Capítulo 4

– ¿Qué demonios…? -Kurt agarró a Jodie y la arrastró al suelo antes de tumbarse sobre ella.

– ¡No te muevas! -le gritó-. Ese idiota…

– ¿Quién? -intentó decir ella, aunque bajo el peso de su cuerpo sentía que se ahogaba-. ¿Qué ocurre?

El todoterreno se detuvo muy cerca de ellos. Ella oyó cómo se abría la puerta del coche, pero no podía ver nada de lo que pasaba. La boca le sabía a tierra.

– ¡McLaughlin! -el grito venía del coche-. ¡Márchate de aquí!

Kurt juró en voz baja y se incorporó un poco.

– Manny, ¿estás loco? -gritó-. ¿Pretendes matar a alguien?

– ¡Ojalá! No te preocupes, McLaughlin. Esta vez no he apuntado hacia ti, pero tal vez la siguiente sí lo haga. Ya te he dicho que saques tu culo de McLaughlin de esta propiedad Allman.

– Manny Cruz.

Kurt se había apartado lo suficiente como para dejar que Jodie se arrastrara por debajo de él.

– Manny -dijo, aún sentada en el suelo-. ¿Te parece que esto son maneras de recibirme? Sigues tan loco como siempre.

– ¿Jodie? -Manny la miró un instante muy sorprendido, y después una enorme sonrisa se dibujó en su cara-. Jodie, ¡hacía siglos que no te veía!

– Eso es cierto -dijo ella, levantándose del suelo aún temblorosa-. ¿Qué tal te va todo?

– Genial -parecía encantado de verla-. ¿Sabes que Pam Kramer y yo nos casamos? Tenemos dos hijos.

– Eso me han contado.

– Tienes que venir a la casa a conocerlos.

Jodie tragó saliva y esbozó una sonrisa.

– Me encantaría, pero tienes que prometer que no nos dispararás.

Manny pareció sorprendido. Bajó la mirada hacia el rifle que aún tenía en las manos y después lo dejó junto al coche como si no tuviera intención de usarlo.

– Oh, claro que no. Lo de antes ha sido sólo una advertencia para este McLaughlin -su expresión cambió en ese momento-. ¡Oye! ¿Qué haces tú con este tipo?

– Eso mismo me he preguntado yo a mí misma unas cuantas veces -dijo, echándole una mirada a Kurt-. Papá lo ha contratado, así que supongo que será mejor que no le dispares.

– Eso había oído -dijo Manny, sacudiendo la cabeza, evidentemente disgustado-, pero no podía creerlo. No es normal que un McLaughlin trabaje para un Allman, o al revés.

– Te voy a decir yo lo que es normal y lo que no -replicó Kurt iracundo, dirigiéndose hacia él-. Lo que no es normal ni legal es disparar a la gente. Si tienes un problema conmigo, vamos a solucionarlo ahora mismo.

Los dos hombres estaban en actitud beligerante, pero a Manny le cambió la expresión cuando se fijó en la escayola de Kurt, que parecía haberse olvidado de ella y se dirigía a toda velocidad hacia el otro. Había perdido las muletas y avanzaba a saltos, pero la rabia le daba fuerzas. Manny parecía confuso… no podía pelearse con un hombre con la pierna rota.

Entonces Jodie se echó a reír.

– Esto no es divertido -dijo Kurt, deteniéndose para mirarla.

– Claro que sí -contestó ella-. Es lo más cómico que me ha pasado nunca. Nosotros tirados en el suelo, Manny sacando su arma y tú pretendiendo pelearte con él con escayola y todo -se dejó caer en el suelo y se rió con ganas.

Los dos hombres la miraron con los puños bien cerrados, pero el ambiente de pelea parecía haber desaparecido, al menos por el momento, cosa que ella agradeció.

La vieja granja de color azul cielo ya no estaba como Jodie la recordaba de cuando ella y su familia solían ir allí. Delante del porche había una pequeña adelfa de flores rosas, en las ventanas había jardineras de petunias y el tejado parecía nuevo. Jodie aparcó y rodeó el coche para ayudar a salir a Kurt. Manny les había dicho que fueran por delante mientras él llevaba a unos trabajadores a otro campo.

Por el camino, Kurt le había contado que en la última visita que había hecho a los viñedos hacía unas pocas semanas, no había visto a Manny, pero unos trabajadores lo habían seguido por todas partes mientras hablaban con su jefe por walkie talkies para tenerlo al corriente de todos sus movimientos.

Mientras le sacaba la pierna del coche, ella se quedó pensativa y le preguntó.

– ¿Qué viniste a hacer?

– Vine a ver unas cuantas cosas.

– Ya veo -dijo, mirándolo fijamente, sin ocultar que no se fiaba de él.

– Al día siguiente -continuó él sin hacer caso de sus miradas-, había una nota sobre mi mesa diciendo que los McLaughlin debía mantenerse alejados de los campos Allman. Además indicaban unas cuantas desagradables posibilidades de lo que me podía pasar si no hacía caso de la advertencia, pero no quiero aburrirte con los detalles.

– ¿Así que decidiste volver para ver si iba en serio, eh?

– Claro -dijo él, divertido-. No tenían ningún derecho a hacer esas amenazas.

– Ya -dijo ella, sacudiendo la cabeza.

Mientras caminaban hacia la puerta, un niño pequeño salió de ella a toda velocidad. Una voz lo llamó desde el interior de la casa.

– ¡Lenny, vuelve aquí! ¡Ni se te ocurra acercarte al estanque!

Kurt le pasó a Jodie una de las muletas para interceptar al pequeño fugitivo y levantarlo en brazos.

– ¡Hola! -le dijo al niño, que tenía la boca abierta de asombro-. ¿Dónde vas con tanta prisa?

El niño intentó zafarse de sus manos al principio, pero la sonrisa de Kurt pareció hipnotizarlo.

– Oh, menos mal. ¿Cómo ha conseguido pillarlo? -una guapa mujer pelirroja apareció en la puerta con un bebé apoyado en la cadera-. Muchas gracias. Le encanta meterse en el estanque y luego tengo que bañarlo de arriba abajo.

– Yo también tengo una niña de esta edad y sé lo que son -dijo Kurt, sonriendo y llevando al pequeño hacia la puerta.

Jodie se había quedado impresionada por la habilidad que había adquirido con las muletas, pero pronto su atención quedó centrada en los niños. Normalmente evitaba estar con niños tan pequeños, porque, a pesar de los años, aún sentía dolor. Apartando la vista de los niños como otros lo hacían de la sangre, decidió concentrarse en su antigua amiga.

– ¿Pam? -le dijo, mirándola.

– ¡No puede ser! -exclamó ella-. ¡Jodie! ¡Jodie Allman! Había oído que habías vuelto, pero ha pasado tanto tiempo…

Se abrazaron y después Pam los guió hacia el interior de la casa, como si hubiera estado esperándolos.

– Llegáis a tiempo para comer. Pasad. Pondré otros dos platos en la mesa.

– Oh, no es necesario. No queremos molestar…

– ¿Estás de broma? Siempre hago mucha comida, así que no hay problema. Podéis sentaros, todo estará listo en un segundo. ¿Dónde está Manny? ¿Ya lo habéis visto? Estará emocionado de veros. Su tema de conversación favorito es lo divertidas que eran las peleas con los McLaughlin -echó una mirada a Kurt-. Tú eres uno de ellos, ¿verdad? Creo que me acuerdo de ti.

Jodie sonrió ante la broma. ¿Acordarse de Kurt? Era imposible olvidarse de él.

– Jodie y yo estábamos en clase con tu hermana Tracy -siguió Pam-. Hasta que se fue a aquella escuela interna. ¡Qué revuelo causó! No sabíamos si nos daba más rabia o envidia.

– Mucha gente va a colegios internos -dijo Kurt.

– No por esta zona.

Jodie le explicó que habían visto a Manny en el viñedo. Pam, sin dejar de hablar, puso la mesa, sirvió la comida, sentó a Lenny en su trona y a la niña en su sillita. Jodie estaba asombrada.

– Pam, aún me acuerdo del día que no hiciste los deberes de latín porque tenías que pintarte las uñas de los pies ¡y ahora veo que te has vuelto multitarea!

– He madurado. Jodie -dijo Pam, después de reírse-. Seguro que a ti te ha pasado lo mismo -Jodie no lo tenía tan claro-. Tener hijos te cambia, desde que te quedas embarazada. Te conviertes en alguien distinto porque piensas en la vida que estás a punto de traer al mundo. Pero tal vez ya sepas todo eso -dijo, mirándola a los ojos-. Por lo que sé, estás casada y has tenido doce hijos -sonrió a su amiga-. O al menos uno. Lo dice tu mirada…

Jodie tenía la boca seca y el corazón latiéndole a mil por hora. Era una tontería. Pam no sabía nada, sólo estaba siendo amable. No podía tener ni idea del hijo que Jodie había perdido hacía años. Esperaba que nadie de Chivaree lo supiera.

Por suerte, no tuvo que responder, ya que la niña pequeña empezó a protestar y Kurt la tomó en brazos de un modo muy natural. Jodie envidió la facilidad que tenía con los niños. Si pudiera controlarse, tal vez empezara a sentirse cómoda con ese tema. Además, ya era hora de que lo hiciera. Sus amigos parecían no dejar de mostrarle a sus hijos y ella actuaba como un vampiro ante la luz. Era ridículo. Pero se levantó y empezó a ayudar a Pam, sólo para que Kurt no le ofreciera que tomara al bebé en brazos.

Manny apareció entonces en la puerta, quitándose en sombrero y frunciendo el ceño como lo había hecho en el viñedo, al ver a Kurt con su hija en brazos.

– Ven con papá -dijo, tomándola de los brazos de Kurt.

Pam notó la tensión al instante y empezó a parlotear de nuevo mientras llevaba a la niña a su cuna, en la habitación. Desde allí llamó a Kurt para que viera el nuevo trenecito que le había comprado a Lenny, pensando en que tal vez a él le gustase para su niña.

Cuando Kurt salió del comedor, Manny miró a Jodie a los ojos sacudiendo la cabeza.

– ¿Puedes explicarme por qué tu padre ha contratado a ese tipo? -dijo en voz baja, con los ojos echando chispas-. Está claro que tiene malas intenciones.

Jodie sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho.

– ¿Tú también lo crees?

– Está claro -dijo él, encogiéndose de hombros-. Es un McLaughlin.

Ella frunció el ceño. Era más que eso. Pero, ¿no serían imaginaciones suyas? Como lo de su atracción por él…

– Bueno, mis hermanos creen que está haciendo un buen trabajo -comentó ella, queriendo ser justa.

– Eso tiene que demostrarlo primero -dijo Manny con un gruñido.

Pam y Kurt volvieron y todos se sentaron a la mesa. Manny sacó una botella de Chardonnay de Bodegas Allman.

– Os gustará -aseguró-. Tiene un toque afrutado y es ligero.

Jodie sonrió mientras observaba a Manny servir las copas. Antes Manny trabajaba como mecánico y ahora se había hecho un entendido en vinos. Kurt puso la mano sobre la copa.

– Yo no quiero, gracias.

La expresión de Manny se ensombreció. Estaba claro que se lo había tomado como un insulto personal. Jodie se dio cuenta de que Kurt había rechazado el vino por la medicación que estaba tomando, pero era demasiado tarde para explicárselo a Manny.

Jodie y Pam llevaron las riendas de la conversación durante toda la comida, recordando viejas historias y riéndose como años atrás. Manny y Kurt permanecieron en silencio y Jodie miraba a Kurt de reojo de vez en cuando, deseando que se uniese a la charla, hasta que se dio cuenta de que estaba pensando en otra cosa y no los estaba escuchando.

Estaba claro lo que estaba pensando Manny, porque lo tenía escrito en la cara: lo mucho que detestaba a Kurt. Sin embargo, ella estaba casi segura de que éste estaba pensando en otra cosa, pero no tenía ni idea de qué podía ser.

Cuando acabaron, Jodie ayudó a Pam a recoger la mesa y a servir una tarta de limón, pero Kurt, sin hacer caso de la tarta, sacó las hojas de las viñas que había cortado y las colocó sobre la mesa.

– ¿Qué haces? -preguntó Manny.

– He estado pensando en el problema de las viñas -dijo Kurt, que pareció sorprendido por ver que había gente a su alrededor.

– Han venido tres veces a verlas del Ministerio de Agricultura -dijo Manny, queriendo cortar el tema-. Si ellos no saben qué pasa, no sé cómo lo vas a saber tú.

– Bueno, no soy un experto, pero…

– Eso está claro -interrumpió Manny-. Eres un McLaughlin… ¿Has hecho algo bien alguna vez en la vida?

Jodie echó una mirada a Kurt. Años atrás, aquello habría sido el principio de la pelea, y casi creyó que las cosas no cambiarían, pero los ojos de Kurt, en vez de lanzar destellos de rabia, parecieron impacientarse por aquella chiquillada.

– Escucha, esto es importante. Estas hojas me recuerdan a algo que estudie en la facultad de Botánica. Aún guardo relación con algunos de mis profesores de entonces, así que voy a mandarles estas muestras para ver si pueden averiguar de qué se trata.

A Manny no le cambió la cara, pero no continuó con los habituales insultos.

– Supongo que no encontrarán nada nuevo -dijo, mirando a Kurt a la cara.

– Eso no podemos saberlo. Los métodos de diagnóstico han avanzado mucho, y si alguien está al tanto de ellos, ése es mi profesor Willard Charlton. Es un investigador del más alto nivel de su campo.

Manny aún lo miraba desconfiado, pero lo que le contaba había despertado su interés.

– ¿Qué crees que es? -preguntó.

– No lo sé, pero si te fijas en el envés de las hojas, se ven unos agujeritos diminutos -le pasó la hoja a Manny para que pudiera verla bien-. Hay que mirarlo desde muy cerca para apreciarlos. Tal vez sea algún hongo o parásito, pero tan pequeño que no se detecte fácilmente.

– Ya hemos probado con los funguicidas -dijo Manny, mirando una hoja-. Si es un parásito…

– Si fuera algo que ya conocemos, ya lo habríamos diagnosticado.

Y continuó hablando, mostrándole a Manny las hojas de Jodie. Pronto la desconfianza del capataz dejó paso al respeto y acabaron hablando como conocidos e incluso como amigos. Al ver cómo Kurt se ganaba a Manny, Jodie sacudió la cabeza. ¡Era increíble lo que pasaba con aquel hombre!

– ¿Cómo consigues encantar a todo el mundo excepto a mí? -preguntó Jodie a Kurt mientras volvían a casa.

– ¿Excepto a ti? -preguntó él, obviamente sorprendido por el comentario-. Ya sé que eres mucho más inteligente que yo, así que contigo ni siquiera lo intentaré.

– De algún modo consigues que todo el mundo se ponga de tu parte. Es como si supieras lo que quieren exactamente. Pero lo único que consigues conmigo es pincharme -lo miró y pensó si estaría quejándose en voz alta-. Dime por qué.

Él suspiró y se reclinó en el asiento. Se quedó callado un rato y ella empezó a pensar que acabaría ignorando su pregunta, pero por fin respondió.

– No puedo responderte a eso, señorita Jodie Allman -dijo, con su mejor acento texano-. Contigo me comporto de forma natural, supongo.

– Entonces será que eres naturalmente antagónico para mí -aventuró ella.

– Podría ser.

¡Oh, ni siquiera se estaba esforzando! Sintió una oleada de rabia.

– O eso, o que tu estado natural es el de un Neandertal.

– No digas eso. Me considero todo un caballero.

– Sí, todo un caballero del medioevo.

Él se echó a reír. Por su postura, Jodie podía deducir que estaba completamente relajado. Por lo menos no la odiaba tanto como para ponerlo nervioso.

Había tomado unos analgésicos antes de salir de casa de Pam y Manny, justo después de intercambiar direcciones de correo electrónico con Manny y prometerle a Pam que quedarían para que Katy y Lenny jugaran juntos.

Era frustrante ver cómo conseguía tener siempre el control de la situación. Ella tendría que trabajar a conciencia para llegar al fondo de su pensamiento y disfrutaría cuando por fin lo viera superado por las circunstancias.

– Estaba acordándome de la primera vez que te vi -dijo él, sin venir a cuento.

– ¿En el rodeo de Chivaree? -preguntó ella sin darse cuenta. Volvió a recordar el momento en que él se bajó triunfante del toro y sus miradas parecieron encontrarse, pero pronto se arrepintió de haber dicho nada y se mordió la lengua.

– ¿El rodeo? -dijo él, frunciendo el ceño. Sacudió la cabeza-. No, fue antes de eso, cuando ambos éramos más pequeños.

Aunque no lo estaba mirando, podía ver su perfil por el rabillo del ojo. Empezó a notar que se le encendían las mejillas y maldijo para sus adentros. ¿Por qué le pasaba aquello cada vez que Kurt le prestaba un poco de atención?

– ¿Te acuerdas -dijo él, casi en un susurro-, de cuando mi hermana celebró su cumpleaños en el parque? Tú estabas mirando desde la distancia -parecía divertirse-. Creo que yo tenía doce años, así que tú tendrías siete u ocho -vaya, eso sí que eran recuerdos infantiles. Hizo un esfuerzo por recordar-. Nos mirabas como un niño frente al escaparate de una pastelería. Me pareció que eras muy guapa, así que te invité a unirte a la fiesta, pero tú me rechazaste sacudiendo la cabeza. Aún pones la misma cara a veces.

Se echó a reír y ella apretó los labios, porque no se le ocurría qué decir.

– Después te llevé un helado de cucurucho y te miré mientras te acercabas lentamente a mi mano. La verdad es que, de pequeños, los Allman parecíais animalitos a veces.

– ¿Qué estás diciendo? -aquello había sido demasiado-. Los McLaughlin os dedicabais a decir todas esas tonterías de nosotros.

– Seguí ofreciéndote el cono -continuó él, ignorándola-, y tú te acercabas poco a poco. Deseabas mucho ese helado. Por fin, cuando lo tomaste de mi mano, casi sonreíste.

– ¿Casi?

– Casi -afirmó él.

Ella esperó a que continuase con el relato mientras empezaba a recordar cómo solía rondar aquellas fiestas, deseando haber sido invitada y sintiéndose como una marginada.

– Estabas a punto de probar el helado cuando me miraste, me gritaste un insulto y tiraste el helado al suelo. Después te diste la vuelta y saliste corriendo -la miró como si aquella reacción aún lo confundiera-. ¿Te acuerdas de eso?

Ella lo intentaba. Recordaba parte de ello, pero vagamente, aunque no recordaba haber tirado el helado. De hecho, le costaba creerlo, por lo mucho que le gustaba el helado cuando era pequeña. Pero, tras su relato, sí creyó recordar a un chico con un helado. ¿Era Kurt? Recordaba haberse sentido agradecida y avergonzada a la vez, y recordó un sentimiento de culpa. ¿Por qué?

– Mi joven ego masculino sufrió una grave herida en aquel momento -dijo él-. Supongo que por eso lo sigo recordando.

– ¿Sabías quién era yo? -dijo, tras pensarlo un momento.

– Sabía que eras una Allman, y le pregunté tu nombre a mi hermana.

– ¿Tracy lo presenció todo?

– Estaba por allí. Era su fiesta de cumpleaños.

Empezaba a recordar el helado en el suelo. ¿Por qué lo tiraría?

– Casi hemos llegado -dijo Kurt-. ¿Por qué no me dejas en casa y sigues hasta la oficina? Si hay algo allí de lo que me tenga que ocupar, puedes llamarme por teléfono.

– De acuerdo -dijo, con la voz algo afectada, mientras aparcaba frente a su casa.

Cuando fue a bajarse para ayudarlo a salir, él la detuvo diciendo que podía salir solo.

– Llámame sólo si es algo importante. Es casi la hora de salir del trabajo.

– De acuerdo -dijo ella-. Supongo que nos veremos mañana.

– Ese es el plan -dijo él, empezando a abrir la puerta.

– Kurt, espera -estaba loca. Él podría ver que estaba desesperada buscando una razón para que no se fuera aún del coche. ¿Por qué lo hacía? Ah, cierto… porque estaba loca-. ¿Qué tal tienes la pierna?

– No demasiado mal.

– Hoy has forzado demasiado -dijo ella-. Espero que no se retrase tu recuperación.

– ¿Ahora te preocupas por mi salud? -dijo él, levantando una ceja.

– Claro que sí.

– Ah, un gesto de humanidad, supongo.

– No -estaba siendo una idiota, pero no podía pararse-. Kurt, yo… -apartó la mirada y se mordió un labio-. Sí que me importas. De hecho, casi me gustas, cuando consigo olvidarme de que eres un McLaughlin -añadió.

Él rió y le acarició la mejilla, dejando tras de sí una dulce sensación.

– Estoy tan tentado de besarte ahora mismo… -dijo él suavemente y con los ojos brillantes-. Si no fueras una Allman, probablemente lo haría.

Aquello iba mal, y era lo que ella había intentado evitar. Entonces ¿por qué le sonreía y se sentía tímida? ¿Por qué parecía que se le hubiese vuelto loco el corazón en el pecho? Se estaba inclinando hacia él como atraída por una fuerza irresistible.

Y él se estaba inclinando sobre ella.

Ella cerró los ojos y él la rozó con sus labios. Muy levemente, como si hubiera sido un gesto informal, más de amigo que de amante, pero dejó huella. Una oleada de cálido placer barrió sus sentidos empapándolos de la esencia masculina: sus anchos hombros, su cálido olor, su piel suave y bronceada. Todo aquello hizo que se sintiera vacía y llena de deseo cuando él se apartó.

Abrió los ojos horrorizada. ¿Se había dado cuenta él de que había suspirado? Vio que parecía sorprendido y que estaba sonriendo antes de volver hacia ella. Esa vez la suave caricia desapareció, dejando paso al crudo deseo de varón que hizo que su corazón se detuviera.

Pero de nuevo se retiró tan rápidamente que ella casi perdió el equilibrio. Kurt dudo y volvió a acariciarle los labios con la mirada antes de salir del coche. Al principio le costó un poco y ella tuvo que contener el impulso de ayudarlo, pero pronto se hizo con la situación. Jodie lo observó caminar hasta la puerta sin que él mirara atrás ni una vez.

Ella, sin saber por qué, habría deseado que lo hubiera hecho, que la hubiera mirado, que la hubiera sonreído y guiñado un ojo… algo que le hubiese indicado que la echaría de menos, que lo había pasado muy bien con ella aquel día y que estaba deseando que llegase el día siguiente para verla cuanto antes. Tal vez incluso que no se arrepentía de haberla besado.

Porque en realidad, aquello era lo que ella sentía. Era definitivo: estaba loca.

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