Capítulo 3

– ¡Amy!

La muchacha se sobresaltó al oír su nombre. En Gloucester, no la conocía casi nadie y prefería que siguiera siendo así. Cuando vio que era Serena, una chica que había sido también camarera en el Longliner, la que la saludaba desde el otro lado de la calle, respiró aliviada.

– Hola.

– Hola -contestó Amy-. ¿Qué tal?

– Ernie me ha estado preguntando por ti -dijo preocupada la amiga.

Ernie era el encargado del Longliner durante el turno de mañana y le gustaba cuidar de Amy. Había sido el que le había conseguido la habitación encima del bar y las comidas gratis.

– ¿Ernie? ¿Qué quiere? Si quiere que vuelva, dile que estoy bien. Tengo trabajo y un lugar donde quedarme.

– ¿Me estás diciendo que quieres dejar la hostelería? Y yo que creía que te gustaba que te manosearan los pescadores.

– Las propinas eran buenas, pero no demasiado.

– Bueno, pero Ernie no quiere hablar contigo de trabajo. Quiere verte porque esta mañana han ido al bar unos hombres con trajes oscuros preguntando por ti. Yo me pasé para cobrar y los vi. Parecían policías o quizá detectives. Preguntaron si sabía dónde estabas.

– ¿Y tú qué les dijiste?

– Que no lo sabía. Y eso fue lo que les contestó también Ernie. Les explicó que te echaron de allí ayer y que te habrías ido a otra parte. Ernie odia a la policía. Especialmente a los secretas. ¿Por qué te buscan? ¿Estás metida en algún lío?

– No, lo normal. Algún cheque sin fondos y varios meses de alquiler sin pagar. Estaba casada con un verdadero canalla. Cuando me fui, me llevé todo el dinero del banco y vendí el coche.

Serena soltó una carcajada.

– Yo hice lo mismo cuando dejé a mi ex marido. Escucha, no voy a decirle a nadie dónde estás, y cuando avise a las chicas, tampoco le dirán nada a nadie. Si quieres, diremos que te has ido a Michigan.

– Eso estaría bien. Y ahora tengo que volver al trabajo. No quiero que me echen el primer día.

– Pásate por el bar alguna vez. Te invitaremos a una cerveza.

– Lo haré. Y gracias. Y no digas nada a nadie.

Serena asintió y luego volvió a cruzar la calle. Amy la observó durante un rato con sentimiento de culpa. Odiaba mentir, pero tenía que pensar en las consecuencias de decir la verdad.

Se encaminó hacia el muelle, con las bolsas de comida en la mano, pero mientras caminaba, se fijó en dos hombres que había al otro lado de la calle. Iban con traje oscuro y parecían totalmente fuera de lugar en el muelle de Gloucester… como si fueran policías.

Amy se dijo que empezaba a ponerse paranoica, pero Serena le había hablado de unos hombres y… como si hubieran leído su mente, los dos hombres miraron hacia ella. Amy se detuvo un momento, sin saber si seguir caminando despreocupadamente, o echar a correr a toda velocidad. Eligió lo segundo.

Solo podía correr hacia un lugar. Hacia el muelle, tratando de esquivarlos entre el caos de barcos que allí había. Pero mientras corría, pensaba que la atraparían enseguida si no encontraba un barco donde meterse. Se detuvo un momento y oyó que se acercaban.

Miró en ambas direcciones y corrió hacia una vieja embarcación que había en la parte oeste del muelle. Pero no había modo de subir a ella. Maldijo entre dientes y pensó rápidamente. Solo le quedaba una salida. Miró al agua y pensó que probablemente estaría tan fría que podría desmayarse, pero era su única posibilidad de escape.

Tomó aire y luego saltó al agua, con bolsas y todo. La impresión la dejó sin respiración. Salió a la superficie y tomó aire de nuevo. Las bolsas flotaban, así que decidió no perderlas. Se agarró a una escalera de cuerda que bajaba del muelle y se subió a ella.

Esperó y oyó que los hombres pasaban a su lado, retrocedían, y volvían de nuevo. Le castañeteaban los dientes y sentía un frío terrible. Por un momento, pensó que no lo aguantaría. Contó treinta segundos, sesenta, noventa… tratando de oír a los hombres.

Así, esperó durante tres largos minutos. Luego, con las bolsas todavía en la mano, trató de subir por la escalera. Cuando finalmente llegó arriba, solo quería tumbarse en el suelo y descansar. Pero sabía que los hombres podían seguir allí.

Fue tambaleándose por el muelle hacia El Poderoso Quinn. Cuando llegó, no tenía energía para subirse a bordo. Soltó un gemido y se sentó en un cajón de embalaje.

– No puedo continuar -se dijo, temblando de frío.

Los hombres la encontrarían, la llevarían con su familia y les tendría que explicar por qué se había escapado. Luego discutirían tanto y le harían tantas recriminaciones, que se vería obligada a comportarse como una buena hija otra vez. Su nueva vida había llegado a su fin.

– ¿Amy?

Dio un respingo, dispuesta a echar a correr de nuevo, pero las bolsas no la dejaron levantarse. Notó unas manos en los hombros y alguien que la levantaba. Estaba demasiado débil y tenía demasiado frío para pelear. Miró, dispuesta a rendirse, y cuando enfocó los ojos, vio unos ojos conocidos.

– ¿Brendan?

– Amy, ¿qué demonios te ha pasado?

– Me… caí… en el agua. Brendan la agarró en brazos, la subió al barco y luego subió él.

– Vamos, hay que quitarte esa ropa en seguida.

Amy bajó como pudo las escaleras hacia el camarote principal. Brendan la llevó hacia su camarote y, antes de que pudiera protestar, empezó a desnudarla.

– Estás empapada y medio helada.

– Me… caí -repitió-. Me caí.

Cuando él empezó a desabrocharle la camisa, ella le retiró las manos. Pero tenía los dedos demasiado rígidos para hacerlo sola.

– Cierra los ojos -le pidió cuando Brendan se dispuso a continuar.

– ¿Qué?

– No puedes desnudarme.

– ¿Cómo que no puedo? Además, no tienes nada que no haya visto antes -para demostrarlo, la miró de arriba abajo, deteniéndose brevemente en el sujetador de encaje y seda.

– No estés tan seguro -replicó, haciendo una mueca.

– Bueno, entonces tendré que mirar.

Brendan la miró con una sonrisa traviesa antes de continuar quitándole el resto de la ropa. Se arrodilló y le quitó los zapatos y los calcetines. Luego le desabrochó los pantalones y se los quitó. Ella seguía en pie, delante de él, casi desnuda, y sin dejar de temblar.

– No tienes por qué mirar -murmuró Amy.

– Es difícil no hacerlo -dijo él, riendo y alzando la vista hacia ella-. Estás tan…

Amy esperó a ver qué decía… y él se quedó mirándola un rato. Luego se puso en pie y le pasó un dedo por los labios. Por un momento, Amy pensó que iba a besarla.

– Azul.

– ¿Azul?

– Sí, estás azul -aseguró. Luego agarró una toalla y la envolvió en ella, comenzando a frotarle la espalda y los brazos-. Supongo que vas a echarme también la culpa de esto.

Amy apoyó el rostro en su hombro.

– Bueno, si no vivieras en un barco, no habría estado cerca del agua. Así que imagino que también es culpa tuya. Sí, de hecho, creo que toda la culpa es tuya.

Brendan se apartó y la miró a los ojos.

– Toma -dijo, dándole otra toalla-. Sécate el pelo y métete en la cama. Te haré un poco de sopa.

Cuando Brendan cerró la puerta, Amy hizo lo que le había dicho. Se quitó la toalla, la ropa interior y buscó en un cajón hasta encontrar una camiseta de Brendan. Se la puso y se metió en la cama.

Cerró los ojos y trató de calentarse, pero no podía dejar de temblar por mucho que se envolviera con la manta. ¿Pero sería solo por el frío o sería también que sentía miedo? Era la vez que más cerca había estado de que la atraparan y, tenía que admitirlo, había estado dispuesta a rendirse… hasta que había llegado Brendan y la había salvado.

Era curioso como aparecía él siempre que ella lo necesitaba. Tal vez debería darle un beso en señal de gratitud.

Amy se estremeció al pensarlo. Las manos de Brendan eran increíblemente expresivas y, si ella no hubiera estado congelada, seguro que le habrían resultado muy eróticas. Por un momento, se imaginó que la desnudaba por razones totalmente diferentes. Esa idea fue suficiente para calentarle la sangre. «Ese sería el mejor modo de calentarme", pensó. Sí, pensar en un acto de seducción. Brendan desnudándola despacio, acariciando su cuerpo, tocando su piel caliente con los labios y la lengua, poniéndose sobre ella y…

Tragó saliva. De alguna manera, sabía que hacer el amor con Brendan sería algo maravillosamente intenso. Aunque fuera una vez solo, le gustaría experimentar ese deseo primitivo. Porque nunca había tenido la suerte de sentirlo hasta entonces. Sus primeros escarceos los había tenido con amigos de la universidad que no tenían mucha experiencia. Y después solo se había acostado con su novio, un hombre nada aventurero.

Y Amelia Aldrich Sloane había nacido para la aventura. Por eso había escapado de su vida lujosa y acomodada. Por eso se había teñido el pelo de rubio y se había hecho tres agujeros en cada oreja. Su única equivocación hasta entonces había sido aceptar ese trabajo en el bar de pescadores.

Pero tener una aventura apasionada y excitante con Brendan Quinn… esa sería la mejor de las aventuras.


Brendan fue por las bolsas que había dejado en el muelle, les quitó el agua y las llevó al camarote principal. Luego se puso a hacer la sopa, pero no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder.

Había ido dispuesto a despedirla, tal como le había aconsejado Conor, pero en cuanto la vio sentada en el muelle, toda empapada, su único pensamiento fue meterla en el barco y cuidarla.

No se creía que se hubiera caído al agua por accidente. O había saltado ella, o alguien la había empujado. Pero también sabía que no podía preguntárselo a ella.

Agarró una lata de sopa de una de las bolsas y la abrió. La puso en un cazo, le añadió agua y la disolvió lentamente. La dejaría quedarse allí hasta que Conor le informara sobre ella. Solo entonces tomaría una decisión, se dijo. Y hasta entonces, tendría que ignorar la atracción que sentía por ella.

La sopa se calentó enseguida y la sirvió en un tazón. Puso en un platito pan y se lo llevó todo en una bandeja. Cuando abrió la puerta, esperaba que ella se sentara, pero estaba acurrucada bajo la manta y tenía la cabeza tapada.

Brendan se sentó en el borde de la cama.

– ¿Amy? -la llamó, destapándola un poco.

– No consigo entrar en calor.

Brendan soltó una maldición. Sabía lo suficiente de hipotermias como para saber que eran muy peligrosas.

– Debería llevarte al hospital. Puede ser grave. ¿Cuánto tiempo estuviste en el agua?

– No tanto. Dame otra manta a ver si así se me pasa este frío.

Pero Brendan sabía que aquella no era la solución. Solo había una posibilidad. Se puso de pie, se quitó los pantalones y la camisa, y se metió bajo las sábanas, a su lado. Luego la rodeó con sus brazos y se puso contra su espalda. Amy estaba tan fría, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no apartarse.

– ¿Qué estás haciendo? -dijo ella, tratando de liberarse de sus brazos-. No llevo nada debajo de la camiseta.

– Bien. Yo tampoco llevo nada. Así te calentarás antes -respondió, tratando de mantener un tono indiferente-. ¿Estás mejor?

– Mmmm.

– Nos quedaremos un poco así y luego te tomarás la sopa.

Brendan cerró los ojos y luchó contra la tentación de besar su nuca. Se estaba metiendo en un terreno peligroso, se dijo. Lo mejor seria distraerse, charlando con ella.

– ¿Te importaría decirme lo que ha pasado?

– Ya te lo he dicho. Me caí al agua y luego salí. Eso es todo.

– No tienes que tener secretos conmigo, Amy. Confía en mí.

– Pero si ni siquiera te conozco.

– Pues mientras entras en calor podemos aprovechar para conocernos. Háblame de ti.

– ¿No va esto contra la ley? Un jefe que se mete en la cama con su empleada puede ser acusado de acoso sexual. Podría denunciarte.

– Un jefe que deja congelarse a una empleada puede ser acusado de negligencia. Y ahora no cambies de tema. Háblame de ti.

Ella se giró por completo y lo miró a los ojos.

– ¿Te gustaría besarme?

– ¿Qué? ¿Por qué me preguntas eso?

– Bueno, por curiosidad. Yo estoy casi desnuda, tú también y estamos en la cama. Sería el paso siguiente, ¿no?

– Cre… creo que no sería muy buena idea -murmuró él, soltándola, levantándose de la cama y agarrando sus pantalones-. Tómate la sopa.

Luego salió de la habitación.

Cuando volvió al camarote principal, Brendan miró a su alrededor sin saber qué hacer. No podía negar que deseaba volver y aceptar la oferta de Amy Aldrich. ¿Pero se detendría en un beso? Un beso conduciría a una caricia y esta a su vez a cosas más íntimas y eróticas. Aunque aquella mujer era exasperante, también era irresistiblemente sexy.

Hizo un gesto de impaciencia y pensó que Amy podía estar casada, y él no quería nada con una mujer casada. ¡Aunque su estatus de casada o soltera era lo menos importante! Podía ser una criminal que se hubiera fugado. Se sentó ante la mesa de la cocina y se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso. ¿Por qué no podía resistirse a ella?

Maldijo entre dientes. ¿Cómo habían pasado de la conversación sobre su vida a…?

¡Claro! Amy le había preguntado lo del beso solo para distraerlo.

Volvió a su camarote y se acercó a la cama. Amy lo miró con los ojos muy abiertos, tapada con la manta hasta la nariz. Entonces, Brendan se agachó y puso una mano a cada lado de ella.

– ¿Me has preguntado si quería darte un beso?

Amy asintió.

– Creo que mereces una respuesta, ¿verdad?

Ella volvió a asentir y bajó la manta. Brendan se agachó y la besó. No fue un beso breve ni casual, fue un beso intencionado, con el deseo de que el corazón de Amy latiera a toda velocidad. En un momento, sacó la lengua y comenzó a explorar su boca. Luego acomodó todo el cuerpo sobre el de ella, atrapándola. Pero Amy no hizo ningún ademán de querer escapar. Él imaginó que la había sorprendido su comportamiento y que se había quedado quieta solo por eso. Pero justo en ese momento le rodeó con sus brazos y le devolvió el beso con igual intensidad.

En cuanto ella respondió, Brendan supo que estaba perdido. Había besado a muchas mujeres, pero nunca a ninguna que pareciera disfrutar tanto como Amy. Era el tipo de mujer a la que podía estar besando durante una hora o dos, o tres quizá, sin aburrirse. Una chica cuyo misterio la hacía más tentadora.

Le costó un gran esfuerzo recuperarse y, cuando finalmente se apartó de ella, estaba seguro de que no debería haberla besado. Pero también estaba igual de seguro de que volvería a suceder. Después de haber saboreado su boca, querría volver a hacerlo una y otra vez. Bajó los ojos y miró sus labios, húmedos y ligeramente hinchados. Luego luchó contra la tentación de volver a besarla.

– Ahora estoy más caliente. Gracias.

Brendan se apartó de la cama y se fue hacia la puerta para ocultar la evidente muestra de su deseo por ella.

– Bien -dijo-. Entonces no tendré que repetirlo.

Cuando salió y cerró la puerta, se quedó en el pasillo y repasó brevemente los últimos minutos de su vida. Tenía la sensación de que había perdido por completo el control. Pero en adelante, se dijo, pensaría en Amy Aldrich solo como su empleada, y no como la mujer bella, deseable e irresistible que sabía besar de un modo tan apasionado.


Estaba amaneciendo cuando Amy abrió los ojos. Al principio, no estaba segura de dónde se encontraba. Había tenido un sueño en el que estaba en su casa, en la gran cama de su dormitorio. En una época, había sido muy feliz allí. Pero aquellos sentimientos cambiaron cuando sus padres convirtieron al hombre al que amaba en una persona en la que no podía confiar.

El recuerdo de aquello todavía le dolía. Poco después de que se comprometieran, ella había escuchado a su novio hablar por teléfono con una mujer de la que era, evidentemente, algo más que un simple amigo. Amy se lo había dicho y él había lo negado todo. Sus padres habían saltado rápidamente en su defensa, asegurando que ella debía haberse equivocado. Por un tiempo, había logrado convencerse de que así era.

Pero la desconfianza no se borró del todo y, conforme la boda se iba acercando, sus dudas y su inseguridad comenzaron a hacerse más grandes. Poco a poco, se fue dando cuenta de que su vida nunca había sido suya del todo. Que nunca había vivido de acuerdo a las expectativas que su abuela había puesto en ella.

Cuando se marchó de la casa de sus padres, a mitad de la noche, había tenido miedo. No estaba segura de estar haciendo lo correcto y le preocupaba no poder vivir por sus propios medios. Pero al mismo tiempo estaba contenta de correr ese riesgo y de poder vivir nuevas experiencias. Amy soltó un suspiro. Pero las aventuras tenían su precio, como el de no sentirse segura desde hacía mucho tiempo. En ese momento, por primera vez desde que se había ido, sus dudas parecieron perder importancia y sus miedos comenzaron a disiparse. En El Poderoso Quinn se sentía a salvo al lado de Brendan.

Abrió la puerta del dormitorio pequeño y se asomó. Brendan estaba durmiendo en la pequeña cama con solo unos calzoncillos. Tenía destapado el torso, mostrando su vientre liso. Una de las piernas le colgaba fuera de la cama y estaba cubierto únicamente por una manta retorcida, como si no notara el frío de la mañana.

Mientras miraba su rostro casi adolescente, sintió una enorme gratitud hacia él. Bren-dan Quinn no era más que un desconocido, pero aun así, le había dejado un lugar donde estar y le había dado un trabajo. Eso solo lo podía hacer un hombre de buen corazón. Soltó un suspiro profundo. Pero también Craig había sido bueno al principio… antes de que el dinero de su familia lo corrompiera.

Amy borró de su mente el recuerdo de su novio y se concentró en Brendan. En sus rasgos viriles y atractivos. La fuerte mandíbula, la boca cincelada, las oscuras pestañas y la nariz perfecta. Se fijó en sus labios y se acercó. Tanto, que casi podía tocarlo. ¿Qué sentiría si volvía a besarlo?, se preguntó.

Se acercó y rozó la boca de Brendan con la suya. Luego acarició los labios con su lengua y sintió un escalofrío, que sabía no era de frío, sino producto de la deliciosa sensación de hacer algo prohibido.

La segunda vez que lo besó, él abrió los ojos y la miró. Al principio, Amy pensó que estaba medio dormido y que volvería a cerrarlos. Pero entonces estiró una mano y la agarró por la cabeza para besarla con ardor.

Amy dio un grito de sorpresa. Más por la intensidad del beso, que por el hecho de que Brendan estuviera totalmente despierto. Fue consciente de que estaba pisando terreno pantanoso. Si Brendan Quinn había planeado seducirla, no estaba segura de poder resistirse.

Brendan la agarró por la cintura y la puso encima de él, sin dejar de besarla. Luego, pasó una mano por debajo de la camiseta y rozó apenas la curva de sus senos, provocando en Amy un deseo que la estremeció por entero. Se arqueó contra él, pero la mano de Brendan volvió a la cintura. Amy abrió entonces los ojos y vio que él la estaba mirando fijamente.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó él.

– Te estoy besando -fue su respuesta.

– ¿Por qué?

– Porque me gusta.

Brendan contempló el rostro de ella como si quisiera guardarlo en la memoria.

– No quiero que me beses y tampoco quiero que te acuestes conmigo. Se supone que eres mi empleada, nada más.

Amy dio un suspiro e hizo una mueca. Al mismo tiempo, pasó una mano por su pecho desnudo.

– ¿Es que no te gusta como beso?

– No he dicho eso.

– ¿Entonces sí te gusta?

– Me parece que has besado a muchos hombres, Amy Aldrich, y no te tomas los besos tan en serio como me los tomo yo. O puede que no hayas besado a tantos hombres y no te des cuenta de lo peligroso que es besar así.

– La verdad es que no he besado a muchos hombres. Por eso quiero aprender – soltó una carcajada-. Además, ¿cómo puedes tomarte tan en serio los besos? Quiero decir, párate a pensar. Primero pegamos la boca y apretamos. Luego empezamos a jugar con la lengua. No puedes tomarte una cosa así en serio.

Brendan acercó su boca a la de ella.

– Está claro que no te ha besado el hombre adecuado. Porque cuando se sabe besar, es muy… peligroso.

Amy contuvo el aliento, esperando, pero él no se movió.

– Demuéstramelo -sugirió, mirándolo fijamente a los labios.

Lo que había empezado como un juego, se había convertido en algo excitante y peligroso.

– Sería una tremenda equivocación -dijo él, separándose.

Amy se sentó, soltando un gemido, y se quitó el pelo de los ojos.

– No te conozco mucho, Brendan Quinn, pero nunca imaginé que fueras tan mojigato.

Amy se preguntaba qué tipo de hombre dejaría pasar una oportunidad así. Se levantó de la cama como si no hubiera pasado nada.

– Si no vamos a hacer el amor, me imagino que deberíamos trabajar -dijo, quitando la ropa de cama-. Levántate. Tengo que vestirme y para eso tienes que salir de mi habitación.

Brendan se echó a reír.

– ¿Quién es ahora la mojigata? ¿Hace un momento querías acostarte conmigo y ahora no puedes vestirte delante de mí?

– De acuerdo. Después de todo, ya me has visto, ¿no?

De un salto, Brendan salió de la cama y la agarró por la cintura.

– Sabes que este juego es muy peligroso, ¿verdad? -dijo, apretándola contra sí.

– A lo mejor me gusta el peligro. Él la miró casi enfadado.

– ¿Quién eres? -preguntó, agarrando su rostro entre las manos y pasándole el dedo pulgar por el labio inferior.

– Yo soy quien tú quieres que sea.

– Quiero saber quién eres realmente – dijo-. No quiero hacer el amor con una ilusión.

Y tan fácilmente como la había agarrado, la soltó. Luego salió del dormitorio y cerró la puerta. Amy no se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que tuvo que tomar aire. Se sentó despacio en la cama y se llevó la mano al pecho. El corazón le latía con tanta fuerza, que casi podía oírlo.

Un suspiro escapó de su boca. Cuando le había dicho adiós a su modo de vida anterior, se había prometido vivir a su antojo, disfrutando de cada día como si fuera una aventura. Pero hacer el amor con Brendan Quinn, a pesar de que era tentador, también le planteaba dudas de lo que podría pasar después.

No podía negar que él la atraía. Además, ella sentía mucha curiosidad por saber lo que sería dejarse llevar por la pasión. Pero no estaba segura de que se conformara con una noche o dos. Brendan era el tipo de hombre al que resultaría difícil olvidar. Y ella, en ese momento, no estaba preparada para hipotecar su felicidad futura por otro hombre.

También estaba el dinero. ¿Qué pasaría cuando él descubriera que era rica? Aunque la mayoría de la gente pensaba que el dinero daba la felicidad, Amy no era tonta. A ella tener tanto dinero no la había hecho feliz. La gente la miraba de diferente manera porque era Amelia Aldrich Sloane. No la veían como era en realidad, sino por el dinero que heredaría.

Pues bien, Brendan Quinn nunca iba a mirarla como a una heredera. No iba a preguntarse nunca cuánto valía en términos económicos. No iba a permitir que conociera ese aspecto de su vida. La Amy a la que había sacado aquel día del Longliner era la verdadera Amy. Se quedaría con él el tiempo que quisiera y luego seguiría su camino. Pero mientras estuviera allí, trataría de disfrutar al máximo y de aprovechar todos los placeres que le salieran al encuentro, incluyendo el placer de besar a Brendan Quinn cuando le apeteciera.

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