CAPÍTULO 7

ES HORA de irse a la cama -le dijo Lewis cuando volvió al salón. Se quedó de pie frente a ella.

Martha abrió sus grandes ojos. Había algo extraño en su voz, pero no supo distinguir el qué.

– Estoy demasiado cansada para moverme. Creo que me quedaré aquí a dormir.

– Será mejor que se vaya a la cama -le dijo Lewis, y alargó su mano.- Deje que la ayude a levantarse.

Martha miró su mano y se quedó pensativa. Parecía como si estuviera ante un momento crucial de su vida en el que tenía que tomar una decisión fundamental para su futuro. Si decidía aceptar su ayuda, su vida tomaría un rumbo y, si no lo hacía, tomaría otro.

Pero, ¿qué tonterías estaba pensando? Se encontraba tan cansada que no podía pensar con lucidez. Lewis tan sólo le estaba ofreciendo su ayuda para levantarse.

Lo miró y sonrió forzadamente.

– Lo siento, estoy agotada -dijo, y se agarró a su mano.

Tan pronto como sintió el roce de sus dedos, supo que había cometido un error. Lewis tiró de ella, pero sus piernas flaquearon y se hubiera caído si él no la hubiera agarrado por la cintura para evitarlo.

Martha dejó escapar un gemido al sentir su cuerpo tan próximo al de él. Era fuerte y firme como tantas veces había imaginado. El hombro desnudo de Lewis se hallaba a escasos centímetros de su boca. Podía sentir el olor de su piel.

Pensó en dar un paso y separarse de él, pero no se movió de donde estaba. Se sentía paralizada y su cabeza parecía no reaccionar. Algo surgió de su interior que le hizo levantar la cabeza y mirarlo a los ojos. Le costaba respirar.

Se quedaron allí parados mirándose intensamente durante unos instantes que se hicieron eternos. Lo que ocurrió a continuación, rompió el silencio. ¿Quién besó a quien? ¿Quién había tomado la iniciativa? Eso ya no importaba. Lo que realmente importaba era que toda la tensión se había desvanecido y que se estaban besando apasionadamente.

Jadeantes, se dejaron caer sobre el sofá sin parar de besarse. Martha lo estrechó entre sus brazos y lo atrajo hacia sí con fuerza. Se sentía al borde del desmayo. Por fin estaba tocando aquel cuerpo que tanto había deseado. Saboreó sus labios y acarició su espalda desnuda, desde la cintura hasta sus anchos hombros.

Lewis buscaba su boca con pasión. Sus manos ansiosas se deslizaban sobre ella, desde los muslos hasta la piel que escondía su camisa.

Martha se dejó llevar. Había tratado de convencerse de que no lo deseaba, pero ahora comprobaba que no era así. Lo rodeó con sus brazos mientras continuaban besándose. Rodaron y Lewis se colocó sobre ella. Inclinó suavemente la cabeza de Martha hacia atrás y comenzó a besar su cuello. El roce de sus labios sobre su piel la hicieron estremecer. La cabeza le daba vueltas. Lewis respiraba entrecortadamente.

De repente se escuchó el llanto de un bebé. Lewis apoyó su cabeza sobre el hombro de Martha. Tras unos segundos, se incorporó y la miró directamente a los ojos. La expresión de su mirada se había transformado.

– ¿Qué estoy haciendo? -dijo Lewis.

Nunca antes un hombre la había besado como lo había hecho él ni se había sentido tan deseada como con él. Pero nunca los besos habían acabado de manera tan brusca. Estaba claro por el gesto de su cara y por sus palabras que Lewis no había querido besarla y que se arrepentía de haberlo hecho.

– Viola está llorando -logró decir Martha-. Será mejor que vaya.

Lewis escondió el rostro en sus manos, mientras ella se levantaba y se colocaba la camisa. Con piernas temblorosas, llegó a la habitación y, tras unos momentos, la niña se tranquilizó y se volvió a dormir.

Martha se quedó observando a Viola. Le hubiera gustado estar dormida como ella.

Por la expresión que había visto en Lewis, era fácil adivinar que no volvería a tocarla. Martha se entristeció por ello. ¿Había sido culpa suya?, se preguntó. Quizá lo había obligado a besarla. Quizás él no se había atrevido a apartarse de ella para no hacerla sentir mal. No recordaba cómo había empezado todo. Se sonrojó pensando lo maravilloso que había sido acariciar su cuerpo y sentir sus labios fundiéndose en un beso.

Volvió a contemplar a los bebés y deseó estar junto a ellos, dormida. Así despertaría y descubriría que todo había sido un sueño y que no había hecho el ridículo frente a Lewis. Todavía podía sentir el calor de sus manos sobre su piel y el sabor de sus labios. Aquellas sensaciones no habían sido un sueño.

Tenía que regresar y hacerle frente. Pero, ¿qué le diría? «Lo siento Lewis, me he dejado llevar por las hormonas». Siempre podía decir que estaba aturdida por el cambio horario. Aunque eso tampoco era una buena excusa para revolcarse con Lewis en el sofá.

Martha se mesó los cabellos desesperada.

– ¿Viola está bien?

La voz de Lewis en el rellano de la puerta hizo que su corazón diera un vuelco. Tuvo que inspirar profundamente antes de contestar.

– Sí, está bien -dijo sin mirarlo.

– ¿Y usted? -preguntó dubitativo.

– Estoy bien.

Se quedaron callados. Entonces, Lewis se dio media vuelta.

– Me voy a dormir -dijo indiferente mientras salía de la habitación.

Instantes después, Martha escuchó cómo cerraba la puerta de su dormitorio.

Así que Lewis daba el asunto por resuelto. Si iba a pretender que nada había pasado entre ellos, no sería ella la que perdiera el tiempo en averiguar los motivos por los que había ocurrido.

Se sentía confundida. Por una parte, era un alivio olvidar lo que había pasado, pero por otra, no quería hacerlo. ¿Cómo podía Lewis olvidar lo ocurrido? Quizás hubiera sido ella la que lo había iniciado todo, pero aquello había sido cosa de dos. Si Viola no hubiera llorado…

Se quedó absorta en sus pensamientos. Imaginó lo que podía haber pasado si Viola no los hubiera interrumpido. Sentía unos deseos incontenibles de llamar a la puerta de Lewis y rogarle que terminara lo que había empezado.

Aunque, ahora que lo pensaba detenidamente, tenía que reconocer que lo mejor era olvidarlo todo. Martha dejó escapar un largo suspiro. Era una situación embarazosa para ambos, pero eran adultos y tenían que comportarse. Lo mejor sería ignorar que se habían besado. Olvidar sus caricias y el sabor de sus labios. Si Lewis podía hacerlo, ella también podría. Al menos, estaba dispuesta a intentarlo.

– Le debo una disculpa.

Lewis dejó su taza sobre la encimera y miró a Martha.

Apenas había dormido. Se sentía agotada y frustrada. Estaba convencida de que Lewis no diría nada de lo que había pasado la noche anterior y, por supuesto, ella tampoco lo haría.

Pero allí estaba él, sacando el tema a relucir. Martha no tenía fuerzas para hablar. Ni siquiera se había molestado en vestirse y en esos momentos se sentía muy incómoda. Ahora Lewis sabía que no llevaba nada bajo la camisa.

– No necesita disculparse -dijo ella.

– Yo creo que sí.

Lewis tensó los músculos de su mandíbula. Le hubiera gustado no volver a ver aquella camisa. Recordó como se había deslizado y había dejado al descubierto uno de sus hombros, mientras consolaba a Viola la noche anterior. No había podido quitar los ojos de su piel, imaginando su suavidad. En aquel momento, aunque se la veía cansada, la había encontrado muy sensual y atractiva.

Su intención no había sido besarla. Había intentado controlar sus emociones. Ella era su empleada y ese era motivo suficiente para evitarla. Cuando le tendió la mano, su único propósito había sido ayudarla a levantarse.

Pero Martha había tropezado y él la había sujetado por la cintura para impedir que se cayera. Había sentido su suavidad y calidez y no había podido evitar dejarse llevar. El olor de su piel, tan próxima, había hecho que su mente se quedara en blanco, y lo siguiente que supo fue que estaban retozando en el sofá. Todos sus propósitos e intenciones de respetarla habían desaparecido, y el deseo y la pasión se habían apoderado de él. Sólo un estúpido se hubiera detenido en aquel momento para evitar besarla.

– Nunca debí sobrepasarme con usted anoche -dijo, y se encogió de hombros-. No pretendía besarla. No sé cómo ocurrió, lo siento. Es imperdonable que la tomara de esa manera y que… -Lewis se detuvo sin saber cómo continuar. Ambos recordaron lo que había pasado después-. Quería decirle eso, que lo siento. Usted trabaja para mí y no me comporté correctamente anoche. La he contratado para que cuide de Viola no para que… -Lewis no se atrevió a terminar la frase. Si seguía así, iba a empeorar las cosas en vez de resolverlas-. Quédese tranquila. Le aseguro que no volverá a suceder.

Martha lo miró desconcertada. Lewis era un hombre orgulloso y tenía que ser difícil para él disculparse. No era justo que él se sintiera culpable por lo que había pasado entre ellos.

– No se preocupe. Son cosas que pasan. Los dos estábamos cansados y nos dejamos llevar. Ninguno de los dos fue consciente de lo que estábamos haciendo.

Lewis se quedó sorprendido. No parecía intimidada. ¿Cosas que pasan? ¿Es que acaso ella vivía situaciones como aquella con frecuencia? Al menos, debía alegrarse de que se lo hubiera tomado tan serenamente y no hubiera hecho la maleta o llamado a su abogado para presentar una demanda.

– Me alegro de que se lo tome así. Pero quiero que sepa que lo siento y que no volverá a ocurrir.

Martha hubiera preferido que sus palabras hubieran sido otras.

– Será mejor que ambos lo olvidemos -contestó Martha.

– Estoy de acuerdo, eso será lo mejor -asintió Lewis.

Claro, tenían que olvidarlo. ¿Cómo no se le había ocurrido a él sugerirlo? Hubiera sido más fácil que todo lo que había dicho.

Pero Lewis tenía muchas cosas en la cabeza y no pensaba con claridad. Los proyectos no iban todo lo bien que esperaba. Se habían encontrado con un problema legal para la adquisición de los terrenos colindantes con la ampliación del aeropuerto. Lo último que podía hacer era perder el tiempo por un simple beso. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

A pesar de que evitaba pensar en Martha, le era difícil olvidar el calor de su boca y la suavidad de su piel. A medida que los días iban pasando, Lewis se

sentía más confuso. Los recuerdos volvían una y otra vez a su mente y no podía hacer nada por evitarlo.

Desesperado por no conseguir olvidar lo acontecido, estaba más malhumorado que de costumbre. Sus empleados trataban de evitarlo y, en casa, la situación era incómoda para ambos. A pesar del esfuerzo que tanto él como Martha hacían por continuar como si nada hubiera pasado entre ellos, la tensión era evidente.

Todo le recordaba a Martha: el salón, con el sofá que había sido el escenario donde todo había ocurrido; el porche, donde tantas veces se habían sentado por las noches a hablar. Ya nunca lo hacían y Lewis añoraba aquellas charlas.

Lewis la veía en la cocina cada mañana, preparando el desayuno de los niños. Apenas se daban los buenos días. La veía allí, descalza y con aquella camisa y sentía deseos de abrazarla y estrecharla entre sus brazos. Deseaba decirle que no soportaba más aquella situación, que así no podían seguir y que, por más que lo intentaba, no conseguía borrarla de sus pensamientos. Pero no podía hacerlo. Martha era la niñera de Viola y, por tanto, su empleada. ¿Por qué tenía que repetírselo una y otra vez? Además, era muy buena haciendo su trabajo. Dedicaba a los niños toda su atención y los trataba con mucho cariño. También era buena cocinera. No estaba dispuesto a perderla como empleada.

Lewis trató de convencerse de que Martha no era el tipo de mujer que le gustaba. A él siempre le habían atraído las mujeres independientes. Se ponía nervioso cuando le hablaban de compromisos. Era evidente que eso era lo que Martha buscaba: un compromiso. Tenía un hijo y quería formar una familia, con todas las complicaciones que ello implicaba. Lewis no tenía ningún interés en sentar la cabeza y formar una familia. Estaba claro que lo único que sentía por ella era una fuerte atracción física.

Además, Martha nunca había mostrado ningún interés por él, salvo aquella noche en el sofá. Había dejado claro desde el principio que su prioridad era encontrar al padre de Noah.

Necesitaba distraerse, decidió Lewis. Así que un día, al encontrarse con Candace a la salida de la oficina, decidió invitarla a comer. No estaba seguro de si lo hacía por él o por demostrar algo a Martha, pero aun así la invitó.

Candace era una mujer más de su estilo, se dijo Lewis mientras la observaba durante la comida. Era fría, racional y muy atractiva. Tenía claro que su prioridad era el trabajo. Candace no tenía tiempo para bebés. Tenía su vida organizada y no quería compromisos a largo plazo. Era perfecta para él.

– Mañana no cenaré en casa -anunció Lewis mientras cenaban aquella noche.

Martha se estaba sirviendo ensalada.

– ¿Por qué? -preguntó mirándolo.

– Hay una fiesta en el hotel que dirige Candace Stephens -dijo. Se sentía obligado a darle una explicación-. Me preguntó si quería acompañarla y pensé…

¿Por qué no reconocía que tenía una cita con Candace?

– No necesita darme explicaciones -lo interrumpió Martha-. Lo que haga con su vida es asunto suyo. Pero le agradezco que me lo diga -añadió cortésmente.

– ¿Estará bien aquí sola?

– Claro que sí -dijo con una sonrisa forzada-. Ya estoy acostumbrada.

No era cierto. Aunque ya no hablaban como antes, le gustaba saber que Lewis estaba cerca. Sus sentidos se ponían en alerta cada vez que llegaba a casa. Se despertaba a mitad de la noche y recordaba aquel cálido beso que se habían dado.

Ahora tenía que aceptar que Lewis iba a salir con Candace. Era duro verlo salir con otra mujer, pero tenía que acostumbrarse.

– Quizás Eloise se pueda quedar a hacerle compañía si usted quiere.

Martha lo miró fríamente.

– No se preocupe, sé cuidarme sola.

Lewis frunció el ceño. No le gustaba cuando se ponía sarcástica.

– Sólo quería asegurarme que estaría bien.

Si así fuera, no estaría dispuesto a salir con Candace.

– Por favor, acuérdese de preguntar por Rory, a ver si alguien lo conoce -dijo Martha levantando la barbilla.

Rory. El novio por el que estaba obsesionada. Lewis se había olvidado de él.

– ¿Todavía no lo ha encontrado? -preguntó Lewis arqueando las cejas.

– ¿Cuándo cree que puedo hacerlo? Me paso todo el día en casa.

– Creí que salía cada día.

– Sólo voy al mercado a hacer la compra.

Probablemente había muchas cosas que podía haber hecho, y más contando con la ayuda de Eloise.

Pero no estaba dispuesta a reconocer que ni siquiera había intentado buscar al padre de Noah.

Lo cierto era que había pensado más en Lewis que en Rory.

Aquella noche en la fiesta, Lewis no pudo dejar de pensar en Martha. Candace estaba muy guapa con un vestido plateado que acentuaba su gélida belleza. No pudo dejar de compararla durante toda la noche con Martha. Echaba de menos la mirada de sus ojos oscuros y su cálida sonrisa; era totalmente opuesta a Candace.

No soportaba los actos sociales y la velada se le hizo interminable. Candace estuvo ocupada saludando a otros invitados y Lewis no dejó de mirar la puerta. Era como si confiara en que Martha apareciera de un momento a otro.

Tan pronto como pudo, se despidió de Candace y se fue a casa, pero cuando llegó, Martha ya se había ido a la cama. Se sintió decepcionado y se sentó en la oscuridad del porche.

– ¿Se lo pasó bien anoche? -le preguntó Martha a la mañana siguiente.

Lewis se encogió de hombros.

– Era una de esas fiestas en las que estás con mucha gente pero no llegas a conocer a nadie -dijo Lewis, y la miró a los ojos-. Ninguna de las personas con las que hablé conocía a Rory.

Martha se quedó paralizada. Se había olvidado de que le había pedido que preguntara por Rory.

– Alguien lo tiene que conocer. Este sitio es pequeño.

– Quizás haya más suerte en la recepción que el Alto Comité celebra la próxima semana -dijo Lewis-. He aceptado una invitación en su nombre, así que usted misma podrá preguntar.

– ¿Una invitación? ¿Para mí? -dijo mientras limpiaba la nariz de Viola.

– Suelen invitar a todos los británicos que están en la isla -dijo Lewis, y tomó un sorbo de café, recordando el placer con el que había pronunciado su nombre la noche anterior-. Les hablé de usted y comenté que estaba deseando salir y conocer a otras personas. Así que me dijeron que nos harían llegar unas invitaciones para asistir. Si no encuentra a alguien en esa fiesta que conozca a Rory, es que no está en la isla.

– Muchas gracias por acordarse de mí -dijo Martha dubitativa-. Se lo agradezco.

Su voz había sonado triste. Tenía que haberse mostrado entusiasmada con la idea, pensó Martha. Gracias a Lewis, estaba más cerca de encontrar a Rory. Tenía que estarle agradecida por eso y porque se estuviese preocupando de incluirla en la vida social de la isla.

Quizás Lewis estuviese interesado en Candace. Martha pensaba que era una mujer muy fría, pero eso no era asunto suyo. Tenía que demostrarle que no le importaba lo que él hiciera con su vida.

Trató de contenerse. Sus pensamientos vagaban peligrosamente. Lewis había hecho un esfuerzo por ser amable con ella y estaba decidida a hacer lo mismo por él. Empezaría por ser agradable con Candace, o parecería que estaba celosa de ella.

Por supuesto, eso no era cierto. No era más que una tontería.

– Si quiere, puede corresponder la invitación de Candace invitándola a cenar en casa un día de estos. Estaré encantada de preparar la cena -dijo Martha-. Podría preparar algo especial, y no se preocupe por mí, prometo quedarme en la cocina y no molestar.

Tomó primero a Noah y después a Viola de sus sillitas y los dejó en el suelo. Los niños disfrutaban allí sentados golpeando una cacerola con cucharas de madera. Era una buena forma de mantenerlos entretenidos, aunque bastante ruidosa.

– Francamente, no creo que pudiera disfrutar de la comida sabiendo que estará encerrada en la cocina -dijo amablemente Lewis.

Se quedó pensativo. No tenía ningún interés en pasar una velada a solas con Candace.

– Como usted quiera.

– Le diré lo que podemos hacer: mañana llegan un ingeniero hidráulico, un botánico y un economista para preparar los informes para el Banco Mundial. Se quedan sólo unos días en el hotel de Candace y sería agradable ofrecerles una cena en casa en lugar de cenar todos los días en restaurantes. Podría invitarlos la próxima semana, y avisaría a Candace también.

Martha sonrió alegremente. Le gustaba cocinar y, además, en el fondo se alegraba de que Lewis no fuera a cenar a solas con Candace.

– Cocinaré algo especial -prometió Martha.

Eligió el menú para la cena con suficiente antelación. Ese día se levantó temprano para poder ir pronto al mercado y disponer del tiempo suficiente para hacer los preparativos y arreglarse para estar guapa. Había decidido preparar una cena exquisita. Quería ser la anfitriona perfecta y demostrar a Candace que tener un hijo no era impedimento alguno para hacer otras cosas. Todo iba a salir bien.

Y así habría sido si Eloise hubiera ido a trabajar, pero su madre se había caído y había tenido que llevarla al hospital. Martha tuvo que cocinar y limpiar la casa, sin dejar de atender a los gemelos. Viola estuvo especialmente caprichosa durante todo el día y Noah acabó vomitando sobre el sofá. Cuando llegó al mercado, no quedaba el pescado que había pensado cocinar.

A toda prisa, se aseguró de que Noah no estuviera enfermo y como pudo volvió a limpiar el salón. Al mismo tiempo, tuvo que calmar la rabieta de Viola y se olvidó de lo que tenía en el horno. De vuelta a la cocina, comprobó que ya era demasiado tarde: la salsa se había consumido, las verduras estaban deshechas y el postre que con tanto esmero había preparado se había quemado.

Cuando llegó Lewis la ayudó a acostar a los niños. Estaba tratando de improvisar algo para la cena, cuando los primeros invitados llegaron. No tuvo tiempo de arreglarse y convertirse en la anfitriona perfecta como había deseado.

Se secó las manos en un paño de cocina para recibir a los invitados. De camino a la puerta, se miró en el espejo y vio las manchas que lucían la camiseta y el pantalón que llevaba puestos.

Aquello le gustaría a Candace. Estaría encantada de confirmar sus expectativas y comprobar que no había podido organizar la cena. Era precisamente lo que esperaba de una mujer con hijos.

– ¡Parece cansada! -le dijo Candace a modo de saludo nada más verla.

Continuó haciendo comentarios sobre el aspecto de Martha hasta que consiguió que todos se fijaran en ella. Justo lo que Martha necesitaba.

Candace estaba impecable con un vestido blanco. Frente a ella, Martha parecía invisible. El botánico y el economista eran jóvenes y se les veía impresionados por la belleza de Candace.

El ingeniero hidráulico resultó ser una mujer con la que Martha congenió enseguida. Se llamaba Sarah, estaba a punto de casarse y deseaba tener hijos pronto.

Después de cenar salieron al porche y mientras Candace hablaba de negocios con los hombres, Martha y Sarah charlaron sobre bebés.

Martha se dio cuenta de que Lewis las observaba. No le importaba que se enterara de su conversación. Para ella, era más interesante hablar de Viola y Noah que de análisis financieros, proyectos, comprobaciones y todas aquellas cosas de las que discutían al otro lado del porche.

Sarah la había oído referirse a los niños como los gemelos y le confió que estaba preocupada porque en la familia de su prometido había varios gemelos.

– Debe de ser agotador criar a dos hijos a la vez -le dijo a Martha.

– No sé cómo se las arreglan algunas madres -dijo Martha pensando en el día que había tenido.

– Tienes suerte de tener a Lewis -observó Sarah, mirando cómo Lewis servía el café-. Es la primera vez que trabajo con él y estoy encantada. Su compañía tiene muy buena reputación. Seguro que está tan ocupado que no tiene muchas oportunidades de ejercer de padre.

_No se le da mal -dijo Martha, y pensó en cómo la había ayudado a acostar a los niños unas horas antes. De pronto, cayó en la cuenta-. ¿No creerás que…? No, Lewis no es el padre de ninguno de los dos.

– Yo creí que eras su esposa -dijo Sarah contrariada.

– No, no soy su esposa. Creí que lo sabías.

Martha contempló a Lewis, que estaba dejando la cafetera sobre la bandeja. Vio que sonreía y sintió un escalofrío en su interior. Como si hubiera oído lo que estaban hablando, Lewis la miró y Martha retiró rápidamente sus ojos de él.

– No creas, no está tan claro -dijo Sarah levantando las cejas. Se había estado fijando en el modo en que Lewis y Martha habían intercambiado miradas durante toda la noche.

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