Domingo 7. – Tendría que estar contenta y no lo estoy, una pena que no es honda pero es pena quiere anidar en mi pecho. ¿Será la luz mortecina de este crepúsculo de domingo? Ya se va el domingo, con su bagaje de doradas promesas, y las promesas no cumplidas… de noche no brillan más, como mi broche de lata. La «E» de Esther, la llevo prendida al pecho. ¿«E» de esperanza? Mi inicial recién comprada brillaba como de oro y ahora todo lo que tengo es una letra de lata prendida al corazón, porque es su puerta cancel «¡Esther!» me dicen con dulzura, ¿y yo como una tonta abro paso a cualquier voz? ¿sincera y afectuosa? ¿o engañadora y artera?
Ya cayó la noche en mi suburbio, así como en la esquina más aristocrática de la urbe porteña, para todos se ha puesto el sol, uno de tantos consuelos del pobre. Al libro de Geometría ni siquiera lo abrí, antes de la cena podría estudiar, Esther…Esther… no te comprendo, tenés una hermana buena que antes del cine ya dejó preparada la cena, tu sobrinito es un ángel que no te da trabajo, pobrecito, si me pudiera recibir pronto de médica lo primero que le compraba era la bicicleta, entre que termino el bachillerato y siete años de facultad… pobre pibe. Sentadito en la vereda, mientras el chico de al lado da cuatro vueltas a la manzana porque tiene bicicleta. Cada cuatro vueltas se la presta una. Qué le va a hacer… si nació pobre, ¿y la tía tuvo acaso bicicleta?, nos tocó a nosotros no tenerla, pero se va a cortar la racha, Dardito, tu tía tuvo una dicha inmensa, Dios la señaló entre todos los chicos de su escuela, una populosa escuela de nuestro arrabal bordado de yuyos. Soltaría el lápiz y te llevaría hasta allá, si agarramos por el medio del baldío (¿sabes una cosa?, con vos no tengo miedo, sos un hombrecito), pisando por el estrecho sendero, esquivando las ortigas, después que saltemos la tranquera enfrente nomás podes pasar entre el alambre de púa y cruzar las vías del ferrocarril y delante de la estación está la escuela, forja de los hombres del mañana. «Una humilde niña de nuestro partido escolar, ejemplo de aplicación al estudio, compañerismo, aseo personal y asistencia, en un año de tantas lluvias y tormentas como este, no faltó un solo día a clase: la niña Esther Castagno es la ganadora de la nueva beca ofrecida por el Colegio Incorporado George Washington, de la vecina localidad de Merlo»: la directora entró en el aula de sexto grado y anunció la ganadora de la beca. Para un ilustre colegio de ricos. Pero mis hijos van a tener bicicleta, aunque nosotros no la hayamos tenido. ¿Y acaso qué? ¿Acaso fui al centro hoy domingo? Vine a tu casa, Dardito, a pasar el día, para cambiar un poco de aire… a cinco cuadras de casa. Y pasamos bien el día, aunque nos hayamos quedado solitos, tu mamá se fue a pasar toda la tarde al cine y tu papá atendió a sus deberes concurriendo al comité. Pícaro, si no hubiese sido por ti yo lo habría acompañado ¿pero cómo te iba a dejar solo?
Laurita y Graciela son ricas, claro que habrán ido al centro, como se lo tenían preparado, al cine de las tres y media, y nada de ver un programa de tres películas, o ni siquiera de dos, ¡no!, una sola, de estreno, bien cara, termina a las cinco menos cuarto y así tienen tiempo de ir a gastar más, como si fuera poco, a tomar café con leche con panqueques norteamericanos de dulce de leche. Dice Casals: «no es un panqueque arrollado como lo hacen en mi casa, y finito: es chato, redondo y grueso sin arrollar, y en el medio te sirven como un kilo de dulce de leche que vos vas repartiendo con el cuchillo por todo el panqueque, ¿y qué, ahí terminó todo?, no mocosas mejor que se aprendieran a limpiar el traste que a lo mejor todavía no saben, bueno, no, a eso de las cinco y media o seis se van a escuchar la jazz «Santa Anita» al Adlon ¡Adlon, Adlon, Adlon!, ¿qué es ese bendito Adlon? Dice Casals: «es la confitería donde van todas las chicas y todos los muchachos, y ahí se sientan juntos y toman copetines de todos los colores: el "Primavera" es jugo de frutillas con un alcohol fuerte». ¿Y dónde está el famoso Adlon que pasé por la calle de todos los negocios de lujo que me dijo Casals y no lo pude encontrar? Él me explicó lo siguiente: «Frente a esa joyería grande, no del lado de los candelabros de plata bien en frente de donde están las pulseras, anillos y todo lo de oro, y al fondo de esas vidrieras de pieles está la puerta de Adlon.» Pero yo no hubo caso de que la encontrara. También mi hermana a qué tenía tanto apuro con sus sábanas, que lo mismo íbamos a llegar a tiempo a la liquidación. Vendían a precios regalados sábanas blancas con una guarda celeste bordada en las fundas y otra guarda celeste en la sábana de arriba, y nada más, eso era todo, ¿pero para qué se necesita más?
Lunes 8 – ¡Yo sabía! Algo me anunciaba esto por algo la mano del destino me atenazaba ayer, para ahogarme casi, mano que no es mano porque es garra. ¿Se va nuestro director? ¿porque está enfermo? ¿es cierto o no? ¿qué infamia hay detrás de todo esto? En el silencio de la prueba escrita no sé cómo pude ahogar ese grito que arrancaba de lo más hondo de mis entrañas, allá donde un vigía está siempre alerta: mi agradecimiento.
Yo hubiera gritado «¡queremos a nuestro director! ¡no queremos que se vaya!» y si acaso hubiese yo podido conmover a esos niños, que otra cosa no son, esos niños inconscientes, que osaron alegrarse porque nuestro director podía ser destituido, y todo porque un día les habrá colocado alguna amonestación que otra.
Pero quien todo le debe todo haría por él. Un día un viejo maestro de ilustre carrera estampó su firma en una circular, notificando que la ganadora de la beca anual era una humilde niña de una escuela de barrio, hija de obreros, depositó su confianza en alguien a quien no conocía, poniendo así en peligro una brillante trayectoria en el magisterio, porque yo podría haber sido una mancha en el legajo de su vida. Una beca para primer año, que será renovada para segundo (y lo fue) si la alumna lo merece, y para tercero, y así año tras año, hasta que la niña deje de ser tal, pues ese día será bachiller.
Iba a contárselo a mamá pero el corazón me subió a la garganta y no pude, para qué preocuparla, ella revolvía la leche en la cacerolita nada más que para mí (¿no soy una holgazana sin perdón?) como la había revuelto apenas un rato antes para el resto de la cría. Mamá déjame de nata, ¡no quiero la leche con nata! Me guarda la nata, se cree que me gusta, y que la necesito más que nadie porque soy la que estudia, ¡pero no me gusta!, a nadie le gusta. En casa de Laurita la tiran. Es ordinaria y fea la nata ¿te crees que si la tiras vamos a ser más pobres todavía? ¿te crees qué? ay, mi hermana a lo mejor comprendía todo mi tormento, o tal vez no, pero mis estudios peligran, a alguien necesito contarle, y total quedarme toda la tarde en estas cuatro paredes para ni abrir el libro, y ahora ya es tarde, tarde, mi mamá me mata si ve que tomo frío a sacarme el camisón y vuelta a vestirme. Si alguien me acompañara todavía, pero de vuelta el Dardito me puede acompañar, pero ya debe estar frito durmiendo. Total él de vuelta se corre las cinco cuadras en un santiamén, esas patitas de conejo.
Y no estudié y no se lo conté a mi hermana, ¿y si este año no me renuevan la beca qué hago? Yo no comprendo nada, ¿por qué 5 en Zoología, 4 en Matemáticas y 5 en Historia? ¡porque la señorita no estudia!, abre su libro de texto, se encierra, hace apagar la radio a su pobre padre,…y en el silencio con olor a puchero que hierve pacientemente hora tras hora los ojos recorren los renglones de la lección del día, mientras la mente emprende su propio viaje. Es el viaje sin meta y si ti premio de una chiquilina más.
¡Qué tonta es Graciela! Se cree que me voy a creer todo lo que me cuenta, y si no sonaba el timbre del recreo ella seguía. Mañana quedó que en Música se sienta conmigo y me cuenta todo. Graciela y sus cuentos, no le di mucha bolilla y saliéndose del renglón en que estaba tomando el apunte dibuja una flecha que apunta a un cuadradito y en el cuadrado lo cierra y escribe «tengo una cosa que contarte», y ya sé, lo que tiene que contarme tiene pantalones, y el resto también lo sé, que «está loco por mí pero a mí me gusta más o menos». Sí, porque el padre tiene plata en el Banco ya se cree que la quieren todos. Se cree todo lo que le dicen. Ahora le pasó la locura por Adhemar, comprendo que guste a todas, con esas pestañas y ojos tan negros y el pelo rubio como un maizal, y ante todo no es un chiquitín, está en tercer año pero es tan serio como uno de 5°, pero… estoy casi segura de que Graciela ahora piensa en alguien cuyo nombre empieza con «H». Mejor dicho, Graciela y yo pensamos en esa «H». Esa mirada triste que busca una superficie queda donde apoyar una lágrima, su pecho es una fragua templada por el fuego del sufrimiento pero de ella brota y se escurre un diamante, una lágrima acrisolada e hirviente, una lágrima de hombre. Ha mucho que él perdió a su madre. En cambio Adhemar no creo que haya llorado jamás, dulce y educado tal vez porque su vida es sólo un panal, un castillo de miel, y si un día esas paredes se desploman me lo veo llorando como un niño sin atinar a nada; otra cosa muy distinta es la lágrima de un hombre.
Raro que «H» le guste a Graciela, pero a ella le basta con variar. Pobre hueca. Pero le vi el corazón, y allí tampoco tiene nada: «¿así que lo piantan al pelado?», fue su comentario ante el drama de un viejo maestro. Pobre mi director querido.
Mi cuñado apenas si me saludó hoy, ¿se habrá ofendido porque no no fui a la reunión del comité como prometí? Total el diputado por Matanzas iba a hablar y a último momento no fue.
¿Hace cuánto que yo no voy?… Bueno, desde el verano que no voy.
Martes 9 – Casals me salvó, pasó en Castellano y estuvo toda la hora casi en el frente, no se le terminaba la cuerda, que si no hoy seguro la Chancha me tomaba lección. Esther… ¿qué pasa… qué pasa??!! reacciona, desdichada, sabiendo muy bien que hoy era casi seguro que me tocaba a mí, con la beca en peligro, con mis sueños apilados, un palacio de barajas a merced del huracán de la desdicha. Papá se cree que estoy haciendo los deberes, y no se anima a prender la radio, en el dormitorio me muero de frío si me pongo quieta a escribir ¿esta cocina a leña nos une más que el amor familiar? y nadie pone la radio para que yo haga los deberes ¿y quién soy yo? la que estudia, la inteligente ¡la que no estudia!, un cuervo se les ha entrado en la casa no se han dado cuenta, todos en silencio, ¡y ya es más de las 10! ay mi padre, mi pobre padre, perdió el noticioso de las 10 ¡por mí!, con el brazo tronchado sujeta el diario y con la mano izquierda le da vuelta la página. Ahora que los pobres tenemos nuestro diario, sus múltiples páginas la expresión de nuestro líder, en una palabra encerrado el corazón de un pueblo… ¡Perón!, en un año que eres presidente no caben en las páginas de cada día de todos los meses de este año de periódicos las cosas que has hecho por nosotros… y sin embargo caben en tu corazón ¡juguetes para tus niños! todos los niños desvalidos del territorio nacional, ¡leyes para tus obreros! que no han de ser ya humillados, ¡auxilios para los cargados de años y los cargados de penurias! mi pobre padre, y su universo pequeño, de casa a la fábrica y de la fábrica a casa y un partido de barajas el sábado a la noche frente a una grapa: mi padre es un hombre de verdad y una grapa no pone más que un chispa en sus ojos, que un día aciago fueran transidos por el dolor…
Había una vez una inmensa fábrica y allí un capataz, el mejor que jamás hubiera. Sus manos manejaban las herramientas más pesadas y difíciles, pero él las doblegaba a su voluntad y reparaba una y todas las maquinarias del establecimiento, la inmensa forja de la que salen millones de metros de tela por día. Uno de esos días en que la producción de infinitos metros y yardas (también infinita es la perfidia del destino) se apilaba como de costumbre gracias a los esfuerzos de mi padre y su ojo alerta que no dejaba flaquear uno solo de esos herrajes… en un momento… tal vez absorbido por un algo que vio y le pareció funcionar mal, dejó por última vez reposar su mano derecha sobre el rollo asesino que se la tronchó, el rollo de las telas engomadas, el rollo que enamorado de esa mano fuerte se la llevó para siempre. Es una simple manija la que abre y cierra la puerta del ascensor, y mi padre ahora con su mano izquierda cierra y abre infinitas veces al día las rejas plegadizas del ascensor de la fábrica… «el Dardito lo podría hacer, con ocho años que tiene»… dice sonriendo mi padre, él que otrora dominara todo un ejército endiablado de pistones, tornos, tuercas, clavos, cremalleras organizadas en ejército de la industria, por el derrotero del progreso. Y vi que eran las 10 y no me di cuenta de decirle que prendiera la radio, y él se quedó callado, para que yo terminara mis deberes, los deberes que no hice. ¡Castígame, Dios mío! porque dentro mía anida un cuervo y ha caído la noche en mi alma, teñida por el negro de sus plumas.
Casals dice que estando pupilo lo mejor es estudiar para que se le pase más rápido el tiempo. Viendo pasar a Graciela me preguntó «¿quién te gusta más, mi primo o Adhemar?», y por eso antes de que Graciela me lo dijera ya confirmé yo de quién eran los pantalones de que ayer ella me empezó a hablar. Si sabe me mata. El sábado del campeonato intercolegial, «H» estaba sentado al lado mío, entre yo y Casals. De «H» sé que le gusta más ver un partido de fútbol que ese partido de volly perdido vergonzosamente por nuestro equipo representante, sé que va con Casals todos los domingos a una matinée de cine.
El primo de Casals, que se llama Héctor, la hache no se pronuncia, sabemos que está ahí esa pequeña letra, y nada más.
Hay en mí algo hoy, también, que no se pronuncia, pero está allí. Tal vez sea mejor no encontrarle un sonido. Callemos. Ese coche que pasa en este momento por mi vereda y agita las aguas del charco ya se va alejando, ya no lo oigo, ya no ha dejado más que un hueco en mis oídos, pertenece al pasado, un pasado en que se encuentra con una algarabía de voces juveniles vitoreando a un equipo de volly perdedor, y él no vitorea a nadie, lo sé ¡cuánto más le hubiese gustado un partido de fútbol! y su silencio, su voz que no vitorea, también dejó un hueco en mis oídos. Héctor, tienes una extraña sombra en la mirada ¿y eres silencioso como la primera letra de tu nombre? casi no me dirigiste la palabra, claro, pensaste que era una nena, con mis zapatos sin taco y mis zoquetes blancos, ¡qué ridicula me habrás encontrado!
Toda una grandota de catorce años vestida de nena, sí, y con soltarme las trenzas creí que estaba hermosa, la pavota, este pelacho suelto, parezco una india, eso es lo que parezco, y mi hermana qué se cree, estúpida, y se piensa que le voy a tener que estar agradecida toda la vida porque me mandó a comprar cinfcuenta centímetros de cinta nueva, ¡con quince centavos ¿qué se creyó? ¿que iba a quedar la mejor de todas? ¿no sabe lo que gastan esas mocosas en vestir? no se imagina siquiera esa ignorante que hay gente que para un vestido a la niña de la casa se gastan lo que nosotros gastamos para mantener la familia todo un mes. Todas tienen tacos bien altos, peinados de señorita y pollera ajustada. Mientras que yo por esa porquería de cinta de la que salta toda esta mata de pelo duro le tengo que andar diciendo gracias hasta el año que viene…
Cuando doblé por el pasillo para salir del gimnasio, Héctor estaba prendiendo un cigarrillo, callado, ¡él es tan grande, se aburrirá entre nosotras mocosas! Tiene diecinueve años, y miraba pensativo la vitrina con las copas de los campeonatos. Héctor, quiero cambiarte el nombre… Alberto, o Amadeo, o Adrián, o Adolfo, ¿no te das cuenta por qué porque así tu nombre va a empezar con «a», como alegría…
Miércoles 10 – ¿Dios tuvo oídos pata mí? Nuestro director ayer presentó la renuncia pero no se la aceptaron ¿por qué se habrá visto obligado a dar ese paso? ¿estaré salvada? ¿y qué hice yo por él en estas circunstancias aciagas? pero calla, Esther, calla de una vez ¿quién eres tú para ayudar a tu director? Calla y ruega, ya que «el silencio de la plegaria es la música preferida de Dios» como dijo alguien que sabía más que yo. ¿Rezará Héctor por las noches? ¿me habrías creído, Esther, si ayer te hubiese dicho que… el DOMINGO esa y otras preguntas le podrás hacer a Héctor? ¡Casals, bendito sea Casals!
Le dije yo: «Casals, ayer a la tarde le tuve que ir a retirar los papeles del Ministerio de Trabajo y Previsión a mi papá que sabés que dan subsidio a los mutilados, y fui de paso por la calle de Adlon y no lo pude encontrar, para mí que me explicaste mal», y no recuerdo exactamente la conversación cómo siguió, pero bueno… ¿será cierto? ¿es Dios una centella? ¡qué cosa de decir! ¿y cómo me atrevo a sacar a colación esa tontería? Y bien, fue el verano pasado: venía yo de lo de mi hermana y quien mucho necesita de Dios eleva siempre su mirada al cielo, un cielo azul mar de tardecita calurosa, y por la vereda adornada de alguna pareja y una que otra comadre que sale a tomar el fresco mirando a lo alto vi una centella… ¡un deseo! ¡pronto! ¡hay que pedirle a la centella un deseo! pero me avergüenzo de sólo recordarlo, y no sé si me animaré a contarlo en estas cuartillas. Pude pedir más salud para mi madre… pude pedir la confirmación de mi beca… pude pedir más aún: que mis estudios puedan continuar hasta recibirme de médica… pude pedir ¿por qué no? una bicicleta para el Dardito… o la lotería, para todos olvidarnos de estrecheces y pagarle servicio doméstico a mi madre… ¿y qué fue lo que pedí? tan sólo se me ocurrió (en ese instante que me desnudó ante mí misma) lo que podría haber pedido Graciela, o tal vez también Laurita: cuatro letras me subieron a la garganta, me embriagaron cuatro letras como un trago de la grapa más fuerte, y una chiquilina más… pidió Amor.
Bueno, la cuestión es que ayer, a la hora en que el sol estaba en el cénit de un cielo casi blanco de luz, apenas terminamos el almuerzo llegó Casals a la mesa pero ya Laurita se había levantado y se sentó al lado mío y fuimos al parque hasta que sonó el timbre de vuelta a clase. El pasto todavía estaba mojado y hay mucho barro todavía pero por fin pudimos caminar un poco al sol y aprovechar nuestro inmenso parque después de tantos días de lluvia.
Casals entonces (ni que yo se lo hubiera pedido), empezó a hablarme de Graciela, y que Laurita antes hablaba mal de Graciela pero ahora la defiende y que Graciela es una porquería. Así se expresó Casals: «Graciela, sabés Esther, estábamos el domingo con mi prima en la Cabaña Canadiense comiendo panqueques después del cine y pasó por la mesa con esa amiga que vino con ella para el partido intercolegial, esa nariz ganchuda y se pusieron a hablar ahí paradas al lado de la mesa y mi primo les dijo que se sentaran y yo lo hubiese matado que se sentaron y pidieron también panqueques y tuvo que pagar mi primo con la plata mía para Adlon» ¡y Casals se quedó sin Adlon! y a esas dos asquerosas le dijo que había visto el estreno de Ginger Rogers y según las palabras de Casals: me dicen que es vieja Gingers Rogers, que no les gusta y me miraron con una cara como diciendo que yo era un tarado y le preguntaron a mi primo si le había gustado la película ¡y el idiota les dice que no! y yo creí que le había gustado y ellas le preguntan si yo había elegido el programa y él les dice que sí, que yo siempre elijo y ellas le dijeron pobre, qué paciencia ¡mira qué inmundas!» y para colmo llovía y qué iban a hacer hasta la hora de volver al colegio si no tenían plata para Adlon y no podían ir a caminar por el centro porque llovía y se tuvieron que quedar ahí en esa mesa, y decía Casals «¡qué domingo! y Laurita dice que Adlon estuvo fenómeno, llegó el Charrúa con las dos Kraler, la de quinto y la de tercero también». «Nunca hablé con las de Kraler ¿vos hablaste con ellas alguna vez? el padre es dueño de casi la mitad de Río Negro, es alemán. La más grande es la más linda ¿no te parece a vos? y la orquesta dice Laurita que tocó el "Boogie de los lustrabotas" y la de Kraler sabía toda la letra en inglés y cantó despacito en la mesa y la otra de Kraler dice Laurita qué toca la batería con las cucharitas de la mesa y los vasos y las tazas y todas las mesas los miraban que ellos eran los que se divertían más.»
Me contaba el pobre chico: «Héctor nos dejó en la estación y en el tren si te digo que la nariguda compró chocolate y le pedí un pedacito y me dijo que me comprara y yo le dije que la había invitado con el panqueque o si ya se había olvidado y entonces me dio la mitad y me dijo que yo era muy chico para salir con ellas» ¡y tiene catorce años igual que yo y que él! Casals me hizo sentir avergonzada cuando agregó «yo sé que a casi todas ustedes les gustan los de 5° ¿pero no te parece que son grandes para ustedes? tienen diecisiete o dieciocho años».
Y fue entonces que me animé, en la vida se necesita coraje, bien dicen que sin coraje no hay guerra, y le dije que me moría de ganas de conocer a Adlon, y recién entonces se le ocurrió decirme por fin dónde está Adlon, en frente de la joyería y al lado de pieles «Fantasio»… pero en el primer piso, y la entrada está al fondo de la galería y por más que pase por la vereda no se ve la entrada, y habrá que mirar arriba para ver las ventanas de donde sale la música, dice Casals, cuando toca la orquesta Y… «¿por qué no venís un domingo con nosotros?», y Esther azorada «¿adonde?» y respondió «al cine a la marinee, y después basta que me des para pagarte el panqueque y dos pesos más para una naranjada en Adlon, nos sentamos en la mesa con Laurita y así mi primo habla con ella por primera vez». Y le pregunté qué es lo que hacen los muchachos y las chicas los domingos desde que se encuentran hasta que se separan. Y dijo así: «Se encuentran en el cine y están toda la película con la mano agarrada, después van a comer algo al bar lácteo y después a Adlon donde tocan la música especial para parejas. Y en la mesa se dicen que se quieren, hablan de la película que vieron y planean qué película van a ver el domingo siguiente y lo mejor de todo es si en la semana hay un feriado así no tienen que esperar una semana y la hora se acerca de acompañar el muchacho a la chica al colegio y en esas cuadras oscuras se besan y se aprietan.» E inquirí: «¿es eso lo que te cuenta Héctor?» pero vi pasar como una sombra por su rostro y continuó con lo siguiente: «Adhemar cuando salía con la más chica de Kraler el año pasado, como ella también está pupila él la acompañaba hasta la verja del pabellón de chicas y desde ahí los espía la vieja celadora de las chicas, que es tan buena, y la Kraler no toma alcohol porque es protestante pero Adhemar en Adlon tomaba un "Manhattan", mezcla de whisky no sé qué más y me parece que con eso se le iba la timidez y le decía a la de Kraler lo que todos los pupilos sabíamos». E inquirí sobre lo que todos los pupilos sabían. A lo que respondió: «yo le pregunté a Adhemar si la quería a la Kraler y me contestó que "vina piba así merece que la quieran para toda la vida". Quién sabe por qué se habrán peleado…» Y Esther taimada le dice a Casals «a vos la que te gusta es la de nariz ganchuda y no lo querés decir, claro, porque es más linda que Laurita, que creí que era la que te gustaba». Y respondió Casals con voz que le salía del cofre de sus sueños: «Laurita es la mejor».
Pero a ella le gusta el Charrúa que tiene veinte años. Y me preguntó Casals: «¿no le gusta Adhemar? el Charrúa es un salvaje de la selva», a lo que añadí: «Pero si Laurita te gusta a vos, por qué le querés hacer gancho con tu primo?» «Mi primo tiene cuatrocientas novias, qué le importa a él de Laurita, pero lo mejor es hacerse de la barra de las de Kraler y Laurita y todos. Y esto es secreto: el año que viene mi primo no está porque le toca el servicio militar, y yo ya quedo adentro de la barra.»
Pobre chico, se hace ilusiones, y se lo dije, por qué no buscaba una más chica, una del primario, y me respondió: «Con una de esas no se puede hablar de nada, son muy chicas.» Y de buenas a primeras me cortó la respiración: «Voy a hablar por teléfono a mi primo a ver si este domingo vamos al cine o si él me viene a buscar a la salida después del partido de River, porque ahora ya me deja tomar el colectivo solo al centro, sabes, si querés venir entonces yo le hablo y le digo.» Sí, sí sí, se oyó exclamar a una tonta colegiala, su corazón, cual niño que gatea y de repente se larga a caminar, hoy se aventuró a dar un primer paso.
Nunca lo olvidaré, Casals me llevó hasta Secretaría a telefonearle al primo y yo quería escuchar lo que decía y justo me viene la empleada con la noticia de que el director se queda y no me dejó oír una palabra de lo que decía Casals por teléfono. Qué bueno es.
El domingo…, el domingo, Esther, es tu primera cita con la vida, al mismo tiempo que Laurita a la una del mediodía come apurada su almuerzo de domingo en su vasto chalet de rojas tejas, ¿y Graciela? me la imagino muy bien, consentida en todo por sus padres, se desata los rulos en la mesa, mientras picotea un delicado postre de cocina, en el suntuoso comedor de su departamento frente a la aterciopelada Plaza Francia; pero tanto una como la otra como la otra (¡esa tercera soy yo!), sólo obramos en pos de un sueño, un sueño romántico.
Cita a las tres en el majestuoso jol del cine más lujoso de Buenos Aires, un palacio de las mil y una noches, donde se proyecta la película que eligió Casals. Y como si no bastara con el sueño que llevo en mi alma -y que henchida me empuja como un huracán de popa- otro sueño se proyecta en la pantalla, otro sueño de otra u otro que como yo… se apresta a amar, ama, o recuerda haber amado. Lágrimas, sonrisas para la heroína, o para mí misma en ella retratada, y sobre la palabra fin las luces de la sala vuelven a iluminarse. Casals está junto a mí ¿te gustó la película, Casals? lo que esperaste toda!a semana mientras pasabas hoja a hoja las lecciones a estudiar, y ahora a salir de este mundo de gente, una oleada de público se vuelca a las calles del centro de la gran urbe, cuyas luces (azules y rojas son más que nada las luces de mi ciudad) se van dibujando cada vez más claras sobre un cielo azul cada vez más oscuro, sobre una taffeta azul tornasolada (el cielo de Buenos Aires) lucen joyas (sus incandescentes letreros), que son pedrería prendida a la taffeta que prendida a mi carne no me deja olvidar que es día de fiesta.
Y llegó la hora de los panqueques en la Cabaña Canadiense, «todo llega en la vida» dice mi madre, y llega un mozo con casaca ribeteada de amarillo y blanco con dos panqueques a la americana y dos tazas humeantes de café con leche. Y mientras se va acercando la hora, porque Casals calcula que a las seis y cuarto ya podrá llegar ¿quién? ¡Héctor! ¿quién otro va a ser? porque ni bien terminó el partido de su equipo favorito se largó a las calles, tomó el colectivo como una exhalación y ya está en la pensión bañándose y todavía el pelo corto (¿y un poco de carpincho?) no se le ha terminado de secar que aparece en el cálido recinto de la Cabaña Canadiense. A las seis y algo es de noche cerrada ¿y dónde está el sol? pero Ios-rayos tibios de la corta tarde que perdimos escondidos en la penumbra de un cine… si yo estiro la mano y acaricio la mejilla de Héctor estoy todavía a tiempo de tocarlos, oh tibios rayos, ya que el astro rey dejó su encendido color en toda la muchachada encaramada en las tribunas.
Y todo llega en la vida, llega también el momento de preguntarle todo lo que se me ocurre, de qué equipo es, qué jugador le gusta más, si piensa seguir estudiando, y sus ideas políticas para ver si en su corazón hay un lugar para los pobres, tpdo se lo puedo preguntar, tenía razón mamá que la vida es mía, y mi hermana que dice «no te cases joven, no te cases joven» porque la juventud manda y ya llegarán las obligaciones y las responsabilidades, pero ahora es la hora de divertirse, de vivir y dar alas a los sueños que anidan en nuestro corazón, es tu hora Esther, porque después de una animada charla iremos a caminar por las veredas del centro (una vía láctea desmembrada en prolijo cuadriculado: el centro de mi ciudad) e imantados por un polo poco tardaremos en subir las escaleras por donde ya se empieza a escuchar la síncopa electrizada de una orquesta de jazz, y bajo las ultramodernas lámparas difusas de Adlon, recortándose en el aire satinado, luciendo sus mejores galas está la juventud triunfadora del Colegio Incorporado «George Washington» y Casals hace su maniobra y al sentarnos a mí me pone al lado de Héctor, y la orquesta ataca un cadencioso fox y a lo mejor Héctor se quiere cambiar de asiento y sentarse al lado de otra ¿cómo puede una pobre niña inexperta saber lo que una dama habría de hacer en esas circunstancias? ¿pero es posible Dios mío lo que estoy sintiendo?… ¿basta tan sólo esto para barrer con mis dudas -telarañas del alma- tan fácilmente?… sí, ya todo es verdad, ya nada es feo, falso, triste o malo en el mundo, porque… bueno, es tan simple… es que Héctor me ha tomado la mano debajo de la mesa, y me la estrecha, y nuestros corazones laten al compás de un fox, y Esther ¿qué más puedes pedir? ya nada más hay que pedir, porque en este mundo a la vuelta de cada esquina florecen un rosal y una pareja, y no hay nada más que pedir, sólo una cosa, sí, por favor, una cosa… que los relojes se detengan y el tiempo muera por siempre, cuando sea domingo.
Jueves – La felicidad… eres mujer, y por lo tanto esquiva ¿y también mentirosa? ¿prometes y no cumples? Empecemos porque mamá no me quiere dejar, y sigamos porque mi hermana de una vez por todas reveló lo que es: una pobre orillera, la detesto. Con el tapado mostaza, que ella se cree que es lo más fino que hay y vienen ganas de darle limosna, y semejante grandota con un hijo de ocho años se quiere venir a sentar entre nosotros en Adlon. Es ella la que nunca oyó decir que una chica de catorce años puede salir sola con sus compañeros, ella solamente porque es una pobre diabla que nunca salió de este barrio de mala muerte. Y cuando se saca el tapado se cree que va a quedar muy linda con ese traje de saco que ya se le está destiñendo el teñido que era lo único que lo salvaba de esas rayas amarillas y rojas, pero se ve que está teñido, la anilina se nota porque la tela está como quemada.
Tal cual una nena de cinco años ahí con mi hermana para que no me pierda. Antes de ir con ella me mato. Y mi cuñado qué envidioso, eso es lo que es, me dice que por qué no le llevo «la barrita pituca» al comité, así les canta cuatro frescas… Un domingo quiere él que la juventud se vaya a encerrar a un comité, y se lo dije, y me contesta: «A las pendejas esas llévalas al comité, vas a ver cómo las hacemos divertir los muchachos». Mientras viva no olvidaré su grosería.
Y Casals hoy viene y me dice si yo me iba a dejar acompañar hasta casa por Héctor, y miraba para otro lado como para aguantar la risa. Además agregó: «¿Tu cuadra es muy oscura? pero no vas a tener miedo, porque él te tiene abrazada y te defiende ¿no?», ¿qué querés decir? «nada, mi primo ya te va a decir lo demás, vas a aprender mucho con él». Yo no pude aguantarme y le di un terrible pellizcón en el brazo, y Casals me agarró de una trenza y me dice dándome tirones como jugando pero medio me dolían: «no seas tonta ¿no se puede bromear con vos? mi primo y yo te vamos a acompañar, así que delante mío no puede pasar nada, ¡a no ser que me hagan esperar en la esquina!», y se reía. Yo le dije: «eso es lo que querrías hacer vos con Laurita», y el mocoso pretencioso me contestó: «si yo fuera Adhemar tendría que elegir entre la de Kraler y Laurita».
En casa yo tendría que haber dicho que era una fiesta del colegio, cualquier macana pero que se hacía en el centro en vez de en el colegio. Una fiesta para celebrar la confirmación de nuestro director en su puesto, que bien merecería una fiestecita mi buen director. Pero preferí decir la verdad, yo creo que antes de entrar a Adlon con mi hermana prefiero la muerte, que me pise un auto al cruzar las diagonales del centro, aunque los autos tendrían que pisarla a ella, sí, que pise una cascara de banana de esas que a lo mejor se lleva en la cartera para comer en el subterráneo, es capaz de eso con tal de llenarse el buche a toda hora. Yo me sé aguantar el hambre si me viene, si no tengo dinero para entrar a un bar paciencia, pero no voy a poner en la cartera un pedazo de queso como ella el día de las sábanas.
Bueno, he llegado al final de este cuaderno, y, por falta de más renglones, el final de este barato cuaderno de almacén (con alguna que otra gota de grasa), coincidirá con el final de un día que no le va en zaga, quiero decir que también mi día está manchado.
Viernes – El que no llora no mama, bien dicen, hay que luchar por todo en este mundo. Un destello de inteligencia resplandeció en las tinieblas de mi mente y se me ocurrió el argumento que convenció a mi padre: si para ir al colegio me dejan tomar dos colectivos y el tren todos los días a la hora de entrada al trabajo que está todo lleno y me tengo que apretujar contra esos cuerpos pestilentes de suciedad y lujuria ¿por qué no me iban a dejar tomar el tren al centro para ir el domingo que los trenes están vacíos y a más tardar a las nueve ya volvería a casa? Todo con la condición de que me acompañaran a casa, pero Héctor me acompañará, un ángel llamado Casals disco el número (lo sé, lo sé… Belgrano 6479), y después de charlar un rato con la condición de que yo no lo escuchara (vaya a saber las chiquilladas que de mí cuenta Casals a Héctor) otro sí se sumó a los anteriores, y por ellos me voy trepando hacia lo alto, esos sí que son los andamios de un ensueño.
El viernes según dicen no es día de suerte, día en que empiezo este nuevo diario, se acabaron las libretas sucias de almacén, total con diez centavos tengo cuaderno para un mes… Ni quiero pensar lo que habré de escribir en él en los días a venir, que serán días a volver… en lo que respecta al recuerdo. Y Casals, el mocoso, me pregunta si me besó alguna vez algún muchacho, y no me quería creer hasta que le juré por mi madre que el único fue el chico que baja en la estación de Ramos Mejía cuando el tren estaba lleno que nos agarrábamos la mano sin que nos vieran entre la gente apretada de la lata de sardinas.
«Tengo que decirte una cosa, tengo que decirte una cosa» -¿de qué? ¡decímela de una vez!- «Tenes que tener cuidado de una cosa? -¿de qué cosa?- «¿Es muy oscura la cuadra de tu casa?» – bastante ¿por qué? – «¿y tu casa cómo es? ¿tiene zaguán o es de esas que tiene el jardín delante con un portón?» – mi casa tiene un pasillo largo y ahí están las puertas de los departamentos, pero no hay zaguán, hay como un jardín delante, y un portoncito, claro- «tenes que tener cuidado, Esther» -¿de Héctor? ¿por qué decís eso? ¿no es un caballero acaso?- «no es eso ¡y no le vayas a decir nada!» -¿qué es entonces?- «vos no sabés lo que te puede pasar con un muchacho en el oscuro» -¡vuelta a lo mismo!- no sólo lo tratas de sinvergüenza a él sino que también de… milonguita a mí! ¿estás loco o qué te pasa? Y en eso quedamos.
Ya se ocupó el banco de Umansky, por suerte es una chica, parece simpática, es hija de rusos, pero no judía, el padre era cosaco del zar y se escaparon con la madre cuando la revolución. ¿Qué le habrá hecho la madre a Cobito Umansky? Ahora estará ya en Paraná, el asqueroso, voy a poder estar tranquila si se me subió la pollera o no, que no está ese repugnante mirando. Yo creo que no hay vergüenza más grande que ser expulsado de un colegio, pero escupirle la ropa al celador y ponerle heces en los zapatos sólo se le podía ocurrir a Umansky. Hasta mañana, cuadernito de hojas flamantes, blancas, pudorosas (guay de que te lean, sé que no te gustaría, lo sé, lo sé, y por eso te escondo entre un gordo texto de Zoología y una carpeta de Castellano), hasta mañana… mi cuaderno, hasta mañana… amigo.
Sábado – Todo se acabó. No pudo ser.
Mi barrio está quedo en la noche, estas humildes cortinas de cretona me dejan ver la calle a través de sus flores tan extravagantes como descoloridas. Papá dice que en la fábrica no se puede pasar cerca de las máquinas donde imprimen la cretona por el olor de esas tintas ordinarias, sin agregar que todos los desperdicios los usan para cretona. Todo es cuestión de destino en la vida, a una tela tan ordinaria yo no me explico para qué le hacen dibujos tan locos de flores que si existen deben ser de especies tropicales muy raras, pero los colores salen, todos borroneados y una tela tan finita que se transparenta lo que hay del otro lado: la calle y las casas de enfrente. De acá veo un portón, dos ventanas, la pared medianera, después otra casa, un zaguán con una ventana al lado, dos o tres más, otra casa, esta última con verja, pero todas casitas bajas de un solo piso, y si el techo fuera corredizo como en el cine de enfrente a la plaza al irnos a dormir toda la cuadra estaría mirando el mismo jirón de firmamento, y mis vecinos cerrarían los ojos cada noche confiados, sin saber que tan imposible como tocar esas estrellas remotas sería cumplir aquello que más anhelan… Mirando a una estrella, mirándolo a él, en mí nació mi anhelo el día que lo vi por vez primera, y ese anhelo loco quiso volar a lo alto, un barrilete loco, se me escapó el piolín de la mano y se fue el barrilete alto, vano, pretencioso, quiso tocar las estrellas. Hoy sábado te vi barrilete… y estás hundido en el barro… Barro la vida, barro la ilusión, barro el parque de mi colegio después de cada lluvia. Debe haber sido por los chaparrones que faltó la de Castellano. Cada vez que falta un profesor Casals siempre aprovecha a escribir una carta a la casa o preparar las lecciones de mañana, mas hoy, durante la larga interminable hora de 10 a 11 me pidió sentarse junto a mí.
Vislumbré enseguida una sombra, pero inerte en ese banco sólo atiné a escucharlo. Empezó a contarme la película Cuéntame tu vida, casi toda, para él es la mejor película del año pasado, y de éste ¡y a mí qué me importa! ¡Ay, Casals, te creí incapaz de matar a una mosca y me mataste a mí! empezaste hablando de cine pero de repente cambiaste de tema: «Tenemos que volvernos temprano el domingo, sin ir a Adlon» dijo -«¿por qué?» respondí- «Es que el tiempo no alcanza, yo te tengo que acompañar con Héctor hasta tu casa y llegar a tiempo al colegio antes de las nueve y media» dijo – entonces no vayamos al cine, vamos a Adlon más temprano repliqué – «no, al cine vamos de todos modos, y Adlon además está vacío antes de las seis» añadió – «Pero no hay necesidad de que me vengas a acompañar vos también: vos volvés al colegio y Héctor me acompaña» añadí yo – «¿estás bromeando?» – «no, qué tiene de malo…, es mejor para todos, y vos la ves a tu Lau-rita» – «no, si yo no te acompaño a tu oasa no vamos ni al cine ni a ninguna parte» agregó rotundamente – «Es por capricho tuyo ¿para qué tenés que venir? yo me sé cuidar, seguro que Héctor prefiere salir con una chica sin llevarte a la rastra» – «¿qué decís?» – «Sí, vos sos muy chico para estar siempre entre los más grandes» – y ahí se me acercó y me dijo despacio «sos una porquería, no tendrías que estar en este colegio ¡chusma!… ¡anda con los chusmas de tu barrio a Adlon!» – y yo se lo dije «me alegro de pelearme con vos, porque me tenías cansada con tus disparates… de pretender chicas grandes y compararte con Adhemar, y tenés coraje de criticar a tu primo que es tan bueno con vos», y no me quería dejar hablar pero yo seguí: «te crees gran cosa y sos un mocosito maricón todo el día metido entre las chicas ¿ya qué tanto hablar de Adhemar? ¿estás enamorado de él acaso? anda sabiendo que nunca vas a ser como Adhemar, porque no sos más que un ma-riconcito charlatán» Se me fue la lengua, después me arrepentí y me dio miedo de que fuera a quejarse al regente del internado, que es el que lo protege. Pero se quedó mudo, al rato se levantó del banco y pidió permiso para ir al baño.
De vuelta, dándome la espalda no la dejó tranquila a la chica nueva, claro, ella es hija de extranjeros, de rusos nobles, y la madre cantante de ópera, Casals tuvo suerte de tenerla en el banco de adelante, porque Laurita o Graciela no le habrían dado charla. A la rusa le empezó con que si había visto Por quién doblan las campanas.
Me dan lástima los pupilos los sábados, cómo quedan solos, nos vamos los alumnos externos y sin clases por la tarde, pobres diablos, no saben qué hacer para que se les pase el día. Casals no la dejaba en paz a la chica nueva: «por favor queda-te, el director me va a decir que sí si le pido permiso para que te quedes a comer con los pupilos. Así te quedas y después de comer estamos en el parque y te termino de contar "Por quién doblan las campanas". La quería convencer a toda costa y se ve que me tomó rabia a muerte porque al irnos Laurita, Graciela y yo le dice a ellas «mañana las veo en Adlon».
¿Adhemar es más lindo que Héctor? bellos ojos renegridos y cabellos rubios como un maizal.
Y bueno, que se guarden su Adlon, que vayan mañana domingo, que yo iré alguna vez… ¿pero cuándo? ¿cuándo si no ahora? ¿no es acaso este el momento de vivir y divertirse? ¿si no es ahora cuándo va a ser?
Yo y mis vecinos no podemos tocar las estrellas, pero otros sí pueden, y es ese mi gran quebranto. Mis mejores años los voy a pasar detrás de esta cortina de cretona.
Miércoles – Diario querido: soles y lunas se han sucedido en la bóveda del cielo sin que nosotros tuviéramos nuestro encuentro acostumbrado, el encuentro del alma con su espejo, y si en días pasados en ti me he visto descarnadamente flaca (el egoísmo devora), o desgreñadamente ridicula (los sueños me despeinan), hoy quisiera verme no bonita (¿no es ya un progreso?) sino con impecable delantal blanco (nada de tablitas, ni adornos vanos, pero blanco niveo), prolijamente peinada hacia atrás, con el lacio cabello cubriendo apenas el cuello y las puntas levemente rizadas. Lo importante, diario mío, no sería en cambio el cabello, ni el delantal, sino una mirada inteligente y segura como las manos que manejan el bisturí, o las tijeras, o el odiado torno de la amable dentista del sindicato.
No me imaginaba hoy miércoles ir a Buenos Aires pero mi padre vio ayer a la atenta dentista y fijó la cita para mí hoy. ¡Qué disparate! pensé, tener que ir al dentista en un día de clases cuando mañana jueves tenemos nada menos que Zoología, Matemáticas y Castellano, pero cuando la atenta dentista me dijo que todo en la vida es cuestión de organizarse, porque hay tiempo para todo, me di cuenta de que muy cierto era.
De ida había ya aprovechado en el tren para dar un vistazo a los teoremas (fresquitos en mi mente, gracias a la clara exposición del profesor y a mi propia atención), y de vuelta a casa en el viaje leí Zoología y después de la cena media hora para Castellano, pasé en limpio el dibujo de los arácnidos y ya estoy libre, otra vez junto a ti. He cumplido con mi deber.
Y bien dijo la oportuna dentista que hay tiempo para todo, aun para caminar un poco por el centro. Hoy había sido un día inesperadamente caluroso, con los primeros calores dan ganas de tirar al diablo las porquerías de lana, por suerte ya no me quedan chicos los vestidos del año que pasó, y pude ponerme el celestito de algodón, con el bolerito. No me cabe duda de que es mi único vestido como la gente.
Qué suerte que ya tenía aprendido el teorema, llegué encantada y caminé sin apocamientos por la elegante avenida arbolada donde me dijo Laurita que estaban las únicas telas importadas de París que hay en Buenos Aires. Las vi, realidad y sueño netamente separados por un cristal de escaparate. Y seguí caminando, tantas, tantas cosas hermosas para comprar y si me hubiesen hecho elegir entre todas, no habría podido decidir, porque renunciar al pañuelo de gasa morada habría sido tan imposible como dejar de lado el manguito de visón, y mi cabeza explotaba, querido amigo. Qué rabia, qué indignación dan a veces ciertas cosas. Esa avenida es hermosa, amplia, la gente camina sin prisa pero con un despreocupado aire de saber adonde van y la calzada presenta una cierta subida caminando hada el puerto, pero éste no se ve, en lo más alto hay una aristocrática plaza, embebida de sol, y un rascacielos cierra el paso, y así «decorosamente tapa la vista del río y su rumoroso puerto», según las palabras de la Chancha, perdón, la profesora de Castellano.
En la plaza a la sombra, en cambio, me di cuenta del brusco cambio de temperatura que se preparaba, de golpe se levantó un viento del río, no mucho más que una brisa, pero penetrante. Qué ganas de meterme en casa, y tomar un mate caliente, en la avenida yo sin haberme llevado ningún abrigo qué escalofríos me empezaron a correr por la columna vertebral, el vestido parecía que me abrigaba tanto como una telita de araña. Pero en ninguna de esas casas me podía meter, mi ciudad cambia de temperatura sin avisarnos nunca, de un momento a otro, cambia de humor, risas y llantos como en los niños que ríen y lloran caprichosamente. Y me tuve que ir corriendo al consultorio, y total apenas si llegué con veinte minutos de adelanto. Qué actividad, qué ir y venir, qué hermoso es ser útil a la humanidad, esa capacitada y además hermosa mujer que me atendió no descansa un minuto durante horas, de pie junto a sus pacientes, yendo y viniendo por algodones y líquidos curativos. Ella es la que sabe adonde va y no los holgazanes mentecatos inútiles de la avenida, y quiero sentir el rumor afiebrado del puerto, señora Chancha, no me venga usted con que hay que ocultar al trabajador y su sudor, y alabando a ese rascacielos porque oculta de la vista de los ricachones (y de sus conciencias) el espectáculo feroz (y hasta ayer triste por lo mal remunerado) del trabajo.
Pero bien lo expresó el diputado por Matanzas que habló en la reunión del domingo, «ya no pueden negar la existencia de una fuerza nueva, la oligarquía verá las necesidades del obrero aunque éste tenga que abrirle de un machetazo el cráneo y escribírselo en el seso con los dedos ¡y la tinta será su misma sangre oligarca!» Palabras brutales pero necesarias, que repudié cuando recién las oí, antes de recapacitar. Palabras brutales pero ciertas. Porque el trabajo es santo, y el trabajador es así santificado, su sudor lo baña en la gracia divina. Se suda con una pala y también se puede sudar de otro modo, con eí torno o extrayendo muelas, y desinfectando caries, y más aún, operando atacados de peritonitis, o meningitis, o accidentados del tráfico callejero, en pocas palabras: administrando medicinas y cuidados a mi pueblo, mi pueblo querido, que quiero que quepa todo en mis brazos, los brazos de su doctorcita.