– ¡Buenos días! -dijo el principito.
– ¡Buenos días! -respondió el guardavía.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó el principito.
– Formo con los viajeros paquetes de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la derecha, ya a la izquierda.
Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la caseta del guardavía.
– Tienen mucha prisa -dijo el principito-. ¿Qué buscan?
– Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe -dijo el guardavía.
Un segundo rápido iluminado rugió en sentido inverso.
– ¿Ya vuelve? -preguntó el principito.
– No son los mismos -contestó el guardavía-. Es un cambio.
– ¿No se sentían contentos donde estaban?
– Nunca se siente uno contento donde está -respondió el guardavía.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
– ¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? -preguntó el principito.
– No persiguen absolutamente nada -le dijo el guardavía-; duermen o bostezan allí dentro. Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
– Únicamente los niños saben lo que buscan -dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran…
– ¡Qué suerte tienen! -dijo el guardavía.