Capítulo 7

Sam alzó su copa para brindar por los novios.

– Por una vida de salud, felicidad e hijos que se parezcan a Cynthia -dijo, provocando a Bill-. Salud.

La multitud aplaudió y Bill se apartó de su novia para darle un cálido abrazo a Sam y palmearlo en la espalda.

– Que seas muy feliz -le dijo Sam a su amigo. No sólo se lo decía desde el corazón; finalmente comprendía que era posible la felicidad para toda la vida.

Durante años había creído que el compromiso, el matrimonio y los deseos de una mujer nunca encajarían con los suyos. Siempre había visto la situación de sus padres como un claro ejemplo a evitar, y las mujeres con las que se había relacionado nunca le habían demostrado que estaba equivocado. Hasta ahora.

En su arrogancia masculina, nunca había imaginado que la emoción y los nervios le revolvieran el estómago. Nunca había pensado que llegaría a desear tanto a una mujer ni que estaría dispuesto a casi todo con tal de mantenerla en su vida.

Simplemente, nunca había conocido a la mujer adecuada.

Pero ahora la había conocido, y sin ella no era nada. Demonios, una dama de honor se le había insinuado y otra incluso le había metido mano, y aunque las dos eran muy atractivas, ninguna le había interesado lo más mínimo. Ni siquiera para mantener una conversación. Sam sabía que pasaría mucho tiempo intentando olvidar el breve idilio con Regan.

Se fue al bar a pedir un whisky escocés, y luego se dirigió hacia la entrada principal para apartarse del ruido y la gente. Se apoyó contra la pared y observó el salón de baile, donde el novio y la novia bailaban la canción lenta que interpretaba el grupo de música.

– Es curioso, pero nunca te hubiera imaginado como el tipo de hombre que se mantiene al margen de la fiesta.

La voz de Regan lo pilló por sorpresa, y por un momento pensó que estaba alucinando, tan fuerte era su deseo por ella. Se volvió y la vio junto a él, con un vestido negro que le llegaba por las rodillas, un chal alrededor del cuello, una capa de maquillaje que no necesitaba y el pelo recogido en lo alto de la cabeza.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó él, sin recuperarse del impacto que le había producido verla y sin atreverse a esperar nada.

Ella se encogió de hombros y aferró con los dedos un pequeño bolso negro.

– Buscándote.

Las puertas del salón de baile se abrieron de par en par, interrumpiéndolos. Sam la agarró de la mano y la llevó hacia el pasillo de los baños y los teléfonos, donde pudieran estar a solas.

– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó, porque nunca le había dicho dónde iba a celebrarse la boda.

Ella soltó un suspiro largo y fingido.

– Me temo que hurgué en tu bolsa. ¿Dónde si no habría encontrado la invitación? -sacudió la cabeza en un gesto melodramático-. Oh, cielos, cómo me avergüenzo de mí misma…

Él se echó a reír.

– ¿Y qué motivo tenías para venir a buscarme? -no la había invitado a la boda a propósito, después de que ella rechazara acompañarlo a la cena de ensayo.

Bill se lo había recriminado mientras se cambiaban de ropa para la ceremonia. La noche anterior Sam había sido lo bastante estúpido para contárselo todo a su amigo, y en consecuencia se había ganado un merecido sermón antes de la boda. Pero no le importaba. Por grande que fuera el riesgo de perderla, Sam creía que el próximo paso debía darlo Regan.

Y deseaba con todas sus fuerzas que estuviera dándolo ahora.

Le puso una mano bajo la barbilla y le hizo levantar la cabeza hasta que sus miradas se encontraron.

– Te perdono por fisgonear en mis cosas.

– Vaya -dijo ella, llevándose una mano a la frente en un gesto digno de Escarlata O'Hara-. Pensaba que tendría que esforzarme un poco más para merecerme tu perdón -le sonrió, pero aquella sonrisa no expresaba lo que él creía ver en su interior.

Sam arqueó una ceja. No se fiaba del tono ligero ni de aquella actitud tan frivola. No cuando los ojos de Regan estaban enrojecidos e hinchados bajo el espeso maquillaje y cuando la voz le temblaba bajo la aparente frialdad.

– ¿Qué ocurre, nena?

Regan bajó los hombros y soltó una profunda exhalación.

– No lo estoy logrando, ¿verdad?

– Depende. Me has encontrado, de lo cual me alegro. Pero algo sucede y quiero saber qué es -dijo. Su avión despegaba por la mañana y no tenían tiempo para juegos.

Un grupo de mujeres salió del lavabo de señoras, riendo y armando escándalo.

– Así no hay manera de tener intimidad -murmuró Sam-. Sígueme.

Volvió a tomarla de la mano y la llevó al vestuario de la novia, cerrando la puerta tras ellos. Estaban rodeados de ligueros, sprays y otras muchas cosas, pero al menos estaban a solas. Él se sentó en un banco y arrojó al suelo un montón de ropa para hacerle sitio a su lado.

Regan se sentó junto a él.

– Mi madre me llamó -dijo.

– Darren le ha contado su versión de los hechos, ¿no? -supuso él. No era difícil imaginarse lo ocurrido.

Ella asintió.

– Hizo que pareciera que la víctima era él y que yo había provocado la ruptura porque me descubrió con otro hombre. ¿Cómo se puede ser tan miserable?

Sam estaba de acuerdo, pero esperó a que Regan continuara.

– Mi madre me sugirió que volviera arrastrándome a los pies de Darren y le pidiera disculpas -dijo ella. Soltó un bufido y puso los ojos en blanco-. Jamás haría algo semejante.

No, Sam no se imaginaba a Regan arrastrándose a los pies de ningún hombre, pero en cambio había ido a buscarlo a él. A pesar de sí mismo, la esperanza empezó a crecerle en el pecho.

– ¿Y qué pasó después?

– Bueno, a mi madre no le interesaba mucho mi versión de lo sucedido. Dijo que aunque fuera cierto, como si yo estuviera mintiendo, los hombres siempre engañan. Así son ellos -entornó la mirada y se inclinó hacia él, hasta que sólo estuvieron separados por unos escasos milímetros-. Y eso me lleva a una pregunta.

Hizo un gesto provocador con los labios, sensuales y relucientes. Olía maravillosamente bien, y Sam tuvo una erección sólo por estar junto a ella. Pensó que aunque tuviera ochenta años seguiría excitándose cada vez que estuviera a su lado.

– ¿De qué te ríes? -le preguntó ella, dándole un puntapié en la espinilla-. No le veo la gracia.

Por Dios… ¿era culpa suya que aquella mujer lo hiciera tan feliz?, se preguntó Sam. Le acarició la mejilla con un dedo, intentando apaciguarla e ignorando el dolor en la espinilla y en otras partes de su cuerpo.

– Tú me haces reír, Regan. No puedo evitarlo, pero si vas a darme una patada cada vez que lo haga, vamos a tener un serio problema. Ella agachó la cabeza.

– Lo siento.

– Disculpa aceptada -dijo él, riéndose otra vez-. Y ahora, ¿qué querías preguntarme?

Regan entrelazó las manos tras ella.

– Quería saber… -la voz se le quebró y las mejillas se le ruborizaran-. Seguro que te ríes o piensas que me he vuelto loca.

– Te prometo que no haré ni una cosa ni otra – le aseguró. Era obvio que habían llegado a una encrucijada, y él no estaba dispuesto a echarlo todo a perder-. Dímelo -le pidió.

– Si fueras mío… Quiero decir, si yo fuera tuya… Si estuviéramos juntos, ¿te parecería que engañar a tu pareja es algo aceptable? ¿Necesario? ¿Lo propio en un hombre?

A pesar de las divagaciones y la turbación de Regan, Sam entendía lo seria que era su pregunta. No sólo le estaba preguntando su opinión sobre la infidelidad, pues ya habían hablado antes de ese tema; también estaba intentando averiguar, de un modo tan adorable como indirecto, si él quería algo más con ella de lo que habían compartido aquel fin de semana.

Él ya sabía cuál era su respuesta. Su perspectiva había cambiado enormemente desde que volara a Chicago el día anterior por la mañana, y aquel manojo de nervios que lo interrogaba ahora era la razón.

Por el bien de ambos, decidió abordar la cuestión de frente.

– Desde el primer momento que te vi, me echaste a perder para cualquier otra mujer. Así es como deben funcionar las cosas entre un hombre y una mujer -le tomó las mejillas en una mano-. Entre una pareja. Nunca lo había sabido hasta ahora, pero al conocerte todo me quedó muy claro.

Regan lo miró con ojos muy abiertos.

– Entonces, solamente tú y yo… ¿eso sería suficiente para ti?

– Lo mismo esperaría yo de ti.

– Puedo vivir con eso -afirmó ella, asintiendo solemnemente-. Tú también me has echado a perder para cualquier otro hombre -añadió, al tiempo que una sonrisa de felicidad curvaba sus labios.

– Estupendo. Y ahora soy yo el que tiene que hacerte una pregunta -dijo. Era una pregunta importante que no dejaba de inquietarlo-. ¿Qué pasa con la desaprobación de tus padres? ¿Has pensado en lo que realmente quieres de la vida? -después de todo, él no era más que un piloto. Quería que Regan supiera desde el principio los obstáculos a los que se enfrentaría.

Ella bajó la mirada a sus manos.

– A mis padres nunca les ha importado lo que yo quiero, sólo lo que ellos creen que es lo correcto. Hizo falta que me fuera de Atlanta para darme cuenta, así que al menos puedo darle las gracias a Darren por hacerme abrir los ojos -se pasó la lengua por los labios brillantes-. Pero eso de vivir para otra persona se acabó para mí.

– ¿Y qué hay de lo que tú quieres? -le preguntó, agarrándole las manos. Habían llegado al punto crucial-. No puedo dejar de volar…

– ¿Quién te ha pedido que lo hagas? -dijo ella. La mera posibilidad parecía ofenderla.

Sam tragó saliva. Al fin se atrevía a creer que aquella mujer lo comprendía y aceptaba realmente.

– Tampoco puedo irme de California. La empresa para la que trabajo tiene allí su sede. Sé que es pedirte demasiado después de un único fin de semana, pero si estuvieras dispuesta a mudarte a San Francisco, creo que tendríamos una posibilidad…

Ella puso los ojos en blanco.

– También yo lo creo, o no estaría aquí.

Sam quería sonreír, reír, besarla apasionadamente… Pero no podía. Aún quedaban cosas por decir.

– Puedo llevarte conmigo en algunos viajes. Así no estaríamos separados mucho tiempo. Pero en otros vuelos no está permitido y tendrías que quedarte sola, sin amigos… al menos al principio. Pero mi familia vive allí y seguro que les gustarás. Mi hermana hará que te sientas como en casa y…

– Soy una mujer adulta, Sam -lo interrumpió ella, rodeándole el cuello con los brazos y entrelazando los dedos en sus cabellos-. Sé cómo hacer amigos y estar ocupada. En serio, sé muy bien dónde me estoy metiendo.

– Puedes sentirse muy sola -insistió él, repitiendo lo que su madre le había dicho tantas veces.

– Me gusta mi propia compañía -dijo ella, enderezándose y mirándolo fijamente a los ojos-. Sam, ¿estás intentando asustarme?

Él negó con la cabeza.

– No, pero si vas a echarte para atrás, mejor que sea ahora y no más tarde.

– Tonto -lo reprendió ella, acariciándole la mejilla-. No voy a echarme para atrás, ni ahora ni nunca. Te quiero, y sé que esto puede funcionar. Tampoco espero que tú me mantengas. Encontraré un trabajo gracias a mi experiencia como relaciones públicas. También sé cómo recaudar fondos y…

– ¿De verdad quieres trabajar? -le preguntó él-. ¿O prefieres seguir recaudando fondos para obras benéficas? Porque yo puedo mantenerte. Demonios, quiero hacerlo. Así que, si lo que de verdad te gusta es recaudar fondos, yo te pondré en contacto con las instituciones adecuadas. De ese modo, cuando esta relación salga adelante como tú y yo sabemos que saldrá, podrás tener a mis hijos sin verte obligada a dejar un trabajo…

– ¿Quién se habría imaginado a Sam Daniels divagando? Tenemos muchas decisiones que tomar, pero las más importantes están resueltas, ¿no es así?

– En efecto.

– Entonces, ¿tienes algo más que añadir? -le preguntó, riendo-. Porque a mí me parece que lo más importante aún no se ha dicho -añadió, con un brillo de felicidad y certeza en los ojos.

– Te quiero -dijo él. Eran las palabras más serias que había pronunciado en su vida.

La sonrisa de Regan se ensanchó aún más, si tal cosa era posible.

– Yo también te quiero, Sam.

Él la estrechó entre sus brazos y le dio el beso más intenso, íntimo y apasionado que pudo ofrecerle. Después de todo, estaba sellando el trato más importante de su vida.

– ¿Y ahora quieres saber la otra razón por la que he venido a buscarte? -le preguntó ella con voz jadeante cuando se separaron para tomar aire.

Sam le acarició el pelo. Quería deshacerle el recogido, pero no podía. Si Regan iba a conocer a sus amigos, querría tener el mejor aspecto posible, como buena sureña.

– Quiero saber todo lo que sea importante para ti.

Ella lo miró fijamente con sus grandes ojos.

– Quiero que me hagas el amor en un avión. Ya sabes… ser miembro del Mile High Club.

Sam soltó un gemido. De una cosa estaba seguro. Con Regan en su vida, jamás podría aburrirse.

– Nena -dijo, tomándole las manos-, puedes darlo por hecho.

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