro de aquella inmensa estructura que vibraba continuamente con un sinfín de ecos estaba ocupado por un conjunto de ascensores de varios tamaños que subían y bajaban por entre armazones improvisadas de tubos, cañerías y vigas.

Las superficies interior y exterior del gigantesco gasómetro brillaban bajo el arcoiris creado por las luces y el parpadeo irreal de las imágenes grotescamente exageradas ofrecidas por los hologramas publicitarios. La gente iba y venía por el primer nivel de aquel cruce entre torre y caverna, y el aire estaba saturado de gritos, alaridos, voces que discutían y regateaban y rugidos de motores y maquinaria. Gurgeh observó al gentío y los puestos y tiendas que pasaban junto a ellos antes de que el vehículo inclinara el morro e iniciara su largo descenso. Un extraño olor entre dulzón y acre se fue filtrando por las rejillas del sistema del aire acondicionado y lo invadió como si fuera el aliento humeante de aquel lugar.

Dejaron el vehículo en un túnel larguísimo de techo bastante bajo cuya atmósfera estaba llena de humo y gritos. La galería apenas si podía acoger a los vehículos de muchas formas y tamaños que gruñían y siseaban abriéndose paso entre los enjambres de personas como inmensos animales vadeando torpemente un mar de insectos. Za cogió a Gurgeh de la mano y su vehículo se puso en marcha dirigiéndose hacia la rampa de subida. Fueron avanzando por entre las multitudes de azadianos y otros humanoides yendo hacia la boca de un túnel envuelto en una débil claridad verdosa.

Bueno, ¿qué te parece el lugar? gritó Za.

Está un poco lleno, ¿no?

¡Pues tendrías que verlo un día de fiesta!

Gurgeh miró a su alrededor. Tenía la sensación de ser invisible, como si se hubiera convertido en un fantasma. Se había acostumbrado a ser el centro de la atención, un fenómeno al que todos contemplaban boquiabiertos con cara de asombro mientras procuraban mantenerse a una buena distancia de él; y de repente ahora se encontraba rodeado por personas que no se fijaban en él y apenas si le lanzaban alguna que otra mirada fugaz. Le empujaban, tropezaban con él, le apartaban y le rozaban sin que les importara lo más mínimo tocarle.

Y había tanta variedad, incluso en la enfermiza luz verde mar de aquel túnel, tantos tipos físicos distintos mezclados con los azadianos que ya se estaba acostumbrando a ver… Reconoció a unos cuantos alienígenas que su memoria de las variedades pan-humanas encontró vagamente familiares, pero la mayoría eran salvajemente distintos a cuanto había visto hasta entonces. Gurgeh pronto perdió la cuenta de las variaciones en miembros, estatura, corpulencia, fisionomía y aparato sensorial con que se fue encontrando durante aquel breve recorrido por el túnel.

Salieron del calor del túnel y entraron en una inmensa caverna brillantemente iluminada que tendría un mínimo de ochenta metros de altura y la mitad de anchura. Las paredes de color crema se alejaban en ambas direcciones durante medio kilómetro o más y terminaban en grandes arcos laterales rodeados de luces que llevaban a otras galerías. El suelo estaba lleno de tiendas y edificios que parecían chozas, paneles y pasarelas cubiertas, puestos, quioscos y placitas cuadradas con fuentes y toldos a rayas de muchos colores. Las lámparas colgadas en los cables atados a los postes bailoteaban de un lado para otro, y las luces principales ardían en las lejanas bóvedas del techo inundándolo todo con una luz entre marfileña y plateada. Los lados de la galería casi quedaban ocultos por edificios de varios niveles y pasarelas suspendidas de las paredes o del techo, y había tramos enteros de pared de un gris mugriento puntuados por los agujeros irregulares de las ventanas, balcones, terrazas y puertas. Los ascensores y poleas crujían y chirriaban llevando a sus pasajeros hasta los niveles superiores o bajándolos hasta aquella superficie atestada de objetos y personas.

Por aquí dijo Za.

Avanzaron por las angostas calles del suelo de la galería hasta llegar a la pared, subieron por una escalera de madera de peldaños bastante anchos pero no muy seguros y fueron hacia una gruesa puerta también de madera protegida por una reja metálica y un par de siluetas de gran corpulencia. Una era un macho azadiano y la otra pertenecía a una especie que Gurgeh no consiguió identificar. Za les saludó con la mano y la reja metálica fue subiendo sin que ninguno de los dos guardias pareciese haber hecho nada. La puerta giró lentamente sobre sus goznes, y Gurgeh y Za abandonaron la caverna llena de ecos para internarse en un túnel sumido en la penumbra. Las paredes estaban ocultas por paneles de madera y la gruesa alfombra que cubría el suelo hacía que el túnel resultara bastante silencioso, sobre todo comparado con el tumulto de la caverna.

Las luces de la caverna fueron desapareciendo a su espalda y una débil claridad color cereza empezó a atravesar la capa de yeso tan delgada como una oblea que cubría la curvatura del techo. Los paneles de madera parecían bastante gruesos, eran oscuros como el alquitrán y estaban calientes al tacto. Gurgeh empezó a oír los ecos ahogados de la música por delante de ellos.

Otra puerta; una mesa en una pequeña habitación donde dos ápices les contemplaron sin demasiado interés y acabaron dignándose sonreír a Za, quien les entregó un par de bolsitas de cuero. La puerta se abrió. Za y Gurgeh cruzaron el umbral para encontrarse con la luz, la música y el ruido que había más allá.

El espacio en el que entraron era una dimensión regida por la confusión y el desorden, y no había forma de decidir si se trataba de una sola estancia subdividida y repartida en un caos de varios niveles o una profusión de galerías y habitaciones más pequeñas que se habían acabado juntando unas con otras. El lugar estaba lleno de gente y la atmósfera vibraba con los ecos estridentes de la música atonal. Las espesas capas de humo que flotaban lentamente de un lado a otro podrían haber hecho pensar que estaba ardiendo, pero el humo tenía un olor dulzón y casi perfumado.

Za guió a Gurgeh por entre el gentío hasta una cúpula de madera situada a un metro de distancia de una pequeña pasarela cubierta. Desde la cúpula se dominaba una especie de escenario situado a un nivel inferior. El escenario estaba rodeado por pequeños palcos circulares y por varias zonas con asientos y bancos, todos ellos ocupados y con una considerable mayoría de azadianos.

En el pequeño escenario de forma más o menos circular que había debajo se veía a un alienígena bajito y no muy corpulento o, al menos, a una criatura de esas características que apenas entraba en la categoría de pan-humana, que luchaba o, quizá, copulaba con una hembra azadiana dentro de una temblorosa bañera llena de un fango rojizo del que se desprendían hilillos de humo. El conjunto parecía estar rodeado por un campo de baja gravedad. Los espectadores gritaban, aplaudían y no paraban de beber.

Oh, estupendo dijo Za. La diversión acaba de empezar.

¿Están jodiendo o se pelean? preguntó Gurgeh.

Puso los codos sobre la barandilla y bajó la vista hacia el confuso montón de carne convulsa que eran el alienígena y la mujer.

Za se encogió de hombros.

¿Qué importa eso?

Una camarera una hembra azadiana que sólo vestía un trocito de tela alrededor de la cintura acudió a una señal de Za y les preguntó qué querían beber. Llevaba los cabellos peinados en forma de bola y el holograma de llamas azules y amarillas que los envolvía producía la ilusión de que estaban ardiendo.

Gurgeh apartó la mirada del escenario. La mujer logró que el alienígena saliera dando vueltas por los aires y se lanzó sobre él haciéndole desaparecer debajo del fango humeante. El público sentado detrás de Gurgeh acogió la proeza con un murmullo colectivo de admiración.

¿Vienes aquí muy a menudo? preguntó Gurgeh.

Za dejó escapar una ruidosa carcajada.

No. Sus verdes pupilas chispearon. Pero me voy con mucha frecuencia.{N.d.T.: El juego de palabras que hace con la pregunta de Gurgeh se pierde en la traducción. El "come" de "You come here often?" puede significar tanto «ir a un sitio» como «correrse»}

¿Es el sitio donde te relajas?

Za meneó la cabeza enfáticamente.

Por supuesto que no. Es un error muy extendido. Hay mucha gente convencida de que la diversión resulta relajante. Si te relaja es señal de que no te estás divirtiendo como deberías, y el Agujero ha sido concebido precisamente con el fin de que te diviertas. Diversión y juegos… Se calma un poco durante el día, pero incluso entonces hay horas en que también puede ser bastante salvaje. Los festivales de bebida suelen ser los peores, pero creo que esta noche no habrá ningún problema. La atmósfera está bastante tranquila.

El público gritó. La mujer tenía agarrado al pequeño alienígena por el cuello y le mantenía el rostro debajo del fango. El alienígena se debatía desesperadamente.

Gurgeh se volvió hacia el escenario. Los movimientos del alienígena se fueron debilitando a medida que la mujer desnuda le obligaba a ir hundiendo la cabeza en el burbujeante fango rojo. Gurgeh miró a Za.

Parece que se estaban peleando.

Za volvió a encogerse de hombros.

Puede que nunca lleguemos a saberlo.

Apoyó los codos en la barandilla justo cuando la mujer hacía que el ahora fláccido cuerpo del alienígena se hundiera unos centímetros más en el fango.

¿Le ha matado? preguntó Gurgeh.

El público había empezado a gritar y los más entusiastas pateaban y golpeaban las mesas con los puños. Gurgeh tuvo que levantar la voz para hacerse oír.

No dijo Shohobohaum Za meneando la cabeza. El pequeñajo es un uhnircal. Za movió la cabeza señalando hacia abajo. La mujer estaba usando una mano para mantener sumergido a su contrincante y alzó la otra en un gesto de triunfo mientras sus ojos llameantes se clavaban en el público que no paraba de gritar. ¿Ves esa cosita negra que asoma por ahí?

Gurgeh miró en la dirección que le indicaba y logró distinguir una pequeña protuberancia negra que asomaba del barro rojo.

Sí.

Eso es su polla.

Gurgeh se volvió hacia Za y le observó con cierta suspicacia.

¿Y cómo se supone que va a ayudarle eso?

Los uhnircales pueden respirar a través de sus pollas dijo Za. Ese tipo está perfectamente. Mañana por la noche volverá a luchar en otro club. Puede que ni tan siquiera espere hasta mañana… quizá vuelva a luchar esta misma noche dentro de un rato.

Za se volvió hacia la camarera que acababa de colocar sus bebidas sobre la mesa. Se inclinó hacia adelante para murmurarle algo; la camarera asintió con la cabeza y se alejó.

Convence a tus glándulas para que lo mezclen con un poquito de Expansión —sugirió.

Gurgeh asintió y los dos tomaron un sorbo.

Me pregunto por qué la Cultura nunca ha pensado en incluir eso dentro de su programa de manipulación genética dijo Za contemplando su vaso.

¿El qué?

El ser capaz de respirar a través de tu polla.

Gurgeh pensó en ello.

Porque hay ciertos momentos en que estornudar podría resultar muy incómodo.

Za se rió.

Pero también tendría sus compensaciones.

El público que había a su espalda dejó escapar un «Ooooooo» ahogado. Za y Gurgeh se dieron la vuelta con el tiempo justo de ver como la mujer hacía emerger el cuerpo de su oponente del fango tirando de su pene. La cabeza y los pies del alienígena seguían debajo de aquel líquido glutinoso que goteaba lentamente.

Uf murmuró Za, y tomó un sorbo de su bebida.

Alguien del público arrojó una daga hacia la bañera de barro. La mujer la cogió al vuelo, se inclinó y le cortó los genitales a su oponente. Alzó el goteante pedazo de carne sobre su cabeza y el público pareció volverse loco. El alienígena se fue hundiendo lentamente debajo del líquido rojo con el pie de la mujer sobre su pecho. La sangre hizo que el barro se fuera volviendo negro y unas cuantas burbujas emergieron a la superficie.

Za se reclinó en su asiento. Parecía perplejo.

Ese tipo debía ser de alguna subespecie que no conocía.

La bañera llena de fango fue sacada del escenario. La mujer siguió saludando a la enloquecida multitud con su trofeo en alto hasta desaparecer.

Shohobohaum Za se puso en pie para saludar a un grupo de cuatro hembras azadianas de espectacular belleza y atuendos deslumbrantes que venían hacia la cúpula. Gurgeh había ordenado a sus glándulas que produjesen la droga sugerida por Za y estaba empezando a sentir los efectos de ésta y del licor.

Se volvió hacia las mujeres y pensó que podían compararse con cualquiera de las que había visto la noche del baile, y parecían mucho más afables.

Los números se fueron sucediendo en el escenario. Casi todos eran de naturaleza sexual. Za y dos de las hembras azadianas (Inclate y At-sen, una a cada lado de él) le explicaron que fuera del Agujero aquel espectáculo habría supuesto la muerte para ambos participantes, ya fuese mediante radiación o administrando una sustancia letal.

Gurgeh no les prestó mucha atención. Quería divertirse y las obscenidades del escenario eran la parte menos importante de la diversión. Estaba lejos del juego, y eso era lo único que contaba. Aquella noche viviría sometido a un conjunto de reglas distintas. Sabía cuál era la razón de que Za hubiera invitado a las mujeres a sentarse a su mesa, y le divertía. No sentía ningún deseo especial hacia las dos exquisitas criaturas entre las que estaba sentado y, desde luego, nada que no pudiera ser controlado, pero no cabía duda de que eran una compañía muy agradable. Za no era ningún idiota, y aquellas dos hembras encantadoras Gurgeh sabía que si Za hubiese descubierto que sus preferencias iban en otra dirección habrían sido machos o ápices eran tan inteligentes como buenas conversadoras.

Sabían algunas cosas sobre la Cultura, habían oído rumores sobre las alteraciones sexuales que sus habitantes consideraban como algo absolutamente normal y no tardaron en hacer chistes discretamente obscenos sobre el equipo y las proclividades de Gurgeh comparadas con las suyas, y con las de los otros sexos azadianos. Eran realmente fascinantes, y sabían cómo halagarle y provocarle. Bebían licor en copitas, fumaban pipas minúsculas y delgadísimas Gurgeh intentó dar un par de caladas pero sólo consiguió toser, lo que pareció divertirles mucho, y las dos tenían una larga melena negro-azulada que se enroscaba sinuosamente. La melena de cada una estaba dividida en membranas sedosas por redecillas de platino tan finas que casi resultaban invisibles, y contenía una gran cantidad de broches antigravitatorios que la hacían ondular y deslizarse como si fuera una imagen tomada a cámara lenta. Cada grácil movimiento de aquellas cabezas tan delicadas adquiría una asombrosa irrealidad.

El traje de Inclate tenía el color eternamente cambiante del aceite sobre el agua y estaba tachonado de joyas que parpadeaban como si fuesen estrellas; y At-sen llevaba un videotraje al que su fuente de energía oculta hacía brillar con un suave resplandor rojizo. La gargantilla que rodeaba su cuello actuaba como un pequeño monitor de televisión y mostraba una imagen distorsionada de lo que había a su alrededor: Gurgeh a un lado, el escenario detrás, una de las damas de Za al otro lado y la otra en el extremo opuesto de la mesa. Gurgeh le enseñó su brazalete Orbital, pero At-sen no pareció demasiado impresionada.

Za estaba jugando a las cartas con sus dos damas, que no paraban de reír mientras manejaban aquellos naipes adornados con joyas tan delgados que casi dejaban pasar la luz. Una de las damas se encargaba de anotar la puntuación en un cuadernito acompañando cada cifra con muchas risitas y fingidas muestras de preocupación.

¡Pero Jernou! dijo At-sen desde la izquierda de Gurgeh. ¡Debes posar para que te hagan un retrato de cicatrices! ¡Así podremos recordarte cuando hayas vuelto a la Cultura y a sus damas decadentes de muchos orificios!

Gurgeh oyó la risita de Inclate a su derecha.

No, ni pensarlo dijo Gurgeh con fingida seriedad. A juzgar por el nombre debe ser algo de lo más bárbaro.

¡Oh, sí, sí, lo es! At-sen e Inclate ahogaron la risa en sus bebidas. At-sen logró calmarse la primera y le puso la mano sobre la muñeca. ¿No te gustaría saber que una pobre criatura que no ha conseguido olvidarte vaga por Eá llevando tu retrato sobre su piel?

Sí, pero… ¿En qué zona exacta de la piel? preguntó Gurgeh.

Todo el mundo pareció opinar que su pregunta era digna de ser celebrada con ruidosas carcajadas.

Za se puso en pie. Una de las damas recogió las cartas y las guardó en un bolsito unido a su brazo por una cadenilla. Za apuró su bebida.

Gurgeh, creo que mi amiga y yo vamos a buscar un sitio más tranquilo donde podamos mantener una charla íntima dijo. ¿Os apuntáis?

Za se inclinó hacia Inclate y At-sen y sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa que produjo nuevas oleadas de hilaridad y unos cuantos chillidos. At-sen metió los dedos en su copa e intentó rociar a Za con el licor, pero éste consiguió esquivarlo.

Sí, Jernou, ven dijo Inclate, y puso las dos manos sobre el brazo de Gurgeh. Vamos todos. Aquí no se puede respirar, y el ruido es tan terrible…

Gurgeh sonrió y meneó la cabeza.

No, me temo que sólo conseguiría decepcionaros.

¡Oh, no! ¡No!

Los esbeltos dedos de Inclate tiraron de sus mangas y se curvaron alrededor de su brazo.

La discusión acompañada de bromas y sobreentendidos prosiguió durante algunos minutos. Za se mantuvo inmóvil junto a la mesa sonriendo flanqueado por sus dos damas mientras Inclate y At-sen intentaban levantar a Gurgeh por la fuerza o hacían mohines y protestaban intentando persuadirle de que las acompañara.

Todos los medios que utilizaron acabaron fracasando. Za se encogió de hombros, y sus damas lograron contener la risa el tiempo suficiente para imitar aquel gesto que no entendían.

Muy bien, jugador dijo. ¿Quieres quedarte aquí? Pues quédate, hombre.

Za se volvió hacia Inclate y At-sen, que se habían puesto muy serias y parecían estar de mal humor.

Bueno, espero que sabréis cuidar de él dijo Za. No dejéis que hable con ningún desconocido.

At-sen dejó escapar un bufido.

Tu amigo parece dispuesto a rechazar tanto lo desconocido como lo que ya le es familiar.

Inclate no pudo contener la risa.

O las dos cosas juntas balbuceó.

At-sen y ella sucumbieron a un nuevo acceso de hilaridad y se inclinaron por detrás de Gurgeh para pellizcarse los hombros y darse palmadas.

Za meneó la cabeza.

Jernau, te aconsejo que intentes controlarlas tan bien como te controlas a ti mismo.

Gurgeh se agachó para esquivar unas gotitas de licor mientras las hembras le envolvían en su risa estridente.

Lo intentaré dijo mirando a Za.

Bueno… dijo Za. Procuraré no tardar demasiado. ¿Estás seguro de que no quieres acompañarnos? Podría ser toda una experiencia.

Oh, no lo dudo, pero estoy muy a gusto aquí.

De acuerdo. No te pierdas, ¿eh? Te veré pronto. Za volvió la cabeza primero hacia una chica y luego hacia la otra. El trío giró al unísono y se alejó entre risitas y murmullos. ¡Lo más pronto que pueda! gritó Za por encima de su hombro. ¡Lo prometo, jugador!

Gurgeh le saludó con la mano. Inclate y At-sen parecieron calmarse un poco, y empezaron a explicarle que su negativa a portarse mal dejaba bien claro hasta dónde llegaba su tozuda maldad. Gurgeh pidió una nueva ronda de bebidas y pipas pensando que eso serviría para que no hablaran tanto.

Las chicas le enseñaron cómo jugar al juego de los elementos y canturrearon la letanía «La hoja corta la tela, la tela envuelve la piedra, la piedra detiene el agua, el agua apaga el fuego, el fuego derrite la hoja» con la seriedad de un par de colegialas, y le enseñaron pacientemente cuáles eran las gestos que debía hacer con la mano para que pudiera aprenderlos de memoria.

El juego era una versión bidimensional bastante abreviada del emparejamiento de dados elemental que se practicaba en el Tablero del Cambio, pero prescindía del Aire y del Fuego. Gurgeh encontró levemente divertido que no pudiera escapar a la influencia del Azad ni tan siquiera estando en el Agujero. Se enfrascó en aquel juego tan sencillo porque las damas querían divertirse, procuró no ganar demasiadas veces…, y se dio cuenta de que era la primera vez en toda su existencia que no se esforzaba al máximo por ganar.

Aquella anomalía le sorprendió tanto que se excusó y se puso en pie para ir a los lavabos, de los que había cuatro tipos distintos. Utilizó el de Otras Especies, pero necesitó algunos minutos para encontrar el equipamiento adecuado. El pequeño contratiempo le pareció tan gracioso que salió del lavabo riendo entre dientes, y se encontró con Inclate esperándole al otro lado del umbral en forma de esfínter. La joven parecía preocupada. El traje-película de aceite había perdido casi todo su brillo irisado.

¿Qué ocurre? preguntó Gurgeh.

At-sen dijo la joven retorciendo frenéticamente sus manecitas. Su ex-amo apareció de repente y se la ha llevado. Quiere volver a poseerla porque ya casi ha pasado un décimo de año desde que fueron uno solo y le falta muy poco para quedar libre. Alzó los ojos hacia Gurgeh. El temor y el nerviosismo habían distorsionado sus frágiles rasgos. La melena negroazulada ondulaba alrededor de su rostro con la fluida lentitud de una sombra. Ya sé que Sho-Za dijo que no debías moverte de aquí, pero… ¿No podrías ayudarla? Esto no es asunto tuyo, pero ella es mi amiga y yo…

¿Qué puedo hacer? preguntó Gurgeh.

Ven. Siendo dos quizá consigamos distraerle. Creo que sé adonde la ha llevado. No correrás ningún peligro, Jernou.

La joven le cogió de la mano.

Medio caminaron y medio corrieron por sinuosos pasillos de madera dejando atrás muchas habitaciones y puertas. Gurgeh empezó a pensar que se había perdido en un laberinto de sensaciones; una confusión de sonidos (música, risas, gritos), imágenes (sirvientes, cuadros eróticos, fugaces atisbos de galerías repletas de cuerpos que se movían rítmicamente) y olores (comida, perfume, el sudor de pieles muy distintas a la suya).

Inclate se detuvo de repente. Habían llegado a una habitación con forma de cuenco que hacía pensar en un teatro. El escenario estaba ocupado por un macho humano desnudo que giraba lentamente sobre sí mismo primero en una dirección y luego en otra delante de una pantalla gigante que mostraba primeros planos de su cuerpo. El aire vibraba con el retumbar de la música. Inclate se quedó inmóvil y recorrió con la mirada las hileras de espectadores sin soltar la mano de Gurgeh.

Gurgeh se volvió hacia el hombre del escenario. Las luces eran muy intensas y abarcaban todo el espectro de la claridad solar. El macho tenía cierta tendencia a la obesidad y la piel muy blanca. Su cuerpo estaba lleno de inmensos morados multicolores que parecían grabados gigantescos. Los de su pecho y su espalda eran los más grandes y mostraban rostros azadianos. La mezcla de negros, azules, púrpuras, verdes, amarillos y rojos se combinaba para formar retratos de una sutileza y una precisión increíbles, y el lento flexionarse de los músculos del hombre parecía darles vida haciendo que cada rostro cobrara nuevas expresiones que cambiaban incesantemente. Gurgeh le contempló fascinado y contuvo el aliento casi sin darse cuenta.

¡Allí! gritó Inclate para hacerse oír por encima del palpitar de la música.

Gurgeh sintió que tiraba de su mano. Empezaron a abrirse paso por entre el gentío hacia el lugar en que se encontraba At-sen, muy cerca del escenario. At-sen estaba con un ápice que la sacudía con tanta violencia que la hacía temblar mientras señalaba al hombre del escenario. At-sen tenía la cabeza baja y sus hombros se estremecían como si estuviera llorando. El videotraje estaba desconectado y la tela gris colgaba de ella como una criatura fláccida y sin vida. El ápice la abofeteó (la melena negra onduló lánguidamente) y volvió a gritar algo ininteligible. At-sen cayó de rodillas. La melena repleta de broches antigravitatorios la siguió como si estuviera desapareciendo lentamente debajo del agua. Nadie parecía fijarse en la pareja. Inclate fue hacia ellos tirando de Gurgeh.

El ápice les vio venir e intentó llevarse a At-sen. Inclate le gritó algo y alzó la mano de Gurgeh mientras seguía apartando a los espectadores. Estaban bastante cerca. El ápice pareció asustarse y echó a correr con paso tambaleante hacia la salida que había debajo del escenario arrastrando a At-sen con él.

Inclate intentó seguirle, pero un grupo de machos azadianos muy corpulentos le obstruyó el paso. Los azadianos no apartaban los ojos del hombre del escenario. Inclate empezó a dar puñetazos en sus espaldas. Gurgeh vio como At-sen desaparecía por la puerta que había debajo del escenario. Apartó a Inclate y utilizó la superioridad que le daba su tamaño para abrirse paso por entre dos machos sin hacer caso de sus protestas. Gurgeh y la chica corrieron hacia la puerta.

El pasillo giraba bruscamente sobre sí mismo. Siguieron el sonido de los gritos, bajaron corriendo por una escalera muy estrecha Gurgeh vio la gargantilla-monitor rota en dos mitades encima de un peldaño y siguieron por un corredor bañado en una luz color jade con un gran número de puertas. Gurgeh aguzó el oído, pero todo estaba en silencio. At-sen yacía en el suelo y el ápice estaba inclinado sobre ella. El ápice vio a Gurgeh e Inclate, lanzó un grito de furia y les amenazó con el puño. Inclate le gritó algo que Gurgeh no consiguió entender.

Gurgeh dio un paso hacia adelante. El ápice metió la mano en un bolsillo y sacó un arma.

Gurgeh se detuvo. Inclate dejó de gritar. At-sen gemía en el suelo. El ápice empezó a hablar demasiado deprisa para que Gurgeh pudiera comprenderle. Señaló a la mujer caída en el suelo y alzó el brazo hacia el techo. Se echó a llorar y el arma tembló en su mano (y, mientras tanto, una parte de la mente de Gurgeh observaba todo aquello desde una gran distancia e intentaba analizarlo. ¿Estoy asustado? ¿Es esto el miedo o aún no ha llegado? Estoy contemplando el rostro de la muerte y la muerte me contempla desde ese agujerito negro, el túnel diminuto en la mano de este ser de otra especie —como si fuese otro elemento del juego que la mano puede mostrar si se lo propone—, y estoy esperando a sentir el miedo…

… y aún no ha llegado. Sigo esperando, y no llega. ¿Qué significa esto? ¿Significa que no voy a morir, o que voy a morir dentro de unos momentos?

La vida o la muerte en el movimiento de un dedo, una orden transmitida por los nervios, una decisión que quizá no sea totalmente voluntaria tomada por un imbécil celoso que no es nadie y que no significa nada a cien milenios de mi hogar…)

El ápice retrocedió sin dejar de hacer gestos implorantes mientras lanzaba miradas desesperadas a At-sen, Gurgeh e Inclate. De repente dio un paso hacia adelante y pateó a At-sen en la espalda sin mucha fuerza. At-sen lanzó un grito ahogado. El ápice giró sobre sí mismo, echó a correr y arrojó el arma al suelo. Gurgeh saltó por encima de At-sen, se lanzó en pos del ápice y le vio desaparecer por la escalera de caracol sumida en las tinieblas que había al final del pasillo. Dio un par de pasos hacia adelante con la idea de perseguirle, pero se detuvo. El eco de los pasos se fue desvaneciendo. Gurgeh volvió al pasillo bañado por aquella luz color jade.

Había una puerta abierta, y una suave claridad color citrino brotaba del umbral.

Un tramo de pasillo, un cuarto de baño y después la habitación. Era muy pequeña y todas las superficies estaban cubierta de espejos. Hasta el suelo parecía ondular con reflejos temblorosos que tenían el color de la miel. Gurgeh entró en la habitación y se convirtió en el centro de un ejército de Gurgehs reflejados.

At-sen estaba sentada en una cama traslúcida. La tela gris de su video-traje tenía un par de desgarrones. Inclate se había arrodillado junto a ella y le hablaba en voz baja con un brazo sobre sus hombros. At-sen tenía la cabeza gacha. Sus imágenes se multiplicaban sobre los muros relucientes de la habitación. Gurgeh vaciló y volvió la vista hacia la puerta. At-sen alzó la cabeza y le miró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

¡Oh, Jernou!

Extendió una mano temblorosa hacia él. Gurgeh se acuclilló junto a la cama y le pasó el brazo alrededor de la cintura. At-sen temblaba incontrolablemente, y las dos mujeres estuvieron llorando un buen rato.

Empezó a acariciarle la espalda.

At-sen apoyó la cabeza en su hombro y Gurgeh sintió el extraño calor de sus labios en el cuello. Inclate se puso en pie, fue hacia la puerta y la cerró. Después volvió a la cama y el vestido que parecía una película de aceite cayó sobre el suelo de espejo creando un charco de ondulaciones luminosas.

Shohobohaum Za apareció un minuto después. Abrió la puerta de una patada, llegó al centro de la habitación cubierta de espejos en un par de zancadas (y una multitud infinita de Zas repitieron una y otra vez su avance por aquel espacio engañoso) y miró a su alrededor ignorando a las tres siluetas que yacían sobre la cama.

Inclate y At-sen se quedaron totalmente inmóviles con las manos paralizadas sobre los botones y tiras del traje de Gurgeh. Al principio Gurgeh no supo cómo reaccionar, pero en cuanto se hubo calmado intentó asumir una expresión lo más normal posible. Za se volvió hacia la pared que tenía detrás. Gurgeh siguió la dirección de su mirada y se encontró contemplando su propio reflejo. Un rostro enrojecido por el aflujo de sangre, una cabellera revuelta, las ropas en desorden… Za saltó sobre la cama y su pie se estrelló contra la imagen.

La pared se hizo añicos con un estrépito ensordecedor acompañado por un coro de gritos femeninos. El espejo se desintegró revelando el cuartito sumido en las tinieblas que había detrás y una máquina sostenida por un trípode cuya parte delantera apuntaba a la habitación de los espejos. Inclate y At-sen se levantaron de un salto y corrieron hacia la puerta. Inclate cogió su vestido de un manotazo antes de esfumarse.

Za arrancó la diminuta cámara de su trípode y la examinó.

Afortunadamente sólo sirve para grabar… No hay transmisor. Se metió la cámara en un bolsillo, se volvió hacia Gurgeh y le sonrió. Venga, jugador, vuelve a guardar eso en la funda. ¡Tenemos que correr!

Corrieron por el pasillo de la luz jade hasta llegar a la escalera de caracol por la que había huido el ápice que se llevó a At-sen. Za se inclinó ágilmente sin dejar de correr y recogió el arma que el ápice había tirado al suelo. Gurgeh ya ni se acordaba de ella. El arma fue inspeccionada, puesta a prueba y rechazada en un par de segundos. Llegaron a la escalera de caracol y subieron los peldaños de tres en tres.

Otro pasillo, éste iluminado por un débil resplandor rojo oscuro. La música retumbaba sobre sus cabezas. Dos ápices muy corpulentos vinieron corriendo hacia ellos y Za frenó en seco.

Oops dijo, y giró sobre sí mismo.

Empujó a Gurgeh hacia las escaleras y siguieron subiendo por ellas hasta llegar a un espacio oscuro que parecía vibrar con los ecos palpitantes de aquella música. Había luz a un lado. Los pasos de sus perseguidores retumbaban en la escalera. Za se dio la vuelta y su pie derecho salió disparado hacia la escalera produciendo un grito y el estruendo de algo que caía.

Un delgado haz de luz azul llenó de motas la oscuridad. El haz surgió de la escalera y creó una fuente de llamas amarillas y chispazos anaranjados en algún lugar encima de sus cabezas. Za retrocedió un par de pasos.

Parece que se han traído la jodida artillería. Movió la cabeza señalando hacia la luz. Bien, maestro, ha llegado el momento de salir a escena.

Entraron corriendo en el escenario y una luz tan brillante como la del sol cayó sobre ellos. El macho que estaba contoneándose en el centro del escenario les lanzó una mirada de odio y el público empezó a protestar ruidosamente. Un instante después la expresión del rostro del artista de los morados pasó de la irritación a una mezcla de sorpresa y perplejidad.

Gurgeh estuvo a punto de caer y se quedó tan inmóvil como si se hubiera convertido en una estatua.

… y se encontró contemplando su propio rostro.

Sus rasgos estaban reproducidos al doble de su tamaño natural en el arco iris de contusiones que cubría el torso del azadiano. Gurgeh clavó los ojos en él, y supo que su mueca de asombro debía ser tan aparatosa como la visible en los rechonchos rasgos del artista.

No podemos perder el tiempo contemplando obras de arte, Jernau.

Za tiró de él, le arrastró hasta el comienzo del escenario y le empujó. Gurgeh oyó como saltaba detrás de él.

Aterrizaron sobre un grupo de machos azadianos que lanzaron gritos de protesta. El impacto hizo que todos cayeran al suelo. Za tiró de Gurgeh hasta ponerle en pie, pero el puñetazo que se estrelló contra su nuca estuvo a punto de volver a derribarle. Giró sobre sí mismo y lanzó una patada mientras desviaba otro puñetazo con el brazo. Gurgeh sintió que le agarraban y le hacían girar, y se encontró delante de un macho muy corpulento y enfadado con el rostro lleno de sangre que echó el brazo hacia atrás y tensó los dedos formando un puño (y Gurgeh se acordó del juego de los elementos y pensó: «¡Piedra!»).

El hombre parecía moverse muy despacio.

Gurgeh tuvo tiempo más que suficiente para pensar en lo que debía hacer.

Alzó la rodilla incrustándola en la ingle de su atacante y le golpeó la cara con el canto de una mano. El azadiano cayó al suelo y Gurgeh se libró de su ya debilitada presa, esquivó un golpe de otro macho y vio como Za derribaba a otro azadiano de un codazo en el rostro.

Y un instante después ya estaban corriendo de nuevo. Za lanzó un rugido y movió frenéticamente las manos mientras se dirigía hacia una salida. Gurgeh tuvo que reprimir el deseo de echarse a reír, pero la táctica pareció funcionar. Los espectadores se apartaron ante ellos como el agua hendida por la proa de un bote y les dejaron pasar.


* * *

Estaban sentados en un pequeño bar perdido en el laberinto de la galería principal bajo un cielo sólido hecho de yeso color perla. Shohobohaum Za había empezado a desmontar la cámara que había descubierto detrás del falso espejo y estaba examinando los delicados componentes mediante un instrumento del tamaño de un palillo que emitía un débil zumbido. Gurgeh cogió una servilleta de papel y se limpió el arañazo de la mejilla que se había hecho cuando Za le arrojó del escenario.

No, jugador, todo ha sido culpa mía… Tendría que habérmelo imaginado. El hermano de Inclate está en Seguridad y At-sen tiene un hábito muy caro. Son unas chicas encantadoras, pero eso es una mala combinación, ¿comprendes? No es lo que deseaba para esta noche. Por suerte para ti y para la integridad de tu trasero una de mis bellas damas descubrió que había perdido uno de sus mini-naipes y se negó a tomar parte en cualquier otro tipo de juego hasta que lo hubiese recuperado. Bueno, qué se le va a hacer… Medio polvo es mejor que nada.

Extrajo otra pieza del interior de la cámara. Hubo un chisporroteo y un fugaz destello luminoso. Za hurgó unos segundos más en el humeante interior del aparato contemplándolo con expresión dubitativa.

¿Cómo supiste dónde encontrarnos? preguntó Gurgeh.

Estaba convencido de que se había comportado como un imbécil, pero no se sentía tan avergonzado e incómodo como habría esperado dadas las circunstancias.

Conocimientos, unas cuantas conjeturas y suerte, jugador. En ese club hay varios sitios a los que se puede ir cuando tienes ganas de revolcarte en una cama con alguien, otros sitios donde se puede interrogar a ese alguien, matarle o administrarle alguna sustancia de efectos muy desagradables…, o hacer una película. Tenía la esperanza de que hubieran decidido divertirse con el jueguecito de las luces-cámara-acción y no con algo peor. Meneó la cabeza y contempló la cámara. Pero tendría que habérmelo imaginado… Creo que me estoy volviendo demasiado confiado.

Gurgeh se encogió de hombros, tomó un sorbo del ponche de licor que le habían servido y clavó la mirada en la vacilante llama de la vela colocada sobre el mostrador que tenían delante.

Fui yo el que cayó en la trampa, no tú. Pero… ¿Quién? Miró a Za, ¿Y por qué?

El estado, Gurgeh dijo Za volviendo a hurgar en la cámara. Porque quieren tener algo que les permita ejercer presión sobre ti… Sólo por si acaso, ¿comprendes?

¿Por si acaso qué?

Por si se da la improbable casualidad de que sigas sorprendiéndoles y ganes más partidas. Es una especie de póliza de seguros. ¿Sabes qué es una póliza de seguros? ¿No? Bah, no importa… Es como apostar pero al revés. Za cogió la cámara con una mano y empezó a tirar de una pieza con el diminuto instrumento. Sus manipulaciones acabaron dando como resultado el que se abriera una tapita disimulada en un lado de la cámara. Za sonrió y extrajo un disco del tamaño de una moneda de las entrañas de la cámara. Lo alzó ante sus ojos y la luz le arrancó destellos nacarados. Las fotos de tus vacaciones dijo.

Hizo un ajuste en un extremo del instrumento y el disco quedó tan sólidamente pegado a la punta como si estuviera untada de pegamento. Za sostuvo la diminuta moneda policroma sobre la llama de la vela hasta que empezó a sisear y echar humo. El disco acabó convirtiéndose en un montón de escamitas opacas que cayeron sobre la vela.

Lamento que no hayas podido quedártelas como recuerdo dijo Za.

Gurgeh meneó la cabeza.

Creo que prefiero olvidar lo ocurrido.

Oh, vamos, no te lo tomes tan a pecho. Pero te aseguro que pienso cobrarme la factura… Za sonrió. Esas dos perras están en deuda conmigo. Tengo derecho a una sesión gratis… De hecho, creo que tengo derecho a unas cuantas.

La idea pareció hacerle muy feliz.

¿Y vas a conformarte con eso? preguntó Gurgeh.

Eh, ellas se limitaron a interpretar el papel que les habían adjudicado. No hubo malicia por su parte, ¿comprendes? Como mucho se merecen una buena azotaina.

Za movió las cejas y curvó los labios en una sonrisa lasciva. Gurgeh suspiró.

Cuando volvieron a la galería de tránsito para llamar a su vehículo Za saludó con la mano a un grupito de ápices y machos bastante robustos y de expresiones severas que estaban inmóviles junto a una pared del túnel, y arrojó lo que quedaba de la cámara a uno de ellos. El ápice la cogió al vuelo, giró sobre sí mismo y se alejó seguido por sus acompañantes.

El vehículo tardó unos minutos en llegar.


* * *

¿Crees que éstas son horas de volver? ¿Sabes cuánto rato llevo esperándote y preocupándome por ti? Mañana tienes que jugar, no se si lo habrás olvidado… ¡Y fíjate en tus ropas! ¿Y cómo te has hecho ese arañazo? ¿Qué has…?

Máquina… Gurgeh bostezó y arrojó la chaqueta sobre un asiento de la sala. Jódete y déjame en paz.

20

A la mañana siguiente Flere-Imsaho no le dirigió la palabra. La unidad se reunió con él en la sala del módulo justo cuando éste le pasó el aviso de que Pequil acababa de llegar con el vehículo, pero cuando Gurgeh le dijo hola la unidad no le devolvió el saludo y pasó todo el trayecto de bajada en el ascensor del hotel zumbando diligentemente y emitiendo unos chisporroteos de estática todavía más ruidosos que de costumbre. Una vez estuvieron dentro del vehículo su comportamiento siguió siendo tan poco comunicativo como hasta entonces. Gurgeh decidió que podía vivir con ello.

Gurgue, veo que se ha hecho daño dijo Pequil mientras lanzaba una mirada de preocupación al arañazo de su mejilla.

Sí. Gurgeh sonrió y se acarició la barba. Me he cortado al afeitarme.

El Tablero de la Forma sirvió de escenario a una lenta guerra de desgaste.

Gurgeh tuvo que enfrentarse al ataque combinado de los otros nueve jugadores desde el principio, y no tardó en comprender lo que estaba ocurriendo. Había utilizado la ventaja acumulada en el tablero anterior para crear un enclave pequeño pero tan bien protegido que resultaba casi inconquistable, y estuvo dos días sin moverse de él dejando que las ofensivas de los otros jugadores se estrellaran contra sus defensas. Si los ataques hubieran sido llevados de la forma correcta le habrían destrozado, pero sus oponentes intentaban que sus acciones no parecieran demasiado concertadas y los ataques sólo implicaban a unos cuantos jugadores. Aparte de eso, cada jugador temía debilitarse excesivamente porque eso significaría ser aplastado por los demás.

Al final de ese período de tanteos un par de agencias de noticias empezaron a decir que atacar al forastero en grupo era un comportamiento descortés e injusto.

Flere-Imsaho la unidad ya había olvidado su enfado y volvía a hablarle opinó que aquella reacción podía ser sincera, pero pensaba que había bastantes más probabilidades de que fuera el resultado de la presión imperial. La unidad estaba convencida de que el Departamento Imperial había utilizado su influencia para llamar al orden a la Iglesia no cabía duda de que el sacerdote seguía las instrucciones de la Iglesia y estaba asesorado por ella, y la Iglesia tenía que haber sido la que financió sus acuerdos con los demás jugadores, pero fuera cual fuese la razón al tercer día los ataques concertados cesaron como por arte de magia y la partida empezó a seguir un rumbo más normal.

La sala de juegos estaba repleta. Había muchos más espectadores que habían pagado su entrada, un gran número de invitados había decidido ver qué tal jugaba el alienígena y las agencias de prensa habían enviado un contingente extra de reporteros y cámaras. Los jugadores del club sometidos a la autoridad del Adjudicador consiguieron que la multitud se mantuviera razonablemente silenciosa, y el aumento del público apenas distrajo a Gurgeh, pero sí dificultó considerablemente el desplazarse por la sala durante los descansos. La gente no paraba de acercarse a él para hacerle preguntas o, simplemente, para verle de cerca.

Pequil casi siempre estaba allí, pero parecía más interesado en aparecer delante de las cámaras que en proteger a Gurgeh de las personas que querían hablar con él. Aun así la presencia del ápice servía para distraer un poco la atención de los reporteros, y la vanidad de Pequil permitió que Gurgeh se concentrara al máximo en el juego.


* * *

Durante los dos días siguientes Gurgeh se dio cuenta de que la forma de jugar del sacerdote había sufrido un cambio muy sutil y que el estilo de otros dos jugadores también se había alterado, aunque no de una forma tan pronunciada como en el caso del sacerdote.

Gurgeh había eliminado a tres jugadores y el sacerdote había acabado con otros tres sin necesidad de esforzarse demasiado. Los dos ápices restantes habían establecido sus propios enclaves en el tablero y parecían conformarse con desempeñar un papel secundario en el desarrollo de la partida. Gurgeh estaba jugando bien, aunque su estilo no había alcanzado los extremos de frenético virtuosismo que le habían permitido obtener la victoria en el Tablero del Origen. Tendría que derrotar al sacerdote y a los otros dos jugadores sin demasiadas dificultades, y lo cierto es que estaba logrando imponerse, aunque muy despacio. El sacerdote estaba jugando mucho mejor que antes, sobre todo al comienzo de cada sesión, y eso hizo que Gurgeh pensara que el ápice aprovechaba los descansos para ser asesorado por algunos consejeros de primera categoría. Los otros dos jugadores debían estar recibiendo una ayuda similar, aunque no tan intensa y eficiente.

Pero el final llegó al quinto día de partida y fue de lo más repentino. El sacerdote se derrumbó. Los otros dos jugadores decidieron abandonar. Gurgeh tuvo que soportar una nueva oleada de adulaciones y elogios, y las agencias de noticias empezaron a publicar editoriales impregnados de inquietud. ¿Cómo era posible que alguien llegado del Exterior jugara tan bien? Algunos de los medios de comunicación más sensacionalistas incluso publicaron artículos afirmando que el alienígena de la Cultura utilizaba una especie de sentido sobrenatural o artefacto prohibido por la ley. Los periodistas habían logrado averiguar el nombre de Flere-Imsaho, y empezaron a especular con la posibilidad de que la máquina fuera el misterioso origen de las habilidades ilícitas de Gurgeh.

Me han llamado ordenador gimió la unidad.

Y a mí me llaman tramposo replicó Gurgeh con voz pensativa. La vida es cruel, como les encanta repetir aquí.

Tienen toda la razón. La vida aquí es terriblemente cruel.


* * *

La última partida en el Tablero del Cambio fue un paseo triunfal, quizá porque ése era el tablero en el que Gurgeh siempre se había sentido más a gusto. El sacerdote entregó un plan de objetivos especial al Adjudicador antes de que empezara la partida, algo a lo que tenía perfecto derecho por ser el segundo clasificado. El sacerdote había decidido conformarse con el segundo lugar. Quedaría fuera de la Serie Principal, pero tendría una posibilidad de volver a participar en ella si ganaba las dos partidas de la ronda siguiente.

Gurgeh sospechaba que podía tratarse de un truco, y al principio jugó con mucha cautela esperando un ataque masivo o que algún jugador le tendiera una trampa con sus piezas; pero los otros jugadores parecían no tener ningún objetivo definido, e incluso el sacerdote empezó a hacer la clase de movimientos ligeramente mecánicos que había empleado en la primera partida. Gurgeh se arriesgó a lanzar unos cuantos ataques exploratorios con efectivos no muy considerables y apenas si encontró oposición. Dividió sus fuerzas en dos grupos y lanzó una incursión a gran escala contra el territorio del sacerdote sólo para divertirse un poco y ver cómo reaccionaba. El sacerdote se dejó dominar por el pánico. La embestida de Gurgeh le dejó tan aturdido que apenas si logró hacer un movimiento medianamente bueno, y al final de la sesión corría un serio peligro de ser aniquilado.

Después del descanso Gurgeh tuvo que enfrentarse a un ataque masivo de los demás jugadores mientras el sacerdote se debatía impotente atrapado en una esquina del tablero. Gurgeh captó la indirecta. Le dio un poco de espacio para maniobrar y dejó que atacara a dos de los jugadores más débiles para recuperar una parte de las posiciones que había perdido. La partida terminó con Gurgeh controlando la mayor parte del tablero y los otros jugadores aniquilados o confinados a zonas muy pequeñas que apenas poseían importancia estratégica. Gurgeh no tenía muchas ganas de continuar la partida hasta su inevitable final y supuso que si lo intentaba los otros jugadores se unirían contra él sin importarles lo obvio que resultara el que habían decidido actuar en grupo. Le estaban ofreciendo la victoria, pero si intentaba vengarse o se dejaba dominar por la codicia tendría que pagar un precio muy alto por ella. Gurgeh decidió aceptar la situación actual y la partida llegó a su fin. El sacerdote quedó clasificado en segundo lugar.

Pequil volvió a felicitarle en cuanto salieron de la sala de juegos. Gurgeh había conseguido llegar a la segunda ronda de la Serie Principal. Había mil doscientos Primeros Ganadores y el doble de Cualificados, y Gurgeh estaba en aquel grupo de escogidos. La segunda ronda se regía por la modalidad singular, y ahora tendría que enfrentarse a un solo jugador. El ápice volvió a suplicarle que diese una conferencia de prensa, y Gurgeh volvió a negarse.

¡Pero tiene que acceder! ¿Qué pretende lograr con esa actitud? Si no dice algo pronto conseguirá que se vuelvan contra usted. Ese truco de hacerse el enigmático acabará dejando de funcionar. ¡Ahora les cae simpático porque lo tiene todo en contra, y no debería perder esa aureola!

Pequil dijo Gurgeh, plenamente consciente de que dirigirse al ápice de esa forma era insultarle, no voy a hablar con nadie sobre mi forma de jugar, y lo que los periodistas quieran decir o pensar sobre mí no me importa en lo más mínimo. He venido a jugar y no a perder el tiempo con tonterías.

Es nuestro invitado dijo Pequil con voz gélida.

Y ustedes son mis anfitriones.

Gurgeh giró sobre sí mismo dándole la espalda y el trayecto de vuelta al módulo se realizó en un tenso silencio que hizo aún más audibles los zumbidos y chisporroteos de Flere-Imsaho. Gurgeh no pudo evitar la sospecha de que había momentos en que los ruidos emitidos por la unidad apenas lograban ocultar una risita ahogada.

21

Bien, ahora es cuando empezarás a tener problemas.

¿Por qué dices eso, nave?

Ya era de noche. Las puertas traseras del módulo estaban abiertas. Gurgeh podía oír el lejano zumbido del vehículo aéreo de la policía que flotaba sobre el hotel para mantener alejados a los vehículos de las agencias de noticias, y el aire que entraba por el hueco también traía consigo los olores cálidos y extraños de la ciudad. Gurgeh había empezado a estudiar un problema de colocación de piezas en una partida singular, y había tomado unas cuantas notas. El sistema parecía la mejor solución al retraso que dificultaba todas sus conversaciones con la Factor limitativo. Gurgeh hablaba, cortaba la comunicación y estudiaba el problema mientras la luz del transmisor hiperespacial se encendía y se apagaba. Cuando recibía la réplica de la nave activaba la modalidad oral del comunicador, y el resultado era bastante parecido a una auténtica conversación.

Porque ahora tendrás que mostrar tus cartas morales. Has entrado en la fase del juego singular, y tendrás que definir tus principios básicos y revelar tus premisas filosóficas. Eso significa que debes revelar algunas de las cosas en las que crees, y tengo la sospecha de que eso puede traer problemas.

Nave, no estoy muy seguro de tener ninguna creencia digna de ese nombre dijo Gurgeh.

Hizo algunas anotaciones en una tablilla sin apartar los ojos del holograma que tenía delante.

Yo creo que sí las tienes, Jernau Gurgeh, y el Departamento Imperial del Juego querrá saber en qué consisten para incorporarlas a sus archivos. Me temo que deberás inventarte algo.

¿Y por qué debería hacerlo? ¿Qué importancia tiene todo eso? No puedo conseguir ningún puesto o rango y por bien que juegue no voy a conseguir ninguna clase de poder. ¿Qué importa lo que crea o deje de creer? Ya sé que necesitan averiguar cuáles son las creencias y opiniones de la gente que ocupa posiciones de poder, pero yo sólo quiero jugar.

Sí, pero ellos necesitan conocer esos datos para sus estadísticas. Puede que tus opiniones no tengan ninguna importancia real en términos de las propiedades electivas del juego, pero ellos necesitan mantener al día sus registros y saber qué clase de jugador sale victorioso en cada modalidad del juego…, y aparte de eso supongo que desearán saber hacia qué extremo se inclinan tus opiniones políticas.

Gurgeh alzó los ojos hacia la cámara.

¿Mis opiniones políticas? ¿De qué estás hablando?

Jernau Gurgeh… dijo la nave, y suspiró. Un sistema culpable no admite la existencia de los inocentes. Nosotros estamos contra el sistema. Los aparatos de poder convencidos de que todo el mundo está a favor o en contra de ellos necesitan que las posiciones de cada cual estén claramente definidas, y si pensaras un poco en todo este asunto descubrirías que realmente estás contra ellos. Hasta tu forma de pensar te coloca en las filas de sus enemigos. Naturalmente, no eres enemigo suyo porque así lo hayas decidido sino porque cada sociedad impone parte de sus valores a los que crecen y se educan dentro de ella, pero lo que debes comprender es que algunas sociedades intentan maximizar ese efecto mientras que otras intentan minimizarlo. Tú procedes de una sociedad del segundo tipo y se te está pidiendo que des explicaciones públicas ante una sociedad del primero. La prevaricación resultaría bastante más difícil de lo que te imaginas, y la neutralidad… Bueno, probablemente es imposible. Tus creencias y valores políticos no son algo de lo que puedas librarte mediante un acto de voluntad. No son un conjunto de entidades que pueda separarse del resto de tu personalidad: son una función de tu existencia. Yo lo sé y ellos lo saben, y será mejor que lo aceptes.

Gurgeh pensó en lo que le había dicho la nave.

¿Puedo mentir?

Supongo que el auténtico significado de tu pregunta es si sería aconsejable presentar unas premisas falsas y no el si eres capaz de enunciar en voz alta algo que no sea verdad. (Gurgeh meneó la cabeza.) Sí, creo que sería lo más prudente… Aunque quizá te resulte bastante difícil encontrar algo que les parezca lo suficientemente aceptable y que no sea moralmente repugnante para ti.

Gurgeh volvió la cabeza hacia el holograma.

Oh, te sorprendería lo que puedo llegar a inventar murmuró. De todas formas, y dado que serán mentiras… ¿Cómo pueden parecerme repugnantes?

Una observación muy interesante. Si se empieza suponiendo que no hay ninguna oposición moral al acto de mentir, y sobre todo teniendo en cuenta que lo que estamos discutiendo es básicamente y en su mayor parte una mentira que producirá un beneficio a quien la utiliza, por oposición a lo que llamamos mentira desinteresada o compasiva, entonces…

Gurgeh dejó de escuchar y concentró su atención en el holograma. En cuanto supiera con quién iba a enfrentarse tendría que repasar algunas de sus partidas anteriores.

Se dio cuenta de que la nave había dejado de hablar.

Bien, nave, te diré lo que pienso hacer y tú me dirás qué te parece… murmuró. Estoy muy ocupado y todo este embrollo de las mentiras parece interesarte mucho más que a mí, así que… ¿Por qué no buscas un compromiso entre la verdad y las conveniencias lo bastante sofisticado para que nos satisfaga a los dos? Probablemente estaré de acuerdo con lo que me sugieras, sea lo que sea.

Muy bien, Jernau Gurgeh. Será un placer.

Gurgeh se despidió de la nave. Completó su estudio del problema y desactivó la pantalla. Se puso en pie, se estiró y bostezó. Salió del módulo y empezó a caminar bajo la oscuridad teñida de naranja y marrón del techo del hotel. Faltó poco para que tropezara con un macho muy corpulento que vestía uniforme.

El guardia le saludó un gesto al que Gurgeh nunca sabía cómo replicar y le entregó una hoja de papel. Gurgeh lo cogió y le dio las gracias. El guardia regresó a su puesto acostumbrado de vigilancia al final de la escalera.

Gurgeh volvió al módulo intentando leer la nota por el camino.

¿Flere-Imsaho? preguntó.

No estaba seguro de si la pequeña máquina seguía allí o estaba fuera.

La unidad entró flotando por la puerta que daba acceso a otra parte del módulo. Se había quitado el disfraz y remolcaba un enorme libro lleno de ilustraciones sobre la fauna aérea de Eá.

¿Sí?

¿Qué dice aquí?

Gurgeh le enseñó la nota.

La unidad se acercó un poco más a la hoja de papel.

Dejando aparte los típicos adornos y fiorituras imperiales, dice que les encantaría que fueras al palacio mañana para que puedan añadir sus felicitaciones a las que ya has recibido. Lo que significa realmente es que quieren echarte un vistazo.

Y supongo que he de ir, ¿no?

Yo diría que sí.

¿Se te menciona en la nota?

No, pero te acompañaré. Lo máximo que pueden hacer es echarme a patadas, ¿verdad? ¿De qué estabas hablando con la nave?

Va a encargarse de inventarme unas Premisas para registrarlas en los archivos, y aprovechó la ocasión para soltarme una conferencia sobre el condicionamiento sociológico.

Lo hace con la mejor de las intenciones, créeme dijo la unidad. Sencillamente… Bueno, no quiere dejar una tarea tan delicada en manos de alguien como tú.

Ibas a salir, ¿verdad? dijo Gurgeh.

Volvió a activar la pantalla y tornó asiento delante de ella. Buscó el canal de juegos en la longitud de onda imperial y fue pasando las imágenes hasta llegar al informe sobre el sorteo para la segunda ronda de partidas. Aún no había ninguna decisión. El sorteo estaba realizándose y se esperaba que los resultados fueran hechos públicos en cualquier momento.

Bueno… dijo Flere-Imsaho. Hay una especie de ave nocturna interesantísima que se alimenta de peces y que vive en un estuario a sólo cien kilómetros de aquí. Me estaba preguntando si…

Oh, no te pierdas la diversión por mí dijo Gurgeh.

Los resultados del sorteo empezaron a aparecer en el canal de juegos. La pantalla se llenó de nombres y números.

En tal caso… Buenas noches.

La unidad flotó hacia el umbral.

Gurgeh la despidió con un gesto de la mano sin volverse a mirar.

Buenas noches dijo.

No oyó si la unidad replicaba o no.

Encontró su sitio en el sorteo. Su nombre aparecía en la pantalla junto al de Lo Wescekibold Ram, director de la Junta de Monopolios Imperiales. El listado le clasificaba en el Nivel Cinco Principal, lo cual quería decir que era uno de los sesenta mejores jugadores del Imperio.


* * *

Al día siguiente Pequil no tenía que ir a trabajar. Un vehículo imperial se presentó para recoger a Gurgeh y aterrizó al lado del módulo. Gurgeh y Flere-Imsaho que había vuelto bastante tarde de su expedición al estuario fueron llevados por encima de la ciudad hasta el palacio. Aterrizaron en el tejado de un impresionante conjunto de edificios de oficinas desde el que se dominaba uno de los pequeños parques que había dentro del recinto del palacio y fueron acompañados hasta una escalinata cuyos peldaños estaban cubiertos por una magnífica alfombra. Bajaron por ella y llegaron a un despacho de techo muy alto en el que un sirviente le preguntó a Gurgeh si quería beber o comer algo. Gurgeh dijo que no, y el sirviente se marchó dejándole a solas con la unidad.

Flere-Imsaho fue hacia los ventanales y Gurgeh se entretuvo contemplando los retratos colgados de las paredes. Unos minutos después un ápice que parecía bastante joven entró en la habitación. Era alto y vestía una versión relativamente sobria del uniforme de la Burocracia Imperial.

Buenos días, señor Gurgeh. Soy Lo Shav Olos.

Hola dijo Gurgeh.

Intercambiaron una cortés inclinación de cabeza y el ápice fue rápidamente hacia un escritorio enorme situado enfrente de las ventanas y colocó un fajo de papeles bastante voluminoso encima de él antes de tomar asiento.

Lo Shav Olos se volvió hacia Flere-Imsaho, que zumbaba y chisporroteaba a cierta distancia de Gurgeh.

Y supongo que ésta debe ser su pequeña máquina, ¿no?

Se llama Flere-Imsaho. Me ayuda con los problemas lingüísticos que puedan presentarse.

Claro, claro… El ápice movió la mano señalando un sillón situado al otro lado de su escritorio. Siéntese, por favor.

Gurgeh se sentó y Flere-Imsaho se colocó junto al sillón. El sirviente trajo un vaso de cristal tallado y lo colocó encima del escritorio cerca de Olos, quien tomó un sorbo antes de seguir hablando.

Supongo que no debe necesitar mucha ayuda, señor Gurgeh. El joven ápice sonrió. Su eaquico es soberbio.

Gracias.

Permita que añada mi felicitación personal a la del Departamento Imperial, señor Gurgeh. Ha llegado mucho más lejos de lo que muchos de nosotros creíamos posible. Tengo entendido que sólo ha estudiado el juego durante la tercera parte de uno de nuestros Grandes Años.

Sí, pero el Azad me pareció tan interesante que durante ese tiempo apenas hice otra cosa, y aparte de eso comparte ciertos conceptos con otros juegos que he estudiado en el pasado.

Aun así, ha derrotado a personas que han estado estudiando el Azad durante toda su vida. El sacerdote Lin Goforiev Tounse, por ejemplo… Se esperaba que haría un buen papel en estos juegos.

Sí, ya me lo dijeron. Gurgeh sonrió. Quizá tuve suerte.

El ápice dejó escapar una risita y se reclinó en su asiento.

Quizá fuera eso, señor Gurgeh. Siento que su buena fortuna le abandonara en el sorteo para la próxima ronda. Lo Wescekibold Ram es un jugador soberbio, y somos muchos quienes esperamos que mejore su actuación de los últimos juegos.

Espero poder proporcionarle una buena partida.

Eso esperamos todos. El ápice tomó otro sorbo de su vaso, se puso en pie y fue hacia los ventanales que tenía detrás para contemplar el parque. Gurgeh le vio rascar el grueso cristal con la punta de un dedo como si intentara quitar algo pegado. Estrictamente hablando no se trata de algo que concierna a mi departamento, desde luego, pero… Bueno, confieso que me interesaría mucho saber si puede decirme algo sobre sus planes respecto al registro de las Premisas.

El ápice se dio la vuelta y miró a Gurgeh.

Aún no he decidido cómo expresarlas dijo Gurgeh. Probablemente las presentaré mañana.

El ápice asintió y le contempló con expresión algo pensativa mientras tiraba suavemente de una de las mangas del uniforme imperial.

Me pregunto sí me permitiría darle un consejo, señor Gurgeh. ¿Puedo aconsejarle que se muestre lo más… circunspecto posible? (Gurgeh se volvió hacia la unidad y le pidió que tradujera la palabra. Olos esperó en silencio hasta que Flere-Imsaho hubo acabado de explicarle su significado y siguió hablando.) Tiene que registrar sus Premisas en el departamento, claro está, pero ya sabe que sus cualificaciones personales sólo le permiten participar en estos juegos de una forma totalmente honorífica, y por lo tanto lo que diga en sus Premisas sólo tiene un valor… ¿Digamos que estadístico?

Gurgeh se volvió hacia la unidad y le pidió que le aclarara el significado de la palabra «cualificaciones».

Paparrucheo puro, jugaroide espacialero murmuró Flere-Imsaho en marain con cierta irritación. Disimular y fingir; tú esa palabra utilizar antes en eáquico ya. Lugarcito plagado de microfonitos. ¿Importar tú si dejar de dar pistas más a imbéciles estos sobre jergamiento nuestro? ¿Vale?

Gurgeh tuvo que hacer un considerable esfuerzo para no sonreír.

Olos siguió hablando.

La regla general es que los participantes deben estar preparados para defender sus opiniones con argumentos en caso de que el departamento crea necesario interrogarles más ampliamente al respecto, pero tengo la esperanza de que comprenderá que hay muy pocas probabilidades de que ése vaya a ser su caso. El Departamento Imperial es consciente de que los…, los valores predominantes en su sociedad pueden ser muy distintos a los de la nuestra. No deseamos colocarle en una situación incómoda obligándole a revelar cosas que la prensa y la mayoría de nuestros ciudadanos podrían encontrar… ofensivas. Olos sonrió. Personalmente, y que esto quede entre nosotros, supongo que podría ser…, bueno, casi siento la tentación de utilizar la palabra «vago», y puedo asegurarle que esa hipotética vaguedad suya no molestaría especialmente a nadie.

¿«Especialmente»? preguntó Gurgeh en su mejor tono de inocencia volviéndose hacia la chisporroteante unidad que flotaba junto a él.

Más parloteo paparruchesco biltrivnik ner plin ferds, tú estar cuonstipicuamente sometiendo dura prueba nomonomo wertsishi mi zozlik zibbidik jodida paciencia mía, Gurgeh.

Gurgeh tosió.

Disculpe dijo mirando a Olos. Sí, comprendo… Puedo asegurarle que tendré muy presentes todos los consejos que me ha dado cuando llegue el momento de redactar mis Premisas.

Me alegra oírle decir eso, señor Gurgeh. Olos volvió a sentarse. Naturalmente, todo lo que le he dicho es pura opinión personal y no guarda ninguna relación con lo que pueda pensar el Departamento Imperial. Esta rama de la administración es totalmente independiente del Departamento, ¿sabe? Aun así, una de las cosas que hacen tan fuerte al Imperio es precisamente su cohesión, su… unidad, y dudo de que mi evaluación de cuál podría ser la actitud de otro departamento imperial esté muy alejada de la realidad. Lo Shav Olos sonrió con una cierta condescendencia. Todos estamos en el mismo barco, ¿comprende?

Comprendo dijo Gurgeh.

Sí, tengo la seguridad de que lo comprende… Dígame, ¿está muy impaciente por ir a Ecronedal?

Mucho, especialmente dado que se trata de un honor para el que es preciso reunir unas cualificaciones personales muy estrictas y que rara vez se concede a los jugadores invitados.

Cierto, cierto… Sus palabras parecieron divertir a Olos. Muy pocos de nuestros invitados tienen ocasión de poner los pies en el Planeta de Fuego. Es un lugar sagrado, y no sólo eso sino que también es todo un símbolo de la naturaleza imperecedera del Imperio y del Juego.

Mi gratitud es tan inmensa que supera con mucho mi pobre capacidad para expresarla ronroneó Gurgeh, e inclinó levemente el torso en un gesto al que le faltaba muy poco para ser una reverencia.

Flere-Imsaho emitió una especie de balbuceo ahogado.

Olos sonrió con satisfacción.

Ya ha dejado claro que es un buen jugador. Estoy seguro de que las grandes dotes naturales para el juego que ha exhibido hasta el momento no le abandonarán y le permitirán demostrar que es más que digno del lugar que se le ha concedido en el castillo de los juegos de Ecronedal. Y ahora… dijo el ápice lanzando una rápida mirada a la pantalla de su escritorio. Veo que ya ha llegado la hora de que asista a otra reunión del Consejo Mercantil. Me temo que será tan insoportablemente tediosa como todas las reuniones de ese Consejo, y nada me gustaría más que continuar con nuestra agradable conversación, señor Gurgeh, pero por desgracia me veo obligado a ponerle punto final en aras de la regulación eficiente del intercambio de bienes entre nuestros muchos mundos.

Lo comprendo, lo comprendo dijo Gurgeh, y se puso en pie al mismo tiempo que el ápice.

Encantado de haberle conocido, señor Gurgeh.

Olos sonrió.

Lo mismo digo.

Permita que le desee suerte en su partida con Lo Wescekibold Ram dijo el ápice mientras le acompañaba hasta la puerta. Me temo que va a necesitarla… Estoy seguro de que será una partida muy interesante.

Eso espero dijo Gurgeh.

Salieron del despacho. Olos le ofreció la mano y Gurgeh se la estrechó permitiendo que sus rasgos mostraran una leve sorpresa.

Buenos días, señor Gurgeh.

Adiós.

Gurgeh y Flere-Imsaho fueron escoltados hasta la aeronave que les aguardaba en el tejado y Lo Shav Olos se alejó por otro pasillo para asistir a su reunión.


* * *

¡Gurgeh, eres un gilipollas! dijo la unidad en marain apenas volvieron a estar en el módulo. Primero me preguntas cuál es el significado de dos palabras que ya conoces, después utilizas las dos palabras y el…

Gurgeh había empezado a menear la cabeza y se apresuró a interrumpirle.

Máquina, me temo que no entiendes nada de juegos, ¿verdad?

Sé darme cuenta de cuando alguien está haciendo imbecilidades.

Bueno, máquina… Hacer imbecilidades siempre es mejor que dejarse tratar como un animalito doméstico, ¿verdad?

La unidad emitió un sonido muy parecido a una brusca inhalación de aire y pareció vacilar.

Bueno, de todas formas… dijo por fin. Al menos ahora no tienes que preocuparte por tus Premisas. Dejó escapar una risita que sonó bastante forzada. ¡Les asusta la sola idea de que puedas decir la verdad!

22

La partida entre Gurgeh y Lo Wescekibold Ram despertó gran atención. La prensa seguía estando fascinada por aquel alienígena huraño que se negaba a hacer declaraciones, y envió a sus reporteros más sarcásticos y a los cámaras más capaces de captar cualquier expresión facial que pudiera darle una apariencia estúpida, desagradable o cruel (y, preferiblemente, las tres cosas a la vez). Algunos cámaras habían empezado a considerar que la fisonomía de Gurgeh era un auténtico desafío, pero otros opinaban que Gurgeh era un típico caso de pez grande en un acuario pequeño.

Un gran número de seguidores y fanáticos de los juegos que habían pagado para asistir a la competición decidieron cambiar sus entradas originales por una entrada para la partida entre Gurgeh y Lo Wescekibold Ram. El interés del público era tal que la galería de invitados se habría llenado aunque fuese bastantes veces más grande de lo que era, y eso a pesar de que los organizadores habían decidido prescindir del edificio en el que se desarrollaron las partidas anteriores de Gurgeh y habían optado por erigir una inmensa carpa en un parque equidistante un par de kilómetros del Gran Hotel y el Palacio Imperial. La sede de juegos improvisada tenía una capacidad tres veces superior a la del viejo salón de congresos, pero estaba atestada.

Pequil se presentó por la mañana en el vehículo del Departamento de Asuntos Alienígenas y llevó a Gurgeh hasta el parque. El ápice ya no intentaba colocarse delante de las cámaras, y en cuanto bajaron del vehículo se apresuró a apartarlas y despejó un camino para que Gurgeh pudiera pasar.

Gurgeh fue presentado a Lo Wescekibold Ram, un ápice bajito y robusto con un rostro más tosco de lo que se había imaginado y el porte y los modales algo bruscos de un militar.

El estilo de Ram en los tableros secundarios era tan rápido como nervioso, por lo que el primer día tuvieron tiempo suficiente para jugar dos partidas. Quedaron empatados, y Gurgeh no se dio cuenta de los extremos de intensidad a que había llegado su concentración hasta que volvió al módulo. Se quedó dormido delante de la pantalla y cuando despertó habían pasado casi seis horas.


* * *

Al día siguiente jugaron otras dos partidas en los tableros secundarios, pero acordaron prolongar la ronda de partidas hasta bien entrada la noche. Gurgeh tenía la sensación de que el ápice le estaba poniendo a prueba y de que intentaba agotarle o, por lo menos, averiguar cuáles eran los límites de su resistencia. Tendrían que jugar seis partidas secundarias antes de llegar a los tres tableros principales, y Gurgeh ya se había dado cuenta de que la tensión de enfrentarse a Ram era muy superior a la que había sentido cuando competía contra nueve jugadores.

La partida fue tan encarnizada que no terminó hasta poco antes de la medianoche, con Gurgeh llevando la delantera por muy pocos puntos. Durmió siete horas y abrió los ojos con el tiempo justo de prepararse para la partida del día siguiente. Se obligó a despertar ordenando a sus glándulas que produjeran una considerable cantidad de «En pie», la droga para el desayuno favorita de la Cultura y quedó un poco desilusionado al ver que Ram parecía tan fresco y lleno de energías como él.

La partida se convirtió en otra guerra de desgaste que se prolongó hasta la tarde, y Ram no sugirió que siguieran jugando por la noche. Gurgeh pasó un par de horas comentando la partida con la nave durante la noche y después se dedicó a contemplar los canales recreativos del Imperio para que su mente se olvidara un poco del juego.

Había programas de aventuras, concursos y comedias, y canales que sólo daban noticias y documentales. Gurgeh buscó algún informativo que hablara de su partida y encontró algunas menciones de ella, pero las jugadas del día no habían sido demasiado espectaculares y no merecían mucho espacio. Gurgeh se dio cuenta de que las agencias estaban empezando a perder su buena disposición inicial hacia él, y se preguntó si no lamentarían el haberle defendido cuando tuvo que soportar el ataque conjunto de la primera ronda.

Durante los cinco días siguientes las emisoras de noticias fueron tratando cada vez peor al «Alienígena Gurgo» (la sutileza fonética del eaquico era bastante inferior a la del marain, y Gurgeh ya se había resignado a que nadie escribiera o pronunciara bien su nombre). Las partidas secundarias terminaron dejándole más o menos al mismo nivel que Ram. Gurgeh le venció en el Tablero del Origen después de haber tenido serios apuros, y perdió por un margen infinitesimal en el Tablero de la Forma.

Las agencias y emisoras de noticias decidieron que Gurgeh era una amenaza para el Imperio y el bien común, y lanzaron una campaña para conseguir que se le expulsara de Eá. Afirmaban que estaba en contacto telepático con la Factor limitativo o con el robot llamado Flere-Imsaho, que utilizaba una amplia gama de drogas repugnantes guardadas en el antro de vicio y drogas situado sobre el tejado del Gran Hotel donde vivía, y después como si acabaran de descubrirlo proclamaron a los cuatro vientos que su organismo era capaz de producir drogas (lo cual era cierto) gracias a las glándulas extirpadas a tiernos infantes en operaciones horrendas que siempre terminaban con la muerte de los donantes (lo cual no era cierto). Los medios de comunicación no parecían capaces de ponerse de acuerdo sobre los efectos de esas drogas, y las dos teorías más en boga era que le convertían en un super-ordenador o en un maníaco sexual (o en las dos cosas a la vez, según algunos artículos).

Una agencia logró tener acceso a las Premisas de Gurgeh redactadas por la nave y confiadas a la custodia del Departamento de Juegos. Las Premisas fueron consideradas como un perfecto ejemplo de la doblez y perversiones típicas de la Cultura; una especie de recetario para provocar la anarquía y la revolución. Las agencias adoptaron tonos más calmados y reverentes y elevaron una súplica al Emperador para que «hiciera algo» respecto a la Cultura, culparon a los altos cargos del Almirantazgo por llevar décadas sabiendo todo lo que había que saber sobre esa pandilla de asquerosos pervertidos y, aparentemente, no haberles dejado bien claro quién mandaba en el cosmos o haber acabado con ellos (una agencia que se caracterizaba por su osadía llegó al extremo de afirmar que el Almirantazgo no estaba muy seguro de cuál era el planeta origen de la Cultura). Rezaron para que Lo Wescekibold Ram expulsara al diabólico Alienígena Gurgo del Tablero del Cambio tan decisiva e irrevocablemente como haría algún día la Flota con la corrupta Cultura socialista. Si no había más remedio, sugirieron a Ram que usara la opción física. Eso dejaría claro de qué estaba hecho aquel condenado alienígena (¡quizá literalmente!).

¿Están bromeando? preguntó Gurgeh.

Apartó los ojos de la pantalla y contempló a la unidad con una sonrisa bienhumorada en los labios.

No pueden hablar más en serio replicó Flere-Imsaho.

Gurgeh se rió y meneó la cabeza, pensando que si los habitantes del Imperio eran capaces de tragarse todas aquellas tonterías debían ser considerablemente estúpidos.


* * *

La partida en el Tablero del Origen llegó a su cuarto día. Gurgeh tenía bastantes posibilidades de ganar. Vio a Ram hablando con algunos de sus asesores después de la sesión de la mañana. El ápice parecía bastante preocupado y Gurgeh pensó que quizá decidiera abandonar después de la sesión de la tarde, pero Ram decidió seguir luchando. Acordaron suspender la sesión de la noche y reanudar la partida a la mañana siguiente.

Flere-Imsaho se reunió con Gurgeh en la salida. La brisa cálida creaba pequeñas ondulaciones en la lona de la gran carpa. Pequil se encargó de supervisar la cada vez más complicada operación de abrir un camino entre la multitud hasta el lugar donde les aguardaba el vehículo. Una gran mayoría del gentío sólo quería ver al alienígena con sus propios ojos, pero había unos cuantos que le insultaban a voz en grito y un grupito aún más reducido que le vitoreaba. Ram y sus asesores abandonaron la carpa antes que Gurgeh.

Creo que he visto a Shohobohaum Za entre la multitud dijo la unidad mientras esperaban junto a la salida.

El séquito de Ram aún era visible al final de la estrecha franja de terreno despejado por dos hileras de policías.

Gurgeh lanzó una rápida mirada de soslayo a la máquina y recorrió con los ojos la hilera de policías cogidos del brazo. Aún no había logrado librarse de la tensión del juego y su sangre seguía estando saturada de sustancias químicas. Tenía la impresión de que todo cuanto veía formaba parte del juego, cosa que le ocurría de vez en cuando. Las personas parecían piezas agrupadas de distintas formas según el bando al que pudieran afectar o el que pudiera utilizarlas para el ataque; el dibujo de la lona le recordaba una de las parrillas más simples del tablero y los postes eran como fuentes de energía que aguardaban el momento de reaprovisionar a una pieza menor agotada o sostenían un punto crucial de la partida; los espectadores y los policías parecían las fauces repentinamente cerradas de un pesadillesco movimiento de tenaza… Todo era el juego, todo era visto bajo su luz y traducido a la imaginería combativa de su lenguaje o evaluado en el contexto de la estructura que el juego había impuesto a su mente.

¿Za? preguntó Gurgeh.

Se volvió hacia la dirección indicada por el campo de la unidad, pero no logró verle.

Los últimos miembros del grupo de Ram desaparecieron dentro de los vehículos oficiales. Pequil alzó la mano indicando a Gurgeh que ya podía salir de la carpa. Gurgeh y Flere-Imsaho empezaron a avanzar por entre las dos hileras de machos uniformados. Las cámaras le enfocaron con sus objetivos y las preguntas llovieron sobre él. Un grupito empezó a cantar y Gurgeh vio una pancarta oscilando sobre las cabezas de la multitud: «ALIENÍGENA, VETE A CASA».

Parece que no soy demasiado popular dijo.

No lo eres replicó Flere-Imsaho.

Dos pasos más (Gurgeh se dio cuenta de ello mientras hablaba y antes de que la unidad le contestara gracias al mismo sentido indefinible que entraba en acción durante el juego y que le hacía verlo todo como desde una gran distancia) y se encontraría muy cerca de…, necesitó un paso más para analizar el problema…, algo malo, algo que no encajaba, una grave discordancia…, había algo… distinto; el grupo de tres personas situado a su izquierda que no tardaría en dejar atrás no…, no debería estar allí. Eran como piezas fantasmas escondidas en un territorio boscoso… Gurgeh no tenía una idea muy clara de en qué consistía la discordancia, pero las estructuras de protagonismo manejadas por el sentido del juego reclamaron el primer lugar en el orden de precedencia de sus pensamientos, y comprendió que jamás correría el riesgo de colocar una pieza allí.

Medio paso más…

… para comprender que la pieza que no quería arriesgar era él mismo.

Vio como el grupo de tres personas se ponía en movimiento y se disgregaba. Giró sobre sí mismo y se agachó, todo de una forma automática. Era la réplica obvia en una pieza amenazada que está moviéndose con tanta inercia que no puede detenerse o retroceder dando un salto para alejarse de una fuerza atacante.

Oyó varias detonaciones de gran potencia. El grupo de tres personas se lanzó hacia él abriéndose paso entre los brazos de dos policías como si fuera una pieza compuesta que había decidido fragmentarse. Gurgeh convirtió el agacharse en una mezcla de salto hacia adelante y voltereta. Comprendió que aquel movimiento era el equivalente físico casi perfecto de una pieza-trampa obstaculizando a un atacante ligero, y el darse cuenta de ello hizo que se sintiera levemente complacido consigo mismo. Sintió un par de piernas chocando con su flanco sin demasiada fuerza y un instante después notó un peso encima de él y oyó más detonaciones. Algo más cayó sobre sus piernas.

Era como despertar.

Le habían atacado. Destellos, explosiones, personas que se lanzaban sobre él… Sí, era eso.

Gurgeh se debatió bajo el cálido peso animal que tenía encima. Era el atacante al que había derribado. La gente gritaba, los policías habían entrado en acción sin perder ni un segundo. Vio a Pequil en el suelo. Za también estaba allí, mirando en todas direcciones con una expresión más bien confusa. Alguien gritaba. No había ni rastro de Flere-Imsaho. Un líquido caliente estaba empezando a empapar la tela de sus pantalones.

Gurgeh logró liberarse del cuerpo que tenía encima. Acababa de ocurrírsele que aquella persona ápice o macho, no lo sabía podía estar muerta, y la idea de hallarse en contacto con un muerto le pareció repugnante. Shohobohaum Za y un policía le ayudaron a levantarse. Aún se oían muchos gritos. La gente se apartaba o era obligada a retroceder y los policías estaban creando un espacio despejado alrededor de lo que había ocurrido, fuera lo que fuese. Había cuerpos en el suelo, algunos de ellos cubiertos de sangre entre roja y anaranjada. Gurgeh se tambaleó. Estaba algo mareado.

¿Todo bien, jugador? preguntó Za, y le sonrió.

Sí, creo que sí.

Gurgeh asintió con la cabeza. Había sangre en sus piernas, pero el color indicaba que no era suya.

Flere-Imsaho bajó del cielo.

¡Jernau Gurgeh! ¿Estás bien?

Sí. Gurgeh miró a su alrededor. ¿Qué ha ocurrido? preguntó volviéndose hacia Shohobohaum Za. ¿Viste lo que ocurrió?

Los policías habían desenfundado sus armas y estaban formando un cordón alrededor de la zona. La gente se alejaba y los cámaras eran obligados a retroceder por policías que no paraban de gritar. Cinco policías mantenían inmovilizado a alguien sobre la hierba. Dos ápices vestidos de civil yacían sobre el sendero; el que Gurgeh había derribado estaba cubierto de sangre. Había un policía inmóvil montando guardia junto a cada uno de ellos, y otros dos estaban atendiendo a Pequil.

Esos tres tipos te atacaron dijo Za.

Inclinó la cabeza señalando a los dos cadáveres y a la silueta atrapada bajo el montón de policías. Sus ojos se movían velozmente en todas direcciones. Gurgeh oyó que alguien sollozaba ruidosamente entre lo que quedaba de la multitud. Los reporteros seguían gritando preguntas.

Za acompañó a Gurgeh hasta donde estaba Pequil mientras Flere-Imsaho zumbaba ruidosamente sobre sus cabezas. Pequil yacía de espaldas con los ojos abiertos y parpadeaba lentamente mientras un policía cortaba la manga ensangrentada de la chaqueta de su uniforme.

Parece que el viejo Pequil se ha tropezado con una bala dijo Za. ¿Estás bien, Pequil? le preguntó con voz jovial.

Pequil sonrió débilmente y asintió.

Mientras tanto dijo Za, poniendo el brazo sobre los hombros de Gurgeh sin que sus pupilas dejaran de moverse en todas direcciones observando cuanto les rodeaba, tu valerosa y siempre eficiente unidad superó la velocidad del sonido para apartarse algo así como veinte metros en dirección vertical.

Me limité a ganar altura para poder evaluar más claramente lo que…

En cuanto a ti, Gurgeh, te dejaste caer y rodaste sobre ti mismo dijo Za. Seguía sin mirarle a la cara. Llegué a creer que te habían dado… Conseguí propinarle un buen golpe en la cabeza a uno de esos tipos y creo que la policía se encargó de liquidar al otro. Los ojos de Za se posaron durante una fracción de segundo en el grupito de personas que había al otro lado del cordón policial. Los sollozos venían de allí. Parece que algún mirón ha resultado herido. Esas balas eran para ti, ¿sabes?

Gurgeh bajó la vista hacia uno de los ápices muertos. Su cabeza estaba casi encima del hombro formando ángulo recto con el cuerpo. La posición habría resultado igual de incongruente en casi cualquier humanoide.

Sí, ése es el tipo al que golpeé dijo Za lanzando una rápida mirada al ápice. Creo que le di demasiado fuerte…

Repito lo que dije antes protestó Flere-Imsaho colocándose delante de Gurgeh y Za. Me limité a ganar altura con el fin de…

Sí, unidad, nos alegra mucho que no te haya ocurrido nada dijo Za.

Movió la mano apartando a la máquina como si fuera un insecto particularmente grande y molesto y empezó a tirar de Gurgeh llevándole en dirección a un ápice vestido con el uniforme de la policía que estaba haciéndoles señas de que fueran hacia los coches. Los sonidos de las sirenas desgarraban el cielo y se acercaban por las calles que llevaban a la gran carpa.

Ah, los chicos acaban de llegar… dijo Za.

Un ruido que subía y bajaba de intensidad yendo del gemido al grito se abrió paso a través del parque, y un vehículo aéreo color naranja de gran tamaño cayó del cielo para posarse sobre la hierba envuelto en una tempestad de polvo. La lona de la gran carpa osciló y aleteó salvajemente. Un grupo de policías con armas pesadas fue bajando del vehículo.

Hubo cierta confusión sobre si debían volver a los vehículos o no, y la policía acabó escoltándoles hasta la carpa. Los agentes les tomaron declaración, interrogaron a unos cuantos testigos y confiscaron dos cámaras sin hacer ningún caso a las protestas de los periodistas.

Los dos cadáveres y el atacante herido desaparecieron dentro del vehículo policial color naranja. Una ambulancia surgió del cielo y se llevó a Pequil. La herida del brazo no parecía demasiado grave.

Gurgeh, Za y la unidad salieron de la carpa para ser llevados al hotel en un vehículo de la policía con el tiempo justo de ver cómo una ambulancia de superficie atravesaba las puertas del parque para recoger a los dos machos y la hembra que también habían resultado heridos en el ataque.


* * *

Tienes un modulito encantador dijo Shohobohaum Za mientras se dejaba caer en un asiento amoldable.

Gurgeh le imitó. El estruendo de los vehículos policiales que se alejaban creó ecos en el interior del módulo. Flere-Imsaho no había despegado los labios desde que entraron en el módulo y se apresuró a desaparecer por la puerta que llevaba a la parte trasera.

Gurgeh pidió una bebida y le preguntó a Za si quería tomar algo.

Módulo dijo Za reclinándose en el asiento y poniendo expresión pensativa, me gustaría tomar un doble de staol con una capa de hígado de ala rota shungusteriaungano bien frío en el fondo y un poquito de espíritu de cruchen blanco de Elfire-Spin acompañado por una buena dosis de cascalo… Ah, sí, ponle morillas asadas encima y sírvelo en un cuenco de osmosis Tipprawlic del número tres o en lo más aproximado que tengas a eso.

¿Ala rota macho o hembra? preguntó el módulo.

¿En este sitio? Za se rió. Diablos… Pon un poquito de cada.

Necesitaré unos minutos para prepararlo.

Oh, no nos importa esperar. Za se frotó las manos y se volvió hacia Gurgeh. Bueno… Has sobrevivido. Bien hecho.

Gurgeh le contempló en silencio durante unos momentos como si no supiera qué responder.

dijo por fin. Gracias.

No hace falta que me des las gracias dijo Za alzando una mano. Si he de serte sincero, casi fue divertido. Lo único que lamento es haber matado a ese tipo.

Me gustaría poder mostrarme tan magnánimo como tú dijo Gurgeh. Estaban intentando matarme, ¿lo recuerdas? Y con balas.

La idea de ser alcanzado por una bala le parecía particularmente horrible.

Bueno… Za se encogió de hombros. No creo que haya mucha diferencia entre la muerte por bala y la muerte por el impacto de un haz de radiación coherente. Estás igual de muerto en los dos casos, ¿verdad? Esos pobres desgraciados casi me dan lástima… Los pobres bastardos se limitaban a hacer su trabajo.

¿Su trabajo? preguntó Gurgeh, y puso cara de perplejidad.

Za bostezó y asintió con la cabeza mientras se estiraba entre los pliegues del asiento amoldable.

Sí. Supongo que eran de la policía secreta imperial o del Departamento Nueve o algún sitio similar. Volvió a bostezar. Oh, la prensa dirá que eran civiles insatisfechos, claro…, aunque quizá intenten colgarle el muerto a los revs…, pero supongo que la gente lo encontraría un tanto improbable, así que… Sonrió y se encogió de hombros. No, puede que decidan intentarlo sólo para ver si se lo tragan.

Gurgeh pensó en lo que acababa de oír.

No dijo por fin. No lo entiendo. Acabas de decir que esos tipos eran de la policía. ¿Cómo es…?

Policía secreta, Jernau.

Pero una policía secreta… ¿De qué sirve eso? Creía que una de las razones por las que los policías llevan uniforme es para que se les identifique con facilidad y la gente se lo piense dos veces antes de cometer un delito.

Cielos, cielos… dijo Za y se tapó la cara con las manos durante unos momentos. Acabó poniéndolas sobre su regazo, miró fijamente a Gurgeh y tragó una honda bocanada de aire. Ya… Bueno, la policía secreta es un cuerpo que se dedica a escuchar lo que dice la gente cuando no hay ningún uniforme cerca que les haga pensarse dos veces lo que van a decir. Si la persona en cuestión no ha dicho nada ilegal pero ha dicho algo que les parece peligroso para la seguridad del Imperio la secuestran y la interrogan y, por regla general, la matan. A veces la envían a una colonia penal, pero normalmente se conforman con incinerarla o echar el cadáver por el pozo de una mina abandonada. La atmósfera hierve de fervor revolucionario, Jernau Gurgeh, y hay montones de lenguas sueltas moviéndose a toda velocidad por las calles. Esa policía secreta de la que te estoy hablando… También hace otras cosas. Lo que te ha ocurrido hoy es una de esas cosas.

Za se reclinó en el asiento y se encogió aparatosamente de hombros.

Por otra parte, supongo que podrían haber sido revs, o ciudadanos insatisfechos con el régimen actual. Lo hicieron fatal, desde luego, pero… Eso es muy típico de la policía secreta, créeme. ¡Ah!

Una bandeja entró flotando por el umbral. La bandeja contenía un cuenco de gran tamaño metido en un recipiente térmico. Za cogió el recipiente y contempló la espumeante superficie multicolor del líquido que desprendía una humareda bastante espectacular.

¡Por el Imperio! gritó, y apuró el cuenco de un solo trago volviendo a dejarlo con un golpe seco sobre la bandeja. ¡Aaaaah! exclamó.

Tosió, tragó aire y se limpió los ojos con una manga. Después contempló a Gurgeh parpadeando lentamente.

Disculpa que me cueste tanto entenderlo dijo Gurgeh. Pero si esas personas eran de la policía imperial… Debían estar obedeciendo órdenes, ¿no? ¿Qué está pasando? ¿Intentas decirme que el Imperio quiere verme muerto porque me falta muy poco para vencer a Ram?

Hmmm dijo Za y volvió a toser. Veo que estás aprendiendo, Jernau Gurgeh. Mierda, creía que un jugador sería un poquito más… Bueno, pensaba que tendrías una malicia natural más pronunciada y que serías algo más rastrero, no sé si me explico. Eres como un bebé rodeado de carnívoros hambrientos y… Sí, alguien con mucho poder quiere verte muerto.

¿Crees que volverán a intentarlo?

Za meneó la cabeza.

Resultaría demasiado obvio. Volver a intentar algo semejante… Tendrían que estar realmente desesperados…, al menos a corto plazo. Creo que esperarán a ver qué ocurre en tu siguiente partida de diez, y si tus contrincantes no consiguen eliminarte harán que tu próximo oponente de la modalidad singular utilice la opción física con la esperanza de que eso te asuste lo suficiente para hacerte abandonar. Si es que consigues llegar tan lejos, claro…

¿Crees que soy una amenaza tan peligrosa para ellos?

Eh, Gurgeh… Acaban de comprender que han cometido un error. No viste los noticiarios antes de tu llegada. Afirmaban que eras el mejor jugador de toda la Cultura y te describían como una especie de monstruo decadente, un hedonista que no ha trabajado ni un solo día en toda su vida, un tipo arrogante y totalmente convencido de que ibas a ganar. Oh, y también decían que tu cuerpo estaba atiborrado de glándulas implantadas mediante operaciones horrendas, que te habías tirado a tu madre, que jodias con hombres…, puede que incluso con animales, que eras medio ordenador y medio humano… Pero cuando el Departamento vio algunas de las partidas que habías jugado durante el trayecto hasta aquí anunció que…

¿Cómo? exclamó Gurgeh y se incorporó en el asiento. ¿Qué quieres decir con eso de que vieron algunas de las partidas que jugué durante el trayecto?

Me pidieron algunas de tus partidas más recientes. Me puse en contacto con la Factor limitativo —por cierto, esa nave es francamente pesada, ¿no?, y le pedí que me enviara los movimientos de un par de las partidas más recientes que hubieras jugado con ella. El Departamento les echó un vistazo y dijo que jugabas tan mal que les encantaría dejarte participar usando tus glándulas productoras de drogas y todo lo que te diera la gana… Lo siento. Di por sentado que la nave te pediría permiso antes de enviarme las partidas. ¿No lo hizo?

No dijo Gurgeh.

Bueno… Dijeron que podías jugar sin someterte a ninguna clase de restricciones. Creo que no les hacía ninguna gracia… La pureza del juego y todo eso, ¿comprendes? Supongo que la orden debió venir de bastante arriba. El Imperio quería demostrar que ni tan siquiera todas esas ventajas injustas de que disfrutas te permitirían aguantar mucho tiempo en la Serie Principal. Los primeros dos días de tu partida contra ese sacerdote y sus compinches debieron hacer que se frotaran sus malvadas manecitas de puro placer, pero… Tu victoria como por arte de magia hizo que se les cayeran las narices en el plato de sopa. Emparejarte con Ram en la modalidad singular debió parecerles una idea genial que les sacaría del atolladero, pero estás a punto de hacerle pedacitos y se han dejado dominar por el pánico. Za eructó. Ésa es la explicación de la chapuza a la que has asistido hace poco.

Entonces… ¿El sorteo que me emparejó con Ram estaba amañado?

Por las pelotas de Dios, Gurgeh… Za se rió. ¡No, hombre! ¡Mierda santa! Oye, ¿realmente eres tan ingenuo o me estás tomando el pelo?

Za se reclinó en el asiento meneando la cabeza. Clavó los ojos en el suelo y se dedicó a lanzar eructos casi inaudibles.

Gurgeh se puso en pie y fue hacia las puertas del módulo para contemplar la ciudad que bailotaba bajo la temblorosa calina típica de las últimas horas del atardecer. Las largas sombras de las torres se extendían sobre el paisaje urbano como si fueran pelos separados por grandes calvas en una piel vieja y apelillada. Los vehículos aéreos iban y venían reflejando la claridad rojiza del crepúsculo.

Gurgeh estaba seguro de que nunca había sentido una frustración y una ira tan intensas. Otra sensación desagradable que añadir a las que había estado experimentando últimamente… Había atribuido aquellas extrañas emociones al juego y al hecho de estar tomándoselo realmente en serio por primera vez.

Todo el mundo parecía convencido de que se le podía tratar como si fuera un niño. Decidían lo que debía saber y lo que debía ignorar, le ocultaban cosas que habría debido conocer y cuando por fin se dignaban revelárselas se comportaban como si hubiera debido saberlas desde el principio.

Se volvió hacia Za, pero el enviado estaba frotándose el estómago y no parecía prestarle ninguna atención. Za dejó escapar un ruidoso eructo y sonrió como si acabara de recordar algo muy divertido.

¡Eh, módulo! gritó. ¡Conecta el canal diez! Sí, en la pantalla, ¿dónde si no?

Za se puso en pie y trotó hacia la pantalla hasta quedar casi pegado a ella. Cruzó los brazos delante del pecho, empezó a silbar una serie de notas inconexas y clavó los ojos en las imágenes. Gurgeh las observó desde un lado de la habitación.

Las noticias mostraban a un contingente de tropas imperiales posándose en un planeta lejano. Los pueblos y las ciudades ardían, las columnas de refugiados serpenteaban lentamente, las cámaras tomaban primeros planos de los cadáveres. También había entrevistas con los llorosos familiares de los soldados que habían muerto en la operación militar. Los habitantes del planeta recién invadido unos cuadrúpedos peludos con labios prensiles eran mostrados yaciendo de bruces en el barro con los miembros atados o arrodillados delante de un retrato de Nicosar. Uno de ellos había sido esquilado para que los hogares del Imperio pudieran ver qué aspecto tenía debajo de todo aquel pelo. Los labios de los nativos se habían convertido en trofeos muy buscados.

El reportaje siguiente mostró como Nicosar aniquilaba a su oponente en la modalidad singular del juego. Había primeros planos del Emperador caminando de un extremo a otro del tablero o firmando algunos documentos en un despacho y otros planos tomados desde una distancia bastante mayor que volvían a mostrarle en el tablero mientras un comentarista explicaba entusiásticamente lo bien que había jugado.

Después llegó el ataque contra Gurgeh. Ver el incidente en la pantalla le dejó asombrado. Todo terminó en un instante. Un salto, Gurgeh cayendo al suelo, la unidad desapareciendo en las alturas, unos cuantos destellos, Za emergiendo de entre la multitud, confusión y movimiento y luego un primer plano de su rostro, un plano de Pequil yaciendo en el suelo y otro plano de los cadáveres. El comentarista explicó que Gurgeh se encontraba algo aturdido pero que la rápida acción policial le había permitido salir ileso del atentado. La herida de Pequil no era grave. Le habían entrevistado en el hospital y Pequil pudo explicar cómo se encontraba delante de las cámaras. En cuanto a los atacantes, el comentarista dijo que eran unos extremistas.

Eso significa que luego quizá decidan afirmar que eran revs dijo Za. Desactivó la pantalla y se volvió hacia Gurgeh. ¿No te ha parecido que actué muy deprisa? preguntó, sonriendo alegremente y extendiendo los brazos a los lados. ¿Has visto como me moví? ¡Fue soberbio! Za rió y giró sobre sí mismo. Después medio caminó y medio bailó hasta llegar al asiento amoldable y se dejó caer en él. Mierda, fui allí con la idea de ver qué clase de chiflados habían sacado del zoo para que se manifestaran en contra de tu presencia, pero… ¡Uf, cómo me alegro de haber ido! ¡Qué velocidad! ¡Jodida gracia animal, maestro!

Gurgeh estuvo de acuerdo en que Za se había movido muy deprisa.

¡Veámoslo otra vez, módulo! gritó Za.

La pantalla del módulo se activó y Shohobohaum Za rió y aplaudió mientras observaba los escasos segundos de acción. Hizo que la pantalla volviera a pasarlos unas cuantas veces a cámara lenta sin dejar de aplaudir y pidió otra bebida. El segundo cuenco humeante llegó bastante más deprisa que el anterior, lo cual indicaba que los sintetizadores del módulo habían sido lo bastante prudentes para no borrar el código. Gurgeh se dio cuenta de que Za tenía intenciones de quedarse un buen rato y volvió a sentarse. Pidió algo para picar. Za acogió las bandejitas con un bufido despectivo y fue masticando las morillas asadas que acompañaban su cóctel humeante.

Contemplaron los programas imperiales mientras Za iba bebiendo lentamente de su cuenco. Un sol se ocultó detrás del horizonte y las luces de la ciudad empezaron a brillar en la penumbra. Flere-Imsaho apareció sin su disfraz Za ni se enteró, y anunció que iba a hacer otra de sus incursiones entre la fauna con alas del planeta.

Oye, ¿crees que ese trasto se tira a los pájaros? preguntó Za después de que la unidad hubiera desaparecido.

No dijo Gurgeh, y tomó un sorbo de su copa de vino.

Za lanzó un bufido.

Eh, ¿te apetecería volver a salir conmigo? Esa visita al Agujero fue demasiado… Puede que te parezca extraño, pero confieso que casi la disfruté. ¿Qué opinas de eso? Pero esta vez tenemos que hacer auténticas locuras. Les demostraremos a esos cerebros estreñidos cómo son los tipos de la Cultura cuando deciden soltarse el pelo.

Creo que prefiero no salir de noche dijo Gurgeh. No después de lo que ocurrió la última vez.

¿Quieres decir que no te lo pasaste bien? preguntó Za, y puso cara de asombro.

No mucho.

¡Pero si fue estupendo! Nos emborrachamos, perdimos el control, echamos… Bueno, uno de nosotros echó medio polvo y a ti te faltó muy poco… Nos metimos en una pelea y ganamos, maldita sea, y luego salimos por pies… Mierda santa, ¿qué más quieres de una noche?

No es que quiera más. Quiero menos. Y recuerda que tengo otros juegos de los que ocuparme.

Estás loco. Fue una noche… maravillosa. Fue realmente maravillosa.

Apoyó la cabeza en su asiento y tragó una honda bocanada de aire.

Za… Gurgeh se inclinó hacia adelante, apoyó el codo sobre una rodilla y puso el mentón en la mano. ¿Por qué bebes tanto? No lo necesitas. Tienes todo el surtido habitual de glándulas. ¿Por qué lo haces?

¿Por qué? preguntó Za. Irguió la cabeza y miró a su alrededor como si acabara de recordar dónde estaba. ¿Por qué? repitió. Eructó. ¿Me has preguntado por qué bebo tanto?

Gurgeh asintió.

Za se rascó un sobaco, meneó la cabeza y le contempló como pidiendo disculpas.

Perdona, ¿te importaría repetirme la pregunta?

¿Por qué bebes tanto?

Gurgeh le sonrió para demostrar que no estaba enfadado.

¿Y por qué no? Za alzó los brazos. Quiero decir que… ¿Nunca has hecho algo sólo…, sólo porque sí? Quiero decir que es…, eh…, empatia, ¿comprendes? Es lo que hace la gente de aquí, ya sabes. Es su forma de escapar a la realidad y al puesto que les han asignado en la gloriosa máquina imperial…, y aparte de eso es una posición jodidamente soberbia que te permite apreciar sus aspectos más delicados… Verás, Gurgeh, todo tiene sentido. He logrado resolver el enigma. Za asintió con cara de saber muy bien de qué hablaba y se golpeó muy lentamente una sien con un dedo bastante fláccido. He logrado resolver el enigma. Piensa en ello, ¿quieres? La Cultura no es más que sus… El dedo giró en el aire. Toda la Cultura se basa en las glándulas. Cientos de secreciones y miles de efectos; cualquier combinación que puedas desear y absolutamente gratis, pero el Imperio… ¡Ah, el Imperio! El dedo señaló hacia arriba. En el Imperio tienes que pagar. Escapar es una mercancía, como todo lo demás. Y la forma de escapar es beber. Aumenta el tiempo que necesitas para reaccionar, hace que las lágrimas broten con más facilidad… Za alzó dos dedos temblorosos y se los llevó a las mejillas. Hace que los puños estén más sueltos… Tensó las manos, fingió que estaba boxeando y lanzó unos cuantos puñetazos al aire. Y… Y al final acaba matándote. ¿Comprendes? Extendió los brazos a los lados y dejó que cayeran fláccidamente sobre el asiento. Aparte de eso… No tengo todas las glándulas habituales.

Gurgeh alzó los ojos y le miró con cara de sorpresa.

¿No?

Nanay. Demasiado peligroso. Si las tuviera el Imperio me habría hecho desaparecer para convertirme en la estrella de la autopsia más concienzuda que te puedas imaginar. Tienen muchas ganas de averiguar cómo es un Culturnik por dentro, ¿comprendes? Za cerró los ojos. Tuvieron que sacarme casi todas las glándulas y luego… Cuando llegué aquí el Imperio me sometió a montones de pruebas y exámenes y tomó montones de muestras… Teníamos que permitir que averiguaran lo que deseaban sin obligarles a provocar un incidente diplomático. La desaparición de un embajador…

Comprendo. Lo siento. Gurgeh no sabía qué decir. Si Za no se lo hubiera contado jamás habría podido adivinarlo. Entonces todos esos consejos sobre las drogas que debía producir…

Conjeturas y buena memoria dijo Za sin abrir los ojos. Intentaba mostrarme amistoso.

Gurgeh se sintió incómodo, casi avergonzado.

Za apoyó la cabeza en el asiento y empezó a roncar.

Y abrió los ojos de golpe y se incorporó de un salto.

Vaya, debo estar haciéndome viejo dijo haciendo lo que parecía un terrible esfuerzo para despabilarse. Fue hacia Gurgeh y se plantó delante de él balanceándose lentamente de un lado a otro. Oye, ¿crees que podrías llamar un aerotaxi para que me llevara a casa?

Gurgeh llamó un aerotaxi. El vehículo llegó unos minutos después, los guardias del tejado le transmitieron el permiso para aterrizar dado por Gurgeh y el aerotaxi se llevó a Za. El enviado se marchó cantando a pleno pulmón.

Gurgeh se quedó sentado un rato más mientras se hacía totalmente de noche y el segundo sol se ocultaba detrás del horizonte. Después dictó una carta dirigida a Chamlis Amalk-Ney dándole las gracias por el brazalete Orbital, que seguía llevando puesto. Copió la mayor parte de aquella carta en otra dirigida a Yay y les contó a los dos lo que le había ocurrido desde su llegada. No intentó disimular la auténtica naturaleza del juego o del Imperio y se preguntó qué parte de la verdad llegaría a sus amigos. Después estudió unos cuantos problemas en la pantalla y se puso en contacto con la nave para comentar la partida del día siguiente.

Antes de acostarse cogió el cuenco del cóctel pedido por Shohobohaum Za y descubrió que aún contenía un poco de bebida. La olisqueó, meneó la cabeza y ordenó a una bandeja que limpiara la habitación.


* * *

Gurgeh derrotó a Lo Wescekibold Ram al día siguiente con una corta serie de movimientos que la prensa describió como «despectivos y mezquinos». Pequil ya había sido dado de alta y la experiencia no parecía haberle afectado mucho, dejando aparte el vendaje del brazo y el cabestrillo que lo inmovilizaba. Dijo que se alegraba mucho de que Gurgeh hubiera salido ileso, y Gurgeh le dijo cuánto lamentaba el que le hubiesen herido.

Realizaron el trayecto de ida y el de vuelta en un vehículo aéreo. El Departamento Imperial había decidido que viajar por superficie resultaría excesivamente arriesgado para Gurgeh.

Cuando volvió al módulo Gurgeh se enteró de que no habría ningún intervalo entre la ronda que acababa de ganar y la siguiente. El Departamento de Juegos había enviado una carta comunicando que su próxima partida en la modalidad de diez jugadores empezaría a la mañana siguiente.

Me habría gustado poder descansar un poco confesó Gurgeh mirando a la unidad.

Había decidido darse una ducha flotante y su cuerpo estaba suspendido en el centro de la cabina antigravitatoria. Los chorros de agua salían despedidos desde varias direcciones y eran absorbidos por los agujeritos minúsculos que cubrían toda la superficie semiesférica del interior de la cabina. Unos tapones-membrana impedían que le entrara el agua en la nariz, pero hablar seguía resultando un tanto difícil.

Oh, estoy seguro de ello dijo Flere-Imsaho con su vocecita chillona. Pero quieren eliminarte por agotamiento, ¿comprendes? Y, naturalmente, eso significa que te enfrentarás a algunos de sus mejores jugadores escogidos entre los que siempre han conseguido terminar sus partidas en un tiempo récord.

Sí, ya se me había ocurrido dijo Gurgeh.

Los chorros de agua y el vapor casi le impedían ver a la unidad. Se preguntó qué ocurriría si Flere-Imsaho tuviese algún defecto de fabricación y le entrara algo de agua. Su cuerpo giró lentamente entre las corrientes de agua y aire que cambiaban continuamente de dirección hasta quedar cabeza abajo.

Siempre podrías presentar una apelación ante el Departamento. Se te está discriminando, y me parece que resulta obvio, ¿no?

Sí, a mí también me lo parece. Y a ellos. ¿Y qué?

Puede que presentar una apelación sirviera de algo.

Bueno, presenta esa apelación.

No seas estúpido. Sabes que no me harán ningún caso.

Gurgeh cerró los ojos y empezó a canturrear en voz baja.

23

Uno de sus oponentes en la partida de diez era Lin Goforiev Tounse, el mismo sacerdote al que había vencido en la primera ronda. El sacerdote había salido vencedor en la tanda de partidas de su segunda oportunidad y eso le había permitido reincorporarse a la Serie Principal. Gurgeh se volvió hacia el ápice apenas le vio entrar en el gran salón del complejo recreativo donde iban a jugar y le sonrió. Últimamente se había encontrado practicando aquel gesto facial azadiano de forma casi inconsciente y muy parecida a la de un bebé que intenta imitar las expresiones que ve en los rostros de los adultos que hay a su alrededor. En cuanto vio al sacerdote pensó que era el momento perfecto para utilizarla. Sabía que nunca lograría sonreír como un auténtico azadiano sencillamente porque la estructura de su rostro no era idéntica a la del suyo, pero podía imitar la señal lo bastante bien para que no cupiese ninguna duda sobre su naturaleza.

Pero, traducida o no, Gurgeh sabía cuál era el mensaje que transmitía la sonrisa. «¿Te acuerdas de mí? Ya te he vencido una vez y tengo muchas ganas de repetirlo.» Era una sonrisa de autosatisfacción, de victoria y de superioridad. El sacerdote intentó sonreír devolviéndole la misma señal, pero no le salió demasiado convincente y la sonrisa no tardó en desaparecer para convertirse en una mueca de irritación. El sacerdote acabó desviando la mirada.

Los otros ocho jugadores habían ganado sus respectivas rondas, igual que Gurgeh. Había tres hombres de la Flota o el Almirantazgo, un coronel del Ejército, un juez y los tres restantes eran burócratas. Todos jugaban de maravilla.

Durante la tercera etapa de la Serie Principal los participantes tenían que pasar por un minitorneo de partidas menores en la modalidad singular, y Gurgeh pensaba que ahí estaba su mejor posibilidad de sobrevivir a la etapa. Cuando llegara a los tableros principales tendría que enfrentarse a algún tipo de acción concertada, pero las partidas singulares le ofrecían la posibilidad de ir acumulando la ventaja suficiente para capear esas tempestades futuras.

Derrotar al sacerdote Tounse fue una experiencia muy placentera. El ápice barrió el tablero con el brazo después del movimiento que dio la victoria a Gurgeh, se puso en pie y empezó a gritar y a amenazarle con el puño balbuceando frases incoherentes de las que sólo logró comprender las palabras «drogas» y «pagano». Gurgeh era consciente de que hasta hacía muy poco una reacción semejante le habría dejado cubierto por una capa de sudor frío o, por lo menos, habría hecho que se sintiese terriblemente incómodo; pero descubrió que ahora no le afectaba en lo más mínimo. Lo único que hizo fue seguir sentado en su sitio y sonreír fríamente.

Pero el sacerdote seguía insultándole. Estaba tan irritado que parecía dispuesto a golpearle, y el corazón de Gurgeh empezó a latir un poco más deprisa…, pero Tounse se calló de repente, movió lentamente la cabeza en un arco que abarcó a la multitud de rostros sorprendidos que le contemplaban y pareció comprender dónde estaba. El sacerdote casi huyó de la sala.

Gurgeh dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y se relajó. El Adjudicador imperial fue hacia él y le pidió que disculpara el comportamiento del sacerdote.

El público y los medios de comunicación seguían estando convencidos de que Flere-Imsaho le proporcionaba alguna clase de ayuda y el Departamento dijo que deseaba acallar esa clase de sospechas y rumores infundados, por lo que preferiría que la máquina pasara las sesiones de juego confinada en las oficinas de una empresa imperial de ordenadores situada al otro extremo de la ciudad. La unidad protestó ruidosamente, pero Gurgeh accedió enseguida.

Gurgeh seguía atrayendo grandes cantidades de público. Algunos venían para mirarle fijamente y abuchearle hasta que eran expulsados del recinto por los funcionarios encargados de mantener el orden durante las partidas, pero la mayoría sólo deseaban verle jugar. El centro recreativo poseía sistemas capaces de ofrecer representaciones esquemáticas de la situación en los tableros principales para que los espectadores pudieran seguir el desarrollo del juego desde fuera de la sala, y algunas de las sesiones de Gurgeh que no coincidían con las partidas del Emperador llegaron a ser retransmitidas en directo.

Después de haber eliminado al sacerdote Gurgeh derrotó a dos de los burócratas y al coronel saliendo vencedor de todas sus partidas, aunque en el caso del coronel sólo por un leve margen de ventaja. Las partidas duraron un total de cinco días, y Gurgeh pasó todo aquel tiempo sumido en un intenso estado de concentración. Había supuesto que acabaría agotado pero sólo sintió un leve cansancio. La sensación predominante era el júbilo. Había jugado lo bastante bien para tener una posibilidad de vencer a las nueve personas que el Imperio le había escogido como adversarios y no sólo no agradeció el descanso, sino que descubrió que estaba impaciente por seguir jugando. Quería que los demás acabaran sus partidas menores para poder dar comienzo a la lucha en los tableros principales.

¡Oh, claro, tú te lo pasas en grande pero yo estoy todo el día encerrado en una cámara de observación! Una cámara de observación donde se me somete a vigilancia, ¿comprendes? ¡Esos sesos carnosos están intentando analizarme! ¡Hace un tiempo precioso y la gran estación migratoria acaba de empezar, pero yo estoy encerrado con un montón de concienzófilos llenos de odio y prejuicios que intentan violarme!

Lo siento, unidad, pero… ¿Qué quieres que haga? Sabes que están buscando cualquier excusa que les permita expulsarme de los juegos. Si quieres presentaré una solicitud para que se te permita permanecer en el módulo, pero dudo mucho de que accedan.

Mira, Jernau Gurgeh, no tengo por qué aguantar todas estas indignidades. Puedo hacer lo que me dé la gana, ¿sabes? Si quisiera podría negarme a entrar en esa cámara. No soy propiedad tuya y mucho menos de ellos, y nadie puede darme órdenes.

Yo lo sé, pero ellos no. Puedes hacer lo que quieras, naturalmente… Haz lo que te parezca más conveniente, unidad.

Gurgeh le dio la espalda y volvió a concentrar su atención en la pantalla del módulo. Había empezado a estudiar unas cuantas partidas clásicas en la modalidad de diez jugadores. Flere-Imsaho estaba envuelto en una aureola de gris frustración. El aura normal verde y amarilla que mostraba cuando se quitaba el disfraz había ido palideciendo progresivamente durante los últimos días. Gurgeh estaba empezando a sentir una cierta compasión hacia ella.

Bueno… gimió Flere-Imsaho, y Gurgeh tuvo la impresión de que si hubiera poseído unos labios de carne la palabra habría sido un balbuceo lloroso. ¡No me basta con eso!

La unidad giró sobre sí misma y salió de la habitación después de haber proferido aquella observación tirando a patética.

Gurgeh se preguntó hasta qué punto la estaría afectando el pasarse los días encerrada. Una de las últimas ideas que se le habían ocurrido era que la máquina podía haber recibido instrucciones secretas. Quizá estuviese allí para impedirle llegar demasiado lejos en los juegos. En tal caso, negarse al encierro podía ser una forma muy elegante de conseguirlo. Contacto podía defenderse alegando que pedirle que renunciara a su libertad era un acto totalmente irracional e injustificable, y que la unidad tenía todo el derecho del mundo a negarse. Gurgeh se encogió de hombros. No podía hacer nada al respecto.

Ordenó a la pantalla que le mostrara otra partida.


* * *

Diez días después todo había acabado y Gurgeh estaba a punto de clasificarse para la cuarta ronda. Sólo tenía que vencer a un oponente más y partiría hacia Ecronedal para la fase final de los juegos, no como observador o invitado sino como participante.

Las partidas menores le sirvieron para ir acumulando la ventaja que había albergado la esperanza de conseguir y cuando llegó el momento de jugar en los tableros principales no intentó montar ninguna gran ofensiva. Esperó a que los otros jugadores vinieran a por él y eso fue justamente lo que hicieron, pero Gurgeh confiaba en que no se mostrarían tan dispuestos a cooperar los unos con los otros como lo habían estado los jugadores de la primera ronda. Sus adversarios eran personas importantes. Tenían que pensar en sus carreras, y por muy grande que pudiera ser su lealtad al Imperio también tenían que cuidar de sus propios intereses. El único jugador que tenía muy poco que perder era el sacerdote, por lo que quizá estuviera dispuesto a sacrificarse en aras del bien imperial y el puesto no decidido por los resultados del juego que la Iglesia pudiera encontrarle después.

Gurgeh creía que el Departamento Imperial había cometido un grave error en el juego que envolvía al juego. Habían optado por enfrentarle a los diez primeros clasificados, y a primera vista el plan parecía bastante bueno porque no le daba un momento de reposo, pero no tardó en ser obvio que Gurgeh no necesitaba relajarse y la táctica significaba que sus oponentes procedían de varias ramas del árbol imperial, por lo que no conocían demasiado bien el estilo de los demás y dificultaba el manejarles mediante órdenes o promesas de una recompensa futura.

Gurgeh también había descubierto algo llamado rivalidad entre departamentos encontró algunas grabaciones de viejas partidas que le parecieron no tener ningún sentido hasta que la nave le describió aquel extraño fenómeno, e hizo cuanto pudo para conseguir que el coronel y los hombres del Almirantazgo se enfrentaran entre sí. Los jugadores no necesitaron muchos estímulos por parte de Gurgeh.

La partida fue tan sólida y lenta como la obra de un buen artesano; un conjunto de movimientos funcionales pero poco inspirados en el que Gurgeh se limitó a jugar un poquito mejor que los demás. Ganó por un margen de ventaja no muy grande…, pero ganó. Uno de los vicealmirantes de la Flota quedó en segundo lugar y el sacerdote Tounse acabó el último.


* * *

Y, una vez más, el calendario supuestamente decidido por el azar le dio el mínimo tiempo posible para descansar entre una ronda y la siguiente, pero Gurgeh casi se sintió complacido por ello pues significaba que podría mantener su estado de concentración sin necesidad de interrumpirlo y no tendría tiempo que perder preocupándose o pensando en lo que podía suceder. Una parte de su mente estaba tan asombrada y perpleja como todos los que le rodeaban y apenas si lograba creer el buen papel que estaba haciendo. La parte perpleja se había retirado a las profundidades de su personalidad, pero Gurgeh tenía la sospecha de que si llegaba a ocupar el centro del escenario y decía «Eh, un momento, ¿qué está pasando aquí?» todo se desmoronaría como un castillo de naipes. El hechizo se esfumaría y aquel paseo que en realidad era una caída se interrumpiría para estrellarle contra la derrota. Como decía el refrán, caerse nunca había matado a nadie. Lo malo era dejar de caer…

Fuera cual fuese la causa se sentía invadido por una marea agridulce de emociones tan nuevas como intensas. El terror del riesgo y la posible derrota, el júbilo puro y simple de la apuesta que daba en el blanco y la campaña triunfante; el horror que acompañaba al repentino descubrimiento de un punto débil en sus posiciones que podía costarle la partida; la oleada de alivio que llegaba cuando nadie más lo descubría y podía reforzarlo; el furioso palpitar de maligna alegría que se apoderaba de él cuando descubría un punto débil en la estrategia de algún adversario… y, naturalmente, la alegría ilimitada de la victoria.

Y, aparte de eso, la satisfacción adicional que le daba el saber que lo estaba haciendo mucho mejor de lo que nadie esperaba. Todas sus predicciones las de la Cultura, el Imperio, la nave y la unidad, habían resultado equivocadas y habían demostrado ser otras tantas fortalezas aparentemente inexpugnables que se derrumbaron ante él. Había llegado al extremo de superar sus propias expectativas y lo único que le preocupaba era que algún mecanismo subconsciente decidiera que había llegado el momento de relajarse un poco. Había demostrado más que sobradamente de lo que era capaz. Había llegado tan lejos, había vencido a tantos adversarios… ¿Qué daño podía hacerle un pequeño descanso? Pero Gurgeh no quería descansar. Estaba disfrutando como nunca en su vida y quería seguir adelante. Quería descubrirse a sí mismo en el espejo de aquel juego infinitamente explotable capaz de exigencias igualmente infinitas, y no quería que una parte débil y asustada de su personalidad le obligara a aflojar la marcha. Tampoco quería que el Imperio se librara de él usando algún truco sucio, pero ni tan siquiera eso le preocupaba demasiado. Que intentaran matarle… La sensación de ser invencible era tan intensa que casi le había vuelto temerario. Se conformaba con que no intentaran descalificarle con la excusa de algún tecnicismo. Eso sí que le haría mucho daño.

Pero existía otra forma de impedirle seguir adelante. Tendría que enfrentarse a una nueva ronda de la modalidad singular, y había muchas probabilidades de que decidieran usar la opción física. Encajaba perfectamente con su forma de razonar. El hombre de la Cultura se asustaría tanto que no aceptaría la apuesta singular que le esperaba, y aun suponiendo que decidiera seguir adelante el terror de saber lo que podía ocurrir si perdía le paralizaría y le iría royendo las entrañas hasta consumirle.

Habló de ello con la nave. La Factor limitativo había consultado con el Bribonzuelo —el VGS se encontraba a decenas de milenios de distancia, en plena región de la Nube Mayor, y creía estar en condiciones de garantizar su supervivencia. La vieja nave de guerra se mantendría fuera del Imperio, pero tendría preparados todos los sistemas para alcanzar la velocidad máxima y se colocaría en el radio mínimo apenas empezara la partida. Si Gurgeh se veía obligado a apostar contra una opción física y perdía la nave se dirigiría hacia Ea a velocidad máxima. La Factor limitativo estaba segura de que podía esquivar sin problemas a cualquier nave imperial que se interpusiera en su camino, llegar a Ea en pocas horas y activar el más potente de sus desplazadores para sacar a Gurgeh y a Flere-Imsaho de allí, todo eso sin tener que reducir la velocidad ni un instante.

¿Qué es esto?

Gurgeh contempló con expresión dubitativa la diminuta esfera que Flere-Imsaho le estaba enseñando.

Baliza y comunicador unidireccional dijo la unidad. Dejó caer la esferita en el hueco de su mano y Gurgeh vio como rodaba un par de veces hasta detenerse. Póntela debajo de la lengua. Hay un sistema de implante automático y ni tan siquiera te darás cuenta de que está allí. Cuando venga hacia aquí la nave lo utilizará para localizarte si no hay ninguna otra forma de hacerlo. Cuando sientas una serie de punzadas bastante fuertes debajo de la lengua cuatro punzadas en dos segundos, tendrás dos segundos para asumir una posición fetal. Después de esos dos segundos todo lo que se encuentre en un radio de tres cuartos de metro alrededor de esa esferita será transferido a bordo de la nave, así que procura meter la cabeza entre las rodillas y pega los brazos al cuerpo.

Gurgeh contempló la esferita. Tenía unos dos milímetros de diámetro.

Unidad, ¿hablas en serio?

Totalmente. La nave utilizará sus sistemas de emergencia para alcanzar la máxima velocidad posible, así que puede pasar por aquí moviéndose a cualquier cifra entre uno y veinte kiloluces. A esa velocidad incluso su desplazador de máxima potencia sólo estará un quinto de milisegundo dentro del radio de acción. Necesitaremos toda la ayuda posible, ¿comprendes? Gurgeh, te estás colocando en una situación muy difícil… y a mí también. Quiero hacerte saber que todo esto no me hace ni pizca de gracia.

No te preocupes, unidad. Me aseguraré de que no te incluyan en la apuesta física.

No, me refiero a la posibilidad de que sea preciso utilizar el desplazamiento. Es bastante arriesgado y no me hablaron de que pudiera ocurrir. Los campos de desplazamiento en el hiperespacio son singularidades, y están sometidos al Principio de Incertidumbre…

Sí, ya lo sé. Puedes acabar en otra dimensión o metido en algún…

O puedes acabar esparcido por el extremo equivocado de esta dimensión, y eso es lo que más me preocupa.

¿Y con qué frecuencia ocurren ese tipo de accidentes?

Bueno, una vez en cada ochenta y tres millones de desplazamientos, pero eso no es lo que…

En tal caso y comparando el desplazamiento con el riesgo que corres viajando en un vehículo de superficie o en una aeronave de estos payasos las posibilidades están bastante a tu favor, ¿no? Vamos, Flere-Imsaho… Sé intrépido y lánzate a la aventura.

Oh, claro, a ti no te cuesta nada decirlo, pero incluso si…

Gurgeh dejó que la máquina siguiera parloteando sin prestarle atención.

Correría el riesgo. Si tenía que venir a rescatarle la nave necesitaría unas cuantas horas para hacer el viaje, pero las apuestas de muerte nunca se llevaban a cabo hasta el día siguiente y Gurgeh siempre podía desconectar su sistema nervioso para no sentir el dolor de las torturas a que pudieran someterle. La Factor limitativo tenía un sistema médico muy eficiente y una enfermería muy bien equipada. La nave podría remendarle aun suponiendo que ocurriera lo peor.

Colocó la esferita debajo de su lengua. Sintió una especie de entumecimiento que duró apenas un segundo y desapareció enseguida, como si la esferita se hubiera disuelto. Se metió un dedo en la boca y apenas logró encontrar sus diminutos contornos ocultos debajo del paladar.

24

Por la mañana despertó sintiendo una mezcla de nerviosismo y expectación tan intensa que casi parecía sexual.

Otra avenida. La sede escogida para esta nueva etapa de los juegos era un centro de conferencias situado cerca de la pista de aterrizaje para lanzaderas donde se había posado al llegar. Una vez allí conoció a Lo Prinest Bermoiya, un juez del Tribunal Supremo de Eá y uno de los ápices más impresionantes que Gurgeh había visto en toda su estancia. Lo era alto, tenía los cabellos plateados y se movía con una gracia que Gurgeh encontró extraña y casi inquietantemente familiar. Al principio no logró identificar el origen de aquella sensación, y necesitó unos minutos para comprender que el juez caminaba como si fuese un habitante de la Cultura. Los movimientos del ápice poseían una fluida agilidad que Gurgeh ya había dejado de dar por supuesta, y volver a encontrarse bruscamente con ella hizo que la captara de una forma todavía más intensa.

Bermoiya pasaba las pausas entre movimientos de las partidas menores sumido en la inmovilidad más absoluta sin apartar los ojos del tablero, y sólo cambiaba de postura para desplazar una pieza. Su estilo con las cartas era igual de lento y deliberado, y Gurgeh descubrió que estaba empezando a reaccionar de la manera opuesta. Su comportamiento se fue volviendo cada vez más nervioso, y no paraba de moverse. Combatió aquellas sensaciones con las drogas de sus glándulas haciendo un esfuerzo consciente para relajarse, y los siete días que duraron las partidas menores le sirvieron para irse acostumbrando al ritmo y el estilo del ápice. La suma de las puntuaciones acumuladas a lo largo de las partidas dejó al juez con un pequeño margen de ventaja. Hasta el momento no se había hecho mención de ninguna clase de apuestas.

Empezaron a jugar en el Tablero del Origen y al principio Gurgeh creyó que el Imperio se limitaría a confiar en el obvio dominio del Azad exhibido por el juez… pero cuando llevaban una hora de partida el ápice de cabellos plateados alzó una mano e indicó a su Adjudicador que deseaba hablar con él.

El Adjudicador y el ápice fueron hacia Gurgeh, quien estaba de pie en una esquina del tablero. Bermoiya le saludó con una reverencia.

Jernou Gurgue dijo. El ápice poseía una voz grave y hermosa, y Gurgeh tuvo la impresión de que cada sílaba estaba respaldada por la autoridad de un volumen entero de jurisprudencia. Debo pedir que nos comprometamos en una apuesta del cuerpo. ¿Está dispuesto a tomar en consideración mi propuesta?

Gurgeh contempló aquellos ojos grandes y profundos y no logró detectar ni la más leve chispa de intranquilidad. Se sintió incapaz de sostener aquella mirada y bajó la cabeza. Se acordó de la chica del baile. Volvió a alzar la cabeza…, y se enfrentó de nuevo a la presión casi palpable que emanaba de aquel rostro sabio y digno.

Bermoiya estaba acostumbrado a sentenciar a sus congéneres a la muerte, el desfiguramiento, el dolor y la prisión. Era un ápice que trataba de forma cotidiana con la tortura y la mutilación, y tenía el poder de ordenar su uso e incluso de condenar a muerte para preservar al Imperio y sus valores.

«Podría negarme —pensó Gurgeh. Ya he hecho suficiente. Nadie me culparía. ¿Por qué no? ¿Por qué no aceptar que son mejores que yo, al menos en este aspecto del juego? ¿Por qué he de soportar el temor, las preocupaciones y la tortura? La tortura psicológica como mínimo, y puede que incluso la física… Has demostrado todo lo que te habían pedido que demostraras y todo lo que tú querías probar, y has llegado mucho más lejos de lo que esperaban.

»Abandona. No seas idiota. No eres del tipo heroico. Utiliza un poco del sentido común que has adquirido jugando al Azad. Ya has alcanzado todas las metas que te habías fijado. Abandona y demuéstrales lo que piensas de su estúpida "opción física" y de sus ridículas amenazas de matones… demuéstrales lo poco que significa todo eso para ti.»

Pero no iba a hacerlo. Sostuvo la mirada del ápice y comprendió que iba a seguir jugando. Sospechó que no estaba del todo cuerdo, pero no pensaba abandonar. Agarraría a ese juego tan fabuloso como enloquecido por el cuello, saltaría sobre él y seguiría adelante.

Y averiguaría hasta dónde podía llegar antes de que el juego le hiciera salir despedido por los aires…, o se revolviese contra él y le devorara.

Estoy dispuesto dijo sin apartar la mirada del rostro del ápice.

Creo que es usted macho, ¿no?

dijo Gurgeh.

Sintió que le empezaban a sudar las palmas.

Mi apuesta es la castración. Amputación del miembro masculino y extracción de los testículos contra castración apicial en esta partida del Tablero del Origen. ¿Acepta?

Yo…

Gurgeh tragó saliva, pero no logró humedecerse la boca. Era absurdo. No corría ningún peligro real. La Factor limitativo le rescataría, y también tenía la opción de pasar por todo el proceso. No sentiría ningún dolor, y los genitales eran una de las partes del cuerpo que volvían a crecer más deprisa… pero eso no impidió que la habitación pareciera oscilar y distorsionarse ante sus ojos, y tuvo una repentina visión de un burbujeante charco de líquido rojizo que se iba volviendo negro poco a poco. Sintió una oleada de náuseas.

¡Sí! logró balbucear por fin. Sí repitió volviéndose hacia el Adjudicador.

Los dos ápices le saludaron con una reverencia y se alejaron.


* * *

Si quieres puedes llamar a la nave ahora mismo dijo Flere-Imsaho.

Gurgeh no apartó los ojos de la pantalla. De hecho estaba a punto de ponerse en contacto con la Factor limitativo, pero sólo para discutir su posición actual en el juego, que no era demasiado buena y no para lanzar un grito de socorro. No hizo caso de la unidad.

Era de noche, y no había tenido un buen día. Bermoiya había jugado con gran brillantez y los servicios de noticias sólo hablaban de la partida. Los artículos y comentarios afirmaban que iba a ser una de las grandes partidas clásicas de la historia de los juegos, y Gurgeh en compañía de Bermoiya, naturalmente, había vuelto a repartirse los titulares y las horas de más audiencia con Nicosar, quien seguía aniquilando implacablemente a sus adversarios sin importar lo buenos que fueran.

Pequil fue hacia él después de la sesión de la noche. El ápice seguía llevando el brazo en cabestrillo y le trató de una forma casi reverencial. Le dijo que el módulo estaría sometido a una vigilancia especial que duraría hasta el final de la ronda. Pequil estaba seguro de que Gurgeh era una persona de honor, pero los jugadores que aceptaban una apuesta física siempre eran sometidos a una discreta vigilancia y en el caso de Gurgeh la vigilancia correría a cargo de un crucero situado en la capa superior de la atmósfera. La nave formaba parte del escuadrón que patrullaba continuamente los cielos que aún no llegaban a ser espacio por encima de Groasnachek. El módulo tenía que seguir en su posición actual sobre el tejado del hotel.

Gurgeh se preguntó qué estaría sintiendo Bermoiya en aquellos momentos. Cuando expresó su intención de utilizar la opción física el ápice empleó la palabra «debo», cosa que a Gurgeh no se le había pasado por alto. Gurgeh había acabado sintiendo un considerable respeto hacia el estilo de juego del ápice y, por lo tanto, hacia el mismo Bermoiya. No creía que el juez tuviera muchos deseos de utilizar la opción, pero el Imperio había acabado encontrándose en una situación bastante apurada. Todo el mundo había dado por sentado que a estas alturas ya estaría fuera del juego, y el Imperio había basado su estrategia de exagerar la amenaza que Gurgeh representaba para ellos en esa suposición. La estrategia no sólo no había funcionado sino que los resultados estaban alcanzando las proporciones de un pequeño desastre. Se rumoreaba que ya habían rodado algunas cabezas en el Departamento Imperial. Bermoiya habría recibido órdenes muy claras y terminantes: tenía que detener a Gurgeh fuera como fuese.

Gurgeh se había informado sobre el destino que sufriría el ápice en el ahora más bien improbable caso de que fuera él y no Gurgeh quien perdiera. La castración apicial significaba la eliminación total de la vagina reversible y los ovarios. Gurgeh empezó a pensar en eso y a meditar en lo que sería de aquel juez tranquilo e imponente si perdía, y comprendió que no había tomado en consideración todas las implicaciones de la opción física. Aun suponiendo que ganara… ¿Cómo podía permanecer impasible ante la mutilación de un ser consciente? Para Bermoiya la derrota significaría el final de todo: carrera, familia…, todo. El Imperio no permitía la regeneración o sustitución de las partes corporales perdidas como consecuencia de una apuesta. La pérdida del juez sería permanente y posiblemente fatal. El suicidio era algo bastante común en tales casos. Sí, pensándolo bien quizá lo mejor para todos sería que el juez lograra derrotar a Gurgeh…

El problema estaba en que Gurgeh no quería perder. No sentía ninguna animosidad personal hacia Bermoiya, pero anhelaba desesperadamente ganar aquella partida, y la siguiente, y la que vendría a continuación. Cuando empezó a practicar el juego en el ambiente al que estaba acostumbrado Gurgeh no comprendió lo seductor que podía acabar siendo el Azad. Técnicamente hablando no había ninguna diferencia entre las partidas de ahora y las que había jugado a bordo de la Factor limitativo, pero las sensaciones que experimentaba jugando al Azad en el sitio para el que fue concebido eran totalmente distintas. Había necesitado algún tiempo para comprenderlo, pero ahora Gurgeh estaba seguro de saber cuál era la auténtica razón de que el Imperio hubiese sobrevivido gracias al juego. El Azad producía un deseo insaciable de obtener más victorias, más poder, más territorios, más control sobre todo lo que te rodeaba…

Flere-Imsaho se quedó en el módulo. Gurgeh se puso en contacto con la nave para comentar y examinar su pésima posición actual y, como ya era costumbre en ella, la nave le comunicó que veía algunas formas bastante improbables de salir bien librado, pero Gurgeh ya había dado con ellas sin su ayuda. Aun así el darse cuenta de que existían era una cosa y el llevarlas a la práctica sobre el tablero en plena partida era otra muy distinta, por lo que la nave no podía serle de gran ayuda.

Gurgeh decidió dejar de analizar el juego y le preguntó a la nave qué podía hacer para disminuir el rigor de la apuesta que había establecido con Bermoiya en el improbable supuesto de que ganara la partida y fuese el juez quien tuviera que enfrentarse al cirujano. La respuesta fue que no podía hacer nada. La apuesta ya había sido acordada y eso era todo. Ninguno de los dos podía hacer nada, aparte de seguir jugando hasta que hubiera un ganador. Si se negaban a seguir con la partida los dos sufrirían el castigo fijado para el perdedor.

Jernau Gurgeh… dijo la nave en un tono algo vacilante. Necesito saber qué quieres que haga en el caso de que las cosas vayan mal mañana.

Gurgeh bajó la vista. Había estado esperando aquella pregunta.

Quieres saber si has de venir corriendo para sacarme de aquí o si decido seguir adelante y te llamo para que me recojas después con el rabo pero muy poca cosa más entre las piernas, y espero a que lo que he perdido vuelva a crecer, ¿no? Naturalmente, todo ese proceso habrá servido para que la Cultura siga estando en las mejores relaciones posibles con el Imperio…

Gurgeh no intentó ocultar el sarcasmo que impregnaba su voz.

Más o menos dijo la nave después del retraso. El problema es que… Bueno, seguir adelante sería menos complicado, pero si te operan… Tendré que destruir tus genitales o desplazarlos. Si realizaran un análisis completo de ellos el Imperio conseguiría demasiada información sobre la Cultura.

Gurgeh estuvo a punto de echarse a reír.

¿Estás intentando decirme que mis pelotas son una especie de secreto de estado?

Efectivamente, y eso quiere decir que aun suponiendo que te sometas a la castración… En cualquiera de los dos casos el Imperio acabará bastante enfadado.

Gurgeh siguió pensando en silencio durante unos momentos después de recibir la señal. Enroscó la lengua dentro de su boca sintiendo el bultito minúsculo oculto debajo de la blandura del tejido.

Ah, a la mierda con todo dijo por fin. Quiero que sigas el desarrollo de la partida. Si me doy cuenta de que voy a perder intentaré ganar todo el tiempo posible… No sé cómo, pero ya me las arreglaré. Cuando esté claro que he empezado a utilizar tácticas dilatorias ponte en marcha, sácanos de aquí y transmite mis más sinceras disculpas a Contacto. Si consigo aguantar no hagas nada. Ya veremos qué opino mañana.

Muy bien dijo la nave.

Gurgeh se acarició la barba pensando que por lo menos le habían permitido elegir, pero se preguntó qué habría ocurrido en el caso de que no necesitaran eliminar las pruebas. Dada la situación actual el incidente diplomático parecía inevitable, pero si hubiera existido alguna forma de evitarlo… ¿Cuál habría sido la actitud de Contacto entonces? ¿Le habrían dejado escoger? No es que importara demasiado, claro, pero después de aquella conversación Gurgeh comprendió que había perdido la voluntad de ganar.

La nave tenía más noticias que comunicarle. Acababa de recibir una transmisión de Chamlis Amalk-Ney prometiendo un mensaje más largo dentro de poco tiempo, pero mientras tanto la vieja unidad se conformaba con hacerle saber que Olz Hap lo había conseguido. La joven prodigio acababa de lograr la Red Completa. Una jugadora de la Cultura había conseguido producir el resultado definitivo e insuperable en una partida de Acabado. La joven dama se había convertido en el ídolo de Chiark y de todos los jugadores de la Cultura. Chamlis ya la había felicitado en nombre de Gurgeh, pero suponía que éste desearía enviarle un mensaje propio. La unidad se despidió transmitiéndole sus mejores deseos.

Gurgeh cortó la conexión y se reclinó en su asiento. Contempló la superficie opaca de la pantalla en silencio durante unos momentos sin estar muy seguro de lo que sabía, pensaba o recordaba. Ni tan siquiera estaba muy seguro de lo que era. Una sonrisa melancólica aleteó durante una fracción de segundo en una de las comisuras de sus labios y se esfumó.

Flere-Imsaho acababa de aparecer encima de su hombro.

Jernau Gurgeh… ¿Estás cansado?

Gurgeh necesitó unos momentos para salir de su aturdimiento y acabó volviéndose hacia la diminuta unidad.

¿Qué? Sí, un poco. Se puso en pie y se estiró. Pero creo que me costará bastante conciliar el sueño.

Sí, ya me lo había imaginado. He pensado que quizá te gustaría acompañarme.

¿Para qué? ¿Para ver pájaros? No, unidad, no lo creo. Gracias de todos modos.

Bueno, la verdad es que no estaba pensando en nuestros amigos cubiertos de plumas. Cuando salgo por las noches no siempre voy a observarles. A veces visito otras partes de la ciudad. Al principio me dedicaba a vagabundear porque quería averiguar qué especies de pájaros hay en cada zona, pero a medida que pasaba el tiempo empecé a ir un poco por todas partes porque… Bueno, porque sí.

Gurgeh frunció el ceño.

¿Y por qué quieres que vaya contigo?

Porque mañana quizá tengamos que marcharnos de una forma algo brusca, y… Bueno, me he dado cuenta de que apenas conoces la ciudad.

Gurgeh agitó una mano.

Tengo más que suficiente con la parte que me enseñó Za.

Dudo mucho que te enseñara la parte en la que estoy pensando. Hay muchas cosas que ver.

No he venido aquí para hacer turismo, unidad.

Las cosas que quiero enseñarte te interesarán.

¿De veras?

Creo que sí. Creo que te conozco lo bastante bien para estar seguro de que te interesarán. Vamos, Jernau Gurgeh… Ven conmigo. Por favor. Juro que te alegrarás de haberme hecho caso. Anda, ven. Has dicho que te costaría mucho conciliar el sueño, ¿verdad? Bueno, entonces… ¿Qué tienes que perder?

Los campos de la unidad brillaban con sus tonalidades verdes y amarillas habituales envolviéndola en un aura tranquila y controlada. El tono de voz que había empleado estaba impregnado de seriedad.

Gurgeh entrecerró los ojos.

Unidad, ¿qué estás tramando?

Ven conmigo, Gurgeh. Por favor… La unidad flotó lentamente hacia la parte delantera del módulo. Gurgeh la siguió con la mirada, pero no se movió. La unidad se detuvo junto a la puerta del salón. Por favor, Jernau Gurgeh. Te juro que no lo lamentarás.

Gurgeh se encogió de hombros.

De acuerdo, de acuerdo… Meneó la cabeza. Salgamos a divertirnos un rato murmuró.

La unidad fue hacia el morro del módulo con Gurgeh detrás y se detuvo delante del compartimento que contenía un par de bicicletas antigravitatorias, unos cuantos arneses de flotación y algunos equipos más.

Ponte un arnés. No tardaré nada. La unidad se marchó y Gurgeh colocó las tiras del arnés sobre su camisa y sus pantalones cortos. Flere-Imsaho reapareció poco después con una larga capa negra provista de capucha. Póntela, por favor.

Gurgeh se puso la capa encima del arnés. Flere-Imsaho deslizó la capucha sobre su cabeza con un campo y ató los cordoncillos de tal forma que la capucha ocultaba los lados de su rastro y proyectaba sombras sobre su parte delantera. La tela de la capa era lo bastante gruesa para disimular la presencia del arnés. Las luces del compartimento fueron disminuyendo lentamente de intensidad hasta apagarse y Gurgeh oyó algo que se movía por encima de su cabeza. Alzó los ojos y vio un cuadrado negro lleno de estrellas.

Asumiré el control de tu arnés, si no te importa murmuró la unidad.

Gurgeh asintió.

El arnés tiró de él llevándole hacia la oscuridad que había sobre su cabeza. La ascensión no se interrumpió enseguida, tal y como había esperado, sino que siguió y siguió hasta que Gurgeh se encontró envuelto por el calor y los olores de la noche urbana. La capa aleteaba en silencio a su alrededor. La ciudad era un remolino de luces, una llanura resplandeciente que no parecía tener fin. La unidad era una sombra diminuta pegada a su hombro.

Empezaron a moverse por encima de la ciudad. Sobrevolaron carreteras, ríos y un sinfín de cúpulas y edificios, cintas, masas casi sólidas y torres de luz, áreas de vapor que se deslizaban sobre la oscuridad y el fuego, torres repletas de luces que ardían envueltas en reflejos, temblorosas extensiones de agua negra y las enormes zonas oscuras de hierba y árboles de los parques y, finalmente, empezaron a bajar.

Descendieron hacia una zona donde no había muchas luces y tomaron tierra entre dos edificios a oscuras desprovistos de ventanas. Los pies de Gurgeh entraron en contacto con la tierra apisonada de un callejón.

Disculpa dijo la unidad, y se metió dentro de la capucha hasta colocarse junto a la oreja izquierda de Gurgeh. Por allí murmuró.

Gurgeh avanzó por el callejón. Tropezó con algo blando y supo que era un cuerpo antes de volverse a mirar. Observó con más atención el montón de harapos y vio como se movía. La persona estaba enroscada bajo unas mantas maltrechas con la cabeza apoyada en un saco muy sucio. Gurgeh no logró averiguar de qué sexo era. Los harapos no ofrecían ninguna pista que permitiera adivinarlo.

Gurgeh abrió la boca, pero la unidad le hizo callar con un siseo casi inaudible.

Es una de las personas que se niegan a trabajar de las que te habló Pequil, alguien que ha abandonado la comarca rural donde nació. Ha estado bebiendo… La pestilencia que hueles sólo contiene una parte de alcohol. El resto proviene de su cuerpo.

Las fosas nasales de Gurgeh aún no habían captado las vaharadas de hedor que brotaban del macho acostado en el suelo del callejón. El olor era tan desagradable que sintió una oleada de náuseas.

Vámonos dijo Flere-Imsaho.

Salieron del callejón. Gurgeh tuvo que pasar por encima de otros dos durmientes. La calle en que se encontraron estaba muy mal iluminada, y apestaba a algo que Gurgeh sospechó se suponía era comida. Unos cuantos peatones caminaban lentamente por las aceras.

Encórvate un poco dijo la unidad. La capa te hará pasar por un discípulo de Minan, pero no permitas que la capucha resbale y no camines erguido.

Gurgeh hizo lo que le indicaba.

Siguió avanzando por la calle bajo la débil y parpadeante claridad granulosa de los escasos faroles monocromos y pasó junto a lo que parecía otro borracho con la espalda apoyada en una pared. Gurgeh bajó la vista y vio un charco de sangre entre las piernas del ápice y un oscuro hilillo de sangre seca que bajaba de su cabeza. Se detuvo delante de él.

No pierdas el tiempo con ése dijo la vocecita de Flere-Imsaho junto a su oreja. Se está muriendo. Probablemente habrá estado metido en una pelea. La policía no viene por aquí muy a menudo, y no hay muchas probabilidades de que alguien solicite ayuda médica para él. Está claro que le han robado, así que quien llamara a una ambulancia tendría que pagar el tratamiento de su bolsillo.

Gurgeh miró a su alrededor, pero no había nadie cerca. Los párpados del ápice se movieron levemente como si estuviera intentando abrirlos.

El aleteo de los párpados se detuvo.

Ahí dijo Flere-Imsaho en voz baja.

Gurgeh siguió avanzando por la acera y oyó gritos procedentes de la parte superior de un edificio de fachada oscurecida por la mugre situado al otro lado de la calle.

No es nada grave, sólo un ápice que le está dando una paliza a su mujer. ¿Sabías que durante milenios estuvieron convencidos de que las mujeres no tenían nada que ver con la herencia genética del bebé que llevaba dentro? Hace quinientos años descubrieron que juegan un papel bastante importante. Las mujeres producen un análogo viral del ADN que altera los genes del semen depositado dentro de ellas, pero la ley sigue considerando que las mujeres son posesiones. Si un ápice asesina a una mujer se le condena a un año de trabajos forzados. Una hembra que asesina a un ápice es torturada durante varios días hasta que muere. Muerte mediante sustancias químicas… Dicen que es una de las peores formas de morir. Sigue andando.

Llegaron a la intersección con otra calle bastante más concurrida. Un macho estaba de pie en la esquina gritando algo en un dialecto que Gurgeh no logró comprender.

Vende entradas para una ejecución dijo la unidad. Gurgeh enarcó las cejas y volvió la cabeza unos centímetros. Sí, no te estoy tomando el pelo dijo Flere-Imsaho.

Pero Gurgeh no pudo evitar el menear la cabeza.

Gurgeh vio a un grupo de personas bastante numeroso que ocupaba el centro de la calzada. El tráfico sólo la mitad de los vehículos tenían motor, y la otra mitad se desplazaban mediante la tracción humana se había visto obligado a invadir las aceras. Gurgeh fue hacia la multitud pensando que su estatura bastante superior al promedio azadiano le permitiría ver lo que estaba ocurriendo, pero descubrió que la gente le abría paso y se fue encontrando atraído hacia el centro de la aglomeración.

Unos cuantos ápices bastante jóvenes estaban atacando a un macho muy anciano caído en el suelo. Los ápices vestían lo que parecía una especie de uniforme, aunque apenas lo vio un sentido indefinible hizo que Gurgeh comprendiese que no era ningún uniforme oficial. Los ápices pateaban el cuerpo del anciano con una especie de salvajismo controlado, como si el ataque fuera un ballet del dolor en el que sólo pudiese haber un ganador y se les estuviera evaluando no solamente por el tormento y los daños físicos infligidos, sino también por la impresión artística que produjeran.

Quizá se te haya pasado por la cabeza la idea de que esto es un montaje preparado o una farsa, pero no lo es dijo Flere-Imsaho. Ah, y estas personas no han pagado para disfrutar del espectáculo. Lo que tienes delante es, sencillamente, un grupo de jóvenes dándole una paliza a un anciano sólo por el puro placer de dársela y estas personas prefieren observar a hacer nada para impedirlo.

Cuando la unidad hubo terminado de pronunciar aquellas palabras Gurgeh se dio cuenta de que se encontraba en primera fila. Dos ápices se volvieron hacia él y le observaron en silencio.

Gurgeh se preguntó qué ocurriría ahora. Tenía la extraña sensación de estar presenciándolo todo desde muy lejos. Los dos ápices le gritaron algo ininteligible, se dieron la vuelta y empezaron a hablar con los demás mientras le señalaban con el dedo. El grupo estaba compuesto por seis jóvenes. Los ápices se quedaron muy quietos sin prestar ninguna atención al macho que gimoteaba débilmente en el suelo y clavaron los ojos en el rostro de Gurgeh. Uno de ellos, el más alto, se llevó la mano a sus ceñidos pantalones con adornos metálicos, manipuló un botón o una cremallera y exhibió la vagina semifláccida en su posición invertida. Sonrió, se la ofreció a Gurgeh y giró sobre sí mismo para enseñársela al resto de la multitud.

No ocurrió nada más. Sus jóvenes compañeros observaron durante unos momentos los rostros de quienes les rodeaban sin dejar de sonreír y se fueron. Antes de partir cada uno pisoteó la cabeza del viejo caído en el suelo fingiendo que aquella última agresión era un accidente.

La multitud empezó a dispersarse. El viejo estaba cubierto de sangre. Un fragmento de hueso grisáceo asomaba a través de la manga del maltrecho abrigo que llevaba puesto, y había unos cuantos dientes esparcidos por el suelo junto a su cabeza. Una pierna formaba un ángulo extraño con el cuerpo: el pie estaba vuelto hacia fuera y el miembro tenía un aspecto sorprendentemente fláccido.

El viejo dejó escapar un gemido. Gurgeh dio un paso hacia adelante y empezó a inclinarse.

¡No le toques!

La voz de la unidad hizo que Gurgeh se detuviera tan bruscamente como si hubiese chocado con un muro de ladrillos.

Si alguna de estas personas ve tu cara o tus manos puedes considerarte muerto. Tu color, Gurgeh… Tienes el color equivocado, ¿comprendes? Escucha con atención. La estabilización genética aún no se ha conseguido del todo, y cada año siguen naciendo unos cuantos centenares de bebés que tienen la piel oscura. Se supone que deben ser estrangulados y que el Consejo de Eugenesia paga una recompensa por cada cadáver, pero hay algunas personas que les permiten seguir con vida y les van blanqueando la piel a medida que crecen aun sabiendo que cometen un crimen castigado con la pena capital. Si alguna de estas personas creyera que habías sido uno de esos bebés, y sobre todo teniendo en cuenta que llevas la capa de un discípulo… Te despellejarían vivo.

Gurgeh retrocedió con la cabeza gacha y se alejó tambaleándose calle abajo.

La unidad le enseñó a las prostitutas casi todas hembras, que vendían sus favores sexuales a los ápices durante unos cuantos minutos u horas de la noche. Mientras recorrían las oscuras calles la unidad le contó que había partes de la ciudad frecuentadas por los ápices que habían perdido algún miembro y no tenían el dinero suficiente para pagarse el injerto de un brazo o una pierna amputadas a un criminal, y le dijo que esos ápices vendían sus cuerpos a los machos.

Gurgeh vio muchos lisiados. Estaban sentados en las esquinas vendiendo baratijas, tocando instrumentos que emitían notas chillonas o chirriantes, y había muchos que se limitaban a mendigar. Algunos estaban ciegos, otros no tenían brazos o habían perdido las piernas. Gurgeh contempló a todas aquellas personas destrozadas y sintió un mareo tan intenso que estuvo a punto de perder el equilibrio. La superficie de la calle que había debajo de sus pies pareció inclinarse bruscamente hacia un lado y durante un momento fue como si la ciudad, el planeta y el Imperio entero girasen locamente a su alrededor en un frenético remolino de siluetas pesadillescas; una constelación de sufrimiento y angustia, una danza infernal de agonía y mutilaciones.

Dejaron atrás comercios llenos de basura multicolor, drogas permitidas por el estado y tiendas que vendían alcohol, tenderetes repletos de estatuas religiosas, libros, artefactos y parafernalia ceremonial, quioscos que ofrecían entradas para asistir a ejecuciones, amputaciones, torturas y violaciones públicas casi todas las víctimas habían perdido alguna apuesta en el Azad, y pregoneros que anunciaban a voz en grito los billetes de lotería, direcciones de burdeles y drogas ilegales con que se ganaban la vida. Un vehículo terrestre lleno de policías pasó junto a ellos: la ronda de noche. Varios pregoneros corrieron a esconderse en los callejones y un par de quioscos bajaron rápidamente sus persianas metálicas en cuanto vieron acercarse al vehículo, pero volvieron a subirlas apenas se hubo alejado algunos metros.

Entraron en un parque minúsculo y se encontraron con un ápice junto al que había dos machos y una hembra de aspecto enfermizo con collares sujetos a unas correas muy largas. El ápice intentaba obligarlas a realizar trucos que ninguno de los tres parecía comprender. La multitud que les rodeaba reía ruidosamente. La unidad le dijo que seguramente eran un trío de locos sin ningún familiar o amigo que pudiera pagar su estancia en un hospital mental, por lo que habían sido privados de la ciudadanía y vendidos al ápice. Se unieron a la multitud durante unos minutos y vieron como aquellas criaturas patéticas cubiertas de harapos intentaban trepar a un farol o formar una pirámide hasta que Gurgeh no pudo soportarlo por más tiempo y les dio la espalda. La unidad le dijo que una de cada diez personas con las que se cruzaba mientras caminaba por la calle sería sometida a tratamiento por enfermedad mental en algún momento de su existencia. La cifra era una poco más alta para los machos que para los ápices, y el índice de enfermedades mentales en las hembras superaba con mucho al de los otros dos sexos. El suicidio estaba considerado como un delito, y los índices de suicidio por sexo eran bastante similares a los de enfermedades mentales.

Flere-Imsaho le llevó a un hospital. La unidad le dijo que la institución era bastante representativa de su especie y que tanto el hospital como la zona en que se hallaba estaban bastante más cuidadas de lo que resultaba habitual en la ciudad. El hospital era administrado por una institución benéfica, y la mayor parte del personal trabajaba sin cobrar un sueldo. La unidad le dijo que todo el mundo supondría que era un discípulo que había venido a visitar a un miembro de su congregación, y añadió que el personal estaba tan ocupado que no podía perder el tiempo interrogando a todos los visitantes que se cruzaran en su camino. Gurgeh recorrió el hospital sin creer en lo que estaba viendo.

Contempló a personas que habían perdido miembros o cuyas mutilaciones eran aún más espectaculares que las que acababa de ver en las calles, y a otras que tenían el cuerpo cubierto de cicatrices y llagas o cuya piel se había vuelto de algún color extraño. Algunas estaban muy flacas y le recordaron a palos envueltos en piel grisácea que se tensaba sobre los huesos. Otras yacían inmóviles intentando respirar o vomitaban ruidosamente ocultas detrás de un biombo, gemían, farfullaban palabras incomprensibles o gritaban. Gurgeh vio a personas cubiertas de sangre que esperaban el momento de ser atendidas, personas dobladas sobre sí mismas que escupían sangre en cuencos y a unas cuantas que yacían en catres metálicos inmovilizadas con correas de cuero. Ésas eran las peores, porque giraban locamente la cabeza golpeándosela contra los barrotes del catre y tenían los labios cubiertos de espuma.

Y había gente por todas partes, y las camas, catres y colchones se extendían formando hileras que parecían no tener fin, y los olores de la carne putrefacta, los desinfectantes y las secreciones corporales flotaban por todo el hospital.

La unidad le informó de que era una noche habitual tirando a mala. El hospital estaba un poco más lleno que de costumbre porque acababan de llegar varias naves cargadas con los heridos de las últimas y gloriosas victorias imperiales. Aparte de eso, era la noche en que los trabajadores cobraban su paga y no tenían que trabajar al día siguiente, y la tradición exigía que se emborracharan y se pelearan con cualquier pretexto. Después la máquina empezó a recitar las tasas de mortalidad infantil y la expectativa de vida para cada sexo, los tipos de enfermedades y la frecuencia con que se daban en los distintos estratos sociales, los promedios de renta, el índice de paro y los ingresos por cápita en relación al total de la población en ciertas zonas, y le habló del impuesto sobre los nacimientos y el impuesto por defunción y las penas por aborto y nacimiento ilegítimo, las leyes que regulaban los distintos tipos de relación sexual, las instituciones benéficas y las organizaciones religiosas que administraban los comedores para pobres, los asilos y las clínicas de primeros auxilios. La unidad estuvo un buen rato ametrallándole con números, estadísticas e índices, y Gurgeh apenas si entendió nada de cuanto le dijo. Se limitó a vagar por el edificio durante lo que le parecieron horas, acabó encontrando una puerta y salió del hospital.

Se encontró en la parte trasera del edificio. Estaba en un pequeño jardín oscuro, polvoriento y abandonado encerrado por un cuadrado de muros. La luz amarilla que brotaba de las ventanas mugrientas se derramaba sobre la hierba gris y el pavimento de losas agrietadas. La unidad dijo que aún quería enseñarle unas cuantas cosas. Quería que viera el sitio donde dormían quienes no tenían dinero; creía poder introducirle en una prisión disfrazado como visitante…

Quiero volver. ¡Quiero volver ahora mismo! gritó Gurgeh arrojando la capucha hacia atrás.

¡Muy bien! dijo la unidad.

Volvió a poner la capucha en su sitio y salieron disparados hacia arriba. Ascendieron en línea recta durante varios minutos antes de empezar a dirigirse hacia el hotel y el módulo. La unidad no dijo nada en todo el trayecto. Gurgeh también guardó silencio y se dedicó a observar la gran galaxia de luces que era la ciudad desfilando bajo sus pies.

Llegaron al módulo. La puerta del techo se abrió para dejarles pasar apenas iniciaron el descenso y se cerró en cuanto hubieron entrado. Gurgeh dejó que la unidad le quitara la capa y el arnés antigravitatorio. Sentir las correas del arnés deslizándose por sus hombros y la desaparición de su peso hizo que experimentara una extraña sensación de desnudez.

Hay una cosa más que me gustaría enseñarte dijo la unidad.

Flotó por el pasillo que llevaba hasta la sala del módulo. Gurgeh la siguió.

Flere-Imsaho se inmovilizó en el centro de la habitación. La pantalla estaba activada y mostraba a un macho copulando con un ápice. La música de fondo era ensordecedora y la pareja se agitaba rodeada por el lujo de los almohadones y los cortinajes.

Estás viendo un programa de un canal selecto imperial dijo la unidad. Esto es una emisión codificada del Nivel Uno.

La escena cambió varias veces mostrando combinaciones sexuales distintas que iban desde la masturbación en solitario hasta orgías de grupo con los tres sexos azadianos.

Son canales restringidos dijo la unidad. Se supone que los visitantes no deben verlos, pero el aparato decodificador se encuentra disponible en el mercado y puede adquirirse a un precio bastante módico. Ahora veremos algunos programas del Nivel Dos. Se emiten en canales de acceso reservado a los estratos superiores de los aparatos burocrático, religioso, militar y comercial del Imperio.

La pantalla quedó inundada durante unos segundos por un remolino de colores que no tardó en esfumarse. Gurgeh vio a más azadianos desnudos o con muy poca ropa. El énfasis volvía a estar puesto en la sexualidad, pero ahora había otro elemento nuevo incorporado a la acción. Muchas de las personas que tomaban parte en ella vestían ropas extrañas y de aspecto bastante incómodo, y algunas eran atadas y golpeadas o colocadas en posiciones absurdas que se les obligaba a mantener mientras servían como objeto de satisfacción sexual. Hembras uniformadas daban órdenes a grupos de ápices y machos. Gurgeh reconoció algunos de los uniformes como versiones grotescamente exageradas de los que vestían los oficiales de la Flota Imperial. Algunos ápices llevaban ropas de macho, y otros llevaban ropa de hembra. Vio ápices obligados a comer sus excrementos o los de otra persona o a beber su orina. Los programas que giraban alrededor de este tema parecían considerar como particularmente valiosas a las secreciones de otras especies pan-humanas. Vio bocas y anos de animales y alienígenas penetrados por machos y ápices; vio alienígenas y animales persuadidos a copular con los tres sexos azadianos y objetos algunos de uso cotidiano, otros que parecían fabricados especialmente con ese fin usados como sustitutos del falo. En cada escena había un claro elemento de… Gurgeh supuso que debía ser dominación.

Que el Imperio quisiera ocultar el material del primer nivel no le había sorprendido demasiado. Un pueblo tan obsesionado por el rango, el protocolo y la dignidad inherente al atuendo debía sentir el deseo de restringir el acceso a ese tipo de imágenes por muy inofensivas que pudieran ser. El segundo nivel era distinto. Gurgeh tuvo la impresión de que revelaba una pequeña parte de lo que había oculto bajo la fachada imperial, y no le costó nada comprender que les resultara tan incómodo. Estaba claro que el deleite que podía producir la visión de un programa del Nivel Dos no era fruto del placer vicario que se siente viendo a personas que se lo están pasando bien e identificándose con ellas, sino del placer que producía ver a personas humilladas mientras otras personas disfrutaban a sus expensas. El Nivel Uno giraba en torno al sexo; el Nivel Dos giraba alrededor de lo que estaba claro era una obsesión que el Imperio no lograba separar del acto sexual.

Y ahora el Nivel Tres dijo la unidad.

Gurgeh observó la pantalla.

Flere-Imsaho observó a Gurgeh.

La luz de la pantalla se reflejaba en los ojos del hombre y los fotones no utilizados salían despedidos de la aureola del iris. Al principio las pupilas se ensancharon, pero no tardaron en irse encogiendo hasta quedar convertidas en puntas de alfiler. La unidad esperó a que los ojos clavados en la pantalla se fueran llenando de humedad, a que los músculos diminutos que había alrededor de los ojos vacilaran cerrando los párpados, a que el hombre meneara la cabeza y se diera la vuelta, pero lo que esperaba ver no ocurrió. La pantalla había capturado la mirada de Gurgeh. Era como si la presión infinitesimal que la luz ejercía sobre la habitación se hubiera invertido tirando del hombre que observaba las imágenes y atrayéndole hacia ellas. Gurgeh había quedado paralizado en ese instante de vacilación que precede a la caída, tan inmóvil, helado e irremisiblemente vuelto hacia las imágenes que se sucedían en la pantalla como si fuera una luna detenida hacía ya mucho tiempo.

Los gritos crearon ecos en la sala y rebotaron en sus asientos amoldables, divanes y mesitas. Eran gritos de ápices, hombres, mujeres y niños. A veces eran silenciados enseguida, pero lo más normal era que durasen mucho tiempo. Cada instrumento y cada parte del cuerpo de aquellos seres torturados emitía su propio ruido. Sangre, cuchillos, huesos, lásers, carne, sierras, sustancias químicas, sanguijuelas, gusanos, armas vibratorias e incluso falos, dedos y garras… Todo creaba su propio sonido inimitable y distinto a los demás para que sirviera de contrapunto al tema de los gritos.

La última escena que vio incluía a un macho psicópata al que se le habían inyectado grandes dosis de hormonas sexuales y alucinógenos, un cuchillo y una mujer descrita como una enemiga del estado. La mujer estaba embarazada y le faltaba muy poco para dar a luz.

Los ojos se cerraron. Las manos subieron hasta sus orejas. Gurgeh bajó la vista.

Basta murmuró.

Flere-Imsaho desactivó la pantalla. Gurgeh se fue inclinando lentamente hacia atrás como si la pantalla hubiese estado emitiendo algún tipo de atracción, una gravedad artificial que le había hecho acercarse inconscientemente a ella. La atracción había desaparecido de repente, y la brusca reacción hizo que Gurgeh casi perdiera el equilibrio.

Son programas retransmitidos en directo, Jernau Gurgeh. Ése que has visto se está desarrollando ahora mismo. Lo que acabas de ver sigue ocurriendo en algún sótano oculto debajo de una prisión o en un cuartel de la policía.

Gurgeh alzó los ojos hacia la pantalla apagada. Seguía teniendo las pupilas dilatadas pero la humedad había desaparecido. Gurgeh clavó la mirada en la pantalla, osciló lentamente hacia atrás y hacia adelante y tragó una honda bocanada de aire. Tenía la frente cubierta de sudor, y estaba temblando.

El Nivel Tres está reservado a la élite dirigente. Sus señales militares de alta importancia estratégica utilizan el mismo código cifrado. Supongo que comprendes por qué.

»No se trata de ninguna noche especial, Gurgeh. Lo que has visto no es ningún festival de erotismo sadomasoquista que se emita en ocasiones señaladas. Estas cosas ocurren cada noche… Hay más, pero creo que esa selección era bastante representativa.

Gurgeh asintió. Tenía la boca seca. Tragó saliva con cierta dificultad, hizo unas cuantas inspiraciones lo más profundas posible y se frotó la barba. Abrió la boca para hablar, pero la unidad se le adelantó.

Una cosa más, algo que también te han ocultado. Me enteré anoche, cuando la nave lo mencionó… Desde que empezaste a jugar con Ram tus adversarios también han estado utilizando drogas, anfetaminas de acción directa sobre la corteza cerebral como mínimo aunque poseen drogas mucho más sofisticadas que también han decidido utilizar. Tienen que inyectárselas o ingerirlas. No poseen glándulas especiales capaces de producir las drogas dentro de sus cuerpos, pero puedes estar seguro de que las utilizan. La sangre de la mayoría de tus adversarios contiene muchos más compuestos y sustancias químicas «artificiales» que la tuya.

La unidad emitió una especie de suspiro. El hombre seguía sin apartar los ojos de la pantalla desactivada.

Y eso es todo dijo la unidad. Si lo que te he enseñado te ha parecido desagradable o te ha trastornado… Lo siento, Jernau Gurgeh. Pero no quería que te marcharas de aquí creyendo que el Imperio no era más que unos cuantos jugadores venerables, un montón de edificios impresionantes y unos cuantos clubs nocturnos exóticos. El Imperio también es lo que has visto esta noche, y hay muchas cosas más que no puedo mostrarte. Todas las frustraciones que pesan por un igual sobre los pobres y los relativamente acomodados, esas frustraciones causadas por el simple hecho de vivir en una sociedad donde nadie es libre de hacer lo que quiere o desea… Está el periodista que no puede escribir lo que sabe es verdad, el médico que no puede aliviar los sufrimientos y dolores de la enfermedad porque quien los padece es del sexo equivocado… Un millón de cosas que ocurren cada día, cosas que no son tan melodramáticas y horrendas como las que te he enseñado pero que siguen siendo parte del sistema y que son algunos de los efectos producidos por su funcionamiento.

»La nave te explicó que un sistema culpable no admite la existencia de los inocentes, pero yo creo que sí la admite. Por ejemplo, reconoce la inocencia de un niño y ya has visto como se enfrenta a ella. En cierto sentido, incluso puede afirmarse que reconoce la "santidad" del cuerpo…, pero sólo para violarla. Todo se reduce a lo mismo, Gurgeh. Todo es propiedad y posesión, todo consiste en tomar y poseer. Flere-Imsaho hizo una pausa, flotó hacia Gurgeh y se detuvo muy cerca de su rostro. Ah, me temo que estoy volviendo a sermonearte, ¿verdad? Los excesos de la juventud… Te he hecho trasnochar. Quizá tengas ganas de irte a acostar. Ha sido una noche muy larga, ¿no? Te dejaré a solas. La unidad giró sobre sí misma, flotó hacia la puerta y volvió a detenerse delante del umbral. Buenas noches dijo.

Gurgeh carraspeó para aclararse la garganta.

Buenas noches dijo.

No había apartado los ojos de la pantalla hasta entonces. La unidad desapareció por el umbral.

Gurgeh se dejó caer en un sillón amoldable. Se contempló los pies durante unos momentos, se puso en pie y salió del módulo. Estaba amaneciendo. La ciudad parecía más limpia, como si la hubieran lavado, y hacía bastante frío. El resplandor de las luces se debilitaba lentamente bajo la tranquila inmensidad azul del cielo. El guardia situado junto a la escalera de caracol tosió y golpeó el suelo con los pies para entrar en calor, pero su posición hacía que Gurgeh no pudiera verle.

Volvió a entrar en el módulo y se acostó en la cama. Se quedó inmóvil en la oscuridad durante un buen rato con los ojos abiertos. Después cerró los ojos y se dio la vuelta. Intentó dormir, pero no lo consiguió y descubrió que tampoco quería segregar alguna droga que le permitiera conciliar el sueño.

Acabó levantándose y volvió a la sala. Ordenó al módulo que sintonizara los canales de juegos y se sentó delante de la pantalla para contemplar la partida que estaba jugando con Bermoiya. Estuvo mucho rato sin apartar los ojos de la pantalla, inmóvil y en silencio, sin una sola molécula de droga en su sangre.


* * *

Había una ambulancia de la prisión aparcada delante del centro de conferencias. Gurgeh bajó del vehículo aéreo y fue directamente a la sala de juegos. Pequil tuvo que correr para mantenerse a su altura. El ápice no lograba entender al alienígena. El visitante de la Cultura no había abierto la boca en todo el trayecto del hotel al centro de conferencias cuando lo normal era que quienes se hallaban en su situación actual hablasen sin parar…, y no parecía estar asustado, aunque Pequil no entendía cómo era posible que no lo estuviera. Si hubiese conocido un poco mejor a ese alienígena despistado y más bien inocente habría comprendido cuál era la expresión que tensaba aquel rostro descolorido, velludo y de rasgos afilados. El alienígena estaba furioso.

Lo Prinest Bermoiya estaba sentado en un taburete junto al Tablero del Origen. Gurgeh fue hacia el tablero y se adentró un par de metros en él. Se frotó la barba con uno de sus largos dedos y movió un par de piezas. Bermoiya hizo sus movimientos y en cuanto la acción se fue extendiendo a medida que el alienígena hacía esfuerzos desesperados por salir de su apurada situación actual, el juez ordenó a unos cuantos jugadores aficionados que hicieran sus movimientos por él. El alienígena siguió dentro del tablero llevando a cabo personalmente sus movimientos y yendo velozmente de un lado a otro como si fuese un gigantesco insecto oscuro.

Bermoiya no comprendía qué estaba intentando conseguir. Los movimientos parecían carecer de propósito y el alienígena hizo varias jugadas que eran errores estúpidos o sacrificios carentes de objetivo. Bermoiya conquistó algunos de sus dispersos efectivos. Pasado un tiempo pensó que el macho quizá tuviera algo parecido a un plan, pero si existía debía ser un plan muy oscuro y complicado. Quizá estaba intentando llevar a cabo algún extraño conjunto de movimientos o colocación de piezas que le permitiera salvar el honor mientras seguía siendo un macho.

¿Quién sabía qué extraños preceptos regían su conducta en un momento semejante? Los movimientos siguieron sucediéndose los unos a los otros, y la pauta siguió siendo tan caótica como indescifrable. Hicieron una pausa para almorzar y siguieron jugando.

Bermoiya no volvió a sentarse en su taburete después de la pausa. Se colocó a un lado del tablero e intentó comprender el plan resbaladizo e inaprensible que estaba guiando los movimientos del alienígena, suponiendo que dicho plan existiera. Era como estar jugando contra un fantasma, como si Bermoiya y el alienígena estuvieran compitiendo en tableros distintos. El enfrentamiento directo parecía haberse vuelto imposible. Las piezas del alienígena se le escapaban una y otra vez y se movían como si hubiera previsto su próximo movimiento incluso antes de que Bermoiya lo hubiese pensado.

¿Qué le había ocurrido? Ayer su estilo de juego había sido totalmente distinto. ¿Sería cierto que estaba recibiendo ayuda del exterior? Bermoiya se dio cuenta de que estaba empezando a sudar. No tenía por qué sudar. Seguía llevándole una ventaja considerable y seguía faltándole muy poco para alzarse con el triunfo, pero… Su cuerpo se cubrió de sudor. Se dijo que no debía preocuparse por ello, y lo atribuyó a algún efecto colateral de las drogas para aumentar su capacidad de concentración que había tomado durante el almuerzo.

Bermoiya hizo unos cuantos movimientos que deberían aclarar la situación y dejar al descubierto el plan del alienígena, si es que tenía alguno. No sirvieron de nada. Bermoiya llevó a cabo varios gestos exploratorios más y comprometió una pequeña parte de sus fuerzas en las intentonas. Gurgeh atacó sin perder un segundo.

Bermoiya llevaba cien años aprendiendo y jugando al Azad, y la mitad de ese tiempo en tribunales de todos los niveles y categorías existentes en el sistema judicial azadiano. Había presenciado muchos estallidos de violencia en criminales que acababan de ser sentenciados, y había visto partidas en las que se dieron movimientos tan bruscos como feroces, e incluso había tomado parte en unas cuantas. Aun así, los movimientos del alienígena no tardaron en alcanzar un nivel de barbarie y salvajismo muy superiores a cuanto Bermoiya había presenciado en cualquiera de esos dos contextos. Tuvo la sensación de que si no fuera por su experiencia de los tribunales la pura intensidad física de aquel ataque habría bastado para hacerle tambalear.

Los movimientos eran como una serie de patadas en el vientre. Contenían toda la energía enloquecida exhibida de forma espasmódica e incontrolada por los mejores jugadores al principio de sus carreras; pero esa energía estaba controlada y dirigida, y era sometida a una secuencia precisa y liberada de repente con un estilo y una gracia salvajes que ningún principiante podría haber albergado la esperanza de conseguir. El primer movimiento hizo que Bermoiya empezara a sospechar cuál podía ser el plan del alienígena. El siguiente movimiento le hizo comprender lo soberbio que era; el siguiente que la partida podía prolongarse hasta bien entrado el próximo día antes de que el alienígena fuese vencido por fin; el siguiente que la posición de Bermoiya no era tan sólida e inexpugnable como había creído hasta entonces…, y los dos movimientos que vinieron después le dejaron bien claro que aún tendría que esforzarse mucho, y los que sucedieron a esos dos movimientos le revelaron que la partida quizá no se prolongaría hasta el día siguiente.

Bermoiya volvió a encargarse personalmente de hacer sus movimientos y fue utilizando todos los trucos y estratagemas que había aprendido en un siglo de jugar al Azad. La pieza de observación disfrazada, la finta-dentro-de-la-finta empleando piezas de ataque y cartas; el uso prematuro de las piezas de elementos del Tablero del Cambio que permitía convertir los territorios en un pantano mediante la conjunción de la Tierra y el Agua…, y no consiguió nada.

La sesión de la tarde estaba a punto de terminar. Bermoiya se volvió hacia el alienígena. La sala de juegos estaba sumida en el silencio más absoluto. El macho alienígena se encontraba en el centro del tablero y contemplaba con expresión impasible una pieza secundaria mientras se frotaba el vello que le cubría el rostro.

Bermoiya inspeccionó el despliegue de sus piezas. La confusión y el desorden eran increíbles. Ya no podía hacer nada. Su posición era tan insalvable como un caso mal preparado en el que había un defecto fundamental o una máquina con tres cuartas partes de las piezas averiadas. No había forma de salvarla. Sería mucho mejor echarlo todo a la basura y empezar de nuevo.

Pero no podía empezar de nuevo. Cuando saliera de allí le llevarían al hospital y le castrarían. Perdería aquello que le hacía ser lo que era, y nunca se le permitiría recobrarlo. Habría desaparecido para siempre. Para siempre…

Bermoiya no podía oír a las personas que había en la sala. Tampoco podía ver sus rostros o el tablero que tenía debajo de los pies. Lo único que podía ver era al macho alienígena con su extraña postura de insecto, su rostro de rasgos afilados y su cuerpo anguloso, el macho que se acariciaba el rostro velludo con un dedo largo de piel oscura. Las uñas de dos partes que había en su extremo mostraban la piel más clara que ocultaban.

¿Cómo podía parecer tan tranquilo y despreocupado? Bermoiya sintió un impulso casi irresistible de gritar y tuvo que contener el aliento que intentaba escapar de sus pulmones. Pensó en lo fácil que había parecido todo aquella mañana y lo agradable que era el pensar que no sólo viajaría al Planeta de Fuego para la ronda final de los juegos sino que, al mismo tiempo, estaría haciendo un gran favor al Departamento Imperial. Sospechó que quizá habían sabido que aquello podía suceder y que deseaban humillarle y presenciar su ruina (por alguna razón que no podía ni imaginar, pues Bermoiya siempre había sido leal y concienzudo en el cumplimiento de sus deberes. Un error. Sí, tenía que ser un error…).

«Pero ¿por qué ahora? —pensó.¿Por qué precisamente ahora?»

¿Por qué en este momento de todos los posibles, por qué de esta forma y por esta apuesta? ¿Por qué habían querido que hiciera todo aquello y se comprometiera en semejante apuesta cuando llevaba en su interior la semilla de un niño? ¿Por qué?

El alienígena volvió a frotarse el vello que le cubría el rostro y frunció sus extraños labios mientras bajaba la vista hacia algún punto del tablero. Bermoiya fue tambaleándose hacia él sin prestar atención a los obstáculos que se interponían en su camino. Aplastó los biotecs y las demás piezas bajo sus pies y chocó contra las pirámides que delimitaban las zonas más elevadas.

El macho se volvió rápidamente hacia él y le miró como si acabara de captar su presencia. Bermoiya sintió que se detenía y clavó la mirada en aquellos ojos incomprensibles.

Y no vio nada. No había piedad ni compasión, no había ni la más leve chispa de bondad o pena. Contempló aquellos ojos y al principio pensó en la expresión de algunos criminales que habían sido sentenciados a la muerte rápida. Era una expresión de indiferencia. No había desesperación ni odio, sino algo más opaco y mucho más aterrador que cualquiera de esas dos emociones. Sólo había resignación y la seguridad inconmovible de que todas las esperanzas se habían esfumado. La expresión era como una bandera enarbolada por un alma a la que ya nada le importaba.

Pero en ese mismo instante de reconocimiento Bermoiya comprendió que la imagen del criminal condenado a la que se había aferrado no era la correcta. No sabía cuál era la imagen que le habría proporcionado la clave del enigma. Quizá no hubiera ninguna forma de dar con ella.

Y entonces lo supo. Y de repente, por primera vez en su vida, comprendió qué sentía el condenado cuando le miraba a la cara.

Cayó. Primero cayó de rodillas y sintió el impacto del tablero contra su carne, y la vibración agrietó las zonas elevadas más cercanas, y después se derrumbó hacia adelante y cayó de bruces hasta que sus ojos quedaron pegados al tablero y lo vieron desde aquella posición por primera y última vez. Bermoiya cerró los ojos.

El Adjudicador y sus ayudantes corrieron hacia él y le incorporaron. Los enfermeros le sujetaron con correas a una camilla mientras Bermoiya lloraba casi sin hacer ruido, le sacaron de la sala y le metieron en la ambulancia de la prisión.

Pequil estaba perplejo. Jamás se había imaginado que un juez imperial pudiera perder el control de aquella forma. ¡Y delante del alienígena! Tuvo que correr detrás del hombre de la piel oscura. Gurgeh ya había empezado a dirigirse hacia la salida tan rápida y silenciosamente como había entrado sin prestar atención a los silbidos y gritos que brotaban de las galerías del público. Subieron al vehículo antes de que la prensa pudiera alcanzarles y despegaron alejándose a toda velocidad del centro de conferencias.

Y Pequil se dio cuenta de que Gurgeh no había abierto la boca ni una sola vez durante todo el tiempo que estuvieron en la sala de juegos.

25

Flere-Imsaho observaba al hombre. Había esperado una reacción más aparatosa, pero en cuanto llegó al módulo Gurgeh se sentó delante de la pantalla y se dedicó a repasar las partidas que había jugado hasta el momento. Y se negaba a hablar.

Gurgeh no tardaría en ir a Ecronedal junto con los ciento diecinueve jugadores que habían ganado sus partidas singulares de la cuarta ronda. La familia del ahora mutilado Bermoiya había renunciado en su nombre, tal y como era habitual después de que el perdedor hubiera pagado una apuesta tan severa. Gurgeh ganó la partida y su puesto en el Planeta de Fuego sin mover ni una sola pieza en ninguno de los dos tableros restantes.

Su partida contra Bermoiya había terminado de una forma tan brusca que faltaban unos veinte días hasta la fecha en que la flota de la corte imperial partiría para iniciar el viaje de doce días que la llevaría a Ecronedal. Gurgeh había sido invitado a pasar parte de aquel tiempo en la casa de campo propiedad de Hamin, el rector del Colegio de Candsev y mentor del Emperador. Flere-Imsaho había insistido en que rechazara la invitación, pero Gurgeh la aceptó. La casa de campo se encontraba en una islita de un mar interior situado a varios centenares de kilómetros de allí, y saldrían mañana.

Gurgeh parecía sentir lo que la unidad creía era un interés poco saludable e incluso perverso por lo que las agencias de prensa y noticias estaban diciendo de él. Era como si disfrutara con las invectivas y calumnias que empezaron a llover sobre su cabeza después de haber vencido a Bermoiya. A veces incluso sonreía, sobre todo cuando los comentaristas describían en su tono de voz más asombrado y reverente el horrible destino que el alienígena Gurgo había infligido a Lo Prinest Bermoiya, un juez amable y compasivo que tenía cinco esposas y dos esposos, aunque no hijos.

Gurgeh también había empezado a sintonizar los canales que ofrecían imágenes de las tropas imperiales aplastando a los salvajes e infieles que estaban siendo civilizados en varias partes del Imperio. Ordenó al módulo que decodificara las señales militares de alto nivel emitidas por las agencias, aparentemente sólo por el deseo de competir con los canales de entretenimiento imperiales donde las emisiones estaban protegidas por un código aún más complejo.

Las emisiones militares contenían escenas de alienígenas torturados y ejecutados. Algunas mostraban las construcciones y obras de arte de las especies recalcitrantes o rebeldes siendo incendiadas o demolidas mediante explosivos de alto poder; cosas que aparecían muy raramente en los canales de noticias por la única razón de que todos los alienígenas siempre eran descritos como monstruos incivilizados, bobos dóciles por naturaleza o subhumanos codiciosos y traicioneros, categorías evidentemente incapaces de producir una auténtica civilización y un arte digno de ese nombre. Cuando era físicamente posible las emisiones mostraban a machos azadianos nunca ápices violando a los salvajes.

Que Gurgeh disfrutara viendo aquellos programas tenía bastante preocupado a Flere-Imsaho, sobre todo porque su primer contacto con las emisiones codificadas había tenido lugar a través de la unidad, pero se consolaba pensando que al menos no parecían producirle ninguna estimulación de naturaleza sexual. Gurgeh no veía aquellos programas de la misma forma que los azadianos. Miraba, grababa las imágenes en su cerebro y cambiaba rápidamente de canal.

Seguía pasando la mayor parte de su tiempo viendo partidas en la pantalla, pero volvía de vez en cuando a las señales codificadas y los programas en los que se le insultaba y denigraba como si fuesen una droga de la que no podía prescindir.


* * *

Pero es que no me gustan los anillos.

No es cuestión de si te gustan o no, Jernau Gurgeh. Cuando vayas a la propiedad de Hamin dejarás de estar bajo la protección del módulo. En cuanto a mí… Bueno, puede que no siempre esté cerca, y aparte de eso no soy especialista en toxicología. Tendrás que comer y beber lo que te ofrezcan, y cuentan con algunos químicos y exobiólogos muy bien preparados. Pero si llevas uno de estos anillos en cada mano en el dedo índice, a ser posible, deberías estar a salvo de cualquier intentona de envenenamiento. Si notas un solo pinchazo quiere decir que los anillos han detectado una droga no letal… un alucinógeno, por ejemplo. Tres pinchazos significan que alguien quiere liquidarte.

¿Y qué significan dos pinchazos?

¡No lo sé! Puede que una avería. Y ahora, ¿quieres ponerte los anillos o no?

Me quedan fatal.

¿Qué tal te quedaría un sudario?

Me hacen sentir raro.

Mientras funcionen me da igual que te hagan sentir raro o no.

Oye, ¿y qué opinarías de un amuleto mágico para detener las balas?

¿Hablas en serio? Porque si hablas en serio tenemos a bordo un conjunto de gemelos, collar y tiara en el que hay disimulado un escudo que se activa mediante la señal de un sensor pasivo de impactos, aunque creo que si deciden optar por esa forma de eliminarte probablemente usarán armas de radiación…

Gurgeh alzó una mano y el anillo reflejó las luces del módulo.

Oh, olvídalo.

Volvió a tomar asiento delante de la pantalla y sintonizó un canal militar especializado en ejecuciones.

La unidad descubrió que hablar con el hombre resultaba cada vez más difícil. El hombre no le escuchaba. Intentó explicarle que pese a todos los horrores que había visto en la ciudad y la pantalla cualquier intervención que pudiera emprender la Cultura resultaría mucho más perjudicial que beneficiosa. Intentó hacerle entender que Contacto y, de hecho, toda la Cultura se encontraban en una situación muy parecida a la que él había vivido cuando se ocultaba debajo de la capa sin poder hacer nada por ayudar al anciano herido que yacía en la calle, que debían seguir ocultos bajo su disfraz y esperar a que llegara el momento adecuado…, pero o sus argumentos no lograban llegar hasta él o el hombre no opinaba lo mismo, porque seguía sumido en el mutismo y se negaba a iniciar cualquier tipo de discusión al respecto.

Flere-Imsaho apenas salió del módulo durante los días que transcurrieron entre el final de la partida con Bermoiya y la marcha hacia la propiedad de Hamin. Lo que hizo fue quedarse encerrado con el hombre, pensar y preocuparse.


* * *

Señor Gurgeh… Encantado de conocerle. El viejo ápice le ofreció la mano y Gurgeh la estrechó. Espero que haya tenido un viaje agradable.

Sí, gracias dijo Gurgeh. Hemos tenido un viaje muy agradable.

Estaban en el techo de un edificio rodeado por el verdor exuberante de la vegetación y desde el que podían contemplar las tranquilas aguas del mar interior. La casa quedaba prácticamente oculta por el follaje, y lo único que podía verse claramente de ella era el tejado que emergía entre las ondulantes copas de los árboles. Cerca de la casa había cobertizos con animales para montar, y los distintos niveles de la construcción daban origen a pasarelas esbeltas y elegantes que se deslizaban entre los troncos a bastante distancia de las sombras que cubrían el suelo del bosque y terminaban en las playas de arenas doradas, los pabellones y las residencias veraniegas de la propiedad. Gigantescas masas de nubes blancas iluminadas por el sol centelleaban sobre la distante línea del continente.

Ha usado la palabra «hemos» dijo Hamin mientras paseaban por el tejado.

Varios machos vestidos con libreas habían empezado a descargar el equipaje de Gurgeh.

La unidad Flere-Imsaho y yo replicó Gurgeh.

Movió la cabeza señalando la máquina que zumbaba y chisporroteaba aparatosamente junto a su hombro.

Ah, sí dijo el viejo ápice. Su calva reflejó la luz binaria que caía del cielo. La máquina que algunas personas creen le permite jugar tan bien…

Bajaron a un balcón muy espacioso en el que había muchas mesas donde Hamin presentó a Gurgeh y a la unidad a una considerable cantidad de gente, la mayoría ápices aunque también había algunas hembras vestidas con mucha elegancia. Sólo había una persona a la que ya conocía. Lo Shav Olos dejó su copa sobre la mesa, sonrió y se puso en pie para estrechar la mano de Gurgeh.

Señor Gurgeh… Qué gran alegría volver a verle. La suerte ha seguido acompañándole y su dominio del juego se ha hecho aún más grande de lo que ya era. Un logro formidable… Permita que vuelva a felicitarle por su nueva victoria.

Los ojos del ápice se apartaron un segundo del rostro de Gurgeh y se posaron en los anillos.

Gracias. La conseguí a un precio del que habría preferido prescindir.

Desde luego, desde luego… Nunca dejará de sorprendernos, señor Gurgeh.

Estoy seguro de que llegará un momento en que dejaré de hacerlo.

Es usted demasiado modesto.

Olos sonrió y volvió a sentarse.

Gurgeh rechazó la oferta de ir a las habitaciones que se le habían asignado para descansar un poco diciendo que no estaba cansado. Se sentó a una mesa con Hamin, unos cuantos directores del Colegio de Candsev y algunos funcionarios de la corte. Les sirvieron vino frío y aperitivos sazonados con especias. Flere-Imsaho se posó en el suelo junto a los pies de Gurgeh sin hacer demasiado ruido. Los anillos que llevaba en las manos le indicaron que no corría ningún peligro. La sustancia más dañina presente en la mesa era el alcohol.

La conversación procuró evitar la última partida de Gurgeh. Todo el mundo pronunciaba su nombre correctamente. Los directores del colegio le hicieron algunas preguntas sobre su «originalísimo e inimitable» estilo de juego y Gurgeh respondió a ellas lo mejor que pudo. Los funcionarios de la corte le interrogaron cortésmente sobre su mundo natal y Gurgeh les contó unas cuantas fantasías sobre la vida en un planeta. También hicieron algunas preguntas sobre Flere-Imsaho, y Gurgeh guardó silencio durante unos momentos esperando que la máquina respondiera a ellas pero no lo hizo, así que les dijo la verdad. La Cultura consideraba que aquella máquina era una persona. Podía hacer lo que le diera la gana y no le pertenecía.

Una hembra muy alta e increíblemente hermosa una acompañante de Lo Shav Olos que se sentó a su mesa, inclinó la cabeza hacia Flere-Imsaho y le preguntó si su amo jugaba lógicamente o no.

Flere-Imsaho replicó que Gurgeh no era su amo en su tono de voz había un cansancio casi imperceptible que Gurgeh sospechó era el único en detectar, y que suponía que cuando jugaba sus procesos mentales eran más lógicos que en otros momentos, pero que no sabía gran cosa sobre el Azad.

Su respuesta pareció divertir mucho a todos los presentes.

Hamin se puso en pie y proclamó que los dos siglos y medio de experiencia acumulados por su estómago sabían juzgar cuándo era hora de cenar mejor que el reloj de cualquier sirviente. Hubo algunas carcajadas corteses y el balcón fue quedando desierto. Hamin escoltó personalmente a Gurgeh hasta sus aposentos y le dijo que un sirviente vendría a avisarle cuando faltara poco para la cena.

Me gustaría saber por qué te han invitado dijo Flere-Imsaho.

La unidad estaba deshaciendo rápidamente el equipaje de Gurgeh mientras el hombre permanecía inmóvil delante de la ventana contemplando las copas de los árboles y las tranquilas aguas del mar interior.

Quizá estén pensando en reclutarme para el Imperio. ¿Qué opinas, unidad? ¿Crees que sería un buen general?

No digas tonterías, Jernau Gurgeh. La unidad pasó a utilizar el marain. Y no olvides azar bazar que nosotros vigilados estamos tontería aleatoria.

Gurgeh puso cara de preocupación.

Cielos, unidad dijo en eaquico. ¿Qué te ocurre? ¿Algún trastorno repentino del habla?

Gurgeh… siseó la unidad, y dejó caer sobre la cama unas cuantas prendas que el Imperio consideraba aceptables para una cena formal.

Gurgeh giró sobre sí mismo y sonrió.

Quizá sólo quieran matarme.

Me pregunto si aceptarían ayuda.

Gurgeh rió y fue hacia las prendas que la unidad había desplegado sobre la cama.

No te preocupes. Todo irá bien.

Si tú lo dices. Pero aquí ni tan siquiera contamos con la protección del módulo, y en cuanto a la nave… En fin, será mejor que no nos preocupemos pensando en lo que puede ocurrir.

Gurgeh cogió un par de prendas parecidas a túnicas y las sostuvo delante de su cuerpo sujetándolas con el mentón mientras las observaba con expresión pensativa.

No estoy preocupado dijo.

La unidad no pudo contenerse por más tiempo:

¡Oh, Jernau Gurgeh! gritó con voz exasperada. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡No puedes combinar el rojo con el verde!


* * *

¿Le gusta la música, señor Gurgeh? preguntó Hamin inclinándose sobre él.

Gurgeh asintió.

Bueno… Un poquito de música nunca hace daño.

Hamin se reclinó en su asiento, aparentemente satisfecho con la respuesta. Volvían a estar en el gran jardín del tejado. La cena había sido una ceremonia larga, complicada y un tanto excesiva para el estómago que había incluido hembras desnudas bailando en el centro del comedor, y si había que creer en los anillos de Gurgeh nadie había intentado añadir ninguna sustancia extraña a su comida. Ya había oscurecido y los comensales estaban sentados disfrutando de la cálida atmósfera nocturna mientras escuchaban la música quejumbrosa producida por un grupo de ápices. Unas pasarelas de líneas elegantes y delicadas llevaban desde el jardín hasta las imponentes siluetas de los árboles.

Gurgeh compartía una mesita con Hamin y Olos. Flere-Imsaho estaba junto a sus pies. Las lámparas brillaban en los árboles que se alzaban a su alrededor. El jardín del tejado era una isla de luz perdida en la noche rodeada por los gritos con que los pájaros y animales parecían responder a la música.

Señor Gurgeh, me estaba preguntando si… ¿Alguna de nuestras danzarinas le ha parecido especialmente atractiva? dijo Hamin tomando un sorbo de su bebida y encendiendo una pipa muy larga que terminaba en una cazoleta minúscula. Hamin dio una calada y siguió hablando mientras el humo se enroscaba alrededor de su cabeza. Se lo pregunto porque una de ellas la de la mecha plateada, ¿la recuerda?, expresó un considerable interés por su persona. Lamentaría mucho que… Bueno, espero no estarle escandalizando, señor Gurgeh. ¿Le he escandalizado?

En absoluto.

Bien, sólo deseaba dejar claro que se encuentra entre amigos. Ha demostrado más que sobradamente de lo que es capaz en el juego y nos hallamos en un sitio muy íntimo y alejado de los ojos de la prensa y la gente corriente que, naturalmente, necesita regirse por reglas estrictas y más bien toscas… Reglas de las que nosotros podemos prescindir. ¿Comprende a qué me refiero? Puede relajarse con toda tranquilidad y sin temor a indiscreciones.

Se lo agradezco. Le aseguro que intentaré relajarme, pero antes de venir aquí me dijeron que su especie me encontraría desagradable… quizá incluso desfigurado. Su amable bondad me abruma, pero preferiría no imponer mi presencia a alguna persona que estuviera obligada a soportarla por factores que escapan a su control.

Ah, Jernau Gurgeh… Está cometiendo un nuevo exceso de modestia dijo Olos y sonrió.

Hamin asintió y dio otra calada a su pipa.

Verá, señor Gurgeh, he oído decir que su «Cultura» carece de reglas. Estoy seguro de que es una exageración, pero debe haber una parte de verdad en ello, y me imagino que nuestras leyes y la rigidez con que son observadas debe… Bueno, supongo que nuestra sociedad debe parecerle muy distinta a la suya.

»Tenemos muchas reglas y tratamos de vivir según las leyes de Dios, el Juego y el Imperio. Pero una de las ventajas de tener leyes es el considerable placer que se puede obtener quebrantándolas. No somos niños, señor Gurgeh. Hamin movió la pipa señalando las mesas que les rodeaban. Las reglas y las leyes existen por la única razón de que nos gusta hacer todo aquello que prohíben, pero basta con que la mayoría de personas obedezcan esas prescripciones la mayor parte del tiempo para que las leyes hayan cumplido su función. La obediencia ciega significaría que somos… ¡Ja! Hamin dejó escapar una risita y señaló a la unidad con la pipa. ¡Significaría que somos meros robots!

El zumbido de Flere-Imsaho se hizo un poco más fuerte, pero sólo durante unos segundos.

Hubo un silencio. Gurgeh tomó un sorbo de su bebida.

Olos y Hamin intercambiaron una rápida mirada.

Seamos francos, Jernau Gurgeh dijo Olos por fin haciendo girar el vaso entre los dedos. Su presencia está empezando a resultarnos bastante molesta. Ha jugado mucho mejor de lo que esperábamos. No creíamos que se nos pudiera engañar con tanta facilidad, pero parece que usted lo ha conseguido. Le felicito por el truco que haya empleado, sea el que sea, tanto si se trata de sus glándulas productoras de drogas, la máquina que tiene a los pies o, sencillamente, haber estado jugando al Azad mucho más tiempo del que admite. Ha sido más listo que nosotros, y estamos realmente impresionados. Lo único que lamento es el daño sufrido por personas inocentes, como Lo Prinest Bermoiya o esos mirones que recibieron las balas destinadas a usted. No queremos que siga jugando, cosa que indudablemente ya se habrá imaginado. El Departamento Imperial no tiene nada que ver con el Departamento del Juego, por lo que hay muy poca cosa que podamos hacer al respecto. Aun así, tenemos una sugerencia.

¿Y en qué consiste esa sugerencia?

Gurgeh tomó otro sorbo de su bebida.

Guarda relación con lo que le estaba diciendo hace unos momentos. Hamin alzó la pipa y apuntó con ella a Gurgeh. Tenemos muchas leyes y, por lo tanto, tenemos muchos crímenes y delitos. Algunos de ellos son de naturaleza sexual, ¿comprende? Gurgeh clavó los ojos en su bebida y Hamin siguió hablando. No creo que deba insistir en el hecho de que nuestra fisiología hace que resultemos un poco… especiales en ese aspecto. De hecho, casi siento la tentación de afirmar que es una faceta del crimen en la que estamos especialmente dotados por la naturaleza, y aparte de eso en nuestra sociedad es posible controlar a las personas. Existen medios para conseguir que una o varias personas hagan cosas que quizá no deseen hacer. Podemos ofrecerle la clase de experiencias que usted mismo ha admitido resultarían imposibles en su mundo. El viejo ápice se inclinó hacia Gurgeh y bajó el tono de voz. ¿Puede imaginarse lo que sería poseer a varias hembras y machos…, incluso a varios ápices, si lo desea…, y obligarles a hacer cualquier cosa que se le pase por la cabeza?

Hamin golpeó su pipa contra la pata de la mesa y una nubecilla de ceniza cayó lentamente sobre Flere-Imsaho. El rector del Colegio de Candsev alzó la cabeza hacia Gurgeh, le obsequió con una sonrisa francamente conspiratoria y se reclinó en el asiento. Gurgeh vio como sacaba un saquito de cuero de un bolsillo y volvía a llenar la pipa.

Olos apoyó los codos en la mesita y se inclinó hacia adelante.

Toda esta isla puede ser suya durante todo el tiempo que quiera, Jernau Gurgeh. Puede poseer a todas las personas que desee formando las combinaciones sexuales que más le apetezcan…, todo el tiempo que quiera.

Pero a cambio he de abandonar el juego.

Sí, tiene que retirarse dijo Olos.

Hamin asintió.

Hay precedentes.

¿Toda la isla?

Gurgeh movió lentamente la cabeza observando el jardín sumido en la penumbra. Un grupo de baile surgió de la nada. Las esbeltas siluetas de los ápices, hombres y mujeres casi desnudos subieron por un tramo de escalones que llevaba a un pequeño escenario situado detrás de los músicos.

Toda dijo Olos. La isla, la casa, los sirvientes, el grupo de danza que acaba de ver… Todo y todas las personas que hay aquí.

Gurgeh asintió, pero no dijo nada.

Hamin volvió a encender su pipa.

Incluso la orquesta dijo, y tosió. Movió la mano señalando a los músicos. ¿Qué opina de sus instrumentos, señor Gurgeh? ¿No le parece que tienen un sonido muy dulce y melancólico?

Sí, es muy agradable.

Gurgeh tomó un sorbo de su bebida mientras veía como los miembros del grupo de baile se iban dispersando sobre el escenario.

E incluso en eso hay algo que se le escapa dijo Hamin. Debe comprender que una parte muy grande del placer nace de conocer el precio que se debe pagar por el privilegio de oír esta música. ¿Ve ese instrumento de ocho cuerdas…, el de la derecha?

Gurgeh asintió.

Cada una de esas ocho cuerdas ha servido para estrangular a un hombre dijo Hamin. ¿Ve al macho del fondo que está tocando esa flauta blanca?

¿La que tiene forma de hueso?

Hamin rió.

Es el fémur de una hembra extraído sin anestesia.

Por supuesto dijo Gurgeh, y cogió unas cuantas nueces de uno de los cuencos que había sobre la mesa. ¿Es costumbre usar dos, o hay muchas damas con una sola pierna que se dedican a la crítica musical?

Hamin sonrió.

¿Ve? exclamó volviéndose hacia Olos. Sabe apreciarlo. El viejo ápice alzó la mano y señaló a la orquesta. El grupo de baile ya estaba listo para empezar su actuación. Los tambores están hechos con piel humana, y supongo que eso le aclarará el porqué cada conjunto recibe el nombre de familia. El instrumento de percusión horizontal está construido con los huesecillos de muchas manos y… Bueno, hay otros instrumentos, pero supongo que ahora puede comprender la razón de que quienes sabemos los sacrificios que ha exigido hacerla posible opinemos que esta música es tan… exquisita.

Oh, sí dijo Gurgeh.

Los danzarines dieron comienzo a su actuación. Se movían con una gracia tan fluida que resultaba casi imposible no prestarles atención. Algunos debían llevar unidades antigravitatorias y flotaban y se deslizaban lentamente por el aire como si fueran inmensos pájaros multicolores.

Estupendo dijo Hamin. Bien, Gurgeh… Hay dos posiciones posibles en el Imperio. Uno puede elegir entre ser el que juega o dejar que…, que jueguen con él.

Hamin sonrió, satisfecho ante lo que era un juego de palabras en eáquico y, hasta cierto punto, también en marain.

Gurgeh observó en silencio a los danzarines durante unos momentos.

Iré a Ecronedal y jugaré, rector dijo por fin sin apartar los ojos de sus evoluciones.

Extendió el brazo y empezó a golpear el cristal de la copa con un anillo siguiendo el ritmo de la música.

Hamin suspiró.

Bien, Jernau Gurgeh, debo decirle que estamos muy preocupados. Volvió a chupar la pipa y clavó los ojos en el resplandor que emanaba de la cazoleta. Nos preocupa el efecto que su presencia en el juego pueda tener sobre la moral de nuestra gente. Una inmensa mayoría son personas sencillas, y a veces tenemos el deber de protegerles y ocultarles la dura realidad. ¿Y qué realidad puede ser más dura y difícil de aceptar que el saber que la mayoría de tus congéneres son crueles, estúpidos y fáciles de engañar? No comprenderían que un forastero…, que un alienígena pueda venir aquí y hacer tan buen papel en el juego sagrado. Nosotros, y me refiero a los que vivimos en la corte y los colegios, podemos tolerarlo sin que nos afecte demasiado, pero no debemos olvidar a la gente corriente, las personas decentes…, si me lo permite incluso llegaría al extremo de utilizar la palabra «inocentes», señor Gurgeh, y lo que debemos hacer para protegerles, aquellos actos con cuya responsabilidad tenemos que cargar en algunas ocasiones… Bien, no siempre nos resultan agradables. Pero sabemos cuál es nuestro deber y lo haremos. Lo haremos por ellos y por nuestro Emperador.

Hamin volvió a inclinarse hacia adelante.

»No tenemos intención de matarle, señor Gurgeh, aunque me han dicho que hay algunas facciones de la corte convencidas de que es la mejor solución y a las que les encantaría acabar con usted, y también se rumorea que los servicios de seguridad cuentan con personas a las que no les costaría nada cometer un acto semejante. No, no vamos a utilizar un método tan tosco y poco refinado. Pero…

El viejo ápice dio otra calada a su pipa produciendo una especie de leve chasquido. Gurgeh esperó en silencio.

Hamin volvió a señalarle con la pipa.

Debo decirle que no importa lo bien que juegue su primera partida en Ecronedal. Haga lo que haga, los medios de comunicación anunciarán que ha sido derrotado. Tenemos un control absoluto de los medios de comunicación y servicios de noticias destacados en el Planeta de Fuego, y en cuanto concierne a la prensa y el público… Le eliminarán en la primera ronda. Haremos cuanto sea preciso para que todo el mundo quede convencido de que eso es justamente lo que ha ocurrido. Es libre de proclamar a los cuatro vientos lo que le hemos dicho y libre de afirmar lo que le dé la gana después de la partida, pero lo único que conseguirá será quedar en ridículo y lo que le he descrito ocurrirá haga lo que haga. La verdad ya ha sido decidida.

Ya lo ve, Gurgeh dijo Olos tomando el relevo del viejo ápice. Puede ir a Ecronedal con la seguridad de que será derrotado… y tenga la más absoluta seguridad de que así será. Vaya como turista de lujo si lo desea o quédese aquí y páselo bien como invitado nuestro, lo que más le apetezca… pero ahora el seguir jugando carece de objetivo.

Hmmm dijo Gurgeh.

Los miembros del grupo de baile se iban desnudando lentamente los unos a los otros. Algunos de ellos se las arreglaban para acariciar y tocar a quienes tenían más cerca de una forma exageradamente sexual sin dejar de bailar. Gurgeh asintió.

Pensaré en ello. Alzó los ojos hacia los dos ápices y sonrió. Ocurra lo que ocurra, me gustaría mucho ver su Planeta de Fuego. Tomó un sorbo de su bebida y observó la lenta aceleración de la coreografía erótica que se estaba desarrollando detrás de los músicos. Y aparte de eso… Bueno, creo que a partir de ahora no voy a tomarme tanto interés en el juego.

Hamin estaba observando su pipa en silencio. Olos se había puesto muy serio.

Gurgeh extendió las manos en un gesto de impotencia resignada.

¿Qué más puedo decir?

Pero… ¿Estaría dispuesto a cooperar con nosotros? preguntó Olos.

Gurgeh le lanzó una mirada interrogativa. Olos alargó el brazo y golpeó suavemente la copa de Gurgeh con la punta de los dedos.

Algo que… sonara a verdad dijo muy despacio.

Gurgeh vio como los dos ápices intercambiaban una rápida mirada de soslayo y esperó a que decidieran enseñar sus cartas.

Evidencia documental dijo Hamin por fin, como si hablara con su pipa. Imágenes suyas en el tablero contemplando una pésima posición con cara de estar muy preocupado, quizá incluso una entrevista… Podríamos hacerlo sin su cooperación, naturalmente, pero si contáramos con su ayuda… Todo resultaría más sencillo y menos embarazoso para las partes implicadas, usted incluido.

El viejo ápice dio otra calada a su pipa. Olos tomó un sorbo y se volvió hacia el escenario para contemplar los jugueteos románticos del grupo de baile. Gurgeh puso cara de sorpresa.

¿Me están sugiriendo que… mienta? ¿Quieren que participe en la construcción de su falsa realidad?

Nuestra realidad real, Gurgeh dijo Olos en voz baja. La versión oficial, la que estará sostenida por las pruebas… La que será creída.

Gurgeh sonrió.

Me encantará ayudarles. Naturalmente… Sí, creo que una entrevista decididamente abyecta para el consumo popular es un auténtico desafío al que me complacerá enfrentarme. Incluso les ayudaré a crear posiciones tan desesperadas que no ofrezcan ni la más mínima escapatoria. Alzó su copa. Después de todo… El juego es lo único que importa, ¿verdad?

Hamin dejó escapar un resoplido y sus hombros temblaron durante unos segundos. Dio otra calada a su pipa.

Ningún auténtico jugador podría haberlo expresado mejor dijo por entre un velo de humo. Extendió la mano y le dio una palmadita en el hombro. Señor Gurgeh, tengo la esperanza de que se quedará un tiempo con nosotros aunque acabe decidiendo no utilizar las comodidades y placeres que mi casa puede ofrecerle. Creo que me encantará hablar con usted… ¿Se quedará?

¿Por qué no? replicó Gurgeh.

Gurgeh y Hamin alzaron sus bebidas en un brindis. Olos seguía recostado en su asiento y reía sin hacer ningún ruido. Los tres se volvieron para observar a los danzarines, que acababan de formar una compleja pauta copulatoria. A Gurgeh le impresionó mucho ver que aquel rompecabezas carnal hecho de cuerpos seguía vibrando y moviéndose al ritmo de la música.


* * *

Pasó los quince días siguientes en la propiedad y mantuvo muchas conversaciones con el viejo rector, aunque siempre tuvo mucho cuidado con la parte de verdad que revelaba durante ellas. Cuando llegó el momento de partir Gurgeh seguía teniendo la sensación de que ninguno de los dos conocía bien al otro, pero quizá ahora sabían algo más sobre sus respectivas sociedades.

Estaba claro que a Hamin le resultaba muy difícil creer que la Cultura era realmente capaz de arreglárselas sin el dinero.

Pero… ¿Y si quiero algo totalmente irrazonable?

¿Como qué?

Por ejemplo… ¿Un planeta de mi propiedad?

Hamin se echó a reír.

¿Y cómo se las arreglaría para ejercer esa propiedad hipotética sobre todo un planeta?

Gurgeh meneó la cabeza.

Pero… Supongamos que quisiera un planeta para mí solo.

Supongo que si encontrara un planeta deshabitado en el que pudiera posarse sin que nadie protestara… Sí, quizá podría funcionar. Pero ¿cómo impediría que otras personas fueran allí?

¿No podría comprar una flota de naves de guerra?

Todas nuestras naves son conscientes. Oh, desde luego, podría intentar convencer a una nave para que le ayudara…, pero no creo que consiguiera llegar muy lejos por ese camino.

¡Sus naves creen ser conscientes!

Hamin dejó escapar una risita ahogada.

Es un tipo de autoengaño muy corriente compartido por algunos de nuestros ciudadanos humanos.

Hamin estaba aún más fascinado por las costumbres sexuales de la Cultura. El que la Cultura considerase que la homosexualidad, el incesto, el cambio de sexo, el hermafroditismo y la alteración de las características sexuales eran una parte más de las actividades a que podían entregarse sus habitantes y que les diera tan poca importancia como el embarcarse en un crucero o cambiarse de peinado parecía encantarle y, al mismo tiempo, ofenderle terriblemente.

Hamin pensaba que eso debía eliminar toda la diversión y el placer. ¿Es que en la Cultura no había absolutamente nada que estuviera prohibido?

Gurgeh intentó explicarle que no había leyes escritas, y que apenas había crímenes. Oh, sí, de vez en cuando había algún crimen pasional (el término fue escogido por Hamin), pero poca cosa más. El que todo el mundo dispusiera de una terminal dificultaba considerablemente el cometer un crimen, y aparte de eso la Cultura había conseguido eliminar casi todos los motivos para cometerlo.

Pero ¿y si una persona mata a otra?

Gurgeh se encogió de hombros.

Se le asigna una unidad.

¡Ah! Eso ya me recuerda un poco más a lo que ocurre en nuestra sociedad… ¿Y qué hace esa unidad?

Te sigue adonde quiera que vayas y se asegura de que no vuelvas a hacerlo.

¿Y eso es todo?

¿Qué más quiere que haga? Significa la muerte social, Hamin. No te invitan a muchas fiestas, ¿sabe?

Ah, pero en su Cultura siempre queda la posibilidad de colarse sin invitación, ¿verdad?

Supongo que sí admitió Gurgeh. Pero nadie te dirigiría la palabra.

Lo que Hamin le contó sobre el Imperio sólo sirvió para que Gurgeh comprendiera un poco mejor lo que le había dicho Shohobohaum Za. El Imperio era una joya, por muy horribles y peligrosamente cortantes que pudieran ser sus aristas. La opinión distorsionada de lo que los azadianos llamaban «naturaleza humana» (era la frase que utilizaban siempre que se veían obligados a justificar algo inhumano y antinatural) resultaba bastante más fácil de entender teniendo en cuenta que estaban rodeados y sumergidos en el Imperio de Azad, el monstruo que ellos mismos habían creado y que demostraba a cada momento poseer un salvaje instinto de autoconservación (Gurgeh no logró encontrar otra palabra más adecuada para definirlo).

El Imperio quería sobrevivir. Era como un animal, un organismo colosal y tremendamente poderoso que sólo permitiría vivir en su interior a ciertas células o virus y que destruiría a todos los demás de una forma totalmente automática e inconsciente. El mismo Hamin usó aquella analogía cuando comparó a los revolucionarios con el cáncer. Gurgeh intentó replicar explicando que las células eran simplemente células, y que un organismo consciente formado por centenares de billones de células o un artefacto consciente formado por capas de picocircuitos no podía compararse con unas cuantas células…, pero Hamin se negó a escucharle. Era Gurgeh quien estaba equivocado, no él.

Gurgeh pasó el resto del tiempo paseando por el bosque o nadando en las calientes aguas de aquel mar que apenas tenía olas dignas de ese nombre. El ritmo lento y tranquilo de la casa de Hamin giraba alrededor de las comidas, y Gurgeh aprendió el arte de vestirse esmeradamente para asistir a ellas, consumirlas, hablar con los invitados que siempre estaban sucediéndose unos a otros, y relajarse después con el vientre hinchado y la mente agradablemente confusa siguiendo las conversaciones iniciadas en la comida mientras observaba la atracción escogida para amenizar la sobremesa normalmente algún tipo de danza erótica, y el número de cabaret involuntario de las cambiantes alianzas sexuales entre los invitados, sirvientes, danzarines y demás personal de la casa. Gurgeh fue invitado a participar en muchas ocasiones, pero no sucumbió a la tentación. Las hembras azadianas le resultaban cada vez más atractivas, y no sólo físicamente…, pero utilizó sus glándulas de una forma negativa e incluso contraria a la finalidad para la que habían sido concebidas, y se las arregló para permanecer carnalmente sobrio aun estando rodeado de aquella orgía exhibida con tanta sutileza.


* * *

Fueron unos días bastante agradables. Los anillos no le pincharon ni una sola vez y nadie disparó contra él. Gurgeh y Flere-Imsaho volvieron sanos y salvos al módulo posado en el techo del Gran Hotel un par de días antes de la fecha fijada para que la flota imperial despegara con rumbo a Ecronedal. Gurgeh y la unidad habrían preferido llevarse consigo el módulo, que era perfectamente capaz de efectuar la travesía por sí solo, pero Contacto lo había prohibido el efecto que tendría sobre el Almirantazgo el descubrimiento de que algo no más grande que un bote salvavidas era capaz de igualar a sus cruceros de batalla habría sido tan terrible que no podía ni ser tomado en consideración, y el Imperio se negó a permitir que la máquina alienígena viajara dentro de un navío imperial. Gurgeh tendría que hacer el viaje con la Flota, igual que todos los demás.

Y tú crees tener problemas dijo Flere-Imsaho con amargura. Nos estarán observando continuamente, a bordo de la nave durante el viaje y una vez hayamos llegado al castillo. Eso quiere decir que deberé permanecer dentro de este ridículo disfraz día y noche hasta el final de los juegos. ¿Por qué no pudiste dejar que te eliminaran en la primera ronda tal y como se suponía que iba a ocurrir? Podríamos haberles explicado con toda clase de detalles en qué sitio debían meterse su Planeta de Fuego, y a estas alturas ya estaríamos a bordo de un VGS.

Oh, cállate, máquina.

No tardaron en descubrir que podrían haber prescindido del regreso al módulo, pues no había nada más que recoger. Gurgeh se quedó inmóvil en el centro de la salita contemplando lo que le rodeaba mientras acariciaba su brazalete Orbital, y comprendió que su impaciencia por llegar a Ecronedal y empezar las partidas de la última ronda era muy superior a la que pudiera sentir cualquier otro jugador clasificado. La presión desaparecería en cuanto pusiera los pies sobre el Planeta de Fuego. No tendría que seguir soportando los insultos de la prensa y al horrible público del Imperio, y podría cooperar con el Imperio para producir unas noticias falsas de lo más convincente, con lo que la probabilidad de que hubiera más apuestas basadas en la opción física quedaba prácticamente reducida a cero. Sí, iba a pasarlo muy estupendamente…

Flere-Imsaho se alegró de que el hombre estuviera empezando a superar los efectos de haber echado un vistazo a lo que había detrás de la fachada que el Imperio enseñaba a sus huéspedes. Gurgeh ya casi había vuelto a ser el de antes, y los días pasados en la residencia de Hamin parecían haber servido para relajarle considerablemente; pero la unidad era consciente de que había cambiado un poco. El cambio era tan pequeño que no lograba definirlo con precisión, pero sabía que estaba allí.

No volvieron a ver a Shohobohaum Za. El embajador se había marchado para emprender un viaje por la «parte alta», estuviera donde estuviese. Za le envió un breve saludo al que añadió una nota aún más breve en marain diciéndole como hacer en caso de querer conseguir algo más de grif.

Antes de partir Gurgeh preguntó al módulo qué había sido de la chica a la que conoció hacía ya varios meses en el gran baile. Seguía sin acordarse de su nombre, pero si el módulo podía proporcionarle una lista de las hembras que habían sobrevivido a la primera ronda estaba seguro de que lograría reconocerlo… El módulo no entendió lo que deseaba, y Flere-Imsaho les dijo a los dos que sería mejor que lo olvidaran.

Todas las hembras habían sido eliminadas en la primera ronda.

Pequil les acompañó al espaciopuerto. Su brazo ya estaba completamente curado. Gurgeh y Flere-Imsaho se despidieron del módulo y lo vieron alzarse por los aires hasta desaparecer con rumbo hacia el punto de cita con la Factor limitativo. También se despidieron de Pequil quien estrechó la mano de Gurgeh entre las suyas, y subieron a la lanzadera.

Gurgeh vio como Groasnachek iba alejándose a popa. La ciudad se inclinó bruscamente a un lado y la aceleración intentó incrustarle en su asiento. El paisaje giró sobre sí mismo y se estremeció. La lanzadera salió disparada hacia los cielos cubiertos de calina.

Todas las pautas y formas fueron emergiendo poco a poco y quedaron reveladas durante un tiempo antes de que la distancia cada vez mayor, los vapores, el polvo y la suciedad de la urbe se combinaran con el ángulo de su ascensión para hacerlas desaparecer.

La confusa y caótica existencia que albergaba no lograba impedir que las partes del paisaje parecieran formar un conjunto pacífico y ordenado, aunque Gurgeh sabía que era una ilusión y que tardaría muy poco tiempo en desvanecerse. La distancia hizo que las dislocaciones locales e individuales se esfumaran y, visto desde una gran altura allí donde casi todo se limitaba a desplazarse de un lado a otro sin permanecer inmóvil durante mucho tiempo, el paisaje tenía todo el aspecto de un gigantesco organismo desprovisto de mente y decidido a ocupar todo el espacio disponible.

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