Capítulo 4 Puntos de Interés

Las Pirámides están cerradas. A unos 45 metros de la base de Kheops hay una cadena que nos cierra el paso. De ella cuelga un cartel de metal que dice “Cerrado”, en inglés y japonés.

—Prepárense para la desilusión —digo.

—Creí que habías dicho que abrían todos los días —dice Lissa, sacudiendo la arena de las sandalias.

—Debe ser feriado —dice Zoe, hojeando la guía—. Aquí está. “Feriados de Egipto”.

—Comienza a leer—. “Los monumentos antiguos están cerrados durante el Ramadán, el mes de ayuno de los musulmanes, que es marzo. Los viernes, las atracciones cierran de once de la mañana a una de la tarde”.

No estamos en marzo ni es viernes y aunque fuera viernes es más de la una de la tarde. La sombra de Kheops se extiende hasta mucho más allá del lugar donde estamos parados. Levanto la vista, tratando de ver al sol donde debe estar, detrás de la pirámide, y atisbo un fugaz movimiento, allá en lo alto. Es demasiado grande para ser un mono.

—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —dice el marido de Zoe.

—Podríamos ir a ver la Esfinge —murmura Zoe, revisando la guía—. O podríamos esperar y ver el espectáculo de Luz y Sonido.

—No —digo, pensando en lo que debe ser estar aquí en la oscuridad.

—¿Cómo sabes que no lo suspendieron también? —pregunta Lissa.

Zoe consulta el libro. —Hay dos espectáculos por día, a las siete y media y a las nueve de la noche.

—Eso mismo dijiste de las Pirámides —dice Lissa—. Yo creo que tenemos que volver al aeropuerto y recuperar el equipaje. Quiero ponerme mis otros zapatos.

—Yo creo que tenemos que volver al hotel —dice el marido de Lissa— y tomarnos un trago largo y fresco.

—Vamos a la tumba de Tutankhamón —dice Zoe—. “Está abierta todos los días, feriados inclusive”. —Levanta la vista, expectante.

—¿La tumba de Tutankhamón? —le digo—. ¿En el Valle de los Reyes?

—Sí —dice ella, y empieza a leer—. “Howard Carter la descubrió intacta en 1922. Contenía…”

Todos los pertrechos necesarios para el viaje del difunto al más allá, pienso: sandalias, ropa y “Egipto Fácil”.

—Preferiría tomarme algo —dice el marido de Lissa.

—Una siesta —dice el marido de Zoe—. Ustedes sigan. Nos encontraremos en el hotel.

—Creo que no tendrías que andar solo —le digo—. Creo que es mejor que no nos separemos.

—Si esperamos se llenará de gente —dice Zoe—. Yo voy a ir ahora. ¿Vienes, Lissa?

Lissa mira seductoramente a Neil. —Creo que no me conviene caminar tanto. Me está doliendo el tobillo otra vez.

Neil mira a Zoe, indefenso.

—Creo que nosotros dos no vamos.

—¿Y tú? —me dice el marido de Zoe—. ¿Vas a acompañar a Zoe o quieres venir con nosotros?

—En Atenas me dijiste que la muerte era igual en todas partes —le respondo— y yo te contesté “¿O sea?”. ¿Cómo piensas que es la muerte?

—No sé… inesperada, supongo. Y probablemente más desagradable que los mil demonios. —Se ríe, nervioso—. Si vamos a ir al hotel, lo mejor es salir ya. ¿Quién más viene?

Fantaseo con acompañarlos, con sentarme, a salvo, en el bar de un hotel con ventiladores de techo y palmeras, tomando zibib mientras esperamos. Eso es lo que hacía la gente del barco. Y quiero quedarme con Neil, a pesar de Lissa.

Miro la extensión de arena, hacia el este. No hay señales de El Cairo desde aquí, ni de la terminal, y a lo lejos veo un fugaz movimiento, como algo corriendo.

Meneo la cabeza. —Quiero ver la tumba de Tutankhamón. —Me acerco a Neil—. Creo que deberíamos ir con Zoe —le digo, y apoyo la mano en su brazo—. Después de todo, es nuestra guía.

Neil mira a Lissa con impotencia y después vuelve a mirarme a mí.

—No sé…

—Ustedes tres pueden volver al hotel —le digo a Lissa, indicando con un gesto a los otros hombres— y Zoe, Neil y yo podemos encontrarnos con ustedes allá después de visitar la tumba.

Neil se aleja de Lissa.

—¿Por qué no puedes ir tú sola con Zoe? —me susurra.

—Creo que no tenemos que separarnos —le digo—. Sería fácil perdernos el rastro.

—¿Por qué estás tan empecinada en ir con Zoe, además? —me pregunta Neil—. Me pareció oirte decir que odiabas que te llevaran constantemente de la nariz a todos lados.

Quiero contestarle “Porque ella tiene el libro”, pero Lissa se acerca y ahora nos observa, con los ojos brillantes detrás de los anteojos de sol.

—Siempre quise ver una tumba por dentro —digo.

—¿El Rey Tutankhamón? —dice Lissa—. ¿El del tesoro, los collares, el sarcófago de oro y demás? —Apoya la mano en el brazo de Neil—. Siempre quise ver eso.

—Bueno —dice Neil, aliviado—. Creo que iremos contigo, Zoe.

Zoe mira a su marido, expectante.

—Yo no —dice él—. Nos encontramos en el bar.

—Pediremos bebida para ustedes —dice el marido de Lissa. Nos saludan con la mano y parten como si supieran a dónde van, aunque Zoe no les ha dicho cómo se llama el hotel.

—“El Valle de los Reyes se encuentra en los montes ubicados al oeste de Luxor” —dice Zoe, y comienza a caminar por la arena igual que lo hizo en el aeropuerto. La seguimos.

Espero hasta que las sandalias de Lissa se llenan de arena y ella y Neil se quedan atrás mientras las sacude.

—Zoe —digo en voz baja—. Algo anda mal.

—Mmm —dice ella, buscando algo en el índice de la guía.

—El Valle de los Reyes está 668 kilómetros al sur de El Cairo —digo—. No se puede llegar caminando desde las Pirámides.

Ella encuentra la página.

—Claro que no. Hay que tomar un barco.

Señala y veo que hemos llegado a un cañaveral y que detrás está el Nilo.

Asomando la nariz por detrás de los juncos hay un barco; tengo miedo de que sea de oro, pero no es más que una de esas embarcaciones que recorren del Nilo. Y estoy tan aliviada de que el Valle de los Reyes no esté tan cerca como para llegar caminando que no reconozco el barco hasta que ya estamos a bordo y parados en cubierta, debajo de un palio, junto a la rueda de paletas de madera. Es el barco a vapor de “Muerte en el Nilo”.

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