Capítulo 4

Lo voy a matar! -gritó Daphne dejando la taza de café sobre la mesa-. ¿Cómo se atreve? ¿Pero quién se cree que es?

No se lo podía creer. La noche anterior Murat se había mostrado agradable, divertido y sensual, pero en realidad la había estado engañando.

Daphne se puso en pie furiosa. La había besado. La había tomado entre sus brazos y la había besado y ella se había derretido pensando en el pasado mientras Murat tenía muy claro lo que iba a hacer.

– Canalla.

Al fijarse detenidamente en el artículo de prensa, comprobó que estaba escrito en perfecto inglés y que daba todo lujo de detalles sobre su anterior compromiso con Murat.

– Estupendo, ahora voy a tener que revivir todo aquello -murmuró tirando el periódico-. ¿Me estás escuchando, Murat? -gritó-. De ser así, quiero que sepas que has ido demasiado lejos. No me puedes hacer esto. No te lo voy a permitir.

Nadie contestó.

En aquel momento, sonó su teléfono y Daphne contestó convencida de que era Murat.

– ¿Sí?

– ¿Cómo has podido hacerme esto? -dijo una voz conocida al otro lado.

– ¿Laurel?

– Sí, soy yo -contestó su hermana-. Daphne, siempre tienes que fastidiarlo todo. Lo has hecho adrede, ¿verdad? Lo querías para ti.

Daphne tardó unos segundos en darse cuenta de que su hermana ya lo sabía todo.

– ¿Te has enterado de lo de la boda?

– Por supuesto. ¿Te creías que ibas a poder mantenerlo en secreto?

– Por supuesto que no. Para empezar, porque no va a haber ninguna boda.

¿Cómo demonios se había enterado su hermana con la diferencia horaria que había entre Bahania y Estados Unidos?

– ¿No deberías estar durmiendo?

– Claro, como si pudiera dormir después de esto -contestó Laurel furiosa-. No entiendo cómo le has podido hacer esto a Brittany. Yo creía que la querías.

– Claro que la quiero -contestó Daphne sinceramente-. Por eso precisamente no quería que se casara con Murat.

– Ya veo que lo tenías muy claro, ¿eh? Ahora lo tienes para ti sólita. No me puedo creer que mi propia hermana me haya dado semejante puñalada por la espalda.

Daphne agarró el auricular con fuerza.

– Esto es una locura. Laurel, piensa con la cabeza, por favor. ¿Por qué demonios iba yo a querer casarme con Murat? ¿Acaso no lo dejé plantado hace diez años?

– Sí, pero supongo que te arrepientes de haberlo hecho y estabas esperando la oportunidad para volver a aparecer en su vida.

– Aquello fue hace diez años. ¿No te parece que he tenido todo el tiempo del mundo para volver a aparecer en su vida cuando me hubiera dado la gana?

– No lo has hecho porque creías que te ibas a enamorar de otro, pero no ha sido así. ¿Qué hombre podría estar a la altura de un príncipe que algún día será rey? Entiendo tu ambición. Incluso la respeto, pero robarle el novio a tu sobrina es espantoso. Brittany se va a llevar un disgusto terrible.

– Lo dudo mucho.

– No debería haber confiado en ti -se lamentó Laurel-. ¿Cómo demonios no me di cuenta de lo que te traías entre manos?

– No me traía absolutamente nada entre manos – se defendió Daphne-. Ya te he dicho que no me voy a casar con Murat. No sé lo que habrán publicado en los periódicos, pero no es cierto.

– No te creo.

– Cree lo que quieras, pero te aseguro que no va a haber boda.

– Quiero que sepas que nunca te voy a perdonar esto -se despidió su hermana colgando el teléfono.

Daphne se quedó en silencio, colgó el auricular y se tapó el rostro con las manos. Todo aquello no tenía sentido. ¿Cómo podía estar sucediendo? Daphne tenía muchas preguntas y sabía que solamente había una persona que podía contestarlas, así que se acercó a la puerta y golpeó varias veces para llamar la atención de los guardias.

– ¿Estáis ahí?

– Sí, señora.

– Decidle al príncipe Murat que quiero hablar con él.

– Le haremos llegar su mensaje.

– Le decís de mi parte que he dicho, literalmente, que quiero que venga inmediatamente.

Y, dicho aquello, Daphne volvió a su habitación pensando en la frase «vestida para matar».

Murat se estaba terminando la segunda taza de café mientras leía la prensa cuando su padre entró en su suite.

– Buenos días -saludó el rey a su hijo.


Murat lo saludó y le indicó que se sentara, pero su padre le dijo que solamente había ido a hablar de cierta noticia que había leído hacía un rato en la prensa local.

Por supuesto, Murat sabía a lo que se refería.

– Una solución muy interesante -comentó el rey señalando la foto de Daphne.

– Te dije que me iba a casar con una mujer de la familia a Snowden y así será.

– Me sorprende que ella haya accedido.

– No ha accedido, pero lo hará. Al fin y al cabo, fue idea suya.

– ¿Ah, sí?

– Sí, le dije que yo me quería casar y ella contestó que jamás lo haría con Brittany, así que ella solita se colocó en la posición de novia.

– Entiendo -contestó su padre -. ¿Y para cuándo es la ceremonia?

– Nos casaremos dentro de cuatro meses.

– Tal vez debería acercarme a darle la enhorabuena.

– Estoy seguro de que le encantará verte, pero te sugiero que esperes unos cuantos días, hasta que haya tenido tiempo de asimilar que se va a convertir en mi esposa.

– Supongo que tienes razón -recapacitó el rey acariciando al gato que llevaba en brazos-. Has elegido bien.

– Gracias -contestó Murat-. Estoy seguro de que Daphne y yo vamos a ser muy felices.

Por supuesto, después de que a Daphne se le pasaran las ganas de matarlo.


Eran las siete de la mañana y Daphne ya estaba duchada y vestida y paseándose por el salón del harén.

Todavía no había podido hacer ninguna llamada por la diferencia horaria con Estados Unidos, pero, en cuanto pudiera hacerla, Murat se iba enterar de quién era ella. Aunque fuera la oveja negra de la familia, seguía siendo una Snowden.

– Menudas ideas tan arrogantes, locas, machistas y ridículas -murmuró furibunda.

– Cuánta energía -dijo alguien a sus espaldas.

Al girarse, vio que se trataba de Murat.

– No me gusta nada que aparezcas y desaparezcas así sin más. Te juro que, cuando encuentre la puerta secreta, voy a poner un mueble delante para que no puedas utilizarla.

– Muy bien, lo que tú quieras -contestó Murat en absoluto sorprendido por su ira.

– Sí, claro lo que yo quiera -bufó Daphne-. ¿Acaso has tenido en cuenta mis deseos para hablar con la prensa? -añadió lanzándole el periódico que había sobre la mesa-. ¿Cómo me has podido hacer esto? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te ha dado permiso?

– Tú.

– ¿Cómo? -exclamó Daphne-. De eso, nada.

– Yo te dije que me quería casar con una Snowden y tú dijiste que no sería con tu sobrina.

– ¿Y? Eso no quiere decir que fuera a ser conmigo. El hecho de que no quiera que mi sobrina se case contigo no quiere decir que la que me quiera casar contigo sea yo. En cualquier caso, no puedes ir por la vida diciendo que te quieres casar con una Snowden. No somos helados que puedas elegir a tu antojo, somos personas.

– Sí, ya lo sé. He accedido a no casarme con Brittany. Deberías estar contenta.

¿Contenta?

– ¿Te has vuelto loco? Lo que estoy es furiosa. Me tienes aquí secuestrada y vas por ahí contando mentiras sobre mí. Me ha llamado mi hermana, la madre de Brittany. ¿Te haces una idea de lo que estás haciendo con mi vida? ¿Te das cuenta de que estás complicándonos la vida a los dos?

– Bueno, ya sé que casarse te cambia la vida, pero espero que sea para mejor.

– ¡Tú y yo no nos vamos a casar! -gritó Daphne.

En lugar de contestar, Murat se quedó mirándola con mucha calma, lo que hizo que Daphne sintiera ganas de estrangularlo. Para no perder la compostura, tomó aire varias veces y clavó las uñas en el respaldo de la silla que tenía ante sí.

– Muy bien, vamos a empezar por el principio. No te vas a casar con Brittany, lo que ya es todo un logro.

Murat tuvo la desfachatez de sonreír.

– ¿De verdad te creías que me quería casar con una adolescente? Hacer venir a Brittany hasta aquí fue idea de mi padre y yo accedí para no darle un disgusto.

– ¿Cómo? Repite eso.

– Nunca tuve intención de casarme con Brittany.

– Pero… -se extrañó Daphne-. Pero dijiste que…

– Quería fastidiarte por haber dado por hecho lo peor de mí. Luego, cuando te ofreciste a sustituir a tu sobrina, decidí considerar la posibilidad.

– Yo no me he ofrecido nunca a sustituir a mi sobrina.

– Sí, claro que te has ofrecido y yo he aceptado.

– No puedes aceptar porque yo no me he ofrecido -insistió Daphne sentándose-. Sé que estás acostumbrado a salirte siempre con la tuya, pero en esta ocasión no va a poder ser. Te voy a hablar muy claro. No me voy a casar contigo. No me puedes obligar. Obviamente, no me puedes llevar atada y amordazada al altar y ésa sería la única forma en la que podrías casarte conmigo, pero eso no quedaría bien ante la prensa.

– No me importa la prensa.

– Entonces, ¿por qué te has molestado en contarles mentiras?

Murat se sentó frente a ella.

– Daphne, estoy decidido a que nos casemos y nos vamos a casar. He hecho el anuncio público para que tengas tiempo de hacerte a la idea.

– Te has vuelto loco. No estamos en la Edad Media, no me puedes obligar a casarme contigo. Estamos en un país libre -añadió dándose cuenta al instante de que no estaba en Estados Unidos-. Más o menos.

– Te recuerdo que soy el príncipe heredero Murat de Bahania y poca gente se atreve a decirme que no.

– Pues yo soy una de esas personas.

– Desde luego, no me defraudas -comentó Murat echándose hacia atrás-. Me encantan tus explosiones de furia. Eres como fuegos artificiales.

– Y todavía no has visto nada -contestó Daphne mirándolo con intensidad-. Como me obligues, llevaré este asunto hasta la Casa Blanca.

– Me alegro. Así podremos invitar al presidente a la boda. Somos amigos desde hace mucho tiempo.

En aquel momento, a Daphne le habría encantado tener superpoderes para haber elevado la mesa que tenía ante sí y haber tirado a Murat por la ventana.

– Te lo voy a decir otra vez, a ver si lo entiendes de una vez. No me voy a casar contigo. Tengo mi vida, mis amigos y mi trabajo.

– Hablando de tu trabajo. Me parece muy interesante lo que averigüé ayer cuando llamé a Chicago y me dijeron que ya no trabajabas en la clínica veterinaria.

– No, lo he dejado, pero no tiene nada que ver con quererme casar contigo.

– ¿Seguro que tu insistencia para que no me casara con tu sobrina no tenía nada que ver con que, en secreto, me querías sólo para ti?

Daphne puso los ojos en blanco.

– Tu ego es tan grande que me sorprende que quepa en esta habitación -comentó.

Al darse cuenta de que su hermana le había hecho la misma acusación, Daphne se dijo que no era cierto, que Murat formaba parte de su pasado, que no se había pasado diez años llorando por él, sino que había salido con otros hombres y había sido feliz.

– Hacía años que no pensaba en ti -contestó sinceramente-. Te aseguro, y podría jurarlo sobre la Biblia, que jamás habría venido si tú no te hubieras comportado como un hombre de las cavernas con mi sobrina. Todo esto es culpa tuya.

Murat asintió.

– Hay un anillo maravilloso esperándote.

– ¿Pretendes comprarme con una joya? No soy de esas mujeres.

– Ya lo sé -sonrió Murat.

Daphne volvió a sentirse furiosa, pero en ese momento volvió a sonar el teléfono.

– ¿Sí? -contestó.

– Cariño, nos acabamos de enterar y estamos encantados con la noticia -dijo su madre al otro lado del Atlántico.

– ¿Te ha llamado Laurel?

– Sí. Oh, cariño, qué inteligente has sido. Al final, te vas a casar con Murat, el futuro rey -suspiró su madre-. Siempre he sabido que podríamos estar orgullosos de ti.

Daphne no podía ni hablar.

– Tu padre está que no se lo cree. Está como loco por llevarte del brazo el día de tu boda. Por cierto, en cuanto tengáis fecha decídnoslo para que podamos organizar el viaje.

Daphne se giró para que Murat no pudiera ver en su rostro el daño que le estaba haciendo aquella conversación.

– Laurel estaba muy enfadada -consiguió decir por fin.

– Sí, ella quería que su hija se casara con Murat, pero, sinceramente, Brittany es una chica maravillosa pero es demasiado joven para ser reina. Tú y yo sabemos que ser reina es una gran responsabilidad. ¡Reina! -rió su madre-. Mi hija va a ser reina. Qué bien suena. Bueno, cariño, te tengo que dejar, pero te llamo dentro de poco para hablar. Supongo que estarás feliz. Esto es maravilloso, Daphne. Increíblemente maravilloso.

Y, dicho aquello, su madre colgó el teléfono. Daphne dejó el auricular en su sitio e intentó controlarse. Tenía unas terribles ganas de llorar, pero, haciendo un gran esfuerzo, consiguió aguantar las lágrimas.

– ¿Eran tus padres? -le preguntó Murat.

Daphne asintió.

– Mi madre. Mi hermana la ha llamado. Está encantada -contestó con voz trémula.

– No le has dicho que no iba a haber boda.

– No.

No había podido.

– No te creas que eso quiere decir que haya aceptado casarme contigo -añadió en un susurro.

– Por supuesto que no -dijo Murat poniéndose en pie, tomándola de los hombros y girándola hacia él.

Daphne no estaba acostumbrada a que aquel hombre mostrara sus emociones, así que se sorprendió al ver en sus ojos que entendía por lo que estaba pasando, lo que hizo que no protestara cuando Murat la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho. De repente, Daphne se encontró con la cabeza apoyada en su hombro y la protección de su cuerpo alrededor.

– No me hagas esto -susurró-. Te odio.

– Sí, ya lo sé, pero ahora mismo no hay nadie más para consolarte -contestó Murat acariciándole el pelo-. Venga, cuéntamelo todo.

Daphne negó con la cabeza.

– Es por tu madre, ¿verdad? -murmuró Murat-. Te ha dicho que está muy contenta con lo de la boda. Tu familia siempre ha sido ambiciosa. Tener un yerno rey es mucho mejor que tener un yerno presidente.

– Así es -admitió Daphne abrazando a Murat de la cintura-. Es horrible. Mi madre es horrible. Me ha dicho que estaba muy orgullosa de mí. Es la primera vez en la vida que me dice algo así. Yo para ella siempre he sido una oveja negra.

El dolor de una década de indiferencia hizo presa en Daphne.

– ¿Sabías que nadie de mi familia fue a mi graduación cuando terminé la universidad? Todavía están enfadados conmigo por no haberme casado contigo y no les hace ninguna gracia que sea veterinaria. Es como si, por no haberme casado contigo, hubiera dejado de existir.

– Lo siento -murmuró Murat besándola en la frente.

– Sólo soy su hija cuando hago lo que ellos quieren. No quería que a Brittany le pasara lo mismo, quiero que ella sea feliz, que sea una mujer fuerte que pueda decidir por sí misma. Por eso, le he intentado inculcar desde pequeña que yo siempre la querré, haga lo que haga y se case con quien se case.

– Seguro que Brittany tiene muy claro que la adoras.

– Eso espero. Laurel me ha dicho que estaba muy disgustada.

– ¿Por qué? -contestó Murat chasqueando con la lengua-. ¿Por no casarse con un hombre que le dobla la edad y al que ni siquiera conoce? Seguro que la has educado mejor.

– ¿Cómo? -se sorprendió Daphne-. Yo no la he educado, no es mi hija.

– Como si lo fuera.

Daphne jamás le había hablado a nadie de ello, pero, para ella, en el fondo de su corazón, Brittany era como su hija y Murat lo había entendido inmediatamente.

– Date cuenta de que, por mi posición, sé lo que es que todo el mundo espere cosas de ti. A mí no me han permitido olvidarme de mis responsabilidades ni un solo día.

– Supongo que, sabiendo que algún día vas a ser rey, no te puedes permitir el lujo de cometer errores.

– Exacto. Por eso precisamente entiendo que hayas tenido que hacer lo que otros querían, incluso cuando eso significaba no hacer lo que tu corazón te dictaba.

– Yo nunca he accedido a sus presiones, siempre he hecho lo que he querido y ellos me han castigado por ello. No solamente mis padres sino también mis hermanas. Para todos ellos yo no existo.

Murat la miró a los ojos y Daphne se dio cuenta de que estaba encantada de estar entre sus brazos, lo que era una locura porque aquel hombre era su enemigo. Claro que, en aquellos momentos, no le parecía tan mala persona.

– Existes para mí -le dijo Murat.

Ojalá aquello fuera verdad, pero Daphne sabía que no lo era, así que, haciendo un esfuerzo, se apartó de él.

– No digas eso porque no es cierto.

– ¿Por qué dices eso? Te he elegido como mi esposa.

– Y me pregunto por qué. Yo creo que solamente lo haces porque eres un hombre testarudo que se quiere salir con la suya, pero tú nunca me has querido.

– Te recuerdo que hace diez años te pedí que te casaras conmigo.

– ¿Y qué? Si me hubieras querido de verdad, no me habrías dejado marchar, pero no te importó que me fuera. Me fui y nunca viniste a buscarme para preguntarme por qué.

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