Toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
El último nadador salió tiritando del río subterráneo. Ahora, por fin, podrían reunirse los resultados finales. Peron Turco se acurrucó en la capa y miró a lo largo de la fila.
Allí estaban. Cuatro meses de selección preliminar les había dejado reducidos a sólo cuarenta de los muchos miles que se habían presentado a las pruebas. Y en los siguientes veinte minutos serían reducidos una vez más, ahora a veinticinco.
Todos estaban llenos de barro, calados hasta los huesos y con aspecto cansado. La prueba final había sido terrible y había forzado los cuerpos y las mentes al límite. Nadar cuatro millas bajo el agua, en total oscuridad, luchando contra corrientes heladas, a través de un laberinto de cuevas interconectadas había sido una prueba que requería fortaleza física. Pero la presión mental, sabiendo que el suministro de oxígeno sólo duraría cinco horas, había sido mucho peor. La mayor parte de los contendientes estaban tumbados, calentándose al sol, dándose masajes en los músculos y sorbiendo bebidas azucaradas. Las puntuaciones aún tardarían un poco en aparecer, pero su atención no se centraba en la ruidosa multitud que les observaba, sino en la gran pantalla que formaba una de las paredes del coliseo.
Peron se cubrió los ojos para protegerse del brillo de Cassay y estudió largamente cada una de las caras de la fila. Ahora ya sabía dónde estaba la competición real, y él trataba de averiguar por sus expresiones cuáles eran sus probabilidades. Lum estaba al fondo, sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Comía fruta y parecía sudado y aburrido. De alguna manera, el caliente verano de Pentecostés había dejado su piel intacta. Destacaba de los otros por su palidez invernal.
Diez días antes, Peron le había descartado, considerando a Lum blando y demasiado gordo, un joven fornido y gordinflón que había llegado a formar parte de los cien últimos contendientes por accidente. Ahora le conocía mejor. La gordura era puro músculo, y cuando era necesario Lum podía moverse con increíble gracia y rapidez; la cara gordezuela y los ojos porcinos escondían un cerebro de primera fila y una imaginación formidable. Peron había corregido tres veces sus estimaciones sobre él, y cada vez había ido adelante. Ahora estaba seguro de que Lum se encontraría entre los veinticinco finalistas.
Lo mismo que Elissa, la muchacha que estaba a la izquierda. Peron ya la consideraba una competidora formidable. Había salido diez minutos antes que él en la primera prueba, cuando hicieron el viaje nocturno a través de Villasylvia, el bosque más peligroso de la superficie de Pentecostés.
Peron se había mostrado muy confiado. Había crecido en un lugar similar. Era fuerte y ágil, y su sentido de la dirección era mejor que el de ninguna otra persona que conociera. Dos horas después, cuando perdió de vista a Elissa, estaba convencido de que la muchacha de piel oscura se había perdido en las peligrosas profundidades de Villasylvia. Casi había sentido lástima por ella, porque antes de empezar le había sonreído y le había deseado suerte, pero necesitaba concentrar toda su atención en esquivar los dardos y las trampas que abundaban en la selva nocturna.
Había hecho un tiempo espléndido, pues había encontrado un sendero seguro que le llevó a la base sin ningún contratiempo. Fue toda una sorpresa descubrir que ella estaba ya allí, descansada y alegre y canturreando mientras se preparaba el desayuno.
Elissa se giró para mirarle, mientras él aún la observaba en la fila. Ella le sonrió y él rápidamente apartó la mirada. Si Elissa no se clasificaba entre los ganadores, Peron lo consideraría también una mala noticia, porque estaba convencido de que la clasificación de ella estaría por encima de la de él.
Miró una vez más la pantalla. Los marcadores estaban mostrando los nombres de los participantes que quedaban. Peron los contó a medida que iban apareciendo. Sólo setenta y dos. Las últimas pruebas habían sido terriblemente difíciles, lo suficiente para eliminar por completo a la cuarta parte de los finalistas. Ya estarían de regreso a sus ciudades natales, demasiado decepcionados para esperar y descubrir quiénes eran los afortunados ganadores.
Peron frunció el ceño y volvió a mirar la fila de finalistas. ¿Dónde estaba Sy? ¿Habría fallado? No, allí estaba, a unos pocos metros de los otros. Como de costumbre, era fácil perderle de vista… se fundía inopinadamente en cualquier escena, por eso a Peron le había llevado un instante localizarle. No tendría que haber sido difícil de distinguir, porque tenía el pelo negro, los ojos grises y brillantes y el brazo izquierdo ligeramente deformado. Pero, de alguna manera, era difícil verle. Podía hundirse en el fondo y quedarse observándolo todo en silencio con aquella expresión cínica y presumida que Peron encontraba tan irritante… ¿Quizá porque sospechaba que Sy era realmente superior? Ciertamente, en todo lo que requiriera poderes mentales había sobrepasado sin esfuerzo a Peron (y a todos los demás, según la apreciación de Peron); y donde era necesaria agilidad o fortaleza física, Sy encontraba de alguna manera un medio para compensar su brazo deforme. Era un misterio cómo lo hacía. Nunca ocupaba el primer lugar en la mayor parte de las pruebas físicas, pero teniendo en cuenta su defecto estaba en una posición mucho más alta de lo que podía suponerse.
Sy ignoraba la pantalla y concentraba su atención en sus compañeros participantes, evaluando claramente su estado. Peron sospechó de repente que Sy ya sabía que estaba en los veinticinco puestos superiores y estaba mirando más allá, haciendo planes para las pruebas que tendrían lugar fuera del planeta y que determinarían quiénes serían los diez ganadores definitivos.
Peron deseó poder sentir tanta confianza. Estaba seguro (¿no?) de que se encontraba entre los treinta mejores. Esperaba estar entre los veinte, y en su imaginación se veía en el cuarto o quinto puesto. Pero con contendientes venidos de todo el planeta, y siendo la competición de tal calibre…
La multitud rugió. ¡Por fin! Las puntuaciones empezaron a aparecer. Las pantallas fueron conectadas lenta y dolorosamente. Los jueces se reunían en gran secreto, sabiendo que los resultados serían propagados instantáneamente por todo el planeta y que un error arruinaría su reputación; y los responsables individuales de las pantallas habían sido contagiados por la misma obsesión por el cuidado y la precisión. Todo era comprobado y revisado antes de que apareciera.
Peron había visto grabaciones de las Planetfiestas recientes una y otra vez, pero esta era diferente y más elaborada. Las pruebas se celebraban cada cuatro años. Normalmente, los premios eran altos cargos en el gobierno de Pentecostés, y tal vez la oportunidad de ver los Cincuenta Mundos. Pero los juegos que tenían lugar cada veinte años, como en este caso, tenían un nivel de importancia completamente distinto. Seguían ofreciendo los mismos grandes premios de siempre. Pero éstos no eran la recompensa auténtica. Se rumoreaba que también había un premio mayor: la oportunidad de ver a los Inmortales y trabajar con ellos.
¿Y qué significaba eso? ¿Quiénes eran los Inmortales? Nadie podía decirlo. Nadie, que Peron supiera, había visto nunca a uno. Eran las figuras misteriosas, los que vivían para siempre, los que regresaban cada generación para traer el conocimiento de las estrellas. Las estrellas que podían alcanzar en unos pocos días, según se creía… en conflicto con todo lo que los científicos de Pentecostés creían sobre las leyes del Universo.
Pero aún estaba reflexionando sobre esto cuando el rugido de la multitud, separada de los contendientes por una barricada y por guardias armados, le hizo recobrar la atención. El primer ganador, en el puesto vigésimo quinto, acababa de ser anunciado. Era una muchacha, Rosanne. Peron la recordaba de la Larga Marcha por el Desierto de Talimantor, cuando los dos habían formado una alianza temporal para buscar agua subterránea. Era una muchacha alegre e incansable que acababa de rebasar la edad mínima permitida para participar, los dieciséis años, y que se apretaba el pecho con la mano, pretendiendo tambalearse y desvanecerse de alivio porque acababa de clasificarse por los pelos.
Todos los demás contendientes miraron a la pantalla con una nueva intensidad. El método para anunciar a los vencedores era una costumbre bien establecida, pero no había ni un solo participante que no deseara que se hiciera de forma diferente. Desde el punto de vista de la multitud, era muy agradable anunciar a los vencedores en orden ascendente, para que el nombre del vencedor definitivo se diera el último. Pero durante las competiciones, todos los participantes se formaban una idea aproximada de sus posibilidades comparándose directamente con sus oponentes. Era fácil equivocarse por cinco puestos, pero eran poco probables los errores mayores. Pero, a medida que los nombres eran anunciados gradualmente y se adjudicaban la vigésimo cuarta, la vigésimo tercera y la vigésimo segunda posición, la mayor parte de los contendientes empezaron a sentir incertidumbre creciente, pánico o sumisión. ¿Era posible que se hubieran colocado tan alto? ¿O es que ya estaban eliminados, como parecía lo más probable?
Los anuncios continuaron lentamente. La vigésima posición. La decimo-séptima. La decimocuarta.
Por fin se alcanzó el número diez: Wilmer. Un muchacho alto y delgado cuya cabeza estaba completamente desprovista de pelo. O bien se afeitaba a diario o era prematuramente calvo. Siempre tenía hambre y siempre estaba despierto. Los demás habían bromeado al respecto: Wilmer hacía trampa, rehusaba irse a dormir hasta que todos los demás lo hubieran hecho. Entonces dormía más rápido que los demás, lo que no era justo. Wilmer se lo tomaba bien. Podía permitírselo. Al necesitar menos horas de sueño que los demás, podía pasar más tiempo preparándose para la prueba siguiente.
Ahora estaba tumbado sobre las piedras, con los ojos cerrados. Siempre había dicho que cuando terminara esta etapa de las pruebas, dormiría diez días de un tirón.
La lista avanzó hasta la quinta posición. Era Sy. El joven moreno parecía tan impasible como siempre, sin ningún gesto visible de placer o alivio. Estaba de pie, con la cabeza ligeramente inclinada, sosteniendo su codo izquierdo con la mano derecha y sin mirar a nadie más.
Peron notó que su estómago se tensaba. Había sobrepasado la clasificación que había esperado ocupar y ahora estaba en una zona donde sólo cabían las esperanzas más desaforadas.
Número cuatro: Elissa. Ella dio un suspiro de alivio. Peron sabía que tendría que sentirse contento, pero ahora no tenía tiempo para eso. Se apretó las manos una contra otra para hacer que dejaran de temblar, y esperó. La pantalla estaba quieta, sin cambiar. El coliseo parecía lleno de un silencio terrible, aunque sabía que la multitud estaría vitoreando salvajemente.
Número tres. Las letras aparecieron lentamente P-e-r-o-n d-e T-u-r-c-a-n-t-a. Sintió que sus pulmones se relajaban con un suspiro largo y tortuoso. Había estado conteniendo inconscientemente la respiración durante muchos segundos.
¡Lo había conseguido! Tercer lugar. ¡Tercer lugar! Nadie de su región se había colocado nunca tan alto en los cuatrocientos años de los juegos de la Planetfiesta.
Peron oyó el resto de los resultados, pero apenas les prestó atención. Estaba abrumado por el placer y el alivio. Una parte de su mente se sorprendió cuando se anunció al segundo clasificado, Kallen, porque apenas reconoció el nombre. Se preguntó cómo podrían haber pasado por tantas pruebas difíciles sin que se hubieran hablado el uno al otro. Pero todo —la multitud, el coliseo, los otros participantes—, parecían estar a kilómetros de distancia, como si fueran espejismos provocados por la brillante luz del sol.
El último nombre apareció y la multitud exhaló un último rugido. ¡Lum! ¡Lum de Minacta había quedado el primero! Nadie le discutía su triunfo, pero sería una triste decepción para todos los padres que instaban a sus hijos e hijas a llevar buena vida para así poder ganar los Juegos. ¿Quién querría ser el ganador si eso significaba volverse tan grande, tan gordo y tan rudo como el ganador de este año?
Al final de la fila hubo un alboroto. Dos de las muchachas que estaban cerca de Lum le habían abrazado y luego habían intentado levantarlo en hombros para pasearlo triunfalmente frente a la multitud. Tras unos instantes, resultó obvio que era demasiado pesado. Lum se inclinó, cogió a una muchacha con cada brazo y las alzó y se colocó una en cada hombro mientras se dirigía a la barricada. Alzó las manos e hizo una rápida pirueta mientras la multitud se volvía loca de júbilo.
—¡Vamos, tristón! —Peron oyó la voz a su lado. Era Elissa, quien le agarró por el brazo—. Parece como si fueras a irte a dormir. Vamos a celebrarlo… ¡somos ganadores! Tenemos que actuar como tales.
Antes de que pudiera objetar nada, ella le empujó hacia los demás. La fiesta estaba comenzando. Ganadores y perdedores, todos habían olvidado el cansancio. Ahora que la competición había terminado y se había decidido quiénes eran los mejores, la multitud les trataría a todos como ganadores. Cosa que eran. Habían sobrevivido a las pruebas más terribles que la Planetfiesta podía proporcionar. Y ahora lo celebrarían hasta que Cassay desapareciera del cielo y sólo quedara la débil luz roja de Cassby para indicarles el camino a sus dormitorios.
La Planetfiesta había acabado hasta dentro de otros cuatro años. Pocos se paraban a pensar que el ganador definitivo aún no había sido seleccionado. Las últimas pruebas tenían lugar fuera del planeta, lejos de la publicidad, donde no se hacía ningún anuncio. Los participantes sabían la verdad: una fase aún más dura y desconocida les esperaba, donde el único premio sería el conocimiento de la victoria. Pero las recompensas monetarias, las celebraciones por todas las provincias, el aplauso público, y las generosas pensiones a las familias no se basaban en los resultados obtenidos fuera del planeta. Así que para la mayoría de los habitantes de Pentecostés —para casi todo el mundo excepto para los propios finalistas— los juegos planetarios habían terminado.
Y el nombre de Lum, Lum de Minacta, brillaba por encima de todos los demás.
—Estoy seguro que pensáis que habéis pasado por muchas dificultades. Bien, mi trabajo es deciros que los tiempos difíciles están sólo empezando. Aceptad lo que os dice Eliya Gilby. Aún no habéis visto nada. Comparados con las pruebas fuera del planeta, los jueguecitos de la Planetfiesta son asunto de chiquillos.
El que hablaba era un hombre delgado y de pelo gris que vestía el cuero negro y el bronce brillante de la Guardia del Sistema. Tenía una sonrisa sardónica en la cara que igual podía interpretarse como piedad, presunción o dispepsia. Era incapaz de permanecer quieto mientras hablaba. Se movía delante del silencioso grupo y sus manos ajustaban constantemente el cuello de su uniforme, se posaban en el cinturón o frotaba los ojos inyectados en sangre.
Los ganadores de la Planetfiesta que le escuchaban estaban en mucho mejor estado. Las ofertas de bebidas, drogas y estimulantes a cargo de los que habían estado celebrando con ellos habían sido numerosas, pero años de preparación para las pruebas les habían enseñado a autocontrolarse. Y un sueño tranquilo hasta casi el mediodía, sin tener que hacer planes para la próxima prueba, había sido un lujo y una buena manera de recuperarse. Se miraban mutuamente mientras el guardia continuaba hablando e intercambiaban discretas miradas. El capitán Gilby estaba en un estado lamentable. Por el aspecto que tenía, no había rehusado ninguna invitación para beber. No había duda de que tenía una resaca enorme tras la larga celebración de la noche.
El capitán movió la cabeza de un lado a otro, muy lentamente. Gruñó, suspiró y se aclaró la garganta.
—Maldita sea. Bien, aquí vamos. Es mi trabajo tratar de explicaros los Cincuenta Mundos. Pero os puedo decir de entrada que no hay manera de que sepáis cómo son hasta que los veáis con vuestros propios ojos. Aceptar mi palabra. He hecho ya seis viajes con seis grupos de ganadores por el sistema Cass. Y todo el mundo me dice que mis imágenes son inútiles cuando ven cómo es de verdad. Y yo estoy de acuerdo. Pero mis jefes no me hacen caso, así que eso es lo que vais a obtener hoy. Imágenes. No os darán más que una idea aproximada, pero es todo lo que tenéis hasta la semana que viene.
Arrugó la nariz, se inclinó lentamente hacia delante y levantó con cuidado un maletín grande y plano.
—Vamos a echar una ojeada a unas cuantas imágenes de Barján, que está cerca de Cassay. Si queréis mi opinión, es un infierno. Supongo que es mucho pedir que alguno de vosotros sepa algo sobre él.
Wilmer miró a su alrededor y luego levantó una mano.
—Yo sí sé.
Gilby le miró.
—¿Sí? ¿Te importa decirme cómo, ya que ese tipo de conocimiento no es público en Pentecostés?
—Mi tío fue ganador de la Planetfiesta hace doce años. El año pasado le pregunté sobre las pruebas de fuera del planeta.
—¡Antes de empezar la primera ronda de la Planetfiesta! Eres un gallito engreído, ¿no? Bien, háblame de Barján.
—Dunas de arena, como muestra la imagen. Vida vegetal primitiva. Ningún animal, no mucha atmósfera. Y hace un calor del demonio excepto en los polos. Es como plomo derretido. —Wilmer dudó y luego añadió—: No es el lugar que yo eligiría para una prueba. Si tiene lugar allí, habrá que llevar trajes protectores todo el tiempo.
—No trates de influir sobre los otros —dijo suavemente Gilby. Mientras Wilmer hablaba, habían traído una bandeja con bebidas calientes y el capitán la miraba con deseo—. Pero el resto de lo que dices es bastante adecuado. Allí hace bastante calor para que os fría las pelotas en dos minutos si el traje protector falla. Si es que tenéis pelotas. Barján está sólo a ciento veinte millones de kilómetros de Cassay. Vamos a mirar otro mundo un poco más lejano. Este es Gimperstán. ¿Alguien sabe algo de él?
Gilby tenía en la mano dos fotos. Una mostraba una visión espacial de una bola marrón-verdosa; la otra, una jungla de vegetación increíblemente enrevesada. Wilmer negó con la cabeza, y ninguno de los otros pareció dispuesto a hablar.
—Y probablemente tampoco querréis saberlo. Su nombre oficial es Gimperstán, pero se le llama Apestoso. Y se lo merece. Tiene atmósfera, y en principio es respirable. Lo he intentado. Dos inspiraciones te hacen salir corriendo y vomitar. Es algo que producen las plantas, y hace que todo el planeta huela como un auténtico estercolero. Inspirad profundamente y os dejará inconscientes.
Mostró las fotografías sin soltarlas y luego las volvió a meter en el maletín.
—Tenemos mucho terreno que cubrir, pero creo que es mejor dejarlo para luego. No me parece que podáis absorber tantos datos para empezar. Y, además, quiero una de esas bebidas o me caeré aquí mismo.
Se acercó a la bandeja y sonrió desagradablemente a su público.
—Me alegra de que seáis vosotros los que se presentan a la prueba y no yo. Tenemos unos cuantos monstruos en el Sistema Cass. Habéis visto los nombres oficiales de los planetas en la escuela, pero la gente que ha estado allí no los llama de esa forma. Sus apodos son mucho más apropiados. Están Manicomio y Bum-Bum, Imshi, Glug, Danza de Fuego y Mata de Pelo. Y cuando llegamos al Sistema Exterior es aún peor. Tenemos que echar un vistazo a Sefueotravez, Melaza y Silbido, y luego a Woposh, Pinto, Pecas, Camello, Cráter. No se les llama los Cincuenta Mundos en balde, y cada uno de ellos puede ser una trampa mortal. —Alzó uno de los envases, probó un sorbo y dirigió a su público otra mueca sádica—. No penséis que vuestras preocupaciones han terminado. Cuando estéis en medio de las pruebas fuera del planeta, desearéis haberos vuelto hoy a casa con los perdedores.
Toda la tarde había estado dedicada a reuniones a cargo de Gilby y los otros. Luego tuvieron lugar conferencias de prensa y reuniones con los VIPS de la zona de cada uno de los vencedores. No tuvieron tiempo libre, ni siquiera para comer, hasta muy tarde. Peron había encontrado un rincón tranquilo en una esquina del comedor y comía solo.
Pero se sintió más que halagado cuando Elissa se acercó con una bandeja y se sentó frente a él sin pedir permiso.
—A menos que te estés escondiendo por alguna buena razón, creo que me quedo aquí. Ya he hablado con Lum y con Kallen, y ahora quiero presentarte mis respetos.
—¿Te estás trabajando la lista completa de los ganadores y por orden?
Ella se echo a reír.
—Por supuesto. ¿No lo hace todo el mundo? No, sólo bromeaba. Me interesas, y por eso pensé que no estaría mal cenar juntos. A menos que te estés escondiendo realmente.
—No me oculto. Estoy meditando. Sólo estaba sentado aquí pensando lo brusco y exigente que ha sido hoy todo el mundo. Empezó esta mañana con el capitán Gilby y pensé que se debía a que tenía resaca. Pero se ha vuelto aún peor. Somos amables con todo el mundo y la gente que conocemos, extraños en su mayoría, nos tratan como si fuéramos basura.
—Naturalmente —dijo Elissa—. Es mejor que nos acostumbremos. No tienen intención de hacernos daño, pero somos los ganadores de la Planetfiesta, nombres importantes, y eso nos convierte en grandes. Mucha gente tiene que recordarse constantemente que no somos tan grandes, que somos igual que ellos. Y una forma de convencerse de eso es poniéndonos por los suelos.
—Estoy seguro de que tienes razón. —Peron miró a Elissa con respeto—. Pero no lo había visto de esa forma. Sabes, va a parecerte una estupidez, pero aún no puedo creer que consiguiera mejor puntuación que tú. Lo hiciste todo mejor que yo. Y creo que piensas mejor. Quiero decir que eres más perceptiva, más…
—Si vas a pedirme que salga contigo hay medios más directos —dijo Elissa. Se inclinó hacia delante y tocó el brazo de Peron—. Sólo tienes que decirlo. Eres el opuesto exacto de Sy. Él piensa que todo el mundo es una especie de mono entrenado. Pero tú siempre te subestimas. Eso es raro en un ganador de la Planetfiesta. La mayoría son como yo, impulsivos. Y en cuanto a Lum…
—Y en cuanto a Lum —repitió una voz a sus espaldas—. ¿Qué pasa conmigo? Espero que sea algo bueno.
Era Lum, y con él venía Kallen, el segundo ganador.
—Bien. Es conveniente que estéis los dos juntos —dijo. Se sentó en un extremo de la mesa, amenazando con derribarla—. ¿Os encontráis de humor para tener otra reunión esta noche? A los organizadores de la Planetfiesta les gustaría reunirse con los cinco mejores.
—Lo primero es lo primero, Lum —dijo Elissa—. Peron, tienes que conocer al hombre misterioso. Éste es Mario Kallen.
—Hola. —Peron se incorporó para estrechar la mano del segundo ganador, y se encontró agarrando el aire. Kallen estaba ruborizado y miraba en otra dirección.
—Encantado de conocerte. —La voz era un susurro profundo. Peron le miró de nuevo y advirtió por primera vez las líneas rojas de tejido cicatrizado en su nuez de Adán.
—Sentémonos —dijo Lum alegremente—. Aún nos queda una hora para la reunión, y quiero contaros lo que Kallen me ha estado diciendo sobre la Planetfiesta.
—¿No falta también Sy? —preguntó Elissa.
—Ya le he buscado. Me mandó al infierno, dijo que no quería participar en ninguna reunión de idiotas. —Lum echó hacia atrás el banco para que Kallen pudiera sentarse—. El viejo Sy es un caso interesante. No sé cómo pudo hacerlo tan bien con ese brazo lisiado, pero desde luego no consiguió ningún punto extra de los jueces por su tacto y diplomacia.
Elissa hizo un guiño a Peron. Ni Lum, decía su sonrisa. Se giró inocentemente hacia los otros dos.
—No he pensado en nada más que en la Planetfiesta durante dos años. Pero me gustaría oír algo nuevo.
—Lo oirás —dijo Lum sombríamente—. Adelante, Kallen.
Kallen permaneció sentado con las manos entrelazadas. Una vez más se había puesto rojo por el embarazo.
—Yo tampoco pensaba en otra cosa —dijo por fin con una voz gutural y ronca. Entonces dudó y miró indefenso de una persona a otra. Lo que había sido difícil de contar a una sola persona era imposible de contar a tres.
—¿Qué te parece si yo lo digo y tú me corriges si me equivoco? —intervino Lum rápidamente—. Así podré ver si lo he comprendido bien.
Kallen asintió, agradecido. Sonrió tímidamente a Elissa y luego miró en dirección a la esquina de la sala.
—Supongo que todos hicimos el mismo tipo de cosas cuando empezamos las pruebas —dijo Lum—. En cuanto supe que iba a participar, me puse a investigar todo lo posible sobre los juegos de la Planetfiesta: cuándo empezaron, cómo se organizan y demás. Había oído vagas leyendas sobre los Gosámeros, y los Inmortales, y los Pipistrellas, y Cielo Abajo, y los Objetos Kermel. Y el Espacio-L y el Espacio-N. Quise saber qué era todo aquello, o al menos reunir todos los rumores que pudiera.
Peron y Elissa asintieron. Ellos habían hecho exactamente lo mismo.
—Pero el caso de Kallen fue un poco diferente. Legalmente, era lo bastante mayor, lo justo, para los juegos previos. Nació en la fecha tope exacta; justo a medianoche. Y se presentó a todas las rondas preliminares entonces. Y destacó en todas.
Kallen se sonrojó aún más.
—Nunca he dicho eso —susurró.
—Lo sé. Pero es la verdad. El caso es que entonces sufrió el accidente. La rueda de un carro se partió cuando le pasaba por encima, y un pedazo de radio se le clavó en la garganta. Le costó las cuerdas vocales y le apartó del mundo durante casi un año. Y por supuesto acabó con todas sus esperanzas para los juegos. Eso pudo haber sido el final, pero Kallen nació en terreno fronterizo, entre dos zonas planetarias. Descubrió que su nacimiento había sido anotado dos veces, en cada una de las dos zonas distintas. Según una de las zonas, era una hora más joven. Era aún lo suficientemente joven para intentarlo de nuevo en esta prueba. Así que lo solicitó otra vez, y aquí está.
«Pero antes de que las pruebas empezaran esta vez, sintió curiosidad por saber los resultados anteriores. Recordaba a la gente que había competido y estaba muy seguro, por su propia experiencia, de quiénes serían los vencedores. Lo comprobó y vio que no se había equivocado. Entre los veinticinco mejores había siete que recordaba, tres de los cuales se colocaron entre los diez primeros en las pruebas fuera del planeta. Habían realizado las pruebas preliminares con Kallen y todos se habían hecho bastante buenos amigos.
Peron y Elissa estaban escuchando, pero empezaban a sentirse un poco sorprendidos. El relato de Kallen parecía no contener ninguna sorpresa.
Lum advirtió la mirada que intercambiaron.
—Esperad un poco antes de empezar a bostezar —dijo—. Dentro de un minuto encontraréis algo que os mantendrá despiertos. A mí me pasó.
«Kallen intentó contactar con ellos, pero ninguno había regresado a su región natal. Según sus familias, todos estaban trabajando para el gobierno y ocupaban puestos importantes, y todos enviaban a casa mensajes e imágenes. Kallen vio los vídeos y eran las mismas personas que recordaba. Y los mensajes respondían a las preguntas de sus familias, así que no podían ser vídeos antiguos almacenados y enviados más tarde. Pero ninguno de ellos había vuelto a casa en cuatro años. Se habían quedado fuera del planeta. Estaban ahí fuera, en algún lugar de los Cincuenta Mundos.
Kallen levantó la mano.
—No supongas eso —susurró—. Yo no lo hago.
—Cierto. Digamos que puede que estén en algún lugar del Sistema Cass. O incluso más lejos. De todas formas, aquello despertó la curiosidad de Kallen. Comprobó la Planetfiesta anterior a la suya. Con más de mil millones de habitantes en Pentecostés, las probabilidades de que conozcas a un finalista son muy pequeñas. Pero ya sabéis lo que se dice. Sólo estamos a tres personas de distancia de cualquier otra. Siempre se conoce a alguien que conoce a alguien que conoce a la persona a la que quieres localizar. Kallen empezó a buscar. Es persistente, descubrí eso por las bravas en la Séptima Prueba, cuando los dos nos perdimos juntos en el Laberinto. Y por fin encontró a uno que había sido descalificado en las pruebas preliminares de la Fiesta anterior, pero que era amigo de un ganador. Y aquel ganador nunca había vuelto a casa después de las pruebas fuera del planeta.
Lum hizo una pausa y miró a Peron, que asentía vigorosamente.
—No pareces muy sorprendido. ¿Quiere eso decir que ya sabías todo esto?
—No. Pero tengo una experiencia similar. Intenté buscar a una antigua ganadora de mi región, y no conseguí nada. Se suponía que estaba fuera del planeta, ilocalizable, pero que estaría encantada de contestar preguntas hechas por escrito. Lo hizo, y me envió un vídeo. Kallen, ¿estás sugiriendo que ninguno de los ganadores fuera del planeta vuelve a Pentecostés? Eso no parece tener mucho sentido. ¿Por qué querrían quedarse?
Kallen se encogió de hombros.
—No hay ninguna razón que podamos imaginar —dijo Lum—. Dejad que os cuente el resto. Cuando Kallen realizó las pruebas preliminares para la Planetfiesta anterior, había un participante llamado Sorrel. Nunca acababa el primero en ninguna prueba, pero siempre conseguía pasar a la siguiente ronda. Era fácil de tratar, y popular, y parecía llevarse bien con los guardias, pero nunca obtuvo ninguna publicidad de los medios de comunicación del gobierno. Otras tres cosas: parecía no necesitar dormir mucho; parecía tener información que los otros no conocían… porque un primo suyo había sido finalista en una Fiesta previa. Y era completamente calvo. ¿Os recuerda a alguien que conozcamos?
—Wilmer —dijeron Peron y Elissa al unísono.
—Pero no puede ser —continuó Elissa—. No podría competir dos veces. No se le permitiría, a menos que fuera un caso raro como Kallen… Oh, no me mires así, sabes lo que quiero decir, tendría que haber nacido en el momento exacto y en el lugar donde se encuentran dos zonas.
—No compitió… dos veces —dijo Kallen suavemente.
—Sorrel y Wilmer no se parecen —añadió Lum—. Kallen está absolutamente seguro de que son personas distintas. Wilmer no ha competido dos veces.
—¿Ni tampoco una? —dijo Peron, pensativo—. Después de la Prueba Polar, regresamos juntos. Y no pude sacarle una palabra sobre cómo había conseguido cruzar el glaciar y las hendeduras. Sólo me sonrió. Recuerdo que entonces pensé que parecía tan impasible y descansado que era difícil creer que acababa de pasar catorce horas en una situación límite.
—Estoy de acuerdo —dijo Lum—. Después de oír a Kallen, pensé lo mismo. Wilmer no es un contendiente real. Es un infiltrado. No creo que haya tomado parte en ninguna de las pruebas. Nadie le ha visto durante ellas, sólo antes y después. La pregunta es por qué poner a un observador exterior entre los contendientes. Y completamente calvo, lo que le hace fácil de recordar.
—Mi padre me lo dijo antes de que me presentara —dijo Peron—. En la Planetfiesta hay más de lo que el gobierno quiere decir. Odia al gobierno de Pentecostés, y no quería que participara en las pruebas. Dice que hemos vivido los últimos cuatrocientos cincuenta años en un punto muerto, sin ningún progreso real, desde que empezó la Planetfiesta. Pero no le hice mucho caso. Se dedica a actividades políticas clandestinas, y desde los diez años vivo temiendo que llegue el día en que vengan a arrestarle. Ahora parece que todos estáis de acuerdo con él. En la Fiesta hay cosas que desconocemos.
—Pero eso no responde a la pregunta de Lum —dijo Elissa. Estaba siguiendo el rastro de las gotas de agua que había sobre la mesa, y de vez en cuando sus ojos realizaban una rápida inspección de la sala para ver si alguien les estaba observando.
—Aún no —accedió Peron—. Pero concédeme un minuto y déjame que te lo cuente tal como lo vería mi padre. Primero, Wilmer. Supongamos que es un infiltrado del gobierno. Entonces nos está observando por una razón concreta. Mi padre diría que su presencia no tiene sentido si no tiene efecto en los resultados de las pruebas de la Planetfiesta. Así que eso sugiere que los resultados están siendo alterados… para que gane la gente adecuada. Pero no lo creo. Hay demasiadas personas relacionadas juzgando y evaluando. Así que tiene que ser un poco más sutil. Alguien quiere saber cómo se comportarán los vencedores cuando se encuentren con ciertos hechos. Y eso concuerda con la otra observación de Kallen: a los ganadores de la Planetfiesta les ocurre algo que no conocemos aún. Tal vez no le suceda a todos pero al menos sí a algunos.
Los otros tres guardaron silencio largo rato. Miraban a Peron, expectantes. Finalmente él advirtió que estaban sólo esperando. Permaneció callado hasta que Lum miró el reloj.
—Otros cinco minutos y tendremos que irnos. —Su voz era respetuosa—. Vamos, Maestro, sigue contándonos el resto. Estoy seguro de que tienes razón hasta ahora. Estoy empezando a sentirme cada vez menos orgulloso de esa posición número uno.
Peron miró intensamente a los otros tres. Elissa miraba pensativa la superficie de la mesa. Kallen y Lum estaban visiblemente excitados.
—Primero —dijo Peron—, si sabemos que hay un infiltrado del gobierno en el grupo, podría haber otros. Así que no digamos nada a nadie, a menos que estemos absolutamente seguros de que es otro contendiente. Eso incluye a gente que conocemos de antes, o gente con la que hemos trabajado en las pruebas y que no pueden ser competidores falsos. ¿Qué hay de Sy?
Kallen sacudió la cabeza.
—Es un competidor genuino —susurró—. Y sorprendente. He estado con él durante alguna de las pruebas. Es mucho más inteligente y rico en recursos que ninguno de nosotros, pero por ese brazo lisiado que tiene ve el mundo a través de un espejo distorsionado. Deberíamos decírselo, aunque eso confirmará sus peores recelos sobre la gente.
Kallen nunca había hablado tanto ante el grupo. El mismo pareció darse cuenta y sonrió a Elissa, cohibido.
—De acuerdo, Sy es uno de nosotros —dijo Lum—. ¿Qué más, Peron?
Era desconcertante ser tratado como una autoridad. Peron se mordió una uña y pensó.
—No tenemos que hacer nada, —dijo por fin—. Excepto mantener los ojos abiertos y la boca cerrada. Es obvio, por lo que Kallen ha dicho, que tarde o temprano conoceremos el misterio de las pruebas extraplanetarias. Deben de habérselo dicho a los primeros ganadores. Así que también nos lo dirán a nosotros, y así descubriremos qué les sucede a los ganadores después de que las pruebas extraplanetarias hayan terminado. No hay ninguna indicación de que vaya a pasarnos nada malo… sólo que está sucediendo algo que el gobierno no quiere que conozca el público. Tiendo a estar de acuerdo con mi padre en el sentido de que, en sí mismo, es algo malo. Pero hasta que sepamos lo que es, no podemos estar en desacuerdo. Así que es sencillo: de momento intentaremos definir en cuántos del grupo podemos confiar. Y de ahora en adelante nos cuestionaremos todo lo que nos digan.
—¿Crees que deberíamos discutirlo con los otros? —Lum se incorporó—. Yo prefiero no decir nada.
—Necesitamos todos los ojos y oídos que podamos encontrar —dijo Peron—. Tendremos cuidado.
Se dirigieron juntos hacia la salida, sin hablar hasta que salieron del comedor y se dirigieron a los centros de comunicación de la Planetfiesta.
Lum y Kallen caminaban delante, dejando a Peron y Elissa paseando codo con codo a través del gélido aire de otoño. Pequeña Luna ya había salido y, cerca del horizonte, el fuego rojo de Cassby producía sombras largas y ocres mientras se ponía.
Elissa se detuvo y miró el cielo. Estaba claro, y las estrellas aparecían lentamente a través de la oscuridad.
—Estaremos ahí arriba dentro de unos cuantos días —dijo Peron. La cogió por el brazo—. Veremos los Cincuenta Mundos y tal vez incluso veamos la Nave. He soñado con eso desde que tenía cuatro años.
—Lo sé. Yo también. Mi tía no cree que exista una Nave. Dice que siempre hemos estado aquí, en Pentecostés.
—¿Qué le dijiste?
—Nada. Para alguien con ese punto de vista, la lógica es irrelevante… creerá lo que quiera, a pesar de la evidencia. Su religión dice que Dios nos colocó aquí, en Pentecostés, y para ella eso es el final de la discusión.
—¿Y tú? —Peron era consciente de que ella estaba muy cerca—. ¿Qué piensas?
—Sabes lo que pienso. Estoy marcada por una mente lógica y mucha curiosidad. Por eso quiero echar un vistazo. En cuanto estemos ahí arriba, fuera del planeta, el cielo cambiará por completo. —Suspiró—, Cuando era pequeña y soñaba con salir del planeta, me parecía que sería igual que ir al cielo. Pensaba que todo sería diferente. Nada de controles, ni de oficiales de seguridad, ni guardias; todo claro y simple. Ahora va a ser otra competición terrible.
Peron asintió.
—Por eso no dejan que los contendientes tengan más de veinte años. Para hacerlo bien en la Planetfiesta, es necesario no cuestionarse mucho lo que se hace. Las pruebas necesitan una mente sin pulir.
—Cosa que no volveremos a tener. Hemos salido del cascarón y ya no hay manera de regresar. Esperemos que existan compensaciones. —Ella le cogió la mano y deslizó suavemente las yemas de sus dedos sobre la palma—. Vamos, terminemos con esa reunión. Luego podrás sacarme a dar ese paseo… el que estabas a punto de pedirme que diéramos cuando llegó Lum.
Durante la mayor parte del trayecto de ascensión, el capitán Gilby les había arengado incesantemente. Había señalado las características de la nave, abundando en detalles sobre las cosas que podrían salir mal durante la fase de ascenso; les había dicho, una y otra vez, que la enfermedad de la baja gravedad era psicológica, hasta el punto de que cada vez que tenían que hacerlo vomitaban en privado; y les había pedido a cada uno de los veinticinco que señalaran su propia región de Pentecostés a medida que la órbita les situaba sobre él, arrugando la nariz desdeñosamente ante cada uno de sus fallos. Reconocer una tierra familiar desde el espacio resultó ser mucho más difícil de lo que habían supuesto. Capas de nubes, neblina, y la diferencia de ángulo cambiaban todos los elementos habituales de identificación.
Pero, finalmente, cuando su aparato estaba a nueve mil kilómetros de Pentecostés y se aproximaba a La Nave, Gilby guardó silencio. Éste era uno de los casos en los que había aprendido a dejar que el suceso abrumara por sí solo a los participantes, sin su ayuda.
El aparato que les había transportado desde la superficie de Pentecostés era mayor de lo que ninguno de ellos había esperado. Una nave capaz de alojar a treinta personas no parecía particularmente grande, incluso sabiendo en principio cuánta capacidad hacia falta para el combustible. La realidad les había dejado sin habla. Saldrían al espacio en la punta de un obelisco gigantesco, que destacaba, con sus veinte pisos de altura por encima de la lisa llanura del Desierto de Talimantor.
Ahora estaban contemplando otro cambio de escala. La Nave había aparecido en las pantallas como un puntito de luz, muy lejos de ellos. A medida que se iban acercando lentamente y sus rasgos se volvían visibles, pudieron ver las dimensiones, aunque no comprenderlas. Estaban contemplando un ovoide irregular, una bola pulida cubierta de granulosidades, pelo y rayas, como una fruta medio podrida. Al aproximarse más, localizaron más detalles. Cada uno de los pequeños pezones en la parte inferior era un atracadero, capaz de recibir una nave del tamaño de la suya; las finas protuberancias como cabellos que había en uno de los lados eran torres de aterrizaje; los arañazos regulares estaban compuestos por multitud de finos puntos, cada uno de ellos una puerta de entrada al casco.
Todas las conversaciones cesaron, pues todos comprendían la importancia del momento. Miraban la Nave, la estructura mística, casi mítica, que había transportado a sus antepasados a través del vacío desde la Tierra, un lugar que se encontraba tan lejos en el tiempo y el espacio que estaba más allá de toda imaginación.
—Echad un buen vistazo —dijo Gilby por fin. Seguía siendo su maestro pero su voz tenía un tono diferente—. Ése fue el único hogar de vuestros antepasados durante quince mil años… el triple de lo que hemos vivido en Pentecostés. La Nave viajó de sistema en sistema, sin encontrar ningún sitio que pudiera servir de nuevo hogar. Visitó cuarenta y nueve soles y un centenar de planetas, y en todas partes encontró mundos muertos, congelados, o desiertos abrasadores. Cass fue el quincuagésimo sistema, y encontraron Pentecostés. Era adecuado para albergar vida humana. El paraíso, ¿no? ¿Sabéis lo que pasó entonces?
Todos permanecieron en silencio, abrumados por la presencia abrumadora de la Nave, que llenaba la pantalla situada delante de ellos.
—Discutieron —dijo Gilby. Dejó de juguetear con su galón para ajustarse el cinto—. Discutieron en la Nave sobre si deberían abandonarla y aterrizar en Pentecostés. La Nave era su hogar, y la mitad de la gente no quería abandonarla. Pasaron doscientos años antes de que se hiciera la última transferencia y la Nave quedara desierta. El acto final fue colocarla en una órbita superior, donde podría girar alrededor de Pentecostés para siempre.
Se habían aproximado a un par de kilómetros y daban lentas vueltas en espiral, alrededor del brillante casco. La superficie tenía un acabado mate, difuso, la evidencia de iones que soportaban el impacto de meteoros y el polvo interestelar.
—¿Hay alguna oportunidad de que podamos subir a bordo? —preguntó Wilmer. Tenía la nariz apretada contra el visor transparente, como un niño pequeño.
Gilby sonrió.
—Es un templo. No se permiten visitantes. Los viajeros originales dejaron la Nave en una situación tal que podría ser abierta y utilizada de nuevo. De momento no nos preocupa. La Nave se reabrirá y se volverá a poner a punto sólo si se usan armas nucleares en Pentecostés.
Señaló el ventanal.
—Mirad ahora y fijadla en vuestra memoria. No volveréis a verla.
Mientras hablaba, sintieron que la aceleración constante les hundía en los asientos. La Nave quedó atrás, encogiéndose rápidamente de tamaño. Se dirigían más lejos, al conglomerado de planetas que giraban alrededor y más allá de Cassay y que componían los Cincuenta Mundos.
Visto a través de los mejores telescopios de la Tierra, el sistema de Eta Cassiopea no era más que dos puntos gemelos de luz. Aparecía como un sistema binario rojo y dorado, una deslumbrante joya topacio y granate a menos de veinte años-luz del Sol. Los observadores de la Tierra no pudieron conseguir ningún detalle estructural de los elementos estelares. Pero para los múltiples sensores de Eleanora, que se dirigía, en una trayectoria retardada, hacia el componente más brillante de Casiopea-A, éste se mostró como un sistema de increíble complejidad.
Casiopea-A es una estrella amarilla, del tipo estelar GO V, un poco más brillante y algo mayor que el Sol. Su compañera es una enana roja, más ligera y con una cuarta parte de su luminosidad.
Densa, rojiza y pobre en metales, Casiopea-B mantiene las distancias con su brillante compañera. Nunca se aproxima a más de diez mil millones de kilómetros. Visto desde los planetas cercanos a Cass-A, su débil resplandor parece demasiado débil para tener ninguna influencia. Pero el campo gravitatorio es una fuerza de largo alcance, Los efectos gravitatorios de Cass-B tienen profunda influencia en todo el sistema. La familia planetaria que ha evolucionado alrededor de Eta Cassiopea es un zoo completo con una sorprendente variedad de especímenes.
Más de cincuenta mundos giran alrededor del par de estrellas. Sus órbitas son un compendio de inclinaciones y excentricidades. Los planetas que están a unos cientos de millones de kilómetros de Cass-A exhiben órbitas regulares y ciclos estables, con períodos orbitales bien definidos y órbitas casi circulares. Pero los otros mundos no muestran tal uniformidad. Algunos siguen trayectorias en las que tanto Cass-A como Cass-B actúan como foco, y sus años pueden durar muchos siglos terrestres. Otros, atrapados en resonancias con ambas estrellas, dibujan complicadas curvas a través del espacio, sin seguir nunca la misma pauta. A veces viajan en solitario aislamiento, a miles de millones de kilómetros de cada estrella; a veces se acercan a la superficie abrasada de Cass-A.
Los viajeros a bordo de Eleanora habían llegado a la conclusión de que un encuentro con un planeta mayor era también la causa de la complejidad del sistema. Millones de años antes, un gigante gaseoso se había acercado demasiado. Había cruzado junto a la fotosfera de Cass-A. Primero se evaporan los gases volátiles; luego, fuerzas irresistibles causaron la ruptura del núcleo. Los restos de la desintegración fueron lanzados en todas direcciones para convertirse en parte integrante de los Cincuenta Mundos.
Al principio, a los visitantes que se acercaban al sistema les pareció que las salvajes variaciones de los mundos exteriores lo dominaban todo. El complejo binario de Cassiopea era un candidato poco probable para la atención humana. La vida no tiene oportunidad de desarrollarse allí donde las órbitas son tan variadas. Los cambios son demasiado extremos. Las temperaturas funden los metales y luego solidifican el hidrógeno. Si llega a establecerse, la vida persiste y puede adaptarse a muchos extremos. Pero hay una fragilidad en la creación original que requiere un largo periodo de variaciones estrechamente controladas.
Eleanora envió las sondas automáticas, pero sólo porque ése había sido el procedimiento seguido a lo largo de muchos siglos. Los primeros informes confirmaron la impresión de que los mundos eran áridos y marchitos, hostiles y faltos de vida. Cuando la sonda de Pentecostés envió sus informes, éstos parecieron demasiado buenos para ser ciertos. Tenía una órbita planetaria estable, casi circular, a ciento noventa millones de kilómetros de Cass-A. Pentecostés era análogo a la Tierra, con vegetación propia y vida animal, temperaturas aceptables, una inclinación axial de dieciocho grados, días de veintidós horas, atmósfera respirable, océanos en un cuarenta por ciento de su extensión, una masa sólo un diez por ciento inferior a la de la Tierra y un período orbital sólo un cuatro por ciento mayor que el del año terrestre.
Resultaba difícil creer que Pentecostés pudiera existir entre las sorprendentes variaciones que componían los Cincuenta Mundos. Pero las sondas nunca mentían. Por fin, después de eones de viaje entre las estrellas e interminables decepciones, la humanidad había encontrado un nuevo hogar.
Los Cincuenta Mundos eran muy variados. Peron lo sabía. Los había de todo tipo de tamaños, formas, órbitas y ambientes. No había dos que parecieran remotamente similares, ni siquiera los gemelos del planeta doble de Dobelle. Y la mayor parte de ellos no encajaban con la idea que alguien pudiera tener sobre un lugar adecuado para vivir, y aún menos para ser escenario de otra prueba.
Y en cuanto a Remolino…
Peron se estaba acercando a él. Tenía que aterrizar allí. De entre todos ellos, pensó sombríamente, éste tiene que ser el más extraño y desconcertante.
En los dos últimos meses, los ganadores de la Planetfiesta habían orbitado más de una docena de mundos. Los planetas habían oscilado desde lo deprimente a lo inenarrable. Barján era un horno humeante cuya superficie permanecía siempre invisible tras una pantalla de partículas arrastradas por el viento y con una atmósfera ligera y venenosa. Gilby les había advertido que Barján sería un lugar terrible para realizar una prueba (¡pero había dicho lo mismo sobre la mayoría de ellos!). El polvo y la arena conseguían colarse por todas partes… incluyendo los controles de una nave. Había bastantes probabilidades de que un aterrizaje en Barján fuera fatal.
Gimperstán no era mejor. Los contendientes habían votado no mirarlo siquiera, después de que uno de los miembros de la tripulación les hubiera traído una botella con una muestra de savia de las jugosas enredaderas de Apestoso. La botella había permanecido abierta menos de dos minutos. Un día después, el aire de toda la nave aún olía, como si varios cadáveres estuvieran pudriéndose. Los purificadores de aire no conseguían eliminarlo.
Desde la distancia, Glug había parecido bastante hermoso. Los telescopios y escáners de la nave mostraban un mundo verde y fértil cubierto por nubes en un noventa por ciento. Habían hecho un aterrizaje y habían pasado un par de horas chapoteando y hundiéndose en la viscosa superficie. Una constante lluvia gris caía interminablemente del cielo ceniciento, y la vegetación saturada se inclinaba lastimosamente hasta tocar el suelo pegajoso. En cuanto se colocaba una bota en el suelo, el planeta parecía resistirse a soltarla. Se agarraba a ella con fuerza. Caminar era una penosa sucesión de pasos y succiones y había que sacar el pie pulgada a pulgada hasta que se liberaba con un gorgoteo desagradable. Como había dicho Wilmer, una vez que uno sacaba la bota del suelo, no quería volver a ponerla allí… a menos que su otra bota estuviera aún más hundida en el suelo.
Glug era repugnante, pero Peron pensaba que estaría en la lista definitiva. Sy, incluso, lo había votado como primera alternativa. Tal vez sus complejos sistemas de pensamiento habían descubierto algo sobre Glug que pudiera utilizar para su ventaja. Lum lo había señalado hacía ya tiempo a Peron y Kallen: Sy no necesitaba ventaja sobre los otros para ganar; todo lo que necesitaba era una situación que terminara con el handicap de su brazo lisiado. Con ello, les barrería a todos.
Algunos de los otros contendientes también habían votado provisionalmente a favor de Glug, pues antes de ir allí ya habían visitado otros de los lugares alternativos:
Bum-Bum: con constante actividad volcánica y terremotos, un nivel de sonido ambiental ensordecedor, aire sulfuroso y maloliente, y terreno traicionero, donde frágiles conglomerados de lava solidificada se alzaban sobre escoria derretida.
Danza de Fuego: Con sólo vida animal microscópica. Constantemente, una sexta parte de la vegetación que cubría el mundo era una masa ardiente y achicharrada. El resto estaba seca y dispuesta para arder con el más mínimo relámpago; lenguas de fuego bailaban y se abrían paso a lo largo de la superficie, cambiando repentinamente de dirección y moviéndose a mayor velocidad que un ser humano corriendo.
Mata de Pelo: Todo ser viviente, planta o animal que vivía en la superficie o en los mares salados servía como soporte para una sola especie de hongo. La adaptación evolutiva parecía completa, así que los hongos no eran dañinos, pero sus filamentos blancos y finos como cabellos se esparcían sobre cada centímetro de piel, y todas las orejas y orificios nasales de los animales tenían su propia cosecha de hojas largas y delicadas; las expectativas habían sido demasiado duras para los participantes, aun a pesar de que Gilby les había asegurado que el hongo podía ser eliminado por completo después de abandonar el planeta. Mata de Pelo no había recibido ningún voto.
Sefueotravez: Parecía tolerable. Pero sobre aquel mundo mandaba la geometría más simple. Su órbita era salvajemente excéntrica y lo llevaba a miles de millones de kilómetros de Cassay y Cassby. No habría regreso al Sistema Interior hasta tres mil años después.
Y luego estaba Remolino. Peron miró a través de la escafandra de su casco. Al cabo de tres horas se lanzaría allí… sin nave. Más tarde (si todo salía de acuerdo con el plan), se marcharía de la misma forma. Mientras tanto, no había nada que hacer hasta que llegara el momento del impacto. Peron —no por primera vez— se preguntó por su velocidad. La había comprobado diez veces, pero si se despistaba unos pocos metros por segundo…
Decidió centrar la atención en sus primeros viajes y se esforzó por sacar a Remolino de sus pensamientos durante las siguientes tres horas.
Había muchas otras cosas en las que pensar. Durante las dos primeras semanas de viaje, después de salir de Pentecostés, la intimidad había sido imposible para todos ellos. La lanzadera era impresionantemente grande, pero con el cargamento y treinta personas apiñadas en un espacio diseñado para tres personas, los contendientes habían tenido que estar pegados hombro con hombro. No tuvieron una habitación hasta que se trasladaron a la gran nave del ínter Sistema, tras una corta visita a Pequeña Luna. Y por fin Peron pudo comparar notas con los otros.
A través de una cuidadosa serie de comparaciones que les había ocupado varios días, Lum y Kallen habían examinado a todos los ganadores. Wilmer era el único infiltrado. También habían confirmado la primera impresión de Peron: nadie había estado con Wilmer en ninguna de las pruebas, y después de cada una había aparecido sorprendentemente descansado. ¿Pero cuál era la razón de su presencia entre ellos? Nadie tenía la menor idea. Y para añadir más detalles al misterio, Wilmer había estado realmente con ellos en todas las actividades desde que salieron de Pentecostés… lo que a veces había sido peligroso, así como desagradable.
Peron y Elissa habían captado tanto la inocente petición de Wilmer para que les permitieran visitar la Nave como la consiguiente respuesta de Gilby. Alguien quería que supieran que la Nave era zona prohibida. Pero, una vez más, ¿qué significaba aquello? ¿Qué relación tenía con el hecho de que algunos de los anteriores ganadores de la Planetfiesta no hubieran regresado a Pentecostés?
Peron había hecho estas preguntas a Sy, cuando estuvieron solos unos minutos en la nave ínter Sistema. Sy se había quedado inmóvil, con los ojos entornados.
—No sé por qué la Nave es zona prohibida —dijo por fin—. Pero estoy de acuerdo contigo en que Gilby fue impulsado a explicárnoslo. Déjame que te cuente un misterio más grande. Después de las pruebas extraplanetarias, se supone que aparecerán los Inmortales. Nos dicen que vendrán de las estrellas, después de un viaje que tardará sólo unos pocos días. ¿Lo crees?
—No lo sé. —La pregunta de Sy era también una de las preocupaciones de Peron—. Si es posible viajar más rápido que la luz, nuestras teorías sobre la naturaleza del universo tienen que estar equivocadas.
—Eso es posible —dijo lentamente Sy, con un tono de voz que decía claramente lo contrario—. ¿Pero no ves el problema? Si los Inmortales pueden sobrepasar la velocidad de la luz, deben de haber ido más allá de nuestras teorías. Y si son tan amigos nuestros, ¿por qué nos mantienen al margen de eso?
Peron había sacudido la cabeza. Todo lo relacionado con los Inmortales seguía siendo un misterio.
—Personalmente creo que nada puede sobrepasar la velocidad de la luz —dijo Sy por fin—. Desconfío de cualquiera, gobierno o Inmortal, hombre o mujer, humano o alienígena, que intente decirme lo contrario sin darme una evidencia convincente.
Y se había marchado tranquilamente, dejando a Peron más aturdido que nunca. A menudo hablar con Sy le provocaba ese sentimiento de desazón. Lum lo había explicado a su modo: Sy era mucho más listo que los demás. Y Elissa le había dado su propia evaluación: Sy no era más listo, no lo era si eso significaba más memoria o velocidad de pensamiento; pero podía de alguna manera ver los problemas desde un ángulo distinto al de todos los demás, casi como si estuvieran colocados en un punto diferente en el espacio. Su perspectiva era diferente, y por eso sus respuestas eran siempre sorprendentes.
Y, si no fuera tan extraño, había añadido ella como quien no quiere la cosa, sería realmente atractivo. Aquello, naturalmente, había irritado mucho a Peron.
Sus pensamientos se centraron en Elissa y en su última noche en Pentecostés. Mientras Lum y Kallen habían estado trabajando a conciencia para investigar a los contendientes, Peron había sido sometido a un agradable pero intenso examen. Elissa y él habían encontrado un lugar tranquilo en los jardines de la Planetfiesta. Se tumbaron sobre el suave suelo y contemplaron las estrellas, y Elissa le hizo un millar de preguntas. ¿Tenía hermanos? ¿Cómo era su familia? ¿Eran ricos? (Peron se había echado a reír ante la idea de que su padre fuera rico.) ¿Cuáles eran sus aficiones? ¿Sus comidas favoritas? ¿Tenía algún animal en casa? ¿Había estado alguna vez en un barco surcando los mares de Pentecostés? ¿Cuál era la fecha de su nacimiento? ¿Tienes novia allá en Turcanta?
No, había contestado Peron rápidamente. Pero entonces apareció su conciencia y le dijo a Elissa la verdad. Sabrían y él habían estado muy unidos dos años, hasta que tuvo que dedicar todo su tiempo a prepararse para las pruebas. Entonces ella había conocido a otro.
Elissa no se molestó en ocultar su satisfacción. Agarró a Peron sin decir una palabra y le hizo el amor.
—Te comenté que era muy lanzada —dijo—. Y estabas actuando como si nunca fueras a proponérmelo. Vamos… ¿o no me deseas? He querido hacerlo desde que te conocí en la prueba del bosque, allá en Villasylvia.
Hicieron cosas que Peron jamás había imaginado… y solía pensar que Sabrina y él lo habían probado todo. Hacer el amor con Elissa añadía una dimensión completamente nueva. Habían permanecido juntos toda la noche, mientras los fuegos artificiales de la celebración de la Planetfiesta estallaban y hacían cabriolas sobre ellos. Y por la mañana parecían infinitamente cercanos, como dos personas que han sido amantes durante muchos meses.
Pero eso, pensó Peron con tristeza, el comentario de Elissa sobre Sy resultó mucho más desagradable. Si pensaba que Sy era atractivo (¿o había dicho muy atractivo?), ¿significaba eso que pensaba que Sy era más interesante que él? Recordaba la última noche en Pentecostés como algo fabuloso, pero tal vez ella no sentía lo mismo. Excepto que desde entonces todo sugería que ella sí se sentía igual, ¿y por qué iba a mentirle?
El traje de Peron emitió un leve sonido, apañándole de su sueño. Se irritó con sus propios pensamientos. No lo negaba, se sentía celoso. Era exactamente el tipo de locura romántica que despreciaba, el tipo de cosa por la que solía pinchar a Miria, su hermana menor.
Se concentró en su tarea. No había tiempo para soñar ahora. Aquí estaba Remolino para enseñarle una lección sobre cómo pensar bien. Estaba a un par de kilómetros de la superficie, viajando casi en paralelo, pero demasiado rápido para que se sintiera cómodo.
Visto a través de un telescopio, Remolino no era un objeto interesante. Era una bola lisa y plateada de unos dos mil kilómetros de diámetro, ligeramente rugosa en el ecuador. Su gran densidad le daba una gravedad superficial en los polos de un quinto de g, un poco más que la Luna de la Tierra. Una persona con un traje espacial, cayendo libremente contra su superficie, la golpearía a una velocidad de dos kilómetros por segundo… lo bastante rápido para que después resultara difícil reconocer como humano lo que había dentro del traje.
Pero eso era cierto para una caída en cualquier planeta del sistema, y la gente no intentaba aterrizar sobre objetos de tamaño planetario sin nave. La composición de Remolino no tenía ningún interés particular. El planeta había sido ignorado durante mucho tiempo, hasta que finalmente algún astrónomo se tomó el trabajo de examinar su promedio de rotación.
El interés creció rápidamente. Remolino era excepcional. Lo que lo convertía en único había sucedido recientemente, según se mide el tiempo geológico. Unos cien mil años antes, un encuentro planetario cercano había transferído al cuerpo un momento angular altamente anómalo. Desde entonces, Remolino se quedó girando locamente sobre su eje, completando una rotación completa en sólo setenta y tres minutos. A esa velocidad, la aceleración centrípeta en el ecuador igualaba a la fuerza gravitacional. Una nave que volara en una trayectoria que rozara la superficie de Remolino, moviéndose a 1.400 metros por segundo en el momento de su aproximación, podría aterrizar suavemente en el planetoide sin registrar ningún impacto; y un humano con un traje especial, ayudándose solamente de los propulsores del traje, podía hacer lo mismo.
Pero una cosa era la teoría y otra la práctica, pensó Peron. Una cosa era sentarse y discutir el problema en la nave ínter Sistema con los otros participantes y otra muy distinta correr hacia Remolino en una trayectoria tangencial.
Habían echado a suertes quién sería el primer contendiente en bajar. Peron había «ganado», según dijo Gilby con una sonrisa sádica. Los otros, en parejas, tendrían una tarea mucho más fácil tras las acciones que Peron llevaría a cabo, unos pocos minutos después, si llegaba de una pieza.
Se preguntó qué harían los otros si no aterrizaba sano y salvo. ¿Nombrarían a alguien para que lo intentara? ¿O abandonarían la idea y se trasladarían a otro planeta? En teoría, los participantes tenían una sola oportunidad en las pruebas (Kallen era una rara excepción). Pero la muerte era una constante en todos los juegos de la Planetfiesta. Las muertes de los participantes no eran mencionadas nunca por el gobierno, y nunca se les concedía ni una palabra de publicidad en los noticiarios controlados; pero cuantos se presentaban a las pruebas sabían la verdad. No todos volvían a casa como ganadores, ni siquiera como perdedores. Algunos contendientes habían perdido la vida en el calor abrasador del Desierto de Talimantor, o en una trampa en los bosques de Villasylvia, o en una fosa congelada en las nieves eternas de las Montañas de Capandor, o tras una lenta asfixia en las cavernas subterráneas del Río Charant… el miedo secreto de Peron.
Tiritó y miró hacia delante. Aquellos peligros habían quedado atrás, pero la muerte no se había quedado en Pentecostés. Estaría dispuesta a visitar a Peron en Remolino. El equipo que Peron llevaba consigo le había parecido pequeño cuando salió de la nave, pero ahora, cuatrocientos kilos de cables, resortes y clavijas, le parecían una montaña que le seguía como una cola de medio kilómetro. Si no lo controlaba, le envolvería al aterrizar.
La superficie parecía tan cercana que sintió que podía alargar la mano y tocarla. Hizo unos pequeños ajustes con los propulsores del traje. Su velocidad era la justa para iniciar una órbita estable sobre Remolinos, nivel de superficie. Hizo girar el traje para aterrizar con los pies y tocó la superficie con la suavidad con que se da un beso.
Había aterrizado sin problemas, pero de inmediato apareció uno. Se dio cuenta de que entraba en el centro de una cegadora nube de polvo, guijarros y fragmentos de roca. La gravedad efectiva aquí, en el ecuador de Remolino, era casi cero, y la lluvia de arena y roca no tenía prisa en asentarse o dispersarse. Trabajando simplemente al tacto, Peron cogió una de las dos clavijas que llevaba y la colocó verticalmente sobre la superficie y arrastró la carga. Las manos le temblaban. Tenía que ser rápido. Sólo le quedaban treinta segundos para asegurar una posición firme. Luego tendría que estar listo para el equipo.
La carga explosiva del extremo de la clavija estalló, introduciendo profundamente la aguda punta en la superficie del planeta. Peron la sacudió, confirmando que estaba asegurada, y luego colocó la segunda clavija. Anudó dos presillas de su traje alrededor de las clavijas y miró hacia los fardos móviles del equipo.
Parecía imposible. El equipo estaba aún a doscientos metros de distancia. Toda la operación de aterrizaje —minutos, según su reloj mental— tenía que haberse hecho en solo unos pocos segundos. Tuvo tiempo de examinar el fardo de equipo y decidir dónde asegurarlo.
El equipo se aproximó hasta él, flotando hacia la superficie. La velocidad había sido exacta. Le llevó menos de cinco minutos de trabajo colocar otro juego de clavijas en una curva parabólica a lo largo de la superficie y emplazar cables catapultadores en torno. La telaraña final de cables y resortes parecía frágil, pero aguantaría y sujetaría todo cuanto llegara con menos de trescientos metros por segundo de velocidad relativa.
Peron examinó por última vez su trabajo y luego activó el comunicador del traje.
—Todo listo. —Esperaba que su voz sonara tan indiferente como le hubiera gustado—. Venid cuando queráis. La catapulta está en posición.
Inspiró profundamente. La mitad estaba hecha. Cuando hubieran explorado la superficie en grupo, usarían la catapulta para lanzar a todos los demás, y Peron estaría otra vez solo en Remolino. Entonces (con los dedos cruzados) tendría que despegar hasta llegar a la seguridad de la nave.
Peron no podía recordar el momento exacto en que supo que iba a morir en Remolino. El conocimiento había crecido exponencialmente, quizá durante un minuto, mientras su mente examinó rápidamente todas las vías de escape posible y las rechazó todas. Una fría certeza había reemplazado finalmente a la esperanza.
El aterrizaje había sido casi perfecto, y los otros seis participantes asignados para visitar Remolino surcaron el espacio para aterrizar suavemente en la telaraña. Wilmer, que había pareja con Kallen, había sido la excepción. Había llegado barrenando demasiado rápido y demasiado alto, y sólo gracias a que Kallen dio un brusco tirón del cable pudo bajar lo suficiente para conectar con los cables.
A Wilmer pareció no afectarle lo cerca que había estado del fracaso.
—Supongo que tenías razón, Kallen —dijo alegremente cuando estuvo abajo, sano y salvo—. Es extraño. Me habría apostado el cuello a que yo tenía la velocidad adecuada y tú no.
—Menos mal que no fuiste el primero en llegar —dijo severamente Rosanne; había visto lo cerca que había estado Kallen de perder también su asidero—. Si Peron hubiera hecho eso se habría visto en problemas. ¿Y qué es eso que traes ahí dentro? Probablemente es su masa lo que no tuviste en cuenta en tus cálculos.
Wilmer alzó una maleta verde.
—¿Aquí? Comida. No sabía cuánto tiempo Íbamos a estar aquí. No tengo ganas de morirme de hambre, aunque a vosotros no os importe hacerlo. Y si hubiera sido el primero, Rosanne, con mi trayectoria habría sido también el primero en salir. A esa velocidad y altura no habría llegado a alcanzar Remolino. Hay una moraleja en todo esto: mejor venir demasiado alto y rápido que lento y bajo.
Había empezado a saltar de un pie a otro, probando su equilibrio. La gravedad efectiva en el ecuador de Remolino no era exactamente cero, pero era tan débil que resultaba relativamente fácil dar un salto hacia arriba de cientos de metros. Todos lo habían intentado y habían perdido el interés por hacerlo. Se tardaban minutos en caer de nuevo a la superficie, flotando como una pluma, y con una experiencia era suficiente.
Pronto partieron del ecuador de Remolino, viajando en grupos y dirigiéndose a la reconfortante gravedad de las regiones polares. Solo Sy quedó atrás, haciendo sus propios experimentos, solitarios y sorprendentes, sobre el movimiento en aquel áspero terreno.
El avance fue más lento de lo que habían esperado. Podían volar sin mucho esfuerzo sobre la superficie, usando las pequeñas unidades propulsoras. Pero la rápida rotación de Remolino hacía que hubiera que tener en cuenta las fuerzas de Coriolis, y por eso había que ajustar constantemente la línea del vuelo. Los ordenadores de los trajes rehusaban aceptar y seguir un simple reconocimiento hacia el norte, y era fácil desviarse veinte o treinta grados del rumbo. Después de un par de horas de camino, Sy les dio alcance y les pasó rápidamente. Había descubierto un truco propio para estimar y compensar los efectos de Coriolis.
A medida que volaban hacia el norte, el aspecto de la tierra que tenían debajo cambiaba gradualmente. El ecuador estaba compuesto por grandes rocas amontonadas en arcos, espirales y muros que desafiaban la gravedad. Unos pocos kilómetros hacia el polo, el terreno empezaba a suavizarse y se convertía en una planicie de piedras aplastadas. No era un paisaje agradable, y la temperatura podía congelar el mercurio. Pero, comparado con algunos de los otros mundos, Remolino parecía un lugar donde pasar las vacaciones.
Los trajes tenían sistemas de reciclado y amplios suministros de comida. Los contendientes estuvieron de acuerdo en continuar directamente hasta el polo y descansar allí unas cuantas horas antes de regresar al ecuador y marcharse. Según Gilby, en el polo encontrarían un domo de investigación, donde podrían dormir cómodamente y quitarse los trajes durante unas cuantas horas. Todas las exploraciones científicas sobre Remolino habían sido completadas hacía muchos años, pero las instalaciones del domo aún deberían estar en perfecto funcionamiento.
Elissa y Peron habían decidido viajar juntos, utilizando la radio para sus conversaciones privadas. Los ordenadores de los trajes registrarían los mensajes que llegaran y les interrumpirían si había alguno urgente. Elissa parloteaba llena de animación y alegría.
—Tengo montones de cosas que decirte. Ayer no tuve oportunidad de hablar contigo, porque estabas demasiado ocupado preparándote para el aterrizaje. Pero he pasado mucho tiempo haciéndome amiga de uno de los miembros de la tripulación: Tolider, el del pelo corto y poco sentido del humor.
—Ya me di cuenta —dijo Peron secamente—. Te vi acariciándole y fingiendo que también te gustaba. Es repugnante. ¿Para qué querrá la gente un gusano gordo y peludo como mascota?
Elissa se echó a reír.
—Si te dijera para qué, tu alma inocente se escandalizaría. Pero Tolider lo quiere solamente para que le haga compañía, y le cuida bien. Quien me quiere a mí, quiere a mi tardón, parece pensar. En cuanto pensó que yo también era una amante de los tardones, estuvo dispuesto a desnudar su alma. ¿Te vas a pasar ahora las próximas horas sintiéndote celoso o quieres saber lo que dijo?
—¡Oh!, de acuerdo. —La curiosidad de Peron era demasía do grande para mantener un tono indiferente, y sabía por propia experiencia lo buena que era Elissa sonsacando información a cualquiera—, ¿Qué te dijo?
—Después de sentirse cómodo conmigo hablamos sobre los Inmortales. Dice que no son un bulo o algo inventado por el gobierno. Y que no son hi humanos ni alienígenas. Dice que son máquinas.
—¿Cómo lo sabe?
—Los ha visto. Lleva más de veinte años trabajando en el espacio, y recuerda la última vez que vinieron los Inmortales. También dijo algo más en cuanto le hice soltar la lengua (cierra el pico, Peron), algo que el gobierno no quiere que sepa ninguno de los habitantes de Pentecostés. Me lo dijo porque quería advertirme, porque siente pena por mí. Dice que algunos de los ganadores de la Planetfiesta que salen del planeta son sacrificados a los Inmortales.
Ellos… eso quiere decir nosotros, se convertirán también en máquinas.
—¡Tonterías!
—Estoy de acuerdo, eso es lo que parece. Pero dio un montón de buenas razones. Se habla de los Inmortales, pero jamás se describe ninguno. No hay ninguna historia que diga que son como nosotros, o que sean grandes o pequeños o que tengan el pelo verde o seis brazos. Y dime: ¿qué le pasa a los ganadores de la Planetfiesta cuando salen del planeta?
—Sabes que no puedo responder a eso. Pero hemos visto vídeos sobre ellos después de que ganaran los juegos. ¿Cómo podría ser así si se hubieran convertido en máquinas?
—Yo sólo digo lo que dice Tolider… y se supone que es lo que se rumorea por toda la división espacial. Es como una antigua leyenda, que se remonta en el tiempo hasta el primer contacto con los Inmortales. Sabemos que los registros grabados de la Nave fueron destruidos, pero no hay ninguna duda de que salió del Sistema Solar hace más de veinte mil años y viajó por el espacio hasta que encontró Pentecostés hace cinco mil.
—Nadie discutiría eso, a excepción de tu tía, la que piensa que hemos estado siempre en Pentecostés. Nos lo enseñan en la escuela.
—Pero los viejos archivos dicen que todo lo que había en la Tierra quedó destruido y que todo el mundo murió en las Grandes Guerras. Supongamos que eso no es cierto… que es verdad en parte, pero exagerado. Supongamos, como dice Tolider, que quedaron los suficientes supervivientes de las bombas y el Largo Invierno para volver a empezar de nuevo. No lo harían desde cero, como nosotros en Pentecostes. Podrían haberse recuperado rápidamente. A nosotros nos llevó menos de cinco mil años multiplicarnos hasta llegar a ser más de mil millones. En la Tierra podrían haber tardado quince mil años en desarrollar su tecnología, más allá de lo que podamos imaginar, mientras nosotros aún deambulábamos en la Nave buscando un hogar. Ellos podrían tener máquinas cientos de generaciones por delante de nuestros mejores ordenadores. Tal vez incluso hayan alcanzado el punto en que la línea divisoria entre lo orgánico y lo inorgánico se pierde. Sabemos con seguridad que tendrían mejores ordenadores… ¿Te has dado cuenta de que son los Inmortales, no Pentecostés, quienes controlan el viaje espacial a través del Sistema Cass, porque su sistema de seguimiento computerizado es infinitamente mejor que el nuestro? Sy me lo dijo, y Gilby se lo dijo a él. De todas formas, esto es lo que cree Tolider: los Inmortales son ordenadores inteligentes, tal vez con componentes biológicos, enviados desde la Tierra. Ahí lo tienes. Tú eres el listo… encuentra un agujero en esa lógica.
Continuaron volando en silencio mientras Peron reflexionaba.
—No necesito encontrar ningún fallo lógico —dijo por fin—. La historia de Tolider no falla en el terreno lógico, falla en el del sentido común. La gente hace las cosas por alguna razón. Si la Tierra se hubiera recuperado y hubiera regresado al espacio, podrían haber enviado naves a buscarnos, a localizarnos a nosotros y a las otras naves que parece que salieron al mismo tiempo. Supongamos que eso es cierto, y supongamos que tarde o temprano nos encuentran. Entonces nos habrían dicho que nos habían descubierto. ¿Por qué no iban a querer decírnoslo? Tolider no hace más que repetir viejas historias. No tiene nada de malo, pero no esperes que las leyendas tengan sentido. Déjame hacerte una pregunta que no se basa en los mitos para su respuesta. Se supone que los Inmortales nos ofrecen información científica y nos dan un nuevo surtido de ideas cada veinte años, junto con unos cuantos materiales raros que se dan poco en el Sistema Cass. ¿Cierto?
—Creo que así es. Tolider dice que ha estado relacionado con la transferencia de materiales. También dice que el gobierno de Pentecostés está obsesionado por controlar y mantener el sistema establecido, y que usan la nueva tecnología para mantenerse en el poder. Por eso hemos tenido un único régimen estable desde que contactamos con los Inmortales, y ésa es la razón por la que prefiere estar en el espacio, donde hay más libertad.
—Deberías conocer a mi padre… Lleva años diciendo que el gobierno está dirigido por un puñado de tiranos represores. ¿Pero no ves el problema? Los Inmortales nos dan cosas, y es una transferencia de una sola parte. Nadie, ni siquiera una máquina, mantendría un comercio unilateral durante cuatrocientos cincuenta años. Si todo lo que quisieran hacer fuera darnos información, podrían hacerlo usando señales de radio. Pero la verdad es que vienen aquí. Así que ésta es mi pregunta: ¿qué obtienen los Inmortales de sus visitas a Pentecostés?
—A algunos de nosotros, si quieres creer a Tolider. A ti y a mí, y eso es lo que el gobierno da a cambio de nueva información.
—Eso tiene aún menos sentido si queremos creer a Tolider. Los ganadores somos un grupo con talento, pero no tan especiales. Si la Tierra ha sido repoblada hasta el punto de poder volver a explorar las estrellas, tendrían a miles como nosotros.
—Tolider me dijo que nosotros somos un grupo especial. Se rumorea que ésta es la primera vez, en muchos juegos, que los cinco mejores puestos de la Planetfiesta son «crea-problemas»… No pudo definirme el término.
—Creo que yo puedo. No aceptaremos respuestas sin investigar nosotros antes. Ésa es la razón por la que me siento tan cómodo con el resto de vosotros.
—De acuerdo. Así que déjame señalar otra cosa. Tal vez puedas decirme lo que significa. Los grupos contendientes preparados para visitar Glug, Manicomio, Cráter, Camelloy todos los otros planetas han estado compuestos por una mezcla aleatoria de los veinticinco ganadores. Pero mira quiénes estamos aquí en Remolino: Sy, Kallen, Lum, tú y yo… los cinco primeros puestos, todos los «creaproblemas», más Rosanne y Wilmer. Creo que a Rosanne también se la puede clasificar como difícil de controlar. Se te pondrían los pelos de punta si te dijera alguna de las cosas que ha hecho. Y todos tenemos dudas sobre Wilmer. Hemos sido escogidos especialmente para este viaje, y me preocupa lo que pueda pasar aquí.
Peron se acercó hasta poder ver su cara. Advirtió que estaba preocupada de verdad, no sólo bromeando. Extendió una mano enguantada para coger la suya.
—Tranquila, Elissa. Eres tan mala como Tolider haciendo suposiciones. No nos traerían hasta Remolino sólo para deshacerse de nosotros. Si éramos tan molestos, nos podían haber quitado de en medio en Pentecostés, y nadie habría sospechado nada. —Se echó a reír—. No te preocupes. Ahora que hemos aterrizado, estamos bastante seguros en Remolino.
Habían hecho un buen progreso. El polo norte estaría pronto a la vista. Y en menos de una hora Peron comprabaría lo equivocado de sus palabras.
El domo era un hemisferio de polímero duro y flexible de unos veinte metros. Estaba localizado exactamente sobre el eje de rotación del planeta. Ese eje estaba muy inclinado hacia el plano orbital de Remolino, y por eso en esa época del año el dorado sol de Cassay era invisible, pues flotaba sobre el otro polo. Sólo Cassby, su débil compañero, iluminaba tenuemente el paisaje, proporcionando la luz adecuada, pero poco calor. No había cuerpos volátiles libres en Remolino, pero la temperatura de la superficie en el invierno polar sería más que suficiente para licuar el metano.
Peron y Elissa habían estado muy ocupados con su charla para hacer la mejor marca, y por eso llegaron los últimos. Los otros ya habían aterrizado y estaban apiñados alrededor del domo. Sy, Lum y Rosanne inspeccionaban la compuerta de entrada, sin tocarla. Kallen y Wilmer se encontraban al otro lado del domo, mirando algo que había en la pared.
Elissa se acercó para ver qué estaba haciendo Sy.
—¿Problemas?
Lum se dio la vuelta y asintió.
—Me preguntaba cuándo llegaríais vosotros dos. Problemas. Tal vez, después de todo, no vamos a pasar la noche fuera de los trajes.
Sy aún estaba observando la puerta. Parecía casi complacido de encontrarse con un nuevo desafío.
—Mira, así es como se supone que tiene que funcionar. Hay una compuerta con una puerta interior y otra exterior. La exterior, ésta de aquí, tiene un dispositivo de seguridad para que no se abra si hay presión en la compuerta. Primero hay que hacer un vacío casi absoluto, y eso se puede hacer desde fuera. Aquí está el control. Cuando llegamos, había atmósfera en la compuerta, así que naturalmente no podía abrirse. La sacamos, las bombas de extracción funcionan perfectamente, pero sigue sin abrirse.
—¿Un fallo en el motor? —preguntó Peron.
—Podría ser. El siguiente paso es intentar abrirla a mano. Pero queremos estar seguros de que sabemos lo que hacemos. Al otro lado del domo hay un gran parche de sellado negro. Parece que fue provocado por el impacto de un meteoro, y el sistema auto-reparador se ha encargado de él. Pero, hasta que entremos, no sabemos qué puede haber ocurrido en el interior, ni cuánto daño puede haber sufrido el sistema mecánico. Tal vez el meteoro golpeó también la compuerta. Tendremos que entrar y averiguarlo.
Peron dio un paso adelante para mirar la puerta, que parecía intacta.
—¿Estás seguro de que no hay presión en la recámara?
—Positivo. El contador funciona. Indicó que había presión cuando llegamos, y después de bombearla marcó cero.
—Así que tiene que ser bastante seguro abrirla a mano —añadió Lum—. Estábamos preparándonos para hacerlo cuando habéis llegado. Vamos, otro par de manos nos servirán de ayuda.
La puerta exterior gimió a medida que Sy, Lum y Peron la empujaron. Finalmente quedó lo suficientemente abierta para admitir el paso a una persona.
—Ahora es mi turno —dijo Rosanne—. Mi ayuda no vale mucho en lo que respecta a empujar y tirar, pero soy lo bastante delgada para poder deslizarme por ahí y ver lo que pasa. Hacedme sitio.
Se acercó a la puerta, se puso de lado y comenzó a meterse lentamente por la abertura.
Peron se colocó tras ella. Escuchó el grito de advertencia de Sy al mismo tiempo que el pensamiento acudía a su mente. ¡Idiotas! Si sabemos que la puerta exterior no funciona correctamente, ¿por qué asumir que los controles de la interior están en mejor estado?
Se inclinó hacia delante, cogió a Rosanne por la cintura y con un movimiento tiró de ella hacia atrás, apartándola de la puerta exterior. Oyó por la radio un jadeo de sorpresa a medida que Rosanne surcaba la superficie marrón y plata. Entonces, antes de poder seguirla, una gran fuerza se apoderó de él y le arrojó sobre las rocas.
A pesar de que se revolvió y se golpeó contra su propio traje, sus pensamientos continuaron claros. El sello de la puerta interior tenía que estar ya roto, a punto de caer y colgando de un hilo. Mientras hubiera la misma presión en la compuerta y en el domo, no había problema. Pero en cuanto succionaron la presión de la compuerta, la puerta interior recibió toneladas de aire y presión. Si fallaba, todos los gases del domo serían liberados en una gigantesca explosión a lo largo del cerrojo. Y todo el que estuviera en medio…
Peron giraba disparado de una formación rocosa a la otra. Sintió tres colisiones separadas y aplastantes, una en el pecho, otra en la cabeza y la tercera en la cadera. Entonces, de repente, terminó. Estaba tirado boca arriba, contemplando la órbita roja de Cassby y sorprendido al notar que estaba aún vivo.
Los otros corrieron a ayudarle a ponerse en pie. Se sorprendió al ver que estaba a casi cincuenta metros del domo. Rosanne se había puesto en pie y hacia señas para demostrar que estaba a salvo.
—Yo también estoy bien —dijo Peron.
Los otros guardaron un largo y extraño silencio. Peron advirtió por fin un escalofrío débil y horrible en el lado izquierdo de su abdomen. Miró hacia abajo. Su traje, en esa zona, estaba terriblemente rasgado desde el pecho a los muslos, y en su abdomen era blanco en vez del normal tono gris metálico.
—El suministro de aire funciona, pero ha perdido dos tanques. —La voz de Lum sonaba extrañamente distorsionada a sus espaldas. La radio del traje había recibido un golpe, pero aún funcionaba después de un intervalo.
—No hay problema, puede compartir el nuestro.
—Los controles del motor parecen estar bien.
—Los contenedores de comida han desaparecido.
—Podemos cubrirlos.
—Oh, oh. El sistema termal está averiado. Y la mayor parte del aislamiento del traje está roto a partir del torso.
—Ése es un problema grave.
La distorsión de la radio era tal que Peron tuvo dificultad para identificar a los que hablaban. La desconectó. Mientras ellos inspeccionaban el estado de su equipo, su propia mente se adelantó.
Tenía que evaluar las diferentes opciones.
¡Piensa!
Catorce horas de regreso al ecuador… digamos unas diez a la máxima velocidad. Unos pocos minutos en la catapulta de lanzamiento, luego otras seis o siete horas para encontrarse con la nave. No había esperanza. Incluso estando completamente aislado, con aquellas temperaturas el traje sólo le protegería durante tres o cuatro horas. Habría muerto de hipotermia mucho antes de llegar al ecuador.
¿Cambiarse de traje? No había ninguno más. Llevaban partes de repuesto para algunos componentes pequeños, pero no para el traje completo.
¡Piensa! ¿Envolverse en algo que le mantuviera caliente durante mucho tiempo? Perfecto… ¿pero qué? No había nada.
¿Meterse en el domo, reemplazar el aire perdido de los tanques y elevar la temperatura? Tal vez. Podrían introducir el aire en menos de una hora. Pero no podrían generar calor tan rápidamente. Podría respirar, pero moriría congelado.
¿Enviar una señal de emergencia para que una nave pequeña aterrizara en el polo de Remolino». Probablemente era lo mejor… pero la esperanza seguía siendo muy pobre. Tres o cuatro horas para prepararse y luego otras tres antes de que llegara. Para entonces, Peron sería un cadáver helado.
¿Otras ideas? No podía encontrar ninguna. Su mente siguió corriendo y escribió su propio epitafio: Peron de Turcanta, de veinte años, que sobrevivió a las dunas del Desierto de Talimantor, a los bosques nocturnos de Villasylvia, al Laberinto de Hendrack, a las cavernas subacuáticas de Charant, a los glaciares de Capandor, a las profundidades abisales de la Sima de Lackro… que había vivido para congelarse en Remolino. Su nombre se añadiría a la lista de aquellos otros nombres que el gobierno nunca mencionaba, los desgraciados que morían en las pruebas extraplanetarias de los juegos de la Planetfiesta.
Peron volvió a conectar la radio de su traje.
—Entonces todos estamos de acuerdo —decía una voz clara—. ¿A ninguno se le ocurre nada válido?
La distorsión de la radio dañaba y cambiaba el tono de voz. Peron salió de sus sombríos pensamientos y descubrió, para su sorpresa, que el que hablaba era Wilmer.
—Eso parece. —Aquél era, obviamente, Lum—. Llamamos a la nave y posiblemente tendrán algo preparado en cuanto puedan, pero tardará probablemente ocho horas. Sy ha hecho una estimación aproximada de la pérdida de calor, y calcula que tenemos un par de horas para hacer algo… tres como máximo.
—¡Maldición!
Exactamente lo mismo que pienso yo, se dijo tranquilamente Peron. ¡Maldición! ¿Pero qué es lo que pasa con Wilmer? Después de haber sido considerado un participante falso y misterioso, se convierte de repente en la figura dominante del grupo. Los otros se dirigen a él dejándole que les controle.
Pero comprendió que era un simple shock lo que les había desbordado a todos; pero de alguna manera Wilmer y él, que estaba condenado a morir, eran capaces de distanciarse de la emoción. Vio la cara horrorizada de Elissa a través de la escafandra y le dirigió una sonrisa de ánimo. Kallen tenía lágrimas en los ojos e incluso Sy había perdido aquella remota mirada de tranquila confianza.
—¿Ninguna idea más? —continuó Wilmer—. Bien. Dejadme a solas con Peron. Quiero que introduzcáis atmósfera en el domo en cuanto sea posible. No os preocupéis por la temperatura. Sé que será baja y podremos apañarnos con eso.
Abrió el maletín verde con el equipo que había traído consigo y examinó las ampollas, jeringas y herramientas electrónicas que aparecían dispuestas ordenadamente en su interior. Después de echarle una mirada de asombro, Sy se encaminó hacia el domo, pero los otros se quedaron inmóviles hasta que Lum intervino:
—¡Vamos a hacerlo! —rugió, y mientras se marchaba, se giró hacia Wilmer, con las manos crispadas dentro de los guantes del traje—. No es momento para hablar, pero será mejor que sepas lo que estás haciendo. De lo contrario, yo mismo te despellejaré vivo cuando volvamos a la nave.
Wilmer no se molestó en contestarle. Tras la escafandra, su cara mostraba su intensa concentración.
—Conecta el circuito privado. Tenemos que hablar unos minutos —le dijo a Peron, y esperó hasta que la frecuencia personal del traje fue confirmada—. De acuerdo. ¿Cómo evalúas tus probabilidades de sobrevivir?
—Como cero.
—Bien. Empezaremos sin ninguna falsa esperanza. ¿Estás dispuesto a correr el riesgo?
Peron sintió ganas de reír.
—¿Te refieres a que corra un riesgo que me de menos posibilidades de sobrevivir que las que tengo ahora?
—Buena respuesta. Sé exactamente lo que voy a intentar hacer, pero nunca lo he intentado bajo circunstancias, ni remotamente, parecidas a ésta. Tengo las drogas necesarias, y el ambiente en el domo no será demasiado distinto de las condiciones de laboratorio. ¿De acuerdo?
—No tengo ni la más remota idea de qué demonios estás hablando.
—Y yo no tengo tiempo para explicaciones. No importa. Primero voy a ponerte una inyección. Tendré que hacerlo a través del traje, pero creo que la aguja podrá traspasarlo, y el autoreparador se encargará del pinchazo. Después, te meteremos en el domo. Creo que el sello del hombro es el mejor.
Antes de que Peron tuviera tiempo de objetar nada, Wilmer se le había colocado al lado y sintió el agudo aguijón de una aguja en el músculo trapecio izquierdo.
—Ahora tenemos menos de un minuto antes de que empieces a sentirte atontado. —Wilmer había arrojado la hipodérmica y estaba sacando otra—. Escucha atentamente. Quiero que desconectes todos los cierres del traje para que podamos sacarte sin problemas cuando estés inconsciente. No hables. Sigue intentando respirar todo lo lentamente que puedas. Cuando pienses que va a vencerte, no intentes resistirte. Déjalo que ocurra. ¿De acuerdo?
El área helada en el centro de su estómago se extendía rápidamente subiendo hasta su torso. Al mismo tiempo, tuvo la sensación de que el horizonte de Remolino se estaba retirando, alejándose más y más. Asintió a Wilmer y manipuló los controles que transferían todos los cierres del traje al acceso externo. Su respiración le parecía rápida y entrecortada, y se esforzó por inspirar lenta y firmemente.
—Buen chico. Lamento no tener tiempo para explicaciones, pero nunca había oído que esta situación se hubiera producido antes. Acabarán conmigo cuando descubran qué es lo que intento hacer, pero tienes suerte. Una vez tuve problemas en Remolino, hace más de trescientos años. Y recuerdo cómo me sentía. —Wilmer le dio un apretón de manos—. Buena suerte, Peron. Si te despiertas, estarás en el Espacio-L.
En el espacio-L. «Si sobrevivo, —pensó Peron—, habrá un misterio resuelto.» Devolvió el apretón a Wilmer.
—Me hará falta ayuda —dijo Wilmer. Había vuelto a conectar el circuito abierto—. Tenemos que sacar a Peron de ese traje en cuanto la presión nos lo permita. Y estará inconsciente. Elissa, ¿quieres organizado de la manera más rápida posible?
Peron sintió el deseo irracional de reír. Wilmer, dijo una voz en su interior, mi extraño y calvo amigo, cómo has cambiado. Allá en Pentecostés eras un viejo gusano tardón y ahora te has transformado en una mariposa de alas doradas. ¿O será en una planta, una forma exótica que sólo florece fuera del planeta? De repente, esa cuestión fue muy importante, pero sabía que no podría conseguir una respuesta.
Había perdido el control. Sabía que estaban a punto de entrar en el domo, pero no pudo ver la puerta. Ni las estrellas, ni el suelo. La escena que se desarrollaba ante él empezaba a apagarse poco a poco. Era como un puzzle gigantesco donde todas las piezas eran negras. Sólo podía ver a Wilmer que aún le sostenía la mano.
«Así que esto es lo que se siente al morir. La verdad es que no está mal. Nada mal.»
La última pieza del puzzle fue colocada en su sitio. Wilmer desapareció y el mundo entero se volvió negro.
Despertar fue una agonía.
Comenzó sólo como un murmullo de voces que hablaban un lenguaje familiar pero con un tono y una entonación tan agudos que apenas eran comprensibles. Era como la voz de una máquina. Se esforzó por entenderlas.
—…poco más de asfanol… unos cuantos minutos más… hasta que sepamos qué hacer con los poros (¿los otros?)… los latidos del corazón cortantes (¿constantes?)…
Luego una afirmación más clara con una voz baja, furiosa y petulante.
—Maldita molestia. No podemos hacer nada hasta que tengamos un estamento policial. ¿Por qué ese loco tuvo que hacer lo que hizo? Nos llevará un mes…
Estaba respirando. El aire caliente entró en sus pulmones cauterizando los delicados alveolos con cada inspiración. Lo sintió arder a través de la barrera de la sangre, y luego embriagadores ríos de oxígeno surcaron las arterias y los capilares hasta el último rincón de su cuerpo. Sintió una agonía al reanudarse la circulación, acompañada de espasmos musculares que no podía controlar.
Peron movió la lengua, y cuando ésta tocó sus dientes le pareció seca e hinchada, demasiado grande para su boca. Pero cuando la pasó por los labios notó una sensación lustrosa, una textura de glicerina y un sabor que se infiltró en su boca. Gruñó de disgusto, pero ningún sonido surgió de su garganta.
—Está despierto —dijo otra voz—. Prepárate. Peron Turca: ¿puede abrir los ojos?
Peron intentó hacerlo. Parecía como si tuviera las pestañas pegadas, pero con algo de esfuerzo consiguió liberarlas. Entreabrió los ojos y encontró que estaba mirando un techo gris pálido que se curvaba para encontrarse con unas paredes del mismo color. En algún lugar a su derecha había un sonido constante de contracción y pulsación.
Giró la cabeza. Los músculos de su cuello crujieron, se resistieron pero obedecieron su orden mental. Estaba tendido junto a una gran masa de equipo médico, monitores, bombas, V/Is y unidades telemétricas. Numerosos tubos y cables corrían por su brazo desnudo. Otros se extendían hasta su nariz y bajaban por su cuerpo. Estaba desnudo.
Alzó la cabeza. Sintió que había algo sutilmente distinto al hacer el movimiento, pero no parecía que fuera un problema interno. Más bien era como si las leyes de la mecánica hubieran cambiado, y que aunque no estaba claramente en caída libre, tampoco se movía bajo ninguna forma normal de gravedad.
Y también pasaba algo raro con sus ojos. Muy raro. Podía ver, pero todo era difuso e indiferenciado, con los contornos pobremente definidos y con todos los colores convertidos en sombras pastel.
Peron giró la cabeza hacia la izquierda. Junto a la mesa en la que se encontraba había una mujer de mediana edad que le miraba con el ceño fruncido, en obvia desaprobación. Su cara tenía una piel suave, casi de bebé, y llevaba una capucha azul firmemente sujeta a su cabeza.
—De acuerdo —dijo. No parecía estar hablándole a Peron—. El control motor parece correcto. Orden: Tres centímetros cúbicos de historex en el muslo.
Era la voz que había oído en primer lugar, y una vez más sonó ronca y extrañamente mecánica. No vio ni oyó nada, pero después de unos segundos sintió un pinchazo en el muslo. Entonces el dolor que notaba en todos los músculos empezó a menguar. La mujer miró su expresión y asintió.
—Excelente. Orden: Comprobad los monitores, y si son satisfactorios, retirad las sondas. Con cuidado.
Peron miró las sondas que se introducían en su cuerpo y se aseguró de que no apartaba los ojos de ellas. Una vez más ni vio ni sintió nada, pero después de un instante las sondas desaparecieron, y también el tubo que había en su nariz. Emitió un suspiro largo y temblequeante. El fuego en sus pulmones continuaba aún.
La mujer parecía todavía molesta.
—Se siente extraño e incómodo. Lo sé. El espacio-L tiene al principio ese efecto en todo el mundo. No dura mucho. Agradezca que está vivo cuando debería estar muerto.
¡Vivo! Vivo. Peron recordó de repente los últimos minutos en Remolino. Se estaba muriendo allí, resignado a lo inevitable, seguro de su final. ¡Y aquí estaba! ¡Vivo! Todo el dolor desapareció en un momento, anulado por la certeza de la vida. Quiso hablar, emitir un gran grito de alegría ante el simple hecho de que existía, pero una vez más no consiguió hacer surgir las palabras.
—No lo intente —dijo la mujer—. Todavía no. Tendrá que aprender a hablar, y eso lleva un rato. Y no se frote los ojos; funcionan normalmente, pero las cosas parecen diferentes aquí. Hay cosas que hacer antes de que esté preparado para hablar. Ese loco de Wilmer nos ha creado un buen problema, pero supongo que no podemos hacer otra cosa. No podemos matarle ahora. Orden: Dadle algo de beber. El agua servirá, pero comprobad los balances de iones y el azúcar de la sangre, y haced las adiciones necesarias si le hace falta algo.
La mujer le tendió la mano, y de repente en ella apareció un recipiente con un líquido de color amarillo pajizo.
—Quiero que intente cogerlo. ¿Puede hacerlo? Luego bébaselo todo y trate de hablar conmigo.
Peron alzó el brazo y una vez más sintió que las leyes de la física habían cambiado. Tuvo que controlar deliberadamente su mano para que se moviera en la dirección que quería. Tomó con cuidado el recipiente, se lo llevó a los labios y bebió. Fue como un bálsamo que suavizó su garganta y le hizo ver por primera vez lo desesperadamente sediento que estaba. Lo bebió todo.
—Bien. Orden: Retiradlo.
El recipiente desapareció. La mujer parecía un poco menos irritada.
—¿Puede hablar? Intente decir alguna palabra.
Peron tragó saliva, dio una orden a sus cuerdas vocales y fue recompensado con un gruñido y una tos seca. Lo intentó de nuevo.
—Ssséé… S-ssí —su voz le sonaba extraña.
—Excelente. Dele tiempo. Y escúcheme. Tiene que saber unas cuantas cosas, y no ganamos nada con esperar. ¿Sabe quiénes son los Inmortales?
—Vissi-vizzit-n Pen-ctés. No ssé si hum-nos o no. Beben… viven eeter-namente.
—Ojalá fuera verdad. —La mujer le dirigió una sonrisa amarga—. Soy una Inmortal. Y ahora también lo es usted. Pero no vivimos eternamente. Viviremos unos mil setecientos años según nuestras mejores estimaciones… si es que no nos matan antes. Eso es algo que tiene que aprender. Se le puede matar con tanta facilidad como antes. Vivir en el espacio-L no le protegerá. ¿Comprende?
—Commm-prendo. —Peron sentía como si le hubieran estirado la piel de la cara y por eso no podía mostrar la emoción que sentía. Si era un Inmortal, ¿qué les había ocurrido a los otros? ¿Sobreviviría a Elissa mil seiscientos años? Ninguna buena noticia podía hacer que aceptara aquel pensamiento. Alzó la cabeza, una vez más, aquella extraña sensación, y miró directamente a la mujer—. ¿Qué s-cedió a lostros en Rem-linó?
—No estoy en posición de decírselo. Lo que sí le digo es que lo que Wilmer hizo por usted ha creado más problemas de los que pensaba. Antes de que se nos permita decirle más, tenemos que conseguir la aprobación del Mando del Sector, y eso significa que tenemos por delante un largo viaje. Ya llevamos casi cinco horas de viaje, y nos faltan unos dos días para llegar. Hasta entonces, tendrá que ser paciente. Mi paciente, en realidad. —Le dirigió su primera sonrisa real—. Puede empezar descansando un poco. En unos minutos sentirá la reacción del historex y le voy a dar otro sedante. Orden: Cinco centímetros cúbicos de asfanol.
Siguió sin apreciar nada visible, pero otra vez notó dolor en el muslo. Peron no estaba dispuesto a irse a dormir… había cien preguntas por contestar, y no estaba seguro de por dónde empezar.
—¿Vamos a regresar a la Nave?
La mujer pareció primero molesta, luego divertida.
—No. No puedo decirle mucho, pero sí eso. Vamos a hacer un viaje más largo. El Mando del Sector está fuera del sistema Cass… casi a un año-luz de distancia de Cassay y Pentecostés.
—Y estaremos allí en dos días. ¡Así que efectivamente viajan más rápido que la luz!
Ahora ella parecía muy incómoda.
—No puedo decirle nada. Soy un médico, no un… maldito administrador. —En su tono había irritación hacia algo o hacia alguien, y Peron archivó el dato para futuras referencias—. Pero no viajamos más rápido que la luz. En el espacio-L, la luz viaja casi dos mil años-luz de distancia normal en uno de nuestros años. Viajamos sólo a una fracción de la velocidad de la luz.
Peron quedó abrumado por el pensamiento. ¿Podía estar diciéndole la verdad? Si así era, el Sol y la Tierra estaban sólo a un par de meses de distancia. Y si ya llevaban cinco horas de viaje, debían haberse adentrado ya profundamente en el espacio interestelar. Empezó a sentirse cansado pero, de repente, tuvo el terrible deseo de volver a ver a Cassay. ¿Cómo sería el panorama a esta tremenda velocidad?
—¿Qué le pasa? —preguntó la mujer. Viendo su expresión.
—¿Podemos mirar… las estrellas?
Ella sacudió la cabeza.
—A veces yo misma tengo ese deseo. Cuando se despierte, eche un vistazo a la habitación contigua. Hay un ventanal. Descubrirá que las cosas son bastante diferentes en el espacio-L. Pero ahora tengo que irme. Mi nombre, por cierto, es Ferranti. Doctora Olivia Ferranti. Nos veremos regularmente hasta que estemos seguros de que su condición vuelve a ser estable. Volveré mañana. Sea paciente. Orden: Llevadme a mi apartamento.
—Pero…
Peron no se molestó en terminar la frase. La mujer se había desvanecido instantáneamente. Treinta segundos después, las drogas se apoderaron de él y se quedó dormido.
La habitación en la que había recuperado el conocimiento por primera vez carecía de ropas, comida y bebida. Había un terminal cerca de la mesa, que claramente debía de comunicar con otras partes de la nave, pero cuando despertó de nuevo, Peron resistió su primer deseo de llamar y pedir algo de comer. Se sentía hambriento y extrañamente desorientado todavía, pero había otras prioridades que atender antes.
Todos los monitores que había junto a la mesa funcionaban aún, pero ahora recibían datos telemétricos cuya fuente eran los pequeños sensores que tenía colocados en el cuerpo. Indudablemente aquellas señales pasaban a otro ordenador central, pero posiblemente aquél respondía sólo a las emergencias. Peron sintió que debería tener al menos unos pocos minutos antes de que sus acciones fueran controladas de nuevo. Se bajó de la mesa, recuperó el equilibrio y se dirigió a una de las dos puertas de la habitación.
La puerta conducía a un pasillo sin ventanas. Elección equivocada. Volvió sobre sus pasos y descubrió que la otra puerta conducía a una habitación más grande con una gran portilla transparente en un extremo. Peron se acercó y se asomó a ella.
Ciertamente había esperado algo distinto del paisaje normal del sistema Cass; tal vez las constelaciones familiares sutilmente variadas. Pero lo que estaba contemplando era completamente inexplicable.
Más allá de la portilla el cielo estaba cubierto por un débil brillo blanquecino. No parecía tener ninguna orientación, y en todas partes tenía el mismo brillo uniforme. No había estrellas, ni nebulosas, ni nubes de polvo estelar, ni galaxias. El Universo entero había desaparecido, perdido en un resplandor difuso.
Peron notó que la cabeza le daba vueltas. Estaba en el espacio-L, y éste era tan diferente de todo lo que había imaginado que no tenía ni idea de qué hacer a continuación. Si estuviera prisionero (así era como empezaba a percibir su situación a bordo de la nave), y se hallara en un entorno ordinario tal vez podría intentar algo. ¿Pero qué podía hacer aquí? No había nada en la ciencia de Pentecostés que indicara siquiera la posibilidad de eso. Sy, con muchos más conocimientos científicos que Peron, se habría reído de la idea.
Peron se sintió molesto por un momento. Si Sy estuviera aquí y viera hasta dónde habían llegado sus teorías…
El resto de la habitación carecía de muebles o de fuentes de información útiles. Había un juego de pequeñas puertas o paneles en la base de la pared, cada uno de sólo unos centímetros de altura, pero no pudo abrirlos. Se dio la vuelta para regresar al pasillo y recordó que tenía hambre y sed. Recordó la habilidad de la doctora Ferranti para conjurar cualquier cosa de la nada. (También tendría que pedirle a Sy que tratara de explicar eso.) ¿Podría funcionar también con él? No perdía nada con intentarlo.
—Orden. —Aunque estaba solo, se sintió ridículo. Lo que estaba intentando era imposible. Pero había funcionado antes. Estaba seguro—. Orden: Traedme una bebida.
Esperó, sintiéndose como un idiota. Para confirmar su impresión, no sucedió absolutamente nada. Lo intentó una vez más.
—Orden: Traedme algo de comer.
Nada. ¿Cómo podía haber funcionado? Tenía que haber estado sufriendo una alucinación para creer que Ferranti tenía poderes mágicos para que los objetos —ella incluida— aparecieran y desaparecieran al instante.
Peron acababa de llegar a esa conclusión cuando todo lo que le rodeaba cambió en un parpadeo. Durante un segundo se sintió completamente desorientado. Ya no estaba a la entrada del corredor, sino en una habitación con paredes amarillo pálido decorada con murales elaborados y pinturas de aficionados. Llevaba puestos los mismos zapatos que había usado antes de marchar a Remolino. Se encontraba sentado en una dura silla, con las manos firmemente apoyadas en sus brazos. Ante él había una larga mesa de metal plateado y en su superficie había una única carpeta naranja y una pluma.
Y tras la mesa, mirando con expresión ligeramente aburrida y definitivamente desdeñosa, había un hombre calvo y enjuto. Peron sintió instantáneamente aversión hacia él.
—Soy el capitán Rinker, al mando de esta nave —dijo el hombre—. La doctora Ferranti me ha dicho que se encuentra usted enteramente adaptado al espacio-L. ¿Es así?
—No lo sé. No siento dolor, pero desde luego no me siento normal.
—Eso se le pasará. ¿Algo más?
—Alguien parece querer que me muera de hambre.
—Es culpa suya. Cuando se despertó, podía haber pedido comida. En cambio, decidió husmear. —Rinker hizo un gesto a una pantalla de la pared que mostraba la habitación en la que Peron había recuperado el conocimiento—. Le estábamos observando. No le sentaría mal que le dejáramos sin comer una temporada. Pero tiene usted suerte. Las reglas no nos lo permiten. Orden: Traed comida y bebida apropiadas para el despertar.
Una bandeja apareció instantáneamente sobre las rodillas de Peron. El recipiente claro contenía el mismo líquido que había bebido antes, pero la comida de los platos le era desconocida. Había empanadas marrones con una textura granular, melaza rojo-anaranjada y lonchas blancas de suave consistencia cremosa. Rinker hizo un gesto hacia la comida.
—Adelante. Puede comer mientras hablamos.
Peron miró alrededor. No había nadie más en la habitación, y no había señal de que la puerta se hubiera abierto ni cerrado.
—¿Cómo pueden hacer eso?
—No puedo decírselo. Se le dará esa información en el Mando… si se le da. —Rinker señaló la pantalla—. Sus esfuerzos para usar el sistema fueron advertidos. Para evitar que pierda el tiempo en lo sucesivo, le advierto que cualquier otro esfuerzo de su parte en ese sentido será igualmente infructuoso. Déjeme también señalarle que no tengo ninguna obligación oficial de hablar con usted, o relacionarme con usted en ningún modo excepto para trasladarle sano y salvo al Mando. Pero quiero que sepa cuántos problemas han causado usted y ese loco de Wilmer.
Peron no pudo resistirse a probar la comida que tenia delante. Su cuerpo insistía en que había pasado semanas sin recibir alimento. Comió ansiosamente. Las empanadas tenían un parecido aceptable con el pan, y aunque la materia blanca no se parecía en nada al queso que Peron había esperado, no estaba mal. Miró al capitán Rinker, tragó la comida y habló.
—No puedo hablar por Wilmer, pero no ha sido culpa mía si he causado algún problema. Sin su ayuda, podría haber muerto en Remolino. No sé por qué me echa la culpa.
Rinker hizo un gesto de impaciencia con la mano.
—Se le clasificó como creaproblemas antes de salir del planeta, igual que sus compañeros de Remolino. Se les asignó a todos a la nave Eleanora para recibir allí adoctrinamiento especial y estar apartados de los otros participantes. En cuanto a Wilmer, se supone que estaba allí como observador, no como participante. He advertido varias veces del peligro de usar reclutas locales como observadores. Tienen demasiadas ataduras a su planeta y a su gente. Pero no me hicieron caso.
—¿Wilmer es un Inmortal?
Rinker se reclinó en su asiento y frunció el ceño.
—¡Ese estúpido término! —Su voz se elevó—. Nunca lo uso. Wilmer fue reclutado para nuestro grupo, sí. Y comparte nuestro espacio de vida prolongada. Pero nunca ha dejado el sistema Cass, y desde luego no sabe nada de nuestra misión principal. Ahora yo debo sufrir las consecuencias de su acción. Durante trescientos sesenta años suyos, he visitado Pentecostés y el sistema Cass. Éste es mi decimonoveno viaje. Y nunca ha salido mal nada. Tengo un historial perfecto. Se espera que triunfe, y eso es lo que me exijo a mí mismo. Pero gracias a lo que Wilmer hizo en Remolino, todo se ha perdido. Esta visita se ha convertido en un desastre. Los materiales que debería traer del grupo de la Eleanora se han quedado atrás; la selección y adoctrinamiento de reclutas ha sido pospuesta; y llevo conmigo seis pasajeros adicionales al Mando, todos los cuales están clasificados como problemas potenciales. ¿Piensa que debo considerarme feliz?
A medida que saciaba su hambre y su sed, Peron sintió curiosidad por lo que le rodeaba. El sentimiento iba parejo con una inquietud creciente. No había hecho nada para justificar la ira de Rinker. ¿Qué esperaba aquel loco que hiciera? ¿Pedir que le llevaran de vuelta a Remolino para que muriera?
Levantó la bandeja y la colocó sobre la mesa que tenía delante.
—No digo que tenga que estar feliz. Pero no debe echarme la culpa por lo que ha sucedido. ¿Por qué no me dice qué es lo que está pasando aquí?
—¿Para que así pueda causar más problemas?
—No voy a causar problemas. Pero, naturalmente, tengo muchas preguntas. Sólo le pido que me deje acceder al terminal y los bancos de datos. No quiero robarle su tiempo. También ha dicho usted que algunos de los otros contendientes están a bordo de esta nave. Me gustaría verles.
Rinker miró furioso la bandeja y dirigió a Peron una sonrisa desagradable.
—No puedo permitirle que acceda a los bancos de datos. Como le he dicho, esta situación no tiene precedentes. Nadie se ha unido antes a nuestro grupo sin recibir adoctrinamiento previo. Lo que vaya a sucederle es algo que sólo puede ser decidido en nuestro Mando, y hasta que lleguemos allí debe hacer exactamente lo que se le diga. ¿Quiere ver a sus compañeros? Muy bien. Orden: Retirad esta bandeja.
La bandeja desapareció instantáneamente.
—Orden: Llevadnos a la sala de suspensión.
Esta vez Peron pudo ver una imagen deslumbrante de un largo corredor de paredes grises. Duró una milésima de segundo. Luego el mundo se detuvo, y él y Rinker aparecieron sentados ante un conjunto de puertas metálicas que les llegaban a la cintura. Cada una constituía la entrada a un contenedor largo y profundo del tamaño de un ataúd. Había monitores sobre la tapa transparente de cada una de las cajas, y todos los datos eran recogidos en un grueso cable óptico que corría hasta un terminal de ordenador. La habitación estaba terriblemente fría.
—Tal vez esto le dé una idea de lo grave que considero esta situación. —Rinker se adelantó hasta una de las cajas—. Sus compañeros están aquí.
—¿Qué les han hecho? —Peron se horrorizó. ¿Le estaba diciendo Rinker que Elissa y los otros estaban prisioneros dentro de aquellos cofres helados?
—Están en estado de hibernación, y así permanecerán. —La voz de Rinker era tan fría como la habitación en la que se encontraban. No ofrecía ninguna posibilidad de discusión—. Por supuesto, no corren ningún peligro. Dirijo una nave bien regulada, y todo el equipo se comprueba constantemente. Despertarán cuando lleguemos al Mando. Entonces este enojoso asunto quedará en otras manos. Me alegraré cuando acabe.
Peron dio un paso para mirar a través de la tapa del cofre más cercano. En su interior yacía Kallen, envuelto hasta el cuello por un suave material blanco. Parecía muerto. Tenía los ojos hundidos en las cuencas, y la cara gris y mustia. Peron se dirigió al otro contenedor. Allí estaba Elissa. Tembló al ver en lo que se había convertido. Sin su animación habitual, su cara era como un modelo de cera.
—¿Está seguro de que se encuentran bien? Parecen…
—No puedo perder el tiempo repitiéndome. Están bien. Ya le he dicho y mostrado más de lo que pretendía. Comerá con el resto de nosotros y le veré entonces. Si necesita comida antes, use el terminal. Orden: Llevadle a su recámara.
No había posibilidad de protestar. Rinker y la habitación con Elissa y los demás desaparecieron de repente. Peron se encontró solo con su preocupación, frustrado y perplejo, en una habitación en la que sólo había una cama, una mesa y un terminal.
Durante los juegos de la Planetfiesta había vivido momentos de terror, cansancio, suspense y desesperación. Pero no había sentido nada semejante a la frustración de las doce horas que siguieron. Cuando acabaron, Peron había tomado una decisión: si le habían clasificado como creaproblemas, se iba a ganar el título.
Sólo había querido conocer más sobre la nave y su entorno, lo que había resultado mucho más difícil de lo que esperaba. La habitación a la que había sido asignado daba a un estrecho corredor que pronto se bifurcaba hacia otras habitaciones más grandes y otros pasillos. Los había recorrido por turnos, anotando mentalmente los cambios de dirección.
Pronto descubrió la pauta. Si continuaba por el corredor de la izquierda, era libre de vagabundear como quisiera. Había encontrado un comedor y una biblioteca cuyos terminales ignoraban sus peticiones de información, pero servían comida o bebida que aparecía instantáneamente y misteriosamente delante de él en el momento en que se introducía la orden en el terminal y desaparecía con la misma rapidez en cuanto lo pedía. Conoció también a los otros miembros de la nave, todos mucho más amistosos que el capitán Rinker. Sólo eran tres. A Peron le pareció que aquel número era demasiado reducido para controlar una estructura tan grande. Pero como le había señalado Olivia Ferranti cuando llegó a su recámara en uno de sus paseos, eran más de lo que necesitaban. Todo se hacía de modo automático. El capitán Rinker solo podía encargarse de todo. En realidad, los demás estaban haciendo su primer viaje y habían venido al sistema Cass desde el Mando por sus propios motivos (que ella rehusó discutir). La doctora incluso había ofrecido una especie de disculpa por la conducta de Rinker.
—Es demasiado valioso. No hay muchas personas a las que les guste hacer estos viajes tan largos, a menudo sin compañía. Hace falta un temperamento especial. Al capitán Rinker le gusta que todo esté en orden. No puede soportar la idea de que haya perturbado usted su modo de vida.
—Pero fue Wilmer quien lo ha hecho, no yo.
—Tal vez. Pero Wilmer no está aquí, y usted sí. Así que es usted quien recibe el trato.
—¿Y se le permite mantener inconscientes a mis compañeros?
—Él es el capitán. Está al mando hasta que lleguemos a nuestro destino. Entonces tendrá que explicar sus acciones, pero no tendrá problemas, está siguiendo las reglas. Y, honestamente, no está causando ningún daño a sus compañeros. Ahora tengo que irme. Podemos seguir hablando si quiere en la próxima comida. Orden: Llevadme a las instalaciones deportivas.
Y desapareció.
Peron descubrió que podía llegar hasta la puerta de la sala de suspensión, pero ésta rehusaba abrirse. Podía formular cuantas órdenes quisiera, en cualquier tono de voz, pidiendo todo lo que se le antojara, y todas eran ignoradas.
Cuando salía de su habitación y recorría el pasillo de la derecha las cosas eran aún menos satisfactorias. El corredor izquierdo le llevaba a la parte superior de la nave, en términos de gravedad efectiva. El corredor derecho, entonces, tendría que haberle llevado a la parte inferior, y ciertamente empezaba de esa forma. Pero no importaba qué camino tomara, cuando había progresado un poco, se producía un parpadeo deslumbrador y aparecía de vuelta en su habitación, sentado ante la mesa. Toda una sección de la nave, de tamaño indeterminado, le era inaccesible.
Después de una docena de intentos fallidos, Peron se tumbó en la cama y se dedicó a pensar. Habían pasado doce horas desde su encuentro con Rinker, pero no se sentía cansado. Olivia Ferranti le había dicho que tendría poca necesidad de dormir.
—Una ventaja del espacio-L —le había dicho—. Descubrirá que duerme tal vez una hora de cada veinte.
Seguía sintiéndose de un modo peculiar, pero ella había tenido razón también en eso. Después de un cierto tiempo, se acostumbró. Aún tenía la impresión de que movía su cuerpo en un mundo donde las leyes de la mecánica habían sido modificadas ligeramente, pero la sensación desaparecía.
—¿Quiere cenar con nosotros? —La voz apareció de repente en el terminal que tenía junto a la cama. Era Garao, uno de los miembros de la tripulación que había conocido en uno de sus paseos.
—No lo creo. —Entonces se sentó rápidamente—. No, espere un minuto. Si quiero. Voy para allá.
No sentía hambre, excepto de más información. Y la única manera de conseguirla parecía ser a través de los demás. La exploración directa de la nave había sido totalmente infructuosa.
—No es necesario —dijo Garao—. Agárrese fuerte.
Notó la sensación ya familiar de desorientación y descubrió que estaba sentado en el comedor con los otros tres. El capitán Rinker no estaba presente. Como le había dicho Ferranti, el capitán prefería su propia compañía y cenaba solo.
Todos parecían aceptar de antemano que Peron no comería ni bebería lo mismo que ellos. Había cinco o seis platos diferentes sobre la mesa… todos desconocidos. Encontró algo que parecía un filete de pescado, pero claramente no lo era. Y había también varios productos parecidos a la carne con una guarnición de alguna especie de verdura. Nada sabía a lo que esperaba… y toda la comida estaba fría.
Los otros parecieron sorprenderse cuando lo mencionó. Ferranti miró a Garao y al lingüista, Atiyah, y luego se encogió de hombros.
—Tendría que habérselo mencionado antes. No se come caliente en el espacio-L. Mejor que se acostumbre.
—¿Pero por qué?
—Espere hasta que lleguemos al Mando y pregunte allí. —Ferranti se hallaba claramente cohibida por su respuesta. Estaba sentada junto a Peron, así que sólo la veía de perfil, pero su voz mostraba su incomodidad—. Por mí se lo diría, pero va en contra de las órdenes del capitán. Si le gusta la comida caliente, puede hacer que lo que estamos comiendo sea más aceptable. Es bastante fácil ordenar especias. Orden: Traed más platos para Peron Turca, pero con especias picantes.
Hubo un retraso de unos quince segundos, y entonces los nuevos platos aparecieron ante Peron. Estaba a punto de servirse cuando advirtió la expresión de Garao y Atiyah.
—¿Qué pasa? ¿No está bien que me coma esto?
—Ése no es el problema. —Garao alzó un plato vacío—, Orden: Retirad esto.
Una vez más hubo un retraso de segundos, y luego el plato desapareció de repente.
—¿Veis? —Garao parecía extrañado—. Es el mismo problema que tuvimos en el viaje de ida. Parece haber empeorado.
—Cierto —dijo Ferranti—. Ahora tarda el doble.
—¿Qué es lo que tarda el doble? —Peron sintió como si hubieran estado jugando a las adivinanzas sólo para confundirle.
—El servicio —contestó Atiyah. Era hombre de pocas palabras—. Debería ser instantáneo. Vamos a medir el retraso. Orden: Traedme un vaso de agua.
Permanecieron sentados en silencio hasta que diez segundos después un vaso lleno de líquido apareció ante Atiyah.
Garao asintió.
—Será mejor que lo notifiquemos inmediatamente a Rinker. Tendrá que salir del espacio-L para corregirlo. Ahí tenéis a ese bastardo envarado y a su nave «perfectamente dirigida».
—Y vaya si se sentirá complacido —dijo Ferranti—. Ya se está quejando del desastre que ha sido este viaje…
—¿Salir del espacio-L? ¿Pero adonde irá?
Los otros le miraron un instante.
—Lo siento —dijo Carao—. Pero nuevamente son órdenes del capitán. No podemos incluirle en la conversación. Orden: Llevad a Peron de vuelta a su habitación.
—¡Esperen un minuto! —Peron estaba frenético—. Miren, al diablo con las órdenes del capitán. Si algo va mal, tengo derecho a saberlo también. Estoy en la nave, igual que ustedes. Quiero quedarme aquí y averiguar qué es lo que está pasando.
Pero la última frase fue una pérdida de tiempo. Peron añadió una andanada de maldiciones. El retraso en el servicio podía preocupar a los otros, pero aún era demasiado breve. Estaba de regreso en su habitación, hablando a las paredes desnudas.
Peron sólo se permitió maldecir unos pocos segundos. Entonces se quitó los zapatos y corrió a toda velocidad por el corredor que conducía a la parte superior de la nave. Los monitores mostrarían aún sus movimientos, eso parecía seguro. Pero ahora que había una emergencia a bordo, ¿quién estaría vigilando? No habría otra oportunidad mejor para explorar las áreas que le estaban prohibidas normalmente.
Su primer estudio del esquema interno de la nave no había sido infructuoso. Corrió rápidamente y en silencio hacia el camarote de Rinker, seguro de cada corredor. En la intersección ante la puerta de Rinker se detuvo y miró desde la esquina. ¿Había llegado a tiempo? Si Rinker ya se había marchado, no habría manera de saber adonde había ido.
Oyó la puerta abrirse y cerrarse y se retiró al siguiente recodo del corredor. No oyó pasos. Rinker debía estar encaminándose en la otra dirección.
Salió corriendo de nuevo y echó otra ojeada al corredor, justo a tiempo para ver a Rinker de espaldas. Se dirigía a la izquierda, lejos del comedor.
Peron intentó visualizar la distribución. ¿Qué había en aquella dirección? Todo lo que podía recordar eran dos grandes cámaras de almacenamiento, cada una llena de materiales de alguna clase, y más camarotes. La sala de suspensión estaba al fondo de ese mismo corredor.
Rinker continuaba caminando, sin volver la vista atrás. Pasó las zonas de almacenaje, los camarotes… ¿Qué podría querer en la sala de suspensión?
¿No habría olvidado Peron alguna ramificación en el corredor? Sabía que no podía ignorar la posibilidad. Se arriesgó y acortó la distancia que les separaba. Estaba tan cerca que podía oír la pesada respiración de Rinker y oler el desagradable talco que usaba como ambientador corporal.
Peron arrugó la nariz. ¡No le extrañaba que aquel tipo viajara solo!
Dudó ante la puerta de la cámara de suspensión. Rinker había entrado, pero no había forma de seguirle sin que advirtiera su presencia.
En el interior sonó un chasquido. Peron se asomó a la puerta. Rinker había abierto uno de los grandes sarcófagos brillantes y estaba cerrando la puerta después de meterse dentro.
Peron entró en la sala en cuanto el panel delantero quedó completamente cerrado. Pero en vez de dirigirse al sarcófago de Rinker continuó hasta el fondo y miró a través de la tapa transparente. Lum estaba allí dentro, blanco como un cadáver. Peron trató de ignorar la figura enorme y quieta y miró en cambio las paredes del contenedor.
Era extraño. Aunque no lo había advertido en su primera visita, con el capitán Rinker, la caja parecía tener un servicio completo de controles tanto dentro, como fuera… como si aquellas figuras prisioneras y congeladas pudieran despertarse y desearan controlar el aparato desde dentro. Y había algo más, igualmente extraño. En el otro extremo del contenedor había otra puerta del mismo tamaño que daba solamente a la pared lisa.
Habían pasado un par de minutos desde que Rinker entrara y cerrara la puerta. Con mucho cuidado, Peron anduvo hasta colocarse ante la caja. Pegó la oreja y oyó un siseo de gases y el golpeteo de una bomba. Peron se arriesgó a mirar, Rinker yacía con los ojos cerrados. Parecía bastante relajado y normal, pero una cadena de filamentos plateados había aparecido de las paredes del contenedor y se había adherido a varias partes de su cuerpo. Un fino fluido blanco empapaba su piel. Peron tocó la superficie del contenedor, esperando el frío helado que había sentido ante el sarcófago de Lum. Dio un brinco y retiró la mano bruscamente. La superficie estaba caliente y producía un hormigueo, como si le estuviera enviando una corriente eléctrica.
La situación no cambió durante un par de minutos. Entonces el atomizador dejó de funcionar y los nódulos volvieron a su lugar en el lado del contenedor y los filamentos plateados se aflojaron y retiraron. Peron continuó contemplándolo. Diez segundos después el cuerpo de Rinker pareció temblar un instante. Y entonces el contenedor quedó vacío. En una fracción de segundo, antes de que Peron pudiera parpadear, Rinker se había esfumado por completo.
Peron estuvo tentado de abrir la puerta del contenedor. En cambio, se acercó al otro sarcófago vacío que había al lado y lo abrió. Los controles internos parecían bastante simples. Había un dial de tres direcciones, un contador con las unidades en días, horas y centésimas de hora, y un mando manual donde aparecían solamente las letras N, L y H. La posición H estaba en rojo, y debajo había una nota: PRECAUCIÓN: NO USAR EL MÓDULO PARA HIBERNACIÓN (H) SIN AJUSTAR EL CONTADOR TEMPORAL O SIN AYUDA DE UN OPERADOR EXTERIOR.
Peron estaba pensando en entrar para echar un vistazo más de cerca cuando oyó un chasquido de advertencia procedente del otro contenedor. La puerta volvía a abrirse. Se obligó a moverse con cuidado y en silencio mientras cerraba su cofre. Era demasiado tarde para salir de la habitación: la puerta estaba abierta. Afortunadamente, lo hacía en su dirección, por lo que quedó temporalmente oculto tras ella. Se movió en silencio hacia la siguiente caja y se acurrucó tras ella.
Rinker había regresado. Se dirigía lentamente hacia la salida de la habitación, sin mirar a derecha ni izquierda. Peron le vio de refilón y se dio cuenta de que tenía los ojos hundidos e inyectados en sangre y el rostro pálido. Le siguió a una distancia prudencial. El otro hombre caminaba como borracho y parecía totalmente exhausto y derrotado por la fatiga. En vez de continuar hacia su camarote, entró en el comedor. Garao, Ferranti y Atiyah estaban aún charlando allí dentro.
Y aún comían. A Peron le pareció extraño, hasta que advirtió que sólo habían pasado unos pocos minutos desde que la orden verbal de Garao le había devuelto a su habitación.
—Todo arreglado —dijo rudamente el capitán Rinker—. Hay un componente defectuoso en el sistema de translación de órdenes. No tenemos repuestos a bordo, así que lo he reparado como he podido.
—¿Durará o volverá a estropearse? —Era la voz de Olivia Ferranti.
—Volverá a fallar tarde o temprano. Pero espero que tarde una temporada. —Rinker bostezó—. Eso ha sido demasiado para mí. Estuve allí casi cinco minutos, sin descanso. Ahora debo irme a dormir.
Hubo un murmullo de voces de conmiseración.
—Esperemos que no vuelva a hacerlo durante el viaje —dijo Garao, aunque su tono no apoyaba sus palabras.
—No lo hará —contestó Rinker—. No espero que haya más problemas en este viaje.
Peron pensó en estas palabras mientras recorría el pasillo de puntillas. Las acciones y comentarios de Rinker eran reveladoras, y Peron ahora tenía un leve indicio de lo que sucedía.
Si tenía razón, a Rinker le esperaban más problemas de los que imaginaba.
En cuanto se alejó lo suficiente del comedor, Peron empezó a correr a toda velocidad. La emergencia había terminado. Y eso significaba que volverían a observar sus movimientos. ¿Habría monitores incluso en el interior de los sarcófagos?
Llegó a la sala de suspensión y se dirigió de inmediato hacia el mismo cofre que había ocupado Rinker. La puerta se abrió con el mismo chasquido, entró en el sarcófago y se tumbó. Todos los controles estaban fácilmente al alcance. Podía alargar la mano y conectarlos con sólo pulsar un botón. La elección ya estaba hecha. No quería la L, puesto que ya estaba en el espacio-L; y tampoco quería la H, ya que eso era la hibernación de Elissa y los otros. Tenía que ser la N… ¿Pero qué era lo que significaba aquello?
Peron se había movido a toda velocidad, pero ahora dudó. ¿Y si el procedimiento que sacaba a Rinker del espacio-L requería otros conocimientos que él ignoraba? Estaba claro que los otros tenían poderes extraordinarios, ya que las órdenes que Peron daba eran ignoradas. ¿Y si el uso de este aparato requería los mismos poderes?
El tiempo pasaba. En cualquier momento podría volver a repetirse el aturdimiento familiar y se encontraría de nuevo en su habitación. Aún tenía el dedo sobre el botón. Cuando en Remolino había estado seguro de que le esperaba una muerte inevitable, lo había encarado firmemente, en completa calma. Esto era diferente. Fuera lo que fuera lo que Rinker y los otros podían hacerle, no creía que fueran a matarle. Pero ahora podía morir por su propia mano. Su siguiente acción podría ser su suicidio.
Peron miró por última vez las paredes del sarcófago. ¡Ahora o nunca!
Inspiró profundamente, cerró los ojos y presionó el botón marcado con la N.
No hubo ningún momento molesto de cambio. Peron había esperado un estallido de náusea, o tal vez algún dolor transitorio insoportable. En cambio, sintió el frío contacto de los electrodos en sus sienes y el atomizado de fluido sobre su piel. Se relajó y se dejó llevar en una tranquila meditación. Continuó largo rato, y terminó sólo cuando fue consciente de los latidos de su propio corazón que resonaban en sus oídos.
Un sentimiento de bienestar le inundaba, como si se despertara del mejor sueño de su vida. Sintió la tentación de quedarse tumbado y saborear la sensación. Pero entonces sintió miedo de haberse quedado simplemente dormido, de que nada más hubiera sucedido. Abrió los ojos, preocupado, y miró alrededor.
El interior del sarcófago no había cambiado de forma, pero sí de color. Ahora era naranja pálido, y antes había sido amarillo. Incluso sus ropas eran diferentes, negras en vez de marrones.
Se sentó y entonces tuvo que agarrarse a una de las paredes. Se había quedado dormido en un campo gravitatorio de un g y ahora estaba en caída libre.
La puerta de la habitación no podría cerrarse desde dentro. ¿Y si le seguían? Consciente de que aún era probable que le siguieran y le descubrieran, Peron se dirigió hacia la otra puerta. ¡Menos mal que había aprendido a desenvolverse en caída libre después de salir de Pentecostés! Se sentía un poco extraño, pero no notaba vértigo ni náuseas.
La puerta se abrió sin problemas. La atravesó y la cerró.
Había un cerrojo exterior y lo echó para que no pudieran abrir la puerta desde dentro de la caja. A continuación se dirigió a las puertas y las cerró de la misma manera. Sólo entonces se sintió momentáneamente a salvo.
Miró alrededor. Estaba flotando en un largo pasillo débilmente iluminado por tubos amarillos que corrían paralelos a las paredes y muy lejos pudo oír un ronroneo grave y sibilante. Se encaminó hacia allá.
Al doblar el recodo del pasillo, llegó a una cámara cuadrada con una pared externa completamente transparente. Permaneció ante ella largo rato, abrumado por la visión del universo que se abría a sus ojos. La neblina débil y luminosa del espacio-L había desaparecido. Estaba contemplando un resplandeciente mar de estrellas. Las viejas constelaciones familiares estaban allí, igual que lo habían estado desde la órbita alrededor de Pentecostés. Se sintió aliviado. Estaba aún vivo, y había vuelto a un universo que tal vez comprendía.
Mientras aún estaba contemplándolo, en el corredor hubo un rumor más fuerte. Una máquina se aproximaba, deslizándose por la pared sobre una vía magnética invisible. Su cuerpo principal era pequeño, del tamaño de su cabeza, pero tenía largos brazos articulados a los lados. Peron observó la máquina con cautela.
Se movía muy lentamente y se introdujo en una puertecita que había en la pared del corredor. Peron reconoció el tipo de apertura: había cientos de ellas por toda la nave, en todas partes, desde los camarotes al comedor o la biblioteca, y él había sido incapaz de abrir ninguna. La máquina no tenía el mismo problema. La atravesó suavemente y desapareció.
Peron continuó su viaje. Estaba en una parte de la nave que nunca había visto antes. El pasillo finalmente le condujo a una gran cámara donde había cientos de máquinas. La mayoría permanecían inmóviles, pero de cuando en cuando una o más empezaban a moverse y se deslizaban siguiendo un curso misterioso. Siguió a un par de ellas hasta que atravesaron una de las puertecitas que había en cada corredor.
Peron decidió que tenía que encontrar un lugar tranquilo para pensar. Se encaminó por el pasillo y por fin descubrió que estaba en una cámara diferente. Ésta era una cocina automática, similar a la que había servido a los ganadores de la Planetfiesta en sus viajes a través del sistema Cass. Peron encontró un surtidor de agua y bebió copiosamente. Paladeó el líquido puro. Fueran cuales fueran las otras virtudes del espacio-L, hacía que la comida y la bebida fueran menos interesantes. Estudió unos instantes la disposición y advirtió que el equipo de procesado era diferente de todo lo que había visto en el otro lugar. Por su aspecto, podía producir un menú u otro con ingredientes añadidos y desconocidos.
Mientras estaba observando, cuatro robots entraron en la cocina. Le ignoraron. Llevaban platos en los cuales aún quedaba comida. Peron advirtió que uno de ellos contenía los restos de la misma comida servida con especias que le habían ofrecido en el espacio-L. La superficie de los robots brillaba de humedad. Peron se acercó a uno y lo tocó. El metal estaba helado. Se llevó el dedo a la boca y probó el líquido. Las gotas eran simplemente agua condensada del aire que le rodeaba.
Se sentó en el suelo, se colocó la cabeza entre las manos y se puso a meditar. Todo tenía sentido si podía obligar a su mente a que aceptara una posibilidad increíble. Y era una posibilidad que por fin podía comprobar por sí mismo.
Peron se incorporó. Cogió la bandeja de metal más pesada que pudo encontrar en la cocina y golpeó con todas sus fuerzas la pared de metal. No se dobló. Regresó a la cámara donde estaban los pacientes robots y esperó hasta que uno de ellos se puso en movimiento. Le siguió de cerca por los numerosos pasillos que se desplegaban de la abertura central.
Cuando la máquina se dispuso a atravesar una de las puertecitas. Peron estaba ya preparado. La puerta se abrió y el robot se deslizó en su interior. Mientras aún permanecía abierta, Peron introdujo la fuerte bandeja de metal en la abertura. El mecanismo metálico de la puerta emitió un chasquido, pero no consiguió cerrarse.
Peron se agachó y miró en su interior.
Del otro lado salía una corriente de aire helado. La temperatura debía de estar cercana a la de congelación. El robot había continuado su camino hacia una zona iluminada simplemente por débiles destellos de luz roja.
Peron calculó la anchura de la puerta y vio que había espacio suficiente para que pudiera deslizarse, siempre y cuando quisiera arriesgarse a despellejarse los hombros. Se quitó la chaqueta, la colocó delante de él y se escurrió en el interior.
Estaba aún más frío y más oscuro de lo que había supuesto. Tiritó y se acurrucó contra la chaqueta. No podría quedarse allí mucho tiempo a menos que tuviera más ropa.
Peron reconoció la habitación: era la que estaba junto al camarote de Rinker. Había estado allí antes, durante sus exploraciones originales de la nave. Pero había una gran diferencia. En vez de un campo gravitatorio de un g, sentía que estaba en caída libre.
Vio el robot en el pasillo. Llevaba una botella vacía de la bebida fermentada que Rinker solía tomar durante sus solitarias comidas. El robot se le acercó y otra vez le ignoró. Dudó ante la puerta que mantenía abierta la bandeja y luego se dirigió a otra puerta y la atravesó tranquilamente. Al hacerlo, otro par de robots de servicio aparecieron al otro lado y se pusieron a trabajar para liberar el obstáculo y reparar la puerta.
Peron no se quedó a observar. Se introdujo rápidamente en el apartamento de Rinker. Este se encontraba sentado en una silla, completamente inmóvil, con la mano levantada y la boca abierta. Peron se quedó estudiándole durante varios minutos. Por fin, el capitán consiguió que la mano se moviera una pulgada hacia la boca abierta. Peron le tocó —las mejillas. Eran como mármol helado. Pasó la mano por delante de los ojos de Rinker, pero no hubo ningún parpadeo reflejo.
Aquello era prueba suficiente. Peron salió rápidamente y se dirigió a la sala de suspensión. Atravesó el comedor, donde las figuras inmóviles de Garao, Ferranti y Atiyah continuaban sentadas ante la mesa, convertidas en tres perfectas esculturas de carne congelada.
La sala de suspensión estaba desierta. Peron se detuvo un momento delante de los sarcófagos. Una vez más examinó sus motivos. Arriesgar su propia vida era una cosa; poner en peligro la vida de sus amigos era otra. ¿No sería mejor esperar hasta que la nave llegara al misterioso Mando de los Inmortales y ver cómo trataban allí al grupo?
Intentó imaginar las respuestas que le darían los otros. Parte de su mente podía crear una conversación simulada con Lum, Kallen, Sy, Elissa y Rossane.
—No corréis peligro en los tanques, y no estoy seguro de cómo funciona el proceso para haceros volver a vivir. Parece simple, ¿pero y si hubiera algún problema oculto? ¿No sería mejor que esperara hasta ver qué pasa cuando lleguemos al Mando?
Imaginó que podía oír su respuesta:
—Diablos, no. Si hay algo que ninguno de nosotros pueda soportar es que alguien dirija nuestras vidas. Lo sabes. ¿Por qué crees que nos consideran creaproblemas? Vamos. Creaproblemas. ¡Sácanos de aquí!
Examinó cada tanque por turno. Los controles eran todos idénticos. Podía cambiar el dial a L o a N, y había una tabla para indicar el procedimiento correcto para cada uno. El regreso de la hibernación al estado-N era un proceso largo. Duraría doce horas. Pero Peron no necesitaba montar guardia todo ese tiempo. Buscaría ropas de abrigo para cada uno: Elissa y los otros estaban desnudos a excepción de la película blanca que los cubría. Podría volver a forzar otra puerta y regresar a la zona más cálida donde estaban las cocinas en las que vivían los robots.
Pensó en bloquear la puerta de la sala de suspensión, pero decidió que no sería necesario. Si las cosas salían de acuerdo con el plan, su trabajo estaría terminado antes de que Rinker y los otros pudieran interferir.
Primero Elissa. No podía esperar para verla y charlar de nuevo con ella. Sólo tardó unos instantes en preparar y accionar el mando. Peron miró ansiosamente a través de la tapa transparente del tanque. En el interior sonó un ronroneo de motores y después de unos segundos un vapor amarillo empezó a inundarlo. Entonces Elissa y todo lo demás quedaron completamente invisibles. Peron continuó de un tanque a otro, ajustando las condiciones que rescatarían a sus amigos de la hibernación y les devolverían a la conciencia.
Para Elissa, el horror había comenzado cuando vio el estado en que se encontraba el traje de Peron: había quedado roto y rasgado por el impacto contra la dura superficie de Remolino y posiblemente había quedado inutilizado para protegerle. Las temperaturas del exterior garantizaban que no podía sobrevivir.
Antes de que pudieran sentir plenamente la pena, Wilmer se hizo cargo de todo. Incluso la indiferente autoconfianza de Lum y el remoto aire de superioridad de Sy habían sido barridos por la sombría determinación del otro. Habían hecho lo que había dicho Wilmer, y sin preguntas.
Primero había que crear una atmósfera respirable en el interior del domo. Entonces Elissa y Kallen habían despojado cuidadosamente a Peron de su traje y sus ropas. Su piel se había oscurecido y las venas sobresalían en la superficie amoratada. Elissa se inclinó sobre él. No podía ver ningún signo de respiración. Le buscó el pulsó, pero no pudo encontrarlo. Peron tenía la muñeca y la garganta heladas al contacto.
—Ayúdame a darle la vuelta —dijo Wilmer—, Tenemos que ponerle boca abajo. Bien. Ahora ve a ayudar a Lum con los controles de la temperatura. Tienen que ser precisos… y no querrás ver esto.
Incapaz de apartarse, Elissa miró de todas formas. Wilmer se quitó los guantes del traje y se calzó otros de material fino y cristalino que se moldeó fijamente a su piel. Entonces flexionó los dedos un par de veces y sacó un escalpelo de su maleta verde. Hizo cuidadosas incisiones en la base del cuello de Peron y en la base de su espina dorsal, donde insertó finas sondas brillantes, que se introdujeron en el cuerpo de Peron, sin que tuviera que hacer ningún esfuerzo. Wilmer le colocó una mascarilla facial sobre la nariz y la boca y la conectó a un cilindro azulgris. Conectó una válvula y Elissa oyó el siseo del gas.
La temperatura en el interior del domo había subido un poco. Wilmer abrió su escafandra y olfateó el aire.
—Ya hay suficiente calor —dijo—. Sugiero que nos quitemos los cascos y conservemos el aire en los trajes, puede que lo necesitemos.
Sacó otro cilindro de la maleta y se lo tendió a Elissa.
—Esto mejorará la atmósfera. Conéctalo al circulador central del domo y entonces podremos quitarle la máscara a Peron.
—¿Está vivo?
—De momento sí… Pero aún corre peligro.
Elissa llevó el cilindro a la unidad de circulación de aire, lo colocó en su posición y lo conectó. Al principio pareció que no sucedía nada. Luego el aire helado del domo se volvió denso y perfumado, como si le estuvieran quitando el oxígeno. Elissa se volvió hacia Wilmer con el ceño fruncido. Advirtió que el hombre había cerrado la escafandra de su traje. Quiso preguntarle qué estaba haciendo, pero no pudo hacerlo. El instante se alargó. Wilmer estaba inmóvil, observando y esperando. Elissa sintió un extraño momento de despegue, como si se estuviera alzando hasta el techo del domo y dejara atrás su cuerpo.
Y ahora… despertaba para ver que Peron estaba de pie, ansioso, ante ella. Parpadeó hasta conseguir aclarar la imagen.
—¿Elissa? ¿Estás bien?
Él la rodeó con los brazos y la ayudó a sentarse. Ella tiritaba, de frío y de emoción. Se miró. En el domo había llevado ropas térmicas, pero ahora estaba desnuda, con excepción de una membrana transparente de tela fina.
¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado a este lugar? Hizo un esfuerzo para pensar con claridad. En el momento de despertarse, era difícil ser lógico. ¿Y qué importaba la lógica? Peron estaba aquí, vivo. Ella se sentía de un modo extraño, helada pero despejada y alegre. Las explicaciones podrían esperar un poco más. Abrazó fuertemente a Peron.
—Aquí estoy —dijo. Todo era agradable y muy divertido—. Pero tengo frío, Peron.
—Bien, estás despertando. —Él señaló un montón de ropas que había al lado—. Ponte lo que te venga bien. Tengo que ver cómo les va a los otros.
—¡Peron! —Ella tiritó y le dio a Peron un abrazo tan fuerte que hizo que sus costillas crujieran—. Explícate. ¿Qué me ha pasado?
—Te lo diré más tarde. —Le devolvió el abrazo con más fuerza aún—. Vamos. Tal vez te necesite para sacar a Lum. Deberían haberle llamado «Leño».
Elissa rebuscó en la pila y encontró ropas adecuadas mientras Peron abría la puerta del siguiente tanque y trataba de sacar a su ocupante. Lum gruñía y juraba. Estaba seminconsciente, y se resistía en medio de su confusión.
—Espera. Déjame ayudarte. —Elissa se dirigió al otro lado y se asomó. Cogió a Lum por los pelos y le dio un tirón. El hombre se enderezó rápidamente, con los ojos desorbitados, y gimió en signo de protesta.
—No hacía falta hacer eso. Estoy despierto. —Cerró los ojos de nuevo y empezó a recostarse otra vez—. Está bien. Estoy despierto. Me levantaré dentro de un minuto.
—Tírale otra vez del pelo y luego ayúdale con la ropa —dijo Peron—. Mira a ver si encuentras algo que sea lo bastante grande. Kallen es el próximo, pero apuesto a que será más fácil. Rosanne me dijo que Lum duerme como un tronco, incluso en condiciones normales.
Unos pocos minutos después Rosanne y Kallen estaban despiertos, pero aturdidos. Peron les dejó suspirando y tiritando y buscando ropas de abrigo. Sy fue el último de todos. Recobró instantáneamente la conciencia. Ya al abrir los ojos se revolvía hacia los lados como un gato, adoptando una postura defensiva.
—Relájate —dijo Peron—. Estás entre amigos.
Sy le dirigió una mirada incrédula y echó un vistazo alrededor.
—¿Dónde estoy? Lo último que recuerdo es que nos encontrábamos en el domo de Remolino. ¿Qué sucedió?
—Es una larga historia. Ponte algo de ropa y sígueme. Os lo explicaré sobre la marcha.
Peron les condujo al comedor, donde Ferranti y los otros por fin habían mostrado signos de movimiento. Garao estaba a medio camino de la puerta, con un pie levantado del suelo.
—Quería que vierais esto para evitar discusiones —dijo Peron—, o que pensarais que había estado masticando dilason. Hace catorce horas yo estaba en ese estado. Eso es el espacio-L. ¿Recordáis lo mucho que nos preocupaba la idea de que los Inmortales pudieran viajar a las estrellas en solo días?
—Aún no lo creo —dijo Sy—. No se puede sobrepasar la velocidad de la luz.
—Tienes razón… pero también estás equivocado. Tengo una pregunta para todos vosotros. ¿Cuánto recorre la luz en un segundo, o en un año?
Hubo un breve silencio.
—Todos sabemos la respuesta —contesto Rosanne—. Así que supongo que es una pregunta de pega.
—En cierto sentido… La respuesta depende de tu definición de lo que es un segundo o un año. Nos hemos equivocado en nuestras apreciaciones del espacio-L. No es ningún universo paralelo, ni el hiperespacio. Es el mismo espacio en que vivimos… pero con un estado de percepción cambiada. Si queréis pruebas, mirad a esa gente.
Kallen había estado observando de cerca a Olivia Ferranti.
—Parece inconsciente —dijo suavemente—, Y tiene la piel fría. Pero sus ojos están abiertos. Están vivos, eso está claro. ¿Están hibernando?
—No. Todos están completamente conscientes. En ese estado se siente uno normal, excepto por unas cuantas diferencias sutiles. Pero sus metabolismos han sido ralentizados drásticamente. Son dos mil veces más lentos de lo normal. Eso es el espacio-L, y cambia tu percepción de todo. La luz viaja a trescientos mil kilómetros en uno de nuestros segundos. En uno de los suyos, lo hace a seiscientos millones. Para nosotros, el Sol está a dieciocho años luz. Para ellos, a poco más de tres días luz. Por eso hemos oído que los Inmortales pueden viajar entre las estrellas en sólo unos días. Sus días. Su tiempo transcurre tan lentamente que lo que a nosotros nos parece un día, para ellos es menos de un segundo.
Peron se acercó a Garao y le pasó la mano lentamente por delante de la cara.
—¿Veis? Ni siquiera saben que estamos aquí. Se dirigió a la figura inmóvil de Atiyah, le quitó el cinturón y lo colocó alrededor del cuello de Olivia Ferranti. —Dentro de unos veinte minutos se dará cuenta de que ha perdido el cinturón. Dentro de otra hora nuestra, empezará a preguntarse dónde habrá ido a parar. Pasará otra hora antes de que pueda hacer algo para recuperarlo.
Los otros hicieron su propia inspección, tocándole la piel y revolviéndole el pelo.
—¿Cómo lo consiguen? —preguntó Lum. —Igual que yo, cuando Wilmer me trató allá en Remolino. Sé que no es una gran respuesta, pero es la mejor que puedo darte. Tiene que haber un tratamiento complicado, pero debe estar bien sistematizado… y es completamente reversible. He estado en las dos zonas, como el capitán Rinker. Tuvo que volver al estado de vida normal para arreglar un problema técnico con la nave. Vamos a explorarla. Necesitaremos esa información más tarde.
Peron les guió de regreso a la sala de suspensión y mientras lo hacía respondía a su torrente de preguntas. La nave en la que viajaban estaba en el espacio interestelar, dirigiéndose al Mando de los Inmortales, que se encontraba lejos de cualquier sol o planeta, a un año luz del sistema Cass.
Se movían sólo a una fracción de la velocidad de la luz… probablemente a un décimo. En Pentecostés pasarían casi diez años durante su viaje.
Los otros ganadores de la Planetfiesta no estaban a bordo. Sólo podían hacer conjeturas sobre su destino, pero Peron pensaba que aún estarían en el sistema Cass, viviendo probablemente en la Nave. Los otros contendientes posiblemente se convertirían en Inmortales después de algún tipo de adoctrinamiento. Preferirían vivir en el espacio-L por la larga vida subjetiva que ofrecía y volverían a la vida normal, como había hecho Wilmer, sólo para misiones especiales.
—¿Cuánto vive un Inmortal? —preguntó Sy—, Es obvio que nadie puede ser completamente inmortal.
—Mil setecientos años.
Hubo otro largo silencio.
—¿Quieres decir mil setecientos años subjetivos —dijo Elissa por fin—. Eso son dos mil veces mil setecientos años ordinarios en Pentecostés… tres millones cuatrocientos mil. ¡Viven tres millones cuatrocientos mil años!
—Exacto —dijo Peron. No le había sido fácil ajustarse a aquella idea, y le alegraba ver que los otros tenían la misma reacción—. Naturalmente, eso es sólo una conjetura. Como dijo la doctora Ferranti, sólo pueden hacer estimaciones de la duración de su vida, porque nadie la ha vivido aún enteramente. Sólo han pasado unos veinte mil años desde que dejamos la Tierra, y allí nadie vivía en el espacio-L.
—Pero ¿y los efectos colaterales? —dijo Elissa—. Cuando se hace un cambio tan profundo…
—Sólo conozco un par de ellos —dijo Peron, y se pasó la mano por el pelo—. ¿Ves? Ha dejado de crecer, y creo que en el espacio-L estaba empezando a perderlo. Mejor que te prepares a perder esos maravillosos rizos, Rosanne. Creo que cuando cambias de metabolismo pierdes el pelo. Eso es lo que le sucedió a Wilmer, y al otro participante que conoció Kallen. En Remolino no lo pude creer cuando Wilmer me dijo que había tenido problemas, allí mismo, trescientos años antes. Ahora tiene sentido. Eso sucedió hace sólo unos meses en el espacio-L. Estuvo viviendo allí hasta acudir a la Planetfiesta. Un centenar de años en Pentecostés serían sólo unas pocas semanas para él.
—Eso explicaría por qué sólo vimos vídeos de los antiguos ganadores —dijo Lum—. No volvieron a Pentecostés. Pero no hay problema con los vídeos, pueden grabarlos a la velocidad de espacio-L y luego acelerarlos para que parezcan normales. Las apariciones personales son imposibles a menos que regresen al tiempo normal. Al Espacio-N, como lo llamaste.
—Y no querrán hacerlo —dijo Peron—. Cuando se abandona el espacio-L se pierde el beneficio de la vida ampliada. Tienes que comer comida especial, y no te sientes normal del todo. Pero la gente haría cualquier cosa para incrementar veinte veces su tiempo de vida subjetiva.
Llegaron de nuevo a la cámara de suspensión. Peron les hizo entrar y atravesaron uno de los sarcófagos, usándolo como un camino hacia las otras partes de la nave. Hubo un substancial cambio de temperatura cuando pasaron a través del tanque de suspensión, y todos se desabrocharon las ropas.
—Os diré una cosa que no comprendo —dijo—. Cuando estaba en el espacio-L, sentía como si estuviera en un entorno de un g. Ahora estamos exactamente en la misma parte de la nave, pero en caída libre. No veo cómo puede suceder eso.
Guardaron silencio durante un rato, y entonces Kallen tosió.
—¡El efecto de T al cuadrado! —dijo suavemente.
—¿Qué?
—Tiene razón —dijo tranquilamente Sy—. Muy bien, Kallen. ¿No ves lo que dice, Peron? La aceleración se refiere al cuadrado del tiempo. Distancia por segundo y por segundo. Cambia la definición de segundo y por segundo cambia la velocidad percibida. Por eso pueden viajar años luz en lo que consideran unos pocos días. Pero cambia también la aceleración percibida. Y cambiará aún más para nosotros. El cuadrado del promedio de tiempo relativo.
—Lo cual es otra razón para que los Inmortales no bajen a la superficie de los planetas —intervino Lum—. Quieren pasar el tiempo en el espacio-L para incrementar su período de vida subjetivo, pero entonces eso les fuerza a vivir en un campo de aceleración muy débil. No pueden soportar la gravedad.
—Ni siquiera un campo débil —añadió Rosanne—. Se caerían antes de que supieran que habían perdido el equilibrio. ¿Cuál dijiste que era el factor tiempo? ¿Dos mil a uno? Entonces incluso percibirían una millonésima de g como si fuera un campo de cuatro g. Tienen que vivir en caída libre. No tienen otra alternativa. Pero perciben incluso una millonésima de g como gravedad normal.
Peron miró alrededor, disgustado.
—De acuerdo. Todo el mundo lo ha visto con facilidad menos yo. Intentad comprender este otro problema. Decidme qué es lo que pasa fuera de la nave. Una de las razones por las que al principio pensé que el espacio-L tenía que ser alguna clase de hiperespacio fue la visión desde las portillas. Cuando te asomas, no se ve ninguna estrella. Todo lo que se ve es una especie de neblina brillante. Es de un tono amarillo blancuzco, y está en todas partes.
Esta vez no hubo ni siquiera un momento de pausa.
—Cambio de frecuencia —dijo Sy de inmediato—. Veamos.
Dos mil a uno. Así que la longitud de onda que tus ojos pudieron ver sería dos mil veces más grande. En vez de una luz amarilla a medio micrómetro, verías el amarillo a una longitud de onda de un milímetro. ¿Adonde nos llevaría eso?
Hubo un siseo.
—Al Big Bang —susurró Kallen.
—La radiación cósmica de tres grados —dijo Rosanne—. ¡Dios mío! Peron, viste la radiación residual del principio del Universo. ¡La viste con tus propios ojos!
—Y es uniforme e isotrópica —añadió Lum—. Por eso parecía una neblina generalizada. Con esa longitud de onda no se obtiene una señal fuerte de las estrellas o de las nebulosas, sólo un campo continuo.
Peron miró a Elissa.
—No digas nada. También tú me dirás que es obvio. Supongo que así es. Pero fue mucho más confuso cuando no tenía ni idea de que estaba tratando con distintas escalas de tiempo. No podía imaginarme dónde estaba ni que el Universo tuviera ese aspecto. Intentad una cosa más. Esta vez sé qué es lo que pasa, pero necesitaré ayuda. Especialmente de Sy y Kallen. Sois nuestros especialistas en ordenadores.
Les condujo a través de los estrechos corredores hasta la cámara donde los pacientes robots estaban sentados en filas silenciosas. Los otros contemplaron atentamente cómo tres de las máquinas cobraban vida y pasaban junto a ellos.
—No os preocupéis —dijo Peron—, No se mueven con la rapidez suficiente para ser peligrosos. Podemos quitarnos de en medio e incluso esquivarles si tenemos que hacerlo. Son los encargados del mantenimiento de la nave. Todas las funciones normales son automáticas y están bajo control del ordenador. Una persona puede dirigirlo todo, e incluso puede que sea innecesario excepto para casos de emergencia. Pero los robots me confundieron. Cuando me encontré en el espacio-L, creí que me estaba volviendo loco. Esas máquinas eran parte de la razón. Las demás personas a bordo de la nave podían hacer que las cosas sucedieran por arte de magia. Pedían que se hiciera algo, o pedían que se llevaran alguna otra cosa, y se cumplía al instante. —Peron chasqueó los dedos—. Así de fácil. Intenté hacer lo mismo, pero conmigo no funcionaba. Cuando llegué aquí y vi a los robots, comprendí por fin qué era lo que había estado pasando. Las máquinas responden a las órdenes que da la gente que está en el espacio-L. El ordenador de la nave debe estar codificado según las voces. Cuando alguien cuya voz está registrada da una orden y ésta es reconocida, el ordenador moviliza a los robots para que ejecuten las instrucciones. No se mueven muy rápido, pero no les hace falta hacerlo. Son suficientemente rápidos para ser invisibles en el espacio-L. Aunque los robots tarden diez minutos en servirte una bebida, o en llevarte de una parte de la nave a otra, tú no te das cuenta. Tal como tú lo percibes, es sólo una fracción de segundo.
Los otros se habían acercado a las filas de robots y los observaban con curiosidad.
—Parecen bastante comunes —dijo Sy—. Nunca he visto este diseño antes, pero están controlados por ordenador. Deberíamos comprender cómo darles instrucciones.
—¿Pero por qué? —preguntó Rosanne—. Aunque lo comprendiéramos, ¿qué se supone que podemos hacer?
—Averiguar el código —contestó Peron—. Cambiarlo. Hacer que también nuestras voces puedan dar órdenes aceptables. Y tal vez que el sistema no responda al capitán Rinker y a los otros del espacio-L.
—Pero ¿para qué servirá esto? —preguntó Elissa. Parecía aturdida.
Lum le sonrió.
—¿No está claro? —Se volvió hacia Peron—, Tengo razón, ¿no? Rinker no se equivoca, Peron. Eres un creaproblemas. Intentas hacerte con el mando de esta nave. Entonces podremos ir a visitar el Mando de los Inmortales, esté donde esté, y en nuestros propios términos.
Olivia Ferranti parpadeó. La textura de la iluminación parecía un poco diferente, no era como la recordaba de la última vez que salió del espacio-L. Su cuerpo era ligero, flotante, como si dejara parte de ella en el suelo acolchado del contenedor.
Tembló y se enderezó lentamente, frotándose los brazos helados. Entonces cobró plena conciencia. La estaban observando. Cinco caras la miraban a través de la tapa transparente del tanque de suspensión. Se dirigió a la puerta del sarcófago y la abrió. Peron estaba allí, esperando nerviosamente.
—¿Leyeron nuestro mensaje? —dijo.
—Naturalmente que lo hicimos. Estaban ustedes viéndonos, ¿no?
Él asintió.
—Les dijimos que enviaran a alguien de inmediato. Pero parece que se han tomado muchísimo tiempo.
Olivia Ferranti respiraba profundamente, ajustándose al sabor familiar, pero sorprendente, del aire en sus pulmones. Se encogió de hombros, tanto para hacer un experimento muscular como para emitir un mensaje corporal.
—Cuatro días. Cuatro días aquí. Pero sólo hablamos unos minutos en el espacio-L. A eso lo llamo una respuesta rápida. —Miró a su alrededor, a Peron y a los otros—. Tranquilícense. He venido sólo para hablar. ¿Qué creen que voy a hacer, derribarles y atarles? Cualquiera de ustedes podría vencerme en una pelea. Son los ganadores de la Planetfiesta, ¿recuerdan?
—Recordamos —dijo Peron—. Sólo queremos asegurarnos de que ustedes también lo hacen. ¿Por qué está usted aquí y no Rinker?
—Hizo la transición hace muy poco, hace sólo un par de horas, cuando los sistemas automáticos empezaron a fallar. Cuando se hacen las transiciones muy juntas se producen efectos perjudiciales. En realidad, las transiciones frecuentes acortan el período de vida subjetiva. Y además no se fía de ustedes.
Se pasó la lengua por los labios.
—Supongo que piensa que soy más prescindible. Miren, sé que tienen prisa por hablar, pero me gustaría tomar un vaso de agua.
Peron miró brevemente a los otros y luego les condujo a través del tortuoso corredor hasta la cámara central de proceso de alimentos de la nave.
—Realmente no quería que nadie hablara con ustedes —dijo Ferranti mientras recorrían el pasillo—. Pero estuvo de acuerdo en que no había otra alternativa. «Serán como una banda de monos salvajes», dijo. «¡Manipular mi nave! No saben cómo funciona nada. ¡Dios mío, no hay manera de saber qué pueden hacerle!»
La doctora miró a las caras que observaban de cerca cada uno de sus movimientos.
—Tengo que decir que estoy de acuerdo con él. Estoy segura de que se sienten muy orgullosos, ahora que lo tienen todo bajo control. Pero podrían destruir esta nave por accidente. Da miedo. Son ustedes listos, pero hay tantísimas cosas que no conocen…
—Entonces, ¿por qué no nos explican algunas? —dijo Sy con voz hosca—. Descubrirá que aprenderemos rápido.
—No soy quién para decirles nada y además hay cosas que ni yo misma sé. Y antes de que les dé un ataque de paranoia, les diré la razón por la que evitamos decírselo. Hay una lógica detrás, y por eso no se les contó todo en Remolino.
Habían llegado a la sala de cocinas. Olivia Ferranti se inclinó sobre un surtidor y tomó un largo sorbo de agua. Luego suspiró y sacudió la cabeza.
—Ésta es una de las cosas que realmente echo de menos. El agua no sabe bien en el espacio-L. —Se volvió hacia el grupo—. ¿Qué es lo que saben de la historia de su civilización en Pentecostés?
—Sabemos que los primeros pobladores vinieron de la Nave —dijo Peron—, Se llamaba Eleonora, y zarpó de un planeta llamado Tierra miles de años antes.
—Algo es algo. —Olivia Ferranti se quedó flotando sobre el suelo, con las piernas cruzadas, e hizo un gesto a los otros para que se congregaran a su alrededor—. Y si se parecen ustedes a la mayoría de los candidatos de Pentecostés que adoctrinamos, eso es casi todo lo que saben. Pónganse cómodos. Tengo que darles una lección de historia. Puede que haya partes que no les gusten, pero sopórtenla conmigo.
«Eleonora era la mayor y más avanzada de la media docena de arcologías que fueron construidas como naves coloniales en el Sistema Solar, hace más de veinticinco mil años terrestres. Las arcologías fueron construidas en órbita alrededor de la Tierra. Cuando Eleanora estaba a punto de ser terminada y los colonos habían llegado a bordo, las naciones del planeta hicieron lo que habíamos temido durante generaciones. Se volvieron locos. Alguien apretó el gatillo, y después no hubo forma de hacerlo parar. Fue una guerra nuclear a escala mundial.
«Entonces había casi treinta y cinco mil personas viviendo fuera de la Tierra. Trabajaban en la minería y la construcción, o en aplicaciones de satélites y estaciones, o eran habitantes de las naves coloniales. Todos nosotros contemplamos indefensos cómo el mundo explotaba ante nuestros ojos. Y al principio ninguno supo qué hacer a continuación. Nos quedamos paralizados por el shock y el horror.
—Ha dicho usted «nosotros». ¿Quiere decir que estaba usted allí? ¿En persona? —preguntó Elissa.
—Lo estaba. En carne y hueso. Era médico en una de las estaciones orbitales. —Olivia Ferranti sacudió la cabeza y se frotó suavemente los ojos. Parecía estar mirando más allá del círculo de sus acompañantes, más allá del tiempo y del espacio, directamente hacia la muerte de un planeta—. Al principio no pudimos creerlo. La Tierra no podía destruirse así. Sabíamos que en la superficie tendría que haber sido terrible, porque habíamos visto cómo todo el globo se convertía, en unas pocas horas, de una canica verdeazulada en una uva negra y púrpura, y las columnas de humo habían llegado hasta la estratosfera. Incluso así, era difícil aceptarlo. De alguna manera, más allá de la lógica, creíamos que el daño era temporal y que las naciones se recuperarían. Esperamos alguna señal de radio de los grupos supervivientes, mensajes que pudieran decirnos que la civilización continuaba aún, bajo aquellas nubes oscuras de polvo y humo. Nunca recibimos ninguna señal. Después de unas semanas enviamos lanzaderas a la atmósfera, protegidas contra los altos niveles de radiación y diseñadas para rebasar la barrera de nubes y examinar la superficie. Había tanto polvo en el hemisferio norte que no pudimos ver nada, ni siquiera a baja altura. Intentamos dirigirnos al sur, y después de un par de meses lo certificamos. Era el fin.
Sabíamos que no podíamos dejar de lado la probabilidad de que hubiera supervivientes aislados que se aferraran a la vida en la oscuridad. Pero a medida que pasaba el tiempo incluso esa esperanza empezó a parecemos más y más remota.
«Sabíamos que algunas plantas sobrevivirían; y estábamos seguros de que habría vida en el mar, pero no teníamos idea de cuánta. Intentamos calcular lo que le pasaría a la cadena alimenticia cuando la fotosíntesis se redujera a menos de la décima parte de su valor usual, pero no teníamos fe en los resultados. Era el final para la humanidad en la Tierra. Y sentimos como si también fuera nuestro fin. Nos sentimos como un puñado de plañideras que giraran en torno a la pira funeraria de todos nuestros amigos y parientes.
«Estábamos demasiado conmocionados para pensar con lógica, pero desde luego éramos mucho más que un puñado. Como he dicho, había treinta y cinco mil personas, con una ligera supremacía de los hombres sobre las mujeres. Y teníamos gran cantidad de energía y materiales disponibles. No había duda de que podríamos sobrevivir bien, si cuidábamos nuestros recursos y trabajábamos juntos. Sabíamos que pasarían siglos antes de que la Tierra pudiera ser revisitada y repoblada, pero no había ninguna razón para que no pudiéramos continuar indefinidamente como una sociedad estable en el espacio.
Ferranti sonrió amargamente.
—Sabe Dios que muchos de nosotros habíamos dicho exactamente que queríamos vivir así. Luego, cuando ya no tuvimos alternativa, la mayoría soñaba que se encontraba de regreso en la Tierra.
»Hay una cosa buena en los seres humanos: olvidamos. La desesperación no puede durar eternamente. Nos agrupamos, poco a poco, y comenzamos a pensar de nuevo. Por fin, en la Estación Salter, dispusimos una conferencia por radio con todos los grupos. Era difícil mantenerla, porque una de las arcologías había llegado cerca de Marte y teníamos que esperar mucho tiempo para recibir su señal. Pero conseguimos enlazar con todas las arcologías, con los grupos mineros que habían estado trabajando en los asteroides Amor y con los científicos que habían estado construyendo una estación en la otra cara de Luna. Todo lo que había en el espacio era controlado por la Estación Salter, y por eso parecía natural que continuáramos siendo los organizadores.
»Natural para nosotros, los de la Estación Salter. Pero los otros no lo veían de la misma forma.
»Las arcologías habían sido preparadas para que fueran autosuficientes en la medida de lo posible, con centrales energéticas independientes y sistemas de reciclaje seis-nueve. Las otras instalaciones espaciales eran diferentes, dependían de suministros enviados por la Tierra, o de los recursos espaciales proporcionados por las industrias mineras.
»La primera sesión para discutir la posibilidad de compartir los recursos salió bien. Todo el mundo participó. Pero cuando llegó el momento de actuar, tres de las arcologías se echaron atrás. Creo que cada una operó independientemente, sin consultarlo con otras. Tenían miedo. Temían que el grupo total no pudiera autoabastecerse, aunque no tenían ninguna duda sobre su propia capacidad para sobrevivir. También había otras razones. Desde el principio las arcologías habían estado desarrollando sus propias preferencias y diferencias políticas y sociales. Los iguales se agrupan. Los colonos tendían a dirigirse al mismo lugar que sus amigos, y evitar una colonia donde sus puntos de vista fueran ridiculizados o estuvieran en minoría. La última cosa que Helena, Melissa y Eleonora querían era una fusión con la Estación Salter y las otras arcologías. Ni siquiera admitieron que no iban a cooperar. Simplemente cortaron el contacto por radio y se alejaron de la Tierra.
»Los demás estábamos furiosos, pero no le dimos tanta importancia como pueden pensar. Teníamos que hacer muchas cosas sin ellos durante los primeros años: teníamos que establecer nuestro propio sistema, todo lo autosuficiente y seguro que pudiéramos. Eso requería el noventa y nueve por ciento de nuestras energías. Y el resto se dedicaba a trabajar en la supervivencia con el metabolismo reducido, lo que finalmente llamamos existencia en el espacio-L. Como médico aquello me interesaba de modo natural, y después de una temporada empecé a trabajar en ese tema exclusivamente. Tras pasar un par de meses con los primeros experimentos con sujetos humanos, quedó claro que teníamos algo absolutamente revolucionario, algo que cambiaba nuestras ideas sobre la percepción y sobre la conciencia humana. Pero pasaron varios años más antes de que viéramos las otras implicaciones. Con nuestro trabajo, la humanidad había encontrado el camino fácil a las estrellas.
»No era necesario utilizar arcologías multigeneracionales, ni naves más rápidas que la luz…
—…que parecen ser imposibles —murmuró suavemente Sy.
—Que pueden ser imposibles —dijo Ferranti—. Conserve una mentalidad abierta. De todas formas, no las necesitábamos. Las investigaciones sobre el sistema impulsor de la Estación Salter nos permitieron acelerar una nave hasta la décima parte de la velocidad de la luz, y eso era suficiente. En la conciencia de Modo Dos (el espacio-L), un ser humano podía permanecer completamente consciente, experimentar una vida subjetiva más amplia y viajar por toda la Galaxia, en sólo una vida.
»Eso abrió una nueva crisis. A todos les encantó la idea de vivir más tiempo. Si era seguro. Pero todos temíamos los posibles efectos colaterales.
»Nos dividimos en dos grupos. Algunos quisimos trasladarnos al espacio-L y esperar allí al menos hasta que la Tierra fuera de nuevo habitable. Nadie sabía cuándo sería, pero en el espacio-L podíamos permitirnos esperar siglos y percibirlos sólo como semanas. Otros tuvieron miedo. Argumentaron que había demasiadas incertidumbres y demasiados riesgos en el espacio-L; hasta que no se redujeran, sería mejor permanecer en nuestra percepción normal.
Olivia Ferranti sonrió tristemente.
—Los dos grupos tenían razón, como se descubrió luego. La Tierra se recuperaba lentamente. Pasaron más de mil años antes de que se desarrollaran nuevas plantas estables y comunidades de animales. Ninguno de nosotros había imaginado que sería tanto tiempo. Y al mismo tiempo, empezamos a descubrir serias consecuencias físicas tras vivir en el espacio-L.
«Afortunadamente no peleamos por nuestras diferencias de opinión sobre el traslado al espacio-L. Tal vez la destrucción de la Tierra nos había enseñado a resolver pacíficamente los conflictos. Estuvimos de acuerdo en emprender ambas acciones. La mayoría eligió quedarse tal como estaba, creando una sociedad decente en un entorno espacial. Tras unas pocas generaciones, quedó claro que la vida en el espacio era tan satisfactoria como la mayoría había esperado. Pero unos pocos centenares nos habíamos trasladado al espacio-L, utilizándonos a nosotros mismos como sujetos para el experimento que podría reducir el riesgo de aquellos que nos siguieran. Mientras lo hacíamos, descubrimos un nuevo modo de cambio metabólico, éste era una auténtica animación suspendida. Cinco de ustedes han experimentado ese tipo de hibernación aquí en la nave. Aún no sabemos cuánto tiempo se puede permanecer a salvo e inconsciente de esa manera, pero desde luego es bastante, como mínimo miles de años.
»El traslado al espacio-L tuvo dos consecuencias importantes. Primero, nos dimos cuenta de que no podíamos volver a vivir en la Tierra, ni en ninguna parte que tuviera un campo gravitatorio sustancial, aunque quisiéramos. Eso se dedujo a partir de los experimentos que hacíamos con animales, y fue una razón de peso para mantener las investigaciones de trabajo en órbita, lejos de la Tierra. Verán, las aceleraciones percibidas…».
—Lo comprendemos —dijo Peron—. Kallen y Sy lo dedujeron.
—Muy listos. —Olivia Ferranti miró al grupo con aprecio—. Cuando acabe, tal vez puedan hablarme un poco sobre ustedes. Todo lo que sé, hasta ahora, es lo que me han contado Peron y el capitán Rinker.
—¿No se estará preguntando qué es lo que pasa? —dijo Rosanne. Entonces se calló y se llevó la mano a la boca.
—Lo hará, dentro de unos cuantos días. —Ferranti sonrió y Rosanne le devolvió la sonrisa. La tensión inicial estaba desapareciendo. Todos iban quedando absortos por el relato en primera persona de la historia remota.
Olivia Ferranti se apoyó contra la pared y se quitó el capuchón azul de la cabeza, dejando ver una mata de rizos negros.
—Tenemos mucho tiempo. En este momento, el capitán Rinker y los otros apenas saben que me he marchado.
—¡Pero si tiene pelo! —señaló Lum.
Olivia Ferranti enarcó las cejas.
—Me alegra oír que lo cree.
—Se lo dije —explicó Peron—. Creía que el espacio-L te deja calvo.
—Es cierto. ¿No han oído hablar en Pentecostés de las pelucas? La mayoría de los hombres en el espacio-L no le dan importancia, pero no me atrevo a enfrentarme al mundo con la cabeza calva. Decidí qué aspecto me gustaba tener, mucho antes de soñar con el espacio-L. Además, tengo un cráneo abultado que no me gusta mostrar a nadie. —Se palpó los rizos—. Lo prefiero así. Lo bueno que tiene es que jamás se volverá gris.
—¿Qué más provoca el espacio-L? —preguntó Sy. Más que ningún otro, a excepción de Kallen, que como siempre no hablaba, Sy parecía reservado y frío ante los cálidos modales de Olivia Ferranti.
—A eso voy —respondió ella—. Concédame unos pocos minutos antes de referirme a ello. Quiero hacer esto en orden lógico y explicar qué le sucedió a la Tierra después de su destrucción. Es importante que lo sepan para que puedan comprender por qué nos comportamos de la manera en que lo hacemos en el sistema Cass.
«Mientras estábamos aún atareados edificando una sociedad estable fuera de la Tierra, y algunos aprendían a vivir en el espacio-L, no tuvimos tiempo para preocuparnos por lo que le había sucedido a la Eleanora y a las otras arcologías. Y, para decir la verdad, nos importaba un comino. Nos habían abandonado egoístamente, decía nuestra lógica, así que al diablo con ellos. Por nosotros podrían alejarse y pudrirse.
«Pero después de eso, los que estábamos viviendo en el espacio-L nos volvimos bastante curiosos. Yo fui una de las veinte primeras personas en experimentar la hibernación en Modo Dos. Verán, sabíamos que teníamos las estrellas al alcance de la mano. Teníamos el impulso que necesitábamos, y el tiempo que nos hacía falta. Y Helena, Melissa y Eleanora se habían encaminado fuera del sistema solar y en direcciones diferentes. No sabíamos hasta qué punto el motivo de su marcha era el interés por explorar y hasta qué punto era el miedo a nuestras represalias. Nosotros no planeábamos venganza de ninguna clase, ¿pero cómo iban a saberlo ellos? Las tres habían mostrado temor a ser colonizadas. Nos sentimos cada vez más y más deseosos de averiguar qué había sucedido con aquellas tres arcologias.
«Por fin equipamos cuatro naves con robots de servicio, similares a los de esta nave, y con sistemas de soporte vital limitado. No necesitábamos reciclaje perfecto, sólo lo suficiente para unos pocos meses de viaje en el espacio-L. El diseño final dio a las naves un alcance de exploración de cincuenta años luz. Con la lenta velocidad de las arcologías, sabíamos que no podrían estar más lejos. Y los perfiles estelares en las cercanías del Sol nos dieron una idea bastante aproximada de dónde era probable que se dirigieran las naves coloniales. Los sistemas políticos cambian, pero las limitaciones físicas continúan. Pensamos que los encontraríamos a veinte años luz de distancia.
«Cuando lo tuvimos todo dispuesto, nuestras naves partieron con tripulaciones compuestas por voluntarios. Teníamos cantidad de gente voluntaria para hacer el viaje. Yo misma me apunté, pero no lo conseguí. Había muchos con mejores cualificaciones que yo para hacer un crucero interestelar.
«Luego resultó que habíamos sobreestimado la distancia que habían recorrido. No habíamos tenido en cuenta todas las dificultades que Melissa y las otras naves podrían tener a bordo. El viaje no había sido fácil. Se había producido una guerra civil en Melissa, un colapso económico en Eleanora y un fallo en la central energética de Helena. Estas variables afectaron tanto a su velocidad como a su dirección. Helena había dado la vuelta y regresado rumbo al Sol, hasta que se solucionó el problema y pudieron continuar.
«Nuestras naves no tuvieron problemas en seguir la pista de las arcologías. Después de todo, no tenían razones para esperar que las persiguieran, y no se ganaba nada ocultando su presencia. Pero, cuando las alcanzamos, descubrimos que ninguna arcología había encontrado un planeta habitable, y que aún estaban en pleno espacio interestelar. Después de informarnos —la señal de radio en el espacio-L estaba sólo a un par de días—, se acordó no entablar contacto con ellas. Decidimos permanecer sin hacer nada y no interferir a menos que se encontraran en peligro de extinción. No nos habían pedido ayuda y no queríamos dársela. Permitiríamos que vuestros antepasados vagaran hasta que encontraran un planeta habitable o hasta que decidieran que les convenía más vivir permanentemente en el espacio. Entonces reconsideraríamos un posible contacto.
«Nuestras naves dejaron sondas de rastreo automático para seguir a las arcologías e informar de sus movimientos, y regresaron a casa.
«Puede parecerles extraño que sintiéramos tan poco interés por las arcologías. Pero no teníamos prisa. Podíamos esperar en el espacio-L y ver qué sucedía. Y, ciertamente, teníamos muchas otras cosas que nos interesaban, porque para entonces volvíamos a visitar la Tierra de forma regular.
«Seguíamos teniendo dudas de que los humanos pudieran vivir en ella. El largo invierno nuclear había exterminado el noventa por ciento de las plantas y todas las formas de vida terrestres mayores que las ratas. Y me refiero a las ratas de la Tierra, no a esos monstruos de treinta kilos que llaman ratas en Pentecostés. También descubrimos que las plantas y animales supervivientes habían cambiado. Los vegetales eran irreconocibles. Muchas de las antiguas plantas sabían de manera diferente, y algunas habían perdido sus valores nutritivos. Nos dimos cuenta de que pasarían milenios antes de que la Tierra se restaurara y se convirtiera en un mundo donde se pudiera vivir. Pero, curiosamente, todos pensamos que el esfuerzo merecía la pena, incluso aquellos que habían encontrado la vida en la Tierra absolutamente intolerable antes del holocausto.
«Cuando comenzaron las visitas a la Tierra, empezamos a sentirnos mucho más cómodos en el espacio-L. Algunos de nosotros llevábamos viviendo en él durante muchas generaciones terrestres, y todos nos encontrábamos bien. Mejor que bien, porque no parecíamos envejecer en absoluto. Nuestra mejor estimación, basada en datos limitados, era que el promedio de envejecimiento era veinte veces más lento subjetivamente que en el modo normal de vida. Eso se traducía en mil setecientos años de vida subjetiva, y aunque estuviéramos equivocados en un factor de dos, la idea seguía siendo poderosamente atractiva.
«Cuando nuestros resultados se hicieron públicos, mucha más gente quiso trasladarse al espacio-L, naturalmente. No sucedió de la mañana a la noche, pero al correr del tiempo aprendimos cómo hacer la transición en los dos sentidos, con peligro mínimo. Para entonces ya conocíamos también el gran problema al que nos enfrentábamos con la existencia en el espacio-L.
—Sigue refiriéndose a problemas y nunca nos dice cuáles son —dijo Elissa—. ¿Qué problema?
—No lo he dicho porque se supone que no puedo hablar. Ningún habitante de Pentecostés debería saber lo que voy a decirles a menos que reciba un fuerte adoctrinamiento, y ninguno de ustedes lo ha tenido. Pero advertirán el problema, por sí mismos, en cuanto lleguemos al Mando local, así que no voy a revelar ningún gran secreto.
Olivia Ferranti se llevó las manos a las mejillas y entornó sus ojos.
—No verán ningún niño en el Mando —dijo bruscamente—. Las mujeres no pueden concebir en el espacio-L, ni los hombres producir esperma activo. El espacio-L es un lugar maravilloso para un individuo, pero es un callejón sin salida en la evolución. Peor aún, todo aquel que haga transiciones frecuentes entre el espacio-L y el espacio normal sufre una reducción de la fertilidad.
«Eso nos presentó una elección terrible. ¿Optábamos por vivir más tiempo en el espacio-L o garantizábamos la supervivencia de la raza humana permaneciendo en el espacio normal?
«Cuando aún nos devanábamos los sesos sobre ese problema, recibimos una señal de la sonda que había estado siguiendo a Melissa. La nave colonial había encontrado un planeta habitable. Lo estaban explorando. Eventualmente, descubrimos que lo habían llamado Thule.
«Estaba a doce años luz de la Tierra, lo que significaba cuatro semanas de viaje en el espacio-L, contando con la aceleración y la deceleración. Creo que no lo he mencionado, pero nunca hemos conseguido dar con un sistema que nos lleve a más de la décima parte de la velocidad de la luz. Eso, de todas formas, no tenía importancia. Como pueden ver, no se está mal cuando se vive en el espacio-L.
«Nuestra nave partió y entró en contacto con Melissa. Ese primer encuentro fue traumático para sus habitantes. Habían dejado la Tierra doce mil años antes… quinientas generaciones a bordo de la nave. La Tierra no era nada más que una leyenda distante. Era algo de lo que aún se hablaba, pero las historias sobre la destrucción de la Tierra eran consideradas al mismo nivel que los cuentos sobre el Jardín del Edén. Cuando nuestra tripulación contactó con ellos y anunció que recordaba la muerte de la Tierra, los melissanos lo encontraron difícil de aceptar.
«Después de haber aprendido algo de su historia desde que salieron del Sistema Solar, pudimos comprender el porqué. Nunca habían tenido un gobierno estable y digno que durara más de un siglo. Encontramos evidencia histórica de todas las formas de gobierno, desde el control del agua al neoconfucionismo. Cuando descubrieron Thule se estaban recuperando de los efectos de una larga dictadura. Su recelo era considerable. Incluso los más racionales tenían dificultades para creer que nuestras intenciones eran completamente inocentes, nada más que una curiosidad por saber cómo se las componía otra cultura sin ningún tipo de hogar planetario. No nos quisieron permitir que visitáramos su colonia en Thule. Para decirlo con suavidad, no se fiaban de nuestras intenciones.
Olivia Ferranti meneó lentamente la cabeza.
—Y, por supuesto, tenían toda la razón para hacerlo. Ni siquiera en el espacio-L se está a salvo de los accidentes o de la enfermedad. Inevitablemente habría muertes, y sin posibilidad de reproducción, veíamos a nuestra sociedad camino de su extinción, no inmediatamente, sino dentro de muchos miles de años terrestres. Vimos una posible respuesta en Melissa y las otras naves coloniales.
»Éramos desorbitadamente estúpidos o simplemente ingenuos. Para que los melissanos nos creyeran y para demostrarles que podíamos recordar la guerra exterminadora de la Tierra, les revelamos el espacio-L.
»Se volvieron locos. Desearon el espacio-L más que ninguna otra cosa del Universo. Nuestras propias experiencias nos habían confundido. Habíamos sido lentos en aceptar el espacio-L y trasladarnos a él. No nos dimos cuenta de que nuestra reticencia no podía aplicarse a ellos. No habían estado presentes en los primeros experimentos, los peligrosos. Para ellos, nuestra sola existencia probaba que el espacio-L era un lugar seguro. Así que pensaron que les estábamos engañando deliberadamente, atormentándoles al dejarles ver la inmortalidad, mientras rehusábamos compartir con ellos nuestros secretos.
»La mayor parte de la tripulación de nuestra nave había subido a bordo de Melissa. Eran ocho hombres y seis mujeres. Les apresaron y trataron de sacarles el secreto del espacio-L por la fuerza. Fue inútil. El equipo necesario para la conversión estaba en la nave, como está en ésta, y la tripulación lo había utilizado para pasar del espacio-L al tiempo de percepción de los melissanos. Pero no sabían la teoría, como tampoco la saben el capitán Rinker o Garao.
»Los inquisidores les torturaron hasta la muerte. Sólo dos que se habían quedado en la nave pudieron escapar y regresar para contarnos lo que había sucedido.
«Entonces adoptamos nuestra primera regla para relacionarnos con todas las arcologías y los mundos colonizados. Tendríamos un contacto limitado que sería llevado a cabo con gran cuidado y siguiendo unas reglas fijas. Nunca saldríamos al espacio normal para establecer contacto como se había hecho con Melissa. El contacto se haría a través de robots intermediarios; y nunca, nunca, bajo ninguna circunstancia, nos permitiríamos caer en manos de los colonos.»
Olivia Ferranti se encogió de hombros. —Ésta es otra regla que hemos roto en esta nave. Bien, saltémonos unos miles de años. Entonces, otra de las arcologías, Helena, encontró por fin un planeta habitable. Lo llamaron Mundo Faro, lo colonizaron y se trasladaron a él. Entonces aprendimos otra lección. Mundo Faro fue colonizado mucho antes de que enviáramos una nave a visitarlo. Cuando nuestra nave lo alcanzó, descubrimos que la población se había incrementado de los pocos miles del principio a cuarenta millones. Pero, mientras tanto, gran parte del conocimiento científico se había perdido, o había degenerado hasta convertirse en leyendas.
«Intentamos ayudar. Reintroducimos las bases para una tecnología más avanzada. Estaban ansiosos por recibir información nuestra, pero la aplicaron al desarrollo de armas. Entonces empezaron una guerra entre los dos principales asentamientos. Nuestra tripulación contempló cómo se masacraban mutuamente sin poder hacer nada. Pero nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo. Era imposible quedarse cruzado de brazos, cuando sabíamos que la información que les habíamos proporcionado había sido la causa del conflicto. La tripulación de nuestra nave intentó una táctica desesperada: a través de nuestros robots, ordenaron a las partes beligerantes que cesaran la lucha, sin decir lo que pasaría si se desobedecía la orden. «Funcionó. La guerra terminó.
«Habíamos aprendido otra verdad importante. Al ser «Inmortales», con una tecnología y un modo de vida incomprensible para los colonos, podíamos tener enorme influencia.
»Eso nos proporcionó nuestra siguiente regla: permanecer lo más distantes y misteriosos que fuera posible. Y si reclutábamos a alguien para que se uniera a nosotros en el espacio-L (sólo queríamos especímenes extraordinarios), les introduciríamos gradualmente en nuestra sociedad a través de un adoctrinamiento largo e intensivo.
«Nuestras reglas funcionaron muy bien. Se nos unió gente de Maremar y de Jade (otros dos planetas colonizados por Helena) y llevamos trabajando en esos sistemas y en el Mando desde hace miles de años Tierra.
»Por fin, llegó su mundo. Probablemente no lo saben, pero Pentecostés es una adición muy reciente a nuestras visitas planetarias. Les descubrimos hace sólo unos meses, según percibimos el tiempo en el espacio L, y el hecho fue un pequeño milagro.
«Verán, Eleanora fue la más desafortunada de las naves coloniales. Las otras dos arcologías encontraron varios planetas adecuados para establecerse en ellos. Pero sus antepasados tuvieron que vagabundear por las inmensidades interestelares durante más de quince mil años, sin aproximarse nunca a un mundo habitable. Ahora sabemos por qué. Durante los últimos cuatro mil años Tierra hemos podido predecir bastante bien los sistemas estelares y los planetas donde es probable que pueda darse la vida. Y Eleanora, simplemente, se dirigió a los sistemas estelares erróneos, en términos de nuestro conocimiento. Desgraciadamente, ese mismo conocimiento nos hizo tardar en seguir a Eleanora. Resulta que el sistema Cass normalmente no está dispuesto para la vida. La existencia de Pentecostés, Gimperstán, Mata de Pelo y Glug es un accidente, un producto secundario de las ondas de resonancia entre las órbitas planetarias.
«Podríamos haberles encontrado en Pentecostés hace cuatro mil años si se nos hubiera ocurrido mirar allí. Sólo detectamos sus emisiones de radio hace unos pocos cientos de años. Y finalmente entablamos contacto con ustedes.
«Seguimos nuestras reglas habituales. Contacto lento y limitado, y no intentar cambiar el gobierno del mundo contactado. Resultó que Pentecostés tenía un régimen totalitario: un gobierno más preocupado por mantenerse en el poder que por ninguna otra cosa, y que no tenía ningún interés en los asuntos interestelares. Desde nuestro punto de vista aquello era perfecto. Todo salió según el plan durante cuatrocientos años, hasta esta Planetfiesta, cuando el Mando fue informado de que era probable que se diera un grupo poco común de ganadores. Ustedes no saben quienes serán los ganadores por adelantado, pero nuestra gente en Pentecostés tiene una idea bastante aproximada. Esperábamos problemas, pero no sabíamos de qué tipo. Personalmente, pienso que algo habría sucedido aunque Wilmer no hubiera llevado a cabo la acción que realizó en Remolino. Sus perfiles están demasiado alejados de las pautas habituales. Pero eso es una especulación mía. Lo principal es que algo pasó. Y… —Olivia Ferranti miró las caras de los atentos jóvenes que la rodeaban y sacudió la cabeza—, aquí estamos. Tenemos que decidir qué va a pasar a continuación.
«Aceptaré que tienen control sobre la nave. Y espero que acepten mi palabra cuando les digo que su control puede ser peligroso dado el conocimiento limitado que tienen. La situación actual es mala para todos, incluidos ustedes. Así que déjenme pasarles la pelota diciéndoles que me han enviado aquí con una proposición hecha por todos nosotros, incluido el capitán Rinker.
El grupo cobró vida. De repente empezaron a mirarse mutuamente, interrogándose. Durante más de media hora su situación actual había sido pospuesta, por el interés en el destino de los otros. Volver al presente fue una situación incómoda.
Peron miró a los ojos a cada uno de los otros. Finalmente asintió.
—No tenemos nada que perder escuchándola. Recuerde sólo que tenemos control físico sobre usted y sobre la nave. Así que adelante. Escucharemos. ¿Cuál es su propuesta?
Los ojos de Olivia Ferranti se abrían lentamente, milímetro a milímetro. Una fina línea de color blanco había aparecido entre las largas pestañas falsas. Se ensanchó hasta adquirir la forma de una delgada media luna. Los párpados se abrieron hasta revelar por fin las pupilas dilatadas de unos ojos marrones luminosos, ribeteados de oro.
—Ya —dijo Peron finalmente—. Está en el espacio-L. Por fin. No hay forma de que nadie pueda falsificar un despertar como ése. Volvamos a la cámara a conversar.
Todos sabían que era urgente discutir—, pero la urgencia de vigilar a Olivia Ferranti había sido irresistible y tácitamente aceptada por todos.
Se habían congregado en torno a los grandes tanques mientras ella se preparaba para entrar. La observaron en silencio mientras entró, impresionantemente tranquila. Y en cuanto la pesada puerta del sarcófago se cerró, ella se tumbó, mirándoles a través de la superficie transparente y saludándoles agitando los dedos. Luego alargó la mano hacia los paneles de control y pulsó la secuencia para iniciar su regreso al espacio-L.
Unos segundos después, los rociadores del atomizador se movieron para dibujar una fina línea de vapor sobre su cuerpo, mientras delicadas sondas se introducían suavemente en los orificios de su cabeza y tronco. Un denso vapor verde y amarillo llenó el interior del tanque, escondiendo la forma inmóvil de Olivia en una suave mortaja.
Después de eso había poco que ver, pero se habían quedado esperando durante casi dos horas, intercambiando frases breves casi en susurros. Sólo cuando el aire del sarcófago se aclaró finalmente y Olivia Ferranti empezó a volver lentamente a la conciencia, pudieron pensar en otros asuntos.
Y ahora, mientras veían cómo sus ojos se abrían con lentitud, todos sintieron una especie de urgencia renovada y ridícula. La lógica les decía que otro par de días que dedicaran a reflexionar y discutir, pasarían inadvertidos para Rinker y los otros en el espacio-L, pero el sentido de la prisa estaba más allá de toda lógica. Ese sentido remitió un poco cuando regresaron a la sala del ordenador y encontraron a los robots y los controles exactamente igual como les habían dejado.
—Entonces, ¿qué os parece? —dijo Peron bruscamente, mientras se reunían en círculo en torno a las pantallas de la consola del ordenador principal.
—La creo —contestó Rosanne de inmediato.
—Yo no —añadió Sy—. Nos estaba mintiendo. —¿Lum?
—Un poco de cada. —Lum se frotó las mejillas con una mano y frunció el ceño—. La creo en gran parte. Me parece que se acercó bastante a la verdad, pero creo que ha seleccionado sus recuerdos. Ha omitido algunas cosas.
—Claro que sí. —La delgada cara de Sy estaba también contraída en una mueca—. Hay cosas que no ha dicho. Puedo hacer una lista. ¿Qué pasa si rechazamos su sugerencia? ¿Quién hace las reglas que deciden lo que debemos conocer y cuándo? ¿Qué es lo que le pasa a un ganador de la Planetfiesta si no se une al grupo? ¿Adonde van? Una cosa está clara, no vuelven a Pentecostés. Me pregunto si tienen algún accidente en el sistema Cass. Sabemos que hay muchas oportunidades para hacerlo en los Cincuenta Mundos.
—Estamos adelantando acontecimientos —dijo Lum. Se removió incómodamente dentro de su chaqueta, una cazadora marrón que le estaba demasiado estrecha para el pecho y le quedaba además corta de mangas—. Vamos a tomar la historia de Ferranti paso a paso y veamos en qué estamos de acuerdo. ¿Vale?
—Su historia me pareció bastante genuina —dijo Elissa. —A mí también —dijo Peron.
—Además, no veo qué puede ganar mintiendo —continuó Lum—. Y la creo cuando dice que vamos hacia su cuartel general. Pero algunas otras cosas me parecieron falsas. Por ejemplo, no creo que seamos un peligro para la nave y para nosotros mismos sólo porque seamos extranjeros aquí y en el espacio normal. No salimos de todas las pruebas de la Planetfiesta sin aprender cautela. Sabemos que tenemos que ser cuidadosos y que hay que mirar antes de saltar. Creo que dijo que estábamos en peligro porque nos quieren en el espacio-L, donde puedan ponernos el ojo encima. Quieren estar al mando. Bien, no podemos permitirlo, Sy, ¿cómo va la reprogramación de los robots de servicio?
—Terminada. Ahora obedecerán nuestras voces. Pero Kallen y yo tenemos una duda. ¿Queremos que el ordenador active a los robots de servicio en respuesta a nuestras voces solamente? ¿O debemos dejar que continúe funcionando para Ferranti y los demás?
—¿Tiene que ser una cosa u otra? ¿No podéis instalar un sistema por el que les podamos quitar el control a los otros, si así lo decidimos? Eso sería una buena medida de seguridad.
Sy alzó las cejas y miró a Kallen, quien se pasó la lengua por los labios y se frotó la garganta.
—Creo que tienes razón —dijo después de un momento—. Lo intentaré.
—De acuerdo —asintió Lum—. Antes de que lo hagáis, pensemos, un poco más, en lo que nos ha dicho Ferranti. ¿Qué pensáis de su cuartel general? Según ella, está a un año luz de Pentecostés. ¿Pero por qué situarlo allí? Si el resto de su historia es cierta, hay menos colonias cerca del sistema Cass que en ninguna otra parte. Tendría más lógica si el Mando de los Inmortales estuviera cerca de Tau Ceti o de alguna otra estrella con más planetas habitables.
—Puedo responder a eso —dijo Peron—. Cuando me desperté por primera vez, Ferranti mencionó el Mando del Sector. Eso significa que tiene que haber otros, en otros sistemas. Recordad, según Ferranti todas las colonias están a veinte años luz o menos del Sistema Solar. Viajando en el espacio-L, eso sólo son cinco días como mucho. Apuesto a que hay varios Mandos de Sector, cada uno cerca de cada uno de los sistemas estelares colonizados.
—¿Entonces donde está el Mando Supremo? —preguntó Elissa—. ¿Habrá uno?
—Apuesto a que sí —dijo Lum—. Incluso los Inmortales necesitarán alguna especie de organización superior de sus recursos. ¿Y no tenéis la impresión de que el cuartel general al que nos dirigimos, es donde se siguen las reglas, no donde se hacen?
—Entonces, ¿dónde está el Mando central? —repitió Elissa.
Lum se llevó la mano a la cabeza y frotó la gruesa mata de pelo marrón.
—Dios sabe. Si les resulta tan fácil viajar a las estrellas, tenemos que replantearlo todo. El Mando Supremo podría estar a cien años luz de distancia. Eso apenas son seis meses de viaje en el espacio L. Pero no tendría mucho sentido. Incluso en el espacio L, sería difícil mantener una organización donde se tardan semanas en recibir los mensajes.
—Lo estás haciendo difícil —dijo suavemente Sy—. Piensa en lo más simple.
—¿Quieres decir que el Mando del Sector es el único?
—No. Piensa en el Sol.
Los otros le miraron y luego lo hicieron entre sí.
—Tiene razón, como de costumbre —dijo Peron—. Todas las naves salieron de la Tierra. Fue el centro de la esfera de expansión, así que es aún el núcleo natural para coordinar las colonias y los Mandos de los sectores. El Mando Supremo debe de estar en la Tierra.
—¡La Tierra! —exclamó Rosanne tras un paréntesis de silencio. Su voz era un susurro y las palabras salieron de sus labios como una bendición—. Si el Mando Supremo está en la Tierra, tal vez podamos ir allí…
—No estará en la Tierra —dijo Lum—. Sabemos que no se puede bajar a la superficie de ningún planeta si se vive en el espacio-L.
Kallen sacudió la cabeza.
—No. No pueden vivir en el planeta. Pero podríamos visitarlo —Parecía muy excitado.
—Tiene razón —dijo Sy—. Todos estamos de acuerdo, en que en el espacio-L no se puede mantener el equilibrio más que en un campo microgravitacional. Pero la percepción y la tolerancia física no tienen nada que ver. Tu cuerpo podría soportar la gravedad perfectamente… Deberías estar sostenido y te sentirías más lento pero podrías visitar la superficie de la Tierra, o de Pentecostés, viviendo en el espacio-L.
—Eso sería suficiente —dijo Rosanne de repente—. Aunque sea una visita corta, en el espacio-L o en el normal. Quiero ir a la Tierra, ver donde todo empezó. ¡Hemos hablado tanto sobre ello! ¿Os imagináis poder atravesar la atmósfera y caminar sobre la superficie de la Tierra?
—Tranquila —dijo Peron—. No te precipites. El Sol está a dieciocho años luz. Sé que apenas son unas pocas semanas en el espacio-L, pero pasarán casi dos siglos en Pentecostés. Todas las personas que conocemos habrán muerto cuando lleguemos a la Tierra, por no contar el regreso al sistema Cass.
Rosanne se encogió de hombros.
—No puedo hablar por ti, pero ya me despedí de todos mis mejores amigos. Es curioso, pero creo que estábamos preparados para esto. Nos despedimos antes de salir de Pentecostés. Recordad que nos animaron a hacerlo, y pensamos que era por si acaso moríamos en las pruebas extraplanetarias. Pero tiene sentido. Si los ganadores son adoctrinados y se trasladan al espacio-L, no volverán a ver a sus contemporáneos de Pentecostés, tras sólo unas pocas semanas en el espacio L. ¿Os dais cuenta de que la gente que dejamos en casa ya han envejecido cinco años desde la última vez que les vimos?
—He estado pensando en eso —dijo Lum—. No soy como tú, Rosanne, realmente añoro a algunos de los amigos que dejé y me gustaría verles de nuevo. Ésa es otra cosa que tenemos que tener en cuenta. Hemos estado tratando con Olivia Ferranti sobre la base de que estamos unidos, como si todos tuviéramos objetivos idénticos y quisiéramos las mismas cosas. Pero no es así. Os conozco lo suficientemente como para saber que eso no es cierto. Deberíamos poner nuestras preferencias personales sobre la mesa para que sepamos qué es lo que vamos a negociar con los Inmortales.
—¿Pero cuáles son nuestras opciones? —dijo Elissa—. Supongo que podemos ir al Mando y vivir allí en el espacio-L. O podríamos regresar a Cass y vivir en la Nave y trabajar con el gobierno de Pentecostés. Pero estoy segura de que no nos dejarán volver a pisar la superficie de nuestro planeta y vivir de la forma en que solíamos hacerlo, aunque quisiéramos. Sabemos demasiado. Tal vez nos dejen ir a otra colonia. O tal vez podamos ir a la Tierra.
—Por eso mismo me gustaría saber qué es lo que queremos —insistió Lum—. Todos tenemos nuestros propios deseos y prioridades, pero ¿cuáles son?
—¿Por qué no empiezas tú? —dijo Rosanne—. Es tu pregunta, y así nos darás más tiempo, al resto, para pensarlo.
—Muy bien. —Lum inspiró profundamente—. Sé lo que quiero desde el momento en que descubrimos que hay otros planetas y colonias, y que hay un medio de alcanzarlos en un tiempo razonable. Quiero trasladarme al espacio-L y verlo todo. Me gustaría visitar todos los planetas, todas las arcologías y todos los cuarteles generales. Si pudiera, me gustaría ver todos los planetas de la Galaxia, aunque la mayoría sean como Glug.
Rosanne asintió.
—No sé si todo eso es posible, pero al menos estás votando a favor de trasladarte al espacio-L. De otra forma, llevarías muchísimo tiempo muerto, antes de que alcanzaras la primera colonia. ¿Sy? ¿Qué opinas tú?
—No me va vagabundear eternamente. —Sy sonreía, pero había algo en su mirada que sugería su desdén por los planes de Lum—. Quiero visitar el Mando de los Inmortales, el que tenga la tecnología más desarrollada. Lo que hemos aprendido en Pentecostés está anticuado, posiblemente en varias generaciones. Después, me gustaría visitar el centro de la galaxia.
—¡Eso está a treinta mil años luz! —dijo Peron.
—Lo sé. No me importa. Si tengo que volver al estado de hibernación para llegar allí, lo haré. No es una mala experiencia.
Rosanne le miraba y sacudía la cabeza.
—Sy, he trabajado contigo en las pruebas de la Planetfiesta y sé que eres bastante listo. Pero, ¡vaya si eres raro! ¡El centro de la galaxia!
Él le sonrió.
—¿Y bien? Oigamos entonces a alguien normal. ¿Adonde quieres ir?
—Bien… —Ella dudó—. Me gusta el sistema Cass, y me gusta Pentecostés. Pero estoy de acuerdo con Elissa. No nos dejarán regresar en mucho tiempo. Así que olvidémoslo. Y desde luego me gustaría ver la Tierra, ¿a quién no? Aparte de eso, supongo que soy como Lum. Quiero ver montones de sitios, vagar por las colonias y los planetas habituales, ver cómo son.
Elissa le hizo un guiño a Peron. Te lo dije, decía su mirada, te gané la apuesta. Rosanne está mucho más interesada en Lum de lo que quiere admitir.
—¿Y tú, Peron? —dijo en voz alta.
Peron parecía confuso.
—No estoy seguro. Ojalá lo supiera. Lo quiero todo: volver a Pentecostés, viajar, y observar bien de cerca a esos Inmortales.
—¡No eres de mucha ayuda!
—Lo sé. Supongo que la mejor respuesta es que no puedo tomar decisiones a largo plazo. Pero de momento quiero saber más sobre el espacio-L. Y la única manera es trasladarme allí durante una temporada. Olivia Ferranti hace que me sienta como un niño de pecho. No lo dijo así exactamente, pero tiene que pensar que somos como niños con una rabieta. Cuando pienso en todo lo que ha visto y hecho, y en las cosas que nos ha contado…
—Por no mencionar todas las cosas que ha visto y hecho y que no nos ha mencionado —dijo Sy secamente—. Kallen, es tu turno.
El joven alto asintió. Permaneció en silencio un instante, como si organizara sus pensamientos.
—Rosanne ha dicho que Sy es raro —dijo por fin. Sonrió tímidamente—. Me temo que dirá que yo soy aún peor. —Se aclaró la garganta y habló en un tono de voz más alto de lo que ninguno de ellos le había oído jamás—. En Pentecostés, me pasaba las noches despierto, embebido en mis propios sueños. Me preguntaba qué somos, como especie, y en qué podremos convertirnos con el tiempo. Siempre me ha parecido que los humanos somos un estadio de transición, algo entre los animales y lo que puede venir después. Especulaba sobre cuál sería la siguiente fase. La pregunta siempre quedaba sin respuesta. Ya no. Quiero ver el futuro, el futuro lejano. Y como Sy, no me importaría volver a la hibernación para conseguirlo. —Sonrió otra vez—. Después de haberle echado un buen vistazo al espacio-L, pero no antes.
—Siempre he dicho que eras un soñador —dijo Elissa—. ¿El futuro lejano? Eres peor que Sy. Veamos, ¿qué conclusiones tenemos? Somos un grupo bastante revuelto. Tenemos dos votos a favor de las colonias y el gran viaje, uno a favor de la ciencia y el centro de la galaxia, uno por el futuro y uno que no está seguro de lo que quiere. ¿Qué más? Todos pensamos que no nos han contado toda la historia, y que Olivia Ferranti sabe cosas sobre el espacio-L que no nos ha mencionado. Nadie aprecia la idea de pasar una temporada en el Mando local, pero sabemos que por algún sitio hay que empezar. Y que a todos nos gustaría hacer un viaje a la Tierra si encontramos el modo. Ése es mi resumen. ¿Falta algo?
—Una cosa —dijo Peron—. Hay aún una persona que no se ha definido. ¿Y tú, Elissa? ¿Qué quieres hacer?
Ella le miró de un modo peculiar.
—¿Te refieres a dónde iré? Peron, eres un idiota cabezón y un tardón ciego. ¿Estás intentando dejarme cortada?
Para sorpresa de Peron hubo un estallido de risas y comentarios incoherentes por parte de los otros cuatro.
—¡Dilo, Peron! —exclamó Lum.
—¿Decir el qué?
—Lo que quieres.
—Lum tiene razón —dijo Elissa. Se acercó a Peron y le abrazó mientras los otros reían.
—Dilo. —Le apretó las costillas—. Suéltame, si puedes. Voy adonde tú vayas, y no estaría mal si te decidieras y dijeras a dónde va a ser. Pero no tienes que hacerlo ahora, porque todos estamos de acuerdo en el siguiente paso. Iremos al espacio-L y luego a la Tierra. ¿Piensas que es posible?
—Tendremos que convencer a muchos —dijo Lum—. Pero tenemos mucho poder mientras uno de nosotros esté aquí en el espacio normal. ¿Os dais cuenta de que un pequeño estallido de los motores de esta nave, uno que no advirtiéramos, haría imposible que se levantara nadie en el espacio-L? Podéis estar seguros de que ellos lo saben. Deben estar preguntándose qué vamos a hacer a continuación.
—Entonces digámosles que estamos listos para la siguiente ronda de negociaciones —dijo Peron—. E insistamos en que se hagan aquí, no en el espacio-L. Eso los hará sentirse incómodos y deseosos de volver a su entorno normal. ¿De acuerdo?
Los otros asintieron.
—Me muero de ganas por ver el espacio-L —añadió Rosanne—. Espero que Kallen y Sy hayan cambiado correctamente el programa de control. Me gusta la idea de que se cumplan todos mis deseos.