[1] Téngase presente que esta conversación tiene lugar en noviembre del año pasado. Conde se mató en febrero. Para esa época estaba viviendo en Rosario. Había nacido allí. Era psicólogo de carrera y hasta los veintiocho años había trabajado como asesor en una agencia de publicidad. Le interesaba bastante la política. Se suicidó el día en que cumplió treinta años: se encerró durante tres días en la quinta de su familia en el barrio residencial de Fisherton, tomándose el trabajo de amontonar todos los muebles de la casa en una de las habitaciones. El día de su cumpleaños, exactamente el 16 de febrero, una pareja que paseaba en automóvil por Fisherton lo vio vivo por última vez. Inmediatamente fue a hacer la denuncia a la policía, porque Conde se hallaba completamente desnudo paseándose por la pérgola del edificio. Eran las dos de la tarde. La pareja declaró que parecía melancólico o pensativo y que ni siquiera parecía darse cuenta de que no llevaba una sola prenda encima. Cuando la policía llegó a la quinta encontró la puerta cerrada con llave y reforzada por dentro con un ropero y unas sillas amontonadas contra ella. Tuvieron que forzar una ventana lateral para entrar al edificio. Encontraron a Conde colgado de un alambre asegurado a un clavo clavado en la pared de uno de los dormitorios. Se hallaba completamente desnudo. Cuando recibí la noticia me resistí a creerlo, porque Conde había sido siempre un tipo muy sereno, muy objetivo y desplegaba una intensa actividad política. Por supuesto, no era ningún tonto, y una vez, durante esa temporada que pasamos en la playa, me había dicho: "Si un hombre no encuentra antes de los treinta años ninguna verdad por la cual no le importaría dejarse matar, tiene la obligación de levantarse la tapa de los sesos".
[2] Pancho tiene un hermano mayor, casado, con bastante dinero. Tiene cuatro hermanos más, también mayores, que no viven en la ciudad. Pancho es el único de los hijos de la familia Expósito que continúa viviendo en la casa paterna. Su padre es un agente de seguros jubilado. Su hermano es ingeniero, o técnico, o algo así, y hace tres o cuatro años, antes de casarse, instaló una pequeña fundición que le viene dejando una buena renta. El hermano de Pancho es un buen muchacho: es el que le paga los tratamientos. Se preocupa bastante por él, aunque sospecho que ya debe sentirse algo cansado, porque unos días antes de que Pancho se internara por última vez, vino a verme a casa, para consultarme sobre lo que debía hacer. Se sentó frente a mí, y golpeándose la sien derecha con el dedo índice, exclamó: "¡Mucha lectura! Demasiada lectura". Inmediatamente me propuso un plan para distraerlo. "Llévelo al fútbol", me dijo. "No pueden salir con un par de chicas?" Me miró con aire lastimoso y agregó: "Me cuesta un dineral". Y yo le respondí: "No vaya a echárselo en cara". Él me miró sorprendido: "¿Sería grave?", dijo. "Para usted", pensé yo, pero preferí callarme la boca, "para usted, porque si llega a decírselo Pancho es capaz de hacerse internar todos los meses, hasta mandarlo a la quiebra".