Capítulo 2

– ¡Ya era hora de que llegaras! ¡Se suponía que debías presentarte esta mañana!

Chase metió las manos en los bolsillos de la cazadora. No esperaba que lo recibieran con los brazos abiertos.

– Yo también me alegro de verte, hermanito.

Siento llegar tarde. El ascensor… se ha quedado atascado.

– Nuestros ascensores siempre se encuentran en un perfecto estado operativo -dijo John, y su fanfarronada fue una imitación perfecta de las de su padre-. Tendré que hablar con mantenimiento al respecto.

– Déjalo para después. No es importante.

– Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy -dijo John sabiamente.

– Espera, deja que me apunte eso. Quiero bordarlo en mi almohada.

John lanzó un suspiro de exasperación.

– Y veo que esto va a ser una pérdida de tiempo. No sé por qué te has molestado en venir.

Chase le dio una palmadita en el hombro.

– No desesperes, Johnny. Ya que estoy aquí, me encantaría que me dieras una vuelta por las oficinas. Puedes presentarme a toda esa gente tan simpática.

En realidad, sólo había una persona a la que Chase quería conocer. La chica de sus sueños se encontraba en algún lugar de aquel edificio, la rubia preciosa que lo había dejado plantado en el ascensor un momento antes.

Había sido como un puñetazo en el estómago. Se había quedado sin respiración, con la vista borrosa. Por un instante, había tratado de convencerse de que no le resultaba conocida, que sólo era una chica bonita. Pero el recuerdo de su sueño era tan vivido que cada detalle de aquel rostro y de aquel cuerpo estaba grabado en su memoria. Era ella, la misma de la que le había hablado su abuela. Pero ya no se trataba de un sueño, sino de una mujer de carne y hueso y, si había que creer en las predicciones de Nana, algún día acabaría siendo su esposa.

Aunque el tiempo le había enseñado a creer en las visiones de su abuela, se sentía obligado a encontrar una explicación lógica. Pero no tenía respuestas para el torbellino de preguntas que se arremolinaban en su cabeza. Ella trabajaba en las oficinas de las Donnelly Enterprises. Con un poco de suerte, sería una empleada con una mesa y una placa con su nombre. Si no, el recepcionista tendría que acordarse de ella.

– Sí, supongo que podríamos empezar con una visita a las oficinas -gruñó John-. Podría presentarte a nuestro equipo de dirección, aunque la mayoría estarán comiendo ahora. Si hubieras leído nuestro boletín, sabrías que hemos consolidado varias divisiones bajo…

– Ahórrate los comentarios, hermano. Tú enséñame las oficinas. Ya te haré las preguntas conforme se vayan presentando.


La visita pareció alargarse horas, tediosas e inútiles horas. Cuando por fin entraron en la sección financiera, Chase estaba a punto de darse por vencido y recurrir al recepcionista. Se volvió hacia su hermano, pero entonces un grupo de mujeres apretujadas en un cuarto de conferencias con las paredes de cristal llamó su atención. Se detuvo de golpe cuando vio que una de ellas levantaba un negligé negro.

– ¡Es ella! -murmuró mirando a través del cristal.

– ¿Qué?

– ¿Quién es esa? Esa de ahí, la que tiene un salto de cama en las manos.

John chasqueó la lengua disgustado.

– Jamás habría esperado un comportamiento tan poco profesional de Natalie Hillyard, pero supongo que todas las mujeres pierden un poco de sentido común antes de casarse. Ella lo hace el mes que viene pero, gracias a Dios, no se va de luna de miel. La señorita Hillyard es nuestra directora de finanzas, lleva todo el departamento. Dentro de unos cuantos años más, estará lista para la vicepresidencia, si no decide echar a perder su carrera con niños y una casa en las afueras.

– Es preciosa.

John frunció el ceño y miró en la misma dirección que su hermano.

– ¿Preciosa? ¿Natalie Hillyard?

Chase asintió. Aunque seguramente pasaría desapercibida para la gran mayoría de los hombres, Natalie Hillyard era la encarnación de la belleza sencilla, irradiaba un resplandor interno que parecía iluminar sus rasgos, pelo claro y pómulos altos, grandes ojos verdes y una boca delicada. Seguramente, pocos hombres se fijarían en ella, pero Chase no era un hombre del montón y veía mucho más allá. Percibía una vulnerabilidad que ella se las arreglaba para ocultar tras una expresión desapasionada.

– Ni se te ocurra, Chase. Está prometida y es una empleada muy competente y valiosa. Master de Administración Mercantil por la Universidad de Boston. Llega a trabajar a las siete de la mañana y no se va hasta las siete de la tarde. Desde luego, no es tu tipo.

– ¿Y dices que se llama Natalie Hillyard?

– Los Donnelly no perseguimos a las empleadas de la empresa. Como te acerques a ella, se lo diré a papá.

– Siempre has sido un bocazas, Johnny. Anda, preséntamela.

Chase entró en el cuarto de conferencias, fijándose en los globos y en los adornos y los crespones. Había una tarta sobre una mesa larga. Las charlas festivas se interrumpieron en el momento en que las damas se dieron cuenta de su presencia. Pero Chase sólo tenía ojos para Natalie. Él sonrió e hizo un gesto hacia la prenda de encaje que sostenía entre las manos.

– Muy bonita -dijo. Lo último en moda de ejecutiva, supongo.

El rubor que había provocado en ella la prenda desapareció ante la palidez que se adueñó de su rostro. Natalie parpadeó sorprendida.

– Es usted -murmuró, apretando las manos sobre la prenda.

John se aclaró la garganta y se puso delante de Chase.

– Señoras, quisiera presentarles a mi hermano mayor, Charles Donnelly IV. Chase, estas damas trabajan en nuestra sección financiera.

Chase recorrió la habitación estrechando manos, disfrutando de las presentaciones personales. Unos susurros apagados se suscitaban a su paso, especulando sobre su repentina aparición. Según su padre, Chase era protagonista de un sinfín de chismorreos, aunque rara vez se lo veía por el edificio. Cuando llegó frente a Natalie, volvió a tenderle la mano.

– Señorita Hillyard. Mis mejores deseos para su próxima boda.

Chase se fijó en las cajas abiertas de lencería y pasó la mano sobre un body de color verde claro.

– El verde te sienta muy bien -susurró para que sólo ella pudiera oírlo.

El sonrojo volvió a sus mejillas. Natalie aflojó la mano que él sostenía.

– Es… un placer conocerlo, señor Donnelly.

– Chase, por favor. Al fin y al cabo, somos viejos amigos, ¿no?

Natalie musitó su nombre una vez más antes de ponerse a recoger torpemente las cajas de lencería. Chase se quedó mirándola un rato y volvió a dirigirse a su hermano.

– Nana me ha dicho que tengo un despacho aquí, ¿por qué no me lo enseñas? Puedo dedicarme a contar los clips mientras tú vuelves a tu trabajo.

John suspiró exasperado, pero fue a la puerta. Chase le echó una última mirada a Natalie y sonrió para sí mismo. Al infierno con las buenas maneras de la empresa; un hombre no soñaba con la chica con la que iba a casarse y la dejaba sin cruzar una palabra.

– Señoras, ha sido un placer.

El clamor estalló en el momento en que cerró la puerta. Si Natalie no se había enterado de su reputación, ahora la pondrían al día. Chase hizo una mueca para sus adentros. Por primera vez deseó que su reputación no lo precediera.

– Estupendo -dijo cuando vio su despacho y hubo probado el sillón-. ¿Tengo secretaria?

Careciendo de sentido del humor, John no encontró nada divertida su pregunta. Cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó una mirada admonitoria a su hermano.

– Chase, no molestes a las empleadas y no pongas conferencias con los teléfonos de la empresa. Si tienes alguna pregunta, mi número es el 8674 por el intercomunicador.

– ¿Funciona el ordenador? -preguntó Chase mientras giraba en el sillón.

– Tienes acceso a todo lo que no sea confidencial, incluso a la información reservada para ejecutivos. Hay una lista de comandos en tu cajón. Utiliza los últimos seis dígitos del número de tu seguridad social como clave de acceso.

Chase esperó a que su hermano se marchara para encender el ordenador.

– Natalie Hillyard -murmuró al tiempo que escribía-. Vamos a conocernos un poquito mejor.

A los pocos minutos, disponía de un perfil personal, una especie de resumen que informaba de su curriculum y de su historial con la empresa. La dirección y el número de teléfono no presentaron dificultad. Chase los apuntó en un trozo de papel y se lo guardó en el bolsillo. Entonces tropezó con algo inesperado, mejor que todo lo demás. La dulce Natalie también guardaba su horario personal en el ordenador.

– City Florists a las cinco treinta y siete de hoy -leyó Chase con una sonrisa satisfecha.

Imprimió todo su horario y programa de citas. No estaba seguro de que hubieran nacido el uno para el otro, pero no podía negar que sentía curiosidad. ¿Resultaría ser la misma mujer extraordinaria con la que había hecho el amor en sueños? ¿O acabaría siendo la fantasía mucho más excitante que la realidad?

Chase había conocido demasiadas mujeres maravillosas, que entraban y salían de su vida tan regularmente como la marea. Ni una sola de ellas había captado su atención como Natalie. Ella era un misterio, una fachada de frialdad impenetrable en el primer contacto. Pero allí había mucho más de lo que se apreciaba a simple vista. ¿Por que lo fascinaba tanto la idea de explorar sus profundidades?

Siempre que se veía como un hombre casado y con familia, se imaginaba una mujer como Natalie a su lado, una mujer alta, esbelta, de rostro dulce, segura e inteligente. Una mujer con quien pudiera emplear toda su vida en conocerla, una mujer más compleja que una cara bonita y un cuerpo sexy.

Pero, ¿qué estaba haciendo? No había cruzado con ella sino un par de frases y ya se la estaba imaginando como algo permanente en su vida. ¿Es que había perdido la cabeza por completo?

Estaba comprometida, algo que había dejado claro más de una vez. Lo más probable era que ir tras ella fuera perder el tiempo. Si embargo, la visión de Nana tenía que significar algo. Necesitaba probar por lo menos que Natalie no era la mujer de sus sueños, de lo contrario, tendría que casarse con ella.

Era empleada de las Donnelly Enterprises y, según John, se tomaba su trabajo muy en serio. Pondría toda clase de reparos a salir con un Donnelly. Era lo primero que debía solventar. Después se encargaría de su prometido. ¿Qué había dicho John? Que se casaba al mes siguiente. Consultó el esquema que había impreso, el cuatro de abril. Maldijo en voz baja. Tenía el presentimiento de que hubiera sido más fácil olvidarla.

Pero Chase Donnelly se había pasado la vida haciendo realidad todos sus sueños y no estaba dispuesto a tirar éste por la borda.


Una lluvia fría de primavera mojaba a los peatones de la hora punta cuando Natalie llegó a la floristería un minuto antes de la hora a la que había quedado con su hermana. La cita no era hasta las seis menos cuarto, pero Lydia siempre llegaba unos ocho minutos tarde en promedio. Natalie tenía en cuenta el retraso de su hermana.

Había comenzado a visitar la floristería tres meses antes, pero necesitaba estar segura de que las violetas combinaban a la perfección con su esquema de colores. La señora Jennings no toleraría la menor imperfección.

Si hubiera podido elegir, ella se habría conformado con una sencilla ceremonia civil. En realidad, la boda no era sino una fiesta para Edward; su familia y sus numerosos amigos y socios. Pero una no entraba a formar parte de los Jennings sin una ceremonia de recepción de lo más formal y correcta.

Natalie entró y dejó el paraguas. Sólo había otro cliente, de espaldas a ella, hablando con la empleada del mostrador. Le pareció notar algo familiar en él, el pelo negro que le llegaba hasta el cuello de la cazadora de cuero, los vaqueros que se amoldaban a sus…

Natalie se quedó helada. ¿Qué hacía «él» allí? Ahogando una maldición, se escondió detrás de una palmera y espió al hombre que había invadido sus pensamientos durante toda la tarde. Chase se dio la vuelta para contemplar un ramo de narcisos y Natalie se quedó extasiada con su perfil. No recordaba haber experimentado una sensación tan excitante y perturbadora en toda su vida, ni siquiera con Edward. Pero Chase era distinto a todos los hombres que ella había conocido.

– Es peligroso -musitó para sí misma.

– ¿Quién es peligroso?

Sobresaltada, Natalie se giró para ver a Lydia, que estaba junto a ella y también espiaba a Chase. Tomó a su hermana del brazo y la metió a la fuerza tras el tiesto enorme de la palmera mientras le ponía la mano en la boca.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -dijo en un susurro.

– Tú me has pedido que viniera -dijo Lydia, tratando de librarse de la mordaza de sus dedos.

– Llegas antes de lo previsto.

Lydia le dio un azote en la mano.

– ¿Pero qué haces? ¿Y por qué estamos cuchicheando?

– Él está aquí. Ahí, ése que mira los narcisos.

– ¿Quién es?

– Chase Donnelly. Lo he conocido en el ascensor. Bueno, en realidad, no lo he conocido. Nosotros…

– ¿Donnelly de Donnelly Enterprises? -preguntó Lydia frunciendo el ceño-. ¿Por qué te escondes de él?

– Yo no me escondo.

– ¿Es tu jefe?

– Técnicamente, no trabaja en la empresa. Pero forma parte de la junta directiva, de modo que podría haberme despedido si hubiera querido. Primero lo del ascensor, luego la fiesta de las empleadas y yo…

– ¿Qué ascensor? Nat, estás desvariando y tú nunca desvarías.

– ¿Crees que me habrá seguido? No, imposible -se contestó ella misma-. Estaba aquí cuando yo he llegado. Sólo es una… coincidencia. El destino -murmuró-. El destino -repitió recordando sus palabras.

– ¿Por qué te escondes tras los tiestos? Seguramente no te reconocerá.

– ¡Sí que me reconocerá! Dice que tengo que casarme con él, que me ha visto en sus sueños. No sé, tenía algo que ver con la tarta de cumpleaños de su abuela. La verdad es que no acabo de entenderlo. Es un poco… agobiante.

– ¿Bromeas? ¿Tu jefe te ha dicho que tienes que casarte con él? ¿Es que está loco?

– Lo más seguro. Pero no es mi jefe, sólo un pariente. Quizá por eso nunca vaya a la oficina, quizá la familia lo tiene ingresado en una institución mental. ¿De verdad un tipo tan guapo puede estar loco? Tiene unos ojos de lo más amables y un hoyuelo en la barbilla y…

Lydia abandonó el escondrijo, pero Natalie tiró de ella otra vez.

– ¿Adonde vas?

– Voy a investigar.

– Si hablas con él, dile que me deje en paz. Dile que estoy comprometida.

Natalie vio cómo su hermana se acercaba al mostrador. Lydia siempre había sido más positiva y segura de sí que ella, más dispuesta a correr riesgos. Y siempre se había sentido más cómoda con los desconocidos, sobre todo con los hombres.

Al principio, Lydia lo estudió con disimulo. Pero luego, para consternación de Natalie, entabló conversación. Cuando vio que charlaban amigablemente, Natalie sintió una punzada de algo muy parecido a los celos. Les dio la espalda.

¿Qué le estaba pasando? Aquellas sensaciones extrañas no hacían más que confundirla y asustarla. Jamás había actuado de una manera tan irracional, pero aquel hombre sacaba a la superficie defectos de carácter que desconocía poseer.

– ¿Natalie?

Cuando se dio la vuelta, vio horrorizada que Lydia avanzaba hacia ella seguida de Chase. Frenéticamente, Natalie calculó sus probabilidades de escapar. Pero no podía salir corriendo, tenía que poner punto final a aquella situación ridícula lo antes posible.

– ¡Nat, mira a quién acabo de conocer! ¡Es Chase Donnelly! Chase, ya conoces a mi hermana, Natalie Hillyard.

Con una sonrisa revoloteando en las comisuras de sus labios, Chase extendió la mano, retándola una vez más a poner sus dedos en ella. Natalie estaba extasiada con su atractivo, con la mirada de sus vibrantes ojos verdes, con el hoyuelo de su mentón. Su mente era un torbellino de confusión, atracción y frustración.

– Me alegro de volver a verte, Natalie -dijo él en un tono guasón.

Su mano era cálida y fuerte; un cosquilleo, que empezaba a ser familiar, le subió a Natalie por el brazo, Notó que se sonrojaba y luchó por encontrar su voz. Cuando trató de retirar la mano, él se la retuvo.

– ¿Qué… hace aquí… señor Donnelly? -Pasaba por aquí a encargar unas flores para mi abuela.

– ¿Has oído, Nat? -dijo Lydia-. Está comprando flores para su abuela, ¡qué bonito! No me parece que sea cosa de locos -añadió bajando la voz.

– Sí -dijo Natalie-. Muy bonito.

Chase pasó lentamente la yema del pulgar sobre el dorso de su mano. Natalie sintió que se perdía en la simple felicidad de aquella caricia.

– No sabes lo que me alegro de que tengamos Otra oportunidad para vernos. Así podré disculparme por mi comportamiento de esta tarde en el ascensor. Estoy seguro de que debo haberte parecido un loco de atar.

– Sí. Quiero decir, no. En absoluto.

– ¿Sería mucho atrevimiento preguntarte si te importa venir a tomar un café conmigo cuando termines aquí? Quisiera compensarte por las molestias.

– Sí. Me refiero a que no sería mucho atrevimiento.

– Bien. Entonces, te espero en el Jitterbug dentro de media hora. Está en esta misma manzana.

– Jitterbug -repitió ella como una autómata-. Sí, en esta misma manzana.

Entonces él le soltó la mano y se dirigió a la puerta. Se volvió una vez para mirarla antes de salir. Natalie no supo el tiempo que se quedó allí, mirando hacia la puerta y frotándose el dorso de la mano. Si no hubiera sido por Lydia, se habría pasado toda la tarde allí.

– ¡Ay, Dios! -dijo Lydia suspirando-.¿Acabas de aceptar una cita con él?

Natalie parpadeó.

– No, no. ¿Verdad que no? Le he dicho que no era demasiado atrevido pedírmelo, pero no le prometido que iría.

– Yo creo que sí.

Natalie sujetó a su hermana por el codo y lo apretó con todas sus fuerzas.

– ¡No puedo tomarme un café con él, estoy prometida!

– ¡No me grites! Eres tú la que ha aceptado la invitación.

– ¿Por qué no me has detenido? ¿Has olvidado a qué habíamos venido? Tenemos que elegir las flores para mi boda.

– ¿Qué boda? Creo que deberías olvidarte de Edward. Este tipo es mucho mejor.

– ¿Olvidar a Edward? ¿Cómo podría olvidarme de mi prometido?

– Bueno, pues ¿dónde está? ¿No crees que debería ayudarte con los preparativos? Nunca está cuando se supone que debería echar una mano.

– Edward ha ido a Londres por negocios, estará toda la semana en el extranjero.

– Genial. Entonces puedes tomarte un café con Chase cuando terminemos y nadie tiene por qué enterarse.

– Lydia, ¿por qué me haces esto? Corren rumores de que Chase Donnelly es un auténtico casanova.

– Porque creo que te mereces algo mejor que Edward Jennings y esa panda de buitres que él llama familia. Y, desde luego, este tipo es muchísimo mejor, ¿no te parece?

Natalie maldijo la impulsividad que se había apoderado de ella. Había planificado toda su vida como un cuento de hadas que estaba a punto de hacerse realidad. Y ahora, de buenas a primeras, aceptaba una cita con un desconocido, con un famoso playboy por añadidura.

– Son los nervios de antes de la boda -musitó-. Todas las novias pasan por momentos de duda, ¿verdad?

– Claro, aunque la mayoría se sienten mejor con un buen grito. Pero una cita para tomar café con un hombre tan atractivo, desde luego es un enfoque novedoso.

La verdad era que Natalie quería ir. Quería averiguar por qué Chase sentía aquella fijación con ella y por qué ella perdía todo sentido del decoro y de la decencia cuando él estaba cerca. Y, por encima de todo, quería poner fin a todas las sensaciones estúpidas que despertaba en sus entrañas.

– No iré, no puedo -gimió-. Después de todo, estoy prometida.


Chase estaba sentado en una mesa junto a la Ventana cuando ella llegó. Aún tenía el pelo mojado por la lluvia y se lo había echado hacia atrás con las manos. Aún era más atractivo con las luces intensas del café.

Natalie se acercó conteniendo el aliento y evitando mirarlo a los ojos.

– Esto es un error -dijo con voz firme-. No pretendía aceptar su invitación. Ha sido un malentendido.

Chase se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándola con aire dubitativo.

– Pero estás aquí. Si no querías venir, ¿por qué no te has limitado a dejarme plantado?

Natalie movió las manos inquieta. Ella también se había preguntado lo mismo.

– Yo… eso no sería educado. Después de todo, técnicamente, trabajo para usted. Es mejor cultivar una relación profesional correcta, ¿no le parece?

– Vamos, Natalie -dijo él con una sonrisa encantadora-. Reconócelo, tienes tanta curiosidad como yo.

– ¿Sobre qué? -preguntó ella, levantando la barbilla.

– Sobre lo que está pasando entre nosotros.

Natalie se envaró y trató de guardar la compostura.

– No pasa nada entre nosotros. Usted es un completo desconocido para mí. Si ni siquiera lo conozco, ¿cómo puede haber algo entre nosotros?

– Nos atraemos. Lo sentí en el momento en que entré en el ascensor. Lo que ocurre es que eres demasiado testaruda como para admitirlo.

– No… no. Nada de eso.

– ¿Que no eres testaruda o que no te sientes atraída hacia mí?

– Atraída -repitió ella.

– Entonces, te lo vuelvo a preguntar. ¿Qué haces aquí?

– ¡De acuerdo! -dijo ella, harta de jugar al ratón y al gato-. Quizá me atraiga usted, pero eso no significa que tenga que seguir el dictado de mis impulsos. Quiero olvidar nuestro encuentro en el ascensor y voy a olvidar que he aceptado su invitación a tomar café. Lo mejor es que finjamos que esto no ha sucedido.

– No puedo hacer eso, Natalie. Y tampoco quiero. No hasta que esté seguro.

– Tengo que irme -dijo ella, confusa con aquellas palabras crípticas.

Mientras ella daba media vuelta, Chase se levantó y la sujetó del brazo. Natalie no pudo soltarse. Con suavidad, Chase la hizo girar, le puso la mano bajo la barbilla y la obligó a mirarlo. Natalie estaba segura de que iba a besarla y tuvo miedo pensando en las consecuencias.

– No quiero que me bese -murmuró. Chase sonrió apenas.

– No iba a hacerlo. Aún no.

Natalie vio su mirada chispeante y sintió que se sonrojaba.

– Sólo quédate un poco más. Toma asiento. Podemos hablar un rato.

Natalie obedeció. Pidió un café «latte» y esperó a que él empezara.

– ¿Por qué no te quitas el abrigo? -Porque no pienso quedarme tanto. -Cuando entré en el ascensor, me pillaste desprevenido. Era como si ya nos conociéramos. ¿Crees en el destino, Natalie?

A Natalie le habría gustado, eso explicaría la muerte de sus padres y todos los acontecimientos que se sucedieron en su infancia. Pero sólo podía creer en los hechos fríos y duros. En el camionero que se había quedado dormido al volante y en la policía que llamó a la puerta de madrugada. En la horrible sensación de abandono que Lydia y ella habían sufrido cuando sólo tenía trece años y seis su hermana. Natalie negó con la cabeza.

– No, no creo en el destino. Todo sucede por una razón y sólo se ha de buscar atentamente para encontrar una explicación lógica.

– ¿Y nuestro encuentro?

– Yo volvía de comer y llegaba tarde. Y usted… ¿qué estaba haciendo en la oficina?

– Era un intento de conseguir la armonía familiar.

– De modo que no era el destino. Los dos teníamos que estar donde estábamos.

– Y ahora nos encontramos aquí, tomando café. Venga, Natalie, ¿por qué no me cuentas algo de tu vida?

– Estoy prometida -repitió ella, que ya empezaba a cansarse de sonar como un disco rayado.

– ¿Qué diría tu prometido si supiera que has tomado café conmigo?

Natalie abrió la boca y volvió a cerrarla. Edward no diría nada, no era propenso a los celos. Claro que ella tampoco le había dado motivos nunca.

– Confiamos completamente el uno en el otro.

Chase soltó una risilla.

– Si fueras mi prometida, no sería tan magnánimo.

Natalie siempre se había preguntado cómo sería que un hombre sintiera tanta pasión por ella que pudiera tener celos. Pero Chase no la sorprendía, parecía que sólo actuaba por impulsos, únicamente dejándose llevar por las emociones y eso era algo que ella ni siquiera podía empezar a imaginar.

– Pero no es mi prometido -dijo Natalie-. Ni siquiera es amigo mío. Aunque he oído hablar de usted y no crea que me engaña con su encanto.

– Dime la verdad, Natalie. ¿En serio eres feliz con ese prometido tuyo?

– Edward es todo lo que siempre he buscado en un marido -dijo ella secamente-. Nada de lo que digan los demás va a impedir que me case con él.

Chase se la quedó mirando un momento y entonces se levantó.

– Muy bien -dijo mientras dejaba unos billetes sobre la mesa-. Demonios! Creí que debía intentarlo. Un hombre no puede ignorar las señales del destino, ¿verdad?

– No, supongo que no.

Chase sonrió sarcásticamente y entones se inclinó y la besó en la mejilla.

– Ha sido maravilloso no enamorarme de ti, Natalie Hillyard. Cuídate mucho.

Natalie lo vio irse a través de la ventana, encogiendo el cuello como los demás peatones que poco a poco lo ocultaron de su vista. Respiró hondo. Ordenó lentamente los objetos que había sobre la mesa, la taza, la servilleta, la cuchara, hasta que todo estuvo perfecto. Cuando acabó, unió las manos y trató de hacer lo mismo con sus pensamientos.

– Lo que pasa es que he tenido un mal día -se dijo a sí misma-. Mañana todo volverá a la normalidad.

Se quedó sentada en el café largo rato, tratando de convencerse de que todo volvería a ser como antes. Sin embargo, de alguna manera, sabía que no era verdad, que siempre se preguntaría adonde podía haberla llevado aquel encuentro de haber estado dispuesta a dejar a un lado toda precaución y arriesgarse.

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