CAPÍTULO 3

Aidan se sentó en la silla, rasgando “Strange Fire” de Indigo Girls en su guitarra eléctrica, cuando se dio cuenta que mañana era Noche Buena, y por tercer año consecutivo, estaría solo. Eso era por lo que no se había molestado en decorar nada. Todo lo que conseguiría con eso es recordarle cuan solitaria había llegado a ser su vida.

Suspiró con cansancio cuando pensó acerca de todo por lo que había pasado. ¿Cómo podía un hombre ser adorado por millones y no querido por nadie? Aún así ese era su destino. Las únicas personas que decían preocuparse por él no lo conocían en absoluto, y las personas que alguna vez lo habían significado todo para él habían pasado cada momento de sus vidas intentando acabar con él.

– Felices jodidas navidades -murmuró el.

Intentando olvidar el pasado, se centró en la canción en su cabeza. Desde que la guitarra no estaba enchufada, las notas solo eran un susurro alrededor de él, pero era suficiente para apaciguar su desganado estado. La música siempre había sido su santuario. No importa cuan dura fuera la vida, la música y las películas que frecuentaba eran su consuelo e inspiración. Le consolaban cuando nada podía hacerlo.

Estaba tan inmerso en la canción que le llevó varios minutos darse cuenta que ya no estaba solo. Abriendo los ojos, vio a Leta y se detuvo a medio acorde. La luz formaba un suave halo alrededor de ella, haciendo que su pelo negro brillara. Por un completo minuto no pudo respirar. Cada hormona en su cuerpo estaba en llamas.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tocara una mujer, de otra manera que no fuera para tenderle su tarjeta de crédito una y otra vez. Y pensar que casi se convence de que no necesitaba la suavidad de una mujer.

Sí…

Con ella mirándole mientras una medio engañosa sonrisa tocaba sus labios e iluminaba sus brillantes ojos, su resolución se quebró. Todo lo que quería hacer era dejar la guitarra a un lado y atraerla a ella a sus brazos para un largo, rabioso beso que dejase los labios de ambos entumecidos. Era demasiado fácil imaginársela en su regazo, desnuda. Esa imagen lo quemó de dentro a fuera.

Su pene se endureció al punto de doler.

– ¿Necesitas algo? -odiaba que su voz tuviese una nota vacía y no el veneno que quería darle.

– Solo tenía curiosidad por saber que estabas haciendo. Tienes mucho talento, por cierto.

Él se mofó ante el cumplido.

– No me alagues.

– No, realmente lo tienes.

– Claro, y no me halagues -repitió él, encontrando finalmente el veneno que quería en su tono-. Ni me gustan, ni quiero cumplidos.

Ella frunció el ceño.

– ¿Hablas en serio?

– Completamente -él arrancó un lento acorde-. Verás, conozco este juego. Me halagas, me haces reír y que me sienta bien conmigo mismo. Lo siguiente que sabré es que sales por la puerta con los bolsillos repletos con mi dinero, diciéndole al mundo lo gilipollas que soy. Saltemos directamente al final donde te largas de mi casa y le dices a todo el mundo que soy un idiota -sosteniendo la guitarra, él asintió-. Sí, eso funciona para mí.

Leta no podía creer lo que estaba oyendo. Su rabia afiló sus poderes incluso más de lo que la habían dejado pasmada sus palabras. Ella jadeó bruscamente.

– ¿Qué te hicieron?

Él dejó la guitarra a un lado antes de levantarse.

– No te preocupes por eso.

Ella se estiró para tocarle el brazo cuando empezó a pasar junto a ella.

– Aidan.

– No me toques -su voz fue un fiero gruñido.

Pero eso solo hacía que quisiera tocarle incluso más, incluso aunque sabía que debería enfadarse con él tanto como le fuese posible para fortalecerse.

– No estoy aquí para lastimarte.

Aidan deseó poder creer eso. Pero lo sabía mejor. ¿Cuantas veces había oído esa mentira? Y al final, siempre lo herían y sonreía mientras lo hacían.

Estaba cansado de caer así.

– Sabes, si tuviese un penique… -su mirada se clavó en la de ella. Quería estirarse y tocarla también. Pero no podía permitirse hacer eso. No después de lo que sucedió con Heather.

– Nunca te lastimaría, bebé. Siempre puedes confiar en mí. Estaré aquí por mucho tiempo. Tú y yo, para siempre. Nosotros contra el mundo. No importa el que. Siempre puedes ser tu mismo y saber que te quiero pese a todo. No me importa tu carrera o fama. Si todo acaba mañana, estaré allí para ti, contigo.

Esas palabras habían disparado su corazón, habían sido una sinfonía para sus oídos, los cuales estaban cansados de las mentiras a su alrededor. Más que nada, había creído en ellas tanto como había creído en Heather. Cuando huérfano, todo lo que había querido en su vida era una familia propia. Alguien que no lo hiriera. Traicionara.

Alguien que lo aceptara por el hombre que era, a pesar de la fama, la riqueza o incluso la pobreza.

Desafortunadamente, no la había encontrado ni una sola vez. En el momento en que empezó a hacer verdadero dinero y la gente empezó a reconocerle, Heather se había sentido amenazada por ello y por las mujeres que se lanzaban contra él. Llegó a ser maliciosa y mordaz. Criticando todo lo que había y resentida con él por querer más.

Incluso ahora podía oír sus cáusticas palabras.

– Hay dos tipos de personas en Hollywood. Los actores que quieren actuar y aquellos que quieren fama. Los que van detrás de la fama se merecen todo lo que obtienen, así que no me llores por las mentiras en los tabloides. Esto es lo que querías, Aidan. Todo el mundo sabe quien eres. Deberías haber estado satisfecho con actuar solamente. Pero no, tenías que querer más. Así que ahora tienes todo lo que querías y cada cosa que va con ello.

Al final, a causa de que no había podido con todo eso, le había arrancado el corazón y se lo había servido en una bandeja de plata. No en privado como haría un humano decente. Ella lo había hecho público buscando los mismos tabloides que ya lo habían destripado. Peor incluso, había ayudado a sus enemigos viniendo tras él y había hecho todo en su poder para avergonzarlo ante el mundo.

Y esa mujer que estaba ahora ante él, no era la excepción. No tenía duda. Si la dejaba entrar, también lo heriría. La única persona en el mundo que se preocupaba de él era él mismo.

Le indicó la puerta con un movimiento de la barbilla.

– ¿No puedes solo quedarte allí por un par de horas y no hablarme? ¿Es realmente demasiado pedir?

– No me gusta el silencio.

– Bueno, a mí sí.

– Y es mi casa -dijo ella en una voz profunda, imitándole con la voz de un irritado padre-. Mientras estés bajo mi techo, señorita, ¡harás lo que yo te diga!

Aidan quería sentirse ofendido por su burla. Pero una sonrisa atormentó la comisura de sus labios.

– No eres divertida.

– Por supuesto que lo soy -le dedicó un divertido guiño-. No estarías sonriendo si no lo fuera.

Su estómago se encogió cuando se dio cuenta de que estaba encantada con él, con sus acciones y eso solo lo enfadaba más.

– Mira, realmente no quiero hablar contigo. Solo quiero que me dejes solo. Lárgate.

Ella dejó escapar un cansado suspiro y negó con la cabeza.

– ¿Cuándo fue la última vez que hablaste a un amigo?

– Hace diecinueve meses.

Leta se quedó con la boca abierta ante su revelación. No podía creerlo. Incluso con sus emociones entumecidas y básicamente sin ella, todavía se confiaba a los demás. La única excepción era el tiempo que había estado en éxtasis.

– ¿Qué?

– Ya me has oído.

Sí, pero oírlo y creerlo eran dos cosas totalmente distintas.

– No hablas en serio.

– Oh, estoy hablando completamente en serio. Llamé a mi mejor amigo para hablar con él por que necesitaba hablar con alguien y lo siguiente que supe es que nuestra conversación no estaba sólo en la basura de los paparazzi, sino también en blogs y en cada revista de la industria que ese bastardo pudo encontrar. “Aidan O´Conner: La Verdad Detrás De La Leyenda. Lea como su novia lo traicionó y lo dejó borracho en la calle, rogando por una oportunidad mientras lo asaltaban sus fans”. Lo que más me mató, es que no había ni un poco de verdad en lo que les dijo. En vez de eso, distorsionó mis palabras y las embelleció hasta que ni siquiera pude reconocer lo que yo había dicho. Déjame solo decir que aprendí de mis errores. Así que no, no hablo con los amigos. Nunca.

Bueno, ella podía entenderlo. Cuando todavía tenía sus emociones, una vez se había aparecido a M´Adoc desde atrás, cuando él le estaba diciendo a su hermano M´Ordant que ella pensaba que él era a veces un presuntuoso. Había estado tan humillada y mortificada de que M´Adoc hubiese repetido una conversación privada y después la usara para herir a alguien a quien quería muchísimo. Había tomado la precaución durante semanas de no decírselo a nadie, pero al final se había olvidado y cambiado de tema.

Esa experiencia era ciertamente menor en comparación a lo que había pasado Aidan. Honestamente, no podía imaginarse teniendo que hacer frente a algo tan intrusivo o una persona tan babosa. M´Adoc solo se lo había dicho a una persona, no a todo el mundo, y él había citado sus palabras sin embellecerlas.

Que se hubiera dicho, no quería decir que Aidan debiera perder a las personas y no confiar en nadie. La gente necesitaba amigos en el mundo.

– Bueno, la traición de una persona no hace…

– Éramos lo mejores amigos desde el colegio -dijo entre dientes-. Estamos hablando de veinte años de amistad que voló en tres segundos por que alguien le dio cinco mil dólares -él curvó los labios con amargura-. Cinco de los grandes. Eso es todo lo que mi amistad durante todos esos años valió para él. Lo gracioso, es que yo se los hubiese dado si tan solo me los hubiera pedido.

Leta se encogió en simpatía. No le extrañaba que estuviese tan amargado. Ella sabía que pasaban tales cosas, pero como regla general los dioses de los sueños no se traicionaban los unos a los otros de esa manera, especialmente ahora que sus emociones se habían ido. Había sido unos pocos durante siglos, pero no demasiados, y ellos habían sido una excepción a las que se le había dado caza y muerte.

Aidan entrecerró sus ojos en ella.

– Dime ahora como puedes ser de fiar cuando justo acabas de atravesar mi puerta.

Ella alzó las manos a modo de rendición.

– Tienes razón. No puedes confiar en mí ni en nadie. Nunca había entendido en mi vida porqué las personas se traicionan unas a otras. No creo que lo haga jamás.

Él bufó ante sus palabras.

– Como si tú nunca hubieses traicionado a nadie.

Leta lo contradijo rápidamente con una simple pregunta.

– ¿Tú sí?

– Diablos, no -rugió el como si el simple pensamiento lo enfermara-. Mi madre me educó mejor.

– También la mía -ella se detuvo antes de añadir-. Realmente, eso no es verdad. Mi hermano me educó mejor. Y cuando estamos bajo fuego, él hice todo lo que puede para protegerme sin importar el costo para si mismo.

– Entonces tienes suerte. Mi hermano está en prisión por intentar quitarme la vida.

Eso la golpeó inesperadamente.

– ¿Qué?

– Ya me oíste -su voz se rompió, aunque ella no vio otra emoción que la rabia en su expresión-. ¿No lo leíste en los periódicos? Durante seis meses, no podía ver la televisión sin ver su cara que me miraba fijamente desde la fotografía en su ficha.

Desde que no podía explicar porque no lo había oído, simplemente negó con la cabeza.

– No lo entiendo. ¿Por qué intentaría matarte?

Él le dedicó una oscura carcajada.

– Oh, matarme habría sido de lejos lo más amable que habría hecho. El quería quitarme todo lo que había construido en este mundo. Estaba intentando chantajearme.

– ¿Sobre qué?

– Nada más que su propia buena disposición para mentir y la ingenuidad de las personas para creerlo. Dijo que lo había hecho todo desde decir que yo era un pedófilo, a actos de sacrificar animales, que maltrataba a mujeres y niños. Incluso fue tan lejos para acusarme de burlarme de mis fans y atacar la reputación de otros actores, productores y agentes. Ninguna parte de mi vida se libraba de sus mentiras y no había vacilado en falsificar documentos o mentir a los tribunales o a la policía. Gracias a Dios, McCarthy está muerto o estoy seguro de que yo acabaría en su lista negra y habría sido encarcelado.

Eso no tenía sentido para ella.

– Pero eso es tan absurdo. ¿Quién cree tan ridículas mentiras?

– Todo el que estuviese celoso de que fuese mi cara la que aparecía en las revistas y no las de ellos. Cada persona que no puede creer o aceptar que alguien pueda alcanzar mi nivel de éxito sin ser un total gilipollas. Créeme, no son las mentiras las que hieren a la gente. Es la buena disposición de todo el mundo para creerlas. Y después están los que salen de la carpintería para volver a acusarte porque esto les da tres segundos bajo los focos. No pueden soportar el hecho de que dejes atrás tu pasado y que no tengan ninguna escusa para no dejar atrás el suyo. En sus mentes, tú debes bajar un peldaño para que ellos puedan subir el suyo, lejos de las mentiras que han dicho de ti. Por que al final, te conocen, ven tu verdadero yo, y por apoyar a los que te acusan, hacen que otras personas piensen que quizás están más cerca de ti, al menos eso es lo que ellos claman. Es un mundo enfermo y estoy asqueado de ello.

Ella parpadeó ante la furia y el dolor que sangraba por cada parte de él.

Él tenía razón: no había manera en que pudiera discutírselo. La vida podía ser cruel y las personas incluso más. Había tanta agonía en su interior que debería estar agradecida de la fuerza que le daba.

Pero la verdad, no lo estaba. Sus emociones eran tan potentes que la estaban alimentando incluso en este reino.

Y esas emociones hacían que quisiera llorar por él y la dura capa de hielo que encerraba su corazón. Nadie se merecía tal aislamiento. Nadie.

Queriendo aliviarlo, se estiró y tomó sus manos en las suyas.

Aidan cerró los ojos ante la suavidad de su piel sobre la suya. Le quemaba hasta el interior. Había pasado tanto tiempo desde que alguien lo había tocado con bondad que quería saborear la sensación de su gentil caricia.

Pero él sabía la verdad.

Hoy amabilidad… mañana una patada en los dientes.

Jamás te olvides de eso.

Nadie lo protegería. Todo el mundo le había enseñado que cuando venía el fuego las llamas se asentaban a su alrededor. Lo habían dejado solo, sin amigos, familia, y bondad.

Y estaba demasiado marcado por ello como para simplemente hacer el pasado a un lado y confiar otra vez. Las heridas eran demasiado profundas y perjudiciales.

Recordándose a sí mismo a Heather, se apartó de Leta para mirar por la ventana. Maldita nieve. Todavía estaba cayendo, incluso más rápido que antes.

– Deberías intentar llamar otra vez.

– Acabo de hacerlo. Todavía no hay señal.

Él había considerado eso alguna vez un inconveniente. ¿Cuántas veces había querido llamar a su hermano cuando no había señal? Estaba tan lejos de todo que esa compañía de teléfono se había negado a llevar la línea hasta su cabaña. Así que había dependido de su teléfono móvil el cual funcionaba de casualidad en esa área.

Ahora deseaba vivir en medio de la ciudad, así podría echar su culo fuera que lo estaba volviendo loco de deseo. Dios, ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que olió a una mujer tan cerca de él? ¿Oír el sonido de una voz femenina en el interior de su casa, pronunciando su nombre?

Esto es el cielo.

Y el más bajo nivel de infierno.

– Mira, admito que pareces una persona decente. Por todo lo que se, te detendrías y apartarías la tortuga de la carretera siempre que vieras el modo de evitar que la atropellaran. Pero esta tortuga está cansada de tener los intestinos esparcidos por el pavimento mientras otras personas le pasan directamente por encima. Solo quiero arrastrarme hasta ponerme en pie y ocultarme en los bosques, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

– Te dejaré solo -aclarándose la garganta, se alejó de él, y le costó toda su fuerza no atraerle hacia ella.

»Solo recuerda, algunas veces las personas te pondrán a ti delante de ellos. Eso sucede.

Él bufó.

– Sí, todo el mundo es solo arco iris y cachorros. Los Boy Scouts ayudan realmente a las ancianas a cruzar la calle sin atracarlas y nadie ignora lo gritos de una víctima traumatizada.

– Aidan…

– No. Es imposible creer en el mundo que describes cuando tu propia familia te vendió por nada más que crueldad y dinero.

Él vio el reconocimiento en su mirada antes de que se marchara del cuarto.

Sip, sabía que era un bastardo. Igual que sabía que había personas decentes allí fuera. Ellos no existían en su mundo. Cuando había sido pobre nadie le había ayudado. La gente había atendido sus propias vidas como si él fuese invisible y eso estaba bien con él. No le importaba la invisibilidad.

Realmente, eso no era verdad. Había deseado repetidamente en su vida haber sido realmente tan invisible como lo habían hecho sentir otras personas.

Cerrando los ojos, todavía podía ver la hermosa cara de Heather. Oír su risa. Cuando todo empezó, había pensado que perderla sería intolerable. Que lo destruiría.

Al final, ni siquiera la había extrañado. Ni siquiera un poco, lo cual le hacía darse cuenta de porque habían sido capaces de darle la espalda sin remordimientos. No existía tal cosa como el verdadero amor. El corazón solo era otro órgano, bombeando sangre a través del cuerpo. No había magia en ello. Ningún vínculo espiritual entre amigos y familia.

Las personas eran utilizables, llano y simple. Esperar algo mejor solo los conduciría a una amarga desilusión.

No, esa era su vida. Estaría solo hasta el día que muriera. Pero profundamente en su interior todavía estaba ese insípido y estúpido sueño de tener un día una familia. Desde que sus padres habían sido asesinados por un conductor borracho, había extrañado la sensación de vínculo. De pertenecer a una familia. Sus padres se habían amado el uno al otro cariñosamente y se habían respetado mutuamente, al menos así le había parecido en su mente de siete años.

Quien sabía si esa era la verdad. Quizás se hubieran odiado el uno al otro tanto como su hermano lo odiaba a el, y al igual que Donnie lo mantenían en secreto.

Como Heather, esa zorra era la única que debería haber tenido un Oscar sobre la repisa de la chimenea en vez de él. Su actuación había sido excepcionalmente correcta hasta el final.

Y ahora al otro lado de la puerta estaba la primera mujer que había pisado su casa desde que Heather se había marchado…

– ¿Y qué?-se preguntó a si mismo en voz baja. Una mujer era tan buena como otra y probablemente ella fuera dos veces más traicionera.

Disgustado con todo eso, se tendió en el sofá y encendió la TV para dejar que el DVD de Star Wars lo distrajera de la locura de dejar entrar un extraño en su casa.

Leta se detuvo cuando sintió la leve inconsciencia tironeando en el fondo de su mente. No había palabras para describir la sensación, pero en cualquier momento que un objetivo humano se dormía, un dios del sueño podía sentir. Tan silenciosamente como pudo, regresó al estudio de Aidan donde lo encontró dormitando en el sofá.

Estaba tendido de espalda con un pie todavía en el suelo y un brazo extendido sobre la cara. Inclinando la cabeza, se quedó mirando lo atractiva que era su pose. La desteñida camiseta se le ajustaba al pecho que era absolutamente definido.

La barba en sus mejillas solo enfatizaban los duros rasgos de sus facciones. Se veía vulnerable y todavía al mismo tiempo no dudaba de que si hiciese el más ligero sonido, se despertaría, listo para pelear.

Cuando ella cerró los ojos para espiar sus sueños, vio que la tormenta de nieve que ella había empezado afuera continuaba en su subconsciente. Arrodillándose en el suelo a su lado, dejó que sus pensamientos vagaran hasta que conectaron más profundamente con él.

Aquí en el reino de los sueños ella era una observadora que seguía su estela.

Él estaba de pie fuera de una simple casa de Cape Cod donde las luces titilaban contra una oscura tormenta de nieve. Ella oyó el sonido de risas y música viniendo del interior de la casa.

Curiosa, se movió para quedar al lado de Aidan mientras él espiaba a los asistentes a la fiesta a través de la congelada ventana.

– Míralos -dijo él como si aceptara su presencia en sus sueños sin preguntar. Sus labios se curvaron con desdén.

Leta frunció el ceño ante los juerguistas que brindaban los unos con los otros durante una fiesta de Navidad.

– Parecen muy felices.

– Sí, igual que un nido de escorpiones esperando golpearse los unos a los otros -él hizo un gesto con la barbilla hacia una delgada y hermosa mujer en el grupo más cercano-. La rubia es mi exprometida, Heather. El tío casi calvo sobre el que se arrastra es mi hermano, Donnie.

Los dos se estaban haciendo arrumacos antes de beber de la misma copa de vino. Tío, Freud tendría todo un día de campo con los sueños de Aidan.

– ¿Por qué están juntos? -le preguntó ella.

– Esa es una interesante pregunta. Después de que le di a Donnie el trabajo, Heather tuvo un ataque por ello. Lo próximo que supe es que él había empezado a dormir con la zorra. Lo más asombroso es que ella siempre me dijo que lo odiaba completamente. Pensaba que era un estúpido campesino basura que necesitaba que le ayudaran a ponerse los zapatos.

Él negó con la cabeza cuando indicó a un hombre de pelo castaño al otro lado de la mesa frente a Heather y Donnie.

– Ese es Bruce. Era el presidente de mi club de fans y por mucho tiempo un íntimo amigo. Mi sobrino Roland se hizo amigo de él y lo próximo que supe fue que los dos estaban esparciendo más mentiras de las que incluso mi publicista podía desmentir. Lo que me mata es que yo sabía perfectamente lo que pensaba mi sobrino de Bruce. Hombre, si solo supiera lo que Roland decía de él una vez que estaba fuera de su alcance auditivo. De hecho, de todos ellos. Nunca vacilaron en insultarse el uno al otro delante de mí por que sabían que yo nunca los traicionaría. Nunca existió un grupo de serpientes más traicioneras. Y lo que realmente me desconcierta de ellos es que después de haber visto la manera en que todos se volvieron contra mí, sin ninguna otra razón que simples celos, fueron lo bastante estúpidos para creer que la misma persona que me jodió nunca se lo haría a ellos. Increíbles idiotas.

Leta inclinó la cabeza como si oyera sus recuerdos en su mente. Como dijo, cada persona en la habitación había dicho cosas horribles el uno del otro y se las contaron a él. Habían jugado los unos contra los otros y habían hecho todo lo que pudieron para mantener las manos en la fama de Aidan mientras intentaban distanciarlo a él de los otros esperando exprimirlo todavía más. Asustaba tanto el pensar que ellos pudieran ser capaces de llevarse bien los unos con los otros dadas las cosas que se habían dicho a espaldas los unos de los otros para decírselo a Aidan.

– No lo entiendo. ¿Por qué harían eso?

Aidan la condujo lejos de la casa, a través de la tormenta, hasta que estuvieron otra vez dentro de su cabaña. Él fue a sentarse al escritorio que ella había visto dentro del salón. Era un enorme escritorio de estilo colonial, adornado con hojas y adornos estilo Chippendale.

Sin una palabra, abrió un cajón y sacó una hoja de papel doblada. Su mirada era oscura cuando se la tendió.

Desdoblándola, Leta miró por encima la lista de nombres. Algunos estaban tachados mientras que otros estaban marcados con un asterisco.

– ¿Qué es esto?

– La lista de Donnie. Fue a través de todos mis contactos y amigos, intentando sistemáticamente hacerse amigo de ellos. Él seguía diciéndome que yo tenía que pagarle lo que quiera que él quisiera por que si no lo hacía, me arruinaría ya que todos mis amigos eran ahora los suyos. “Me creerán a mí antes que a ti en cualquier momento” -Aidan imitó lo que debía ser la voz de su hermano.

Leta estaba horrorizada.

– Te estás burlando de mí.

– Créeme, no soy tan creativo. Todo el mundo desde mi agente a mi banquero está en esa lista. Los nombres con marcas son los amigos que no pudo convencer con sus mentiras.

– ¿Qué les sucedió?

– Donnie y Heather los echaron de mi vida sin que yo siquiera lo supiera. Yo estaba de viaje rodando mi última película cuando él echó a mi encargado de dirección. Richard había estado conmigo desde el principio. Aparentemente algo había sucedido entre ellos y Donnie lo despidió y lo largó de mi casa y oficina. No lo descubrí hasta que regresé y ya habían pasado semanas desde el hecho.

– ¿Hablaste con Richard?

– Empecé a hacerlo cuando me devolvieron las palabras de las mentiras que él había estado soltando de mi a mis así llamados amigos. No fue hasta tarde que me di cuenta que era la novia de Roland quien, a espaldas de Roland estaba actuando como amiga de todo el mundo, y habían acosado a Richard en esto. Ella se había estado moviendo entre todo el mundo, esparciendo mierda solo para vernos pelear.

– ¿Por qué haría eso?

Él suspiró con cansancio.

– Me he preguntado eso miles de veces y estoy tan cerca de una respuesta ahora como lo estaba cuando empecé. Creo que por eso siempre me han encantado las películas. En una película, todo tiene sentido. Los personajes siempre tienen una motivación. Una buena y sólida motivación para todo lo que hacen. No pueden ser idiotas sin razón. Si alguien actúa de una manera, tienen que tener una contundente y creíble razón para ello. Desafortunadamente, en la vida real no es así. Las personas se vuelven unas contra otras por nada más, que el que tengas una mirada de estreñimiento en la cara, porque tienes gases y piensan que va directamente hacía ellos, por no gustarles la marca de zapatos que llevas. Las personas están enfermas.

Leta bajó la mirada a la lista de nombres que tenía en la mano. No podía creer que alguien fuese así de frío. Tan convincente. Seguramente había más en esto de lo que Aidan le estaba contando.

¿Verdad?

Seguramente había hecho algo que lo mereciera. Aún así cuando usó sus poderes para mirar por encima la situación, se dio cuenta que no lo había hecho. Al contrario que su hermano y sobrino, él había estado dando a un culpable. Amando a un culpable. Desafortunadamente, había dado su amor y confianza a las personas equivocadas.

– La simple razón -continuó Aidan-, es que mi hermano estaba celoso. Quería tener mi vida e hizo todo lo que pudo para tenerla. Tuvo a Heather a su lado y en su cama. Entonces cortejó a mis fans durante un tiempo, incluso aunque seguía conmoviéndolos y volviéndolos unos contra otros más veces de las que no lo hacía. Por el motivo que sea, pensaba que podía usarles para chantajearme o robarme dinero. Lo que olvidó fue que yo no llegué a donde estoy por tener miedo a defenderme. Más que eso, no era la primera persona que intentaba arruinarme y dudo que fuese el último. Pero todavía estoy en pie y acabar conmigo le va a llevar mucho más que sus estúpidas mentiras.

Leta quería llorar por la convicción que sentía dentro de él. Ante el crudo dolor. No sabía de donde venía, pero la admiración por él se hinchaba profundamente en su interior. Él era la fuerza personificada.

Todo en él era integridad y honestidad, aún ante tan implacable odio y hostilidad.

Sus ojos ardían cuando ahuecó su mejilla en su cálida mano.

– ¿Por qué estás aquí conmigo?

Varias mentiras acudieron a su mente, pero ella no quería mentir a un hombre que había tenido más que su justa medida de ellas. Y como estaban en un estado de sueño, realmente no había razón para ello.

– Tu hermano ha convocado un demonio para matarte.

Él se rió.

– Hablo en serio, Aidan. Tan loco como suena, tu hermano encontró una manera de convocar un dios del dolor desde su celda y le ha dado la orden de torturarte y matarte.

– Y tú vas a salvarme -se rió otra vez, entonces se calmó-. ¿Por qué lo haría?

– Es mi trabajo.

La expresión en sus atractivas facciones parecía menos que convencida.

– Así que tú solo elegiste al azar seguir al dios del dolor para intentar proteger sus objetivos. Que eres. ¿La hada antidolor?

– Algo parecido.

El bufó.

– Nota para mi mismo cuando me despierte. Suspender la cerveza con el estómago vacío. Este sueño es incluso más lioso que la vez que tuve un mono y un sacacorchos.

Leta frunció el ceño.

– ¿Un mono y un sacacorchos?

– No te conozco lo suficiente para compartir contigo esos detalles.

Antes de que Leta pudiera preguntar más, sintió esa profunda sensación en la boca del estómago. Miró a su alrededor, pero la cabaña estaba en el mismo reino como había estado en el mortal.

– Aidan…

Antes de que pudiera decir nada más, Dolor lo agarró desde atrás y lo golpeó contra el suelo.

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