Indice Onomástico

ABAD MITRADO DE SANTA CATALINA, EL. – Teólogo muy famoso en la Iglesia griega, quien tuvo una discusión secreta con el ángel Sammael, que se hacía pasar por el padre de Caín, ayudado por una opinión de Rabbi Eliezer; Sammael pertenece al orden de los serafines, y es el más antiguo de los críticos de arte. El abad mitrado de Santa Catalina tenía una yegua a la que apreciaba mucho, pero se acatarraba con frecuencia, mandándola Su Señoría a cambiar de aires. Empreñó del caballo de madera que naufragó en una playa, y de ella descendía el caballo de don León, de colores insólitos.


ADANA, OBISPO DE. – Encargó en Tracia un muleto que tuviese alas en los cascos, para hacerlo salir en un milagro que confundiese a los monotelitas.


ALCÁNTARA. – Una de las mozas amantes del sastre Rodolfito, experto en variaciones amorosas. Citaba a la niña poniéndose en una solapa una aguja de la que colgaba un hilo encarnado. Para ir a ver a Alcántara se perfumaba con aroma de lima.


AMA MODESTA. – Ama de llaves de la Serenísima Señora doña Inés, Condesa del Vado de la Torre y País del Paso de Valverde. Mujer caritativa, dolida de los frustrados amores de su hermosa señora. Siempre tenía pan y vino a mano, para alivio de caminantes. No quiso casar con un cantor de iglesia armenia.


ANDIÓN. – Vecino del Faro, subió a la columna del estilita Evencio para ver los tesoros ocultos y el oro perdido del país. Vio dos cuernos de oro en el desván abierto de su casa, donde secaba el pulpo, y eran los de un sátiro que le recorría la mujer.


ANDRÉS. – Uno de los falsos Orestes que descubrió la policía política, y que llegaban a la ciudad supuestamente vengadores. El miedo real obligaba a darles muerte.


ARAGONA. – Yegua que parió el muleto alado para el obispo de Adana, ciudad célebre porque de ella era el clérigo Teófilos, que vendió el alma al diablo.


CAPITÁN, EL. – Ayudante del rey Segismundo, huido de la guerra de los Ducados. Sabía de memoria el «Conversador Feliz de Amor». Equivocó a doña Inés, la cual creía que llegaban en la noche pájaros cantores, en los picos cintas con nombres escritos. Estaba casado, y la mujer le había dicho que no saliese a la guerra sin los formularios, que podía ganar algo escribiendo cartas de ausentes. Le salían muy buenos asuntos de mujeres, a las que sobresaltaba con sus decires, que andaba siempre repitiendo párrafos del «Conversador» para que no se le olvidasen.


CELEDONIO. – Augur titulado de la ciudad de Egisto y Clitemnestra. Vaticinó la venida de Orestes vengativo y la feliz juventud de Ifigenia mientras la venganza no se cumpliese. Hablaba con sus cuervos y leía al revés. Descendía de los augures más antiguos, y hacía adivinaciones para los labriegos, con alfitomancia y geomancia. Cuando murió, encontraron una bolsa verde debajo de su almohada, con un letrero que decía: «Ahorros para comprar el Tarot de Marsella».


CELIÓN. – Posadero respetuoso que no le quiso cobrar el pan de la cena a Orestes cuando supo que habían asesinado a su padre y que su madre era la querida del asesino.


CIRILO TRACIO. – Oficial de pompa del rey de Tracia Eumón, visitante de Egisto. Era de tierra de montes en su país lejano, y vio el centauro.


CORREO DEL PASO DE VALVERDE, EL. – Con licencia del emperador llevaba cartas de Oriente a Occidente, y viceversa. Fiel e imaginativo como los grandes correos de la Historia.


CRITÓN. – El niño tracio que fue tomado por centauro.


DIMAS. – Capitán que fue de la caballería en los días de Agamenón, y retirado, paseando al sol con Eusebio, oficial titulado del Registro de Forasteros, deseaba la llegada relampagueante de Orestes y la saludaba con frases solemnes tomadas de la antigua retórica, aprendidas en la cátedra de arengas de la Escuela de Doma y Equitación. Ya llevaba unos meses enfermo en la cama, y durante largas horas quedaba privado de los sentidos, cuando estalló una gran tormenta. Despertó de su modorra y gritó que era la venida de Orestes. Mandó abrir la ventana y fue entonces cuando entró una chispa y lo fulminó en el lecho, que tenía la forma de una espuela, el colchón tendido entre las abrazaderas, y monsieur Dimas Estratega, con un juego de pedales, cuando estaba insomne, hacía girar una rueda de doce puntas a sus pies.


DOÑA INÉS. – ¡Luz que el mismo sol la toma! Todas las cosas de este mundo se reducían para ella a señales de un amor que llegaba, o que andaba buscándola, devanando los ovillos de todos los caminos. Delicada flor, siempre con el rocío de la mañana como seña virginal, entregaba su corazón a todos los hombres que la miraban a los ojos. Enloqueció, se echó a los caminos, daba limosna a los perros, y finalmente la violó un herrador ambulante. La encontraron muerta, desnuda, bajo un almendro. Llegó el juez y gritó: «¡Vestidla!» Y en el acto el almendro dejó caer todas sus flores sobre el cuerpo de doña Inés, y quedaron cubiertas las desnudeces. Pasa por santa en el país.


ELVIRA PACHECO, DOÑA. – Salía en el falso «Caballero de Olmedo» matando a su amador don Alonso.


EOLO. – Caballo de Agamenón, el primero de su familia que hubiese navegado. Según testimonió Eolo en sus memorias, y cuando fue interrogado en forma, Agamenón nunca tuvo duda alguna acerca de la fidelidad de Clitemnestra.


ERMINIA. – Moza del país del Faro, portadora de la cena encargada por Eumón. Era morena, y el rey de los tracios salió a verla marchar, desde el salido del faro. Airosa, descalza de pie y pierna, sonrió a Eumón, el cual se dio convidado para una visita nocturna, pero éste quiso conservar el asunto en forma de sueño, para llevarlo para las largas noches invernales de su reino.


ESCRIBANO, EL. – El amante de Laura, la madre de Tadeo, quien la visitaba con el pretexto de una instancia solicitando una pensión como viuda de pedagogo, siquiera el difunto Petronio solamente lo fuese de gimnástica canina.


EUDOXIA. – Cuñada de Jacinto, el oficial del inventario del rey Egisto. Se disfrazó de hombre, con bigote rubio pegado, para que el puesto se mantuviese en la familia. El siríaco Ragel la tomó por Flegelón, hipotético criado de Orestes, que solamente se había localizado en la firma de partes secretos, pero descubierto que era mujer, Ragel la pretendió en matrimonio, después de examinadas las íntimas prendas.


EUMÓN. – Rey de Tracia. Tenía la cualidad de que una pierna se le infantilizaba por semestres, y entonces, por no cojear en los desfiles, salía a ver mundo, cubriendo el defecto con un juego de estuches de maderas livianas. Entendía mucho de ganado mular y de mujeres, y era convidador.


EUSEBIO, EL SEÑOR. – Oficial titulado del Registro Oficial de Forasteros. Examinaba y le sellaba la mano a todo extranjero que llegaba a la ciudad de Egisto. Pasaba la vida buscando a Orestes, y era el responsable de advertir su llegada al rey. Siempre estaba quejándose del frío, como todos los que practican el arte de la caligrafía, que exige muchas horas de asiento. Citaba en latín, leía con lupa de mango de oro, y se le atribuían amores con señoras exóticas.


EUSTAQUIO, EL SEÑOR. – Tío del señor Eusebio, y quien lo introdujo en la corte real. El señor Eustaquio, maestre de Postas de Egisto, dejó memoria porque las leguas que iban desde las colinas a la ciudad, a través del valle y de la ribera, las dejó señaladas con nombres de héroes y de animales, que se hicieron populares. Era pequeño y aristocrático.


EVENCIO, SAN. – Santo estilita que vivió en la orilla egea del lmperio. Le daban de comer con largas pértigas, en cuyas puntas colocaban pan e higos. Solamente bebía agua de lluvia. Leía en voz alta la «Vida de San Josafata, y aunque hubiese ciclón que se llevase los tejados de las casas y derribase árboles, él permanecía tan tranquilo en lo alto de su columna. Hacía sus necesidades en conchas marinas, que una gaviota doméstica que tenía le portaba en el pico, y después iba a tirar al mar. El día en que murió, que fue por el otoño, y le habían traído los vecinos una prueba del mosto, la columna se inclinó y lo depositó suavemente en tierra. Tenía dispuesto que lo enterrasen de pie, lo que así hicieron. En las listas iluminadas de santos griegos, como eran tantos en la letra E, no pudieron ponerlo en columna, y aparece sentado en un capitel corintio, lo que no le quita mérito, que todo el mundo sabe que fue estilita.


FILIPO. – Barquero en el vado del río, en la frontera del reino de Egisto. Tenía su casa junto a un sauce llorón. Viendo pasar las aguas, se aficionó a la filosofía. Hablaba varias lenguas y gustaba del trato con desconocidos, a los que interrogaba, amable y curioso, cuando los pasaba en el río con su barca.


FILÓN EL MOZO. – Dramaturgo de la ciudad. Tomaba apuntes para escribir la tragedia de la muerte de Egisto y Clitemnestra por el vengador Orestes, pero como éste no llegaba, no daba por terminada la pieza. Escribió la pieza de los amores de doña Inés, y le dio una copia al tracio Eumón.


FILÓN EL VIEJO. – Dramaturgo de la ciudad. Entre otras piezas, escribió un «Caballero de Olmedo» en el que el matador de la gala de Medina no era el Ruiz del pleito de los caballos, huido vestido de fraile, sino la despechada doña Elvira Pacheco, vestida de hombre.


FINÉS, EL CRIADO. – Mozo nórdico de duchas y masajes del diestro Quirino. Soplaba con cañas el agua caliente en los riñones de los tiradores, terminados los ensayos. Se sangraba por los pulgares de los pies en los plenilunios en memoria de los dioses y de los héroes de que cuentan las runas del Kalevala, y para él los inmortales griegos no eran nadie, y solamente el señor Edipo le ponía respeto.


FLEGELÓN. – Criado hipotético de Orestes, cuyo sexo se ignora, lo que pueda explicar el error de Ragel al tomar a Eudoxia, la mujer disfrazada de oficial del inventario, por el criado del príncipe. Pagaba por Orestes en las posadas, en el alquiler de naves o compra de caballos, que el vengador no quería tocar moneda con efigie de rey helénico, que decía que todos eran ilegítimos y cabrones. Verdaderamente, Flegelón nunca fue visto por un testigo irreprochable. Los partidarios de su sexo masculino corrieron que habiendo entrado ocultamente en la ciudad, para un ensayo de la entrada de Orestes, le había hecho un hijo a una moza de panadería. El hijo resultó ser de un policía veneciano a sueldo de Egisto, que se había disfrazado, la mitad del cuerpo simulando ser la esquina de una calle con balcón, con un letrero azul que decía: «Rúa de Flegelón», y la otra mitad del disfraz una sombra que daba en la esquina. La moza de panadería salió a tomar el fresco, y se apoyó allí para ver la luna.


FLORINDA LUSITANA. – Pupila en casa de la Malena. Hablaba por la ese y se alababa de sus lunares. Era romántica, y ensayaba las tristezas en el espejo. Cuando se acostaba con un cliente metía algodones en las orejas, porque así no escuchaba al ocupante, y podía oírse a sí misma las dulces palabras que recordaba de un amante, fidalgo y con guitarra, que tuvo en su país, y que se repetía imitando su voz en la memoria de su corazón. Y el de turno, tan contento, que creía que lo alegraban a él en portugués.


HELIÓN. – Tuerto, oficial de anteojo en las atalayas del rey Egisto. Por propios méritos había llegado a sargento de física óptica, y daba los planetas a los augures y a las naves. Estaba tan metido en el estudio de su ciencia, que un hijo que tuvo le salió ciego, y sus ojos solamente dos habas blancas. Fue diagnosticado por la Escuela de Salerno que toda la parte ocular de la semilla humana la gastaba Helión en su aplicación al catalejo, y así no dejó nada en ella de que se hiciesen los ojos del hijo.


JACINTO. – Oficial del inventario, autor de un comentario al arte del ábaco. Enfermo, su uniforme lo usaba su cuñada Eudoxia.


JINETE DE LAS DOS ESPADAS, EL. – Se le vigiló por si era Orestes que llegaba de ocultis. Cuando quería, solamente se veía de él su sombra, pero si tenía que orinar volvía a aparecer su cuerpo. Se sospechaba por los servicios secretos que intentó entrar en la torre en la que vivía, asombrada de su perenne mocedad, la niña Ifigenia.


JUSTIANIANO. – Marsellés, acordeonista en casa de la Malena.


LAURA. – Viuda de Petronio, pedagogo canino, y madre del mendigo Tadeo. Después de haber confundido a un escribano con el mar, huyó. El hijo pidió para ella a los dioses un feliz regreso en ligera. nave al país natal, donde da dátiles la palmera.


LEGO ACÓLITO, EL. – El lego irlandés, acólito de san Tigearnail, que disfrazado de heredero de la corona de los hiperbóreos salió al mar cuando el santo misionero quiso cazar con red y cuervos gaélicos el canto de las sirenas. Excitado por la presencia de las hermosas en las olas, reventó por las partes. Dejaba en Irlanda un tío por parte de madre, al que fueron entregadas las ropas del lego, y el tío vistió un maniquí con ellas e hizo una ermita, y puso al lego acólito por mártir, y por patrón de los que guardan castidad. Ganaba para comer, lo que no era poco en lrlanda antes de que sir Walter Raleigh trajese la patata.


LEÓN, DON. – El desconocido del jubón azul, de visita en la ciudad de Egisto. Algunos lo tomaron por Orestes. Después de foliado en el Registro de Forasteros, tuvo una conversación privada con el señor Eusebio, oficial titulado del mismo, al que confesó que era un caballero bizantino, que viajaba a causa de un desengaño amoroso, y que había visto una vez a Orestes, en su caballo negro, galopando por un camino entre olivares. Se dirigía hacia una casa blanca, en la ladera de una colina roja. El que decía llamarse don León confesó que se había descubierto a su paso, quitándose el sombrero bordado, y que había reconocido a Orestes por la armadura negra y las cuatro plumas del yelmo.


LINO. – Tiple vaticano, propietario de la casa de la Malena. Unos piratas lo habían tomado por señora.


LIRIA. – La otra moza amante del sastre Rodolfito. Cuando el sastre tenía hilo verde en la solapa, Liria tenía que salirle a la cita por detrás del palacio real. Para ir a ver a Liria, Rodolfito se perfumaba con orégano macho.


LUCERNA. – Ciudad que nunca ha podido ser bien situada en las cartas, y mientras unos aseguran que es puerto de mar, otros hablan de una polis helvética, perdida entre montes, junto a un lago. En Galicia, que es en el extremo finisterráqueo, se asegura que está bajo las aguas, con sus torres y sus campanas, que alguna vez se oyen. Esté donde esté Lucerna, hay en ella mucho señorío, batihojas y orfebres, y una feria de capas con fijador metálico.


MALENA. – Dueña que fue de la casa de su nombre, en la que fue sucedida por su heredero, el tiple vaticano Lino. Se conservaba el nombre. Estaba a la salida de la ciudad, junto al molino de viento, y tenía un patio abierto con una higuera y un pozo. La Malena decía que venía de la aristocracia gálica, como doña Inés, y que la había echado a perder un cazador de becadas, citándola en su cámara para que le sacase una espina que se le había clavado en un tobillo.


MENDIGO, EL. – Del que se enamoró, creyéndolo asesino pasional, doña Inés en el jardín de su torre.


MICAELA. – La jorobadita de la marina, que creyó estar preñada de Orestes, porque éste la había tocado con su bengala de plata en un hombro.


MONSTRUO DE LAS DOS CABEZAS, EL. – Las cabezas, una era masculina y la otra femenina. Por incompatibilidad de caracteres hubo que separarlas, y la femenina dejó el cuerpo, que era masculino, y la pusieron de cabeza parlante, manteniéndole el calor vital con vejigas llenas de agua caliente. La última noticia de ella la tuvo Filipo, el barquero, y se la dio uno que la había visto en Buenos Aires.


MOZO DEL LAÚD. – Era hiperbóreo, y viajó al sur por escuchar sirenas, mudas las del norte marino por la astucia del misionero irlandés san Tigearnail. Acompañó a Egisto y a Eumón, y en la ciudad del primero dio un concierto a doña Clitemnestra, todo de nocturnos. La reina se descalzó, metió sus pies en una palangana llena de agua tibia, y dijo que la música y los pies calientes le recordaban la juventud. El mozo del laúd se fue con Eumón el Tracio, y no se tienen noticias de que haya logrado escuchar la sirenica.


MUERTO, EL. – El sastre Rodolfito, cuyo ataúd acompañaban la viuda y las mozas Alcántara y Liria.


MÚSICO, EL. – Huía de la guerra de los Ducados y de los populares que querían que les tocase al piano bailes agarrados. Las hoces de los revoltosos rozaron sus manos, y tuvo miedo de que se las cortasen. En la torre de doña Inés temió que ésta, quien se arrancó súbitamente de amor y le quería regalar un piano, se las cortase con jazmines. El músico no se dio cuenta de que los jazmines no cortan, ni siquiera arañan.


PEPE. – El foxterrier que Petronio, padre de Tadeo, enseñó a volar.


PETRONIO. – Pedagogo de caninos. Enseñó la gimnasia sueca a los perros de la ciudad de Egisto, por método propio.


PILOTO, EL. – Dio posada a Orestes en su viaje de regreso. Tenía ordenada su posada como una nave, y dio consejos al príncipe acerca de la inutilidad de la venganza.


POLACA, LA. – Pupila en la casa de la Malena. Cuando había algún tumulto, o una riña por pronto pago, se desmayaba levantando las faldas y abriendo las piernas, susto que le quedara de cuando en su país se anunciaba que llegaban los caballeros teutónicos a convertir paganos. La verdad es que llegaban violadores.


QUIRINO. – Diestro, con sala de armas en la ciudad. Tiraba por geometría y discutía la trisección del ángulo. En su juventud tenía extraordinario giro de cintura, que lo lograba de ciento ochenta grados, y quedaba con el pecho donde debía tener la espalda. Con los años fue perdiendo elasticidad, y a poco estuvo, la última vez que giró, en quedarse cambiado, la nuca, como él explicaba, en la vertical del ombligo. Fue contratado para modelo de san Miguel Arcángel en un icono, pero cuando llegó el pintor dijo que no le gustaba el perfil de su nariz vinosa y redonda sobre

el ala dorada del ángel.


RAGEL SIRÍACO. – Tratante en granos y oficial secreto a sueldo de Egisto, sin que éste lo supiese. Casó con Eudoxia, el falso oficial de inventario, y compadecido de la miseria real aseguró un envío de harina para las papillas de Egisto y Clitemnestra, lo que no quitaba que cada año enviase una reclamación de salarios.


REY, EL. – Llamado Segismundo, rey ciego del Ducado de la Ribera. Tenía un juego de ojos de cristal de verano y otro de otoño, y cuando estalló la guerra estaba ahorrando para tener un juego de ojos de invierno. Conservaba el ceremonial antiguo.


SIR ANDREA, ESCOCÉS. – Viajó a Tracia por estudiar el centauro y escribir una tesis doctoral sobre si el centauro tiene el ombligo en la parte humana o en la hípica. Tuvo que limitarse al estudio de un esqueleto, que nunca vio al cabalgador de sonora voz.


SOLOTETES. – Enano lector. Cuando murió, lo metieron desnudito en una media calada de doña Clitemnestra y lo enterraron en la maceta de un naranjo de terraza. Sabía imitar la gallina-búho y la variedad de las voces humanas. También imitaba con soplos y resoplidos los animales mudos, que los hay, como el perro aborigen americano. Ocultándose, Solotetes solía acudir en las tardes de verano a casa de Filón el Mozo, el dramaturgo, a declamar actos de sus tragedias.


SORDOMUDO DEMÓCRATA, EL. – Criado de regar rosales de Egisto. Éste estuvo a punto de usarlo pata probar la fragilidad supuesta de doña Clitemnestra.


SU BEATITUD DE OLIMPIOS. – Patriarca de rito iconoclasta, monotelita, experto en mulas. Siempre encargaba a los reyes tracios mulas de cola cana, en memoria de una que había tenido en su mocedad. Hombre soberbio, solamente hablaba por señas a los inferiores.


TADEO. – Mendigo de la ciudad, dueño de un mirlo amaestrado. Amistó con el desconocido del jubón azul, llamado don León, y creyó estar sirviendo al propio Orestes. Cuando don León se despidió y Tadeo supo que no era Orestes, dijo que nunca más serviría a nadie, ni baria ningún recado. Se dio a la bebida y a la gimnasia, y un día de viento sur creyó volar, y fue que se moría.


TEODORA. – Pupila que fue de la Malena. Retirada y viuda, puso una frutería. Se había acostado con el llamado Rubito, uno de los falsos Orestes.


TIGEARNAIL, SAN. – Misionero irlandés que evangelizó entre hiperbóreos. Astuto, dejó mudas a las sirenas nórdicas. De regreso a su país natal, fundó un monasterio y convenció a los lobos de las cercanías que se retirasen a las vecindades de otros monasterios más ricos en rebaños, advirtiéndoles, por otra parte, que sus ovejas no eran comestibles, lo que les probó echándoles dos que solamente eran piel y resorte mecánico. Vivió san Tigearnail ciento siete años, y a los ochenta cumplidos le salieron dientes de leche y unos pelos rubios en el entrecejo.


VADO DEL PASO DE VALVERDE. – Pequeño reino entre los ducados y el Imperio, condado de la hermosa señora doña Inés. Es un país de tierras cereales, viñedos en las colinas y bosquecillos de abedules y choperas. Lo ciñe un río de andar sosegado.


VIUDA, LA. – La viuda dolorida del sastre Rodolfito, amante de Alcántara y de Liria, y de quien, en uno de sus mayores sobresaltos imaginativos, se enamoró doña Inés. No sabía el planto de los sastres, y por eso lloraba al marido como labriego.

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