HOJA SIN FECHA

Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos. No dejar escapar los matices, los hechos menudos, aunque parezcan fruslerías, y sobre todo clasificarlos. Es preciso decir cómo veo esta mesa, la calle, la gente, mi paquete de tabaco, ya que es esto lo que ha cambiado. Es preciso determinar exactamente el alcance y la naturaleza de este cambio.

Por ejemplo, ésta es una caja de cartón que contiene la botella de tinta. Habría que tratar de decir cómo la veía antes y cómo la [1] ahora. ¡Bueno! Es un paralelepípedo rectángulo; se recorta sobre… es estúpido, no hay nada que decir. Pienso qué éste es el peligro de llevar un diario: se exagera todo, uno está al acecho, forzando continuamente la verdad. Por otra parte, es cierto que de un momento a otro -y precisamente a propósito de esta caja o de otro objeto cualquiera-, puedo recuperar la impresión de ante ayer. Debo estar siempre preparado, o se me escurrirá una vez más entre los dedos. No [2] nada, sino anotar con cuidado y prolijo detalle todo lo que se produce.

Naturalmente, ya no puedo escribir nada claro sobre las cuestiones del miércoles y de anteayer; estoy demasiado lejos; lo único que puedo decir es que en ninguno de los dos casos hubo nada de lo que de ordinario se llama un acontecimiento. El sábado los chicos jugaban a las tagüitas y yo quise tirar, como ellos, un guijarro al agua. En ese momento me detuve, dejé caer el guijarro y me fui. Debí de parecer chiflado, probablemente, pues los chicos se rieron a mis espaldas.

Esto en cuanto a lo exterior. Lo que sucedió en mí no ha dejado huellas. Había algo que vi y que me disgustó, pero ya no sé si miraba el mar o la piedrecita. La piedra era chata, seca de un lado, húmeda y fangosa del otro. Yo la tenía por los bordes, con los dedos muy separados para no ensuciarme.

Anteayer fue mucho más complicado. Y hubo además esa serie de coincidencias y de quid pro quo que no me explico. Pero no me entretendré poniendo todo esto por escrito. En fin; lo cierto es que tuve miedo o algo por el estilo. Si por lo menos supiera de qué tuve miedo, ya sería un gran paso.

Lo curioso es que no estoy nada dispuesto a creerme loco; hasta veo con evidencia que no lo estoy: todos los cambios conciernen a los objetos. Por lo menos quisiera estar seguro de esto.

Las diez y media [3]

Acaso después de todo, fue una ligera crisis de locura. Ya no quedan rastros. Hoy los extraños sentimientos de la otra semana me parecen muy ridículos: ya no me convencen. Esta noche estoy muy a mis anchas, burguesamente, en el mundo. Éste es mi cuarto, orientado hacia el noreste. Abajo la calle des Mutilés y el depósito de la nueva estación. Desde mi ventana veo, en la esquina del bulevar Victor-Noir, la luz roja y blanca del Rendez-vous des Cheminots. Acaba de llegar el tren de París. La gente sale de la antigua estación y se desparrama por las calles. Oigo pasos y voces. Muchas personas esperan el último tranvía. Han de formar un grupito triste alrededor del pico de gas, justo debajo de mi ventana. Bueno, todavía tienen que esperar unos minutos: el tranvía no pasará antes de las diez y cuarenta y cinco. Con tal de que esta noche no lleguen viajantes de comercio; tengo tantas ganas de dormir y tanto sueño atrasado. Una buena noche, una sola, barrerá con todas estas historias.

Las once menos cuarto; no hay nada que temer, ya estarían aquí. A menos que sea el día del señor de Rouen. Viene todas las semanas; le reservan el cuarto Nº 2 del primero, el que tiene bidé. Todavía puede llegar; muchas veces toma un bock en el Rendez-vous des Cheminots antes de acostarse. Por otra parte, no hace demasiado ruido. Es muy bajito, y muy limpio, con bigote negro, encerado, y peluca. Aquí está.

Bueno; era tan tranquilizador oírlo subir la escalera, que el corazón me dio un saltito: ¿qué puede temerse de un mundo tan regular? Creo que estoy curado.

Y ahí viene el tranvía 7 “Mataderos-Grandes Diques”. Llega con gran ruido de hierro viejo. Arranca. Ahora se hunde, cargado de valijas y niños dormidos, en dirección a los grandes diques, a las fábricas, al este negro. Es el penúltimo tranvía; el último pasará dentro de una hora.

Voy a acostarme. Estoy curado, renuncio a escribir mis impresiones día por día, como las niñas, en un lindo cuaderno nuevo.

En un solo caso podría ser interesante llevar un diario: si [4]

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