Sobre "El montaplatos"

Fragmento del libro "Teatro de protesta y paradoja"

George E. Wellwarth

(1964)


El propio Pinter ha indicado que su objetivo es observar lo que le ocurre a la gente. Para conseguirlo suele elegir como imagen central una habitación -una habitación ordinaria- y la hace servir de microcosmos representativo del mundo. Dentro de la habitación los personajes se sienten a salvo. Fuera están las fuerzas extrañas; en el interior todo es calor y luz. Es una especie de matriz en que uno puede considerarse seguro. El conflicto sobreviene cuando alguna fuerza exterior irrumpe en la habitación y pulveriza la artificial seguridad de sus ocupantes. El papel de Pinter es el de un observador desapasionado, y gran parte de la aparente dificultad de sus obras deriva del hecho de que escribe como si estuviera auscultando mentalmente a sus personajes y transcribiendo hasta sus pensamientos más incoherentes. Él mismo ha explicado que tres de sus dramas más importantes nacieron como un simple experimento. Pinter quiso observar qué podía suceder con dos personas en una habitación. The Room (La habitación) surgió después de entrar en una habitación donde había una persona de pie y una sentada. The Birthday Party (La fiesta de cumpleaños), después de entrar en una habitación donde había dos personas sentadas. The Caretaker (El portero), después de mirar al interior de una habitación donde había dos personas de pie.


(…)


The Dumb Waiter (El montacargas o "camarero mudo", 1957-1960), otra pieza en un solo acto que versa sobre el mismo tema de la habitación, está mucho mejor conseguido. Esto sí que es gran guiñol puro. Dos hombres viven en una habitación miserablemente amueblada que no tiene ni siquiera (¡horror de horrores!) las facilidades indispensables para hacer el té. Los hombres discuten acerca de equipos de fútbol y de noticias de prensa. A medida que se desarrolla el diálogo, Pinter se las arregla para darnos a entender, con notable pericia, que se trata de dos asesinos a sueldo, al servicio de una misteriosa organización. Pasan el tiempo en habitaciones, a donde se les envía para que esperen órdenes. Como Rosa en La habitación, se sienten a salvo en su refugio, aunque la certidumbre de que pronto tendrán que salir hace que se pongan nerviosos ante cualquier signo de una posible intrusión. Hay un efecto realmente sobrecogedor cuando se oyen pisadas que se aproximan a la puerta. Alguien desliza un sobre por la ranura, y los pasos vuelven a alejarse. Los pistoleros enfundan sus revólveres y respiran tranquilos. Siguen charlando, y de pronto empieza a funcionar un montacargas que está al fondo de la habitación. En él encuentran una nota de restaurante, por lo que llegan a la conclusión de que deben hallarse en lo que era antes la cocina (en Inglaterra las cocinas suelen estar debajo de los comedores, y la comunicación entre ambos se resuelve mediante montacargas). Ben y Gus registran frenéticamente sus bolsillos y meten en el montacargas toda la comida que tienen. El montacargas vuelve a bajar una y otra vez, siempre con pedidos cada vez más extravagantes de comidas exóticas. Pinter aprovecha al máximo este recurso del absurdo, pues lo utiliza para acentuar el contraste con su clímax horrorífico. Gus sale para ir a la habitación contigua (fuera de la seguridad de su mundo), y Ben recibe instrucciones de una voz que habla por el hueco del montacargas. Cuando Gus vuelve, va en mangas de camisa y su pistola ha desaparecido; y en el momento en que cae el telón comprendemos que Ben ha recibido órdenes de matar a su compañero.

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