Capítulo 9

Protegiéndose del resplandor del sol con una mano, Copper contempló el patio. Sí, allí estaban el padre y la hija, charlando animados mientras caminaban. No podía distinguir la expresión de Mal, que inclinaba la cabeza para escuchar atentamente a Megan, pero de repente vio que alzaba la mirada como si hubiera intuido su presencia, y le sonreía. Copper estaba demasiado lejos para poder escuchar lo que decían, pero debían de estar hablando de ella, porque Mal le dijo algo y la niña la señaló con alegría y se lanzó corriendo a su encuentro.

Mal la siguió, sin dejar de sonreír, y a Copper le dio un vuelco el corazón cuando abrazó a la pequeña, emocionada.

Los últimos días habían sido maravillosos. La terrible tensión anterior de su relación con Mal había desaparecido, como fulminada por la pasión que habían compartido la noche en que llegó Georgia. A partir de entonces, Mal se había mostrado tan contenido y callado como siempre, pero algo en su interior se había relajado, aunque rara vez tocaba a Copper delante de los demás. Sin embargo, cuando se retiraban por las noches a su habitación y cerraban la puerta, su silenciosa reserva se evaporaba y le hacía el amor con una ternura y una pasión que la dejaban exultante, vibrante de alegría.

No le había dicho que la amaba, pero Copper estaba contenta con la situación actual. Le resultaba difícil de creer que Mal podía hacerle el amor de esa forma sin sentir algo por ella, y no veía necesidad alguna de forzarlo a contraer un compromiso para el cual quizá no estuviera preparado. A fin de cuentas, todavía disponía de tres años para que se enamorara de Copper.

– Pareces muy satisfecha -le comentó Mal-. ¿En qué estabas pensando?

– En esta noche -respondió sincera.

– Eres una mala mujer -repuso él con tono suave, pero sonrió mientras la atraía hacía sí para darle un beso cálido, dulce, lleno de promesas.

Copper se sentía ebria de felicidad. Todo estaba funcionando perfectamente. Mal quizá no la amara todavía, pero lo haría tarde o temprano, y Megan se estaba convirtiendo en una niña feliz y encantadora.

Incluso Georgia estaba disfrutando con su nueva vida. El resentimiento que Copper había sentido por su llegada se había transformado en un cariño realmente sincero. Georgia era una chica sencilla, buena, y una gran trabajadora. Como ella se ocupaba de la cocina y de gran parte de las tareas de la casa, Copper disponía de mucho más tiempo para pasarlo con Megan o para trabajar en el despacho. Todavía tenía mucho que hacer con su proyecto, pero ya estaba esperando a que la empresa constructora fijara una fecha, y mientras tanto aprovechaba para ayudar a Mal con la contabilidad.

Solamente Brett parecía descontento. De manera extraña, no hacía ningún intento de ligar con Georgia, e incluso parecía disgustarlo su presencia.

– Es demasiado perfecta -le comentó a Copper algunos días después, cuando se lo encontró sentado solo en la veranda.

– Yo creía que te gustaba -repuso Copper con desenfado-. ¡Estamos muy preocupados por ti, Brett! Una chica guapa, con tantas cualidades… ¡y tú apenas le has dirigido la palabra!

– No es tan guapa -replicó, hosco-. Y no me gusta ese tipo de gente tan fría, tan competente.

– Puede que Georgia sea competente, pero nadie podría llamarla fría -objetó Copper-. Es una chica buena y cariñosa, y no la culparía si se sintiera dolida por la forma en que la ignoras.

– Es ella la que me ignora a mí -dijo Brett-. Siempre me hace sentir como si me arrastrara detrás de una piedra, a su acecho -permaneció silencioso por un momento-. Y tampoco quiero su aprobación -continuó, con un tono muy poco convincente-. Ella no es ni mucho menos tan divertida como tú, Copper, ¿Y has notado la relación de complicidad que comparte con Mal?

Por supuesto, Copper lo había notado. Georgia se comportaba con absoluta naturalidad, pero el instinto celoso de Copper creía distinguir demasiada… aprobación en la expresión de Mal cuando la miraba. La experiencia que Georgia tenía del trabajo en una granja la capacitaba para entender a Mal en todo lo que le decía, y también podía discutir con él acerca de los problemas del ganado, de los caballos…Podía castrar un becerro y lacear una vaca con la misma facilidad que cocinar un asado, y no transcurrió mucho tiempo antes de que Copper empezara a sentirse excluida de sus conversaciones. Ella sólo podía hablar con Mal de facturas y de cuentas, y nadie podía estar interesado realmente en eso.

Incapaz de competir con Georgia en aquellos terrenos, Copper frecuentaba cada vez más a Brett, que se mantenía distante cuando Mal y su nueva trabajadora hablaban de los asuntos de la granja, y se mostraba más que dispuesto a flirtear descaradamente con su cuñada. Una o dos veces Copper lo había sorprendido mirando a Georgia con una expresión muy sospechosa… lo cual la había convencido de que lo que sentía por aquella chica era muy diferente de lo que proclamaba. El evidente flirteo del que hacía objeto a Copper tenía un tinte de desesperación: era como una forma de despreciar lo que Georgia pudiera sentir por Mal.

Mal no dijo nada al principio, pero conforme fueron pasando los días y la división entre ambas conversaciones se fue acentuando, empezó a adoptar una expresión hosca, desaprobadora cuando miraba a Copper y a Brett. Copper, por su parte, fingía no notarlo. ¿Quién era él para sentirse disgustado por las conversaciones que mantenía ella con Brett, cuando él se pasaba todo el día monopolizando a Georgia?

– ¿Por qué le das tantas alas a mi hermano para que haga ese ridículo tan espantoso a tu costa? -le preguntó Mal una noche, después de que Brett se hubiera mostrado especialmente escandaloso.

Estaban tumbados en la cama, a oscuras, y Copper tuvo la sensación de que Mal había pronunciado aquellas palabras a su pesar, como si algo lo hubiera forzado a ello.

– Yo no le doy alas -replicó-. Simplemente hablo con él, lo cual es más de lo que Georgia y tú hacéis a eso lo llamas «simplemente hablar». ¡A mí no me lo parece!

– Me sorprende que lo hayas notado -le espetó Copper-. Siempre estás pegado a Georgia. ¡Creía que te habías olvidado de con quién estabas casado!

– Yo no soy el único que parece haberlo olvidado -repuso Mal, sombrío-. ¡Brett y tú sois los únicos que habéis decidido que no necesitas preocuparte por que lleves un anillo de matrimonio en el dedo!

Exasperada por su ofuscamiento, Copper se sentó en la cama y encendió la luz de un manotazo. ¡Si iban a discutir, lo cual era muy probable, sería mejor que se vieran las caras!

– Brett no está interesado en mí. Resulta obvio que se ha enamorado de Georgia.

– ¿Brett? -Mal se sentó también, y se volvió para mirarla incrédulo -¡Brett jamás se ha enamorado en toda su vida!

Copper apretó los dientes e intentó no distraerse mirando su tentador pecho desnudo.

– Pues yo creo que ahora sí.

– Y supongo que el hecho de que esté enamorado de Georgia, explica que se pase todo el tiempo pegado a ti, ¿no? -inquirió, irónico.

– Pues claro -respondió Copper, impaciente-. Georgia no ha mostrado ningún interés por Brett, así que él no quiere que piense que está colgado de ella, eso es todo.

– Toda esa psicología de aficionado tuya no me parece muy convincente -comentó Mal-. ¿Es que de pronto te has convertido en una experta en cuestiones de amor?

– Sé más que tú, en todo caso -le espetó-. ¡No serías capaz de reconocer el amor ni aunque te estallara en la cara!

– Mientras que tú cuentas con toda la experiencia que has acumulado con Glyn.

– Pues sí -repuso Copper, desafiante-. ¡Al menos es más que la que tú tienes! Glyn y yo nos queríamos.

– ¡Sí, te quería! ¡Por eso apenas pudo esperar a abandonarte por otra mujer!

– Por lo menos fue sincero con lo que sentía -replicó furiosa-. Es un hombre bueno y me aprecia… ¡lo cual es más de lo que puedo decir de ti!

– Si es tan maravilloso, ¿por qué no te vas con él?

– ¡Ojalá lo hubiera hecho!

– Piensa un poco -la provocó Mal -¡si hubieras esperado unas pocas semanas más, podrías haberlo recuperado!

– Todavía no es demasiado tarde -señaló Copper, tan furiosa que apenas era consciente de lo que estaba diciendo -Ellie aún sigue con su marido…

– ¿Cómo lo sabes? -le preguntó Mal, frunciendo el ceño.

– Existe el mundo exterior aparte de la granja, ¿sabes? -Comentó sarcástica-, ¡y todavía me comunico con él de vez en cuando!

– ¿Has estado en contacto con Glyn?

Mal la agarró de un brazo pero ella se liberó de un tirón, temiendo que el simple contacto de sus dedos sobre su piel fuera suficiente para que se olvidase de su furia.

– ¿Y qué pasa? ¡No es asunto tuyo, de todas formas!

– ¿No es asunto mío que mi mujer telefonee a su ex-amante?

– Ya acordarnos el tipo de matrimonio que sería el nuestro -repuso Copper -una pura cuestión de negocios. ¡En el contrato no ponía nada acerca de cortar todo lazo con el mundo exterior!

– Convinimos en que haríamos todo lo posible para aseguramos de que todo el mundo pensara que estamos verdaderamente casados -exclamó Mal-. Te casaste conmigo, Copper, y creo que ya es hora de que mejores tu actuación… ¡para empezar, de aquí a tres años ya puedes olvidarte de todo lo referente a Glyn!

– ¡Cuidado, Mal! -replicó Copper, provocativa-. Cualquiera diría que estás celoso, y tú no quieres eso, ¿verdad? Los celos son un sentimiento «complicado», como el amor o la necesidad, ¡y los dos sabemos lo que opinas acerca de eso!

– ¿Qué sabes tú sobre sentimientos? -Inquirió desdeñoso-. Lo único que te interesa son los negocios.

– ¡Es gracioso que diga eso alguien que ha tenido que recurrir al chantaje para conseguir una esposa!

– Entonces obtuve lo que me merecía, ¿no? ¡Una mujer dispuesta a venderse a sí misma para fundar un negocio!

– Si eso es lo que piensas de mí, creo que será mejor que pongamos fin a esta farsa ahora mismo -declaró Copper con voz temblorosa de furia-. No tiene ningún sentido que sigamos con esto. Todo lo que querías era un ama de llaves, y ya tienes a Georgia. Evidentemente, piensas que ella está haciendo un trabajo mucho mejor del que podría hacer yo, así que será mejor que me vuelva a Adelaida.

– ¿Y renunciar a tu precioso proyecto? -Se burló Mal-. Nunca harías eso. ¿Verdad, Copper? No, firmaste un contrato por el que te comprometías a quedarte aquí durante tres años, y te quedarás aquí durante tres años. No puedes dar por rescindido nuestro acuerdo sólo para tener la oportunidad de volver con Glyn.

– ¡Merecería la pena perder el proyecto con tal de vivir con un hombre que al menos me apreciara! -le gritó Copper.

– Yo te apreciaría si te ajustaras a tus compromisos y te comportaras como una verdadera esposa -replicó Mal con frialdad-. Y dejaras en paz a Brett, por supuesto.

Copper suspiró desesperada y escondió el rostro entre las manos. Aquella discusión no la estaba llevando a ninguna parte.

– Mira, intentaré explicártelo otra vez. Brett sólo flirtea conmigo porque está celoso de ti.

– ¿Brett celoso de mí? -Rió incrédulo -¡Esta sí que es buena! ¿Cómo has podido sacar esa conclusión?

– Nunca tiene la más mínima oportunidad de impresionar a Georgia porque tú siempre estás con ella. Tú eres el único que lo dirige todo. Eres el único que toma las decisiones. Eres el único que monopoliza a Georgia todas las tardes, en la casa, ¿Cómo puede Brett competir contigo?

– ¡Pues hasta ahora no había tenido ninguna dificultad!

– Lo sé, pero este caso es diferente. En esta ocasión. Brett está enamorado.

– Y entonces, ¿por qué se empeña en flirtear con mi mujer?

– Todo eso está relacionado con Georgia -repuso desesperada-. ¿Es que no te das cuenta?

– De lo único que me doy cuenta es de que lo miras de una manera muy especial cada tarde -respondió Mal mientras ahuecaba violentamente la almohada para volver a tumbarse en la cama-. Si tú lo dejaras en paz, podría tener alguna oportunidad de enamorarse de Georgia, pero con tu comportamiento le estás causando problemas. Es algo embarazoso para mí y extremadamente incómodo para Georgia ver cómo te comportas con Brett.

– Ah, y no podemos consentir que Georgia se sienta incómoda, ¿verdad? -estalló Copper, tumbándose a su vez de espaldas a Mal.

– Te lo advierto, Copper. Deja en paz a Brett. No voy a quedarme quieto viendo cómo fastidias a mi hermano y le complicas la vida.

– Todo lo que le hecho a tu hermano… -replicó alterada, volviéndose para mirarlo-… es ofrecerle un poquito de simpatía y comprensión, algo que al parecer no puede conseguir de ti. ¡Eres tan terco y arrogante que no alcanzas a ver nada más allá de tus narices!

– No estás aquí para comprender a Brett -repuso Mal con crueldad-. Estás aquí para comportarte como mi esposa delante de los demás, y eso te impide exhibirte públicamente con mi hermano… o con cualquier otro hombre. Me gustaría que en el futuro recordaras eso.

– No necesitas preocuparte -dijo Copper con voz temblorosa-. ¡No tengo intención de olvidarme del motivo por el cual me casé contigo!

De repente, para su desmayo, se dio cuenta de que la luz todavía seguía encendida. Parpadeando furiosamente para contener las lágrimas, se incorporó para apagarla y luego volvió a tumbarse, dándole la espalda. Siguió un silencio, y luego pudo escuchar a Mal emitiendo un breve suspiro de exasperación. A partir de ese momento, y a pesar de que permaneció despierta durante horas, él no hizo intento alguno por tocarla.

Al día siguiente, Copper pensó que aquella discusión había sido una absoluta estupidez. La noche anterior podría haberse acercado a él, y estaba segura de que habrían terminado haciendo el amor, pero una parte de su ser se rebelaba ante la idea. ¿Por qué debería humillarse ante Mal cuando no había tenido nada de lo que disculparse? El no era el único que podía comportarse de manera irrazonable…

– Estaremos fuera todo el día, con el ganado -le informó bruscamente Mal durante el desayuno-. Necesito que Georgia pilote la avioneta, así que tendrás que olvidarte de tu negocio y cuidar un rato a Megan, para variar.

Copper no quiso hacerle ningún comentario, agotada como estaba después de la noche que había pasado. Ella no podía pilotar un avión ni trabajar con el ganado, como Georgia. Por lo que a Mal se refería, Copper sólo le servía de utilidad para quedarse en la casa y no estorbar. Resultaba sorprendente que no hubiera reaccionado la noche anterior, cuando le amenazó con regresar a Adelaida. Después de aquella ocasión, casi habría pensado que se alegraría de poder desembarazarse de ella.

Copper sentía la casa horriblemente vacía cuando se quedó sola con Megan, después de que Georgia y los hombres se marcharan. Deprimida, empezó a limpiar la cocina, pero el silencio le resultaba tan opresivo y acusador que al final ya no pudo soportarlo más.

– Vámonos de picnic -le propuso a Megan, desesperada por alejarse de aquella casa y de todo lo que le recordaba a Mal-. Iremos en mi coche y haremos algo diferente para variar.

Copper no había vuelto a utilizar su coche desde que llegó en él desde Adelaida, y le resultaba extraña la sensación de conducir. La última vez que se había sentado al volante, Mal solamente era un recuerdo atesorado en lo más profundo de su memoria, una desvaída imagen del pasado o un vago arrepentimiento, y ahora… Ahora Mal formaba una parte tan fundamental de su vida que le resultaba imposible imaginarse la vida sin él. Tenía la sensación de que toda su vida había estado enfocada hacia el momento trascendental en que llegó a Birraminda por primera vez.

Pensó en lo mucho que había cambiado desde entonces. Mientras conducía por un accidentado sendero hacia una zona agreste y rocosa que nunca había podido llegar a visitar. Mal se la había señalado en cierta ocasión, en una de las excursiones a caballo. Le había hablado de sus extrañas rocas rojizas, de sus hermosos árboles de caucho y de sus enormes termiteros, que creaban en aquel lugar una atmósfera muy especial.

Al recordar aquellas excursiones, Copper sintió que se le encogía el corazón: Mal, sentado en su caballo, relajado e inmóvil, contemplando el enorme y vacío horizonte. En aquel entonces todo le había parecido posible. Todavía no conocía el desdén que podía reflejar su mirada, o la crueldad que podían destilar sus palabras. ¿Había cambiado Copper, o lo había hecho él?

Tardaron mucho más de lo que había esperado Copper en llegar a su objetivo, y al fin comieron tranquilamente debajo de una gran roca. Aquel era un lugar extraño, salvaje, tan antiguo como el tiempo, y la joven se alegraba de haberlo visitado. Distraída, observaba cómo Megan se entretenía jugando a las casitas con las piedras que encontraba. Aquel paisaje le comunicaba su propia quietud, su serenidad, tranquilizando sus excitados nervios y capacitándola para pensar con claridad…

Mal y ella habían sido felices antes, y podrían volver a serlo otra vez. No tenía sentido seguir aferrándose a su orgullo si con ello sólo conseguía deprimirse. Esa misma noche hablaría con Mal y le confesaría que lo amaba. Tal vez la rechazara, pero ese gesto al menos sería sincero. Copper no soportaba la perspectiva de pasarse tres años fingiendo que su negocio la importaba más que el propio Mal.

En todo caso, tenía que hacer algo. No podía continuar así, dejando que estúpidos equívocos se enredaran de continuo convirtiéndose en amargas discusiones, El deseo que cada uno sentía por el otro era demasiado intenso para que desapareciera simplemente en cuestión de días. Si pudieran pasar otra noche juntos, todo volvería a la normalidad.

Impaciente por regresar y confesarle exactamente cómo se sentía, Copper se levantó, desperezándose.

– Vámonos, Megan. Vámonos a casa.

Tardó un rato en convencer a Megan de que abandonara la casita de piedras que había construido, pero al fin subió al coche. Ensimismada como estaba pensando en Mal y en lo que le diría, al principio no se dio cuenta de que el motor no arrancaba. Cuando tomó conciencia de ello, frunció el ceño e hizo girar de nuevo la llave del encendido. Nada sucedió.

Copper lo intentó otra vez…, y otra… Su exasperación se tomó en furia, y luego en temor. Esforzándose por controlar su miedo, salió del coche para echar un vistazo al motor. No tenía ni idea acerca de cómo funcionaba, y no sabía por dónde empezar a mirar. El metal estaba ardiendo, y el reflejo del sol la cegaba.

– ¡Qué calor! -se quejó.

Mordiéndose el labio, abrió la puerta trasera del coche para decirle a Megan:

– Anda, ve a jugar un rato a la sombra -le sugirió, antes de volver a ocuparse del motor.

No le parecía que hubiera nada roto. Revisó el agua y el aceite, más por hacer algo que por otra cosa, y luego intentó encender de nuevo el motor. No funcionó, por supuesto. Copper se enjugó el sudor de la frente con el dorso del brazo mientras se decía que no había ninguna necesidad de preocuparse. Cuando volviera con el ganado, Mal se daría cuenta de que se habían perdido y comenzaría a buscarlas de inmediato.

«Pero no sabrá por dónde buscar», le susurró una voz interior, provocándole un escalofrío. No, Mal las encontraría. Todo lo que tenía que hacer era resistir y cuidar bien de Megan.

¡Megan! Copper salió del coche, apresurada ¿Dónde estaba Megan? A su alrededor no había más que rocas, árboles y un opresivo silencio, pero ni rastro de ella.

– ¿Megan? -la llamó, consternada-. ¿Megan?

De inmediato, el paisaje había adquirido una cualidad de pesadilla. Tenía la sensación de encontrarse en otra dimensión, donde nada tenía sentido. Megan se encontraba jugando tranquilamente a su lado hacía apenas un minuto. ¿A dónde podría haber ido?

Copper se obligó a tranquilizarse, controlando su respiración. Lo último que debía hacer era dejarse llevar por el pánico. Empezó a llamar a Megan, dando vueltas en círculos concéntricos alrededor del coche, alejándose cada vez más… cuando de repente un grito, bruscamente interrumpido, le heló la sangre en las venas. Copper empezó a rezar para sus adentros mientras buscaba desesperadamente algún rastro de la niña, abriéndose paso entre los árboles…, hasta que salió un claro y la vio por fin, tumbada inmóvil, demasiado inmóvil, bajo una saliente rocoso.

– ¡Megan! -frenética, Copper cayó de rodillas a su lado; era como si de repente el mundo se hubiera tornado sombrío, negro…-. Por favor, por favor, no… Por favor, no…

Podía escuchar una voz que murmuraba incoherencias, y tardó algún tiempo en darse cuenta de que era la suya. Y en poder salir de la oscuridad que la abrumaba para tomarle el pulso a Megan… un leve latido que le indicaba que la niña estaba inconsciente, pero viva-. ¡Oh, gracias a Dios!

Las lágrimas le corrían por el rostro mientras Megan empezaba a reaccionar, gimiendo.

– ¡Me duele mucho el pie!

La primera reacción de Copper fue de alivio, al darse cuenta de que sólo se había herido en un pie. La examinó con mucho cuidado. Tenía el tobillo muy hinchado, pero no sabía si estaba roto o si simplemente era un esguince.

– ¿Qué ha pasado, Megan? -le preguntó.

– Te oí llamarme, y quería esconderme en las rocas, pero me caí -explicó, empezando a llorar-. La cabeza también me duele -sollozó.

Copper pensó que debía de haberse golpeado en la cabeza cuando cayó. Al levantar la mirada a la enorme roca bajo la que se encontraban, se quedó helada. Estaba medio suelta, y muy bien podría haberse caído encima de la pequeña.

– Tranquilízate -consoló a la niña mientras la levantaba en brazos, sosteniéndole el tobillo.

¿Por qué nunca se le había ocurrido hacer un curso de primeros auxilios? Aparentemente. Megan no parecía tener más que un tobillo hinchado, ¿pero quién podía asegurar que el daño que había sufrido al golpearse en la cabeza no era grave?

– Sshh -musitó, acunándola con dulzura entre sus brazos. Sospechaba que estaba más asustada que otra cosa por la caída, pero quizá estuviera equivocada.

Copper nunca en toda su vida se había sentido más inútil. Fingiendo saber lo que estaba haciendo, se arrancó un jirón de la camisa para improvisar un vendaje y atarlo en torno al tobillo de Megan, pero el más ligero contacto la hacía gritar de dolor.

– ¡Quiero irme a casa! -sollozaba.

Sólo entonces Copper se acordó del coche.

– Todavía no podemos irnos a casa, corazón -pronunció con dificultad-. Pero te llevaré al coche y te daré un poco de agua.

– No quiero agua. ¡Quiero volver a casa!

– Lo sé, lo sé -Copper dejó a Megan en el suelo, cerca del coche, y se arrancó otro jirón de la camisa para enjugarle el sudor de la frente. Al menos había llevado agua consigo. Era la cosa más sensata que había hecho en todo el día.

Durante todo el tiempo, estuvo hablando alegremente con Megan, de manera que la niña no alcanzó a percibir su preocupación, pero por dentro intentaba desesperadamente calcular el tiempo que tardaría Mal en descubrir que se habían perdido, y en organizar su rescate. Se había llevado el ganado a pastar a unos prados lejanos. ¿Y si no volvía a casa hasta que cayera la noche, y se le hacía entonces demasiado tarde para salir a buscarlas? No quería pensar en lo que significaría pasar una noche entera en aquel lugar con Megan aterrorizada, herida, provista tan sólo de una botella de agua.

Durante lo que le pareció una eternidad, Copper se quedó sentada a la sombra, acunando a Megan en su regazo y contándole cuentos para distraerla, hasta que al fin consiguió que se durmiera, exhausta. Después de eso, ya no tuvo nada más que hacer salvo esperar. A cada segundo, el silencio que la envolvía se tornaba más opresivo. Copper podía sentirlo vibrando en el aire, aplastándola, ensordeciéndola, hasta que creyó confundir su ruido con el de un avión…

Dejando suavemente a la niña en el suelo, salió de la roca bajo la que se encontraba. Sí, era la avioneta, volando baja sobre los árboles, pero todavía algo alejada de allí. El primer impulso de Copper fue gritar, hasta que se dio cuenta de que con ello sólo conseguiría despertar innecesariamente a Megan, así que se apresuró a entrar en el coche para hacer señales con las luces.

Con una insoportable lentitud, la avioneta viró y se dirigió hacia ella, volando lo suficientemente bajo como para que Copper distinguiera a Georgia haciéndole señas desde la cabina mientras hablaba por radio. Desesperadamente, señaló la capa levantado del coche para indicarle que se había averiado. Georgia asintió con la cabeza y levantó el pulgar para darle ánimos. Luego volvió a virar y se dirigió hacia la casa.

Copper se quedó contemplando la avioneta hasta que desapareció, y en seguida se dio cuenta de que por allí cerca, con tantas rocas, no había ningún lugar donde pudiera efectuar un aterrizaje. Georgia debía de haber transmitido por radio su posición a Mal. El alivio que sintió fue tan abrumador que tuvo que apoyarse en el coche para no caer.

Volviendo a su refugio bajo la roca, volvió a acunar a la pequeña en su regazo.

– Todo saldrá bien, Megan -murmuró-. Papá viene hacia aquí.

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