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Los sabios de los Ndelante Ali aseguraban que el Único Dios Verdadero lo sabía todo y lo veía todo.

Estos poderes parecían ser los que ahora tenía Wili, desde que había aprendido a usar la conexión de cuero cabelludo. Se ruborizaba al pensar que había despreciado los programas simbióticos, durante meses, calificándolos de muletas para mentes débiles. ¡Qué no daría ahora para que Jeremy, que fue quien al fin le había convencido, pudiera estar allí para verlo! ¡Y qué no daría también para que Roberto Jonque Richardson pudiera estar allí para ser machacado!

Jeremy le había dicho que necesitaría meses para aprender. Pero para Wili fue como recordar de repente una habilidad que siempre hubiera tenido. Hasta Paul se quedó sorprendido. Necesitaron dos días para calibrar el conector. Al principio, la sensación que recibía por la línea era la de cosas muy sutiles, sin relación con su significado real. Lo que muchos tardaban algunos meses en dominar era la correlación (relacionar la sensación con su significado), pero Jill había sido una gran ayuda también en este aspecto. Wili podía hablar con ella al mismo tiempo que experimentaba con los parámetros de la señal, explicándole a ella lo que estaba viendo. Entonces Jill hacía variar la señal de entrada para adaptarla a la que Wili estaba esperando recibir. Al cabo de una semana ya se podía comunicar a través de la interfase sin abrir la boca ni tocar el teclado. Un par de días después ya podía transferir información visual por aquel canal.

La sensación de poder había nacido. Era como ser capaz de añadir habitaciones supletorias a su imaginación. Cuando una línea de razonamiento le resultaba muy complicada, no necesitaba más que expansionarse personalmente en el espacio de la máquina. El peor momento de su jornada era aquel en que tenía que desconectarse. Entonces se sentía estúpido porque la comunicación por teclado o verbal con Jill le hacía creer que era un sordomudo que deletreaba las palabras.

Y cada día aprendía más trucos. Muchos los descubría por sí mismo, aunque algunas cosas, como la mejora de su concentración y la programación de Jill, se las enseñó Paul. Jill podía trabajar con los proyectos mientras Wili estaba desconectado, y guardar los resultados de forma que se pudieran leer como si se tratara de recuerdos personales cuando Wili se volvía a conectar. Usando la interfase de esta manera, el resultado era prácticamente el mismo que si hubiera estado conectado permanentemente. Por lo menos, cuando volvía a estar conectado le parecía que había estado «despierto» sin interrupción.

Paul ya había dispuesto que Jill vigilara las cámaras espía que estaban por las proximidades de la mansión. Cuando Wili se conectaba, también podía verlas. Tenía cien ojos suplementarios.

Y Wili, en conjunción con Jill se enteraba de las transmisiones locales de los Quincalleros y de las efectuadas por los satélites de comunicaciones de la Autoridad. Y aquí era donde el sentimiento de omnisciencia se hacía más fuerte.

Tanto los Quincalleros como los de la Paz estaban pendientes (y preparándose según sus propios medios) del secreto de la generación de las burbujas que Paul había prometido revelar. Desde Julián, en el sur, hasta Seattle, en el norte, pasando por Norcross, en el este, los Quincalleros se habían retirado de la vista, tratando de tener sus instalaciones y almacenes escondidos y dispuestos para cualquier construcción que Paul pudiera necesitar. En las zonas con alta tecnología de Europa y de China, ocurría algo parecido, a pesar de que en Europa había tantos guardias de la Paz que resultaba muy difícil poder esconder algo. En aquel continente ya habían capturado o destruido cuatro de las máquinas que hacían sus propios planos, y se autodiseñaban.

Era más difícil saber lo que ocurría en la gran trastienda del mundo. Allí había pocos Quincalleros —como referencia digamos que en toda Australia había menos de diez mil humanos—, pero la Autoridad estaba distribuida proporcionalmente a tal cifra. Las gentes de esas regiones que tenían aparatos de radio estaban enteradas de la situación mundial y de que si se producían bastantes incidentes por todas partes, ellas podrían dominar a las guarniciones locales.

Con excepción de Europa, la Autoridad había tomado pocas acciones directas. Actuaba como si se diera cuenta de que su enemigo era tan numeroso que no podía ser derrotado mediante un asalto frontal. En vez de esto, los de la Paz se dedicaban a buscar a un tal Paul Naismith, antes de que él pudiera cumplir sus promesas al resto del mundo.

—Sí. ¿Wili?

Nada era pronunciado en voz alta y no era preciso más teclas. La emisión y la recepción eran como la misma imaginación. Y cuando Jill le contestaba, él tenía la fugaz impresión que habría tenido en el holo si le hubiera hablado usando el sistema de antes. Wili podría haber dejado a Jill a un lado. Muchos programas simbióticos no necesitaban intermediario. Pero Jill era una amiga. Y a pesar de que ocupaba mucho espacio en el programa, disminuía mucho la confusión que Wili sentía cuando trataba con el alud de datos que le llegaban. Así pues, con mucha frecuencia, Wili trabajaba con Jill en paralelo con él, y recurría a ella cuando necesitaba actualizar algo que Jill supervisaba.

—Dame el estado de la búsqueda de Paul.

El punto de vista de Wili estaba suspendido sobre California. Unos trazos plateados marcaban las trayectorias de vuelo de centenares de aviones. Percibía la velocidad y la altura de cada uno de ellos. Aquello era un resumen de todo lo que había sabido Jill por medio de los satélites de reconocimiento de la Autoridad y de los informes de los Quincalleros durante las últimas veinticuatro horas. El esquema de intersecciones rectangulares estaba todavía centrado sobre California del Norte, aunque era más difuso e indeciso que en días anteriores.

Wili sonreía. Enviar el dispositivo de seguimiento de Della Lu hacia el norte había resultado mucho mejor de lo que cabía esperar. Los de la Paz habían perseguido su propia cola durante más de una semana. Los satélites no les servían prácticamente para nada. Uno de los primeros frutos del nuevo poder de Wili fue descubrir la forma de anular los satélites de reconocimiento y de comunicaciones. Por lo menos lograba hacer creer a la Autoridad que sus satélites estaban anulados, peto lo cierto era que todavía transmitían información aunque mediante un sistema de claves que hacía que, el enemigo, sólo oyera ruidos discordes. Para Wili había sido cosa fácil. Después de que se le ocurriera la posibilidad, entre Jill y él lo habían puesto a punto en menos de un día. Pero, mirando hacia atrás, ya desconectado, Wili vio que era más difícil y profundo que su método original para escuchar a los satélites. Lo que le había costado todo un invierno de trabajo, con la mente a punto de estallar, ahora quedaba reducido a algo trivial, algo que se hacía en una tarde.

Desde luego, ninguno de aquellos trucos hubiera sido de mucho valor si durante todos aquellos años Paul no hubiera sido muy cauteloso; él y Bill Morales habían viajado grandes distancias, para hacer compras en ciudades muy alejadas de la costa. Muchos Quincalleros creían que su escondite estaba en California del Norte, o hasta en Oregón. Mientras los de la Paz no detuvieran a alguno de los pocos que habían estado en su casa, digamos los de la reunión del NCC, podía estar a salvo.

Wili estaba preocupado. Quedaba todavía la gran amenaza. Miguel Rosas probablemente no conocía el emplazamiento, aunque podía suponer que estaba en California Central. Pero Wili estaba seguro de que el coronel Kaladze lo sabía. Era sólo cuestión de tiempo que Mike y Lu lograran saber el secreto. Si el disimulo no surtía efecto, Lu no dudaría en llamar a sus verdugos para que intentaran sacárselo por las malas.

—¿Están todavía en la granja?

—Sí, Y no han llamado a nadie desde allí. Pero el plazo de diez días de la promesa del coronel, se acaba mañana.

Entonces Kaladze no tendría inconveniente en que Lu llamara a «su familia» de San Francisco. Pero si ella no había hecho todavía ninguna llamada era señal de que no tenía nada importante que comunicar a sus jefes.

Wili no le había explicado a Paul lo que sabía de Mike y de Lu. Tal vez debía haberlo hecho. Pero, después de lo que había pasado cuando había querido contarlo al coronel Kaladze… En vez de repetirlo había intentado identificar a Della Lu desde un lado distinto y buscando una evidencia independiente. Más del diez por ciento del tiempo de Jill se estaba utilizando en este esfuerzo. Pero hasta entonces no había conseguido nada definitivo. La historia de sus parientes en la Bahía parecía ser cierta. Si hubiera modo de hacerse con las comunicaciones o los archivos de la Paz, las cosas serían distintas. Ahora veía que sólo debería haber inutilizado los satélites de reconocimiento. Si sus satélites de comunicaciones estuvieran en uso, tal vez ellos gozarían de ciertas ventajas, pero él podría descifrar las claves de los canales criptográficos. Tal como iban las cosas, sabía muy poco de lo que sucedía dentro de la Autoridad.

Algunas veces, se preguntaba si era posible que el coronel Kaladze tuviera razón. Aquella mañana, en el bote, Wili había estado medio delirante. Mike y Della estaban alejados algunos metros de donde él se hallaba. ¿Sería posible que no hubiera interpretado correctamente lo que había oído? ¿Sería posible que, después de todo, resultase que eran inocentes? ¡No! Por el Único y Verdadero Dios, el había oído lo que había oído. Y Kaladze no había estado allí.

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