Capítulo 5

SEBASTIAN se detuvo un minuto en el umbral de la puerta antes de que las mujeres se dieran cuenta de su presencia, absortas como estaban en lo que hacían.

Se concedió un minuto entero de gracia para observar a Matty llevarse los dedos a los cabellos, desordenando algunos rizos, mientras examinaba con atención los impresos desplegados ante sus ojos.

Un minuto para observar el ceño que se fruncía y luego se alisaba cuando una idea la complacía.

Un minuto para sentir el agrado de verla en su terreno y para reconocer otra emoción: algo más oscuro, celos de que hubiera respondido a la llamada de Blanche cuando parecía que su propia llamada había caído en oídos sordos.

Era ridículo. ¿Celoso? En absoluto. Había que estar emocionalmente comprometido para sentir algo tan inútil, una pura pérdida de tiempo, en todo caso.

El brillo de los aretes de oro en las orejas y una camisa de seda de color ámbar, que sabía que combinaba perfectamente con el color de sus ojos, atrajeron su atención hacia la parte superior del cuerpo. Los hombros eran fuertes y los brazos, largos y ágiles. Un vaquero de color verde enfundaba las piernas que terminaban en unas botas de ante de color chocolate.

¿Cómo pudo haber pensado que era una mujer común y corriente? Estaba claro que aquella mujer irradiaba fuerza y poder.

Sebastian no se movió, ni siquiera hizo ruido; pero de pronto ella se volvió bruscamente, como si instintivamente hubiera sentido su presencia. Y tuvo otro instante de gracia cuando por un segundo ese rostro fue enteramente suyo antes de ocultarlo tras la máscara protectora, cálida e inteligente que hasta entonces él ignoraba que llevara habitualmente.

Un instante que le hizo creer que ella estaba tan contenta de verlo como él de encontrarla allí.

– Sebastian, creí que no vendrías hasta mañana.

¿Por eso había ido a la oficina? ¿Porque estaba segura de que él no estaría allí? ¿Intentaba evitarlo deliberadamente?

– Hola, Matty -saludó, más intrigado que ofendido.

– Hola -respondió ella.

En lugar de besarla en la mejilla como hubiera sido su deseo, se acercó a la mesa, a sabiendas de que un gesto tan casual como ése no tenía lugar en su relación con Matty.

– ¿Blanche te ha traído en calidad de asesora? -preguntó en tono fingidamente ligero al tiempo que tomaba una de las maquetas.

– Sí -Blanche intervino rápidamente antes de que ella pudiera negarlo. Matty se encontró atrapada entre exponer a Blanche o participar en la mentira-. Al menos he hecho la oferta. Aunque voy a necesitar un poco de ayuda para convencerla.

– Encantado de ayudarte, Blanche -dijo mirando fija-mente a Matty-. Estas ilustraciones tienen clase -comentó al tiempo que pensaba: «Igual que la mujer»-. También me gusta tu idea de imprimirlas en tarjetas, Matty.

– Gracias.

Sebastian no había apartado los ojos de ella, y ella le devolvió la mirada. Una mirada directa, desafiante. Tuvo la clara impresión de que estaba enfadada con él, aunque no podía imaginar cuál era la razón.

– Blanche, ¿por qué no consigues muestras de marcos y evalúas los costes?

– Voy de inmediato -dijo la secretaria antes de salir y cerrar la puerta.

Todavía con los ojos fijos en Matty, él volvió la tarjeta de modo que quedó frente a ella.

– Cuando encontré estas ilustraciones botánicas pensé que no eran más que basura.

– Estaban un poco manchadas solamente. Utilicé tu ordenador para hacerles un escáner y limpiarlas. El truco consiste en no limpiarlas demasiado para que no pierdan su pátina, sólo quitarles el aspecto raído.

– Un buen trabajo -aseguró, y al darse cuenta de que Matty tenía que esforzarse para mirarlo, se sentó junto a ella-. ¿He hecho algo que pudiera haberte contrariado, Matty?

Ella sintió una sacudida eléctrica cuando el hombro de Sebastian rozó el suyo. Desde el principio, se había dado cuenta de que había sido un error mirarlo con enfado, aunque se suponía que ese día no iría a la oficina. Blanche se lo había asegurado.

– ¿Qué te hace pensar que estoy enfadada? -preguntó. Pero él permaneció en silencio-. ¿Qué cosa podrías hacer que tuviera el más mínimo efecto sobre mí?

– No lo sé, Matty. Tu mirada fue elocuente. Pensé que éramos amigos.

– ¿Sí? ¿Y Blanche? ¿También es tu amiga?

– ¿Es por Blanche?

– La has ascendido, Sebastián. Está loca de contento, ansiosa por demostrarte su eficacia. Pero todo es una mentira. Vas a quitarle el puesto en unos meses y dejarla en la calle…

– Cuando me hice cargo de la empresa me encontré con esta situación. No podía… no puedo hacer otra cosa -le recordó.

– ¡Sí que puedes! -exclamó, consciente de su propia actitud poco razonable-. ¿Sabías que durante años había estado enamorada de George?

– ¿Te lo dijo?

– Claro que no. Pero se le nota en la voz, y en todo lo que dice de él. Y los hombres siempre lo saben. Él la utilizó, y ahora tú haces lo mismo.

– Al menos reconozco su eficacia, aunque sea demasiado tarde para poder hacer algo. ¿Preferirías que me hubiera marchado sin intentarlo?

– Preferiría que fueras sincero con ella, que le digas la verdad.

– No debí haberte contado los problemas de la empresa.

– No, no debiste. Aunque estás jugando con su futuro, no con el mío -puntualizó, y porque sabía que él estaba haciendo lo que creía correcto, dejó pasar el tema-. Pero no me hagas caso. Por lo demás, ¿qué sé yo? Estoy segura de que haces lo que crees que es mejor para todos. Bueno, pasando a otra cosa, parece que has conseguido algo, ¿no es verdad? Por eso has vuelto antes. ¡Cuéntame!

– ¿Antes de que se lo diga a Blanche? ¿Sería correcto? -preguntó, con una sonrisa.

– Probablemente, no -admitió, irritada al descubrir que también sonreía.

– ¿Blanche te contó lo que he estado haciendo? -preguntó Sebastian.

– Mencionó que habías ido a investigar un poco. Supongo que es lo básico cuando se emprende una nueva aventura.

– La investigación me ha abierto los ojos en cuanto a nuestro potencial. Por ejemplo, he descubierto que nuestro comprador más importante surte casi a ochocientas tiendas.

– Eso implica la producción de un tremendo montón de tarjetas.

– Pero no sólo tarjetas. Podríamos sacar al mercado cuadernos, libretas, agendas de direcciones, incluso bolsas de regalos o frascos de esencias con diseños como éste -dijo con entusiasmo al tiempo que indicaba las ilustraciones botánicas.

– Si ésa es tu gran idea, debo decirte que Blanche ya está en ello. Incluso tenemos un nombre para la colección: «Botanicals», ¿qué te parece? Es un nombre sencillo, de fácil memorización.

– Adjudicado- aprobó Sebastian al tiempo que le tomaba la mano y se la apretaba con firmeza, como si formaran un equipo.

Matty tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer en la trampa. Ellos no formaban un equipo. En Coronet Cards cada cual trabajaba para conseguir sus propios fines.

– Bueno, trabajo hecho. Blanche se puede encargar del resto.

– Ese trabajo está hecho. ¿Pero, qué pasa con los niños de tres a seis años? -preguntó Sebastian cuando Matty retiró la mano con suavidad-. ¿Habéis llegado a algo?

– Nada todavía, pero lo estoy pensando. Bueno, será mejor que vuelva a mi tablero de dibujo -dijo al tiempo que dirigía la silla hacia la puerta.

– Fui a tu casa antes de venir a la oficina.

– ¿Sí? ¿Por qué? -preguntó al tiempo que giraba hacia él, lo que hacía pensar que para ella era tan difícil marcharse como para él dejarla partir.

– Porque quería hablar contigo. Pero una mujer medio loca me dijo a través del portero automático «Matty no está aquí» -dijo dijo con un fuerte acento.

Matty se echó a reír.

– Connie no está loca, sólo es griega. Es el ama de llaves de Fran. Fue abandonada por un hombre que la trataba un poco mejor que a una esclava. Fran la llevó a su casa cuando la encontró desmayada de hambre en el parque. Tiene un corazón de oro y es maravillosa con los niños, y conmigo también. Así que ambas tenemos en común el haber sido rescatadas.

– ¿Fran te llevó a su casa tras el accidente?

– En cuanto terminé la rehabilitación, aunque lo hizo parecer como si yo le estuviera haciendo el favor de obligarla a enfrentarse al sótano de una vez por todas. Así que tras sacar los trastos viejos, se dedicó a ampliarlo y convertirlo en un apartamento con jardín. Y Connie todavía se comporta como si yo no pudiera hacer frente a las tareas domésticas. En cuanto salgo del piso, ya baja ella con la aspiradora en mano. Bueno, ¿así que pensaste que fui yo la que atendió tu llamada? -preguntó. Al ver que Sebastian ni lo confirmaba ni lo negaba, exclamó entre risas-: ¡Sí, lo pensaste!

Matty deseó no haberse precipitado en marcharse. Si hubiese sido más valiente estaría junto a él, con la mano en la suya mientras él le explicaba sus ideas respecto a un tipo de tarjetas personalizadas que se imprimirían en el acto. No le era fácil concentrarse, ni siquiera amparada en la seguridad de la distancia que los separaba. El solo hecho de mirarlo le impedía pensar con claridad.

Se preguntaba cómo sería sentir sus cabellos entre los dedos, cómo olería su piel al salir de la ducha, cómo sería sentir sus largos dedos acariciándola.

El esfuerzo por volver a la realidad la hizo estremecerse.

Sebastian dejó de hablar y la miró con preocupación.

– Matty, ¿te encuentras bien?

Ella tragó saliva y luego asintió.

– Lo siento. Es el aire acondicionado -mintió.

– Vaya.

La única molestia con la temperatura radicaba en su interior. Era el calor y no el frío lo que le causaba problemas.

Acostumbrada como estaba a salir completamente ilesa de cualquier coqueteo, siempre se había sentido a salvo, y nunca se le había ocurrido pensar en los riesgos que podría correr cuando abordó a Sebastian aquella noche en la recepción de Fran y Guy, irrumpiendo en su oscuro ensimismamiento.

– Volviendo a la impresión de tarjetas, ¿no será muy costosa la producción? ¿Qué me dices del entrenamiento del personal? -preguntó haciendo un gran esfuerzo por concentrarse.

– Me han dicho que no hará falta más que una fotocopiadora. Podrás comprobarlo por ti misma cuando el prototipo esté preparado.

– ¿Ya has pensado en eso?

– Tengo un cuñado experto en estas materias. Dice que dispone de un equipo informático capaz de realizar el trabajo con un mínimo de adaptación. Todo lo que necesitamos es alguien que se encargue de preparar la programación y ya lo tendremos resuelto. Además, mi cuñado conoce a esa persona -declaró entusiasmado, pero al ver su expresión dudosa, añadió-: No se trata de nueva tecnología, Matty. Tú misma puedes imprimir tarjetas de negocios personalizadas en cualquier gasolinera.

– Sí, pero…

– Esto no es tan diferente. Los diseños son fijos. El comprador sólo tiene que programar cada nombre. Aunque hay un pequeño problema.

– ¿De veras? ¿Sólo uno?

– No sólo necesito tus dibujos, también tendré que pedirte que los adaptes un poco.

– ¿Y si no quiero?

– Bueno, hay otros abecedarios -replicó inexpresivamente, pero sus ojos, del color del mar en un día de sol, le aseguraron que sabía que no se iba a negar-. No me cabe duda de que hay muchos editores que estarían contentos de llevarse mi dinero.

– Es verdad. Tal vez deberías preguntarle a tu asesora qué es lo que sugiere.

– Como asesora de la empresa, ¿qué sugieres, Matty?

– Te aconsejaría que ahorraras tu dinero y utilizaras la opción por la que ya has pagado.

– ¿Estás de acuerdo, entonces? -dijo mientras se acercaba y le tomaba la mano que, esa vez, ella no retiró-. Gracias.

– Agradéceselo a Blanche. Desde ayer guarda un talón para mí. Tengo entendido que tiene fondos.

– Cuentas con mi garantía personal -afirmó al tiempo que le apretaba la mano-. Tienes la mano fría. Tal vez podríamos continuar la conversación en un sitio más abrigado. ¿Tienes hambre?

– Parece que alimentarme se ha convertido en el trabajo de tu vida, ¿no es así? No, no contestes esa pregunta. Sí, tengo hambre. ¿Podrás conseguir una mesa en Giovanni's a esta hora? -preguntó bromeando.

– Te sorprenderías de todo lo que puedo hacer, pero he pensado en algo menos formal. Podríamos aprovechar este día de sol y comer al aire libre.

– ¿Un picnic en el parque? De acuerdo, pero para hacer un picnic se requiere algo de comida.

– ¿Crees que invitaría a una dama con las manos vacías? Quiero que sepas que llegué a tu casa armado de un bocadillo de aguacate, exactamente como lo pediste -declaró antes de indicar la mesa detrás de ella.

Matty miró por encima del hombro y vio una bolsa con el nombre de una elegante pastelería. Debió de haberla dejado allí cuando llegó.

Matty se preguntó cuánto tiempo habría estado en el umbral de la puerta antes de que ella sintiera el hormigueo de advertencia en la nuca.

– Lo del bocadillo era una broma. Ahora sí que me siento incómoda.

– Como sé que ahora no me vas a rechazar, te perdono.

– ¿No será una excusa para no trabajar? ¿No deberías estar organizando tu plan maestro para salvar a Coronet?

– Tú eres mi plan maestro.

Eso era bueno. A Matty la hacía feliz ser su plan maestro. El problema era lo de tomarse de la mano continuamente y el picnic en el parque.

Finalmente reunió la fuerza suficiente para librar su mano de la de Sebastian.

– Una buena razón para volver a mi tablero de dibujo y empezar la adaptación de las ilustraciones para ti.

– Esto será una comida de trabajo. Primero tenemos que negociar tus honorarios por todo el trabajo extra que tendrás que hacer. Luego tendremos que discutir sobre la gama de productos basados en tu abecedario. Me preguntaba si has hecho algo más para Toby. Tengo algunas ideas, pero…

– ¿Estás planeando una gama completa de artículos basados en el abecedario? -preguntó, en tono dudoso.

– Sí que sabes cómo desinflar el ego de un hombre -comentó Sebastian, con una sonrisa.

– ¿Qué tiene que ver tu ego con esto? Como asesora de Coronet es mi deber sacar el máximo partido de las inversiones de la empresa. Y como diseñadora de la nueva gama que me propones, tengo que velar por mis propios intereses.

– ¿Entonces aceptas hacerte cargo de ambas cosas?

– Sí.

– ¿Nos vamos entonces?


Sebastian iba junto a la silla de Matty cuando cruzaron la calle y entraron en el parque.

– Así está mejor -dijo ella antes de detener su silla junto a un banco a la sombra de los árboles.

– ¿Qué? -preguntó Sebastian mientras se sentaba a su lado.

– Que por fin te has tranquilizado.

– Nunca he estado intranquilo -se defendió, pero al ver que ella se limitaba a sonreír, añadió-: De acuerdo, tal vez me puso ansioso ver que lo peatones ni siquiera se apartan para dejarte pasar.

– ¿Y por qué deberían hacerlo?

– Bueno, ese chico de los patines casi chocó contigo.

– ¿Piensas que debería ir con una campanilla para pedir a los peatones que me cedan el paso?

Sebastian se dio cuenta de que se había metido en un problema.

– La verdad es que no pienso nada -optó por decir.

– ¿Quieres que cambiemos de tema? -sugirió ella, con una sonrisa.

– ¿Estaba bueno el bocadillo? -preguntó Sebastian un poco más tarde, cuando Matty terminó de comer y retiró las migas de las piernas antes de arrojárselas a los gorriones, que rondaban expectantes.

– Estaba delicioso. Gracias. Decididamente podría acostumbrarme a esto.

– Todavía queda uno de queso con pepinillos en vinagre ¿O prefieres un postre?

– ¿Postre? -preguntó. Cuado se inclinó a examinar la bolsa, uno de sus rizos tocó la mejilla de Sebastian y él sintió que todas las células de su cuerpo respondían a su cercanía-. ¿Qué postre? -inquirió alzando la vista, con los ojos más oscuros que el ámbar a la tenue luz bajo los árboles-. Aquí no hay más que una manzana.

– ¿Nunca me vas a conceder el beneficio de la duda? -preguntó al tiempo que le tomaba la cara cuando ella, un tanto confundida, intentó echarse hacia atrás-. ¿Cuándo piensas confiar en mí, Matty?

– Bueno… -empezó a decir y se quedó sin palabras.

– No importa -murmuró Sebastian mientras inclinaba la cabeza hasta sentir la suavidad de los generosos labios de Matty bajo los suyos.

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