NOCHES DE BOCACCIO

Más de la mitad de la cultura moderna

depende de lo que no debía leerse.

ÓSCAR WILDE


Hace ya bastantes años, en la época en que la noche barcelonesa era un Titanic navegando alegre y confiado, lejos todavía del iceberg asesino (nadie pensaba en el hielo salvo al solicitar un whisky o el trago habitual), estaba yo tomando copas en la barra aterciopelada de Bocaccio, cuando, inesperadamente, un joven dibujante de cómics y prestigioso ilustrador, al que sólo conocía de vista, recaló a mi lado aferrándose con ambas manos a una copa esbelta, extenuado y empapado, como un náufrago escupido por el oleaje promiscuo de la noche. A nuestra espalda, en las concurridas mesas de la gauche divine, chapoteaban las salutaciones, las conversaciones cruzadas y las risas.

– Tú eres el escritor, ¿verdad? -Tenía el náufrago una sonrisa inocente y delgada y una voz trasnochada, felpuda, llena de candor y de ginebra-. Me llamo Kim y vengo huyendo del Ciclón Benilde, ya la conoces… Ahí está, no te engaño. -Volví la cabeza y, en efecto, allí estaba la temible aventurera nocturna hablando por los codos, de pie, el vaso de vodka apoyado en uno de sus pechos mortíferos y acorralando contra la barra a un conocido cantautor catalán podrido de vanidad al que apenas le quedaban diez minutos de vida-. Ahora vendrá a por ti, me lo ha dicho.

– ¡Maldición!

– Sólo tienes un modo de salvarte.

– ¿Qué debo hacer?

– Como si no la vieras, y mostrarte muy interesado en lo que yo te voy a contar -dijo el exhausto dibujante-. Escucha. Estoy preparando una nueva colección, un supercómic para adultos con un protagonista inspirado en un personaje de tus novelas, un tipo que me fascina… ¿Qué tal si tú te encargaras de escribir los guiones y los diálogos? Ganarías una fortuna.

– ¿Yo? -Sonreí-. Yo nunca he escrito tebeos. ¿Quieres una copa?

– Coca-Cola con whisky. Déjame contarte los detalles.

El Ciclón Benilde ya nos estaba mirando de soslayo como un pájaro de presa, de modo que simulé escuchar interesadísimo la propuesta del dibujante. Yo debía escribir un guión semanal que él ilustraría, y el tebeo iba a constituir, dijo, una renovación lúdica del género. Contaríamos las aventuras socio-económico-amorosas (fueron sus palabras) de un joven soñador, un hijo del barrio sin medios de fortuna, pero listo, simpático y guapo: sorprendentes hazañas románticas con gran despliegue de estrategia sentimental y progre, con profusión de niñas-pijo y de intelectuales de izquierda ricos, con apellidos de solera y en escenarios reales, en sus fincas de verano en l'Empordà y sus palcos del Liceu, desde las más rancias alcobas de San Gervasio y del Ensanche hasta las flamantes y soleadas terrazas con arboleda y piscina, pasando por los espesos pubs y tabernas de moda, las todavía clitóricas aulas de la Universidad, las míticas tascas del Barrio Chino, el Club de Polo y los apetitosos bailes de Debutantes.

Poco después, Kim me dejó solo unos segundos para reaparecer en seguida con una cartera de mano, de la cual extrajo unos bocetos a lápiz y a pluma para mostrarme «físicamente y en acción» al personaje. Los dibujos eran magistrales. Pude ver, entre las lágrimas mal disimuladas (de repente la idea de escribir tebeos me resultaba desternillante, impagable), a un apuesto charnego con ojos de gato en celo deambulando bien trajeado y algo envarado por la Terraza Martini, durante una distinguida recepción. Los negros cabellos planchados, el perfil encastillado, olisqueando disposiciones afectivas…

– Este muchacho llegará lejos -le dije-. Pero sin mí.

Expuse mis dudas sobre la viabilidad del proyecto, y entonces el joven dibujante me habló de un colaborador suyo, ex miembro de la gauche divine y actualmente exiliado en el Canadá, el cual, antes de irse, había reunido material de diversa procedencia con la idea de utilizarlo para escribir los primeros guiones, y que ahora podíamos aprovechar. Convencido de que yo aceptaría entrar en el proyecto, Kim prometió hacerme llegar este material al día siguiente. En este preciso momento se abría paso hasta nosotros el Ciclón Benilde, a codazos, sonriente y besucona, y me despedí apresuradamente. En la puerta del local un camarero me obsequió con el Diario de Barcelona recién impreso, y cuando minutos después, sentado en el taxi que me llevaba a casa, abrí el periódico para echarle una ojeada, ya me había olvidado de Kim y de su extraña propuesta. Sin embargo, al día siguiente recibí un gran sobre amarillo que contenía una carpeta. Era una sobada carpeta azul, con los elásticos llenos de nudos, y dentro había recortes de la revista Hola y de notas de sociedad de la prensa diaria, fotos de puestas de largo y de bodas y guateques, y algunas cuartillas emborronadas. Entre esa enrevesada crónica de banalidades, encontré una libretita de negras cubiertas empastadas, un diario íntimo escrito durante el verano y el otoño de 1968. Las páginas comprendidas entre el 29 de septiembre y el 18 de octubre estaban recuadradas en lápiz rojo con la siguiente acotación en el margen superior de la primera página: Para episodio n.° 2 titulado «En poder de la Gauche Divine».

Los años de mayor esplendor de la llamada gauche divine, según los cronistas de la época, fueron los de la segunda mitad de los sesenta y los primeros setenta. Cuando este pequeño diario fue redactado, la G. D. poseía todo su poder aglutinante como grupo. Por supuesto, hoy sabemos que la naturaleza de ese poder no era más que una fantasmal y noctámbula inclinación al reencuentro, una manera de beber juntos y de prolongar la noche, un guiño de la inteligencia en horas de relajo. Dejando de lado a sus miembros más prestigiosos y cualificados, existía el amplio espectro de adictos y seguidores que en Bocaccio y otros puntos de reunión se formaba siempre a su alrededor a modo de esos pececillos-piloto que acompañan al tiburón en sus correrías depredadoras: jóvenes meritorias vagamente conocidas y tenaces mirones y afiliados o simplemente simpatizantes, que no solían conocerse entre sí pero que imaginaban, emocionados, poder reconocerse pronto: la posibilidad del encuentro inesperado, cualquier noche, en cualquier lugar de los habitualmente frecuentados, era para ellos y ellas, en esa época, enormemente excitante.

Era tal su estado anímico de constante disponibilidad, su aportación personal a la pequeña y trasnochada mitología ciudadana, que la llama del equívoco, la chispa que surgió del común frotamiento de sensibilidades y del incesante intercambio de neuras y cariños, se convirtió rápidamente en una gigantesca hoguera. En realidad, lo que se alzó en medio de las nieblas otoñales de aquel legendario 68, fue una especie de malentendido, un simple rumor, una serpiente de verano -pero la serpiente esgrimía una sonrisa encantadora y ardientes ojos negros y se llamaba Roberto…

Al diario me remito, y, obtenido el permiso de su remoto autor (hoy tabernero feliz en Quebec) transcribo estas páginas sin quitar ni añadir una coma.


J. M.


29 septiembre

Días y días sin ver a nadie. Llueve melancólicamente tras los cristales. Depresión. Duermo fatal: pesadillas de subdesarrollo cultural pobladas de Chorizos de las Letras (en sueños, J. J. Armas Marcelo me regala un libro de Salvador Pániker dedicado a Baltasar Porcel con prólogo de Umbral ¡e ilustrado por Cuixart!). Exceso de optalidones, visiones terroríficas de librería-tumba ofreciendo cóctel en honor de escritor latinoamericano locuaz.

Toda la tarde corrigiendo pruebas en mi covacha de la editorial. Beatriz de Moura me llama a las siete para almorzar juntos mañana no puedo pasado sí, vale. ¿Asunto? Revista La Mosca y su zumbido agónico. No llegará a la séptima caquita, la pobre Mosca. Cal Juanito a las dos y media, conforme.

Qué hermoso lecho de hojarasca en la voz de la brasileña, qué vocación de manantial.

Vivo mis últimas horas con la intrépida C. C. Al final, pasa lo que tenía que pasar: después de cuatro meses de maternal solicitud hacia mí, esta noche C. C. se lanza a la calle decidida a olvidarme y a enamorarse otra vez. Falta madurez, hosti. Dice que va a emborracharse, primero en la terraza del Pub y más tarde en Bocaccio. Puede suceder cualquier cosa.

Peligro. Huracán C. C. azota las costas de la gauche divine. Se ha puesto en manos de Vidal Teixidor, siquiatra de élite, pero nuestras relaciones han ido de mal en peor, de hecho están liquidadas.

No está bien que ella me encuentre en su cama al volver de madrugada, pero llueve y a dónde voy a estas horas, mejor me largo mañana. Dormiré en el diván del estudio. A ver este Tele/eXprés, qué dice del Barça.

Las cuatro y C. C. aún no ha vuelto. Apagaré la luz. Decididamente, el Barça es la llufa.


30 septiembre

Se avecina al huracán. Tal como me temía, anoche C. C. entabló fulgurante relación amorosa en la barra de Bocaccio con un joven desconocido y se lo trajo al apartamento. Desde el estudio oí sus voces en la terraza y luego en el dormitorio. Pensé en la conveniencia de irme, pero me dormí. Más tarde me despertó un rumor de pies desnudos en el estudio.

Era él.

Supuse que C. C, estirada en la cama como un lagarto insomne, colmada y feliz, habría estado proyectando una tras otra sus visiones afrodisíaco-literarias en la faz paciente y receptiva de su nuevo amor, hasta que el chico se había levantado con la excusa de hacer pis. Conozco estos atajos de la noche tan favorables para huir un rato de los amarillos ojos-tenaza de C. C. Si uno sabe entretenerse en algo antes de volver a su lado, ella se duerme.

El desconocido parece conocer tales artimañas. En el estudio, ha encendido la lámpara de flexo sobre la tabla de trabajo de C. C. y observa cauteloso la máquina de escribir. Yazgo en la sombra y no me ha visto. Lo examino de espaldas, desnudo, grávido, un fluido de desgana muscular enroscado en sus flancos morenos y en su nuca felina. Desdeñoso y primario: un cuerpo capaz de detener el tiempo. Pone una placa en el tocadiscos, el volumen muy bajo. Viejo Sinatra: My Funny Valentine. Decididamente el chaval tiene gancho. Piel oscura y satinada y lacios cabellos negros al inclinarse sobre la moqueta color vino revolviendo discos, luciérnagas en una bahía musical. Este tipo puede hacerte daño, C. C., ten cuidado.

Incorporándose, se suena las narices limpiamente con los dedos, deja caer el material en el cenicero y se frota las manos en las nalgas. De nuevo se queda mirando la máquina de escribir, como hipnotizado. Enciende un cigarrillo, teclea un poco en la máquina, da unos pasos, no sabe qué hacer, se aburre, va a la estantería y saca un libro al azar, vuelve a la mesa. Pone un folio en la máquina, se sienta, abre el libro y empieza a teclear lenta y aplicadamente, con los dedos índice de cada mano, copiando del libro.

Anoto escrupulosamente estos pormenores porque son de suma importancia, como se verá más adelante. (N. del t.)

Probablemente es la primera vez que este chico se enfrenta a una máquina de escribir. El flexo abatido proyecta en su cara el polvo luminoso de un sueño trivial, un deslumbramiento enternecedor de analfabeto. Teclea por el gusto de hacerlo, torpemente, sin reparar en el sentido de lo que copia del libro: el volumen, poco usado, se resiste a permanecer abierto y las páginas van pasando solas, impulsadas por su propia tendencia a cerrarse -sin que el entusiasta mecanógrafo lo advierta- de modo que el texto transcrito al folio será forzosamente una mezcla de frases, o de fragmentos de frases, pilladas en distintas páginas y en capítulos diversos. Un poema del azar, probablemente.

El tipo escribe tres folios, ensimismado, con una paciencia digital de afilador. Luego se cansa y se pone en pie, vuelve a dejar el libro en la estantería y sale del estudio. Al poco rato regresa vestido, apaga el tocadiscos, se guarda unos cigarrillos en el bolsillo, apaga la luz y se marcha, esta vez a la calle: oigo la puerta del piso cerrándose despacio.

Una hora después también yo estoy en la calle. Amanece un día luminoso, nada hace pensar que habrá tormenta.


1 octubre

Almuerzo con Beatriz, Óscar y Jorge. La Mosca, sin alas, patitiesa, yace panza arriba en la mesa de Cal Juanito. ¿Qué podríamos hacer por ella?, dice Beatriz. Aroma de setas asadas, el ronco tumulto en la voz de Óscar, la piel color lluvia otoñal de Beatriz, la confortable, meliflua sonrisa de Jorge Herralde.

«¿Sabéis lo de C. C.?», fue la pregunta, un poco por cambiar de tema, pero no recuerdo quién la hizo.

Era el primer soplo del huracán y había llegado a través del teléfono, artefacto caro a la gauche divine.

– ¿Qué ocurre?

– La noticia circula desde primeras horas de la mañana -gruñe Óscar-. Una collonada. Parece que C. C, excitadísima, ha llamado por teléfono a Gimferrer anunciándole que acaba de hacer un descubrimiento: un novísimo en novela, un novel inédito, al parecer amigo suyo.

– Hum -cavilo yo cabizbajo, y pido más pa torrat amb tomàquet. Mucho trasiego de tinto en la mesa. «Hummm», responde con un par de emes más que yo el todavía cauteloso editor Herralde, añadiendo que lo divertido del asunto es que la conversación telefónica de C. C. con Gimferrer ha durado tres horas, un récord que supera el de Terenci Moix hablando por teléfono desde Roma con Enric. Y que esta misma mañana, cuando Colita llamó a Román Gubern pidiéndole información sobre las propiedades de su bolígrafo luminoso -aunque Colita no lo quiere para tomar notas en la oscuridad de un cine, como hace Román, vete a saber para qué lo quiere ella-, éste le comentó que ya había hablado del desconocido novísimo con Joaquín Jordá a petición de C. C., y que Jordá a su vez ya había comunicado con José M.a Castellet, al parecer en Sitges, el cual sólo dijo que algo sabía por la dulce Anna March, pero previniendo: «Punyeta, no us esvereu!», y pidió calma ante todo: «Em fot una por, aquesta quitxalle de la gauche divine, són uns enfollits…!»

Sugiero tímidamente no hacer caso, podría tratarse de un rumor incubado precisamente en la altísima entrepierna ensayística, semántica y estructuralista del Sheriff.

– No -dice Beatriz-. Habla con C. C.

– ¡Vaya vaya! -brama Óscar-. ¡Por fin C. C. ha puesto el huevo!


2 octubre

Mañana loca de raudo corrector de pruebas mal pagado, el teléfono martilleando mis sesos todo el rato. Me llama todo el mundo. Ignorantes aún de mi ruptura con C. C., me preguntan si le conozco, cómo es el genio, su nombre, edad y antecedentes literarios, y yo: no sé nada de nada. «¿No has leído ese capítulo de su novela que le dejó a C. C.?» Y yo: «No veo a C. C. últimamente, hemos decidido afrontar la inminente agonía de la década feliz cada uno por su lado.» «Ah.»

El huracán ya ruge. Llegan más detalles de las famosas tres horas de C. C. al teléfono: parece que el genio estuvo escribiendo en el estudio de la chica mientras ella dormía y al irse dejó en la mesa un principio de capítulo absolutamente increíble, Gimfe, le dijo, tienes que leerlo, superior al mismísimo Joyce, fabulosamente más allá de Burroughs. En fin, que la narrativa experimentalista española, Benet, Guelbenzu, Cargenio, Leyva, Goytisolo, etcétera, se queda en pañales. Absolutamente urgentísimo que Castellet lea ese texto, Gimfe.

Trepidante noche en Bocaccio, dos sanfranciscos, un optalidón en el gaznate, otro perdido en la moqueta, camareros precipitándose sobre mí con miles de mecheros encendidos. Llega José M.a Solanes como una jaca meditabunda enjaezada con cámaras fotográficas, oye, ¿sabéis ya la noticia?, y bla bla bla, Carlos Duran me ha llamado pidiéndome el teléfono de C. C. y me lo ha contado, yo no sabía nada.

«Ven a estribor», le digo haciéndole sitio en la barra, «el iceberg ya se ha resquebrajado en las zonas árticas y avanza descomunal y silencioso hacia nosotros…» ¿Estás trompa?, dice él: resulta que tu C. C. ha estado persiguiendo día y noche a Félix de Azúa y a Salvador Clotas hasta conseguir que lean parte de la novela de un amigo suyo, dicen que el libro será la bomba editorial del año, estilo atonal y aleatorio sin precedentes en la sonsa novela española de hoy empeñada en ser realista y argumental, eso dicen que ha dicho Umbral con su pluma-sonajero o tal vez Julián Ríos, nuestro Joyce descafeinado, comisarios/grumetes siempre en lo alto del palo mayor avizorando verdes continentes de prosa intransitable y alfalfa sintética, pasto de burros eruditos. He visto casualmente a Clotas hace una hora -prosigue Chema, ajeno a mi desinterés por el asunto- y afirma que Félix es un experto en esa clase de prosa, pero también dice que C. C. está grillada. Bueno, ¿qué bebes?, me apunto a lo mismo…

– Se te ha caído el zoom, Chema. Tantas cámaras al hombro, tantos objetivos y lentes y super-lentes…

Y pido un café triple.


3 octubre

Visita a C. C. para despedirme y recoger mis cosas. Me recibe dinámica y graciosa con sus braguitas color fresa y el chaleco azul celeste floreado (que perteneció a Marcel Bergés) mal abrochado sobre los senos belicosos. Me dedica una atención esquinada, displicente. Pegada al teléfono, chillando: «¡Cadaqués, Cadaqués!», despeinada, soñolienta, rodeada de agendas y sedantes, ceniceros repletos, discos y anticonceptivos. Parece un ángel exterminador.

Me confirma el rumor sin dudarlo un segundo, sin un parpadeo:

– En efecto, se trata de un principio de capítulo fascinante y conmovedor, increíble, escrito aquí con esta máquina, la mía. Haré fotocopias… ¡¿Cadaqués…?! Un autodidacta, ¡señorita, ¿qué pasa?! Nadie le conoce ni él conoce a nadie, todavía, ni siquiera yo sé dónde vive y apenas su nombre: Roberto no sé qué. Y es un encanto.

– Cálmate.

– Y me necesita.

– ¿Estás segura?

Aporrea el teléfono, impaciente. «De todos modos», añade, «pertenece a la gauche divine, le vi sentado en Bocaccio en medio de la pandilla, esa noche que le conocí…»

Inútilmente, porque no me escuchaba, prevengo a C. C. del espejismo: lo que ocurrió esa noche en Bocaccio, según he podido saber por el camarero karateca y judoca, fue que la mesa de la gauche divine estaba muy concurrida y no paraban de llegar nuevos contertulios, y poco a poco el círculo fue ampliándose y ocupando más mesas con su guirigay de conversaciones cruzadas y confusas, de modo que, en cierto momento, fue también absorbida la mesa más distante y junto con ella su único y silencioso ocupante, ese Roberto, que pasó así a integrarse en el grupo, primero manteniéndose callado, luego iniciando cautelosos contactos… «Cuando tú llegaste, al verle sentado junto a Rosa Regás y Oriol Bohigas, creíste que era uno de ellos. Fue la casualidad, o tal vez ni eso: a lo mejor el pájaro acudía allí todas las noches en espera de su oportunidad.»

Pero C. C. no me escucha. «¿Cadaqués, Cadaqués…?, absolutamente de vida o muerte hablar con Castellet. ¡¿Cadaqués?! ¡Mierda!»

Me recuesto en el diván. Ella ha colgado el teléfono violentamente. Brilla una fina película de pasmo en sus rodillas fervorosamente juntas, cerradas a cualquier devaneo. «Hay mucho que hacer», la oigo murmurar. Le pido que me deje leer el famoso capítulo, me responde que no lo tiene. «Todos se lo están disputando, pero quiero llevar esto a mi modo. El chico no está relacionado. Me necesita.»

Descuelga el teléfono, lo vuelve a colgar. Castellet debe estar en Sitges. Suspira. Se levanta, tiene mucha prisa, «¿Me permites? He de cambiarme», y cruza a buen paso el familiar desorden del estudio -aquellos discos que un día le regalé, los libros tan queridos, el batín japonés, los cojines por el suelo, el tranvía de Todó- como el ángel del Señor dejando atrás las ruinas de Sodoma. «Llévate lo que quieras», dice, «menos la máquina de escribir, la vamos a necesitar».

Excitada y feliz, volviéndome la grupa respingona, C. C. sale del cuarto.


4 octubre

Presentación de libro y de autor en librería Cinc d'Oros. Vino tinto, tacos de tortilla y croquetas de pollo. Cinco intelectuales goxdivín en ringlera de cara a la concurrencia comentan el libro presentado: Ondia, quina tabarra el seny!, textos del travieso Terenci y fotos de Colita sobre la capital catalana y su enigmática condición de cap i casal.

Presente la plana mayor de la G. D. excepto Federico Correa, Castellet y Copito de Nieve. Se comenta la anunciada asistencia de C. C. y del novísimo, que se retrasan. Los directores de cine de la Escuela de Barcelona hacen olla aparte. El Cristo de Pasolini bebe tinto con Nunes. En un rincón, Vicente Molina-Foix y Terenci Moix intercambian programas de cine en color: «Tú me das El príncipe estudiante y yo te doy El príncipe valiente.» Emocionado, Félix de Azúa le enciende el puro a Juan Benet, de paso -bastante inseguro, pero afable- hacia Madrid.

Pere Portabella comenta que ha leído el dichoso capítulo, que es buena prosa pero no tanto como Brossa. Se dice que Pániker en-las-calles, el editor-filósofo-hindi-catalán, estaría interesado en considerar un contrato de opción para las próximas cinco novelas del protegido de C. C., renunciando incluso al 50 % de derechos secundarios. Al oírlo, la superagente Carmen Balcells se sonríe burlonamente por debajo de la nariz.

Oriol Bohigas, en cuyo hombro Ana Moix apoya dulcemente la cabeza un poco mareada, tararea unos compases del Concierto n.° 20 de Mozart en re menor para piano y orquesta (Richter al piano) sin dejar de hablar al mismo tiempo, es decir, canthabla popeyescamente «No puede ser, nois, esto es un rumor inventado por los miserables dibujantes de cómics eróticos y sofisticados y por esos cretinos adoradores de los Beatles. Vámonos a cenar al Massana, nena.»

Al marcharme birlo de una estantería el E. A. Poe en dos tomos de Alianza Editorial. En la calle descubro que he cogido dos ejemplares del primer tomo. Marcel Bergés, por su parte, sale de la librería con dos ejemplares del segundo tomo escondidos dentro del pantalón. Hacemos intercambio y bona nit.


5 octubre

Conflicto laboral en la editorial. Me quedo sin trabajo. Mendigar traducción por aquí, colocar articulito por allá. Comienza la lenta agonía.

Aumentan mis visiones catastrófico-culturales: Eugeni d'Ors ganador del premio Sant Jordi 1975 de novela / El Premi Moreneta Maca de virolais en prosa, que se concede anualmente en lo alto del Cavall Bernat, ganado por don Laurayanu López Rodó y el astro José Mojica al alimón / El personal subalterno de Banca Catalana inicia su triunfal gira por el Japón cantando caramellas con textos de Jordi Pujol / Encerrona de monjes montserratinos en el Jazz Colón / Baltasar Porcel devorado por los cocodrilos de Fu-Man-chú / Don Fernando Lázaro Carreter presenta a la Real Academia de la Lengua el vocablo de nuevo cuño goxdivín, y estrena su nueva obra teatral La poltrona no es para ti, Paco.

Copas en la terraza de Tuset Street bullicioso y nocturno con Betina, rubia y nórdica, que me riñe por beber tanto y drogarme con optas. Ella ingiere una negruzca píldora de potentes efectos antieróticos, dice. Tiene un tigre en el culo, esta chica, pero lo mantiene a raya. Aparecen en el Pub Joan de Sagarra y Enric Barbat, luego Nuria y Pere Garcés, luego Portabella. En la mesa vecina, César Malet y Enric Sió deslizan piropos al oído crapuloso de una gordita adolescente y risueña. César cada día más parecido a los Hermanos Marx (los tres juntos).

Nuria Serrahima comenta el regreso de Castellet (no de Cadaqués ni de Sitges, sino de un Congreso de Fabricantes de Corbatas celebrado en Frankfurt) y su conversación telefónica con Pere Gimferrer desde el despacho de Carlos Barral en la Casa Oscura. Según Azúa, que estaba allí, Edicions 62 y alguien de Seix Barral estarían en tratos con C. C., convertida en agente literario del ya famoso novel.

Barbat afirma que hay un malentendido, y por un momento temo que el bonito pastel que se ha cocido en la entrepierna de C. C. se vaya por los suelos… Pero no. Barbat se refiere a que ese Castellet regresado de Frankfurt no es José María, sino un hermano suyo fabricante de corbatas estampadas con pinturas de Miró y versos de Ausias March; ocurre que, aunque vendan distintos productos, el uno corbatas y el otro libros -comenta Sagarra con una sonrisa taimada, tocándose levemente el ala flexible del sombrero bogartiano-, los dos lo hacen basándose en idénticas teorías culturales, idéntica voz e idéntica cara: se parecen mucho, son gemelos o casi. En cualquier caso, el verdadero Castellet aún no ha leído el capítulo.

¿Azúa conoce ese texto?, pregunta César, ¿qué le parece?, y Nuria: que supera a Benet, es duro reconocerlo, dicen que dijo Félix, pero así es. «¿Quién te ha dicho eso, maca?», tercia Sagarra, y ella: «Pregúntale a Pere Fages, que ahí viene.»

Pere Garcés bosteza. Sagarra afirma que el original del célebre capítulo está ahora en poder de María Aurelia Capmany, que ha declarado: Revela un talent literari de primera magnitut…

Llega en efecto Pere Fages, resopla, la colilla colgada en las comisuras de su boca, le hace una seña a Portabella, éste se levanta y los dos conspiran aparte en voz baja. De pronto, estupefacto, indignado, Fages deja caer la colilla y se queda con la boca abierta. Luego nos enteramos: al gordo Fages, la grúa se le ha llevado el tanque aparcado frente al Bagatela.


6 octubre ;

Llegan rumores pisándose los talones. Teresa Gimpera vuela hacia Hollywood para rodar una película con Hitchcock. C. C. y su protegido viven juntos desde ayer con el teléfono descolgado porque él trabaja intensamente en la novela. Walt Disney nació en un pueblecito de Murcia. Otro rumor: editorial Planeta le está pasando al novísimo mensualidades de cincuenta mil pesetas, pero se ignora qué trato habrán hecho C. C. y el sagaz editor Lara.

Sigo sin trabajo y en plena crisis de identidad nacional.

Me llama Xavier Miserachs pidiéndome la dirección del tipo. Gaceta Ilustrada acaba de encargarle un reportaje gráfico sobre los usos y costumbres de los militantes de la gauche divine. «Creo que el genio no pertenece a la banda», le digo. «No importa», me responde, «la revista Serra d'Or y el Omnium Cultural dicen que sí pertenece».

Compro Serra d'Or, pero no encuentro la noticia.

Me llama Betina con voz soñolienta: «¿Has leído el Tele/eXpres de hoy?»

Aumenta insensatamente mi ración diaria de optalidones y café.


7 octubre

En la cama con B. y el Tele/eXpres desplegado sobre su hermosa ensilladura de nácar frío. Leo en las páginas literarias un breve reportaje bajo el titular: ¿UN NUEVO JOYCE EN EL GUINARDÓ?

Y más abajo: REVELACIÓN LITERARIA BILINGÜE.

Y aún más abajo, en caracteres pequeños: «El crítico José M.a Castellet confía en poder incluirle en su próxima antología NUEVE NOVELES EN NOVELA NUEVA, de inminente publicación.» Según el vespertino, el prestigioso crítico habría afirmado, en un artículo aparecido en el último número de la revista Plural dedicado a la narrativa española contemporánea, que este texto asombroso venía a confirmar sus teorías sobre la nueva creación literaria expuestas en su libro La hora y cuarto del estructuralista, en curso de preparación.

El artículo periodístico va firmado diabólicamente: P. C. Pero no es otro que Pere Costa, goxdivín periférico y coñón, dudosamente afiliado.

B. encabrita las nalgas y yo aparto el periódico y reclino la mejilla soñadora en el duro nácar del trasero.

En la página contigua leo: «Envueltos en pieles carísimas, los Burton abandonan París rumbo a New York.» ¡Carajo, esto es un titular!

– No te duermas -dice B.

El culo de esta chica es un tigre que me devora, pero ese tigre soy yo. (¿Quién escribió eso?)


8 octubre

También Joan de Sagarra se ocupa del caso en su sección del Tele/eXpres, recogiendo un extraño cruce de llamadas telefónicas:

M.a Aurelia Capmany: «¿Un Proust xarnego? ¡Ja ja ja!»

Terenci Moix: «Tengo una foto divina en la que aparece detrás de mí por sorpresa, en Egipto.»

Leopoldo Pomés: «Le conozco, trabajó conmigo de modelo publicitario, hizo una campaña de camisetas y calzoncillos.»

Don José Manuel Lara: «Lo quise fichar er mimo día quer Barza fichó al pasmao del Martí Filocía, porque zoy partidario de la juventú.»

Omnium Cultural: «Es el único miembro de la gauche divine que no tiene coche sport ni fuera-borda.»

Baltasar Porcel: «Sí, sí, pero mi novela Cigrons sota el drerer florit se vende mucho más que El día que va morir Marilyn, y además el Rey lo sabe.»

Ricardo Bofill: (sonriendo desde la tele) «¿Me conoce?»

Oriol Regás: «Firma como Roberto C. Amores, y dice que esta C se la pone para compensar la C que, por causa de un descuido inexplicable, le falta a nuestro Bocaccio.»

Gabriel Ferrater: «Lo más notable que ha producido la literatura catalana, por supuesto después de la poesía de mosén Cinto y del trasero de Montserrat Roig.»

Montserrat Roig: «Cultura, para mí, es todo aquello que suscita una relación imaginativa con mis semejantes y conmigo misma. En este sentido, el culo de Tarzán o el de Marsé, por ejemplo, pueden ser cultura; pero no lo es el de Fernando Sánchez-Dragó, ese autor moreno y sonriente del siglo XII que escribía en calzoncillos.»

Francisco Umbral: «Imita mi prosa/sonajero/bisutera, pero con ese sonso tintineo artrítico de los novelistas/garbanceros que todavía cuentan/narran historias. El futuro está en la novela/sonajero.»

Salvador Pániker: «Mi supuesta actividad intelectual se centra en estar atento a lo que hoy se lleva o ya no se lleva. Pues bien, la prosa/sonajero se lleva.»

Juan Goytisolo: «Al igual que a mí, a este chico la crítica no le entiende, la televisión española le ningunea, la policía posfranquista le persigue por toda Europa, los políticos le ignoran, sus amigos no le quieren y, encima, sus libros se leen al revés por culpa de Luis Suñén. Ganará el Premio Europalia-86-bajopalio de la luz crepuscular (¡Maldita sea, reniego de esta prosa nacional-católica esclerotizada por el régimen franquista y alentada ahora desde el poder! ¡Abajo Artajo! ¡Me largo a Turquía!)»

Julián Marías: «En la tercera edición del segundo volumen de mi obra completa figura un ensayo que proféticamente titulé Ortega y yo somos así, señora (de rigurosa y absoluta vigencia) en el que ya hablaba de este español preclaro.»


9 octubre

Me llama José Agustín Goytisolo, furioso: «¿Cómo has permitido que esa lianta de C. C. le haya hecho firmar un contrato para Tusquets Editores?» «Yo no sé nada, yo no sé nada», susurro. «¡¿Pero no habíamos quedado que lo mejor era negociar con Edicions 62 y que yo haría la traducción?!» «No sé nada», repito, «y no me consta que haya firmado nada con Beatriz, son bulos». «¡¿Ah sí?!», ruge José Agustín, «¡¿y por qué crees tú que Beatriz y Toni lo han invitado a pasar el fin de semana en Cadaqués, por su cara bonita?!»

Bueno, le digo yo, no es una jeta despreciable, pero ciertamente está en Cadaqués por otras razones. Parece que en el cóctel que el sábado dio Federico Correa en su casa, Terenci propuso presentar el novísimo a Pía al día siguiente. Quedaron en ir en la lancha de Cor, bordeando el Cap de Creus, pero la lancha se llenó de personal (Beatriz, Isabel, Nuria, Guillermina, Ana y María Antonia) y la mañana se les fue tomando el sol empelotados y navegando hasta que el chico, aburrido de aquella cívica exhibición nudista cuya finalidad no entendía (pues él creía erróneamente que tenía una finalidad), decidió no esperar más y, desnudándose, se arrojó al mar desde la lancha fuera-borda. Llevaba slip, por supuesto, y lucía un moreno «de paleta» que arrancó aullidos de entusiasmo en Guillermina y en María Antonia. «Nadó hasta la costa», sigo contándole a José Agustín, «y parece que fue a visitar a Dalí por su cuenta, dejando a Pía para más adelante, eso dice. No es seguro que haya conseguido ver a ninguno de los dos, ésa es mi opinión, pero él afirma haber tomado el té con Gala sentados los dos sobre un piano amarillo, y bla bla bla…»

Mi propia voz me aturde, el teléfono me deprime, la credulidad del poeta me parece asombrosa, mi mano palpa el fondo del cajón de la mesilla buscando los opta. José Agustín se ríe recordando algo, deja caer el asunto y pasa a hablarme de Quico Sabater, pistolero solitario y audaz amado por los dos. Me cuenta por enésima vez la vida y milagros del anarquista, la base de un guión de cine que está escribiendo para Francesco Rossi. Tres horas y veinte minutos al teléfono, nuevo récord de la gauche divine.

Mi ración de optalidones aumenta peligrosamente.

Mato la noche en Bocaccio. Relajante conversación con Oriol Regás y Carmen Ros, la hermosa muchacha que pudo haber cambiado el rumbo de mi vida.


10 octubre

Pase privado del último film de la llamada Escuela de Barcelona. Cinema Windsor Palace, ya destinado al derribo, ya con la muerte agazapada en sus terciopelos escarlata (Terenci llora en los brazos de Romy: «¡Ay, Escarlata O'Hara, qué será de nosotras sin el Windsor!»).

Por la pantalla desfilan a cámara lenta y en suaves tonos pastel Serena Vergano, Luis Ciges, Nuria Espert, Romy, Susan, Joaquín Jordá, Ricardo Bofill, Salvador Clotas, Irazoqui, etc. El tema de la película es escabroso: mujeres medio separadas de sus maridos pasean con vaporosos vestidos en escenarios gaudinianos y en tartajeante compañía de hombres medio separados de sus mujeres, medio comentando efímeros sentimientos, a medias recordados y a medias presentidos, semicultos y semieróticos. Resultado: espectador semidormido semipasmado.

Oigo retumbar triunfales y vengativos los tambores de Fu-Manchú de mis infantiles matinales del Roxy. «Lo-Ki, échalos a los cocodrilos.»

La Espert enigmática con su máscara trágica. Ojos felinos, muslos de hielo. Una mujer notable, pero, decididamente, el híbrido celuloide de la Escuela no le va: esos personajes tan sofisticados que le dan a interpretar son algo así como mujeres sin pezones. A Serena en cambio le va el primer plano, porque toda su expresividad radica en el mentón. La película se llama Trimatriz 69. Crujir de huesos al salir, comentarios gatunos por lo bajinis. Gonzalo Suárez habla de sus próximas diez películas de plástico. Jaime Camino sale dormido en brazos de Román Gubern. Dispersión, unos van al Storck-Club otros al Jazz Colón.

La última copa en la terraza del Pub de Tuset Street con el Perich y Sagarra. Gin con mucho hielo. El Sagarra, whisky a palo seco en copa ahumada. Tensión en el aire, presentimiento de olas gigantescas y gélidas precediendo el embate inminente del iceberg que nos va a hundir a todos: mi región catalana mental inundada cuando llegan Eugenio Trías, Ana Moix, Nuria Serrahima y Pere Garcés. Poco después, Sió, más tarde, Colita.

Sagarra pregunta sin interés: «Bueno, ¿cómo está el gallinero literario, qué se sabe del novísimo?», y, sin esperar respuesta, pregunta al camarero si ha visto pasar al presidente del Ateneo en compañía de mosén Cinto. Bosteza, y el Perich le dice: «Oye, mira, aprovechando que tienes la boca abierta, ¿quieres pedirme otra ginebra?»

La poetisa noctámbula nos lee su famosa composición del Tigre. La última noticia la trae Jacinto Esteva: en el restaurant Mariona acaba de ver a C. C. y al novísimo cenando con Giménez Frontín, de Editorial Kairós, y con Joan Manuel Serrat, que se dice estaría interesado en una adaptación musical de la esperada novela.

– Cinto, rey mío -dice Colita-, no te pases.

Sagarra se acaricia la cicatriz scarfaciana bajo el ala imaginaria del sombrero imaginario, y habla de los muslos la-la-leros de Massiel como de un vehículo ideal, pero venéreo, para divulgar textos de Bertolt Brecht. Yo reafirmo tímidamente mi secreta vocación por las sonoras caderas de María del Mar Bonet. La hermana de Nuria me mira con ojos de búho insomne, llega Arma March con una amiga muy guapa, las dos con sueño y senos libres dentro de blusas de seda blancas. Pero sé que la noche no me reserva nada.

La poetisa federal alemana se retira despechada. Planea sobre nuestras cabezas, como el ángel de la muerte, su poema errante «Pasión de Tigre».


12 octubre

Por fin. Aparición espectacular del novísimo en la librería Anthropos durante la presentación-cóctel de un novelista latinoamericano. El chico conversa con Antonio de Senillosa y Carola y Sylvia Poliakov. Le veo por detrás, como la primera vez en el estudio de C. C, pero ahora enfundadas sus espaldas en un elegante jersey negro cuello de cisne -escogido sin duda por C. C. en Gonzalo Cornelia-. De pronto, se vuelve y me mira a los ojos.

Quisiera describir esa mirada levemente estrábica, apacible, remota… Por lo demás, lleva el brazo en cabestrillo y luce un pálido hematoma en la barbilla. Se ha pegado con unos ultras, dicen, lo han confundido con Sagarra. Sosteniéndole suavemente el codo como lo haría una solícita enfermera, C. C. vestida de rojo como una llama lo guía entre el bosque de manos, vasos y cinturas agitadas hasta Castellet. Hace las presentaciones. El Sheriff lo baña de arriba abajo con su blanca sonrisa alpina. «Hola, macu.» Hay un cerco de mirones, abundan muchachas de ojos voraces y escotes vertiginosos. Alguien se ofrece para traerle una copa al novísimo, le preguntan si prefiere vino o whisky. «Vodka», dice él mirando el gorro ruso de Carlos Barral.

Por encima del hombro metafísico de Pániker en-las-calles asoman los bellos ojos violetas de Nuria Pompeia, fijos en los labios indescifrables del novísimo. «No sé si es un Burroughs o un Joyce», comenta con Isabel Bohigas y Maruja Torres, «pero es guapísimo».

C. C. presenta a su protegido al autor ultramarino, el último en subirse al repleto estribo (del que muy pronto se iba a caer de todos modos) de la guagua del boom literario iberoamericano. Dice el novelista ultramarino: «¿Cómo le va, viejo? Qué bárbaro, recién llego a Barcelona, ciudad que adoro, y sólo escucho hablar de vosss…» Y responde humilde el peninsular: «No, la Voss del Trópico no soy yo.»

Macanudo, carajo. Y en el transcurso apresuradamente etílico de la velada, Cariñena descabezado y tacos resecos de tortilla de patatas, el amigo de C. C. y yo intercambiamos cómplices miradas de estrabismo sifilítico en dos o tres ocasiones: intento transmitirle un guiño de astucia, una señal de aliento en nombre de los desheredados de la cultura y del analfabetismo ilustrado del siglo XX: dales por el saco, muchacho, méate en sus bocazas eruditas, fóllate a sus mujeres, sácales la pasta gansa. Inútil, no atiende a mí ni a nadie. Su mirada distante y venérea planea sobre las cabezas atontolinadas.

Ya lo tengo: un perfil husmeando el peligro desde lo alto de unos hombros escépticos, una mirada invicta sobre el ensalivado cotilleo intelectual, sobre la histérica conciencia de la mediocridad y de la derrota.


13 octubre

Intento una visita al hombre del día en el estudio de C. C, la cual me recibe contrariada: el genio está trabajando y no quiere que le molesten.

C. C. me ofrece asiento en la terraza, pero ni un trago ni apenas conversación. Ceñuda y sumergida en un quehacer insólito: está rompiendo todos sus queridos papeles, sus poemas, sus cuentos. No valen nada, tenías razón, dice sin mirarme. De hoy en adelante se dedicará exclusivamente a él, a su obra presente y futura, obviamente perenne.

Decidido a no marcharme sin hablar con su nuevo amor, me engolfo en la mecedora, mientras ella va y viene con fajos de papeles. Me ignora por completo. El día es limpio, el sol deslumbra en la terraza. Observo la sobada cazadora de cuero del ilustre huésped colgada en el respaldo de la hamaca, la agenda de rojas solapas asomando en el bolsillo. Aprovecho que C. C. ha salido un momento y me hago con la agenda. La abro.

Anotados curiosos planes estratégicos, de una escalofriante ingenuidad: «Para mañana domingo: 1) Comprar programas antiguos de cine en mercado San Antonio y presentarme con ellos casa Terenci Moix hora comer y hacerle regalo. 2) Ligar con su hermana Ana y conseguir que me presente a su editora y amiga Esther Tusquets. 3) Ligar editora y contrato-anticipo no menos de 25.000 Pts. por próxima novela titulada El vampiro de la Sagrada Familia o El monstruo del cine Delicias.»

Y algo más abajo: «No, muy complicado. Mejor hacer amistad íntima con Oriol Bohigas. Manera: 1) Hablarle mal de Ricardito Bofill en presencia de Salvador Clotas. 2) Clotas encabronarse y querer pegarme, Bohigas apoyar mi criterio y defenderme, y también Rosa Regás. 3) Yo agradeciendo sugiero Rosa tomar copas otro sitio, solos. 4) Camelar Rosa y ella proponerme contrato con Edhasa…»

Pero en la página siguiente, como era de prever: «Fracaso total. Rosa se fue a cenar con Satué, Oriol con Carmen, Ricardo con Salvador, yo con nadie y al diablo con esa gente. A ver, otra estrategia: pedir consejo a Carmen Balcells sobre supuesta oferta de contrato con Carlos Barral, la superagente apiadarse de mí («¡Desgraciat, no sacaras ni un duro!») y soltar algún anticipo… No, tampoco.»

Debajo escribió, con trazo impaciente: «Dejar que C. C. decida y lleve el asunto a su modo.» También había recordatorios tales como:

«Leer mañana mismo Cien años de soledad.»

«Vestir como Federico Correa.»

«No cometer errores, no confundir parentescos: Ana Bohigas no casada con Oriol Bohigas ni hermana Isabel Bohigas, Joan Manuel Serrat no hermano Teresa Serrat, Xavier Corberó no vende cocinas, que vende esculturas. Montse Riba no casada con Pau Riba y Cargenio Trías no es uno sino dos (averiguar sexo).»

«Importante: no quedarme embobado mirando boca y ojos de Beatriz, ceñidos jerseys de Serena Vergano, camisetas Rosa Regás, caderas Laly Gubern, ombligo Nuria Serrahima, interminables piernas Montse Riba, bellísimos ojos violeta Ana Regás, etcétera.»

«Averiguar qué puñeta es lo camp (¿lo camp nou del Barça?).»

«Terenci loco por el Cinemascope: regalarle cromos chocolate colección La túnica sagrada, llena de musculosos centuriones vistiendo falditas plisadas, y foto Sarita dedicada.»

«Cenar en Vía Véneto y Las Violetas y comprar chucherías en Saltar i Parar. Ir a Can Barça con Óscar Tusquets y Manolo Vázquez. Leer Por Favor.»

«Acostarme con Merceditas de Soplillosa y que me explique qué es eso del estructuralismo lingüístico del que tanto hablan los críticos.»

«Encerrarme con los monjes de Montserrat una vez al año por lo menos.»

«Procurar caerle simpático a Lidia Falcón (por ejemplo, ofrecerme para lavar su coche).»

«Ya sé qué puñeta es el estructuralismo: lo mismo pero con la lengua más rápida y afilada.»

Las dos y media. C. C. no vuelve a la terraza. Me resigno a no ver al genio, deslizo la agenda en el bolsillo de su cazadora y me voy.


14 octubre

Consigo trabajo en los sótanos de Librería Técnica Extranjera, en la calle Tuset, por mediación de mi amigo Juan Antonio Aguilar. Llenar fichas y organizar ficheros. Cinco duros la hora. Desesperación.

Cafelito en el bar Bagatela a las cuatro de la tarde con nuestro simpático Rimbaud envuelto en su bufanda y acariciando su pipa: el dulce poeta Josep Elías. Nos hemos encontrado casualmente junto a un árbol, al borde tenebroso de la acera y de la tarde. Con sonrisa socarrona, el poeta friolero confirma mis sospechas, agravadas por los insistentes rumores de ayer: en efecto, a punto de terminar su novela, el novísimo la ha cedido a Edicions 62.

¿Anticipo? Veinte mil pesetejas.

Pero el rumor es desmentido a las ocho de la tarde por Elisenda Nadal, directora de Fotogramas. La revista trae una entrevista en la que el «brillante cronista/fabulador de la gauche divine» (así califica a Roberto Amores la redactora) declara que, en realidad, C. C. le aconseja firmar con Seix Barral y la cosa está hecha.

Estalla el escándalo. A las diez, Gimferrer me llama preguntándome dónde está C. C. y qué pasa, por qué ha firmado con Planeta.

El teléfono de C. C. comunica todo el tiempo.

Me llama desde Las Palmas J. J. Armas Marcelo: «¿Tú sabes si el maestro Roberto Amores aceptaría la presidencia del III Congreso Universal de Escritores Canarios y Ultramarinos (con posibilidades de contactos culturales a nivel ministerial intercontinental, o sea, la hostia) a celebrar en Caracas, y al que por supuesto tú también estás invitado…?» «Se te ha anticipado Justo Jorge Padrón», le digo.

Me llama Sagarra de madrugada desde un local muy animado con melodía de sinfonola y de cucharillas de café en copas de grueso cristal -el alma del carajillo melodioso-, muerto de risa: «¿Te has enterado? ¡La bomba! El novísimo de C. C. pasó el último fin de semana en l'Empordà con la mujer de A. A., y de incógnito.»

«Ah.»


15 octubre

Encuentro casual con Ysabelle y Puig Palau en el Palau. Semana de Cine en Color. «¿Te has enterado?», dice P. P., «el matrimonio A. A. definitivamente al agua». «Bueno, bueno», dice Ysabelle.

Saliendo de mi estupor, alcanzo sin apenas esfuerzo la perplejidad. ¿Se ha vuelto loco todo el mundo? Tal vez se debe a mis sobredosis de optalidones. En todo caso Puig Palau no parece oírme en medio del griterío del vestíbulo: «J. B. lleva también mucha agua últimamente.» Él me explica la causa de la separación: un viaje relámpago de la mujer de A. A. y del novísimo a Perpignan para ver cine.


16 octubre

Desde por la mañana temprano empieza a correr el rumor: Castellet ha hecho unas manifestaciones más o menos privadas sobre el supuesto novísimo y su novela, y pronto se harán públicas.

El día transcurre para mí en el túnel de Librería Técnica, y a las ocho de la noche, en un estado de completa idiotez laboral, estoy sentado en la tortillería Flash-Flash con Any Esteva, Serrat, Coral, Correa, Portabella y Montse Riba. Llega Barbat con una chica muy mona y la última noticia: C. C. ha sido internada de urgencia en el Clínico, al parecer por una dosis excesiva de Picón.

Al salir de la tortillería me da en la cara el frío bofetón, el primer soplo helado del invierno. De sótano en sótano: en el Pub de Tuset Street (el frío nos ha echado de la terraza) conspiran con carácter urgente Pere Fages, Octavi Pellisa, Nuria y Manuel Gerena (en disco).

Vicente Aranda, Serena y Ricardito Bofill hablan, en la barra, de la escuela mesetaria de cine. ¿Qué novedades hay de C. C.? Todo sigue igual.

Conspiraciones por doquier. Mi dosis actual de optalidones es de cuatro en cada toma y de cuatro tomas cada cuatro horas. Pere Portabella sentencia: «El viernes huelga general y el sábado gobierno de coalición. Está hecho.»


17 octubre

Fin de semana en mi Penedès. Regreso como nuevo.

La noticia, después de correr como un reguero de pólvora, me da en las narices: ahora resulta que el famoso capítulo del novísimo Roberto Amores, que tanta expectación había levantado, pertenece en realidad al libro de un estructuralista ruso titulado Zoo o cartas no de amor, de Viktor Sklovskli y publicado en España por Anagrama, según acaba de afirmar el editor Jorge Herralde con la boca abierta por el estupor.

Al parecer, el capítulo-revelación del año es un compuesto de varios capítulos de dicha obra, ha precisado Herralde, y empieza así: BUENO, ESCRIBO SOBRE CULTURA EXTRANJERA Y A UNA MUJER EXTRANJERA…

Ciertamente, ¿quién de la gauche divine le habría negado al charnego inédito la autoría de un principio de capítulo tan sugestivamente charnego? Se comenta que el plagio ha sido descubierto por el quisquilloso y avispado erudito y sociolingüista Francesc Vallverdú, periscopio siempre arriba salvaguardando las contaminadas costas de la prosa catalana traicionada. «Me llamó la atención», dicen que dijo el infatigable sociolingüista, «que se refiriera a nuestra cultura como a una cultura extranjera: esto le delataba como murciano que es».

El escándalo por el fraude es mayúsculo en los medios editoriales, y la indignación es general. A la pobre C. C. se le ha caído el cielo encima.

El Chorizo de las Letras se ha esfumado.

Empieza a hacerse pública la relación de víctimas. A última hora de la noche se comenta la última fechoría del delincuente vanguardista/destructor del lenguaje: la revista Bocaccio, que dirige José Ilario, le había comprado ocho cuentos inéditos de misterio que resultaron ser de Edgar Wallace.


18 octubre

Mi estado general es francamente preagónico. Decido emprender el camino del exilio.

Últimas noticias. María Aurelia Capmany acusa a la gauche divine de tener cuenta corriente conjunta en varios bancos. Lo dicho: al exilio, al exilio.

Me despido del sótano y hago las maletas. No resisto la tentación de hacer un balance provisional de víctimas y pérdidas:

C. C. convaleciendo en Calella con sus papás.

2 matrimonios deshechos.

3 casos reconocidos de cuernos.

3 editoriales y una revista estafadas.

Gimferrer y Castellet con enfado pasajero.

Félix de Azúa se fuga a San Sebastián salvándose del naufragio por pelos.

Salvador Clotas cambia de óptico y de gafas y de ambición cultural.

Setenta y ocho sablazos contabilizados y suma y sigue.

Cuentas sin pagar en Bocaccio, Las Violetas, el Pub, Jamboree, el Pastis, Flash-Flash, Anthropos y Saltar i Parar. La más cuantiosa en el bar-restaurant de la octava planta de Editorial Planeta.

Y un servidor completamente drogado de optalidones y camino del Canadá.


Hasta aquí el diario esquizofrénico del goxdivín desertor. Una vez leído, la cuestión de si esta crónica de enredos poblada de míticos irredentos podía constituir una trama argumental al servicio de Roberto Amores, aventurero urbano (tebeo para adultos), según quería Kim, el gran dibujante noctámbulo, dejó de interesarme o, mejor dicho, me olvidé del asunto por completo. En realidad, visto desde hoy, nuestro imponente Titanic no era más que un frágil patín a vela impulsado por la brisa (caliente, demasiado caliente) de un sueño de barrio en Fiesta Mayor…

En cuanto a la gauche divine como grupo, ahí empezó a resquebrajarse. Me consta que algunos, los militantes de las últimas hornadas, cubrieron de insultos al Chorizo de las Letras y a la intrépida C. C. En cambio, los antiguos o históricos se esforzaron siempre en defenderles, asumiendo con buen humor su parte de culpa en el descomunal disparate. Hubo muchos disidentes, deserciones sonadas, cambios de bares y terrazas y puntos de reunión, de bebida y de lecho y hasta de sexo. La brecha que se abrió fue profunda, y aún no se ha cerrado.

Finalmente, los disidentes empezaron a ser grupo, que es lo que se acaba siendo siempre.

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