Capítulo 9

Alik preparó ropa limpia y anunció que se iba a la ducha. Nada más cerrar la puerta del baño y abrir el grifo, llamó por teléfono. Sus amigos contestaron por los dos aparatos, y a ninguno le sorprendió enterarse de que el novio de Blaire no existía.

– Tengo una deuda contigo, Zane.

– Bueno, solo hice un trabajillo de detective.

– Pues ese trabajillo de detective está despejando la niebla. Ahora lo veo todo más claro, tal y como tú dijiste, Dom.

– Eso es bueno, mon ami.

– Blaire aún no lo sabe, pero dentro de unos minutos voy a llevarla a Denver para hacer unas compras antes del viaje. Pasaremos la noche en el hotel del aeropuerto, y así mañana por la mañana embarcaremos en el avión a primera hora de la mañana. Zane, puedes venir y quedarte en el remolque, estás en tu casa. Dejaré las llaves en el dintel de la puerta del establo. Las chicas acaban de llenar la nevera, está todo a tu disposición.

– Te tomo la palabra.

– Es lo menos que puedo hacer por ti después de lo que has hecho tú por mí.

– Cuando llegues a Nueva York, no confíes en nadie -le recordó Dominic una vez más.

– Lo sé, lo tendré en cuenta.

– Marchaos en paz -murmuró Zane.

– Amen -contestó Dom-. Espera un momento, mon vieux, mi mujer quiere decir una última palabra.

Alik se aferró al auricular.

– ¿Alik?

– ¿Sí, Hannah?

– Blaire y yo tuvimos una charla amistosa ayer. No es que dijera nada revelador, se trata más bien de lo que no dijo. Hubo un momento en el que corrió al baño y se echó a llorar. Solo una mujer enamorada hace eso.

En lo más profundo de su alma, Alik deseaba creerla, pero si no había misterio que desvelar a propósito de su familia, y Blaire, sin embargo, seguía insistiendo en volver a San Diego…

– Gracias por contármelo, Hannah. Eres maravillosa.

– Es que me gusta Blaire, en serio, ¿sabes? -contestó ella con voz trémula.

Sí, lo sabía.

El recuerdo del erótico beso compartido la noche anterior sobre Cinnamon había iniciado un incendio forestal.

– Os llamaré pronto. Cuídate, Hannah.

Alik colgó el teléfono y comenzó a desvestirse. Diez minutos más tarde salió del baño vestido y listo para poner en marcha sus planes. Blaire estaba en el dormitorio, cambiándole el pañal a Nicky.

– Ya que tienes que vestirlo, ponle el abriguito azul también.

– ¿Por qué? -preguntó Blaire atreviéndose a levantar la mirada.

– Porque vamos a pasar la noche en Denver. Quiero llegar allí antes de que cierren las tiendas. He estado pensando en lo que dijiste de olvidar el pasado por el bien de Nicky. Mamá se ha tomado la molestia de preparar una gran fiesta para mi padre, habrá un montón de invitados distinguidos: gente de la banca, senadores, presidentes de fundaciones, parientes de Inglaterra y de Grecia, champán, orquesta y música. Si vamos a asistir, tenemos que hacerlo a lo grande. Mi madre habrá contratado fotógrafos. Algún día, cuando Nicky sea mayor, querremos que nuestro hijo esté orgulloso de nosotros. Va a ser una fiesta elegante, mi madre jamás ha sabido hacer las cosas de otro modo, así que iremos de compras y buscaremos algo largo y bonito para ti y un traje de etiqueta último modelo para mí. Creo que hay trajes de etiqueta para niños también, así que vamos a ver qué podemos hacer por Nicky. Va a ser un viaje corto, yo tengo que estar aquí el domingo por la noche para discutir de asuntos importantes con Dominic y con Zane, así que no hace falta que llevemos gran cosa. Excepto todo lo de Nicky, por supuesto. Me gustaría salir dentro de veinte minutos.

Alik la dejó ahí de pie, con expresión atónita, y sacó las llaves del remolque del llavero para dejarlas en el establo. Por primera vez en casi un año volvía a sentir que controlaba su vida. Era una sensación maravillosa.

Si Blaire se había inventado un novio, entonces es que podía haberse inventado muchas otras mentiras. En aquel precario momento, Alik se negaba a permitir que las dudas lo carcomieran. Once meses revolcándose en el dolor había sido suficiente, aquello lo había dejado incapacitado para pensar o actuar correctamente. No iba a permitirlo por más tiempo. Alik preparó sus cosas y volvió al dormitorio.

– ¿Qué puedo hacer para ayudar?

Los planes de Alik habían confundido a Blaire, que era incapaz de mirarlo a la cara. De hecho, Alik no había vuelto a verla tan ruborizada y nerviosa desde su llegada a Warwick.

– Si… si te llevas a Nicky al coche, yo terminaré de hacer la maleta.

Alik recogió a su hijo con el mayor de los placeres.

– Vamos, pequeño, le daremos a tu madre un poco de tiempo. Hay circunstancias, como esta, en la que los hombres sobran. Te veremos en el coche, mami. Mira a tu alrededor, Nicholas Regan Jarman. ¿Ves ese cielo azul? ¿Notas lo puro que está el aire? Es el campo abierto, un lugar ideal para meditar. El mejor para poner en orden tus prioridades, si cuentas con buenos amigos. Vivirás aquí conmigo, hijo -continuó besando sus rizos morenos-. Y desde ahora te digo que la vida no puede ser nada mejor que esto -musitó frunciendo el ceño al ver a la atractiva mujer que salió del remolque minutos más tarde, cargando con dos maletas y una bolsa de bebé.

Alik ató a Nicky a la sillita y ayudó con las maletas. Una vez puestos los cinturones de seguridad, arrancó. La autopista de Cheyenne a Denver no estaba muy llena. Llegaron a su destino con tiempo de sobra. Cuando aparcaron junto al centro comercial, Alik sacó el cochecito del bebé y sentó en él a Nicky.

– Creo que primero iremos a comprarle el vestido a tu madre. Las mujeres tienen que tomar muchas más decisiones que los hombres a la hora de vestirse.

Blaire permaneció sospechosamente callada mientras él se dirigía a una boutique por la que había pasado en otras visitas. Era una tienda de vestidos de noche de un diseñador italiano de renombre. Alik sentía enormes deseos de ver a la mujer que caminaba reticente a su lado vestida con uno de aquellos trajes.

Haciendo caso omiso de su reticencia, Alik entró en la tienda y le preguntó a la empleada si tenía algo que fuera bien con los ojos de Blaire. La mujer escrutó a Blaire con ojo crítico y se disculpó diciendo que volvería. Minutos más tarde volvió con un vestido en la mano que le robó el aliento a Alik.

Era un traje de noche de dos piezas, hasta los pies, de terciopelo brillante gris perla con la manga de tres cuartos y el cuello drapeado. La tela, fina y de gran caída, tenía la calidad cristalina de los ojos de Blaire. Aquel traje le sentaría perfecto a su silueta, sobre todo por la forma en que el borde inferior del top debía ajustarse, drapeándose, sobre sus caderas. Con aquella melena rojiza suelta, Blaire cautivaría a los invitados demostrando un gusto exquisito.

Alik conocía al tipo de gente que reuniría su madre. Las mujeres llevarían trajes de diseño. A él, personalmente, le daba igual que Blaire llevara un saco, pero quería que se sintiera como si fuera la mujer mejor vestida de la fiesta. Quería afianzar su confianza en sí misma.

– Cuidaré de Nicky mientras te lo pruebas.

– Yo no podría ponerme eso -contestó ella sacudiendo la cabeza.

– ¿Qué talla es? -preguntó Alik a la vendedora.

– La treinta y ocho.

– Es la talla correcta -asintió Alik-. Envuélvamelo junto con unas sandalias plateadas como esas del mostrador, del número treinta y seis.

– Sí, señor -sonrió la mujer.

Alik le tendió la tarjeta de crédito. Blaire lo agarró de la manga.

– Por favor, Alik -le imploró con ojos suplicantes-. Sé que estás enfadado conmigo porque te mentí sobre lo del novio, pero no hagamos una farsa de la visita a Nueva York. Deja que busque yo algo por ahí, seguro que encuentro un vestido negro sencillo.

Lo que iba a decirle iba a herirla, pero era la única forma de asegurarse de que iba a llevar el vestido que acababa de comprar para ella. La obligaría a luchar cara acara.

– Esto lo hago por mí. Blaire, para que no me hagas sentirme violento delante de mi familia.

El modo en que Blaire lo agarró indicó que había dado en el blanco. Minutos más tarde, la empleada volvió con una bolsa que le tendió a Alik. Tras darle la tarjeta de crédito, ambos se marcharon en silencio hacia la tienda de trajes de etiqueta que Alik había visto un poco más adelante, en el centro comercial.

A la entrada de la tienda había trajes de etiqueta para niños. El traje más pequeño resultó ser de una sola pieza, blanco, de manga corta y botones para abrocharlo entre las piernas. La pechera había sido diseñada para parecer una camisa plisada con cuello de etiqueta y corbata de satén blanca. Alik se echó a reír. Tomó el traje y se agachó para enseñárselo a Nicky.

– ¿Sabes qué, pequeño? Con tus zapatos blancos y tus calcetines, vas a ser la comidilla de la fiesta de tu abuelo.

Alik dejó el traje sobre el mostrador y le pidió al empleado que le enseñara un traje de etiqueta para él en negro, de diseño italiano, que fuera bien con el vestido de Blaire.

– Uso la cuarenta y cuatro de largo y la treinta y cuatro de cintura. Y la dieciséis de cuello de camisa.

El empleado le mostró un traje. Alik volvió a agacharse y a enseñárselo a Nicky.

– ¿Te gusta?

El bebé comenzó a mover los brazos y las piernas excitado. Alik vio de reojo que Blaire, por primera vez, no miraba a su hijo con una sonrisa. Estaba pensando en el viaje a Nueva York, algo la aterrorizaba. Apenas podía esperar el momento de descubrir qué podía ser. Alik se puso en pie riendo ante el entusiasmo de Nicky.

– Mi hijo dice que servirá. Póngame también una corbata gris plateada de rayas, una faja negra y gemelos de perla. Me llevaré además un par de calcetines negros y unos zapatos como esos que tiene ahí, del número cuarenta y dos.

Una vez más Alik dejó la tarjeta de crédito sobre el mostrador. Luego, a propósito, dejó que su mirada vagara por la silueta de Blaire que, entonces, se agachó y sacó a Nicky del cochecito. Estaba completamente ruborizada. Le encantaba ver que Blaire estaba tan nerviosa que, a pesar de que el niño estuviera bien, lo sacaba del cochecito para utilizarlo como escudo con el que sentirse segura.

– Aquí tiene, señor.

Alik le dio las gracias al empleado y procedió a dejar los paquetes en el cochecito de Nicky. Miró a Blaire y preguntó:

– ¿Vamos? -luego empujó el cochecito, cargado de bolsas, y Blaire lo siguió con Nicky en brazos-. Lo mejor será pedir que nos traigan la cena a la habitación. Así podremos acostarnos pronto, en cuanto el bebé esté dormido. ¿Qué te parece? ¿O te apetecía ir a cenar a algún sitio?

– No, no tengo ningún interés en particular.

– Si de verdad no te gusta el vestido, aún hay tiempo de devolverlo y buscar otro.

– Es un vestido adorable -admitió ella al fin.

– Será adorable si te lo pones tú. Vamos a hacer los tres una entrada tan triunfal que hasta mi madre se va a quedar sin habla. Y eso no es frecuente, te lo aseguro. Me voy a divertir.

Cuando llegaron al coche, Blaire volvió la cabeza en dirección a él con expresión azorada.

– Alik… con el trabajo que te cuesta volver a tu casa… ¿cómo es que de pronto estás tan deseoso de ir?

Podía mentir tan bien como ella.

– Corrígeme si me equivoco, ¿no fuiste tú la que me rogó que hiciéramos esto para allanarle el camino a Nicky?

– Sí -susurró ella emocionada.

– ¿Es que has cambiado de opinión? A mí no me importa, yo vuelvo a Laramie ahora mismo, si quieres. Los chicos estarán encantados de que vuelva esta noche, vamos retrasados.

Alik cambió de carril tratando de descubrir el farol de Blaire. Luego, al ver la salida hacia Cheyenne, que les conduciría a Laramie, puso el intermitente derecho.

– ¿Qué estás haciendo?

– Tratando de hacerte feliz.

– ¡No! -gritó ella con pánico.

– ¿No, qué?

Cuanto más la pinchaba, más actuaba Blaire como si escondiera un gran secreto.

– ¡Alik, por el amor de Dios! Tú sabes que tenemos que ir a Nueva York.

– No, si tú no quieres.

– Sí quiero -aseguró ella.

– ¿Seguro?

– Sí.

Solo había una persona en el coche que detestara más que él la idea de poner los pies en casa de sus padres, y esa era Blaire. Algo la forzaba a actuar de ese modo, algo secreto. Alik estaba decidido a enterarse de qué era o a morir en el intento.

Para la mayor parte de la gente los nombres de Guggenheim, Carnegie, Vanderbilt, Frick o Astor, eran nombres de ricas familias de América que habían construido sus fabulosas mansiones en la North Shore de Long Island, la llamada Gold Coast. Cuando Alik llevó a Blaire a conocer a su familia por primera vez, ella no tenía ni idea de que la casa de sus padres se llamara Castlemaine Hall, no sabía que su casa fuera una exquisita mansión estilo Carlos II con jardines, construida en 1903 en North Shore, con sesenta acres de terreno, ni que la hubiera construido su tatara-tatara-abuelo, John J. Jarman, un importante deportista y financiero. Aquella había sido la residencia de los Jarman durante generaciones pero, según parecía, cuando Robert Jarman, el padre de Alik, se casó con Estelle Kostas, la hija de un magnate griego, Castlemaine Hall se llenó de antigüedades del siglo dieciocho hasta parecer un museo.

Al principio, en aquel entonces, cuando la limusina que los recogió en el aeropuerto se detuvo frente a Hall, Blaire creyó que Alik estaba bromeando. Supuso que aquella sería una de las fabulosas mansiones registradas en el National Register of Historie Places que los turistas solían visitar. Luego, cuando dos sirvientas de la casa aparecieron frente a la puerta para saludar a Alik, el hijo pródigo, y llevar sus maletas, Blaire comprendió que aquella era su casa. Pronto descubrió que la mansión, efectivamente, estaba en el registro histórico: inscrita como ejemplo del buen vivir.

Alik la detestaba. La llamaba monstruosidad porque decía que no tenía derecho a existir cuando había tanta gente que no tenía hogar. Durante aquella primera estancia, que hubiera debido durar solo dos días, Blaire no logró desembarazarse de la sensación de que aquel no era su sitio. El imprevisto viaje de Alik a Kentucky, sin embargo, había prolongado la estancia. Y fue entonces cuando ocurrió la pesadilla.

En esa ocasión, y como si se tratara de un déjá vu, las mismas sirvientas salieron a la puerta a darles la bienvenida. No obstante había importantes diferencias. Había media docena de coches aparcados en el patio, y Blaire y Alik llegaron en un taxi, con Nicky en brazos. Las sirvientas comenzaron a montar un barullo alrededor del bebé. Blaire creyó que jamás entrarían en la casa. Alik notó su fatiga y ordenó al personal que llevara las maletas. Cuando le explicaron que la señora Jarman había dispuesto que Blaire ocupara el dormitorio azul, igual que la vez anterior, Alik dijo:

– Blaire y el niño se quedarán conmigo en mi dormitorio. ¿Os importaría llevar la cuna allí? Nuestro hijo necesita echarse la siesta antes de la fiesta.

Blaire no se atrevió a protestar delante del personal, pero sí dijo algo al respecto cuando Alik y ella subieron las colosales escaleras y entraron en la suite palatina de él, situada en una de las alas de la mansión.

– Yo no puedo dormir aquí, Alik. No soy ni tu novia ni tu mujer. Al traerme a este dormitorio, los rumores correrán como la pólvora. El otro día, cuando tu madre vino al remolque, se marchó convencida de que estaba comprometida con otro hombre. Puede que a ti no te importen los convencionalismos, pero a mí sí.

Alik se paseó por la habitación con Nicky en brazos y con una sonrisa arrogante.

– Nuestro hijo es prueba suficiente de la relación que hemos mantenido. ¿De verdad crees que el hecho de estar en habitaciones separadas va a evitar que la gente hable lo que quiera? Y, en cuanto a lo de mi madre, nos encontró juntos en el remolque, así que ya se habrá hecho su idea.

– ¡Pero aquí solo hay una cama, Alik! -exclamó Blaire comprendiendo que la situación se le escapaba de las manos.

– Yo dormiré en el diván, como cuando era pequeño. Nicky, ¿sabías que sacaba el saco de dormir y fingía estar en un safari en Kenya? Estoy seguro de que el saco sigue por aquí, en alguno de estos armarios. Echaremos un vistazo.

Durante las dos semanas que llevaban juntos, Alik se había mostrado razonable hasta cierto punto. Desde la visita a Denver, sin embargo, algo había cambiado. Alik se había vuelto implacable. Blaire estaba preocupada, temía no poder prever su conducta. Al contrario, cada vez se veía más obligada a ponerse a la defensiva.

– Comprendo que tuvieras que inventarte un mundo imaginario en un ambiente de museo como este, Alik, pero ahora debes volver a la realidad, ya eres mayorcito.

– Gracias a Dios. Lo suficiente como para abandonar este horrible lugar para siempre, en cuanto Nicky haya sido presentado en la corte -bromeó Alik amargamente-. Cuando traigan la cuna pediré que nos traigan algo de comer y nos echaremos la siesta. Nadie va a salir de esta habitación hasta el momento triunfal de la gran entrada en el baile. Mamá quiere guardar en secreto la existencia de Nicky, y yo quiero cumplir sus deseos, así que no saldremos de aquí.

Alik se mostraba tan inexorable que Blaire se asustó. Se dio la vuelta y comenzó a sacar la ropa nueva de las bolsas para colgarla en el armario antes de la fiesta. Cualquier cosa con tal de mantenerse ocupada mientras pensaba en un plan para escapar de él, aunque solo fuera unos minutos.

En algún lugar de aquella espaciosa mansión la madre de Alik la esperaba para firmar un importante documento. Aquel documento garantizaría que ella jamás reclamaría un céntimo del dinero de los Jarman. Sin embargo, tras lo sucedido en el viaje del año anterior, cuando él se ausentó marchándose a Kentucky, Alik parecía decidido a no dejarla sola un instante.

Lo que más aterrorizaba a Blaire era que la señora Jarman la hiciera responsable en caso de no lograr despistar a Alik para firmar el documento. La cuna llegó cuando Blaire había desembalado ya los zapatos y las cosas de Nicky. Antes de que las sirvientas se retiraran, Blaire oyó a Alik pedir la comida.

Era poco probable que Alik se quedara dormido, ni siquiera aunque se tumbara a descansar. Sin embargo, mientras tomara una ducha, contaría con unos minutos para escabullirse.

Pero en eso Blaire se equivocaba. Tras la comida y cuatro horas de descanso, Blaire desapareció en el baño de la suite para bañar a Nicky y tomar una ducha. Cuando salió, poco después, vestida para la fiesta, descubrió a un Alik que parecía un Adonis: alto, de pie en medio de la habitación, con un aspecto resplandeciente con su traje de etiqueta, haciéndose el nudo de la corbata.

Blaire gimió impotente ante aquella imagen masculina y espectacular. Solo cuando logró recuperarse cayó en la cuenta de que, mientras ella se duchaba con el bebé, él había tomado su ducha en otro baño, probablemente en el de al lado de la suite.

Eso significaba que no tendría oportunidad de escapar de él. Tendría que encontrar el momento adecuado durante la fiesta, esperaría la señal de su madre.

En cuanto Alik la vio vestida, dejó de hacer lo que estaba haciendo y fue a buscarla tomando a Nicky de entre sus brazos. Sus ojos verdes ardieron lentamente mientras la examinaba admirado. Alik escrutó cada detalle de su silueta y rostro, desde las sandalias plateadas hasta los abundantes y sedosos cabellos rojizos flotando por encima de los hombros de terciopelo.

– ¿Qué te parece nuestro hijo? -preguntó ella apenas sin aliento.

La mirada de Alik se desvió lentamente hacia Nicky, tan adorable con el traje blanco que Blaire apenas pudo contener la emoción. Cuando Alik lo levantó en el aire y el niño sonrió, Blaire vio de reojo un brillo líquido en sus ojos, unos ojos de padre llenos de orgullo y amor.

Hubiera deseado tener una cámara para poder captar aquel sagrado momento. Guardaría siempre esa imagen en su mente y en su corazón. Alik bajó por fin a su hijo y se volvió hacia Blaire.

– Son las nueve y media. ¿Vamos? Es la hora.

Alik la agarró de la mano con fuerza, impidiendo que pudiera escabullirse, y abandonaron así la habitación avanzando por los palaciegos pasillos hacia la escalera.

El sonido de la música, de las risas, de las voces de la gente llegaba hasta ellos desde la planta de abajo. Blaire temía aquel momento más que nada en su vida, pero Alik lo era toda para ella, y ningún sacrificio era demasiado grande tratándose de él.

Manteniendo su trato con su madre y con él conseguiría volver a San Diego antes o después. Luego, comenzaría una detestable vida a base de visitas de papá y dolores de cabeza.

Alguien debía haber ordenado al personal que se mantuviera alerta en cuanto apareciera Alik, porque su madre los esperaba en el vestíbulo de mármol, al pie de las escaleras, con un elegante vestido rojo oscuro de seda hasta los pies. Sus ojos verdes siempre habían sabido disfrutar orgullosos contemplando a Alik. La señora Jarman besó la frente de Nicky y le dio unas palmaditas en la mejilla, y por último la expresión de sus ojos cambió radicalmente al mirar a Blaire, haciéndole comprender que o mantenía su promesa o…

Sin embargo, para impresionar a Alik y continuar con su papel de graciosa anfitriona, la señora Jarman besó a Blaire en la mejilla y le dio la bienvenida.

– Yo te buscaré -comentó en voz baja, en tono de advertencia.

– Esperad aquí mientras le digo a la orquesta que deje de tocar.

Cuando escucharon a la señora Jarman anunciar que Alik había llegado con un regalo muy especial para su padre, la mano de Alik apretó la de Blaire.

– No, Alik -dijo ella tratando de soltarse-. Ve tú con Nicky, yo iré enseguida.

– O hacemos esto a mi manera, o no lo hacemos.

Alik no le dejó otra salida. Instantes después la arrastraba por la puerta mientras recibían aplausos y silbidos. Blaire, que no quería montar una escena en público, dejó de luchar y caminó a su lado entrando en el salón amueblado al estilo del siglo dieciocho.

Debía haber unos cincuenta o sesenta invitados, menos de lo que imaginaba Blaire. Entre ellos, los hermanos de Alik y sus familias. Todo el mundo iba a la última moda y, en aquel ambiente anticuado, parecían fuera de lugar. Blaire sabía que Alik, que no dejaba de tirar de ella, pensaba igual.

El señor Jarman era casi tan alto como Alik, y pesaba unos cuantos kilos de más. Llevaba un traje de etiqueta muy similar al de él. Sus cabellos, rubio oscuro, se mezclaban con otros plateados. Había envejecido, pero sus ojos azules permanecían atentos y alerta.

Blaire mantenía una relación tan cordial con sus propios padres que no podía comprender la frialdad de aquel recibimiento. Le daba pena ver a aquellos dos hombres estrechando sus manos cuando lo normal, después de tan larga ausencia, hubiera sido abrazarse y llorar.

– Papá… feliz cumpleaños. ¿Te acuerdas de Blaire? -el señor Jarman asintió reconociéndola-. Dio a luz a nuestro hijo el día diecinueve de agosto. Te presento a Nicholas Regan Jarman. Nicky, este es tu abuelo, sonríe.

El niño apoyó la cabeza sobre el cuello de Alik en un gesto que conmovió a Blaire. Mientras el resto de los asistentes exclamaban y ovacionaban, el señor Jarman levantó al niño en alto.

– Es igual que tú, Estelle -comentó suscitando la curiosidad de la gente, que se acercó a verlo-. ¿Cuánto tiempo tiene?

– Dos meses -respondió Alik con orgullo.

Tras veinte minutos de manoseos, el bebé, que por lo general se portaba bien, comenzó a dar muestras de querer su biberón y se negó a ser consolado por nadie excepto por su madre o su padre.

Blaire vio entonces la ocasión de llevarse a Nicky al piso de arriba y, de camino, firmar los documentos. Miró a la señora Jarman, y esta pareció leerle el pensamiento.

– Vamos, cariño, estás cansado. Vamos arriba, a la cama.

Sin embargo, al ir a tomarlo de brazos de Alik, éste, para su sorpresa, no lo soltó.

– Antes de despedirnos -dijo Alik en voz alta, haciéndolos a todos callar-, tengo otro anuncio que hacer.

Blaire no podía ni imaginar de qué se trataba, pero Alik seguía agarrándola de la mano con fuerza. Un extraño presagio la embargó, haciéndola echarse a temblar.

– Mamá, ¿quieres sostener a Nicky un momento? -continuó Alik poniendo en sus brazos al niño-. Esta es, verdaderamente, una ocasión muy especial. El regalo de Blaire me ha convertido en el más feliz de los hombres, y ahora quiero agradecerle, delante de mi familia y mis amigos, todo el sacrificio que ha tenido que sobrellevar para tener a nuestro hijo. Por un cruel capricho del destino, yo no supe que estaba embarazada de mi hijo hasta hace pocas semanas, cuando ella me lo trajo. Evidentemente, no estuve presente en el parto. Ninguna mujer debería vivir esa experiencia sin el apoyo del hombre que la ama y que la ha sumido en esa condición.

«No, Alik, no».

– Puede que Blaire huyera de mí una vez, pero, por un milagro, ha vuelto. Y ahora no voy a dejar que vuelva a desaparecer de mi vida.

Antes de que Blaire pudiera darse cuenta de lo que Alik estaba haciendo, él le quitó el anillo de su tía y deslizó otro en su lugar. Luego continuó:

– Esta noche me gustaría anunciar nuestro compromiso. Nos casaremos en Laramie, Wyoming, en cuanto volvamos. Sé que todos vosotros nos deseáis mucha felicidad. Si alguno quiere visitarnos, será siempre bienvenido. Nuestro remolque siempre estará abierto para vosotros. Nos gustaría que Nicky creciera conociendo a sus abuelos, a sus tíos, tías y primos del Este. Algún día, cuando se hayan puesto los cimientos para que el tren de alta velocidad cruce Estados Unidos desde Nueva York hasta San Francisco, volveremos aquí de visita una vez más. Espero que, para entonces, nuestra familia sea algo más numerosa. Y ahora, si me disculpáis, nuestro hijo quiere irse a la cama. Saldremos para Denver mañana por la mañana a primera hora. Me alegro mucho de haberos visto a todos.

Alik alargó el brazo para recoger a un lloroso Nicky de brazos de su madre, y Blaire aprovechó el momento para soltarse y escabullirse por el salón. Los invitados y los hermanos de Alik se acercaban. La señora Jarman la alcanzó. Sus ojos brillaban de ira.

– ¿Sabías tú algo de esto? -exigió saber furiosa.

– ¡No! ¡Nada, te lo juro! Alik sabe muy bien que no tengo intención de casarme con él. Vamos a estar juntos solo dos semanas más, luego volveré a San Diego con Nicky.

– Te creo. Mi hijo se ha vuelto loco. Ven a mi dormitorio. ¡Inmediatamente!

Todo transcurría en una especie de nebulosa mientras Blaire seguía a la señora Jarman hasta su suite. Nada más cerrar la puerta, Blaire vio a dos hombres sentados frente a un escritorio con unas hojas de papel.

– Dame el anillo.

Era el mismo diamante que Alik había deslizado en su dedo en San Diego, un año atrás. Blaire se lo sacó y lo dejó sobre la palma de la mano de la señora Jarman.

– Siéntate. El señor Cox te mostrará dónde tienes que firmar. Ha traído al señor Stanton para que sirva de testigo. Yo voy abajo, a entretener a Alik para que te dé tiempo a volver a vuestra habitación antes que él.

– No será necesario, madre.

Blaire soltó un grito al escuchar la amenazadora voz de Alik desde la puerta.

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