Elizabeth contempló a la niña. Intentó respirar, pero era como si la habitación se hubiese quedado sin aire. Su mente registró de inmediato el cabello negro, los ojos grises y la edad de la criatura, y entonces la reconoció.
Era la niña que aparecía en su visión.
Lo comprendió todo tan de repente que se sintió mareada. Claudine era la madre de la niña, lo que significaba que William…, William era el padre, y no Austin.
La criatura en peligro era esa niña, Josette. No la hija de Elizabeth. Y ella la había salvado. «Las palabras que Austin pronunciaba en mi visión, su abatimiento… -pensó-. Todo se debía a que creía que me había perdido a mí.»
William y Claudine le sonrieron, y, tirando suavemente de la mano de la niña, se acercaron a Elizabeth.
– Nos alegramos mucho de que hayas despertado -dijo William-. Tenemos tantas cosas de que hablar y, lo que es más importante, queremos agradecerte que hayas salvado la vida a nuestra hija Josette.
Aturdida, Elizabeth tendió la mano. Josette la estrechó tímidamente con sus deditos. Al instante, Elizabeth se sintió llena de dicha. Esa criatura no irradiaba más que alegría. Nada de peligro ni de muerte. La amenaza había pasado. El alivio que la invadió la dejó muy débil.
Austin se arrodilló junto a la cama.
– ¿Estás bien, Elizabeth? Estás muy pálida.
Ella apartó la vista de la pequeña y lo miró a él. Con gran esfuerzo, logró hacer una inspiración entrecortada y se humedeció los labios resecos. Extendió los brazos y lo tomó de las manos.
– Austin, Josette es… es la niña de mi visión.
Durante unos instantes él se limitó a mirarla.
– ¿O sea que la niña que viste morir…? -preguntó por fin en voz baja.
– Era Josette. Pero no ha muerto. La salvamos. Y era la hija de William, no la nuestra -dijo con los ojos llorosos-, no la nuestra.
– ¿No era nuestra hija? -repitió él con expresión confundida. Pero entonces frunció el entrecejo y bajó más aún el tono-. ¿Quieres decir que Josette corre peligro?
– No. El peligro ha pasado. Josette está bien.
– Ella está bien, pero ¿corre peligro nuestro hijo?
– En absoluto.
Austin cerró los párpados un momento y luego se acercó las manos de Elizabeth a los labios.
– Dios mío. -Tragó saliva de manera audible-. ¿Significa eso lo que creo que significa?
– Significa que somos libres. Libres para amarnos y concebir hijos sin que esa amenaza horrible penda sobre nuestras cabezas.
– Elizabeth…
Se inclinó hacia delante y la besó con ávida ternura.
Ella le apretó la mano, y un torrente de imágenes acudió a su mente. Intentó ahuyentarlas, temerosa de ver algo malo, algo que estropease ese momento. Pero el cuadro que cobró forma en su mente la dejó sin aliento.
Con claridad cristalina se vio a sí misma y a Austin juntos en un prado cubierto de flores silvestres, declarándose su amor mutuo con la mirada. Él le tendía la mano. «Te quiero, Elizabeth.»
La imagen se difuminó, dejando tras de sí una estela de bienestar que maravilló a Elizabeth.
Austin se inclinó hacia delante en la silla y estudió su rostro.
– ¿Qué has visto?
– A ti y a mÍ… Era una visión de amor. Y de felicidad.
– Felicidad.
– Sí. -Una sonrisa jubilosa le brotó del corazón-. Es una palabra que usamos en América para referimos a la dicha celestial.
Él, se llevó las manos de ella a los labios.
– También es una palabra que usamos en Inglaterra para decir «tú y yo amándonos para el resto de nuestra vida».
Ella lo miró a los ojos y supo de inmediato que tenía razón.