La niebla se ha desvanecido.
Ala izquierda del terraplén se extiende hasta el horizonte un llano montuoso, sin el menor síntoma de vida, sumido en verdosas sombras. Pero sobre el horizonte, propagándose en el claro cielo, despunta un resplandor esmeralda, puro como el color del arcoiris: el alba propio de la Zona. Y tras la negra cadena de los cerros asoma pesadamente el sol verde, roto en varios pedazos desiguales.
– También por esto he venido aquí… -pronuncia con voz ronca el Escritor.
Su rostro es verdoso como el del Profesor. El Profesor calla.
– No miran donde deben -dice la voz del Guía-. Miren aquí.
El Escritor y el Profesor se vuelven.
A la derecha del terraplén también se prolonga un llano montuoso, se ven a lo lejos unos postes, el armazón retorcido de una línea de alto voltaje. Se divisa una carretera entre los cerros. Aquí el terraplén describe un ancho arco, y desde el lugar donde están nuestros personajes se ve bien la cabeza del convoy que trajo aquí hace tiempo una unidad de tanques.
Pero algo habia ocurrido ahi, delante, la locomotora y las dos primeras plataformas habian descarrilado, varias de las plataformas siguientes estaban atravesadas en la via, los tanques caidos enseñaban los costados o las orugas al aire en el terraplén y bajo el terraplén. Por lo visto, habian conseguido bajar varios carros al pie del terraplén y hasta intentaron llevarlos a la carretera, pero no llegaron: quedaron parados entre la carretera y el terraplén en pequeños gupos, con los caflones apuntando a diversos lados, algunos, no se sabe por qué, sin orugas, otros hundidos en el suelo hasta la torrecilla, unos cerrados herméticamente y otros, con las escotillas abiertas de par en par.
– Y dónde está… la gente? -pregunta en voz baja el Escritor-. Porque alli habia gente.
– Lo mismo pienso yo aqui cada vez -responde el Guia bajando la voz-. Porque yo los vi embarcar en nuestra estación. Yo era entonces un chiquillo. Entonces todos creian que eran intrusos que querian conquistarnos. Por eso lanzaron a estos… Estrategas… -escupe-. No volvió nadie. Ni un alma. Penetraron. Bueno, basta. Entonces, nuestra dirección general será aquel poste que se ve alli… -Extiende el brazo señalando-. Pero no miren el poste. Miren a sus pies. Lo he dicho y lo repito otra vez. Ustedes son unos mierdas. Unos novatos. Sin mi no valen nada, están perdidos como conejos. Por eso yo iré detrás. Iremos en fila india. Encabezarán la marcha por turno. Primero irá el Profesor. Yo señalo la dirección, no se aparten porque será peor para ustedes. Tomen la mochila.
El Profesor se echa, la mochila a la espalda.
– Asi, Profesor, la primera dirección es aquella piedra blanca. ¿La ves? Andando. -ordena el Guia.
El Profesor comienza a descender del terraplén ell primero. Cuando se aleja cinco pasos, cl Guia ordena:
– ¡Oye, tú, Escritor! ¡Siguelo!
Y, aguardando un poco, empieza a descender él mismo.
Ha terminado la mañana verde de la Zona, se ha diluido en la luz habitual del sol.
Tras haber descendido del terraplén, trepan ahora despacio, en fila india, por la pendiente suave de un cerro.
Desde aqui el terraplén se ve como sobre la palma de la mano. Algo raro ocurre alli, sobre los tanques vencidos; se diria que chorros de aire caliente ascienden sobre este lugar: de cuando en cuando se enciende y tornasola en ellos un brillante arco iris.
Pero no miran allí. El Profesor va delante y antes de cada paso escudriña receloso el lugar donde poner el pie. El Escritor lo sigue, mirando no tanto a sus pies como a los del Profesor.
Observa mal la distancia, pero el Guia de momento calla. Su mirada resbala con la automática rapidez acostumbrada de sus propios pies a la nuca del Escritor, a la nuca del Profesor, a la derecha del Profesor, a la izquierda del Profesor y de nuevo a sus pies.
El Profesor llega a la cumbre del cerro, y el Guia ordena al instante:
– ¡Alto!
El profesor se detiene obediente, pero él Escritor da otros dos pasos y se vuelve muy disgustado.
El Guia está inmóvil, entrecerrados los ojos, y mueve los dedos de la mano extendida como palpando algo en el aire.
– Bueno, ¿Que pasa ahi? – inquiere con repugnancia el Escritor.
El Guia baja cuidadosamente la mano y se acerca de lado al Profesor. En su rostro se reflejan la tensión y la perplejidad.
– No se muevan -dice con voz ronca-. Ahi parados, sin moverse…
El Escritor mira a los lados asustado.
– ¡No te muevas, imbécil! -profiere con voz ronca el Guia.
Están inmóviles, como estatuas, y los rodea la hierba verde y apacible, los arbustos ondulan despacito al soplo del viento, y todo lo ilumina un sol esplendente y acariciador. Luego el Guia dice de pronto en un suspiro:
– Hemos salido de un mal paso… Andando. No, aguarden, echemos un pitillo.
Se sienta en cuclillas y saca del bolsillo una cajetilla de tabaco. Tira de un cigarrillo con los labios y tiende la cajetilla al Profesor, que se acuclilla al lado.
El Escritor pregunta con irritación:
– Bueno, ¿puedo acercarme a ustedes, por lo menos?
– Si -responde el Guia dando una chupada-. Puedes acercarte.Acércate.- Su voz se endurece-. ¿Qué te habia dicho yo?
El Escritor se detiene a medio camino.
– ¿Que te habia dicho yo, mamarracho? Yo te digo “¡Alto!” y tu sigues arreando; yo te digo: “¡No te muevas¡”, y tú venga a mover el bote…No, él no llegará -dice el Guía al Profesor.
– ¿Que se le va a hacer? Reacciono mal -dice quejumbroso él Escritor-. Deme un pitillo, por favor…
– Si reaccionas mal tenias que haberte quedado en casa -dice él Guia, sacando del bolsillo un puñado de tuercas de diferentes tamaños.
Empieza a “tantear” el camino.
Tira una tuerca delante. Pausa. Se acerca despacio al lugar donde ha caido. Tira otra. Y asi paso a paso, de una tuerca a otra.
El Guia llama al Profesor:
– ¡Venga! Parece que hemos salido del paso…
Avanzan con pies de plomo. El Profesor, el Escritor y el Guia. El sol ya está en lo alto, en el cielo no hay ni una nubecilla, achicharra. A la izquierda, la ladera; a la derecha, una acequia llena de agua negra estancada. Profundo silencio, no se oyen pájaros ni insectos, Só1o susurra la hierba bajo los pies.
A los pocos pasos el Escritor empieza a silbar una musiquilla. Da varios pasos más, se agacha, recoge una varita y sigue adelante golpeando con la varita la pernera del panta1ón.
El Guia observa con dura mirada sus acciones. Y cuando el Escritor se pone a quebrar con la varita las florecillas marchitas a diestra y siniestra, el Guia saca del bolsillo una tuerca y la arroja con buena punteria a la nuca del Escritor. Un repentino chillido interrumpe el alegre silbido.
El Escritor se lleva las manos a la cabeza y se sienta en cuclillas, encogiéndose. El Guia se detiene a su lado.
– Asi ocurre -dice-. Pero no creo que te diera tiempo a chillar… ¿No te has ensuciado en los pantalones?
El Escritor se endereza lentamente.
– ¿Que ha sido? -pregunta asustado, palpándose la nuca.
– He querido mostrarte lo que ocurriria si vas asi por la Zona! -explica el Guia-. Eres un suicida.
– Bueno, bueno -responde el Escritor, humedeciéndose los labios con la lengua-. Entendido.
Atraviesan un vertedero. Brillan cristales rotos, están tirados una tetera abollada, una muñeca con las piernas arrancadas, trapos, montones de latas de conserva oxidadas…
Ahora va delante el Escritor, su rostro tiene una expresión malévola y tensa, tuerce el gesto.
Una enorme zanja. La llena el cuerpo medio desinflado de un aeróstato de la defensa antiaérea. VAn pisando la superficie que cede bajo sus plantas, andan despacio, moviendo con cuidado los pies, y de pronto el Escritor profiere un grito raro como graznido de un cuervo y se detiene.
Y empieza a empaparse. E1 liquido brota de su cuerpo atravesando las ropas, le chorrea la cara, de los dedos agarrotados manan chorritos, los cabellos se le pegan a las mejillas y después empiezan a resbalar en mechones sobre el pecho y los hombros.
– Tranquilos, muchachos -profiére el Guia-. Nos hemos colado. ¡Túmbate! -grita al Escritor-. ¡Prueba a tumbarte! ¡Y tú tambien, Profesor! ¡A tierra! No te apures, no te apures… él se tumbará ahora…
El Guia y el Profesor se echan al suélo, pero el Escritor no puede. Los calambres estremecen su cuerpo.
Pero luego todo cesa igual de inesperadamente. E1 liquido se va secando a ojos vistas. El Escritor está ya tan seco como antes, pero en sus hombros y en el pecho cuelgan, sacudidos por el vientecillo, secos mechones de pelo. Desfallecido, se tumba de costado.
E1 Guia y, tras él, el Profesor se levantan, se acercan cautelosos al Escritor.
– No es nada, no es nada -dice el Guia-. Ahora se levantará. Pues es verdad, tiene suerte el demonio… Aqui a las buenas personas se les vaciaban los ojos, y e1 no ha perdido, más que el pelo… Bueno, levántate, levántate, no sigas tumbado…
El Escritor se incorpora trabajosamente. Se palpa la cabeza, mira los cabellos en los dedos.
– Vamos -dice el Guia.-. De todas maneras no podrás contarlos. Profesor, adelante.
Entran debajo de una red de enmascaramiento podrida por los años. Se ve que aqui hubo en otros tiempos posiciones de ametralladoras: hay tirados cajones de munición, ametralladoras hundidas en la tierra, cascos y caretas antigás cubiertos de arena.
– Haremos un alto -anuncia el Guia.
Todos permanecen de pie inmóviles. Los rodea el silencio, só1o silba cl viento, y susurra un periódico sucio y arrugado que se ha enrollado a una pierna del Profesor.
– Aguarden -dice el Escritor-. No sé qué tengo en las piernas… me fallan…
– ¿Que ha sido? -pregunta el Profesor sin volverse.
El Escritor suelta una risita nerviosa, pero el Guia dice:
– No lo sé… Ha pasado, gracias a Dios. -Y gruñe mirando a los lados-: ¡Qué sitio de mala muerte!
Se acomodan a la sombra de la red de enmascaramiento. EI Guia escancia alcohol en los vasitos que le tienden. Todos beben.
– Cómo anda usted de apetito, Profesor? -pregunta el Escritor, mordiendo con asco un huevo duro.
– Si le digo la verdad, no ando bien -responde el otro.
– ¡Que bien vendria ahora una cerveza! -suspira el Escritor-. iBien fria! Tengo seco el garguero.
El Guia sirve otra copa a cada uno. EI Profesor le pregunta receloso:
– ¿Nos queda mucho todavia?
EI Guia calla, luego responde sombrio:
– No lo sé.
– ¿Que dice el mapa?
– ¿Qué va a decir l mapa? ¿Y es que eso es un mapa? No tiene escala. Es verdad que el Zorro volvió en dos dias, pero era el Zorro.
– ¿Que Zorro? -pregunta el Escritor.
EI Guia se sonrie socarrón, enciende despacio un pitillo.
– EI Zorro, hermano, no hace pareja con nosotros. Empezó en los primeros dias, me llevó a mi cuando creci. Era un gran hombre. Un as.
– ¿Y por qué era? -pregunta el Escritor-. ¿Es que…?
– Si, si. Lo que piensas. Se iba con uno o dos y regresaba solo. Con e1 tenian que haber ido… -Se rie de un modo desagradable, trasladando la mirada del Profesor al Escritor y a la inversa-. Por lo demás, hasta aquí habrían llegado con él tambien. ¡Bueno! -se interrumpe-. Ustedes hagan lo que quieran que yo voy a echar un sueñecito. Pero no armen ruido aqui… Y no se les ocurra pasear…
E1 Guia se queda dormido, poniendo la cabeza en la mochila. El Profesor y el Escritor, recostando las espaldas en la pendiente arcillosa. Fuman y platican:
– ¿Y que le pasó a ese As? -pregunta el Escritor.
– Fue el único que llegó hasta el lugar y regresó -responde el Profesor-. Volvió y en dos días se hizo rico… Fabulosamente rico. El Profesor calla.
– ¿Y qué?
– Luego se ahorcó. Al cabo de una semana
– ¿Por qué?
El Profesor se encoge de hombros.
– Un caso raro. Pensaba volver allí, junto con… el nuestro. E1 nuestro fue a verlo a la hora convenida, y el Zorro estaba colgado. En la mesa habia un mapa y una esquela deseádole suerte.
– ¿Y no seria que el nuestro le…?
– Si. Es capaz -asiente de buen grado el Profesor.
Durante un rato fuman callados.
– ¿Y qué le parece a usted, Profesor, será verdad que existe ese lugar? Donde se cumplen los deseos…
– EI Zorro se hizo rico. Toda su vida habla soñado ser rico.
– Y se ahorcó…
– ¿Pero usted está seguro que él iba a hacerse rico? ¿El Zorro? ¿Es que le dijo a alguien para qué iba a la Zona? Lo que pasa es que el hombre nunca sabe lo que quiere. Es un ser complicado. La cabeza quiere una cosa, la médula espinal otra y él alma otra… Y nadie es capaz de orientarse en ese berengenal. En todo caso, aqui se trata de algo intimo. ¿Comprende usted? ¡De un deseo intimo!
– Cierto -corrobora el Escritor-. Usted lo dice muy bien. Antes dije que venia aqui en busca de inspiración. Mentira. La inspiraci6n me importa un comino…
El Profesor lo mira curioso.
EI Escritor continiúa, después de una pausa:
– Aunque quizá sea verdad que busco inspiración… ¿de donde voy a saber cómo hay que llamar lo que yo quiero? ¿Y de dónde voy a saber que yo quiero lo que quiero? Son cosas inaprensibles: basta mencionarlas y su sentido desaparece, se diluye. Como una medusa al sol. ¿Lo ha visto alguna vez?
El Profesor baja los ojos y se pone a mirar sus uñas sucias y rotas.
– Vaya, vaya. A propósito, debo decirle que para usted… Si, para usted es contraproducente ir allí.
El Escritor asiente hipócritamente.
– Si, claro, si, claro… Yo, desde luego, no soy un científico… ¡Usted es otra cosa! ¿Usted es un cientifico de verdad? ¡Entonces, claro! El experimento, los hechos… La verdad en úiltima instancia. Pero, creo yo, no suele haber hechos. No los suele haber en general y aqui, en la Zona, con mayor motivo. Aqui todo ha sido inventado por alguien, ¿es que no lo siente? ¡Todo esto es una invención idiota! Nos están engatusando a todos.¿Quién? No se comprende. ¿Para qué? Tampoco se comprende.
– A pesar de todo, seria interesante saber quién y para qué
– ¡No es eso! “Quién y para qué?” ¿Para que sirven sus conocimientos? ¿que conciencia se hará más pura con ellos? ¿Que conciencia se dolerá? ¿La mía? Yo no tengo conciencia, no tengo más que nervios. Me critica cualquier canalla: abre una herida. Me alaba otro canalla: Otra herida más… ¡A ellos les da igual lo que yo escriba! ¡Se lo tragan todo! Pones el alma, pones tu corazón, y se tragan el alma y el corazón. Sacas la porquería de tu alma y se tragan la porquería… Les da igual qué tragar. Todos sin excepción son gente instruida, todos tienen hambre sensorial… Y todos ronronean, ronronean a mi alrededor: periodistas, redactores, críticos, damas interminables… ¡Pero luego se jactan delante de sus maridos que yo me digné a dormir con ellas! Y todos exigen: ¡dame, dame! Y yo doy, y siento ya asco, hace tiempo que deje de ser escritor… Qué escritor del diablo soy yo si odio escribir, si para mi escribir es un martirio, una ocupación desagradable y vergonzosa, algo así como una dolorosa función fisiológica…
Calla súbitamente y permanece un rato con los ojos cerrados. Un tic nervioso contrae su rostro.
– Yo antes creia que era necesario para ellos -prosigue en voz baja-. Yo creia que alguien se hacia mejor y más honrado después de haber leido mis libros. Más puro, más bueno… No soy necesario para nadie. Lo único que tengo es la quinta. Con cuarto de baño. Me moriré, y a los dos dias me habrán olvidado y se podrán a devorar a otro cualquiera. ¿Se puede dejar todo esto asi? Yo queria rehacerlos a mi imagen y semejanza. Pero ellos me han rehecho a mi a su manera. Antes el futuro era só1o la repetición del presente, y todos los cambios se vislumbraban tras lejanos horizontes. Ahora no hay ningún futuro. Se ha unido con el presente. Pero ¿están preparados para eso? Yo intenté prepararlos, pero no quieren prepararse, les da todo igual, no hacen más que tragar.
– Vehemencia… -dice despacio el Profesor-. Mucha vehemencia… ¡Pero usted esta dispuesto a hacer el bien a todos, señor Escritor!
– ¡Déjeme en paz! -responde el otro sin abrir los ojos.
– No, no, porque eso es muy peligroso, ¿se da cuenta? ¡Un benefactor vehemente!
El Escritor se sienta de un tirón y mira furioso al Profesor.
– ¿Qué es peligroso? ¿Qué es peligroso? Yo quiero tranquilidad, ¿entiende? ¡Tranquilidad!
– Entiendo. Pero usted no se retira ahora al desierto a buscar una vida tranquila. ¡Usted va a la Zona! ¡A ese mismo lugar!
El Escritor se echa nuevamente de espaldas y se tapa los ojos con la palma de la mano.
– Oiga, yo no quiero discutir con usted. De la discusión nace la luz, ¡maldita sea!…