XXXVIII — Resurrección

No queda casi nada por contar. Ha llegado el alba, con el sol rojo como un ojo ensangrentado. Por la ventana entra un viento frío. Dentro de muy poco un criado traerá una bandeja humeante; con él, sin duda, estará el viejo y encorvado padre Inire, que quiere hablar conmigo durante los pocos momentos que quedan; el viejo padre Inire, que ha vivido mucho más que los de su efímera especie; el viejo padre Inire, que, me temo, no sobrevivirá al sol rojo. Cuánto lo contrariará descubrir que me he pasado toda la noche escribiendo aquí, en el triforio.

Pronto deberé vestir ropas de argento, ese color más puro que el blanco. No importa.

En la nave habrá días largos, lentos. Leeré. Todavía tengo mucho que aprender. Dormiré, dormitaré en mi litera, escucharé la fricción de los siglos contra el casco. Este manuscrito se lo enviaré al maestro Ultan; pero mientras esté en la nave, cuando no pueda dormir y me canse de leer, lo escribiré de nuevo —yo, que no olvido nada— todo, cada palabra, tal como lo he escrito aquí. Lo llamaré El Libro del Sol Nuevo porque se dice que ese libro, perdido desde hace tantas eras, ha profetizado su propio advenimiento. Ycuando esté otra vez terminado, sellaré esa copia en un cofre de plomo y lo dejaré a la deriva en los mares del espacio y el tiempo.

¿Les he dicho todo lo que prometí? Soy consciente de que en varios lugares de mi narración he prometido que la trama final de la historia dejaría en claro tal o cual punto. Los recuerdo todos, estoy seguro, pero también recuerdo mucho más. Antes de pensar que los he engañado, vuelvan a leer, como yo volveré a escribir.

Para mí hay dos cosas claras. La primera es que no soy el primer Severian. Los que andan por los corredores del Tiempo lo vieron ganar el Trono del Fénix, y así fue que el Autarca, a quien le habían contado de mí, sonrió en la Casa Azur y la ondina me empujó hacia arriba cuando al parecer tenía que ahogarme. (Pero seguramente con el primer Severian no fue así; algo había empezado ya a dar nueva forma a mi vida.) Ahora dejadme imaginar, aunque es sólo imaginación, la historia del primer Severian.

Él también fue criado por los torturadores. También lo enviaron a Thrax. También huyó de Thrax, y aunque no llevaba la Garra del Conciliador, se encaminó a la guerra del norte: sin duda esperaba escapar del arconte escondiéndose en el ejército. Cómo se encontró allí con el Autarca no puedo decirlo; pero se encontraron y así, como yo, él (que en sentido último era y es yo mismo) llegó a su vez a ser autarca y navegó allende las velas de la noche. Luego los que andan por los corredores del Tiempo volvieron a la época en que él era joven, y comenzó mi historia, tal como la he escrito aquí en tantas páginas.

La segunda cosa es ésta. No fue devuelto a su tiempo: se convirtió en un vagabundo de los corredores. Ahora conozco la identidad del hombre llamado Cabeza del Día y sé por qué Hildegrin, que estaba demasiado cerca, murió cuando nos encontramos, y por qué huyeron las brujas. También sé de quién era el mausoleo en donde me quedaba de niño, esa pequeña construcción con grabados en la piedra: una rosa, una fuente y una nave voladora. He perturbado mi propia tumba, y ahora voy a yacer en ella.

Cuando volví a la Ciudadela con Drotte, Roche y Eata, me llegaron mensajes urgentes del padre Inire y de la Casa Absoluta, y pese a todo me demoré. Le pedí al castellano que me llevara un mapa. Después de mucho buscar encontró uno, grande y antiguo, agrietado en muchas partes. El muro aparecía entero, pero los nombres de las torres no eran los que yo conocía —ni los que conocía el castellano, por cierto—, y en el mapa había torres que no están en la Ciudadela, y en la Ciudadela torres que no estaban en el mapa.

Luego ordené una nave y estuve medio día flotando entre las torres. Sin duda vi muchas veces el lugar que buscaba, pero en todo caso no lo reconocí.

Por fin, con una lámpara brillante y segura, bajé una vez más a nuestra mazmorra, un tramo de escalones tras otro hasta llegar al último nivel. ¿Qué es, me pregunto, lo que da a los lugares subterráneos el poder de conservar el pasado? Todavía estaba allí uno de los tazones en que había llevado sopa a Triskele. (Triskele, que había vuelto a la vida bajo mi mano dos años antes de que yo llevara la Garra.) Una vez más seguí las huellas de Triskele hasta la abertura olvidada, como cuando aún era aprendiz, y desde allí mis propias huellas en el oscuro laberinto de túneles.

A la luz firme de la lámpara vi ahora dónde había perdido el rastro, por seguir en línea recta cuando Triskele había doblado. Tuve la tentación de seguirlo, en vez de seguirme a mí mismo, para saber dónde había salido, y acaso descubrir quién lo había aceptado y a quién solía volver después de saludarme a veces en los caminos apartados de la Ciudadela. Posiblemente lo haga cuando regrese a Urth, si es que en verdad regreso.

Pero una vez más no doblé. Seguí al niño-hombre por un corredor angosto de suelo de barro, y de vez en cuando atravesado por puertas y ventanas ominosas. El Severian que yo perseguía llevaba zapatos mal ajustados con tacones gastados y suelas raídas; al volverme y alumbrar con la lámpara hacia atrás, observé que el Severian que lo perseguía llevaba botas excelentes, pero caminaba con pasos de longitud desigual y uno de los pies arrastraba la punta. Pensé: un Severian tiene buenas botas, el otro buenas piernas. Y me reí solo, preguntándome quién iría allí años después, y si imaginaría que los dos rastros eran de los mismos pies.

No puedo decir con qué fin se construyeron una vez esos túneles. Varias veces vi escaleras que habían descendido aún más, pero siempre desembocaban en oscuras aguas en calma. Encontré un esqueleto, los huesos desparramados por los apresurados pies de Severian, pero era sólo un esqueleto y no me dijo nada. En ciertos lugares las paredes tenían inscripciones, escritas en naranja desteñido o negro robusto; pero eran caracteres que yo no sabía leer, ininteligibles como los rasguños de las ratas en la biblioteca del maestro Ultan. Unas pocas de las habitaciones que miré tenían paredes en donde habían palpitado más de mil relojes de varias clases, y aunque ahora estaban todos muertos, las campanas calladas y las manecillas corroídas en horas que no volverían nunca, los consideré signos propicios para alguien que buscaba el Ypor fin lo encontré. La pequeña mancha de sol estaba justo donde yo recordaba. Sin duda fue una locura, pero apagué la lámpara y por un momento me quedé a oscuras, mirándola. Todo era silencio, y el brillante cuadrado desparejo parecía al menos tan misterioso como antes.

Yo había temido que me fuera difícil deslizarme por la angosta grieta, pero si el Severian presente era algo más grande de huesos, también era más flaco, de modo que una vez metidos los hombros, el resto los siguió con facilidad.

La nieve que recordaba había desaparecido, pero había un temblor frío en el aire anunciando que pronto iba a volver. Unas hojas muertas, que sin duda una corriente ascendente había llevado y acosado muy arriba, descansaban ahora entre las rosas moribundas. Los cuadrantes torcidos seguían proyectando unas sombras enloquecidas, inútiles como los relojes muertos que estaban detrás aunque no tan quietos. Los animales grabados los contemplaban, inmóviles, sin pestañear.

Crucé hasta la puerta y llamé. Apareció la temerosa anciana que nos había servido, y entrando en la mohosa sala en donde en otro tiempo me había calentado, le dije que fuera a buscar a Valeria. Se alejó deprisa, pero, antes de que desapareciera, algo había despertado en las paredes roídas por el tiempo y unas voces desencarnadas, de mil lenguas, pedían que Valeria se presentara a un personaje de título antiguo que, comprendí sobresaltado, debía ser yo mismo.

Aquí se detendrá mi pluma, lector, aunque no yo. Te he transportado de puerta en puerta: de la cerrada puerta de la necrópolis de Nessus, con su mortaja de bruma, a esa puerta barrada de nubes que llamamos cielo, la puerta que, espero, me llevará más allá de las estrellas cercanas.

Mi pluma se detiene; yo no. Lector, ya no caminarás conmigo. Es tiempo de que los dos retomemos nuestras vidas.

A este relato, yo, Severian el Cojo, Autarca, pongo mi rúbrica en el que será llamado último año del sol viejo.

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