Aunque estés acostumbrado, a veces puede contigo. Como aquella mañana…, si puede llamársele mañana. Realmente era de noche. Pero nos guiamos por el horario terrestre en Placet, porque el tiempo de Placet sería tan lioso como todo lo demás en ese planeta chiflado. Quiero decir que habría un día de seis horas y luego una noche de dos horas y después un día de quince horas y una noche de una hora y… bueno, no se puede medir el tiempo en un planeta que hace un ocho en su órbita alrededor de dos soles disparejos, pasa entre ellos como un murciélago salido del infierno mientras que los dos soles giran uno alrededor del otro tan rápida y tan relativamente cerca que los astrónomos de la Tierra pensaron que se trataba de un solo sol hasta que la expedición Blakeslee aterrizó aquí hace veinte años.
Verán, la rotación de Placet no es ni siquiera una fracción del período de su órbita, y tenemos el Campo Blakeslee en medio de los dos soles…, un campo en el que los rayos de luz reducen su velocidad hasta el paso de tortuga y se quedan atrás y… bueno…
Si no han leído los informes Blakeslee sobre Placet, agárrense a algo mientras les digo esto:
Placet es el único planeta conocido que puede eclipsarse a sí mismo dos veces al mismo tiempo, correr precipitadamente hacia sí mismo cada cuarenta horas, y luego perseguirse hasta quedar invisible.
No, no se lo reprocho.
Yo tampoco lo creía, y me quedé de piedra la primera vez que puse el pie en Placet y vi a Placet venir de frente hacia nosotros. Y había leído el informe Blakeslee y sabía lo que sucedía realmente, y por qué. Es como las primeras películas, cuando la cámara se colocaba delante de un tren y el público veía a la locomotora enfilar contra él y sentía el impulso de echar a correr aunque sabía que la locomotora no estaba realmente allí.
Pero aquella mañana, como estaba diciendo, me hallaba sentado ante mi mesa, cuya superficie estaba cubierta de hierba. Mis pies estaban (o parecían estar) apoyados en una plancha de agua ondulante. Pero no estaban mojados.
En lo alto de la hierba de mi mesa había un florero rosa, y dentro de éste, de nariz, había atrapado un lagarto saturnino verde brillante. Aquello, me decía la razón aunque no mi vista, era mi pluma y el tintero. También había un cartel bordado que decía «Dios bendiga nuestro hogar» con claras puntadas. En realidad era un mensaje del Centro Terrestre que acababa de llegar por radiotipo. No sabía lo que decía porque había llegado a mi despacho después de que empezara el efecto C. B. No creía que dijera realmente «Dios bendiga nuestro hogar», aunque lo pareciera. Y entonces me enfadé, harto de todo, y dejó de importarme un pimiento lo que dijera realmente.
Verán, será mejor que me explique: el efecto del Campo Blakeslee sucede cuando Placet está en posición media entre Argyle I y Argyle II, los dos soles en torno a los que dibuja sus ochos. Hay una explicación científica para todo. pero debe expresarse con fórmulas, no con palabras. Se reduce a esto: Argyle I es materia terrena, y Argyle II es contra-terrena o materia negativa. A mitad de camino entre ellos (a lo largo de una considerable extensión de territorio), hay un campo en el que la velocidad de los rayos de luz se reduce muchísimo. Se mueven aproximadamente a la velocidad del sonido. El resultado es que si algo se mueve más rápido que el sonido (como hace el propio Placet) aún puedes verlo venir después de que te haya pasado. La imagen visual de Placet tarda veintiséis horas en atravesar el campo. Para entonces, Placet ha dado la vuelta a uno de sus soles y se encuentra con su propia imagen de regreso. En la mitad del campo hay una imagen que va y otra que viene, y se eclipsa dos veces, ocultando ambos soles al mismo tiempo. Un poco más adelante. se encuentra consigo mismo al venir de la dirección contraria… y te asusta de muerte si estás mirando, aunque sepas que no está sucediendo de verdad.
Déjenme explicarlo bien antes de que se mareen. Digamos que una antigua locomotora viene hacia ustedes, sólo que a una velocidad muchísimo mayor que la del sonido. A un kilómetro de distancia, silba. Les pasa y entonces oyen ustedes el silbido, procedente de un punto situado un kilómetro atrás donde ya no está la locomotora. Ese es el efecto audible de un objeto que viaja más rápido que el sonido; lo que acabo de describir es el efecto visual de un objeto que viaja (haciendo la figura de un ocho) más rápido que su propia imagen visual.
Eso no es lo peor. uno puede quedarse en casa y evitar el eclipse y las colisiones de frente. pero no se puede evitar el efecto fisiopsicológico del Campo Blakeslee.
Y eso, el efecto fisiopsicológico, es otra historia. El campo hace algo a los centros del nervio óptico o a la parte del cerebro donde conecta el nervio óptico, algo similar al efecto de determinadas drogas. Uno experimenta…, no se las puede llamar exactamente alucinaciones, porque no se ven normalmente cosas que no estén allí, pero se recibe una imagen ilusoria de lo que hay.
Yo sabía perfectamente bien que estaba sentado ante una mesa cuya superficie era de cristal. no de hierba; que el suelo bajo mis pies era de plastiplaca corriente y no una hoja de agua ondulante; que los objetos sobre mi mesa no eran un florero rosa con un lagarto saturnino metido dentro, sino un antiguo tintero del siglo XX y una pluma… y que el «Dios bendiga este hogar» era un papel con un mensaje de radiotipo. Podía verificar todas estas cosas con mi sentido del tacto, al que no afecta el Campo Blakeslee.
Siempre se pueden cerrar los ojos, claro, pero no se hace, porque a pesar de la magnitud del efecto. la visión te da el tamaño relativo y la distancia de las cosas. y si te quedas en territorio familiar tu memoria y tu razón te dicen lo que son aquéllas.
Así, cuando se abrió la puerta y entró un monstruo de dos cabezas, supe que era Reagan. Reagan no es ningún monstruo de dos cabezas, pero pude reconocer el sonido de sus pasos.
—¿Sí, Reagan?
—Jefe —dijo el monstruo de dos cabezas—, el taller de maquinaria se tambalea. Tal vez tengamos que romper la norma de no trabajar en período medio.
—¿Pájaros? —pregunté.
Sus dos cabezas asintieron.
—La parte subterránea de esas paredes deben ser como tamices para que los pájaros la atraviesen, y será mejor que echemos hormigón rápido. ¿Cree que esas nuevas barras reforzantes de aleación que traerá el Arca los detendrá?
—Claro —mentí. Olvidando el campo. me volví para mirar el reloj, pero había una corona fúnebre de lirios blancos en la pared donde debería hacer estado el reloj. No se puede saber la hora con una corona—. Esperaba que no hubiera que reforzar esas paredes hasta que tuviéramos las barras para clavarlas. El Arca debe de estar al llegar; probablemente ahora estarán en órbita esperando que salgamos del campo. ¿Crees que podríamos esperar hasta…?
Se oyó un estruendo.
—Sí, podemos esperar —dijo Reagan—. Desapareció el taller de maquinaria, así que ya no hay prisa.
—¿No había nadie dentro?
—No, pero iré a asegurarme —y salió corriendo.
Así es la vida en Placet. Ya había tenido suficiente; había tenido demasiado. Me decidí mientras esperaba a Reagan.
Cuando regresó, era un esqueleto articulado azul brillante.
—Muy bien, jefe —dijo—. No había nadie dentro.
—¿Alguna de las máquinas está dañada?
El se echó a reír.
—¿Puede usted mirar un flotador playero de goma en forma de caballito con puntitos púrpura y decir si es un torno intacto o uno dañado? Diga. jefe ¿sabe qué aspecto tiene?
—Si me lo dices, te despido.
No sé si bromeaba o no; estaba bastante irritado. Abrí el cajón de mi mesa, metí dentro el cartel de «Dios bendiga esta casa» y lo cerré de golpe. Estaba harto. Placet es un mundo de locura y si te quedas el tiempo suficiente también tú te vuelves loco. Uno de cada diez empleados del Centro Terrestre en Placet tiene que volver a la Tierra para recibir tratamiento psicológico después de un año o dos en Placet. Y yo casi llevaba aquí tres años. Mi contrato estaba a punto de expirar. Me decidí.
—Reagan —dije.
Él se dirigía hacia la puerta. Se volvió.
—¿Sí. jefe?
—Quiero que envíes un mensaje por radiotipo al Centro Terrestre. Y que quede clarito: Dimito.
—Muy bien, jefe —salió y cerró la puerta.
Me recliné en mi sillón y cerré los ojos para pensar. Se acabó. A menos que corriera tras Reagan y le dijera que no enviara el mensaje, se había terminado y era irrevocable. El Centro Terrestre es bastante curioso: la dirección es muy generosa en algunos aspectos, pero en cuanto dimites, nunca te dejan cambiar de opinión. Es una regla férrea, y noventa y nueve veces de cada cien está justificada en los proyectos interplanetarios e intergalácticos. Un hombre debe ser entusiasta al ciento por ciento con su trabajo para sacarle rendimiento. y cuando éste se le hace cuesta arriba, se acabó el atractivo.
Sabía que el período medio estaba a punto de terminar, pero de todas formas permanecí allí sentado con los ojos cerrados. No quería abrirlos para mirar el reloj hasta que pudiera verlo como reloj, y no como lo que fuera esta vez. Permanecí allí y pensé.
Me sentía un poco dolido con la indiferencia con que Reagan había aceptado el mensaje. Había sido buen amigo mío durante diez años: al menos podía haber dicho que sentía que me marchara. Naturalmente, había una buena probabilidad de que él consiguiera un ascenso, pero aunque estuviera pensando en eso. podría haber sido un poco diplomático. Al menos, podría haber…
«Oh. deja de compadecerte —me dije—. Has acabado con Placet y has acabado con el Centro Terrestre, y vas a volver a la Tierra muy pronto, en cuanto te releven. y allí podrás conseguir otro empleo, probablemente otra vez en la enseñanza.»
Pero maldito fuera Reagan de todas formas. Había sido alumno mío en la ciudad terrestre de Poly. y yo le había conseguido este trabajo en Placet. y era buena cosa para un joven de su edad, administrador auxiliar de un planeta con una población de casi mil personas. Respecto a eso. mi trabajo era bueno para un hombre de mi edad: sólo tengo treinta y uno. Un trabajo excelente, excepto que no se puede levantar un edificio que no vaya a caerse una y otra vez y… «Deja de lloriquear —me dije—. Ya has terminado aquí. De vuelta a la Tierra y a la enseñanza otra vez. Olvídalo.»
Estaba cansado. Apoyé la cabeza sobre los brazos y debí dar una cabezada durante un minuto.
Desperté con el sonido de unos pasos que recorrían el pasillo; no eran los pasos de Reagan. Vi que las ilusiones estaban mejorando. Era (o parecía ser) una espléndida pelirroja. No podía serlo, naturalmente. Hay unas cuantas mujeres en Placet, la mayoría esposas de técnicos, pero…
—¿No me recuerda, señor Rand? —dijo ella.
Era una mujer; su voz era una voz de mujer, y era hermosa. También sonaba vagamente familiar.
—No diga tonterías. ¿Cómo puedo reconocer nada a mitad de período…? —dije.
Mis ojos vieron de refilón el reloj más allá de su hombro, y se trataba de un reloj y no de una corona funeraria o un nido de cuco, y advertí súbitamente que el resto de la habitación había vuelto a la normalidad. Y eso significaba que el período medio se había acabado y ya no estaba viendo cosas.
Mis ojos volvieron a la pelirroja. Advertí que debía de ser real. Y de repente la reconocí, aunque había cambiado, y mucho. Todos los cambios eran mejoras, aunque Michaelina Ittow había sido una muchacha muy hermosa cuando estaba en mi clase de tercer curso de botánica extraterrestre en el instituto de Poly, cuatro…, no. cinco años atrás.
Entonces era bastante bonita. Ahora era hermosísima. Era apabullante. ¿Cómo la habían dejado escapar los teleshows? ¿O no lo habían hecho? ¿Qué estaba haciendo aquí? Debía haber bajado del Arca, pero… advertí que todavía la estaba mirando con la boca abierta. Me levanté tan rápidamente que casi me caí sobre la mesa.
—Claro que la recuerdo, señorita Ittow —tartamudeé—. ¿No quiere sentarse? ¿Cómo ha venido aquí? ¿Han relajado la regla de no visitantes?
Ella sacudió la cabeza, sonriente.
—No soy una visitante, señor Rand. El Centro anunció una secretaria técnica para usted, y yo solicité el trabajo y lo conseguí, sujeto a su aprobación, naturalmente. Estoy a prueba durante un mes.
—Magnifico —dije. Era una obra maestra de expresión. Empecé a elaborarlo—. Maravilloso.
Alguien se aclaró la garganta. Miré alrededor; Reagan estaba en la puerta. Esta vez no como un esqueleto azul o como un monstruo de dos cabezas. Simplemente Reagan.
—La respuesta a su radiotipo acaba de llegar —dijo.
Se acercó y la colocó sobre mi mesa. La miré. «Muy bien. 19 de agosto», decía. Mi momentánea esperanza de que no hubieran aceptado mi dimisión se perdió entre los pájaros widgie. Había sido tan breve como yo.
19 de agosto… la siguiente llegada del Arca. Desde luego. no perdían el tiempo, mío ni de ellos. ¡Cuatro días!
—Pensé que querría saberlo de inmediato, Phil —dijo Reagan.
—Sí —le dije. Lo miré—. Gracias.
Con un poco de resentimiento (o tal vez algo más que un poco), pensé: «Bien, amigo mío. no te han dado el trabajo, o el mensaje lo diría; envían un reemplazo con la siguiente Arca.»
Pero no lo dije; la capa de civilización era demasiado densa.
—Señorita Ittow, me gustaría presentarle… —dije. Ellos se miraron y empezaron a reírse, y yo recordé. Naturalmente, Reagan y Michaelina habían estado en mi clase de botánica, igual que el hermano gemelo de Michaelina. Dimitri. Sólo que, por supuesto, nadie llamaba a los gemelos pelirrojos Michaelina y Dimitri. Cuando se les conocía, eran Mike y Dim.
—Me encontré con Mike al salir del Arca —dijo Reagan—. Le dije cómo encontrar el camino de la oficina, ya que no estuvo allí para hacer los honores.
—Gracias —dije—. ¿Llegaron las barras reforzantes?
—Supongo. Descargaron algunas cajas. Tenían prisa por volver a despegar. Se han ido.
Gruñí.
—Bueno, comprobaré los albaranes —dijo Reagan—. Sólo vine para darle el radiotipo; pensé que querría conocer la buena noticia inmediatamente.
Salió, y me lo quedé mirando. Gusano. Le…
—¿Empiezo a trabajar inmediatamente, señor Rand? —preguntó Michaelina.
Salí de mi ensimismamiento y logré forzar una sonrisa.
—Claro que no. Primero querrá echar un vistazo a los alrededores, ¿no? Ver el escenario y acostumbrarse. ¿Quiere dar un paseo hasta el pueblo para tomar una copa?
—Desde luego.
Recorrimos el caminito hasta el pequeño grupo de edificios, todos pequeños, de un solo piso y cuadrados.
—Es…, es bonito —dijo ella—. Parece que estoy caminando en el aire, me siento tan liviana… ¿Cuál es exactamente la gravedad?
—Cero setenta y cuatro —dije—. Si pesa… hum…, cincuenta kilos en la Tierra, aquí pesa alrededor de treinta y cinco. Y en usted, sienta bien.
Ella se echó a reír.
—Gracias, profesor… Oh, claro; ya no es profesor. Ahora es mi jefe, y debo llamarle señor Rand.
—A menos que esté dispuesta a llamarme Phil, Michaelina.
—Si usted me llama Mike: detesto Michaelina casi tanto como Dim odia Dimitri.
—¿Cómo está Dim?
—Bien. Tiene un trabajo de instructor en Poly, pero no le gusta mucho —miró el pueblecito—. ¿Por qué tantos edificios pequeños en vez de unos cuantos más grandes?
—Porque la vida media de cualquier estructura en Placet es de unas tres semanas. Y nunca se sabe cuándo se va a caer… con alguien dentro. Es nuestro mayor problema. Todo lo que podemos hacer es construirlos pequeños y livianos, excepto los cimientos, que hacemos lo más fuerte posible. Hasta ahora, nadie ha sido herido de gravedad en el derrumbe de un edificio, pero… — ¿Lo nota?
—¿La vibración? ¿Qué fue, un terremoto?
—No. Una bandada de pájaros.
—¿Qué?
Tuve que reírme ante la expresión de su cara.
—Placet es un mundo de locura. Hace un minuto dijo usted que se. sentía como si caminara en el aire. Bueno, en cierto modo, está haciendo eso exactamente. Placet es uno de los raros objetos en el Universo que está compuesto de materia a la vez ordinaria y pesada. Materia con una estructura molecular colapsada, tan pesada que no se podría levantar una piedra. Placet tiene un núcleo de esa materia; por eso este planeta diminuto, que tiene un área de unas dos veces el tamaño de la isla de Manhattan, tiene una gravedad que es de tres cuartos de la de la Tierra. Hay vida. vida animal, no inteligente, habitando en el núcleo. Son pájaros cuya estructura molecular es como la del núcleo del planeta, tan densa que la materia ordinaria es tan tenue para ellos como el aire lo es para nosotros. Vuelan a través de ella, como los pájaros de la Tierra. vuelan a través del aire. Desde su punto de vista, nosotros caminamos. en lo alto de la atmósfera de Placet.
—¿Y la vibración de su vuelo bajo la superficie hace que las casas se derrumben?
—Sí, y peor…; vuelan a través de los cimientos, no importa de qué los hagamos. Cualquier materia con la que podamos trabajar para ellos es como aire. Vuelan a través del hierro o el acero con tanta facilidad como a través de arena o espuma. Acabo de recibir un cargamento de un material especialmente duro de la Tierra…, el acero especial por el que me ha oído preguntar a Reagan… pero no tengo mucha esperanza de que sirva para nada.
—Pero ¿no son peligrosos esos pájaros? Quiero decir aparte de que hagan caer los edificios. ¿No podría uno adquirir suficiente aceleración al volar para salir del suelo y entrar un poco en el aire? ¿No atravesarían a cualquiera que estuviera allí?
—Lo harían, pero no. Nunca vuelan más que unos pocos centímetros cerca de la superficie. Algo parece decirles que se acercan a la parte superior de su «atmósfera». Algo análogo al sentido supersónico que emplea un murciélago. Ya sabe, los murciélagos pueden volar en completa oscuridad y nunca chocan con un objeto sólido.
—Como el radar, si.
—Como el radar, sí, excepto que un murciélago usa ondas de sonido en vez de ondas de radio. Y los pájaros widgie deben usar algo que funciona con el mismo principio, pero al contrario; los hace volverse a unos pocos centímetros antes de lo que debe de ser para ellos el equivalente al vacío. Siendo de materia pesada, no podrían existir o volar en el aire, igual que un pájaro no podría existir o volar en el vacío.
Mientras nos tomábamos un cóctel por cabeza en el pueblo, Michaelina mencionó a su hermano de nuevo.
—A Dim no le gusta enseñar. Phil. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda conseguirle un trabajo en Placet?
—He estado pidiendo otro auxiliar administrativo al Centro Terrestre. El trabajo aumenta, ya que tenemos más cultivos en la superficie. Reagan necesita ayuda realmente. Yo…
Todo su rostro estaba encendido de ansiedad. Y recordé. Había acabado. Había dimitido, y el Centro Terrestre prestaría tanta atención a cualquier recomendación mía como a un pájaro widgie.
—Yo… veré si puedo hacer algo —terminé débilmente.
—Gracias, Phil —dijo ella.
Mi mano estaba sobre la mesa junto a mi vaso, y durante un segundo ella me puso la suya encima. Muy bien; es una metáfora gastada decir que sentí como si una descarga de alto voltaje me atravesara. Pero así fue, y se trató de una descarga mental tanto como física, porque advertí entonces que estaba colado. Había caído con más fuerza que ninguno de los edificios de Placet. El golpe me dejó sin respiración. No estaba mirando a la cara de Michaelina. pero por la forma en que apretó la mano contra la mía durante un milisegundo y luego la retiró como si se hubiera quemado. debió de sentir también un poco de aquella corriente.
Me levanté, un poco tembloroso, y sugerí que regresáramos a la oficina.
Porque la situación era ahora completamente imposible. Ahora que el Centro había aceptado mi dimisión y yo estaba sin ningún medio de apoyo visible o invisible. En un momento psicótico, yo mismo me había rebanado el cuello. Ni siquiera estaba seguro de poder encontrar un trabajo en la enseñanza. El Centro Terrestre es la organización más poderosa del Universo y tiene el dedo metido en todas partes. Si me ponían en la lista negra…
De regreso. dejé que Michaelina llevara toda la conversación; yo tenía mucho en que pensar. Quería decirle la verdad… y no quería.
Entre respuestas monosilábicas. luché conmigo mismo. Y, finalmente. perdí. O gané. No se lo diría… hasta justo antes de la llegada del Arca. Pretendería que todo iba bien y normal. me daría la oportunidad de ver si Michaelina se enamoraba de mí. Me daría ese respiro. Una oportunidad, durante cuatro días.
Y entonces, bueno…, si para entonces ella llegaba a sentir lo mismo que yo, le diría lo loco que había sido y que me gustaría… No, no la dejaría regresar a la Tierra conmigo, aunque quisiera, hasta que viera luz a través de un futuro nublado. Todo lo que podría decirle era que si tenía la posibilidad de volver a conseguir un trabajo decente, ya que después de todo sólo tenía treinta y un años, entonces podría…
Ese tipo de cosas.
Reagan estaba esperando en mi oficina, con aspecto de estar tan enfadado como un abejorro mojado.
—Esos cretinos del departamento de envíos del Centro Terrestre han vuelto a meter la pata hasta el fondo —dijo—. Esas cajas de acero especial… no son.
—¿No son qué?
—No son nada. Son cajas vacías. Algo debe de haber salido mal con la máquina de embalajes y no se han dado cuenta.
—¿Estás seguro de que esas cajas debían contener eso?
—Claro que estoy seguro. Todas las demás cosas del pedido han llegado, y los albaranes especificaban el acero para esas cajas concretas.
Se pasó una mano por el pelo enmarañado. Le hizo parecer más un airedale que de costumbre.
Le sonreí.
—Tal vez acero invisible.
—Invisible, intangible y sin peso. ¿Puedo enviar un mensaje al Centro diciendo lo que ha pasado?
—Haz lo que quieras —le dije—. Pero espera un momento. Le enseñaré a Mike dónde están sus habitaciones y luego quiero hablar contigo.
Llevé a Michaelina a la mejor cabina disponible del grupo. Ella volvió a darme las gracias por intentar conseguirle a Dim un trabajo allí y yo me sentí más bajo que la tumba de un pájaro widgie.
—¿Sí, jefe? —preguntó Reagan cuando llegué a mi oficina.
—Sobre el mensaje a la Tierra. Me refiero al que envié esta mañana. No quiero que Michaelina sepa nada.
El se echó a reír.
—Quiere decírselo usted mismo, ¿eh? Muy bien, mantendré la boca cerrada.
—Tal vez me precipité al enviarlo —dije tristemente.
—¿Eh? Pues yo me alegro. Fue una idea magnífica.
Salió, y yo conseguí no arrojarle nada.
El día siguiente fue martes, por si importa algo. Lo recuerdo como el día en que resolví dos de los principales problemas de Placet. Un momento irónico para hacerlo, por cierto.
Estaba dictando algunas notas sobre cultura hortícola: la importancia de Placet para la Tierra, naturalmente, es el hecho de que ciertas plantas nativas del lugar y que no crecen en ninguna otra parte producen derivados importantes en farmacia. Dictaba despacito porque observaba a Michaelina tomar notas; ella había insistido en empezar a trabajar en su segundo día en Placet.
Y de repente, caída del cielo y de una mente confusa, llegó una idea. Dejé de dictar y llamé a Reagan. Acudió en seguida.
—Reagan, pide cinco mil ampollas de Condicionador J-17. Diles que se den prisa.
—Jefe ¿no se acuerda? Ya lo intentamos. Aunque podría condicionarnos para ver normalmente en el período medio, no afecta a los nervios ópticos. Seguiríamos viendo cosas raras. Es magnífico para condicionar a la gente a temperaturas altas o bajas, o…
—O para períodos largos y cortos de sueño y vigilia —le interrumpí—. De eso estoy hablando, Reagan. Mira, al girar en torno a dos soles, Placet tiene unos períodos tan cortos e irregulares de luz y oscuridad que nunca nos lo tomamos en serio, ¿no?
—Sí, pero…
—Pero ya que no podríamos emplear ningún día y noche lógicos de Placet, nos hacemos esclavos de un sol tan lejano que no podemos verlo. Usamos un día de veinticuatro horas. Pero el período medio se produce regularmente cada veinte horas. Podemos usar el condicionador para adaptarnos a un día de veinte horas, seis horas de sueño, doce despiertos, y todo el mundo dormido como un bendito a través del período en que los ojos les juegan malas pasadas Y en una habitación a oscuras no se podría ver nada, aunque uno se despierte. Días más y más cortos por año… y nadie se vuelve loco. Dime qué tiene de malo.
Reagan puso los ojos en blanco y se golpeó la frente con la palma de la mano.
—Demasiado simple, eso es lo que tiene de malo. Tan condenadamente simple que sólo un genio podría verlo. Durante dos años me he estado volviendo loco lentamente y la respuesta es tan fácil que nadie podía verla. Cursaré el pedido ahora mismo.
Empezó a marcharse, y de pronto se volvió.
—¿Cómo mantenemos los edificios en pie? Rápido, mientras esté inspirado o lo que sea.
Me eché a reír.
—¿Por qué no usar ese acero invisible de las cajas vacías?
—Genial —dijo él, y cerró la puerta.
Al día siguiente era miércoles y yo dejé el trabajo y me llevé a Michaelina a dar un paseo por Placet. De vez en cuando sienta bien dejar el trabajo. Pero con Michaelina Ittow. cualquier día de paseo sería bueno. Excepto. naturalmente, que yo sabía que sólo tenía un día más para pasar con ella. El mundo terminaría el viernes.
Mañana, el Arca saldría de la Tierra, con la partida de condicionador que resolvería uno de nuestros problemas… y con quienquiera que el Centro Terrestre enviara para ocupar mi puesto. Surcaría el espacio hasta un punto a salvo fuera del sistema de Argyle I–II y usaría el poder de los cohetes a partir de ahí. Estaría aquí el viernes, y yo volvería en ella. Pero traté de no pensar en eso.
Conseguí bastante bien olvidarlo hasta que volvimos a la oficina y me encontré con Reagan. Tenía una sonrisa que dividía su cara amistosa en mitades horizontales.
—Jefe, lo consiguió —dijo.
—Magnífico. ¿El qué?
—Me dio la respuesta a los cimientos de refuerzo. Resolvió el problema.
—¿Sí?
—Sí. ¿Verdad. Mike?
Michaelína parecía tan sorprendida como yo.
—Estaba bromeando. Dijo que usara el material de las cajas vacías, ¿no? —preguntó ella.
Reagan volvió a sonreír.
—Eso creía él. Es lo que vamos a utilizar a partir de ahora. Nada. Mire, jefe, es como el condicionador… tan simple que no se nos había ocurrido. Hasta que me dijo usted que usara lo que había en las cajas vacías. y me puse a pensar.
Yo mismo pensé durante un momento. y entonces hice lo que Reagan había hecho el día anterior: me di una palmada en la frente.
Michaelina seguía sorprendida.
—Cimientos huecos —le dije—. ¿Qué es lo que los pájaros widgie no atraviesan? Aire. Ahora podemos hacer los edificios del tamaño que queramos. Como cimientos, hundiremos paredes dobles con un amplio espacio de aire en medio. Podemos…
Me detuve, porque yo ya no estaba incluido en la historia. Ellos Podrían hacerlo cuando yo estuviera en la Tierra buscando trabajo.
Y el jueves pasó y llegó el viernes.
Estuve trabajando hasta el último minuto. porque era lo más fácil de hacer. Con Reagan y Michaelina ayudándome, hacía listas de materiales para nuestros nuevos proyectos de construcción. Primero, un edificio de tres plantas de unas cuarenta habitaciones para ser la sede de las oficinas centrales.
Trabajábamos rápidamente, porque pronto sería el período medio y no se puede hacer ningún papeleo cuando no se puede leer y sólo se puede escribir al tuntún.
Pero mi mente estaba en el Arca. Cogí el teléfono y llamé a la garita de radiotipo para preguntar por ella.
—Acabo de recibir una llamada —dijo el operador—. Han entrado en órbita. pero no podrán aterrizar antes del período medio. Aterrizarán inmediatamente después.
—Muy bien —dije, abandonando la esperanza de que llegaran un día tarde.
Me levanté y me acerqué a la ventana. Nos acercábamos a la posición media. Al norte, en el cielo, podía ver a Placet viniendo hacia nosotros.
—Mike —dije—. Ven aquí.
Ella se reunió conmigo junto a la ventana y nos quedamos allí mirando. Mi brazo la rodeaba. No recuerdo haberlo puesto allí. pero tampoco lo quité, y ella no se movió.
Tras nosotros, Reagan se aclaró la garganta.
—Tengo la lista para el operador —dijo—. Puede lanzarla al éter después del período medio.
Salió y cerró la puerta tras él.
Michaelina pareció acercarse un poco más. Los dos contemplábamos por la ventana cómo Placet se acercaba hacia nosotros.
—Es hermoso, ¿verdad. Phil?
—Sí —dije.
Pero me di la vuelta, y la miré a la cara mientras lo decía, Entonces, sin querer. la besé. Luego me senté en mi mesa.
—Phil, ¿qué pasa? —dijo ella—. No tienes una esposa y seis hijos ocultos en alguna parte o algo así. ¿no? Eras soltero cuando me enamoré de ti en Poly… y esperé cinco años para superarlo y por fin conseguí un trabajo en Placer sólo para… ¿Tengo que declararme yo?
Gruñí. No la miré.
—Mike. estoy loco por ti. Pero… justo antes de que vinieras, envié un radiotipo a la Tierra. Decía: «Dimito». Así que tengo que marcharme de Placet en la lanzadera del Arca. y dudo que pueda siquiera encontrar trabajo en la enseñanza, ahora que los del Centro Terrestre estarán enfadados conmigo y…
—¡Pero Phil! —dijo ella. y dio un paso hacia mí.
Llamaron a la puerta. Reagan. Por una vez, me alegré de la interrupción. Le dije que entrara, y él abrió la puerta.
—¿Se lo ha dicho ya, jefe?
Yo asentí, sombrío.
Reagan sonrió.
—Bien —dijo—. Me moría por decírselo. Será magnífico volver a ver a Dim.
—¿Eh? —dije yo—. ¿A Dim? ¿Dim quién? La sonrisa de Reagan se desvaneció.
—¿Phil, está mareado o algo? ¿No se acuerda de que me dio la respuesta al radiotipo del Centro Terrestre hace cuatro días, justo antes de que llegara Mike?
Me lo quedé mirando con la boca abierta. Ni siquiera había leído el radiotipo. y mucho menos lo había contestado. ¿Se había vuelto loco Reagan. o estaba loco yo? Recordé haberlo guardado en el cajón de mi mesa. Lo abrí y saqué el papel. Mi mano tembló un poco cuando leí:
PETICIÓN PARA AYUDANTE ADICIONAL CONCEDIDA. ¿A QUIÉN QUIERE PARA EL TRABAJO?
Miré a Reagan.
—¿Estás tratando de decir que envié una respuesta a esto?
El parecía tan aturdido como yo.
—Usted me lo dijo.
—¿Qué te dije que enviaras?
—Dim Ittow —me miro—. Jefe, ¿se encuentra bien?
Me sentía tan bien que algo pareció explotar en mi cabeza. Me levanté y me dirigí hacia Michaelina.
—Mike. ¿quieres casarte conmigo? —dije.
La rodeé con mis brazos, justo a tiempo, antes de que el período medio se cumpliera, así que no pude ver qué aspecto tenía, o viceversa. Pero, por encima del hombro, pude ver lo que debía de ser Reagan.
—Lárgate de aquí, orangután —dije, y hablé literalmente porque eso era exactamente lo que parecía: un brillante orangután amarillo.
El suelo temblaba bajo mis pies, pero también otras cosas me sucedían, y no me di cuenta de lo que significaba el temblor hasta que el orangután regresó y gritó:
—¡Una bandada de pájaros está pasando bajo nosotros, jefe! Salga rápido, antes de que…
Pero eso fue todo lo que pudo decir antes de que la casa se desplomara a nuestro alrededor y el suelo de hojalata me golpeara la cabeza y me derribara. Placet es un mundo de locura. Me gusta.