Cortina amarilla, color de la mañana, magia del color amarillo de la mañana. Cuculcán amarillo, cara y manos amarillas, cabellos amarillos, zancos amarillos, calzas amarillas, traje amarillo, máscara amarilla, plumas amarillas, brazaletes amarillos, frente a la cortina amarilla, color de la mañana. Guacamayo, del tamaño de un hombre, parado en el suelo, plumaje de todos colores.
CUCULCÁN. (Muy alto en los zancos.) ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO. ¿Cuác?
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO. ¿Cuác?… ¿Cuác?
CUCULCÁN. ¡Soy COMO el Sol!
GUACAMAYO. ¿Acucuác, cuác?
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO. ¿Cuác, cuác, acucuác cuác?
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO. ¡Eres el Sol, acucuác, tu palacio de forma circular, como el palacio del Sol, tiene cielos, tierras, estancias, mares, lagos, jardines para la mañana, para la tarde, para la noche (lento, solemne) para la mañana, para la tarde, para la noche…
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO. ¡Acucuác, eres el Sol, en tu palacio de los tres colores: el amarillo de la mañana, el rojo de la tarde, el negro de la noche!
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO. ¡Eres el Sol, acucuác, eres el Sol! El que sin poder volver atrás pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana…
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
GUACAMAYO…de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana; de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana (cada vez más ligero y enredado, dando vueltas, en contraste su cuerpo pesado y su alegría infantil); de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana; de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana…
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol! Salgo con el día vestido de amarillo, mientras el alba es sólo sed de beber agua, y, sin detenerme a contar los piojos dorados que aún pasean por mi pelo de fuego húmedo, acaricio las uñas de caña nueva de los loros, el plumaje blanco de las garzas y los picos con resplandor de la luna de los guacamayos…
GUACAMAYO. (Se ha quedado repitiendo en voz baja, como jerigonza, «de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana»; pero al oír «guacamayos», reacciona violento.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!
CUCULCÁN…también acaricio, en mi jardín de volcanes, el pecho de corneta de las chorchas que por donde vuelan riegan polvito de oro, polen que hace estornudar esmeraldas al narizón que se alimenta de nances.
GUACAMAYO. (Engallado y frotándose el gran pico con un ala.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác, cuác, cuác, cuác!
CUCULCÁN. Sin salir del amarillo de la mañana, la tierra todavía en cogollo, el agua todavía en burbuja, baño mi imagen en los lagos que palpitan como grandes sapos verdes de azulosos pliegues sobre las jaspeadas piedras de la orilla, y en medio de su gran respiración de piedra y agua, mis rayos se convierten en brillantes avispas y vuelo a los panales, para luego seguir adelante, vestido del amarillo de mi imagen que sale del agua sin mojarse y de los panales sin quemarse, a que la mordisqueen, hambre y caricia, de los dientes de maíz de las mazorcas, los dientes de maíz de las taltuzas.
GUACAMAYO. (Impaciente sacude las alas con gran ruido, se arrastra de un lado a otro, se lleva lar alas para cubrirse los oídos de plumas, como dando a entender que está cansado de oír la misma cosa.) ¡Cuác, cuác, cuác…!
CUCULCÁN. Mazorcas y taltuzas me hacen cosquillas al quererse comer mi imagen para alimentar su resplandor. Viven de mi presencia como todos los seres y las cosas. Ellos tienen la sangre adentro, yo la tengo afuera. Mi brillo es mi sangre y mi imagen la luciérnaga.
GUACAMAYO…de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde…
CUCULCÁN. De los jardines regreso a mis habitaciones por el lado de las fieras que untan sus ojos en el amarillo de la mañana para ver la oscuridad, o por el lado de los artistas que componen en voz baja, cantos de amor o de combate, tejen la pluma, tejen el hilo, cuentan las nubes, echan suertes con frijolillos rojos de palo de pito, o viven simplemente en el ocio como mujeres: pintores, joyeros, orfebres, músicos, adivinadores…
GUACAMAYO. (Con la pata derecha hace el ademán del que arroja frijolillos rojos en el suelo, al tiempo de decir): ¡Ts’ité! ¡Ts’ité!… (Salta como sorprendido del augurio que deduce de la posición de los frijolillos que efectivamente ha regado en tierra.) ¡Ts’ité! ¡Ts’ité!… (Mueve la cabeza contrariado y sigue jugando con montoncitos de frijolillos rojos y remedando a los adivinos en sus plantas y aspavientos.)
CUCULCÁN. En mis habitaciones de la mañana, bajo dosel de pájaros que vuelan y en sitial ordeñado del más puro oro de la tierra, me anudan en los negocios públicos, los encargados del Tesoro, de las Huertas, de los Graneros, al informarme de lo que pasa en mi señorío: de que si las nubes han hecho sus camas, de si los nidos viejos han sido cambiados, de si lo maduro no se ha podrido…
GUACAMAYO. (Aletea furioso.) De, de, de, de, de…
CUCULCÁN. Disfrazado de jaguar paso el resto de la mañana en el juego de pelota o adiestrándome con habilísimos guerreros en el disparo de las flechas, en el tiro de la honda. Pero llega el mediodía, esa hora en que los ojos de los hombres con sudor, y pasado el momento en que se encuentran el ojo del colibrí blanco y el cientopié de oro, empiezo a desprenderme de mis vestidos amarillos para vestir de rojo, me ensortijan las manos de rubíes y en jácara de tiste espumoso tiño de sangre mis labios con aliento de flor carnívora. El arrullo de las torcaces que acurrucan agua dormida bajo los pinos, me hace soñar con los ojos abiertos, tendidos en hamaca de celajes, friolento, abetunados mis cabellos con pulpa de pitahaya, mis uñas alargadas en cráteres de fuego.
GUACAMAYO. ¡Cien mil guerreros caen tarde a tarde en tu emboscada, Cuculcán! ¡Cien mil guerreros dan su sangre para el crepúsculo bajo la estrella de la tarde!
CUCULCÁN. ¡Soy corno el Sol! ¡Soy como el Sol! ¡Soy como el Sol! (Chinchibirín entra de un salto, sin acercarse al radio mágico de la cortina amarilla ni a la jerigonza de colores del Guacamayo. No pesa. Es una llama, que el aire lleva, Viste todo de amarillo como Cuculcán, No lleva máscara.)
CHINCHIBIRÍN. (Profundamente inclinado ante Cuculcán.) ¡Señor, mi Señor, gran Señor!
CUCULCÁN. ¿Qué pasa, Chinchibirín?
CHINCHIBIRÍN. (Siempre inclinado.) Señor, mi Señor, gran Señor, el guardador de las selvas quiere hablaros. Estuvo entre los conejos y las frutas del papayo y vio que se cambiaban, que las frutas echábanse a correr como conejos, y se prendían a mamar en los papayos, como frutas, los conejos. Cuenta y no acaba de cosas nunca vistas. Ya hay semilla de colibrí y empezó a sembrar anoche. (Cuculcán sale por la derecha, sin bajarse de los zancos.) ¡Señor, mi Señor, gran Señor! (Al salir Cuculcán, Chinchibirín alza la cabeza, se acerca al radio mágico de la cortina amarilla para defenderse del Guacamayo que se ha quedado inmóvil largo tiempo, coma dormido.) ¡Cuculcán es como el Sol, es como el Sol, es corno el Sol!
GUACAMAYO. (Sacude las alas fuertemente, con gran escándalo.) ¿Cuác acucuác cuác? ¿Cuác cuác acucuác?
CHINCHIBIRÍN. ¡Es como el Sol!
GUACAMAYO. Y de qué le sirve ser como el Sol, acucuác, si en su palacio la existencia es engaño de los sentidos, como en el palacio del Sol; espejismo en el que todo es pasajero y nada cierto. Nosotros, Chinchibirín, las fieras, los artistas, los brujos, los sacerdotes, los guerreros, las mujeres, las nubes, las flores, las hojas, las aguas, las lagartijas, los pijuyes…
PIJUYES. (Voces.) – ¡Pi-juy!… ¡Pi- juy!… ¡Pi-juy!… ¡Pijuy!
GUACAMAYO… Los cliquirines…
CHIQUIRINES. (Voces.) ¡Chiquitín!… ¡Chiquitín!… ¡Chiquirín!… ¡Chiquirín!…
GUACAMAYO. Las tortolitas…
TORTOLITAS. (Voces.) ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!
GUACAMAYO. Los coches de monte…
COCHES DE MONTE. (Voces.) ¡Jos-jos-jos… sss… cico!… ¡Jos-jos-jos… sss… cico!
GUACAMAYO. Los gallos…
GALLOS. (Voces.) ¡Kí-kí-ri-kí!… ¡Kí-ki-rí-kí!… Kí-kí-ri-kí!…
GUACAMAYO. Los Coyotes…
COYOTES. (Voces.) ¡Aú… úúy… úúy!… ¡Aú… úúy… úúy!… ¡Au… úúú…!
(Ladridos de perros, cacareo de gallinas, truenos de tempestad, silbidos de serpientes, trinos de turpiales, guardabarrancas, cenzontles, se escuchan al irlos nombrando Guacamayo, así como lloro de niños, risas de mujeres y para cerrar revuelo y palabrerío de multitud que pasa.)
GUACAMAYO… ¡Nada existe, Chinchibirín, todo es sueño en el espejismo inmóvil, sólo la luz que cambia al paso de Cuculcán que va de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, hace que nos sintamos vivos. (Corta bruscamente y al tiempo de llevarse una pata al pico.) ¡La vida es un engaño demasiado serio para que tú lo entiendas, Chinchibirín!
CHINCHIBIRÍN. (Acercándose al Guacamayo.) Cuéntame de la noche…
GUACAMAYO. ¿Cuác cuác… acucuác cuác?…
CHINCHIBIRÍN. ¡Sí, cuéntame de la noche!… ¡Acucuác no es malo con Chinchibirín!…
GUACAMAYO. La noche se hizo para la mujer. Al salir la estrella de la tarde que es bella como un nance, la estrella que hace agua la boca de los cielos, cesa el trato de Cuculcán con los hombres y se interna en las tierras bajas, calientes, las tierras propicias para el amor. La noche se hizo para la mujer. La mujer es la locura, Chinchibirín. Es el piquete de la tarántula, Chinchibirín.
CHINCHIBIRÍN. ¡Cuenta! ¡Cuenta!
GUACAMAYO. Servidoras fatigantes se llevan a Cuculcán, le perfuman las manos con los senos, los senos de las mujeres son como los nidos de los pájaros, Chinchibirín, al par que le cambian las rojas vestiduras de la tarde, sangre de guerreros, por un inmenso manto negro, y las sortijas y los brazaletes de rubíes, por sortijas y brazaletes de obsidiana.
CHINCHIBIRÍN. Cuenta, cuenta, acucuác, cuenta…
GUACAMAYO. Viejas de cera prieta le ofrecen, en tablas negras ribeteadas de plata lunar, atoles, dulces, tabaco y vino caliente de jocote. Como plantas acuáticas, mitad pescado, mitad estrella, surgen entonces las mujeres que han de prepararlo para la boda con tacto de tela araña. Le untan en todo el cuerpo tacto de tela de araña. (Calla y se lleva la pata al pico.) ¡Chinches, si me duele la muela. (Hace como que patalea del dolor.) ¡No es sólo la muela, todos los dientes!
CHINCHIBIRÍN. Y las mujeres qué son, acucuác…
GUACAMAYO. Las mujeres son vegetales, Chinchibirín…
CHINCHIBIRÍN. Y me decías que untaban a Cuculcán, Señor, mi Señor, gran Señor, de tacto de telaraña para la boda…
GUACAMAYO. Sí, así es, y listo para la boda lo encaminan a sus habitaciones donde encuentra a la doncella que ha de ser su esposa hasta la aurora…
CHINCHIBIRÍN. ¿Por qué hasta la aurora?
GUACAMAYO. Noche a noche, salen dos manos de un lago profundo, la arrancan del lecho del poderoso Cuculcán y la arrojan a las profundidades en que acaba el espejo de la vida, para que no tenga descendencia.
CHINCHIBIRÍN. ¡Calla, eres el engañador!
Cortina roja, color de la tarde, magia del color rojo de la tarde. Cuculcán rojo (sin zancos): calzas rojas, traje rojo de guerrero, máscara roja de guerrero con bigotes rojos, plumajes rojos de guerrero, frente a la cortina roja, una rodilla en tierra y el arco presto a disparar la primera flecha. A su lado, un poco atrás, Chinchibirín también de rojo, sin máscara, flecha en el arco, rodilla en tierra. Ambos empiezan a disparar sus flechas contra la cortina roja y cada vez que una de las flechas toca la cortina roja, se oye una lamentación humana. Ritmo de danza guerrera. Cuculcán y Chinchibirín bailan disparando sus flechas. La cortina se lamenta como herida de muerte cada vez que la toca una flecha. El tún acompaña el combate, madera de tronco hueco que a cada golpe se oye más cerca, cáscara y metal, cadencia que va cobrando brillo a medida que la lucha arrecia entre los guerreros y la cortina de la tarde que se desgarra en gritos humanos. Los tambores han empezado a sonar sordamente. Cae la cortina roja. Cuculcán desaparece. Chinchibirín con la última flecha en el arco, se inclina.
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor, mi Señor, gran Señor! (Al levantar la cabeza, luce en su frente, como un nance, la estrella de la tarde.)
GUACAMAYO. (Sin asomar.) ¿Cuác, cuác, cuác, cuác!
CHINCHIBIRÍN. (Vuelve la cabeza hacia el sitio en que se oye al Guacamayo y apunta la flecha) ¡Te viera yo en el camino del desvanecimiento, pájaro de mal agüero!
GUACAMAYO. (Sale arrastrando las alas, como borracho.) ¡Tomé chicha para aliviarme el dolor de dientes y estoy atarantado!
CHINCHIBIRÍN. (Plantándosele en frente, ya para dispararle la flecha.) ¿Qué me quieres hacer creer?
GUACAMAYO. (Temeroso, casi retrocediendo.) Acucuác, no te quiero hacer creer nada. Cuando está borracho ve las cosas como son, el Guacamayo, y si lo escuchas sus palabras serán como piedras preciosas y las guardarás en tus oídos como en bolsas sin fondo.
CHINCHIBIRÍN. No sé, pero tu voz me llena el alma de cosquillas. Cuéntame de la noche…
GUACAMAYO. No, te voy a hablar del día.
CHINCHIBIRÍN. No olvides que la última flecha es para ti.
GUACAMAYO. El día es el camino del Sol, pero el Poderoso del Cielo y de la Tierra, se mueve no como lo ven los ojos, acucuác. Dibuja con la flecha aquí en la arena cómo se mueve el Sol.
CHINCHIBIRÍN. ¡Estás borracho!
GUACAMAYO. Estoy borracho, pero eso no quiere decir que no pueda explicarte exactamente el movimiento del Sol. No dibujes con tu flecha, basta el arco.
CHINCHIBIRÍN. Me quieres desarmar…
GUACAMAYO. Conserva el arco en tus manos, pero exhíbelo en alto para que veas en su línea cómo se mueve el Sol.
CHINCHIBIRÍN. En arco. Sale por este lado, sube al ojo del colibrí blanco y desciende por este otro lado del arco, hasta ocultarse aquí.
GUACAMAYO.. Es lo que se ve, acucuác, pero el movimiento del Poderoso del Cielo y de la Tierra es otro. Sale por este lado del arco, viaja durante la mañana de subida hasta el ojo del colibrí blanco, el diente de maíz que está en el centro del cielo, y de ahí regresa, no sigue adelante, desanda el camino de la tarde para ocultarse por donde aparece. No describe el arco entero.
CHINCHIBIRÍN. Perder el juicio con la chicha, es peor que el dolor de dientes. Sólo un ebrio puede hablar así. ¿Quién repite y repite que el Sol pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde…? ¿Quién pregona que en el espejismo inmóvil de la existencia, nada es cierto y que es la luz que cambia al paso de Cuculcán lo que nos da la impresión de estar vivos? Pijuyes, gallos, tórtolas, chiquirines, son testigos.
GUACAMAYO. Todo lo que somos es memoria cuando creemos ser nosotros mismos. La memoria de mis palabras, sin el esclarecimiento que ahora quiero darte, es lo que defiendes por amor propio, como si esas palabras se hubieran incrustado en tus preciosidades.
CHINCHIBIRÍN. ¿Y he de olvidarlas, ahora que sales con que el Sol sólo llega a la mitad de su recorrido en el palacio de los tres colores? Creo que no, acucuác…
GUACAMAYO. Te debiera esclarecer todas las cosas, pero tendrías que agarrar tu memoria y retorcerle el pescuezo como a una gallina.
CHINCHIBIRÍN. A la gallina de colores le voy a cortar el pescuezo, ahora que está borracha, como se hace con los chumpipes.
GUACAMAYO. La vida es un engaño demasiado serio para que tú siendo tan joven lo entiendas, acucuác…
CHINCHIBIRÍN. Ya esta flecha demasiado aguda para que te calles…
RALABAL. (Invisible.) Quien conoce los vientos como yo, yo Ralabal, yo, yoo, yodo… el que peina los torrentes que se pandean como troncos de ceibas de cristal que tienen la raíz donde los árboles llevan el follaje, porque nacen en lo alto, y las ramas donde los árboles tienen la raíz, porque florecen abajo, al abrir sus copas de cristal en espumosas hojas e irisadas flores; yo, Ralabal, yo, yooo, yoooo… he puesto vigilantes en la punta de tu flecha para desviarla del corazón de preciosas piedras del Guacamayo.
CHINCHIBIRÍN. ¡Bien se confirma lo que dicen! Dicen que hay quien cuida a los borrachos para que no caigan en los barrancos, para que no maten a sus hijos pequeños al echarse sobre ellos y dormirse, y para que no se les castigue por sus impertinencias cuando están ya tan atarantados que no hablan sino escupen.
RALABAL. (Invisible.) Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… manejo los vientos y emborracho con el licor verde del corazón del invierno que es un enorme tronco podrido, en el que viven hormigas, casampulgas, lombrices, lagartijita acezantes, gusanos de oscuridad dura y oscuridad blanda… Pero antes que el cielo se vuelva sólo pulgas de tiniebla benigna debo volver a mi guardianía y además he oído que se acercan pastores… yo, Ralabal, yo… yoo… yooo…
CHINCHIBIRÍN. Espera, Ralabal, concedo«de los vientos, subiremos a los árboles para seguir conversando y tú serás el juez en mi disputa con el Guacamayo. Has oído lo que discutíamos.
GUACAMAYO. No subiré a ninguna parte, porque estoy borracho y me duelen los dientes.
RALABAL (Invisible.) Pero, sin más hablar, trepe cada quien al árbol que le parezca, porque los pastores ya se acercan y se asustarían de encontrar a su paso un pájaro tan grande de todos colores y un guerrero rojo con una sola flecha.
CHINCHIBIRÍN. ¡Vamos, subamos a los árboles! Las hojas se sacuden bajo el aliento de Ralabal. Ya no se sabe lo que habla. Sólo se oye el viento. (Empuja al Guacamayo.) ¡Anda, yo te voy a ayudar… sube primero… ten cuidado… no te vayas a quebrar un hueso y haya que ponerte otro de maíz! (El Guacamayo se queja, hipa, trata de subir.) ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
HUVARAVIX. (Invisible.) ¡No puede ser! ¡No puede ser! Así dice el corazón de los pastores y pelea con la neblina baja, indolente, más mojada que la misma lluvia.
RALABAL. (Invisible.) ¡Calla, Huvaravix, maestro de los cantos de vigilia! No es el corazón de los pastores el que dice así. Es el lanazo de las jergas de que van vestidos el que subleva los pelos contra la niebla color de leche vegetal que los empapa como esponja.
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
HUVARAVIX. (Invisible.) ¿Qué sabes tú, Ralabal, que andas como bebido de chicha? Te somatas por todas partes, derramas las aguas, dejas mancos los árboles, botas las casas de los hombres…
RALABAL. (Invisible.) ¡Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… viento… salvaje… libre! Pero dejemos nuestras encías con dientes de mordida, sin su gusto que sería morder, y haz regresar a los pastores que se acercan, porque aquí andan arreglando cuentas Chinchibirín y Gran Saliva de Espejo.
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. Hipa! (No llegan a subir a los árboles.)
HUVARAVIX. (Invisible.) Yo, Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, haré regresar a los pastores que llevan los sombreros hasta las orejas, sombreros de madera en los que han ordeñado la leche de sus cabras, olorosos por dentro a leche y pelo; que calzan lodos viejísimos en las uñas que son como cucharas de comer tierra; y de calzones remendados con verdaderos trozos de paisaje, tan variado en su color y su forma. Este parece que lleva una nube en las nalgas; aquél, una mariposa en la pierna; es otro una flor extraña en la espalda. La Abuela de los Remiendos pinta paisajes en la Ropa…
CHINCHIBIRÍN. ¡Maestro de los Cantos de Vigilia haz regresar a tus pastores, porque mi flecha está que la punta se le quema por saborear la sangre de todos los colores del corazón de este farsante!
GUACAMAYO. Hazlo regresar, pero consúltale, por qué los pastores tienen buenos remedios contra el dolor de dientes, bien que mis dientes ya no sean dientes, sino los maíces que aquellos malditos hijos brujos me pusieron en lugar de mis preciosos huesos bucales.
RALABAL. (Invisible.) Ya se detienen, se vuelven, no les convino este sendero, gracias a ti, Huvaravix, y ahora echemos tierra a nuestros pies siquiera un momento, para seguir la disputa de Gran Saliva y Chinchibirín.
HUVARAVIX. (Invisible.) Yo le daría a Gran Saliva de Espejo, el remedio que usan los pastores para el dolor de muelas, cuando en el destemplado amanecer sienten que les pica y arde en la boca el maíz podrido, y no pueden escupirlo. Yo, Maestro de los Cantos de Vigilia, sé que es un dolor desconsolado.
RALABAL. (Invisible.) Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… traigo el remedio y me haré visible para dárselo a Saliva de Espejo… Es un dolor desconsolado… (Ya visible.) Toma de este guacal de festines lo que necesites para que alivies tu dolor. Has mascado tanta mentira…
GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác!… ¡Cuác, cuác, cuác!… (Después de meter el pico en el guacal de festines y apurar el remedio a grandes tragos.) ¿Dónde estamos?… Se me ha quitado el dolor, eres un encanto, Ralabal… Cuando uno se alivia de un dolor tan fuerte como el que yo tenía, se me alivió como quitado con la mano, se siente en otro mundo y por eso he preguntado ¿dónde estamos? ¿en qué país estoy? Me detestaba con el dolor y ahora, sin el dolor, vuelvo a quererme.
HUVARAVIX. (Invisible.) Ralabal te ha servido el remedio que cura el dolor y pone el corazón de fiesta. Sólo cuando uno está contento cae bien la flecha de la muerte. El que muere alegre, no muere. Yo, si tuviera que morir, le pediría a Ralabal de su guacal de festines.
CHINCHIBIRÍN. Pero vamos, acucuác, quiero ganarte la partida ahora que estás en el guacal de los festines…
GUACAMAYO. (Carcajada tras carcajada.) Cuác, cuíc, cuác, cuíc, cuíc, cuác, cuác, acuacuíc, acucuác, cuicuacuác!
CHINCHIBIRÍN. Sí te gano la partida, mi flecha te dará muerte y antes de que te enfríes por completo, te tomaré como un penacho de plumas de colores para sacudir el polvo de tus palabras engañadoras de los ríos y los lagos que ya no se ven datos como antes.
HUVARAVIX. (Invisible.) Soy todo oídos. Cada una de las hojas de estos árboles es una oreja mía. No perderé una sola palabra.
RALABAL. Ya sabíamos que el Maestra de los Cantos de Vigilia tiene las orejas verdes. Es el pastor de las orejas verdes.
CHINCHIBIRÍN. Dices, acucuác, que el Sol llega hasta el ojo del colibrí blanco y de allí regresa a su punto de partida. Si eso fuera cierto, cómo explicas que mis ojos lo ven caer, no en el lugar donde salió, sino en el sitio más opuesto.
GUACAMAYO. Lo digo y lo sostengo. El Sol sólo llega al ojo del colibrí blanco y de allí regresa. El otro medio arco, el de la tarde, es sólo una ficción en su carrera luminosa (afirmativo, y ronco), es sólo una ficción, acucuác…
HUVARAVIX. (Invisible.) Voy a buscar a la Abuela de los Remiendos, ella traerá hilo y aguja para coser en mis oídos lo que oigo.
RALABAL. Callemos nosotros, ellos que hablen…
CHINCHIBIRÍN, (Con voz tajante.) ¡Lo que se ve se ve y no es una ficción! Yo veo ocultarse el Sol, después de trazar el arco en el Palacio de los Tres Colores, no por donde aparece, y lo que se ve se ve…
GUACAMAYO. ¡Juguemos con las palabras!
CHINCHIBIRÍN. ¡No!
GUACAMAYO. ¿Acuite? Ralabal debía darte del guacal de los festines. El ojo del colibrí blanco es el diente de maíz del Sol.
CHINCHIBIRÍN. Y vas a decir que le duele… que por eso se regresa… que porque le duele un diente no sigue sobre el arco en el camino de la tarde, sino vuelve por el camino de la mañana, baja por donde ha subido.
GUACAMAYO. La tarde es una ficción…
CHINCHIBIRÍN. Ya te veo acorralado. Si el Sol vuelve a su punto de partida, acucuác, quién es el que celebra sus bodas en la noche. La noche se hizo para la mujer. Los senos de las mujeres son como los nidos de los pájaros. A quién le cambian las vestiduras de la tarde por traje y tónica de tiniebla y las sortijas de rubíes por sortijas de piedra de tinieblas. Son tus palabras. Te he dado el juego de palabras para vencerte con tus armas. Y la doncella que es su esposa hasta la aurora…
GUACAMAYO. Se han ido nuestros padrinos. Huvaravix no se oye que esté.
RALABAL. Yo no me he ido, pero no estoy aquí…
GUACAMAYO. Oye, Chinchibirín, la explicación, y guárdala como si la Abuela de los Remiendos hubiera traído la espina y su saliva en forma de hilo de cabello, para pegar estos remiendos a tus creencias.
CHINCHIBIRÍN. ¡Oigo, quiero oírte, eres el Gran Saliva de Espejo Engañador!
GUACAMAYO. (Solemne.) Sale el Sol, llega al ojo del colibrí blanco en la mitad del cielo y de allí regresa, reflejándose en la otra mitad del cielo que es un gran espejo, y por eso me llaman a mí Gran Saliva de Espejo Engañador. Somos los Salivas los que creamos el mundo y si la noche se hizo para la mujer, es sólo una ficción. El Sol no llega a la noche, en persona. Llega su imagen en el espejo. La mujer no recibe más que la ficción de las cosas, Cuculcán no yace con la doncella escogida para su esposa; es su imagen reflejada en el espejo lo que la esposa ama.
CHINCHIBIRÍN. ¡Siempre has de jugar con las palabras! La piedra de mi honda servirá para hacer pedazos ese espejo y que sea Cuculcán, el señor, el Gran Señor, mi Gran Señor, quien ame a la que, por fin, no sea sólo esposa suya hasta la aurora.
GUACAMAYO. (Sorprendido.) ¡Chinchibirín, acuác, Chinchibirín, mátame, pero no uses las hondas, en tu arco está la flecha!
CHINCHIBIRÍN. (Apuntando.) ¡La flecha roja!
GUACAMAYO. ¡No, la flecha que recogiste en el Lugar de la Abundancia!
CHINCHIBIRÍN. (Sorprendido en su secreta.) ¿La flecha amarilla?
GUACAMAYO. ¡Cuác, cuando la recogiste no era flecha!
CHINCHIBIRÍN. Era Flor Amarilla… Yaí…
GUACAMAYO. ¡Flor Amarilla está ofrecida a Cuculcán! ¡Será su esposa hasta la aurora!
CHINCHIBIRÍN. (Aprieta los dientes, retrocede paso a paso, con una mano en la cara y la otra suelta a su propio peso y colgando de ella, de ella, de sus dedos, como algo inútil, el arco y la flecha roja.) ¡YAÍ, flecha amarilla… fle… cha… mi… flecha mía… YAÍ… YAÍ!…
GUACAMAYO. ¡Tú, el arquero! ¡Tú, el arquero! ¡Yaí, la flecha! ¡Yaí, la flecha! Y yo, el arcoiris… cuác cuác cuác cuác… ¡El destino del Sol está jugado!
Cortina negra, color de la noche, magia del color negro de la noche. Cuculcán va desvistiéndose. Deja caer la máscara, el carcaj, las calzas y los atavíos rojos. Parecen a sus pies manchas de sangre, salpicaduras de crepúsculo. Manos de mujeres que se agitan con movimiento de llamas, al compás de lejanas melodías de cañas y ocarinas de barro, le visten de negro en medio de una danza de reverencias ligeras. Otras que entran de rodillas, se levantan a pintarle la cara con puntos y líneas, la cara, el pecho, los brazos, las piernas, hasta dejarlo como un bucul tatuado. Y otras de cabellos sueltos, con estrellas en la noche de sus cabelleras, le atavían con brazaletes, sartales y aretes de piedra de tiniebla, calzas de piel oscura y plumajes negros ceñidos a su frente. Cesa la música. Las de los vestidos, las de los atavíos, las de los tatuajes se retiran danzando y pasándose unas a otras las ropas rojas y los rojos objetos que Cuculcán dejó a sus pies. Al desaparecer aquéllas, Cuculcán se tiende junto a la cortina de la noche sobre un lecho de penumbras apaciguadas.
CUCULCÁN. (Con la voz nasal y entre dientes habla dormido.) La sombra, hierba de la noche, fresco vegetal sin espinas. Juegan las tortugas de obsidiana en forma de corazón. Han jugado tanto que algunas ya no saben cómo se juega ni a qué juegan…
TORTUGA BARBADA. ¿Cómo se juega, hermanas?
TORTUGAS. ¿Cómo, cómo se juega, si estamos jugando? Esa pregunta es de Bárbara Barbada y por eso no juega. Pero nosotras, hermanas, estamos jugando, chapoteamos el agua, chocamos nuestras conchas…
TORTUGA CON FLECOS. Hermana, ¿has olvidado la mecánica de nuestros juegos?…
TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada!
TORTUGA CON FLECOS…Y por eso preguntas cómo se juega..
TORTUGA BARBADA. ¿Y a qué estamos jugando?… ¿Cuál es el sentido de nuestros juegos nocturnos? ¡No sé cómo podéis vivir sin más actividad que jugar de noche y dormir de día!
TORTUGA CON FLECOS. LO sabes, pero lo has olvidado…
TORTUGAS. ¡A… já, já, Bárbara Barbada!
TORTUGA BARBADA. ¡En la otra orilla no hay olas!
TORTUGA CON FLECOS, ¡A… já, já, Bárbara Barbada!
TORTUGAS. ¡A… já, já!…
TORTUGA CON FLECOS. Jugar es la única actividad noble de una tortuga. Pesa sobre nosotras…
TORTUGAS. ¡A… já, já!…
TORTUGA CON FLECOS. Escuchen, no, escuchen… La rebelión de la tortuga es gastar energías en algo más alegre que cargar la concha, lo de todos los días, lo de todas las horas, la concha, encima de una, cargándola una…
TORTUGA BARBADA. Lo has dicho, hermana con flecos, Tortuga con Flecos y burbujas de agua sonora en los flecos. ¡Juguemos!
TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada, ahora dices juguemos, pero cuando entraste preguntabas, impertinentemente, cómo se juega!…
Vuelve la música de cañas y ocarinas cortada por gritos de fiesta. Grupos de ancianas vestidas de. negro, descalzas, con los cabellos plateados pespuntan pasitos para acercarse a Cuculcán y ofrecerle en tablas de madera negra: atoles endulzados con miel, atoles ácidos, tamales negros humeantes, carnes sazonadas con sal gruesa y chile y vino de jocote. Otras más ancianas traen braseros de barro vidriado con pequeños fuegos palpitantes para quemar las ofrendas de póm. Una de ellas le acerca a los labios una caña con tabaco. Estas nanas se pierden en el agua sin fondo de las edades. Nubes blancas del póm y nubes del humo del tabaco que fuma el poderoso Cuculcán. De un lado y otro aparecen, la música toma empuje, jóvenes indias de cinco en cinco llevando como barandales movibles sobre sus pies, en la danza de las cercas, escaleritas de caña simulando cercas adornadas con hojas de siempreviva, flores amarillas, y cuerpos de muertos pajaritos de color rojo. Avanzan y retroceden, siguiendo el compás melodioso de la música que picotea a sus pies, al ir acercándose al lecho de Cuculcán. De pronto, lo dejan rodeado de sus cercos floridos y echan a correr en desbandada.
Oscuridad completa. La música de flautas y ocarinas baja de tono, desaparece. Se oye en el vacío que va dejando la música, el estruendo de las conchas de las tortugas al chocar unas con otras, y sobre el estruendo, la voz de Huvaravix.
HUVARAVIX. (Invisible.) Yo, Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, oigo que en el silencio de la playa sigue el juego de las tortugas, las conchas contra las conchas, olas de carey chocando. Tortuga con flecos se retira del grupo de Bárbara Barbada para dar ligero alcance a otras bañistas. Tortuga con flecos de rayo. De su caparazón de oro dormido y despierto, sin embargo, porque el oro es sonámbulo, saltan chispas que mar adentro se convierten en peces luminosos. El agua saca sus labios en el oleaje para lamer la tierra. Y Tortuga con flecos, dorada, sacerdotal, ve jugar desde su concha a las pequeñas tortugas, a las grandes tortugas, a las tortugas gigantes que en filas inacabables chocan, chocan, chocan. El ambiente es como un pecho que respira.
TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada! ¡Tortuga gemidora de la medianoche!
TORTUGA BARBADA. ¡Dejadme pasar, quiero ver a la doncella, vosotras sois ciegas para el amor porque sois viejas! ¡Su cara es un esplendor, así debe ser el día!
TORTUGA CON FLECOS. ¡Sólo yo sé cómo es el día! (En la oscuridad, Tortuga con flecos se ve iluminada como un pequeño volcancito de arenas de oro.) El día se hizo para el hombre.
TORTUGA BARBADA. ¿Qué es eso que has mencionado?
TORTUGA CON FLECOS. Es… el hombre es… Es una mujer, sólo que en hombre…
TORTUGA BARBADA. Una divinidad, porque si yo fuera así me sentiría una divinidad.
HUVARAVIX. (Invisible.) Yo, Maestro de los Cantos de Vigilia, he visto el día y he visto al hombre.
TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada, quieres saber cómo es el hombre!
TORTUGA CON FLECOS. Pero si ya lo he explicado. El hombre es la mujer con todas las actividades del día… No hay otra diferencia
TORTUGAS. Repetiremos lo que dicen las olas: ¡Alguna debe haber!
TORTUGAS CON FLECOS. Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, permite que mis hermanas de concha repitan lo que dicen las corazonadas del mar, esas azules corazonadas del mar…
HUVARAVIX. (Invisible.) Bárbara Barbada no lo ha repetido…
TORTUGA BARBADA. Pero yo también creo que alguna debe haber. Es una esperanza que haya alguna diferencia entre el hombre y la mujer.
TORTUGA. ¡Alguna debe haber!
TORTUGA BARBADA. Pero, dejadme, por fin, pasar, quiero ver a la doncella. Las mujeres son metales que se hallan en estado de algodón.
HUVARAVIX. (Invisible.) ¡Muy bello lo que has dicho Bárbara Barbada! (Palabra por palabra.) Las mujeres son metales que se hallan en estado de algodón.
TORTUGAS. ¡Juguemos! ¡Salgamos de lo que tenemos que hace; cargar la concha, jugando a la olas!
TORTUGA CON FLECOS. ¡Se me cierran los ojos y es mejor dormir! Bárbara Barbada quiere ver a la doncella que yace con Cuculcán. Yo no, mucho trabajo tuve para que se me borrara la dolorosa escena del amor arrancado como se arranca un árbol.
TORTUGA BARBADA. Una separación imposible. En las raíces del árbol arrancado a la viva lucha, van pedazos de tierra, terrones de corazón palpitante de humedad y brisa verde o hierba brisa que llora; y en el terreno algunas raíces quedan destrozadas.
HUVARAVIX. (Invisible.) La conversación es muy interesante, pero yo debo empezar mi oficio. Bárbara Barbada se desliza chorreando agua salobre para ver a los dichosos amantes ya dormidos
TORTUGAS. Y cuál es tu oficio, Huvaravix…
HUVARAVIX. (Invisible.) Cantar…
TORTUGAS. Y nosotras, el nuestro… El oficio de las tortugas es jugar… Pero ahora no podremos ir al juego de pelota…
HUVARAVIX. (Invisible.) Me haré visible para cantar entre vosotras.
La tiniebla suavemente teñida de luz de luciérnaga, luz anterior a la luz de la luna, por el resplandor de la concha dorada de Tortuga con Flecos, deja entrever, al fondo, los cuerpos de los amantes felices, al pie de la cortina negra, sobre un lecho de pieles de fieras, pumas y jaguares que de vez en vez braman. Bárbara Barbada, tortuga con bigotes y barba, se desliza hacia el lecho amoroso de Cuculcán. Huvaravix (visible) entona cantos de vigilia dichosa, entre las tortugas que se golpean unas con otras, al jugar entre las olas.
HUVARAVIX. ¡El Cerbatanero de la Cerbatana de Sauco ha salido del Baúl de los Gigantes que en el fondo tiene arena y sobre la arena, aguarena y el aguarena, agua honda y sobre el agua honda, agua queda, y sobre el agua queda, agua verde y sobre el agua verde, agua azul y sobre el agua azul, aguasol y sobre el aguasol, aguacielo!
¡El Cerbatanero de la Cerbatana de Sauco ha salido del Baúl de los Gigantes con la boca llena de burbujas para dispararlas en los caminos, ahora que reviven los chupamieles que duran el verano clavados por el pico a los árboles, e inmóviles! ¡Así pasan el verano los chupamieles, secos y sin plumas en los árboles secos y sin hojas!
¡El Cerbatanero de la Cerbatana de Sauco ha salido del Baúl de los Gigantes al reverdecer los árboles y tronar la tempestad que es cuando despiertan los chupamieles, que es cuando vuelan los chupamieles, cuando vuelan y vuelan los chupamieles!
¡El Cerbatanero de la Cerbatana de Sauco ha salido del Baúl de los Gigantes con la boca llena de burbujas para disparar en los caminos a esos mínimos pajarillos que se alimentan de miel y de rocío, rojos, verdes, azules, amarillos, morados, negros; pero no sabe si gozar o espantarse con la cerbatana, la dicha del rumor que canta en sus oídos!
CHUPAMIELES. (Verdes.) ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel!
HUVARAVIX. ¡El Cerbatanero y los chupamieles qué ajenos a Cuculcán que no se palpa por fuera y a la doncella que con el aliento pegado al de él…
CHUPAMIELES. (Verdes.) ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel!
HUVARAVIX…Que con el aliento pegado al de él…
CHUPAMIELES. (Rojos.) ¡Chupa-chupamiel! ¡Chupa-chupamiel! ¡Chupa-chupamiel!
HUVARAVIX…Que con el aliento pegado al de él, se ha quedado sin sus graciosos movimientos!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! ¡Aop! Pero despertará, al tronar la tempestad, como los chupamieles…
HUVARAVIX. Algún día, no… Algún día, sí…
CHUPAMIELES. (Rojos.) ¡Chupa-chupamiel! ¡Chupa-chupamiel! ¡Chupa-chupamiel!
CHUPAMIELES. (Amarillos.) ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel!
CHUPAMIELES. (Morados.) ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel!
CHUPAMIELES. (Negros.) ¡Miel chupamiel y chupa-chupamiel! ¡Miel chupamiel y chupa-chupamiel! ¡Miel chupamiel y chupa-chupamiel!
HUVARAVIX. ¡Así pasan la primavera los chupamieles vivos y con plumas entre los árboles vivos y con flores!
CHUPAMIELES. (Morados.) ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! ¡Aop! ¿Por qué no despertarla entonces? ¿Por qué dejar que pierda para siempre sus graciosos movimientos? Si la pones sobre mi concha escaparé con ella al país en que reviven las doncellas que se duermen como los chupamieles…
CHUPAMIELES. (Negros.) ¡Miel chupamiel y chupa-chupamiel! ¡Miel chupamiel y chupa-chupamiel!
HUVARAVIX. ¡No despertará más, Bárbara Barbada!
TORTUGAS BARBADAS. ¡Aop… aop… aop… aop… aop… aop…!
HUVARAVIX. ¡Y para qué despertarla si se ha dormido oliendo al que creía para siempre suyo!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop… aop… aop… aop… aop…!
HUVARAVIX. ¡El humito que se levanta de los terrenos donde hay piedras preciosas veremos alzarse todas las mañanas del lugar en que ha perdido sus graciosos movimientos!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! ¡Aop! ¿Algún día despertarán las doncellas que se vuelven chupamieles?
HUVARAVIX. Algún día, sí… Algún día, no…
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! ¡Aop!… En el Árbol Cuculcán se ha dormido la Doncella Chupamiel, pero algún día tronará en sus oídos la primera tempestad de invierno…
HUVARAVIX. Algún día, no… Algún día, sí…
TORTUGA BARBADA. ¡Aop!… Aop! ¡Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, el estiércol de murciélago raspa mis pupilas!
HUVARAVIX. ¡Cuculcán se ha dormido después de frotar su cuerpo de fuego a la mazorca que trajeron del maizal y nadie viene a ver la pluma que muestra el sexo tibio entre los pinos del escudo!
TORTUGA BARBADA, ¡Aop! Aop! ¡Aop! ¡Huvaravix, el estiércol de murciélago raspa mis pupilas!
HUVARAVIX. Cuculcán se ha dormido donde la vida nace, no se palpa por fuera ni él ni su collar de cabezas de guerreros!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! ¡Aop! ¡Huvaravix, el estiércol de los murciélagos raspa mis pupilas, hiéreme de sueño Maestro de los Cantos de Vigilia, que ya siento los ojos en agua, como se nubla el cuerpo del chupamiel cuando vuela!
HUVARAVIX. ¡Cuculcán no se palpa y mi canto golpea sus alas en la cara del Señor de la Hora en que todavía es de noche, porque es el canto de lo mejor de la doncella convertido en mariposa!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! ¡Aop! ¡Huvaravix, el estiércol de murciélago raspa mis pupilas!
HUVARAVIX. ¡Cuculcán no se palpa, se ha dormido, y mi canto es golondrina de fuego que no vuela superficialmente, sino va quemando el cielo sobre los árboles vestidos de graciosos movimientos, en el lugar en que se anudan los caminos, en que se anudan los destinos, en que se anudan los ombligos!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! j Aop! ¡Huvaravix!
HUVARAVIX. ¡Las rosas se han levantado, sin las espinas en los pies de las hojas, vuelan los chupamieles sin sus picos de espina,…!
CHUPAMIELES. (Verdes.) ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel!
CHUPAMIELES. (Morados.) ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! Aop! Sin su pico de espina el chupamiel con qué probará la
CHUPAMIELES. (Amarillos.) ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel!
TORTUGA BARBADA…Y con el pico de espina, qué doloroso dulce el de esa miel…
CHUPAMIELES. (Rojos.) ¡Chupa-chupamiel! ¡Chupa-chupamiel!
TORTUGA BARBADA. ¡Sin espina no hay miel y con espina qué dolorosa es la miel!
Dos sombras color de agua asoman por detrás de la cortina negra y arrebatan a la doncella que duerme en brazos de Cuculcán. Se oye en el fondo el golpearse de las tortugas, atormentadas, retumbantes.
HUVARAVIX. ¡Se la han llevado! ¡Se la han llevado! ¡Se la han llevado y Cuculcán no se palpa! ¡Se la han llevado al Baúl de los Gigantes! ¡Se le han llevado a la ciudad donde todas las puertas están cerradas, atrancadas por dentro, para que nadie penetre a las habitaciones del templo en que se guardan el gusano y el oscuro plumón! ¡Se le han llevado, aop… aop… se la han llevado y no despertará como los chupamieles… se la han llevado… se la han llevado! ¡Por él se pintaba su carita de jícara alargada hasta el peinado puntiagudo y su corazón de semilla de cacao tenía el tueste del escudo de los guerreros, el calor redondo de los comales! ¡Por él se había ataviado las muñecas de frágil caña morada con sartales de piedras y su cuello con nueve hilos de oro y plata avellanada! ¡Y hasta muy lejos se derramaba su olor de jardín con sobacos y sexo! ¡Se la han llevado… se la han llevado… en el lecho olvidó un zarcillo de cobre reluciente y florecillas de turquesa…!
Se oye un trueno de tempestad. Los chupamieles que han permanecido inmóviles, se ponen en movimiento, vuelan enloquecidos de alegría.
Cortina amarilla, color de la mañana, magia del color amarillo de la mañana. Chinchibirín vestido de amarillo, sin máscara, de rodillas ante la cortina amarilla. Se levanta y corre hacia el Oriente, Poniente, Norte y Sur, ante los cuales hace grandes reverencias. Luego se encuclilla, no lejos del radio mágico de la cortina amarilla, saca de su pecho un paño amarillo, redondo, en forma de luna llena, lo extiende en el suelo y sobre él coloca en círculo pepitas de oro, chayes de vidrio amarillo y pedazos de copal que, después de masticarlos durante la ceremonia, quema en un pequeño brasero, De un paño negro saca entonces algo así come 200 frijolitos color coral y después de revolverlos toma un pollito con los dedos, los coloca aparte, y sigue así hasta formar más o menos nueve montoncitos. De último, en el paño amarillo redondo como la luna, ha quedado un solo frijolito coral y esto lo amedrenta y lo hace tocarse repetidas veces los ojos, el pelo, los dientes, y quedar inmóvil. Mal augurio el que sao un frijol coral haya quedado. Pronto se tiende tétricamente alargado como un cadáver, aunque poco a poco se va alejando del lugar en que ha estado así por un momento, ayudándose de las codos, la cabeza, la espalda, los pies, para no perder su posición de muerto alargado; mar al tocar la cortina amarilla, hace aspavientos de animal que se sacude el agua del pelo, y salta de un lado al otro.
CHINCHIBIRÍN
El aturdido son de los ronrones,
baile de suertes en el sol maduro.
Intocable la luz de sueño de agua.
¿Y mañana?…
El aturdido son de los ronrones.
Alivio perezoso del verano,
en siesta atardecida, y el poroso
no ver del árbol seco, el baile
de las suertes en el aire…
Son sus hojas que bailan en el aire,
el aturdido son de los ronrones
Entra Cuculcán, todo de amarillo, en zancos amarillos, se sitúa frente a la cortina amarilla,
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor!
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Mi Señor!
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Gran Señor!
CUCULCÁN. ¡El pedernal amarillo es la piedra de la mañana! ¡La Madre Ceiba amarilla es mi centro amarillo! ¡Amarillo es mi árbol, amarillo es mi camote, amarillos son mis pavos, el frijol de espalda amarilla es mi frijol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor!
CUCULCÁN. ¡El pedernal rojo es la sagrada piedra de la tarde! ¡La Madre Ceiba roja es mi centro, escondido está en el Poniente, suyos son el zapote rojo y los bejucos rojos! ¡Los pavos rojos de cresta amarilla son mis pavos! ¡El maíz rojo y tostado es mi maíz!
CHINCHIBIRÍN. ¡Mi Señor!
CUCULCÁN. ¡El pedernal negro es mi piedra de la noche! ¡El maíz negro y acaracolado es mi maíz! ¡El camote de pezón negro es mi camote! ¡Los pavos negros son mis pavos! ¡La negra noche es mi casa! ¡El frijol negro es mi frijol! ¡El haba negra es mi haba!
CHINCHIBIRÍN. ¡Gran Señor!
CUCULCÁN. ¡El calabozo blando inunda las tierras del Norte! ¡La flor amarilla es mi jícara! ¡La flor de oro es mi flor!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!
CUCULCÁN. ¡El calabazo rojo se derrama sobre las tierras del Poniente! ¡La flor roja es mi jícara! ¡El girasol rojo es mi girasol!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!
CUCULCÁN. ¡El calabazo negro riega las tierras invisibles! ¡El lirio negro es mi jícara! ¡El lirio negro es mi lirio!
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor, mi Señor, gran Señor!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, acucuác, cuác! ¡Acuác! ¡Acucuác! ¡Acucuác!
CUCULCÁN. ¡Pájaro de colores, como el engaño! Su resplandor no penetró todo el cielo, porque sólo era el esplendor de las jadeítas y las piedras preciosas de su plumaje.
CHINCHIBIRÍN. ¡Es el Engañador y va a perdernos! ¡Su voz deja en los oídos saliva venenosa de serpientes y supuración de malestares en el pecho!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Acucuác!
CHINCHIBIRÍN. ¡Hay que matarlo! Su cadáver quedará como un arcoiris blanco…
CUCULCÁN. Su voz. Habla oscuridad. De lejos es lindo su plumaje de alboroto de maíz dorado sobre el mar y la sangre. Todo estaba en las jícaras de la tiniebla revuelto, descompuesto, informe. El silencio rodeaba la vida. Era insufrible el silencio y los Creadores dejaron sus sandalias para significar que no estaban ausentes de los cielos. Sus sandalias o ecos. Pero el Guacamayo, jugando con las palabras, confundió los ecos, sandalias de los dioses. El Guacamayo con su lengua enredó a los dioses por los pies, al confundirles sus sandalias, al hacerles andar con los ecos del pie derecho en el píe izquierdo…
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cu-cu-cu-cuác! ¡Cu-cu-cuác!
CUCULCÁN. ¡Fue terrible, sangraron los pies de los dioses confundidos en sus sandalias!
CHINCHIBIRÍN. Las sandalias de Cuculcán son sus zancos…
CUCULCÁN. ¡Mis zancos son los árboles que crecen! (Los zancos de Cuculcán empiezan a crecer y él se ve más alto.)
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cu-cu-cu-cuác! ¡Cu-cu-cu-cuác!
CHINCHIBIRÍN. ¡Una piedra y mi honda!
CUCULCÁN. (Han seguido creciendo los zancos y ya casi ha desaparecido en lo alto.) ¡No, el Guacamayo es inmortal!
Cuculcán desaparece en lo alto. De los zancos brotan enormes ramas. Se vuelven árboles. Chinchibirín queda con la honda al aire, ya para lanzar el proyectil contra el Guacamayo oculto.
CHINCHIBIRÍN. (Después de recoger el paño redondo, objetos y frijolitos coral.) Un mercado es como un Gran Guacamayo, todos hablan, todos ofrecen cosas de colores, todos engañan, el que vende escobas, el que vende cañutos de humo, el que vende cal, el que vende jícaras, el que vende fruta, el que vende pescado, el que vende aves, el que vende gusanos, y entre ellos se mezclan tos salteadores, los bebedores de chicha, y los vendedores ambulantes de cañas dulces con penacho de hojas, sopladores y petates de palma suave como la voz de los abuelos. Pero aquí viene, con algún mensaje, el Blanco Aporreador de Tambores.
El Blanco Aporreador de Tambores se detiene a la sombra de los árboles en que se transformaron los zancos de Cuculcán y deja poco a poco en el suelo un bulto mediano que trae al hombro, envuelto en una sábana. Acto seguido, toca su tambor. Chinchibirín se aparta para oírle.
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mis manos blancas se pintaron de tiña en los tunales! ¡Mis tambores son como rodajas de tuna! ¡La Abuela de los Remiendos tiene lunares de espinas y por eso viene envuelta en sábanas de blancas nubes! ¡Su sabiduría es de plata y quien la consulta sabe que su voz no llegará por su oreja, sino por inspiración! (Desanuda el bulto, lo abre y aparece una viejecita liliputiense.) ¡Abuela de los Remiendos, bien venida al país de huipiles sembrados, montañosos, con dibujos de animalitos, pájaros y conejos, huipiles extendidos, con agujeros azules para las cabezas que han de salir de lo profundo! (Toca el tambor.) ¡Bien venida; Abuela de los Remiendos! (Vuelve a tocar el tambor.)
CHINCHIBIRÍN. (Se aproxima.) Una consulta, abuelita…
ABUELA DE LOS REMIENDOS. Las que quieras, hijo; pero tómame en brazos que no sé estar en el suelo.
CHINCHIBIRÍN. (La levanta y la carga como a una criatura.) Qué clase de ave es el Guacamayo?
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¿Por qué preguntas eso?
CHINCHIBIRÍN. Por curiosidad, abuelita; hay tantos por aquí que uno no los distingue.
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¿Qué cosa y cosa es el Guacamayo? Sí, son distintos, y entonces tu pregunta ya es distinta.
CHINCHIBIRÍN. No sé, abuelita…
ABUELA DE LOS REMIENDOS. Hay guacamayos de cabeza colorada, pico amarillo muy ganchudo y vestido verde; otros de plumas amarillas resplandecientes; los llama de fuego, color de sangre coagulada y plumas azules en la cola, y los de bella emplumadura morada.
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mis manos blancas se pintaron de tiña en los tunales! ¡Mis tambores son como rodajas de tuna! ¡La Abuela de los Remiendos tiene lunares de espinas y por eso viene envuelta en sábanas de blancas nubes! ¡Su sabiduría es de plata y quien la consulta sabe que su voz no llegará por su oreja, sino por inspiración! (Toca el tambor.)
CHINCHIBIRÍN. (Cambiando de brazo a la abuelita.) ¡Te cargaré con el brazo del corazón, para que me digas si los Guacamayos son inmortales!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Son inmortales!
CHINCHIBIRÍN. ¿Por qué son inmortales?
ABUELA DE LOS REMIENDOS. Porque son pájaros de encantamiento. Pero tu pregunta era otra y ha huido de la punta de tu lengua. Algo más querías saber de estos pájaros de oro redondo color de oro.
CHINCHIBIRÍN. No se te puede ocultar nada, Abuela de los Remiendos. El Guacamayo…
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác! ¡Cuác, cuác, cuác!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Sonando el tambor muy suave.) ¡Al que habla del Guacamayo, le cae el rayo!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Por la tempestad de tus tambores!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mis manos blancas se pintaron de tiña en los tunales! ¡Mis tambores son como rodajas de tuna! (Suena muy fuerte, tempestuoso, el tambor.)
GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác! (Entra y por entrar ligero se cae armando la del rayo. Se levanta furioso.) ¡Cuarác, cuác! ¡Cuarác, cuác!
CHINCHIBIRÍN. (Al cesar el estruendo del tambor y callar el Guacamayo.) Tu presencia facilita que sigamos nuestro consejo. Huvaravix, el Maestro de los Cantos de Vigilia y Ralabal, el que maneja los vientos, fueron testigos. Ahora, la Abuela de los Remiendos, nos servirá de juez.
ABUELA DE LOS REMIENDOS. Tengo seca la boca. Debe haber una caña dulce para la pobre abuela. Cuando se es viejo, las arrugas de la tos de los años, que son peor que la sed, cierran la garganta, por eso es que los viejos hacemos como que chupamos, como que mamamos…
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. Yo toco mis tambores con caña dulce, por eso mi tempestad engendra las lluvias dulces. Toma, abuela…
CHINCHIBIRÍN. ¿Ya podemos hablar?
ABUELA DE LOS REMIENDOS. Ya pueden hablar. La caña se hace agua de lluvia dulce en mi boca. Muy sabrosa, muy sabrosa. Ni tierna ni sazona…
CHINCHIBIRÍN. Cuác, dices que en el Palacio del Sol todo es mentira, dices que la vida es una ilusión de los sentidos, dices que nada existe fuera de Cuculcán que pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana!…
GUACAMAYO. ¡Acucuác, cuác, cuarác!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Sumerge en el ruido de sus tambores, la voz del Guacamayo.) ¡Escucha, primero, lo que se habla, Saliva!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Y tú, calla tus tempestades de cuero porque pueden despertar los chupamieles!
GUACAMAYO. Abuela sublime, ¿qué remedio tienes para el dolor de dientes? ¡Me duelen cuando hay eclipse y cuando veo comer caña!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡No puede haber eclipse más que en tu saliva, porque la luna se despedazó en tu boca, por eso te llamas Saliva de Espejo, y si hacen merced de creerlo, un guerrero no morirá, caerá aparentemente muerto bajo la tiniebla del sueño, y de su pecho volverá a salir el espejo amarillo del cielo, el comal redondo en que se cocían al fuego lento de las estrellas, las tortillas de los dioses: amarillas y blancas tortillas hechas de maíz amarillo y blanco, los días, y negras tortillas hechas de maíz negro, las noches. (Blanco Aporreador de Tambores, atento al discurso de la Abuela, toca el tambor, mientras ella toma aliento recapacita y sigue.) ¡La Luna, por consejo de Saliva Pluma Amarilla, Pluma Roja, Pluma Verde, Pluma Morada, Pluma Azul!…
CHINCHIBIRÍN. ¡El Arcoiris!
GUACAMAYO. ¡Yo pedí remedio contra el dolor de dientes, y ve con lo que sales, Abuela meñique!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Aboga con el tambor la voz del Guacamayo.) ¡Maña la tuya de no dejar hablar a los otros!
GUACAMAYO. ¡Acucuác, cuarác!
CHINCHIBIRÍN. ¡Van a despertar los chupamieles!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Sí, van a despertar los chupamieles con esa tempestad en verano!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. Y no resisto. Cuando lo oigo hablar me quema los oídos y entonces echo a sonar la tempestad en mis tambores, para que venga el agua. Todas las orejas tostadas de las hojas han escuchado su voz de fuego. Abuela de los Remiendos, dejaré la tentación del tambor para cargarte. (La toma de brazos de Cbincbibirín.)
CHINCHIBIRÍN. Habla, Abuela. Nos interesa el final de lo que decías.
ABUELA DE LOS REMIENDOS. Saliva aconsejó a la Luna que se mostrara ante los dioses inconforme por su suerte. La de ella y la de todos los comales. ¡No es justo, dicen los comales, que mientras las mujeres aplauden con el maíz en las manos, al hacer las tortillas, nosotros nos quememos! La Luna enrojeció y se hizo pedazos, pero sus fragmentos cayeron en el sueño del guerrero frijol negro coa resplandor nocturno y de su pecho resurgirá.
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Un guerrero no morirá y de su pecho resurgirá la Luna, Comadre de los Comales! La comadre Luna. Del pecho del guerrero frijol negro con resplandor nocturno.
GUACAMAYO. (Burlón.) Acucuác, la abuelita debía contar otra adivinanza…! ¿Qué cosa y cosa una jícara azul, sembrada de maíces tostados?
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡El cielo sembrado de estrellas!
GUACAMAYO. (Muy contento de la contestación de la Abuela que le permite seguir la burla.) ¿Qué cosa y cosa van guiando las plumas coloradas y van tras ellas los cuervos?
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡La chamusquina de las cabañas!
GUACAMAYO. (En abierta burla.) ¡Curác-cuác, cutrác!… ¿qué cosa y cosa una vieja que tiene los cabellos de heno y está cerca de la puerta de casa?
CHINCHIBIRÍN. ¡La troje y te callas de una vez!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Toma a la Abuela, Chinchibirín, porque si Saliva sigue burlándose de su sabiduría, le voy a dar con el tambor en el pico!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡No haya guerra! Estoy cansada, debemos volver a casa, Blanco Aporreador de Tambores, sin provocar la tempestad del trueno que adelantaría la primavera. Esta vez, la Luna brillará en el cielo cuando despierten los chupamieles.
GUACAMAYO. (Riéndose.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác, cuác!… ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!
ABUELA DE LOS REMIENDOS. (Al ademán de Blanco Aporreador de pasarla a brazos de Chinchibirín, se agarra del cuello de aquél.) ¡No, no, no, ya debo irme, ya debemos irnos, sin más escándalo!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. Entonces, te voy a envolver, Abuela… (La coloca sobre las sábanas en que la traía y vuelve a hacer bulto con ella.) Y tú debías agradecer que la Abuela no quiere que se haga escándalo, si no te curaba el dolor de dientes, dejándote sin dientes.
CHINCHIBIRÍN. ¡Aparta, Blanco Aporreador de Tambores, que yo soy el que va a acabar con él; pero antes quiero probarle que no es cierto todo lo que me ha dicho! (Refiriéndose a la Abuela.) ¡Y qué bien que se deja, es apenas creíble que tan gran sabiduría viaje en un tanatillo de nubes!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Al terminar de hacer el bulto con varios nudos.) ¡Este nudo es el del Norte, el de la mano blanca de dedos con tortilla de maíz blanco! ¡Este nudo es el del Sur, el de la mano amarilla de dedos con calabaza amarilla! ¡Este nudo es el del Oriente, el de la mano roja de las suertes en los frijolillos rojos! ¡Este nudo es el de Poniente, el de la negra mano de la noche! ¡Cuatro son los nudos del cielo, en la nube de la Abuela de los Remiendos!
CHINCHIBIRÍN. ¿Y no pesa?
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Nada! ¡Menos que un colibrí!, Puedes pulsarla, es una pluma!
CHINCHIRIBÍN. (Tomándola de manos de Blanco Aporreador.) ¡Es un juego y se podría ir con ella por los caminos, lanzándola hacia arriba y recibiéndola! (Al decir esto, lanza el’ bulto hacia lo alto. En vano trata Blanco Aporreador de interponerse, de impedirlo, ya está hecho y en lugar de caer el bulto, sigue hacia arriba y se detiene como una nube, a los ojos de todos.)
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¿Qué has hecho, Chinchibirín?…
CHINCHIBIRÍN. ¡No sabía qué era una nube!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mejor no te la hubiera dado! (No sabe qué hacer, a todo esto la nube va caminando, es el bulto en que va la Abuela de los Remiendos.)
GUACAMAYO. (Con fiestas, alegrándose de lo que les ha pasado.) ¡Chin-chin-chin-chibirín! ¡Chin-chin-chi-chibirín! ¡Chin-chin-chinchibirín! ¿Chinchibirín-chin-chin! ¡Chinchibirín-chin-chin!
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mi tambor! ¡Mi tambor! (Ha empezado a soplar fuerte viento.)
CHINCHIBIRÍN. ¡La Abuela dijo que no pelearan! (Trata de detener a Blanco Aporreador que ha tomado el tambor.) ¡No es hora de pelear… debemos ver cómo salvamos a… deja… deja el tambor… estos pájaros son así, muy vestidos de piedras preciosas, muy bonitos por fuera, pero de un corazón negro!…
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Suelta… suéltame las manos… déjame el tambor… voy a que truene la tempestad del eco para que llueva y rescatemos a la Abuela, y entonces devolveremos su risa a este Saliva de mal corazón, en las mazorcas!
Cortina roja, color de la tarde, magia del color rojo de la tarde. Cuculcán se desviste del amarillo de la mañana con movimientos sacerdotales. Un escuadrón de guerreros pasa. Pitahaya las caras, pitahaya las manos, pitahaya los pies. Todos van empenachados con plumas purpurinas. En las orejas, a manera de aretes, pájaros de plumas rojas o flores de fuego. Trajes, escudos, arcos, calzar, flechas en matices que van del pálido barro quemado hasta el rabioso rojo de la sangre. Entran y salen en formación interminable. Vestido Cuculcán de rojo, se coloca frente a la cortina roja de la tarde y a partir de ese momento, empieza a anunciarse la batalla con gritos estridentes. Los guerreros rojos, por sus genuflexiones, más parecen tratantes que guerreros. Es un baile de ofertas y de réplicas. Pero de las genuflexiones pasan al ataque. Resuenan tambores y caracolas.
CORO. (Lento.) ¿De qué subterráneo se arrancan las chispas de la destrucción? ¡El humo, la ahogazón, salta del pecho de la tierra herida! ¡No te bastó olerme por encima y enterrar tu flecha en mi corazón! ¿A qué huele mi corazón? ¡Dilo, por el turpial que lo calla, di a qué huele mi corazón! ¡Mañana será tarde! ¡Mi oído estará seco! ¡Di a qué huele mi corazón, antes que el suelo se haga mi horizonte! ¡Mi corazón perforado por la flecha quedará como la piedra agujereada del juego de pelota! ¡En tu flecha tu olor que me duele!
CHINCHIBIRÍN. (Se detiene en medio de la batalla, en que él y Cuculcán toman parte activa entre los combatientes, todos al ataque de la cortina roja con sus flechas.) ¡Guerreros, aquí encenderemos, después del triunfo, la colmena de las avispas de oro, sudorosas de sol las alas y ventrudas de miel amarga! ¡Las avispas que robaron los ojos a las flores, pancitas llenas de ojos de flores que ciegas quedaron! ¡Ciegas! ¡Por eso es la guerra, matanza por las flores que quedaron ciegas! ¡Las avispas de oro les robaron los ojos para los panales de luz! ¡Ciento y miles de gallinas van a ser desvestidas de sus plumas! ¿Dónde están los enemigos? ¡Sobre ellos iremos a descansar!…
CORO. (Lento.) ¡Fiesta del reposo sobre los enemigos! ¡Seis días y veinte días atrás éramos amigos, sabíamos su olor sin negarles el nuestro; el aire nos traía sus cabellos, como hierbas fragantes, y espumitas de su saliva pisaban nuestras plantas, y su tabaco pintaba de amarillo nuestros dientes!
Sigue la lluvia de flechas rojas sobre la cortina roja. Tambores, conchas de tortugas, tunes, caracolas, piedras entrechocadas aumentan el ruido desgarrador de la batalla de la tarde.
CORO. (Lento.) ¡Fiesta del reposo sobre los enemigos! ¡Seis días y veinte días fuimos amigos, hoy descansaremos sobre ellos o ellos sobre nosotros, como enemigos, descansarán! ¡No hay paz si no se reposa sobre los escudos, las cabezas y los cuerpos sin cabeza del enemigo! ¡Nosotros, oíd guerreros, oíd guerreros combatientes, hemos vivido en paz, porque cien veces en cien anos de cuatrocientos días, nuestros padres descansaron, después del combate, sobre los escudos, las cabezas y los cuerpos sin cabeza del enemigo!
Una lluvia de flechas cae sobre la cortina roja. Disparan casi al mismo tiempo todos los guerreros. Cuculcán, unido a los combatientes, dispara. Bailan al compás de un estrépito ensordecedor de tambores, caracolas, tunes, piedras golpeadas. La lluvia de flechas rojas enciende, cerca de la cortina de la tarde, el fuego de la guerra. Llamea. Los guerreros siguen a Cuculcán, se acercan y se alejan del fuego. Más flechas, piedras de honda de pita y alaridos de gusto, de rabia, de guerra, de fiesta.
CHINCHIBIRÍN. (Hace alto y grita sofocado.) ¡Guerreros, la raíz de la.guerra en las lenguas de lo que cada uno defiende! ¡La raíz de la guerra en el aliento del hombre combatiente! ¡Es hermoso defender con la palabra lo que se paladea con el pedernal filudo de la mirada, en el ojo del combatiente enemigo o en su pecho de piedra contraria! ¡Con la mirada me sacó la sangre más que con su cuchillo de pedernal! ¡Mi sangre era mi vuelo… (cayendo y levantándose)…ah, cómo pesa el cuerpo del guerrero herido… no, no me dejes libre, átame de pies y manos a la muerte para que no vuelva al fuego que me llama!
Sigue la danza guerrera. Muchos heridos y muertos. Los combatientes saltan sobre los cuerpos de sus compañeros. Al apagarse el campo de batalla con la última luz de la tarde, Cuculcán dispara su última flecha y sale. Chinchibirín está entre los caídos.
CHINCHIBIRÍN. (La voz que no alcanza aliento.) ¡Mi sangre era mi vuelo… era el ave que dentro de mí volaba para mantenerse en alto… ah… cómo pesa el cuerpo del guerrero herido… del guerrero que… del guerrero que… que… que ya va perdiendo por dentro el vuelo de su sangre!… ¡No… no me dejes libre, átame de pies y manos a la muerte, para que no vuele al fuego que me llama!
GUACAMAYO. (Entra silencioso, funeral. Algunas plumas alborotadas sobre sus ojos le dan apariencia pensativa, pues parece que junta las cejas para ver mejor el triste resultado de la batalla, Pasa entre los guerreros codos, como reconociéndolos y llega por fin a Chinchibirín quo yace Se inclina como para olerle el aliento y aletea gozoso, significando que aún vive,) ¡Uác, uác! ¡Uác, uác! (Da vueltas aleteando alrededor de Chinchibirín.) ¡…birín, cuác, Chinchibirín, cuác, Rinchinchibirín, cuác, cuác!… ¡Chin! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín!… ¡Chin! ¡Chin! ¡Chin! Chinchibirín! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! Chin! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! (Así diciendo, va, paso adelante, paso atrás, alrededor del cuerpo de Chinchibirín; pero de pronto se detiene y va hacia el fuego que arde cerca de la cortina de la tarde.) ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! (Al llegar al fuego, se pone de espaldas y lo oculta con las alas abiertas.)
CHINCHIBIRÍN. (Se incorpora poto a poco. Casi no puede levantar la cabeza.) ¡Sobre nosotros descansarán ahora nuestros enemigos! ¡Tendrán paz y la servidumbre de los nuestros, y nuestras mujeres, y nuestras joyas, y nuestras plumas, y nuestras cosechas! (En la penumbra crepuscular confunde al Guacamayo con el Arcoiris.) ¡Ah, ya asoma el arcoiris, cubre el fuego de la guerra con sus alas, el fuego de la guerra que no tiene ceniza! ¡Se levanta sin la flecha que nos dio la muerte!’ ¡Ya lo veo y veo pasar bajo su puerta de colores, las sombras de los que perdieron la vida combatiendo! ¿Qué será de nuestros enemigos en su pensamiento? ¿Qué será de nuestros enemigos en su corazón, ahora que tienen paz y reposo sobre nuestros escudos, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros cuerpos sin cabeza? ¡A la espalda de ellos ha salido el arcoiris! (El Guacamayo mueve las alas.) Y no sólo veo sus colores, sino entiendo sus señales, bejuco de agua de colibrí, habla de cielo en nube acabada de partir… (El Guacamayo se vuelve.)
GUACAMAYO. (Volviéndose a Chinchibirín, sacude las alas.) ¡Cuác! ¡Cuác! ¡Cuác!
CHINCHIBIRÍN. (Trata de incorporarse, como el que se defiende en agonía, y apenas si logra articular.) ¿A qué vienes? Di, ¿a qué vienes? ¡Tú, el Arcoiris del Engaño… qué dura es la derrota!
GUACAMAYO. (Se aproxima a Chinchibirín que ha vuelto a botar la cabeza sobre la tierra del combate.) ¡Vengo para una sola y última flecha! (Se echa junto a Chinchibirín que no responde, lo acaricia ton la pata.) ¡Una sola y última flecha, acucuác!
CHINCHIBIRÍN. (Reacciona. El Guacamayo se para y se retira asustado.) ¡El arco… mi flecha… mi flecha… mi… mi… GUACAMAYO. ¡Tu última flecha es Yaí!
CHINCHIBIRÍN (Habla con dificultad. Parece haberse agotado más con la reacción violenta.) ¡Yaí, Flor Amarilla… co… mo… mis ojos con… mi… go… co… mo… mis o… í… dos… conmigo… co… mo… mis pies con… migo… co… mo… mis ma… como mis manos conmigo… ¡Yaí, Flor Amarilla!… (Gritando.) ¡Yaí, Flor Amarilla… (Se vuelve a incorporar.) Mi madre era ciega, pero ella la veía pasar por mi júbilo y yo la veía pasar por los ojos de ella que no la veía… ¡Yaí, Flor Amarilla!… ¡Flor-flecha amarilla para matar al Guacamayo, ahora que estoy empapado de crepúsculo!
Prolongado silencio. Se oye la respiración del Guacamayo. Sus picotazos al aire, como si atacara a alguien. Pura monomanía de pájaro viejo. Entra Yaí, joven, radiante. Viste de amarillo muy claro. Sortea al pasar los cuerpos de los caídos en el combate de la tarde. Se detiene junto al fuego que arde cerca de la cortina roja, y dice al fuego.
YAÍ. Los que oyen la tierra hecha en sus oídos tierra. Los que ven la tierra hecha en sus ojos tierra. Los que huelen la tierra hecha en sus narices tierra. Los que prueban la tierra hecha en sus labios y sus lenguas tierra…
CHINCHIBIRÍN. (Voz lejana, apagada, surgida de entre los muertos en el combate.) ¡Yaí, Flor Amarilla…!
YAÍ. (Sorprendida de oírse nombrar, sin saber por quién.) Después del combate quedan vagando en el campo de batalla las últimas palabras de los combatientes. Después del combate, después de la vida, después de la llama, cuando la brasa deja ir maripositas de blanca ceniza…
CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla!
YAÍ. (Inquieta, pierde su aparente aplomo.) ¡Alguno de los combatientes murió con mi nombre en los labios!… Cuculcán… ¿Sería Cuculcán, al que estoy ofrecida desde niña? (Busca entre los guerreros caídos, para ver si le encuentra.) ¡Cuculcán! ¡Cuculcán, Poderoso del Cielo y de la Tierra, el del Palacio de los Tres Colores, como el Palacio del Sol… el que sale por la mañana vestido de amarillo, el que por la tarde viste de rojo, el que por la noche, aún vestido, tiene la desnudez de la tiniebla…!
CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla!
YAÍ. (Toma de un ala al Guacamayo que parece dormitar.) ¡Tú has sido! ¿Para qué m quieres? ¿Para qué me llamas?
GUACAMAYO. (Defendiéndose.) ¡Cuác! ¡Cuác! Cuác!
YAÍ. ¡Me quieres hacer creer que me llaman los muertos, embustero!
GUACAMAYO. (Encorajinado.) ¡No he movido el pico!
YAÍ. Gran Saliva de Espejo cuando quiere habla sin mover el pico…
GUACAMAYO. ¡Cuác! ¡Cuác! ¡Cuác!
YAÍ. Digo que Gran Saliva de Espejo cuando quiere habla sin mover el pico. Ahora mismo me llamabas con una voz que te sale de las plumas del vientre. Sin duda querías apartarme del fuego de la guerra, el fuego que no tiene ceniza, y que pronto será el nance de la tarde, aquel fuego que tú picoteaste en vano.
CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla!
YAÍ. ¡Habla como debe ser, para eso tienes pico! ¡Me da miedo, me escalofría oírte hablar con las plumas!
GUACAMAYO. ¡Acacuác, esa voz es tan conocida, antes te salía a llamar en los caminos del sueño!
YAÍ. ¡Ahora me ha salido a llamar…! (Las manos en la cara, sobre los ojos, lo que le impide ver de dónde parte esta vez tu nombre.)
CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí!…
YAÍ. ¡Ha dicho mi nombre un muerto! ¿Has oído mi nombre, mi nombre, Yaí, dicho por un muerto, Relámpago de Chayes de Colores?
GUACAMAYO. El nombre de la que hablaba con el fuego…
YAÍ. ¡Yo hablaba con el fuego!
GUACAMAYO. ¡Le dabas tu último mensaje, acucuác: Flor Amarilla compartirá esta noche el lecho del Poderoso Cuculcán!
YAÍ. (Inclinándose para asentir con lo dicho por el Guacamayo.) De la frente al caer de mi suerte…
GUACAMAYO. ¡Cuác de mi acucuác!
YAÍ. En el lugar de la Abundancia me ofrecieron Mis padres en forma de una flor a Cuculcán y por eso no hubo cosecha mala en sus tierras ni mal de ojo en la casa, Cinco veces se abrió el vientre de mi madre y yo fui la elegida. Conmigo se cerró el vientre de mi madre para siempre.
GUACAMAYO. (Paternal.) Yaí, cuác de mi acucuác, al abrirse la última vez el vientre de. tu madre, fue una concha de dos labios que dejó escapar una palabra con destino de molusco.
YAÍ. No entiendo lo que dices, pero me da miedo; mientras hablaba con el fuego, me llamó un muerto y no era Cuculcán.
GUACAMAYO. ¡No era Cuculcán, cuác de mi acucuác; el Poderoso del Cielo y de la Tierra, te espera esta noche!…
YAÍ. ¿Será mi esposo?
GUACAMAYO. ¡Sólo esta noche, Flor Amarilla de Cuculcán hasta la aurora!
YAÍ. (Tirando de una de las alas al Guacamayo.) ¡De mi frente al caer de mi suerte, qué has dicho!
GUACAMAYO. Yaí, Flor Amarilla de Cuculcán hasta la Aurora!
YAÍ. ¡De mi frente al caer de mi suerte, por qué hasta la aurora!
GUACAMAYO. ¡Porque el amor sólo dura una noche! YAÍ. ¿Y mañana?
GUACAMAYO. ¡Ay, cuác de mi acucuác, para la doncella que pasa la noche con el Sol, no amanece el Sol! ¡Te arrancarán del lecho del Poderoso Señor del Cielo y de la Tierra, antes del rosicler del alba!
YAÍ. De mi frente al caer de mi suerte, seré la estrella de la mañana, eso quieres decir.
GUACAMAYO. ¡Ay, cuác de mi acucuác, cómo defiendes tu ilusión! Las manos de los ríos te arrancarán de su lecho, para precipitarte en el Baúl de los Gigantes.
YAÍ. Pues iré río abajo, piragua cargada con maíz de agrado. Maíz de agrado es el lenguaje de mi Señor. Pasaré los ríos, pasaré los lagos y al mar llegaré dulce. ¡Ya ves cómo defiendo mi ilusión!
GUACAMAYO. Si de verdad la quieres defender, oye las plumas amarillas de mi lenguaje, en un relámpago te dirán lo que tienes que hacer, para que su lecho no lo ocupen, hoy tú y mañana otra…
YAÍ. ¿Otra?
GUACAMAYO. ¡Otra!
YAÍ. ¿Otra?
GUACAMAYO. ¿De qué te extrañas? El amor de Cuculcán es como todo en su palacio, pasajero.
Yaí y el Guacamayo se apartan hablando en voz baja. Ella muy pensativa y él con suaves ademanes de confidente. Chinchibirín como si quisiera desatarse de lo que está soñando (está soñando a Yaí y al Guacamayo), forcejea por despertar y habla, sin que aquellos se den cuenta.
CHINCHIBIRÍN. ¡El Arcoiris del Engaño para Yaí, la última flecha, y yo el arquero! De mi frente a donde caen las hojas, ella será la última flecha, si pone asunto a sus palabras. ¡Flor Amarilla, no le oigas, no sigas su consejo, yo te conocí cuando no eras mujer en el Lugar de la Abundancia, cuando eras agua y contigo mitigué mi sed, cuando eras sombra de pinol y yo el dormido, cuando eras barro de comal para calentar tortillas titilantes! Las tortillas eran estrellas y en la casa y en los caminos nos acompañaban… (Calla y vuelve a quedar inmóvil.)
GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác, acucuác, cuác!
YAÍ. (Sonriente y juguetona sigue al Guacamayo que Se retira colérico.) ¿Qué pierdo con oír a este pajarraco? ¡Gran Saliva, no me dejes sembrada, sin esperanza, en la congoja de la tierra negra! Titubeo sin tu consejo, malo es tu corazón, porque a todo me resigno, menos a la otra…
GUACAMAYO. Si sólo fueras tú, pero esa otra. (Se alojan. Ella, poco a poco, va perdiendo su aire burlón y parece preocupada de lo que le dice el Guacamayo.)
CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla, no le des oídos al engaño, quiere acabar con el Palacio de los Tres Colores que dice que es sólo una ilusión de los sentidos, porque nada existe, fuera de Cuculcán que pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde!…
GUACAMAYO. (Volviéndose a Chinchibirín que sólo él alcanza a oír.) ¡Cuác! ¡Cuác! ¡Cuác!
YAÍ. ¿Hablas con los muertos?
GUACAMAYO. ¡Sí, porque estoy hablando contigo!
YAÍ. Horroroso!
El Guacamayo y Yaí siguen hablando. No se oye lo que hablan, pero por sus actitudes y movimientos se adivina que él trata de convencerla.
CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla, no te pongas en el Arcoiris de su voz como una flecha! ¡El mismo me lo dijo: tú, el arquero; Yaí, la flecha, y yo el Arcoiris! ¡No te dejes guiar por el plumaje rico y perfecto color de su lenguaje! ¡El embuste vestido de piedras preciosas, embuste se queda! ¡Siento que se hacen agua mis espejos en sus casas de ramos de pino!
YAÍ. (Al Guacamayo.) ¡Bueno, pero sin promesa de hacer lo que aconsejes!
GUACAMAYO. ¡Como quieras!
YAÍ. Hacerlo o no hacerlo queda de mi frente a la caída de mi suerte…
GUACAMAYO. ¡Por las diez piedras de tus manos, acucuác, mi preferida, la preferida de Gran Saliva! En mi pluma de espejo, las liendres son cositas de plata. Te fastidio con tanto hablar, pero no puedo estarme callado, es mi naturaleza cómo la de la mujer, palabra envuelta en palabras.
YAÍ. ¡Me desesperas! ¡Me comes en la cabeza, no por fuera, por dentro, como come la memoria! ¡No puedo olvidar nada de lo que has dicho, porque, como la memoria come, me pica la cabeza por dentro! ¡Los piojos una se los arranca, se los bota, se los rasca, se los masca; pero la memoria… piojería que negrea hasta el corazón repite que repite -malvado- otra, otra, otra!
GUACAMAYO. (Retira una de sus patas; Yaí trata de pisoteársela.) ¡Cuác, cuác, cuarác, cuác! ¡Cuác, cuác, cuarác, cuác!
YAÍ. ¡Cuarác, cuác te voy a hacer! Y no sólo por esa otra, que no es una sino todas, porque después de mí todas serán atrás sino por el embeleco de que Cuculcán, mi prometido, es apenas una imagen en el espejo de la noche y será una sombra inexistente en el momento del amor. (Se le oye sollozar.)
GUACAMAYO. (Después de un fingido y profundo suspiro.) ¡Saber que aquello que hueles y hueles, para cosértelo en el alma con la aguja de dos ojos y el hilo del aliento grueso como pábilo, no pasa de ser una imagen copiada en un espejote negro!
YAÍ. ¡Calla, masticador de alacranes!
GUACAMAYO. ¡Saber que vas a sacrificarte por lo que no es y estará, creado por tus sentidos, una noche en tus brazos, esta noche y no más que esta noche, acucuác, porque mañana en pintando el alba, la realidad lo arrebatará todo!
YAÍ. ¿De qué cuero están hechos los hilos de ni lengua de chayes?
GUACAMAYO. ¡De cuero de lagarto curtido en los altos cepos de la tempestad y el llanto, de lagartos de lomo de diamantes! Y saber que está en tus manas, Yaí, cambiar el amor fingido…
YAÍ. ¡El amor es eterno!
GUACAMAYO. ¡Es eterno, pero no en el Palacio del Sol, en el Palacio de los Sentidos, donde, como todas las cosas, pasa, cambia!
YAÍ. ¡No tienes dientes, pero me has abierto las orejas con tu pico de pedernal, y no para poner piedras preciosas, sino palabras que ya no son palabras si es ilusorio el amor!…
GUACAMAYO. ¡Ay, mi acucuác, amarás esta noche lo que no es más que un engaño, producto de un juego de espejos, un juego de palabras, humores íntimos que se derramarán en realidad, en verdad, pero en un plano inferior al de la imagen adorada!
YAÍ. ¡Me tienes en el buche de colores! ¡Me has encerrado en un cántaro agujereado en forma de corazón, la luz entra por estrellas y no se oye el latido, pero se ve titilar distante… hay que juntar la imagen de la persona amada, el latido distante, con su cuerpo!
GUACAMAYO. Y para eso tienes que escapar a la muerte que te espera en el lecho del Poderoso Cuculcán.
YAÍ. Tú dirás cómo…
GUACAMAYO. En tus manos está…
YAÍ. (Viéndose las manos.) ¿En mis manos?…
GUACAMAYO. En tus manos…
YAÍ. ¿Tendré que estrangularlo? (Casi hace el ademán con las manos de apretar la garganta de Cuculcán.) ¿Tendré que luchar con una serpiente negra?
GUACAMAYO. Vas a luchar contra una imagen…
YAÍ. ¿Y cómo podrán mis manos luchar contra una imagen que está en un espejo?…
GUACAMAYO. ¡Ábrelas! (Yaí abre las manos.) Pónlas bajo mi aliento, bajo mi saliva, bajo mi palabra…
YAÍ. (Apenas expuestas las palmas de sus manos bajo,el pico de Guacamayo, las retira.) ¡Me has quemado con tu aliento, pájaro de fuego! ¡La misma quemadura que produce el chichicaste! (Con las manos cerradas, temblando de frío.) ¡Ay, qué me has hecho… es un ardor horrible… ni (a punto de soltar el llanto) so… so… soplan (abre las manos para soplárselas)… ¡Uuy, uyuy, uyuy… (grita)… ¡Son dos espejos!… (Se las sacude: le ha pasado el ardor de la quemada, pero quiere botarse los espejos que le han quedado en las palmas, como guantes.) ¡Son dos espejos! ¡Me veo en éste y me veo en éste (cambiándose las manos ante la cara), y en éste de aquí, y y en éste de aquí… y en este otro… y me veo aquí y aquí… y aquí también… (Corre de un lado a otro, ríe con las mandíbulas casi trabadas, y se sacude, víctima de un ataque nervioso, sin dejar de verse las manos, una y otra, riéndose, riéndose, riéndose…)
Cortina negra, color de la noche, magia de color negro de la noche: Al píe de la cortina negra, el techo de Cuculcán vacío, tendido sobre pieles de pumas y jaguares que parecen dormir amenazantes,
TORTUGA BARBADA, ¡Savia que pulsas en Io hondo la reja de raíces en que vela el amor! ¡Lentitud de ave que pasea en hermoso vuelo! ¡No me déis la sabiduría, sino el hechizo! ¡No las alas, sino lo que resulta de su movimiento!
TORTUGAS. ¡No me deis el amor, sino el hechizo! ¡No la savia, sino lo que resulta de su movimiento!
TORTUGA CON FLECOS. ¡Detrás de sus heridas vela el amor y los dioses velan detrás de la reja de las estrellas! ¡No me deis la sabiduría, sino el hechizo! ¡No la sangre, sino lo que resulta de su movimiento!
TORTUGAS. ¡No me deis el amor sino el hechizo! ¡No la sangre, sino lo que resulta de su movimiento!
TORTUGA BARBADA: ¡Detrás de las rejas de sus pestañas vela el amor! ¡Humo de cola de estrellas! ¡Langosta con saeta que ilumina el cielo! ¡No me deis la sabiduría sino el hechizo! ¡No el sueño, sino lo que resulta de su movimiento!
Se oye la risa de Yaí, f estiva, incontenible, y la voz de Guacamayo que no puede ocultar su enojo. Las tortugas desaparecen, se escabullen antes que aquéllos entren. Yaí aparece vestida de tiniebla detrás de Guacamayo que trae el plumaje destilando agua.
YAÍ. ¡Já, já, já, já!… ¡Já, já, já, já!…
GUACAMAYO. (Medio renco y sacudiendo las alas,) ¡Cuarác, cuác, cuarác cuác cuác, cuarác cuác cuác!
YAÍ. ¡Já, já, já, já! ¡Já, já, já, já!… ¡Já, já, já, já!
GUACAMAYO. ¡Has hecho mal en echarme agua!
YAÍ, ¡Vi un fogarón de plumas rojas. já, já, já, já… una bola de fuego que me perseguía… já, já, já, já!…
GUACAMAYO, A veces parece que me quemo, pero nunununnunca me quemo. Ya hasta tartajo estoy…
YAÍ. Yo qué sabía. Pasó por mi cabeza la idea de que al apagar el principal incendio apagaba los espejos de mis manos y… (hace el ademán de cuando le lanzó el agua), já, já, já, já.
GUACAMAYO. Creí recibir en la cara las palmas de tus manos fragmentadas en pequeñas luces…
YAÍ. ¡Já, já, já, já!…
GUACAMAYO. Pero al oír rasgaduras de chayes en el aire, algo que no podía ser reflejo…
YAÍ. Era el agua, já, já, já.
GUACAMAYO. Ya estaba bañado…
YAÍ. Perdona, pero no vi más que lo que vi: un incendio, llamas, llamas… llamas amarillas, llamas rojas… otras azules y en medio tú, como en la humazón de un respiradero volcánico…
GUACAMAYO. (Después de una pausa, con la voz triste.). Si me da moquillo, ¿quién me sanará?
YAÍ. ¡Já, já, já… yo, desde que te salga el primer gusano de la nariz!
GUACAMAYO. Acucuác quiere adornar su vestido con alas de mariposas. Adornar es adorar. Las narices de los Guacamayos con moquillo dan gusanos que pasado un tiempo se convierten en mariposas.
YAÍ. Y la ceguera relampagueante de las luciérnagas, también nace de los mocos de los Guacamayos.
GUACAMAYO. También. Pero los espejos de tus manos no son engrudo, de luciérnaga, sino aliento de fuego y servirán para salvar tu ilusión, tu mundo, tu pradera, tu sudor de planta nerviosa.
Yaí se contempla las manos largamente. El Guacamayo sigue destilando agua. Por detrás asoman las tortugas.
TORTUGA BARBADA. ¡Espinas y temores acompañan a los que se dejan arrancar de su destino! ¡Embarrados de tuétano de huesos, dormilones, dispersos, sus oídos se mojan de llanto al oír el chi, chi, chí de esos pequeños borrachos de inmensidad negra, llamados pájaros del guiso de los ojos que se pasó de sal!
YAÍ. ¿Dónde, pero dónde pondré mis manos que me arden como quemadas de chichicaste? ¡Me veo en ésta y me veo en ésta, aquí me veo, y aquí, y aquí en esta otra, y aquí también me veo! Y sólo cuando me veo en ellas siento alivio.
TORTUGA CON FLECOS. ¡Agüeros y piedras tiradas con honda acompañan a los que se dejan arrancar de su destino! ¡Yo, padre, yo, madre, dejé que me arrancaran a mi hijo! ¡Dejé que me arrancaran de mi tierra! ¡El cocodrilo, vegetal del agua, se agarró del lodo para que no lo despegaran de su casa de esmeraldas! ¡Y no cerró los ojos para recibir el golpe de la sombra!
YAÍ: ¡Haré tortillas de maíz negro con mis manos de espejo que son llanto de mi llamo, pata alimentar a los que como yo se prestan al juego del engaño en los espejos!
TORTUGAS., ¡Yo, padre, yo, madre, dejé que me arrancaran a mi hijo! ¡Dejé que me arrancaran de mi tierra! ¡De mi sangre fui separado! ¡De mi raíz fui separado porque presté oídos al engaño! ¡Me emborraché para contar los pies del cientopié de oro y acabé sin poder contar mis lágrimas!
TORTUGA BARBADA. ¡Mi oído se riega como el calor en la arena, el gozo de la espuma con orejas de caracoles espumantes, y donde lo pongo está su seno de negra punta cortada, y donde está su seno está tu pecho moreno naranja y donde está tu pecho está tu corazón, y donde está tu corazón, la casa de mi hijo! ¡Y así te habló mi hijo: yo soy tu gorgojo, por mí se doblará tu cintura de árbol y tus senos colgarán como frutos de leche, por mi reirás dormida, llorarás despierta, se te irán los pensamientos a las nubes, y tu vida será liviana, rodadita necesidad de estar conmigo siempre será ni vida!
GUACAMAYO, Desesperas con ese juego de manos, ponlas bajo la neblina caliente de tu aliento.
YAÍ. Sólo se me alivian cuando me veo en ellas…
GUACAMAYO, Son como tu ausencia…
YAÍ. ¡Es la única verdad que has dicho, loro despenicado!
GUACAMAYO. Son como tu ausencia…
YAÍ. ¡Es la única verdad que has dicho, loro despenicado!
GUACAMAYO. ¡No me digas loro!
YAÍ. ¡Te he querido comparar al pino que se riega en las fiestas, verde y despenicado!
GUACAMAYO. ¡Fiesta estamos volviendo el tiempo y una noche no dura más que una, noche!
YAÍ. Mis manos son como mi ausencia. Por ellas me voy de mí, escapo de mi, de lo que son, de lo que pienso, de lo que siento, de lo que hago, para multiplicarme en vanas otras yo misma, que son igual a mí y que no son sino una imagen de mí misma que no soy yo… ¡Muchas otras! ¡Tantas otras! (viéndose en los espejos de sus manos.) ¡Esta de cara sonriente! ¡Esta de cara muy seria! ¡Esta que va a romper a llorar! ¡Esta que parece pensativa y ésta que asoma indiferente como si nada le importara!
GUACAMAYO. ¡Haz caso porque te vas a volver local ¡Pon esos espejos que te servirán de mucho bajo la neblina de amanecer que hay en tus pulmones!
RALABAL. (Invisible.) ¡Yo, Ralabal, manejador de vientos, me boto hacia la costa sin mover las nubes que amanecen amontonadas sobre los lagos! Yo, Ralabal, yo, yooo… yoooo… la tierra se volvería loca si no pudiera cubrir los espejos de sus manos con los plumones de su aliento!
YAÍ. ¿Qué soy sino la mueca de la que ríe, de la que llora, de la que piensa? ¡Ya no seré más que mis muecas! ¡Muecas en el espejo de mis manos! ¡Muecas de una mujer que fue dichosa antes de aprender las muecas de engañarse y engañar! ¡Tu hilera de colores perforó mis orejas para engusanarme por dentro igual que el moco de donde salen mariposas!
GUACAMAYO. ¡Una noche no dura más que una noche, debes cubrir los espejos de tus manos con la piel de tu aliento y saber, antes que pase más tiempo, lo que tienes que hacer para salvarte; pero si no oyes explicación, si estás en esa locura…
YAÍ. ¡Háblame en jerigonza de ausencia, ya sólo soy un espejismo!
HUVARAVIX. (Invisible.) ¡Yo, Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, aligero mi paso para no mover las nubes de póm que amanecen amontonadas sobre las lágrimas en la casa de la piedra! ¡Las tribus se volverían locas si no pudieran cubrir los espejos de su llanto en lagos con el humo del brasero de póm!
YAÍ. ¡Háblame en jerigonza de Saliva, el llanto de las tribus espejea en mis manos!
GUACAMAYO. ¡Tierra de espejos, sopla tus lagos para empañarlos de neblina!
YAÍ. Soplo así como lamiéndolas… (Al instante de soplar sus manos quedan como paralizadas.) …¡Ha sido mi aliento!… Oh, prodigio… el prodigio de mi aliento… se me han borrado los malditos espejos… una nube convertida en tela de cebolla…
GUACAMAYO. ¡La finísima piel del engaño ha salido de tu boca de mujer!
YAÍ. Después de todo, eres bueno…
GUACAMAYO. Y ahora que acultas bajo tu aliento de mujer, mi saliva y mi palabra…
YAÍ. Ya puedes irte…
GUACAMAYO. No, Flor Amarilla, sin decirte antes lo que tienes que hacer para salvar al mundo de esta ficticia cadena de días noches que a nada conduce…
YAÍ. ¿Tú crees?
GUACAMAYO. ¡A nada conducen los días y las noches, los días y las noches, los días y las noches! Tropelía de dioses indigestos de sangre hedionda de pájaros, dioses sin habla que se cortan las uñas para botar a los brujos medias lunas con filo, instrumentos de arañar, de tatuar, para envolver a los hombres en raíces inarrancables, viejas heridas cicatrizadas…
YAÍ. Y ahora recuerdo que lo oí pasar por mi suelo. Decía: «… yo te conocí, cuando no eras mujer, en el Lugar de la Abundancia, cuando eras agua y contigo mitigué mi sed, cuando eras sombra de pinal y yo el dormido, cuando eras barro de comal para cocer tortillas titilantes…»
GUACAMAYO. (Estornuda.) ¡Moquillo de tiniebla!
YAÍ. Y ahora recuerdo que lo oí pasar por mi sueño. «… Mi madre era ciega, decía, pero ella te veía pasar por mi júbilo y yo te vela pasar por los ojos de ella que no te veía…»
GUACAMAYO. Recuerdas al Guerrero Amarillo…
YAÍ. A Cuculcán, seré su esposa hasta la aurora…
GUACAMAYO. No. (Estornuda otra vez.) Se interpone el Guerrero Amarillo, el que te ama más allá de esta cadena de días y de, noches, que a nada conducen, el que te adora sin saber cómo eres, porque te conoció cuando eras flor en el Lugar de la Abundancia.
YAÍ. Las mujeres somos de día flores y elle noche mujeres, por eso el Guerrero Amarillo me debe haber visto como una flor amarilla
GUACAMAYO. Y todo lo que está pasando…
YAÍ. ¡Hasta tu moquillo!
GUACAMAYO. ¡Mi moquillo, todo es bastimento del destino, para que esta noche escalpes a Cuculcán y sigas al Guerrero Amarillo que te lleva en el corazón! El te vio pasar cuando su madre que era ciega te vio pasar par su júbilo. ¿Por quién sino por ti se llama él mismo el Guerrero Amarillo?
YAÍ. ¿Es fuerte?
GUACAMAYO. Una vez puso su espalda en el río para que cien mujeres en cien días distintos lavaran su ropa, y no tembló un solo día, salvo, el día en que llegaste tú a lavar tu huipil de flores de trueno.
YAÍ. Habría jurado, y ahora me explico, que ese día sentí que las piernas se me iban en el río alargando en carne de burbujas, y que de la cintura para abajo me habían acariciado dos manos grandes de piedra, agua, aire y hierbas de quemado perfume.
GUACAMAYO, ¡El Guerrero Amarillo te lleva en el tarazón!
YAÍ. Tuve que dejar el trapo que lavaba, no recuerdo bien si era el huipil de flores de trueno, y sentarme a la orilla del río temblando de una angustia placentera que nunca sentí antes en los senos duros, en las piernas flojas, en los cabellos sudorosos, en los labios… ¿Quién sabe cuál es el verdadero amor?…
GUACAMAYO, ¡Acucuác, el tiempo acorta!
YAÍ. ¿El Guerrero Amarillo me lleva en el corazón?
GUACAMAYO. Si, Flor Amarilla, el Guerrero Amarillo te lleva en el corazón.
YAÍ. Ahora dime lo que tengo que hacer. ¿Cómo dices que se llama?
GUACAMAYO. Chinchibirín…
YAÍ. Bajo la piel de mi aliento, se disimula en las palmas de mis manes, el espejo de tu voz.
GUACAMAYO. Y así debes mantener mis espejos, bajo la piel caliente y perfumada de tu aliento de mujer…
YAÍ. La piel del engaño, acucuác…
GUACAMAYO. Eres mujer, palabra envuelta en palabras, engaño envuelto en engaño y como mujer quieres salvar tu ilusión.
YAÍ. Piensa tú por mí que yo ya no pienso más que en lo que debo hacer con el Poderoso del Cielo y de la Tierra, cuyo amor sólo dura una noche, el que se hará el dormido cuando vengan a arrancarme de su lecho, para ser arrojada al Baúl de los Gigantes.
GUACAMAYO. Conseguí comunicarte mi odio pata ese Gran Señor, tirano y egoísta, dueño del Palacio de los Tres Colores, en el que pasamos de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, por pasar el tiempo.
YAÍ. ¡Dime ya lo que debo hacer! El Guerrero Amarillo me lleva en el corazón.
GUACAMAYO. Al venir Cuculcán, que ya no tarda, a oler a Flor Amarilla graciosamente inclinada para que la huela bien, el olor de la mujer emborracha al hombre, tomarla por el tallo para llevarla al lecho nupcial y decirle palabra de amor, Flor Amarilla frotará sus manos acariciantes en los cabellos del Poderoso Cuculcán, hasta que le brille la cabeza como un espejo.
Se oye lejana melodía de flautas de caña y ocarinas. Yaí y el Guacamayo empiezan a retirarse La música se acerca, cortada por gritos de fiesta.
YAÍ. Debo embadurnarle tu saliva de espejo en los cabellos.
GUACAMAYO. (Ya saliendo.) Y al mismo tiempo irle diciendo estas palabras de encantamiento…
Salen Yaí y el Guacamayo. Cuculcán aparece desvistiéndose. Deja caer la máscara, el carcaj, las calzas y los atavíos rojos. Se repiten escenas rituales de la primera cortina negra: mujeres que le visten y atavían y las ancianas que le ofrecen bebidas, hacen las quemas del póm, y las que traen danzando los barandales floridos. Después de estas ceremonias, al quedar solo Cuculcán, entra Yaí y se arrodilla.
YAÍ. ¡Señor, mi Señor, mi Gran Señor! (Cuculcán se acerca, la levanta, la aproxima a su pecho, y la huele.)…¡Siento la aguja de dos ojos en mi pelo, parece buscar con su tripa quisquillosa mis pensamientos!
CUCULCÁN. ¡Hueles a los encajes que el agua de la dicha riega en las orillas de mis dientes! ¡De la punta de mis pies a mi cabeza tengo una escalera de latidos para que subas conmigo a las ramas en que se reparten los frutos, las flores, las semillas, las cinco semillas de los cinco sentidos!
YAÍ. ¡Tu palabra y tus dientes de pedernal son de anciano! ¡Ay de la mujer que al que quiere no lo encuentre mil años anterior a ella, como un roble hermoso! ¡No nacían mis antepasados y ya. tú dabas sombra! ¡Debes quererme como el agua quedamente, profundamente, claramente, en doble concepto de sentirme fuera y dentro de ti!
CUCULCÁN. ¡Eres mía en persona y en imagen!
YAÍ. (Al tomarla de la cintura y llevarla hacia el lecho.) ¡Señor que pasas de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana!
CUCULCÁN. ¡Eres mía en persona y en imagen y yo soy tuyo en imagen y en persona!
YAÍ La imagen de mi Señor con mi persona, eso me entristece, el verdadero amor no es así (se sientan al borde del lecho), y de sólo pensar que estoy con la imagen de mi Señor y no con su persona, sudo espinas.
CUCULCÁN Pero Sudor de Espinas Amarillas, no sabe que su luz me llega de tan suave lejos, que me recuerda el comal del cielo que se quebró en pedazos.
YAÍ. Mi Señor está contento entonces de mi suave lejos de punta de espina, y cuando vuelva la Luna…
CUCULCÁN. Sus pedazos cayeron en el corazón orgulloso de un Guerrero.
YAÍ. ¿Aparecerá redonda, con su misma forma?
CUCULCÁN. Hasta donde el Guerrero sea hábil redondeador de escudos. Tendrá que esforzarse por hacer casar los pedazos de la Luna uno con otro, para que le quede lo más redonda posible. Es una fábula…
YAÍ. ¿No es cierto entonces que el Guerrero Amarillo…?
CUCULCÁN. ¡Yaí corazón visible de tan bueno!
YAÍ. ¿No es cierto entonces que el Guerrero Amarillo tiene la Luna en su corazón?
CUCULCÁN. Es una fábula…
YAÍ. (Vivamente.) ¡Cómo todo lo que existe en el Palacio Redondo de los Tres Colores! ¡En el Palacio del Sol, todo es mentira, fábula, nada es verdad, nada, sólo el Señorón que nos lleva de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche de la noche a la mañana… (Cuculcán bota la cabeza en el regazo de Yaí como agobiado por lo que dice, y ella empieza a acariciarle los cabellos leonados.) ¿A qué conduce, dime Señor del Cielo y de la Tierra, esta sucesión de días y de noches, de días y de noches, de días y de noches? A nada conduce. A dar una sensación de movimiento que no existe, porque el que se ¡nueve; eres tú; de vida que no es real sino ficticia y aún así, patrimonio que no nos pertenece, porque somos de los que nos están soñando, sueños corporales, ¡esos somos!… (El cabello de Cuculcán, acariciado por las manos de Yaí, empieza a brillar con luz de luciérnaga.). Mi suave lejos de- punta de espina, quiere saber quién me está soñando…
CUCULCÁN. ¡Amor que hablas en mis brazos, yo te estoy soñando a
YAÍ. ¡Quién sea que me esté soñando que despierte, yo me quiero borrar en seguida de la existencia, del engaño de los sentidos!
CUCULCÁN. ¡Amor que hablas en mis brazos, si yo no te estoy soñando, que no despierte el que te está soñando, que dure’ su, sueño mientras estés conmigo!
YAÍ. ¡Ah, Señor el que me tiene viva en él y viva en mí, porque me sueña, despertará antes de la albada!
CUCULCÁN. ¡Yo soy el que te tengo viva en mis brazos y viva en mi sueño!
YAÍ. Pues despertarás de tu sueño de amor, en el que soy tu creatura, creada por ti, tu creatura de sueño, antes de la aurora y entonces un velo de sombra cubrirá el recuerdo de tu Sudor de Espinas Amarillas.
CUCULCÁN… No agarro bien el sabor de lo que me dices; pero sabe a reproche de piedras preciosas que se han vuelto mieles de colores, y estoy pegado a tu costado como un mosco a una pálida dulzura de esmeralda y malva, y tus espaldas me dan Oriente de perlas de azúcar, y tus muslos me hacen subir por los rubíes de los guerreros a la alcoba de las constelaciones, bajo los verdes campos de jade tas de tus manos, que tienen en sus cuencos de nido, la forma de tus senos casi azules…
YAÍ. ¡Me quiero borrar de la existencia, antes de la aurora, y si estás soñando que me amas, despierta, no quiero ser un engaño entre tus brazos! (Pausa.) ¿Po qué alimentas la muerte?… ¿Por qué no repartes tus sentidos?…
CUCULCÁN. (Se pone en pie, los cabellos relumbrantes y tos dientes relumbrantes de risa verdosa.) ¡Soy como el Sol!… ¡Soy como el Sol!… ¡Soy cómo el Sol!…
YAÍ. (Sorprendida de ver a Cuculcán con los cabellos alumbrados y de verse ella las manos limpias, sin espejos, se levanta y dice con cierta agitación.) Sí, pero para Flor Amarilla, Cuculcán es más que el Sol, es Girasol…
CUCULCÁN. (Al oír la palabra Girasol, empieza a dar vueltas como un derviche turnante):
¡Otra vez girasol de sol a sol!
¿Quien fue primero, el sol o el girasol?
YAÍ. (Girando al revés.)
¡Cuculcán en el día y en la noche
girapicina azul de ápices de oro!
CUCULCÁN. (Girando.)
¡Girasol, sol de gira, girasol,
ilusión de un sol y de otro sol!
YAÍ. (Girando al revés.)
¡Estrellita de mar nacida flor,
alfiletero de la puercoespín!
CUCULCÁN. (Girando.) ¡Las luciérnagas juegan a colores, girándula es entonces girasol!
YAÍ. (Girando al revés.) ¡Siete voces en pauta de arcoiris, girándula es entonces Cuculcán!
CUCULCÁN. (Girando.)
¡Y otra vez girasol de sol a sol,
sol, girasol y gira, girasol!
YAÍ. (Antes que Cuculcán deje de girar.) Y para Cuculcán, Flor Amarilla, ¿es flor o picaflor?
CUCULCÁN. (Girando.)
¡Otra vez picaflor de flor en flor!
Recuerdo de la flor ¿qué fue la flor?
YAÍ. (Girando al revés.)
¡Calcomanía que era sin ser flor,
jardín de aerolitos en semilla!
CUCULCÁN. (Girando.)
¡Picaflor, flor de pica, picaflor,
ilusión de una flor y de otra flor,
molinito de luz que muele miel
y en volando hacia atrás, pájaro-flor!
YAÍ. (Girando al revés.)
¡Estalactitas del sonido amor
en las antenas de las mariposas
que se nutren de estambres y pistilos
para captar la voz del picaflor!
CUCULCÁN. (Girando.)
¡Y otra vez picaflor de flor en flor,
flor, picaflor y pica, picaflor!
YAÍ. (Enredándose en los brazos de Cuculcán que deja de dar vueltas.) ¿No crees tú que siempre quiere decir hasta la aurora, Cuculcán? ¡Reparte tus sentidos, de tus cabellos caen las lluvias, reparte tus cinco palpitaciones entre los puntos cardinales, tuyos son los lagos, tuyas son mis manos, los lagos sin neblina, mis manos sin aliento de engañar!
CUCULCÁN. ¡Toda sangre gime como tórtola! ¡Mis ojos al Norte, al Norte el sentido de mi vista, para que entre las pestañas de los pinos vea el agua dormida, vea el agua y despierta!
YAÍ. ¡Sol, girasol y gira, girasol!
CUCULCÁN. ¡Mi sangre es el ave que me sostiene azul! ¡Mis orejas al Sur, al Sur el sentido de mi oído, para que entre los peñascos de los huesos: de la tierra, cara aporreada, haya quien recoja los ecos de la ‘tormenta primaveral!
YAÍ. ¡Ilusión de un sol y de otro sol!
CUCULCÁN. ¡Mis narices al Oriente, al Oriente el sentido de mi olfato, para que entre los cabellos de la lluvia vaya mi aguja con dos ojos enhebrada a un solo aliento!
YAÍ. ¿Quién fue primero, el Sol o el girasol?
CUCULCÁN. ¡Mi lengua al Poniente, al Poniente mi sentido del gusto, labios, dientes, saliva, palabra, paladar, fruto y canto, inseparable todo el cielo de mi boca!
YAÍ. ¿Y el tacto?
CUCULCÁN. ¡Mi tacto a la Primavera! ¡A la Primavera mi sentido de sentir las cosas! ¡Granada de rubíes en cáscara de oro, soy. y mi tacto verde, es la esmeralda de la Primavera! ¡Oro y cielo, eso es la Primavera!
Un trueno, al tiempo de hacerse noche profunda, ahoga todos los sonidos. La luz vuelve paulatinamente, después de la tempestad. Han desaparecido Yaí y Cuculcán. Blanco Aporreador, rodeado de los Chupamieles y las Tortugas, toca sus tambores. Baja la nube en que se había ido la Abuela de los Remiendos. Todos corren a desanudarla. Tortuga Barbada la saca y la tiene en brazos. Todos se muestran jubilosos de volver a verla.
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Tuya la sabiduría, Abuela de los Remiendos! ¡Tus uñas de pedernal anciano cicatrizaron la locura de Cuculcán, cuando sólo le andaba en el pelo! ¡Sólo en el pelo le andaba la locura, el fuego de la quema, y ya las nubes vagaban como locas!
Blanco Aporreador de Tambores toca sus tambores, rodeado de los chupamieles que bailan y giran diciendo los versos del girasol y el picaflor, combinados al capricho.
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Tuya la sabiduría, Abuela de los Remiendos! ¡De la noche a la mañana habría acabado el mundo, sin tu aguja de imán verde cuyo ojo es el espacio! El hilo de tu costura es el hilo de tu cabello, pero corta como el más afilado pedernal cuando con él te armas en defensa de las cosas buenas, Abuelita de las Abuelas.
De nuevo suena el tambor y bailan las chupamieles bailan o giran, repitiendo los versos al capricho.
BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Tuya la sabiduría, Abuela de los Remiendos! Y el mundo por tu aguja seguirá la realidad y en los espejos, en los hombres, en las mujeres y en los guacamayos. Cada uno en su mundo, afuera, y todos reunidos en el espejo sonámbulo del sueño. Pero la mujer no volverá a amar como el hombre. La mujer amaba como el hombre antes de oír al Guacamayo. Ceniza de pelo de Cuculcán cayó en su corazón. Amará con locura. Sin saber cómo amará. Un amor que no alcanzará a recibir una sola puntada de tu aguja, nacido de su instinto, crecido de su instinto, envenenado de su instinto. Y con sus manos enloquecerá a los hombres, como habría enloquecido a Cuculcán, si no lo salva tu sabiduría
TORTUGA BARBADA. ¡Abuela de los Remiendos (la. tiene en brazos), no hagas caso a Blanco Aporreador de Tambores que es enemigo de las mujeres; Yaí encendió una rosa en los cabellos del Sol, eso fue todo!
Blanco Aporreador toca sus tambores alegremente. Los chupa mieles bailan y giran y dicen los versos de picaflor y girasol.
Cortina amarilla, color de la mañana, magia del color amarillo de la mañana. Entra Chinchibirín. Viste de amarillo, máscara amarilla y arco y flechas amarillos. Un salto, otro salto, otra salto.
CHINCHIBIRÍN. (Grita.) ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí!
GUACAMAYO, (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja!
CHINCHIBIRÍN. (Grita, busca.) ¡Yaí, Flor Amarilla! ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Flor Amarilla! ¡Flor Amarilla! ¡Yaí! ¡Yaí!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja!
Cortina roja, color de la tarde, magia del color rojo de hl tarde. Entra Chinchibirín, Viste de amarillo, máscara amarilla y arco y flecha arillos, Da saltos. Es ligero como una llama. Casi no toca el suelo.
CHINCHIBIRÍN. (Grita.) ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí!
GUACAMAYO, (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, jal
CHINCHIBIRÍN. (Grita, busca.) ¡Yaí, Flor Amarilla! ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí! Flor Amarilla! ¡Flor Amarilla! ¡Yaí! ¡Yaí!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Ja, ja, ja, ja!
Cortina negra, color de la noche, magia del color negro de la noche. Entra Chinchibirín. Viste de amarillo, sin máscara,.sin arco, sin flecha. No salta. Camina como enterrando los pies en el suelo. Pesa al andar. Se da cuenta y le cuesta arrancar dos pies.
CHINCHIBIRÍN. (Derrotado, fuerte la voz, pero llorosa.)¡Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Flor Amarilla.! ¡Yaí! ¡Flor Amarilla! (Nadie responde. Después de un momento de espera.) ¡Yaí, Flor Amarilla! ¡Yaí, Flor Amarilla, Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí! (Su grito no tiene eco ní respuesta.) ¡Yaí! ¡Yaí! ¡Yaí! (Como el qué oye que le han. contestado, vuelve a ver a su pecho, se lleva las manos, se palpa, se busca, trata de abrirse las ropas que se rasga en la prisa de hacerlo pronto, y de su pecho saca la Luna. Un círculo dorado que prende en la cortina negra. Cae. No se mueva más.)