La cena fue excelente. Anfitrión de un único invitado, el latinista y gestor Fuster, asumió su veredicto sobre todo lo que había pasado.
– Dii nos quasi pilas habent o lo que es lo mismo: Los dioses nos llevan como a pelotas. Es de Plauto. Captivi 22.
Un pastel de setas, las primeras que llegaban al mercado de la Boquería, bajo el nombre catalán de rossinyols, y unos callos a la sidra, reforzados con estragón, clavos y un vaso de Calvados. Quemó en la chimenea el libro de Simpson y Jannings Los señores de los anillos, ya inútilmente antiolímpico, y El deporte del poder de Espada y Boix, penúltimo intento de situar a Samaranch en la Historia y no en el Olimpo. Fuster tenía una noche latinista.
– Animus est in patinis… mi alma está en los platos… ésta es de Terencio.
– Terencio Moix, supongo.
Ya a solas, el espectáculo de la ciudad postolímpica y equivalentemente postiluminada, le deprimió. Se tomó cincuenta pastillas de Ginsén Rojo Coreano para comprobar sus efectos o para suicidarse sexualmente y se durmió. En plena madrugada le despertó la traca que celebraba las primeras cuarenta y ocho horas posteriores al final de los Juegos y una portentosa erección situada más o menos en el centro de su cuerpo. Se miraron Carvalho y su hijo predilecto. La mirada del padre fue achicando al muchacho. Al fin y al cabo ¿por qué?, ¿para qué?
– ¿Eres un diseño de Walt Disney, muchacho?
Y el pene le contestó.
– No. De Mariscal.
Carvalho había abierto el periódico sin darse demasiada cuenta de que lo hacía. Fue entonces cuando leyó el resultado:
Vera Musovich-Jim Courier: 6-0, 6-1, 6-3.
A su lado la mujer contemplaba el techo cebra por los rayos de sol segmentados. Buscaba allí el no tener nada que decirle. El ginsén, pensaba Carvalho, de alguna ayuda le habría servido si sus dedos no hubieran encontrado aquella verruga en la espalda. Todo fue tocar la verruga y el ginsén se volatilizó en sus venas y el pequeño Carvalho empezó a deshincharse, a replegarse en busca de los cuarteles de invierno. Ella era una señora y ni siquiera miró de reojo la catástrofe, pero tampoco salió de su mismidad para contribuir al prodigio por procedimientos extranormales. Le sobó un poco el pene. Sólo un poco. Lo suficiente para comprender que aquélla no era su tarde. Luego suspiró, dio la espalda a Carvalho y dirigió su desnudo hacia el oeste.
– ¡Qué estupidez!
– ¿El qué?
– El sexo
– ¿Mi sexo?
– No. El sexo.
Dos meses atrás otra mujer, otra habitación, esta vez no hubo verrugas y sí ginsén. Pero ella, de pronto, se metió un dedo en la oreja y lo removió. Y el pequeño Carvalho volvió a replegarse a sus cuarteles de invierno, miserable objetor de conciencia. Y cuando no era una verruga o un mal gesto era un tono de voz… Las voces demasiado agudas desmayaban las erecciones aparentemente más consistentes.
– No se le levanta porque está deprimido.
Le dijo un psiquiatra que parecía del Seguro pero que no lo era.
– Yo creo que estoy deprimido porque no se me levanta.
Estos jóvenes psiquiatras se hacen un lío entre las causas y los efectos porque también ellos se han empapado del descrédito de las causas y de la dictadura de los efectos. Están tan desorientados como sus clientes neoliberales y mucho más que sus clientes posmarxistas.
– No puedo, en conciencia, jefe, añadirle garbanzos y chorizo a una sopa o mejor dicho a un potage Ouka. Y si no puedo hacerlo no es por afrancesamiento, por odio adquirido al garbanzo o al chorizo, sino por ética profesional. No es que yo crea en la supervivencia indiscutida de los cánones…
– ¿Qué es un canon, Biscuter?
– La madre de todas las imitaciones… Pues, como le decía, no es por respetar los cánones que fijan dónde se pone y dónde no se pone chorizo o garbanzos, sino por sentido de la armonía…
– ¿Qué es la armonía, Biscuter?
– La sensación de que algunas cosas tienen su sitio y esas cosas están en el sitio que les toca. Por ejemplo, el chorizo con los callos, con el pote gallego, con las patatas a la riojana… ¿Me explico, jefe?
– Ya puede decirse de ti que eres un intelectual. Teorizas a partir de una práctica.
– De puta madre, jefe. Y eso que no tengo estudios, pero cuando iba al colegio nadie me ganaba con las tablas de aritmética y con los lápices de colores Alpino. Dibujaba paisajes para ilustrar, como se decía entonces, hasta los ejercicios de aritmética. Recuerdo la definición de Historia como si la estuviera diciendo en clase ahora mismo: Historia es la ciencia que trata de los hechos que forman parte de la vida de la Humanidad a través de su desarrollo, explicando también las causas que los han motivado…
– No siempre explica las causas que los han motivado.
– No se quede conmigo. Le expongo mis apreciaciones y una vez usted me haya escuchado, a ver si insiste con lo del chorizo y los garbanzos. Ya le he dicho que primero se ha de hacer un caldo base: esturión, espinas, aletas, agua, vino blanco, perejil, celerio, hinojo, champiñones, sal… Bien, pero eso es para empezar. Porque aparte se ha de preparar una juliana del núcleo del celerio, de la parte blanca de los puerros, de la raíz de perejil, carne de pescado de roca… Un pescado duro, ésa es la única condición, por ejemplo dorada y si no la encuentro la sustituyo por otro… y no me pregunte el nombre porque es un secreto profesional… Bien, esta juliana se pasa por mantequilla y se cuece con un poco del caldo obtenido. El caldo se clarifica en compañía de 125 gramos de caviar picado y 500 de carne de pescadilla… Se cuela otra vez. Éste es el caldo bueno y con la juliana compone el consomé… ¿Dónde quiere usted que le meta el chorizo y los garbanzos? El consomé es un pequeño prodigio, jefe. Un pequeño prodigio en sí mismo.
– Es un recurso para jubilados desdentados.
– Está usted trompé jefe, muy trompé… El desdentado no puede escoger lo que no puede masticar y si es un jubilado no tiene pasta para hacerse un consomé así. Es un plato para ser escogido en libertad.
El país se acostumbra al verano de 1993, todavía en la resaca de 1992 y sus vencidos sueños de año de todos los prodigios. Nada más clausurarse la Expo de Sevilla, como si fuera el límite acordado para mantener el simulacro, se decretó el estado de extrema pobreza material y crisis general de los espíritus.
– Biscuter, hasta octubre de 1992 esto era Manhattan… mejor dicho, una mezcla de Manhattan y Hollywood. Y de pronto fueron retirados los decorados y nos dijeron: Os habéis equivocado, estáis en Somalia.
– Ni tanto ni tan calvo, jefe. Ahora leo en francés y no me pierdo un Le Monde Diplomatique. La duda consiste en descifrar si estamos dentro de otra crisis cíclica o si hay que llamarla de otra manera porque ya no estamos dentro de una clásica crisis cíclica.
– ¿Qué es una crisis cíclica, Biscuter?
Biscuter cerró los ojillos, puso en marcha la computadora mental y cuando recuperó la mirada, recitó de corrido:
– Período de duración no predeterminable, de perturbaciones violentas y desequilibrios económicos acentuados que cortan el curso de producción capitalista y se traducen en un desfase muy sensible entre el nivel de producción y el de la demanda.
Todas las moscas de este mundo hubieran tenido cabida en la boca abierta de Carvalho.
Querido Pepe:
Desearía que al recibo de esta carta tu salud fuera tan buena como la mía y me refiero a la salud física e intelectual, que no a la psicológica, porque si me encuentro hecho un mulo en lo que respecta a la salud y a la inteligencia, tengo la psicología por los suelos de los puentes de Londres. Es la percepción la que me conturba, la percepción del hundimiento de las expectativas de progreso, mientras se me refuerzan, en cambio, las convicciones revolucionarias que hicieron de mí lo que fui y estuve a punto de dejar de ser. Carvalho, desde esta privilegiada atalaya londinense, desde la cuna del capitalismo moderno, estoy en condiciones de decirte que la lucha final ya está aquí. ¡La crisis general del capitalismo ha llegado! El único factor no previsto, porque los que habían formulado esta crisis eran parte interesada (el antagonista revolucionario implicado) es que el capitalismo no tiene otro antagonista que él mismo. Todos los demás anuncios de la crisis son constatables: Inestabilidad de los ritmos de crecimiento del sistema capitalista; el subempleo constante de sus empresas; las crisis económicas que conmueven periódicamente el mundo capitalista. ¿Recuerdas aquel anuncio de la psicopatología del complejo de destrucción de la conciencia burguesa? Instalación en el pesimismo y en el temor al futuro, por su incapacidad de adelantar ideas susceptibles de atraer a las masas porque no las tiene y las que tiene van en contra de las necesidades reales y por consiguiente de las aspiraciones humanas. Si no existieran las rebajas en los grandes almacenes y distracciones como la Liga Nacional de Fútbol, en España, la Revolución era cosa de meses. De este quinquenio no se escapaba.
No nos movamos de Europa, Carvalho. No nos movamos.
Europa teme no poder ser lo que había querido ser desde su infancia y el capital se iba a invertir en pueblos más integrados y beneficiosos, al tiempo que reparte el trabajo por el mundo en razón directa de la baratura de la mano de obra, la soledad de los estómagos y la capacidad de humillación de los trabajadores. He podido comprobarlo en mi propia carne durante el ya largo año que resido en Inglaterra. Primero todo fueron facilidades porque le caí bien a la reina madre y me llamaba ardiente español y todas esas cosas que sólo te llaman en el extranjero. Luego empezaron mis desavenencias con Ana, porque para esta mujer sólo existen los caballos y, en confianza, está secretamente enamorada de Richard Gere y de todos los caballos ganadores del Derby. De ser un experto mundial en seguridad al servicio de la corona, pasé a ser un jodido extranjero más, pendiente de las oficinas de empleo, porque mi orgullo me impedía volver a casa con el rabo entre las piernas. Mis compañeros de otros tiempos me volvían la espalda, no fuera a volver y reclamar mi parte en el banquete del poder. Quien va a Sevilla pierde su silla. Estoy en condiciones de afirmar que entre todos los canibalismos profesionales, ninguno como el canibalismo político. Por otra parte, cuando te digo que el capitalismo no tiene otro antagonista que él mismo, no me refiero sólo a las contradicciones internas que crea, sino a la futura guerra entre bloques capitalistas cuando sea imposible pactar la división internacional del trabajo y de los mercados. ¿Te imaginas choques de bloques espantosos entre el bloque capitalista asiático, el norteamericano, el europeo y el soviético?
Te escribo, mi querido huelebraguetas, porque estoy cansado de Londres y he pensado que podrías buscarme un puestecillo como guarda de seguridad privado, aunque cada vez me repugne más lo privado. Reconozco que hemos retrocedido cincuenta o sesenta años en relación con los avances culturales de la clase obrera y que hay que volver a empezar a organizar la resistencia clandestina contra el capitalismo. Si me buscaras algo en Barcelona, podríamos montar una célula con El Coronel… El Coronel… tú… yo… También se me ha ofrecido Alfonso Guerra y ¿tú crees que podríamos contar con Anguita? En cuatro días les montamos una sección de la Internacional, de qué Internacional no importa y se iban a enterar. Hay que volver a la fe de la Liga de los Comunistas del siglo XIX porque hemos perdido el XX y hay que reconocerlo a tiempo de no perder el XXI. Yo, desde mi experiencia como ministro de la represión al servicio de la oligarquía financiera española e internacional, conozco muy bien cómo funcionan los aparatos represivos del estado de clase y del sistema universal de dominación. Pondría mis conocimientos al servicio de la causa, en la fase de reconstrucción del Intelectual Orgánico Colectivo.
Dime algo pronto porque se me acaba el subsidio y aquí no hay cultura de la solidaridad ni leches y el clima no ayuda. El puente sobre el Támesis que me he ganado a cuchilladas es de los peores, cosa lógica porque los inmigrantes del Sur siempre nos hemos de conformar con lo que les sobra a los autóctonos.
Hoy por ti, mañana por mí.
José Luis Corcuera, ex ministro del Gobierno de España en la etapa de Modernización y ex jefe de seguridad privada de Su Graciosa Majestad Británica.
El cartero llamó dos veces. Tal vez porque no era estrictamente el cartero, sino lo que en otro tiempo se llamó un recadero. Un paquete de Andorra y al abrirlo un radiotransistor, AM/FM Stereo Receiver, para ser más exactos, como un tonelillo de plástico negro a colgar del cuello para dar aspecto de perro San Bernardo al más pintado. Y una nota escueta pero muy estudiada, de Charo:
La radio que tenías ya no había por dónde cogerla. Como eres un dejado seguro que no la has cambiado. En Andorra las radios crecen por las montañas. Recuérdame, que recordar es volver a vivir… decía una canción que cantaba mi madre. Esto es muy sano. ¿Por qué no te das una vuelta? Te haríamos precio especial. Pero las maletas te dan miedo. Es como si los demás te metieran dentro de ellas. En fin. Charo.
Y Carvalho conectó la radio para no pensar en lo que la radio significaba. Charo daba un paso para volver a empezar. A empezar ¿qué? La radio estaba cargada de información sorprendente. Los socialistas han vuelto a ganar las elecciones después de haber perdido el punto de orientación del enemigo y de las malas amistades. Las han ganado frente a un político con bigotillo, el eterno retorno del bigotillo español desde el Concilio de Trento hasta el infinito. Sin el Enemigo, el comunismo, desairados por las Malas amistades, el capitalismo, que se ha ido con el del bigotillo, los socialistas han vuelto a ganar las elecciones porque es lo único que saben ganar y los más vergonzosos o avergonzados se han escondido en sus chalés adosados, los que los tienen, para llorar a escondidas de los psiquiatras, los que los tienen. Biscuter se ha hecho anarquista y busca una fórmula modernizadora del lema: sin Dios, sin Rey y sin Patrón. La ciudad trata de impedir que lo construido para los Juegos Olímpicos se convierta en arqueología contemporánea. Biscuter también tiene opiniones sobre los Juegos Olímpicos y la ciudad resultante.
– Yo estaba en París y me sentía un patriota. Ni siquiera sentí tanto patriotismo cuando España ganó la copa de Europa de fútbol de 1964.
– ¿Tú también, Biscuter?
– Aquí o todos o ninguno, pero si en Europa se ponen patriotas de lo suyo, yo a lo mío, que a mí a serbio no me gana nadie. ¿Fueron bonitos los Juegos, verdad, jefe?
– Nunca existieron. Igual que la guerra del Golfo. Son como paisajes y textos que se han perdido en la computadora. Se manipula con ellos el tiempo necesario. Luego se van a lo más hondo, lo más remoto de la memoria, un lugar del que ya sólo saldrán para meterse un poquito en los diccionarios enciclopédicos.
– Pero quedan huellas. Por ejemplo, la ciudad ha cambiado. A mí me sacan de mis calles y me hago con la picha un lío. Demasiadas oficinas y pocos negocios. Esta ciudad sólo se salva si la nombran capital de algo importante, por ejemplo, de Alemania. Una ruina, jefe. Deberíamos dar la vuelta al mundo en ochenta días.
– En ochenta horas… Te lo tengo dicho. En ochenta días ya no te dejan.
Biscuter miraba de reojo el transistor sobre la mesa de despacho de Carvalho. Quería decir algo y finalmente lo dijo. Señaló el transistor y se le estranguló la voz.
– Es un detalle.
– ¿Qué?
Biscuter dirigió un dedito al transistor aunque apartó de él los ojos llorosos.
– Digo que es un detalle.
– Sí. Es un detalle.