Capítulo 10

HABÍA pasado ya un mes desde su partida de la mansión de los Roseanova cuando Jack volvió a oír el nombre de Karina.

Había buscado en los periódicos alguna noticia sobre su enlace matrimonial, pero parecía que la familia había sido extremadamente discreta al respecto.

Se decía a sí mismo que cuanto menos supiera de ella, antes podría olvidarla. Pero no parecía funcionar así. Había días en los que lo único que ocupaba su pensamiento era ella.

Volver a trabajar le resultó reconfortante. Su nuevo compañero era un tipo estupendo y se llevaron muy bien desde el principio. Sus superiores, además, le habían recomendado que se examinara para ascender a capitán cuando se convocara la plaza, pues consideraban que estaba cualificado para ello. Las cosas iban muy bien en el terreno profesional.

No obstante, durante el tiempo que había trabajado para la familia de Karina había descubierto tener una serie de actitudes para otras funciones y no descartaba desarrollarlas en el futuro.

El día en que recibió la llamada del hermano de Karina estaba ante su escritorio, resolviendo unos papeles. Su compañero había salido a almorzar. El teléfono sonó y él respondió.

– Santini al habla.

– Jack, soy Garth-su voz sonó alarmada-. Tienen a Karina.

El policía apretó el auricular.

– ¿Quién?

– No lo sabemos. Suponemos que son los miembros de Diciembre Radical. Se dirigía a la biblioteca de Pasadena cuando ocurrió. Dispararon a Greg y al señor Barbera y la secuestraron a ella.

– ¡Cielo santo! -el estómago se le encogió y sintió una profunda desesperación-. ¿Cuándo ocurrió?

– Hace unos diez minutos. Hemos llamado a la policía, pero pensamos que tal vez tú…

– Conseguiré rescatarla. Rápido, necesito todos los detalles.

La información que obtuvo no le sirvió de mucho y se metió en el coche sin tener un destino claro al que dirigirse.

Al menos pudo ponerse en contacto con los oficiales que llevaban el caso, y decidió encaminarse al lugar de los hechos.

– ¡Piensa! -se ordenó a sí mismo.

De pronto, su móvil sonó. Respondió convencido de que sería alguno de los otros policías.

– Al habla Santini.

Nadie respondió. Esperó un segundo. Luego, resopló indignado e hizo un amago de colgar, cuando algo llamó su atención. Había raido de fondo, voces. Frunció el ceño y escuchó con detenimiento. De pronto se dio cuenta de que se trataba de una voz femenina.-¡Era Karina!

Apagó el motor del coche y se quedó escuchando atentamente.

– Ya veo que vamos hacia la autopista de San Diego -dijo Karina, pronunciando las palabras claramente-. ¿Vamos hacia la frontera? No, supongo que vamos al aeropuerto de Orange County.

– ¡Cállate!

Sonó una fuerte bofetada y Jack se estremeció. La idea de que alguien hiciera daño á Karina lo volvía loco.

Controló su rabia y trató de mantener la calma. Tenía que pensar.

Las voces se hicieron ininteligibles, pero ya tenía un destino.

– Al aeropuerto -se dijo-. Eres una chica lista, princesa.

Estaba seguro de que no se encaminaban a un terminal público, sino a embarcarse en un jet privado.

Informó por radio al resto de las unidades de hacia dónde se dirigía y puso rumbo al aeropuerto, dispuesto a llegar a su destino.

Al llegar al aeropuerto le pareció que todo estaba en calma. Pero, de pronto, los vio. Había un coche negro detenido junto a un jet privado que tenía los motores en marcha.

Solo había un modo de que pudiera alcanzarlos antes de que fuera demasiado tarde. Aceleró, y derribó la barrera de entrada; que saltó por los aires con gran estrépito. La adrenalina lo impulsaba a seguir sin mirar atrás.

Detuvo el coche y sé bajó de él a toda prisa.

No se paró a pensar, no había tiempo para eso. Agarró al primer hombre, lo golpeó y lo lanzó contra el suelo, donde lo dejó inconsciente. El segundo hombre estaba arrastrando a Karina hacia la puerta del avión, pero ella le dificultaba la labor, lo que le dio a Jaek tiempo de lanzarse sobre él. Un buen puñetazo fue suficiente para que la dejara ir.

Antes de que pudieran alejarse, un tercer hombre apareció con un arma. Pero Jack no se quedó a esperar. Agarró a Karina en brazos y echó a correr, ignorando el sonido atronador de los disparos.

En ese instante, comenzaron a sonar las sirenas que anunciaban la proximidad de los demás policías.

Estaban a punto de arrancar el coche, cuando los otros vehículos aparecieron.

– Tengo conmigo a la víctima del secuestro. La voy a sacar de aquí -le dijo al oficial al mando.

En cuestión de dos minutos ya estaban a millas de distancia de allí.

– ¿Estás bien? -le preguntó él aún nervioso.

– Sí, estoy bien -respondió ella-. Lo que has hecho ha sido increíble.

Algo en su voz le confirmó que estaba perfectamente y le permitió relajarse.

– Bueno, ya estás sana y salva.

– Sí, más o menos.

Él se volvió a mirarla y notó que su piel estaba ajada por los golpes. Detuvo el coche a un lado de la calzada.

– ¡Cielo santo! Pareces…

– Un gato que acaba de recibir una paliza. Lo sé. Conseguí enfurecer a uno de los secuestradores en varias ocasiones.

Él sintió deseos de llorar al ver cómo la habían maltratado, pero en lugar de eso sonrió. No podía dejar de mirarla, de devorarla con los ojos.

– Mi pequeña gata salvaje.

– ¿Tuya?-preguntó ella.

– Mía, sí, mía -la tomó en sus brazos y la besó sin pensárselo dos veces. Ella se dejó llevar, riéndose suavemente, mientras sentía un río de dulces besos sobre su rostro. Luego él atrapó su boca y la besó con pasión.

Dé pronto, se detuvo.

– Un momento, ¿estás casada?

– No -dijo ella-. Ni siquiera estoy comprometida.

– ¿Por qué no?

– La noche de la última fiesta le dije a mi familia que no me casaría con nadie que no fueras tú.

Él se rio suavemente.

– ¡Estás loca!

– Lo sé -le acarició la mejilla-. Loca por ti.

Él la besó suavemente, cuidando de no hacerle daño en las heridas.

La miró de nuevo.

– No me puedo creer que los secuestradores no te quitaran el móvil.

– Lo sé. Me quitaron el bolso y chequearon mis bolsillos, pero no repararon en el móvil que llevaba a la cintura. No me fue fácil encontrar el modo de hacer la llamada, pero lo logré. Por suerte tenía tu teléfono adscrito a un único número.

– ¿No te ataron las manos?

– No. Creo que pensaron que era una princesa caprichosa sin recursos.

– Pues estaban muy equivocados.

Ella sonrió.

– ¿Sabes lo que pensaba mientras íbamos en el coche? Que si me mataban no volvería a verte jamás.

Jack gimió y la abrazó con fuerza. Entonces, resolvió con firmeza que nunca más se apartaría de ella, aunque solo estuviera a su lado como el eterno guardián.

Toda la familia estaba esperándolos cuando llegaron ante la casa.

Había una cierta atmósfera de celebración. Abrazaron primero a Karina y luego a Jack.

– El doctor Manova está aquí -dijo la duquesa-. Está arriba esperando para hacerte una revisión.

– No necesito un médico. Estoy perfectamente -protestó Karina.

Todo el mundo miró el magullado rostro de la princesa con aprensión.

– Es un procedimiento estándar, pura rutina -dijo Jack-. Tenemos que asegurarnos que no hay daños internos.

– Vaya -dijo ella frustrada. No quería apartarse de él. No sabía cuánto tiempo se quedaría allí-. No te vayas mientras esté arriba, por favor.

– No te preocupes -le prometió.

– ¿Te quedas a cenar? -le preguntó ella.

Él sonrió.

– Por supuesto. Finalmente satisfecha, subió las escaleras mientras Jack se volvía a responder todas las preguntas de la familia. Querían detalles. Al mirar a Marco, a Garth, al duque, incluso a la duquesa, se dio cuenta de que se sentía particularmente cómodo con ellos. Era buena gente, a pesar de las diferencias que habían podido tener en algún momento, y sentía que ellos lo miraban cálidamente. Tenía la sensación de que cuando aquella familia regresara a Nabotavia lo convertirían en un buen país. De algún modo envidiaba que su objetivo en la vida estuviera tan definido.

Por primera vez, conoció al tercer hermano de Karina, Damián. Había ido a reunirse con los demás y estaba allí recuperándose de un accidente de barco. Por lo que pudo apreciar en su breve encuentro, era muy similar al resto, y no dudaba que acabaría gustándole.

Marco le rogó a Jack que pasara al estúdio para que los tres príncipes pudieran hablar a solas con él.

– Queremos encontrar el modo de recompensarte por lo que has hecho -le dijo el futuro rey de Nabotavia.

– ¿Recompensarme? No necesito recompensa. Lo habría hecho en cualquier caso.

– Lo sabemos. Pero eso es al margen. El hecho de que hayas hecho algo importante para el reino de Nabotavia nos ha hecho decidir que te nombraremos caballero.

– ¿Cómo? – Jack se rio-. ¿Estáis bromeando?

Garth intervino.

– No bromeamos con este tipo de cosas. Te convertirás en el primer caballero del nuevo régimen nabotavio. Ese título tiene mucho peso entre nuestra gente.

Jack empezó a darse cuenta de las implicaciones de lo que acababa de decirle.

Garth continuó.

– Un caballero ya puede ser considerado un pretendiente digno para la princesa-aclaró – definitivamente.

Jack no respondió, demasiado perplejo aún.

¿Realmente acababa de decirle lo que había entendido?

Garth se rio.

– Sabes que cuando la realeza está implicada, todo es planeado de antemano con sumo cuidado. La familia al completo está de acuerdo en esto -añadió finalmente.

Damián intervino.

– Acepta que te nombren caballero y lo demás vendrá hecho.

Jack miró a Marco.

– Será un honor para mí convertirme en caballero al servicio de la corona.

Marco asintió, se dirigió a un armario de caoba y sacó una hermosa espada.

– Limitaremos la ceremonia a un breve gesto. Evitaremos la misa y el torneo, ¿de acuerdo?

– Más que de acuerdo -dijo Jack.

Marco le hizo un gesto para que se arrodillara y luego apoyó la espada sobre su hombro.

– En nombre del pueblo de Nabotavia te nombro caballero, sir Jack Santini. Confiamos en que protegerás a los débiles respetarás a las mujeres y enmendarás todo mal que se cruce en tu camino. Levanta Jack Santini. Te damos la enhorabuena.

Jack se levantó y miró de un lado a otro. Ese era el tipo de cosas de las que solía reírse. Pero, en aquella ocasión, se encontraba siendo parte de tan particular ceremonia y con el corazón inundado de emoción. Se había convertido en un caballero del reino de Nabotavia y eso lo obligaría a ser un buen tipo el resto de su vida.

– Ahora que eres caballero, me gustaría hablar contigo de un trabajo que quería ofrecerte. Nabotavia va a necesitar alguien que coordine la armada y los servicios de inteligencia. Con la variada experiencia que tienes, nos parece que serías la persona perfecta para ayudarnos a poner todo en marcha. ¿Qué te parecería que te nombráramos ministro de defensa?

Jack no pudo evitar una carcajada y Marco y Garth se unieron a él. Cuando Karina entró, nadie fue capaz de explicarle cuál era el chiste. Pero la sensación de unidad que se había creado era sólida, muy sólida.

Karina no sabía exactamente lo que estaba ocurriendo, pero sí sabía que aquel estaba resultando el día más gratificante dé su vida.

Jack había sido nombrado caballero y todos, incluso su tía, lo trataban como a un igual. Era una situación confusa, pero tremendamente reconfortante.

Estaba con el hombre que amaba y parecía que todo se había encauzado como ella deseaba. ¡Tantas cosas habían cambiado desde el principio del verano!

Unos detectives llegaron a la mansión para hacerle unas preguntas sobre los secuestradores. Los tenían arrestados y, al interrogarlos, habían descubierto que, efectivamente, pertenecían al grupo Diciembre Radical. Tenían intención de canjear a Karina por algunos de sus presos más importantes.

Karina respondió con seguridad a todas sus preguntas, mientras Jack permanecía a su lado.

Después de que los oficiales se marcharan, llamaron al hospital para preguntar por Greg y el señor Barbera. Ambos estaban fuera de peligro y prácticamente recuperados.

La cena fue particularmente alegre y, después de terminar, Jack y Karina salieron a pasear al jardín.

Él la tomó en sus brazos y la miró a los ojos.

– ¿Recuerdas que cuando me pediste que me casara contigo te dije que no?

– Sí, lo recuerdo demasiado bien -dijo ella con una picara sonrisa en los ojos.

– Me preguntaba si podría reconsiderar la oferta.

A Karina se le aceleró el corazón, pero frunció los labios.

– No sé. Tendré que pensármelo -dijo ella con fingida reticencia.

Él suspiró.

– Bueno, después de todo, ahora que soy caballero seguro que habrá un montón de princesas que se quieran casar conmigo.

– ¡Jack!

El se rio y la abrazó con más fuerza.

– Te amo, mi princesa, y ya no puedo luchar contra mis sentimientos.

– Yo también te amo -respondió ella satisfecha-. ¿Será verdad que, finalmente, vamos a conseguir ser felices para siempre?

– Sí, es verdad -la besó y la miró lleno de amor-. Por fin voy a poder enseñarte a besar, tal y como querías.

– ¿Podemos empezar ahora mismo?

– Su Majestad, sus deseos son órdenes para mí -dijo él y procedió a cumplir con su obligación.

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