1 Don Mateo Fleitas, primer «fiel de fechos» de El Supremo, le sobrevivió más de medio siglo. Murió en Ka'asapá, a la edad de ciento seis años, rodeado de hijos y nietos, del respeto y cariño de todo el pueblo. Un verdadero patriarca. Lo llamaban Tomoiypy

. (Abuelo-primero). Ancianos de su época a quienes consulté, negaron rotundamente, algunos con verdadera indignación, el cuento del «sombrero coronado de velas», así como la vida de reclusión maniática de don Mateo, según el relato de Policarpo Patino. «Son calumnias de ese deslenguado que se ahorcó de puro malo y traicionero», sentencia desde la banda grabada la voz cadenciosa pero aún firme del actual alcalde de Ka'asapá, don Pantaleón Engracia García, también centenario.

A propósito de mi viaje al pueblo de Ka'asapá, no me parece del todo baladí referir un hecho. Al regreso, cruzando a caballo el arroyo Pirapó desbordado por la creciente, se me cayeron al agua el magnetófono y la cámara fotográfica. El alcalde don Panta, que me acompañaba con una pequeña escolta, ordenó de inmediato a sus hombres que desviaran el curso del arroyo. No hubo ruego ni razones que le hicieran desistir de su propósito. «Usté no se irá de Ka'asapá sin sus trebejos -gruñó indignado-. ¡No voy a permitir que nuestro arroyo robe a los arribeños alumbrados que vienen a visitarnos!» Anoticiada del suceso, la población acudió en pleno a colaborar en el desagotamiento del arroyo. Hombres, mujeres y niños trabajaron con el entusiasmo de una «minga» transformada en festividad. Hacia el atardecer entre el barro del cauce, aparecieron los objetos perdidos, que no habían sufrido mayor daño. Hasta la madrugada se bailó después con la música de mis «cassettes».A la salida del sol seguí camino, saludado largo trecho por los gritos y vítores de esa gente animosa y hospitalaria, llevando la voz y las imágenes de sus ancianos, hombres, mujeres y niños; de su verde y luminoso paisaje. Cuando consideró que ya no tendría inconvenientes, el alcalde se despidió de mí. Lo abracé y besé en ambas mejillas. «Muchas gracias, don Pantaleón», le dije con un nudo en la garganta. «¡Lo que ustedes han hecho no tiene nombre!» Me guiñó un ojo y me hizo crujir los huesos de la mano. «No sé si tiene nombre o no -dijo-. Pero estas pequeñas cosas, desde el tiempo de El Supremo, para nosotros son una obligación que hacemos con gusto cuando se trata del bien del país.» (N. del C.)

1 «En vista de las frecuentes quejas de vecinos de la campaña sobre las depredaciones y robos que los indios cometían en las propiedades rurales con las continuas invasiones que efectuaban, el Dictador Perpetuo en un extenso decreto dictado en marzo de 1816 censuraba agriamente la inepcia de los comandantes de las tropas encargadas de la vigilancia de la frontera, disponiendo sin pérdida de tiempo fueran reforzadas con fuerzas de caballería los destacamentos de Arekutakuá, Manduvirá,Ypytá y Kuarepotí, debiendo las partidas armadas de todos los destacamentos de frontera organizar continuas recorridas en los campos inmediatos, para castigar a los salvajes en cualquier intentona de invasión. El mismo decreto hacía responsables a los comandantes por cualquier timidez que demostraran en el cumplimiento de estas medidas, y mandaba fueran lanceados todos los indios invasores que pudiesen ser tomados prisioneros con robo, mandando se colocasen las cabezas de éstos en el mismo sitio por donde hubieran invadido, sobre picas, distantes cincuenta varas una de otra.

»Los indios más temibles que invadían continuamente la región del Norte, eran los Payaguaces.Vagabundos, habitaban en hordas y aduares nómadas. Muy traicioneros en sus incursiones, vivían dedicándose al robo de ganado, a la pesca y a la caza. Había, sin embargo, un número reducido de indios que tenían sus toldos un poco más al norte de Concepción, quienes ayudaban con sus canoas a las fuerzas del destacamento próximo a dicho punto, a perseguir a los indios matreros. Un malón como de cinco mil de éstos fue reprimido a fines de 1816. Todos fueron lanceados y colocadas sus cabezas sobre picas a cincuenta varas unas de otras formaron un cordón escarmen-tador a lo largo de muchas leguas de frontera de la región invadida donde desde entonces reinó una era de paz que los historiadores denominan la Era de las Cabezas Quietas.» (Wisner de Morgenstern, op. cit)

1 «La Fortaleza de San José es sin discusión la más portentosa de las construcciones de ingenien'a militan única por sus inauditas dimensiones, en toda la América del Sur de la primera mitad del siglo xIx. El proyecto de su erección se concibió al cese de las hostilidades del Brasil y Buenos Aires, en la Banda Oriental, que hizo propicia la invasión del Paraguay hasta ofrecer en ciertos momentos indicios de inminencia Tras detenidos estudios y una cuidadosa concentración de medios se inició la obra en los últimos días de 1833, frente a Itapua, pasando el río, en la Guardia o Campamento de San José. Doscientos cincuenta hombres, pernoctando en tiendas y barracas de cuero en torno al caserío de la Guardia, comenzaron a trabajar simultáneamente. Intermediaron en la dirección (de las obras) el subdelegado José León Ramírez, su reemplazante Casimiro Rojas y el comandante de la guarnición José Mariano Morínigo. Creciendo día a día la ambición del proyecto, todos los hombres que en el transcurso de la ejecución se pudieron contratan resultaban pocos. [Los doscientos cincuenta hombres del comienzo aumentaron a veinticinco mil.] El ritmo de las faenas se intensificó en 1837 y todo finalizó en lo fundamental en los últimos meses de 1838. La Fortaleza, que entre los paraguayos continuó llamándose con el modesto nombre de su origen, Campamento San José, y entre los correntinos y demás provincianos Trinchera de San José o Trinchera de los Paraguayos, tenía un murallón exterior totalmente de piedra, de casi cuatro varas de altura y dos de espesor, con perfil almenado y cuajado de torreones con bocas de fuego batiendo todos los ángulos del horizonte. Salvo la tranquera que se abría en el camino de los convoyes de San Borja, este murallón, con un profundo foso paralelo, se extendía ininterrumpidamente hasta perderse de vista, arrancando del bañado de la Laguna de San José, al borde del Paraná, para después de describir un dilatado semicírculo de muchos kilómetros, volver a cerrarse como un monstruo semienroscado sobre el mismo río.

«Tamaña mole de cal y piedra, símil en cierta manera de la Gran Muralla China, encerraba los cuarteles de la tropa, el alojamiento de oficiales y sargentos, el parque de armas y demás dependencias auxiliares, dispuestos en forma de pequeño pueblo con una calle de quince lances de casas de cada lado, midiendo cada cuarto cinco varas y media, y las aceras más de una cuerda, y por último, hacia las afueras, oprimía dos grandes rinconadas o potreros interiores separados de una espesa selva partida por una picada que iba a desvanecerse en el río.

»En lontananza, ante la mirada de las patrullas correntinas que deambulaban por los montes y las soledades del desierto misionero, la Fortaleza aparecíase de improviso con aspecto impresionante y sobrecogedor Más allá de las murallas, en la punta de un altísimo mástil de urundey enhiesta como una aguja, casi pinchando el cielo, llameaba el símbolo tricolor de la legendaria, respetada y temible República del Perpetuo Dictador» (J. A.Vázquez, Visto y Oído.)

1 "Desengañado de las defecciones e ingratitudes de que he sido víctima, le suplico siquiera un monte donde vivir Así tendré el lauro de haber sabido elegir por mi seguro asilo la mejor y más buena parte de este Continente, la Primera República del Sur el Paraguay. Idéntica ambición a la suya, Excmo. Señor; la de forjar la independencia de mi país fue la causa que me llevó a rebelarme, a sostener cruentas luchas contra el poder español; luego contra portugueses y porteños que pretendían esclavizarnos de manera aún más inicua. Batallar sin tregua que ha insumido tantos años de penurias y sacrificios. Con todo, habría continuado defendiendo mis patrióticos propósitos si el germen de la anarquía no hubiera penetrado en la gente que obedecía mis órdenes. Me traicionaron porque no quise vender el rico patrimonio de mis paysanos al precio de la necesidad.» (Cartas del general Artigas a El Supremo, pidiendo asilo. Sbre. 1820.)

1 «Lean muy atentamente las anteriores entregas de esta circular-perpetua de modo de hallar un sentido continuo a cada vuelta. No se pongan en los bordes de la rueda, que son los que reciben los barquinazos, sino en el eje de mi pensamiento que está siempre fijo girando sobre sí mismo.» (N. de El Supremo.)

1 – Los doctores Juan Rengger y Marcelino Longchamp, oriundos de Suiza, llegaron en 1818 a Buenos Aires, donde trabaron amistad con el célebre naturalista Amadeo Bonpland. Sin presentir lo que le esperaba a él mismo en el Paraguay, en vista de la incier-ta situación política que reinaba en el Plata, el sabio francés aconsejó a sus jóvenes amigos suizos que tentaran fortuna en el Paraguay. Los viajeros encontraron que el “Reino del Terror”, pintado por algunos, era en realidad un oasis de paz en su riguroso y selvático aislamiento. Fueron amablemente recibidos por El Supremo que les brindó toda clase de facilidades para sus estudios científicos y el ejercicio de su profesión, pese a la ruda experiencia que sufriera años atrás con otros dos europeos, los hermanos Robertson, como se verá. El Dictador Perpetuo designó a los suizos médicos militares de los cuarteles y prisiones, en las que también se desempeñaron como forenses. Juan Rengger a quien El Supremo llamaba «Juan Rengo», por la fonética de su apellido y porque en realidad lo era, acabó siendo su médico privado. Bajo la sospecha de que los suizos mantenían ocultas relaciones con sus enemigos de las «doradas veinte familias», la amistad del Dictador hacia ellos se fue trocando en sorda y creciente animosidad. Tuvieron que abandonar el país en 1825. Dos años después, publicaron su Ensayo histórico sobre la Revolución del Paraguay, el primer libro escrito sobre la Dictadura Perpetua. Traducido a varios idiomas, alcanzó gran éxito en el exterior pero fue prohibido en el país bajo penas severísimas por El Supremo, por considerarlo una insidiosa diatriba contra su gobierno y un «hato de patrañas». Escrita en francés la primera parte y en alemán la segunda, puede decirse que el libro de Rengger y Longchamp es el «clásico» por excelencia, acerca de este período histórico de la vida paraguaya: «llave y linterna» indispensables para penetrar en la misteriosa realidad de una época sin parangón en el mundo americano; también en la aún más enigmática personalidad de quien forjó la nación paraguaya con férrea voluntad en el ejercicio casi místico del Poder Absoluto. (N. del C.)

1 Juan Parish Robertson llegó al Río de la Plata en 1809, en el grupo de comerciantes británicos arribados a Buenos Aires poco después de las Invasiones que abrieron su puerto al libre comercio. Tenía por entonces diecisiete años. Se alojó en casa de una conocida familia Mádame O'Gorman fue una de sus principales protectoras. El em prendedor joven escocés frecuentó en seguida los círculos más prestigiosos, llegando a hacerse amigo del virrey Liniers. Asistió a la Revolución de Mayo «como a una pintoresca representación de las ansias de libertad de los patriotas porteños», manifiesta en una de sus Cortas. Tres años más tarde se le unió su hermano Roberto. Juntos aco-metieron la, para ellos, «gran aventura del Paraguay». Los Robertson reeditaron sus éxitos en Asunción, en todos los terrenos, con mayor fortuna aún que en Buenos Aires. Contaron aquí con la protección de El Supremo que los encumbró y acabó expulsándolos en 1815. Los Robertson se jactan en sus libros de haber sido los primeros subditos británicos que conocieron el Paraguay, luego de atravesar la «muralla china» de su aislamiento, acerca del cual elaboraron una original interpretación. (N. del C.)

1 Allí una Divinidad que modela nuestro destino / lo debasta como nosotros queremos.

1 Jorge Luis Borges, en su Historia de la eternidad, citando a Leopoldo Lugones (El Imperio Jesuítico, 1904) anota que la cosmogonía de las tribus guaraníes consideraba macho a la luna y hembra al sol. En la misma nota dice: «Los idiomas germánicos que tienen género gramatical dicen la sol y el luna».

En otra de sus obras Borges nos informa: «Para Nietzsche, la luna es un gato (Kater) que anda sobre alfombra de estrellas y, también, un monje». Una mente limitada y simétrica se preguntaría de inmediato: ¿Y el sol? ¿Cómo debió considerar Nietzsche al sol? ¿Una sol-gata? ¿Una sol-monja? ¿Sobre qué clase de alfombra la debió hacer caminar? Los Apuntes de El Supremo dejan entrever que resolvió el acertijo propuesto por Nietzsche. Cortó por lo sano con otro acertijo en su invectiva sobre los historiadores los escritores y la polilla: «Un insecto comió palabras. Creyó devorar el famoso canto del hombre y su fuerte fundamento. Nada aprendió el huésped ladrón con haber devorado palabras». (N. del C.)

1 La situación de la casa de doña juana Esquivel era absolutamente bella; no menos era el paisaje que la rodeaba. Se veían bosques magníficos de rico y variado verdor aquí el llano despejado y allá el denso matorral; fuentes murmurantes y arroyos refrescando el suelo; naranjales, cañaverales y maizales rodeaban la blanca mansión.

»Doña Juana Esquivel era una de las mujeres más extraordinarias que haya conocido. En el Paraguay generalmente las mujeres envejecen a los cuarenta años. Sin embargo, doña Juana tenía ochenta y cuatro, y, aunque necesariamente arrugada y cano sa, todavía conservaba vivacidad en la mirada, disposición a reír y actividad de cuerpo y espíritu para atestiguar la verdad del dicho de que no hay regla sin excepción.

»Me albergaba como príncipe. Hay en el carácter español, especialmente como entonces estaba amplificado por la abundancia sudamericana, tan magnífica concep ción de la palabra "hospitalidad", que me permití, con demostraciones particulares de cortesía y favores recíprocos de mi parte, proceder en mucho a la manera de doña Juana. En primer lugar, todo lo de su casa, sirvientes, caballos, provisiones, los productos de su propiedad, estaban a mi disposición. Luego, si yo admiraba cual quier cosa que ella tuviera -el poney favorito, la rica filigrana, los ejemplares selec tos de ñandutí, los dulces secos, o una yunta de hermosas mulas-, me los transfe ría de manera que hacía su aceptación inevitable. Una tabaquera de oro, porque dije que era muy bonita, me fue llevada una mañana a mi habitación por un esclavo, y un anillo de brillantes porque un día sucedió que lo miré, fue colocado sobre mi mesa con un billete que hacía su aceptación imperativa. Nada se cocinaba en la casa sino lo que se sabía que me gustaba, y aunque yo intentase, por todos los medios posibles, a la vez compensarla por su onerosa obsequiosidad y demostrarle lo que en mi sentir era más bien abrumador; no obstante encontraba que todos mis esfuerzos eran vanos.

»Estaba, por consiguiente, dispuesto a abandonar mi superhospitalaria morada, cuando ocurrió un incidente. Aunque increíble, es ciertísimo. Cambió y puso en mejor pie mi subsecuente trato con esta mujer singular

»Me agradaban los aires plañideros cantados por los paraguayos acompañados con guitarra. Doña Juana lo sabía, y con gran sorpresa mía, al regresar de la ciudad una tarde, la encontré bajo la dirección de un guitarrero, intentando, con su voz cascada, modular un triste y con sus descarnados, morenos y arrugados dedos acompañarlo en la guitarra. ¿Cómo podría ser otra cosa? ¿Qué podía hacer ante tal espectáculo de chochera, desafiando aún más el natural sensible de la dama, que insinuar una sonrisa burlona? "Por amor de Dios -dije-, ¿cómo puede usted, catorce años después que, conforme a las leyes naturales, debiera estar en el sepulcro, convertirse en blanco para el ridículo de sus enemigos o en objeto de compasión para sus amigos?"

»La exclamación, lo confieso, aun dirigida a una dama de ochenta y cuatro años, no era galante, pues en lo concerniente a edad, ¿qué mujer puede soportar un reproche de esta naturaleza?

«Apareció bien pronto que doña juana tenía a este respecto toda la debilidad de su sexo. Tiró al suelo la guitarra. Ordenó bruscamente al maestro de canto que saliera de la casa; a los sirvientes los echó de la habitación, y, en seguida, con un aspecto de fiereza de que no la creía capaz, me aturdió con las siguientes palabras: "Señor don Juan no esperaba insulto semejante del hombre a quien amo", y en la última palabra puso énfasis extraordinario. "Sí -continuó-, yo estaba pronta, y todavía lo estoy, a ofrecerle mi mano y mi fortuna. Si aprendía a cantar y tocar la guitarra, ¿por qué causa era si no por darle gusto? ¿Para qué he estudiado, en qué he pensado, para quién he vivido en los tres últimos meses, sino para usted? ¿Y es esta la recompensa que encuentro?

»Aquí la anciana señora mostró una combinación curiosa de apasionado patetismo y ridiculez cuando, deshaciéndose en lágrimas dio escape a sus sentimientos sollozando de indignación. El espectáculo era de sorprendente novedad y no exento de alarma para mí, a causa de la pobre vieja. En consecuencia, abandoné la habitación; le envié sus sirvientes diciéndoles que su ama estaba seriamente enferma; y después de oir que todo había pasado, me metí en cama, no sabiendo si compadecer o sonreír de la tierna pasión que un joven de veinte años había despertado en una dama de ochenta y cuatro. Espero que no se atribuya a vanidad el relato de esta aventura amorosa. Lo hago sencillamente como ejemplo de las bien conocidas aberraciones del mas ardiente y caprichoso de todos los dioses, Cupido. No hay edad que limite el alcance de sus dardos. El octogenario lo mismo que el zagal son sus víctimas; y sus escarceos son generalmente más extravagantes cuando las circunstancias externas -la edad, los hábitos, la decrepitud- se han combinado para hacer increíble y absurda la idea de su acceso al corazón.» (Ibid.)

1 Avá. en guaraní, indio.

2 Avatisoká: palo o mano de mortero.

1 «Sigue la pantomima ya con disgusto del pueblo que murmura», escribe el coronel Zavala y Delgadillo en su Diario de Sucesos Memorables. (Gt por Julio César.)

1 Se retiró dos veces de la Junta, confirma Julio César La primera desde agosto de 1811 hasta los primeros días de octubre del mismo año. La segunda desde diciembre a noviembre. (N. del C.)

1 Comentarios de julio César La Cerda en ningún momento actuó como secretario de la junta. Al parecer era hombre de confianza de Fernando de la Mora [otro de los vocales de la Junta]; como ni éste niYegros ni Caballero mostraban mayor apego a su labor de gobierno se convirtió [Cerda] en factótum. Era un cordobés pintoresco, famoso por ser compadre de medio mundo. Lo que otorga gran respetabilidad en el Paraguay. Alguna vez habrá que marcar la influencia del compadrazgo en el desenvolvimiento de nuestra política.

Profesaba [El Supremo] a su colega De la Mora una profunda antipatía por considerarle responsable de algunas gestiones llevadas a cabo durante su ausencia para unir el Paraguay a Buenos Aires, y particularmente por la pérdida del artículo adicio nal del tratado del 12 de octubre, circunstancia de la cual se valió el Triunvirato [de Buenos Aires] para gravar en forma indebida el tabaco paraguayo. Mora fue finalmen te expulsado de la Junta por los cargos concretos de los que el vocal decano lo de claró responsable; en particular «la substracción y pérdida de dicho importantísimo documento, durante el tiempo en que yo me hallaba retirado de la Junta, en connivenda con el individuo Cerda, sujeto que no es ciudadano ni natural de este país an tiguo e íntimo amigo y confidente del susodicho Mora. Por disposición de éste, Cerda llevó a su casa varios legajos extensos de la Secretaría, entre los que debió hallarse el citado artículo adicional. Mozo ebrio, las más de las veces en total estado de beodez en las reuniones de la Junta misma, se halla incurso también en el delito de ser espía e informante del Triunvirato de Buenos Aires, en la persona del doctor Chiclana, manteniéndolo al tanto de las actividades y resoluciones de nuestro Gobierno». Mora y Cerda fueron pues devorados en una verdadera comida de fieras.

1 En 1538, en lucha con las borrascas de Magallanes el piloto genovés León Pancaldo tuvo que volverse del estrecho de las Oncemil Vírgenes. Su nao Santo María traía las bodegas repletas de un fabuloso-cargamento de mercaderías destinadas a los enriquecidos conquistadores del Perú. La mala suerte lo venía persiguiendo. Llegó a Buenos Aires cuando soplaban muy malos aires. La hambruna se abatía sobre los expedicionarios del Primer Adelantado, que acabaron comiéndose los unos a los otros. Bajo el gobierno de Domingo Martínez de Irala en el Paraguay, los restos de la despoblada Buenos Aires fueron concentrados en Asunción; convirtiéndola en «amparo y reparo de la Conquista». Los opulentos tesoros de Pancaldo también fueron transportados a esta ciudad. Lozas que permitió a los conquistadores amoblar y alhajar sus rústicos-serrallos con exquisiteces de verdaderos califas. Desde 1541 hasta la Revolución (y aun mucho después) las mercaderías de León Pancaldo fueron materia de compraventa en Asunción; así, españoles que apenas tenían cuerdas de ballesta, poseían en cambio dagas de artística empuñadura, ricas chamarras, jubones y calzas de terciopelo. No era raro encontrar en los ranchos de pajas, dice un cronista, mezclados con los aópoí indigenas (tejidos de algodón muy primitivos) preciosas telas, cortinas de raso, almohadones de granada, cofres y bargueños de taracea, tocadores de lunas encristaladas, lechos de baldaquinos y doseles recamados con hebras de oro; reclinatorios, escabeles y otomanas de finísima tapicería, alternando con los toscos escaños y banquetas labrados por los naturales para sus amos. Esta situación perduró para criollos y mestizos, los mancebos de la tierra.

El cargamento de muebles y enseres que llevó de Asunción Pedro de Somellera tuvo su origen, sin duda, en el tráfico de los tesoros de Pancaldo, a que alude la círcular-perpetua. Uno de esos folletinistas de la historia que proliferan en el Paraguay, donde la historia misma es objeto de archivo y museo, se encargó de reconstruir el inventario de lo llevado del Paraguay por don Pedro. Es un repositorio impresionante. El cargamento sólo pudo caber en una flota, no en una pequeña balandra que zarpó con la línea de flotación bajo agua por aquellos días en que la gran bajante casi había deja do el río sin agua. El inventario afirma por su cuenta que don Pedro, antes de partir hizo tragar además a sus monos, perros, cerdos y demás animales, monedas de oro y plata cuya evasión ya estaba por entonces en el Paraguay severamente prohibida y penada. (N. del C.)

1 "Su aspecto era imponente. Envuelto en su capa negra de forro escarlata, echando fuego por los ojos y recortada su silueta contra las nubes, su figura era la de un Arcángel vengador; su voz resonó más poderosa que el sonido de la trompeta», escribe un testigo de la época, el coronel españolista José Antonio Zavala y Delgadillo, en su Diario de Sucesos Memorables.

1 «Obra en esos días de manera conciliadora. Quiere imponer confianza general, ser el hombre del orden, atraer la voluntad del españolismo. Hasta cambia de maneras. Se vuelve amable, gentil. Le visitan en su despacho, entre muchas otras damas de la aristocracia, las señoras Clara Machaín de Iturburu y Petrona Zavala de Machaín, cuyos esposos también se hallaban presos, para pedirle que se active el proceso. Las atiene Con amabilidad, accede al pedido y las despide "con mucho consuelo", según cuenta en su Diario de Sucesos Memorables el padre de Petronita. Se ha vuelto muy gentil el huraño abogado. ¡Cambia tanto el poder a los hombres! No se ha fijado siquiera que la más joven de las damas visitantes es su antiguo amor ¿Ha olvidado? ¿Ha perdonado?» (Comentario de julio César.)

«Luego de un amor desafortunado con Clara Petrona, hija del coronel Zavala y Delgadillo que desahució sus pretensiones, no se le conocieron otros amores ni noviazgos. Las afecciones ocupaban poco espacio en el alma frígida de este hombre, absorbida por un propósito fundamental. Para penetrar en ella hacen falta escala y farol.» (Comentario de Justo Pastor Benítez.)

«Extraño universo el de tal hombre de quien se murmura que poseía un corazón endurecido, semejante al de Quinto Fixlein, a prueba de fuego, puesto que las únicas seducciones a las que cedía eran sus ocupaciones. Otros aseguran, sin embargo, que no dejaba de inflamarse y era sensible a esos ojos andaluces que todavía brillan en la décima o duodécima generación. Se nos ocurre que, en tales casos, ha de haber ardido como la antracita, según dicen fulguraban sus ojos en su cara de urubú. Hay rumores flotantes al respecto.

»¡Pobre Supremo! Lástima que no haya habido un par de estos ojos con la suficíente inteligencia, profundidad y alma para haberlo aprisionado de una manera permanente convirtiéndolo en un virtuoso padre de familia. ¿Hay, por otra parte, alguna certidumbre de que fuera hija de El Supremo aquella joven atolondrada, morena, vivaracha, de vida desordenada, que veinte años después vendía flores por las calles de Asunción? Nada más que sombras, sombras, sombras. ¡Palabras, palabras, palabras!, dijo Hamlet, el melancólico príncipe de Dinamarca por boca de nuestro Shakespea-re"(Comentario de Thomas Carlyle.)

1 Paralela a la misión porteña [se refiere no a la misión de Belgrano y Echevarría sino a la de]uan García de Cossio] es la brasileña de Antonio Manoel Correia da Cámara. Personaje de tintes extraordinarios. Ninguno llamado como él por su vida novelesca, por su carácter aventurero, a escribir el capítulo dramático de una entrada al aislado Paraguay; su viaje, su estada en Asunción y en Itapúa, su negociación en la capital, forman novela plena de apasionante interés. Guerrero en la India, combatiente en Portugal, prisionero de Napoleón, viajero en Turquía, revolucionario en Río de Janeiro, amigo íntimo de José Bonifacio, devoto de las musas, golpeando las puertas del Paraguay enclaustrado para revelar la Esfinge. Tal hombre para tal misión.» (Comentario de Julio Cesar.)

1 «El mismo Córreia ha pedido, ha clamado por esta misión, ansioso de pactar una alianza brasilero-paraguaya para aplastar al Plata en la inevitable guerra que ha de sostener con el Imperio en la Banda Oriental.» (Ibid.)

2 «Alto, claros cabellos rubios, ojos penetrantes y castaños, cabeza elevada e inteligente, nariz levemente aguileña con trazos fuertes de energía y voluntad; en suma, un bello tipo de hombre. Grave, circunspecto. Actitudes medidas, protocolares.Viste a la moda con la elegancia diplomática que ha adquirido durante su convivencia en las viejas cortes europeas.» (Porto Aurelio, Os Correia da Cámara, Anais,t II. Introd.)

1 Estos fragmentos sobre la primera invasión de Buenos Aires en 1806, por las tropas británicas al mando de Beresford y bajo la dirección de Popham y Baird, están entresacados de los apuntes que bosquejó E1 Supremo en los primeros años de su gobierno. Aunque no cita ni menciona a los hermanos Robertson -ni éstos tampoco lo hacen en sus escritos-, es evidente que el joven Juan Parish Robertson, «testigo presencial» de los hechos, tanto de la llegada de los caudales porteños a Londres como del comienzo de la dominación británica de Buenos Aires, fue el informante oficioso de El Supremo, durante su estada en Asunción. Hay en estos apuntes referencias muy precisas -verdaderas o no- sobre hechos significativos o nimios, hasta de las sumas que tocó a Baird, a Popham y a Beresford en la repartija del botín pirata capturado en Lujan, tras la huida del virrey español. El Supremo anota, por ejemplo: «La conquista de la colonia holandesa del Cabo parece haberles abierto el apetito a los ingleses». Luego, «a Baird le tocaron 24 mil libras (exactamente 23 mil libras, cinco chelines, nueve peniques), a Beresford más de once mil, a Popham siete mil, y cada uno pudo comprarse una finca con su parte». Pero no deja de anotar tampoco que, por la misma época, al otro extremo del continente, Miranda intentaba con dinero británico [que le permitió contratar mercenarios y comprar armas] la «independencia» de Venezuela. «¿Qué es esta mierda?», exclama indignado El Supremo. «En agosto de 1806 Miranda desembarca en La Vela. No encuentra a nadie. Los patriotas escapan de los libertadores, creyéndolos piratas. ¡En setiembre, los ingleses desembarcan en Buenos Aires, y aquí los piratas la saquean con aire de libertadores!» (N. del C.)

1 No es Fedra sino Tancredo lo que se pone en escena esa noche, la única obra conocida por entonces en el Paraguay. (N. del C.)

1 Para que el choque sea más impetuoso soltad las bridas de vuestros corceles. Es una maniobra cuyo éxito honró muchas veces a la caballería romana… Apenas la orden es oída desenfrenan sus caballos, hienden las tropas enemigas, rompen todas las lanzas, vuelven sobre sus pasos y llevan a cabo una terrible carnicería.

Este fragmento de Tito Livio se encuentra copiado asimismo en el Manual de Combate de las Fuerzas de Caballería, entre las numerosas obras de táctica y estrategia debidas también al puño y letra de El Supremo. (N. del C.)

1 «Me entretienen con procedimientos dilatorios. Se me tiene prácticamente secuestrado en el almacén de la Aduana. Se me dice que sólo después del congreso y el cambio de gobierno seré recibido, pero nadie sabe cuándo ha de reunirse ese famoso congreso. Lo único cierto es que aquí los porteños son más odiados que los sa mácenos. Si el congreso se niega a enviar diputados y se les declara la guerra, media provincia se levanta… La eminencia gris de este Govno, cada vez más tirano, con el Pue blo cada vez más esclavo, no tiene más objeto que ganar tiempo y gozar sin pesa dumbre las ventajas de la independencia. Este hombre imbuido de las máximas de la República de Roma intenta ridiculamente organizar su Govno por aquel modelo. Me ha dado pruevas de su ignorancia, de su odio a Buenos Ayres, y de la inconsecuencia de sus principios. Él ha persuadido a los paraguayos que la provincia sola es un Impe rio sin igual, que Buenos Aires la adula y lisonjea porque la necesita: que con el pre texto de la unión trata de esclavizar al continente. Que los pueblos han sido violenta dos para el embío de sus representantes: Que todas nuestras ventajas son supuestas: Y hasta en su contestación transpira su rivalidad pues jamás se me ha reconocido como embiado del Supremo Poder Executivo de las Provincias del Río de la Plata, sino como a un Diputado de Buenos Aires; ni a V E. se le atribuye otra autoridad.» (Memorial de Nicolás de Herrera al Poder Executivo, noviembre de 1813.)

«Los diputados vinieron tan irritados que han creído injuriosa la proposición. El Govnno aprovechándose de esta disposición les hizo resolver y que lo negasen en firme. Habiendo recibido el congreso mi oficio hubo un tumulto y los DD. juraron matarme si yo me acercase, y si un sacerdote no sube al pulpito a aplacar a la multitud, hubiera muerto sin remedio, ignominiosamente.» (Ibid)

1 1 Se refiere aquí a Juan García de Cossio enviado en diciembre de 1823 por Benardino Rivadavia, jefe del gobierno porteño. No tendrá más éxito que los comisionados anteriores. Cossio se queja de que El Supremo se porta con él de la manera más irreductible e incivil. Este por su parte, comenta Julio Cesan nunca explicó el por qué de su actitud; en su copiosa correspondencia con sus delegados en la que trataba todas las cuestiones internas y externas, jamás se refirió a García Cossio, ni a su misión ni a sus notas. Según Juan Francisco Seguí-secretario de Vicente Fidel López- el objetivo fundamental de la misión de Cossio era el de concertar una alianza con el Paraguay ante la inminencia de la lucha con el Imperio en la Banda Oriental. (Anais, t. IV, p. 125.)

Las comunicaciones de Cossio a El Supremo, como la de los otros enviados porteños y brasileros sometidos al purgatorio de los largos plantones, fueron numerosas. En este «suplicio por la esperanza», los «cargosos y pedigüeños maulas» se desahogaban en implorantes, resentidas o melancólicas misivas.

Por cada nota de las 37 enviadas desde Corrientes a Asunción, Cossio debió oblar a los chasques 6 onzas de oro, un traje completo y un equipo de montar que incluía desde las bridas del caballo hasta las espuelas del jinete, más un chifle con 10 litros de caña. En febrero de 1824 Cossio informa a su gobierno desde Corrientes que El Supremo Dictador no contesta aún y que los mensajeros no han regresado. Nada. Ni un indicio siquiera. La tierra parece habérselos tragado. Cossio emite esta triste reflexión: «Y este silencio, tan ajeno al Derecho de Gentes como a la Civilización, manifiesta desde luego que no se trata de variar en parte la menor, aquella misma conducta en que ha fijado toda su atención dentro del singular aislamiento en que se halla. Todo esto, pese a recordarle los esfuerzos realizados por los dos países en la Guerra de la Independencia y la amenaza que actualmente representan para América las miras ambiciosas de la Santa Alianza y la posibilidad de una expedición reconquistadora». El 19 de marzo de 1824 Cossio escribe nuevamente a El Supremo. Su oficio concluye: «El Paraguay se está perjudicando pues ha dejado de vender su yerba, su ta baco y sus maderas; su comercio se debilita por el cierre de los ríos y por la falta de mercados exteriores. Por otra parte, al gobierno de Buenos Aires le alarma la apertura de un puerto al Brasil y pide se le otorgue idéntica facilidad, aunque sea circuns cripto a un Punto, como se ha otorgado al Portugués». Al pie de esta comunicación hay una nota de El Supremo, escrita al sesgo en tinta roja: «¡Por fin vamos a oír buena música!». (N. del C.)

1 «A comienzos de 1795, Lázaro de Ribera fue nombrado Gobernador militar y po lítico e Intendente de la real Hacienda del Paraguay. Antes de viajar a la sede de su gobierno contrajo enlace con la linajuda dama Mana Francisca de Savatea, ligándose así a la aristocracia porteña. Una de sus cuñadas era esposa de Santiago de Liniers [futuro virrey]. Ribera no le cede la derecha a sus grandes antecesores [en la sede de la gobernación]: Pinedo, Melo, Alós, y quizás en muchos aspectos los supere. Caló muy hondo en la tierra guaraní, supo de sus dolores y sus miserias, y tendió la mano al desvalido y al pobre. Proféticamente señaló que el gran puerto para el Paraguay era Montevideo, y anticipó la grandeza del Plata, escribiendo: "Las Provincias del Virreinato de Buenos Aires llegarán a un grado tal de opulencia en tanto se facilite la extracción de las primeras materias que deben pasar el Océano para avivar y dar energía a las Manufacturas de la Península ". Creyó en el porvenir del Paraguay por su tierra fértil, su producción abundante, sus ríos que la riegan y ponen en contacto con el mundo.» (N. de julio César.)

«Aunque de carácter ardiente e impetuoso, impaciente ante toda traba, vanidoso de sí mismo y de aristocrático abolengo, fue Lázaro de Ribera uno de los mandatarios hispanos más iluminados que hubo en esta parte de América, en las postrimerías del siglo xvii.» (Coment. de/ P. Furlong, cit. por J. C.)

1 «A poco de la llegada de Lázaro de Ribera a la Provincia, sucedió un hecho terrible. En el distrito de la Villa Real, ciento cincuenta hombres se armaron con el pretexto de reconvenir a los indios por la infracción de la paz, sorprendieron una toldería y mataron 75 indios rendidos y sin defensa. Fueron atados por las cinturas y unidos a caballos que llaman "cincheras", siendo todos muertos a golpes de macanas, sables y lanzas. Todo consta en los cinco autos que se elevan. El principal responsable fue el comandante José del Casal. El bárbaro acto tuvo lugar el 15 de mayo de 1786. Ribera se había recibido del gobierno el 8 de abril. Ha nombrado como juez de la causa al comandante José Antonio Zabala y Delgadillo.

»La carnicería con resabios de la muerte de Tupac Amaru en el Cuzco, con la nota sobresaliente del descuartizamiento por caballos conmovió a toda la Provincia. Casal, mediante influencias y sus riquezas, escapó al castigo.» (Julio César, op. cit.)

Sin embargo, algún tiempo después, el etnocida Casal cayó en desgracia. Por todos los medios, según consta en las instancias del juicio, José del Casal y Sanabria trató de obtener la defensa de El Supremo quien, por entonces, ejercía su profesión de abogado sin detentar aún ningún cargo público ni influencia oficial alguna. «Entre todos los papelistas que defienden pleitos -escribe el matador de indígenas al juez- es el único que puede sacarme a flote. Le he ofrecido la mitad de mi fortuna, y más también, por tan señalado servicio. Mas todo ha sido en vano. No sólo el orgulloso abogado se ha negado tenazmente a patrocinar mi causa y por lo mismo me hallo inerme e indefenso; también se ha atrevido a calificar injuriosamente mi proceder contra esos salvajes de los montes afirmando, como es público y notorio, que ni por todo el oro del mundo movería un dedo a mi favor, cuando por el contrario, como Dios y nuestro Exmo. Sr Gobdor saben, mi susodicho proceder sólo ha sido en bien de toda la sociedad.» (N. del C.)

1 «¡Día de terror, día de luto, día de llanto! ¡Tú serás siempre el aniversario de nuestras desgracias! ¡Oh día aciago! ¡Si pudiera borrarte del lugar que ocupas en el armonioso círculo de los meses!» (Nota del publicista argentino Carranza a Clamor de un Paraguayo, dirigido a Dorrego y atribuido a Mariano Antonio Molas en su Descripción Histórica de la Antigua Provincia del Paraguay.)

2 «Como en una pesadilla yo veía pasar esas infinitas mesnadas de oscuros espectros, relumbrar sus armas, a los enceguecedores rayos. Se me iban apagando los ruidos, el fragor de los cascos. Cañones, extrañas catapultas, complicados aparatos de guerra pasaban sin hacer ruido. Parecían volar; deslizarse a un pie del suelo.

»Bajo un baldaquino amarillo, que fuera palio del Santísimo Sacramento en las procesiones de antaño, el Cónsul-César sentado en la curul de alto respaldo que hace aún más enclenque y ridicula su magra figura, sonreía enigmáticamente, complacido al extremo por los efectos de su triunfal representación. A ratos miraba a los costados. de reojo, y entonces sus facciones cobraban la expresión de una vesánica autosufi ciencia.

»Una altísima catapulta de por lo menos cien metros de altura avanzó sin hacer ruido, propulsada por su propia fuerza automotriz, probablemente una máquina a va por Potentes chorros proyectaban bajo esa inmensa mole de madera un verdadero colchón de exhalación gaseosa tornándola más liviana que una pluma. Fue lo último que vi. A mediodía me desmayé y me llevaron a mi hospedaje en la Aduana.» (Nota ignota de N. de Herrera.)

1 Los enterramientos se hacían bajo el piso y alrededor de los templos; el calor del perpetuo verano paraguayo, aumentado por el de la compacta concurrencia de fieles, arrancaba de las grietas del suelo ese tufo que formó el refrán, vigente aún hoy en el habla populan aunque olvidado ya de su origen: «Más hediondo que misa-de-domingo». (N. del C.)

1 Este trozo está compuesto con fragmentos entresacados de Azara (Descripción, p 31), de Ruy Díaz de Guzmán (Argentina, LIII, c. XVI), y sobre todo de la Provisión del marqués de Montes Claros, gobernador y capitán general del Perú, Tierra Firme y Chile, «para que se enbíen a la Caja Real de Potosí con buen aviamiento las Piedras del Guayrá», a I ° de abril de 1613. Cif.Viriato Díaz-Pérez. (N. del C.)

1 «Al Señor Dictador Supremo del Paraguay

Excmo. Señor:

Desde los primeros años de mi juventud tuve la honra de cultivar la amistad del señor Bonpland y del Señor Barón de Humboldt, cuyo saber ha hecho más bien en la América que todos sus conquistadores.

Yo me encuentro ahora en el sentimiento de que mi adorado amigo el señor Bonpland está retenido en el Paraguay por causas que ignoro. Sospecho que algunos falsos informes hayan podido calumniar a este virtuoso sabio, y que el gobierno que V. E. preside se haya dejado sorprender con respecto a este caballero.

Dos circunstancias me impelen a rogar a V. E. encarecidamente por la libertad del señor Bonpland. La primera es que yo soy la causa de su venida a América, porque yo fui quien lo invitó a que se trasladase a Colombia, y ya decidido a efectuar su viaje, las circunstancias de la guerra lo dirigieron imperiosamente a Buenos Aires; la segunda es que este sabio puede ilustrar a mi patria con sus luces, luego que V. E. tenga la bondad de dejarle venir a Colombia, cuyo gobierno presido por la voluntad del pueblo.

Sin dudaV. E. no conocerá mi nombre ni mis servicios a la causa americana; pero si me fuese permitido interponer todo lo que valgo, por la libertad del señor Bonpland, me atreven'a a dirigir aV. E. este ruego.

Dígnese V. E. oír el clamor de cuatro millones de americanos libertados por el ejército de mi mando, que todos conmigo imploran la clemencia de V E. en obsequio le la humanidad, la sabiduría y la justicia, en obsequio del señor Bonpland. El señor Bonpland puede jurar a V. E, antes de salir del territorio de su mando, que abandonará las provincias del Río de la Plata para que de ningún modo le sea posible causar perjuicios a la Provincia del Paraguay, que yo, mientras tanto, le espero con las ansias de un amigo y el respeto de un discípulo, pues sería capaz de marchar hasta el Paraguay y sólo por libertar al mejor de los hombres y al más célebre de los viajeros.

Excmo. Señor:Yo espero que V. E. no dejará sin efecto mi ardiente ruego y tam bién espero me cuente en el número de sus más fieles y agradecidos amigos, siempre que el ¡nocente que amo no sea víctima de la injusticia.

Tengo el honor de ser de V. E. atento, obediente servidor:

Simón Bolívar

Lima, 23 de octubre de 1823.»

N. del C: El Supremo Dictador, efectivamente, no contestó esta carta de Bolívar. La respuesta que algunos historiadores-novelistas recogen es apócrifa; en todo caso, invención de una cortesía que El Supremo no estilaba destilar en ningún caso.

Carta de José Antonio Sucre, presidente del flamante estado de Bolivia, al general Francisco de Paula Santander, vicepresidente de Colombia, lugartenientes ambos de Bolívar.

«El Libertador parece que está en el proyecto de mandar una expedición de Cuerpos del Alto y Bajo Perú a tomar el Paraguay que sabe usted gime bajo el tirano que tiene aquella provincia no sólo oprimida del modo más cruel sino que la ha separado de todo trato humano, pues allí nadie entra sino el que gusta su Perpetuo Dictador.» (Octubre I I de 1825.)

De Santander a Sucre:

«La Europa culta celebraría mucho que el Paraguay saliese de la tutela cruel del tirano que la oprime, y que la ha separado del resto del mundo.» (Setiembre, 1825.)

Del deán Funes a Simón Bolívar:

«Refiriéndome el ministro García este suceso [el corte tajante que ha dado el Dictador del Paraguay a la negociación iniciada por el ministro inglés en Buenos Aires],aproveché esta oportunidad para hacerle palpable cuán errada era la empresa de reducir esta fiera por el camino de la razón, y cuán acertado era en cambio el pensamiento de V. E. de hacerle sentir por el Bermejo la fuerza de sus armas… Yo he creído de mi deber poner en noticia de V. E. todo esto, porque entiendo que le proveo bastante materia a la fecundidad de su genio, y porque según mi opinión la empresa no debe abandonarse.» (Setiembre 28 de 1825.)

Nota de Juan Esteban Richard Grandsire:

«El extracto del periódico precitado habla de amenazas de parte del general Sucre si el jefe del gobierno del Paraguay no tomaba en consideración los pasos que suponían hechos por Bolívar para obtener la libertad de M. Bonpland. Es conocer muy poco el genio y el carácter del Dictador Perpetuo al creerle susceptible de ceder al temor, o a una amenaza indirecta: el hombre que desde hace doce años tiene las riendas del gobierno del Paraguay y que ha sabido acallar las pasiones y mantener la tranquilidad interior y exterior de los vastos estados que gobierna, a pesar de las intrigas y las revoluciones de los gobiernos vecinos, no será jamás considerado como un hombre vulgar por los hombres sensatos, y las amenazas podrían atraer sobre M. Bonpland una catástrofe deplorable que se puede evitar por una gestión directa del cónsul general de Francia en Río de Janeiro, y mejor aún si el pedido viniese de París.» (Setiembre 6 de 1826.)

1 1- Una de las Cortas es ilustrativa a este respecto. Transcribe verbatim et literatum la que el sargento escocés David Spalding (radicado en Corrientes después de desertar de las invasiones inglesas) escribe a sus amigos, los hermanos Robertson, reclamándoles el cumplimiento de una pequeña «deuda». La carta del sargento Spalding está fechada en la época de los sucesos ocurridos a Juan Parish en la Bajada, por lo que también resulta, en este aspecto, el «documento» de un testigo de vista, a pesar de su enrevesada sintaxis y ortografía.

He aquí los párrafos pertinentes de la carta escrita en inglés:

«Tengo verdadero pesar en comunicar a usted la novedad que acabo de recibir por el hecho que don Agustín, el patrón del bergantín de Ysasys [sic] [se trata de José Tomás Isasi] encontró a su hermano de usted en el río San Juan, como tres leguas abajo del puerto de Caballú Cuatiá, quien había sido yevado o debuelto por los soldados de Artigas que lo asaltaron en la Vajada cuando venía aguas arriba trayendo armas para El Supremo del Paraguay. El 25 de este mes pienso ponerme en camino para ese lugar, y si puedo prestarle cualquier servicio a él, haré todo lo que esté al alcance de mi poder y cortos recursos, y de allí saber cómo van las cosas.

»Envié de la costa del río para entregar a ustedes por don Enrique de Arévalo (apodado el Tucu-tucu), una cadena de oro, una cruz ídem, cuatro anillos ídem, de esos memoriales para regalos y otros quantos que valen menos de lo que pesan pero lucen muchísimo más de lo que valen. Sírvase decirme si los ha recibido o no, pues el embiado no es del todo de fiar en estas comisiones. La cadena de oro tenía dos yardas de largo, y sería una lástima que anduviera colgando donde no deve, muy más cuando todavía se me deve el precio de su costo.

»Espero que a la fecha habrán vendido ustedes mi muchacha mulata, y tendrá usted, ahora que su hermano está preso y ni Dios sabe cuándo lo soltarán, la bondad de enbiarme el precio della en yerva suave de la primera calidad y en la primera oportunidad.» (Robertson, Notas.)

1 ¡Estos gringos de mierda deben ser echados como perros!

1 «Lector de novelas de caballería escritor él mismo de bodrios insoportables; uno de los más decididos pedantes del siglo, este esplandián español naturalizado paraguayo, el más vil sabandija que he conocido en todos los años de mi vida. Su fuerte es la historia, pero muchas veces hace actuar a Zoroastro en China, a Tamerlán en Suecia, a Hermes Trimegisto en Francia. Intrigante de la peor calaña, se debatía en la miseria hasta que se colocó de espía junto al Supremo Dictador, ante quien goza, según me informan, de gran predicamento. Noche a noche, me ha estado leyendo algo vagamente parecido a una biografía novelada del Supremo del Paraguay. Abyecto epinicio en el que pone al atrabiliario Dictador por los cuernos de la luna. En cuanto al Imperio y a mí, el Amadís se refiere en los términos más innobles. Amparado en la impunidad, en la ignorancia, en la vileza, ha derramado sobre el papel una espantosa mescolanza de infamias y mentiras. Lo peor de todo es que he tenido que soportar con fingida y entusiasta admiración la lectura del delirante manuscrito a lo largo de estos dos años. Forzado a escuchar al truhán de su autor, los dos hemos llorado a lágrima viva entre el espeso humo de excrementos vacunos que se queman aquí para combatir la insectería. Sus lágrimas son para mí el mejor homenaje de su emoción y sinceridad, de su admiración y respeto por nuestro Supremo Dictador; se ha atrevido a decirme el biógrafo y espía del sultán del Paraguay. ¡Es el tormento, la humillación más atroz, que se me han infligido jamás!» (Inf. de Correia, Anais, op. cit.)

1 El compilador desea aclarar que el lapsus y la mención no le corresponden; el informe confidencial de Correia menciona textualmente este apellido, según puede consultarse en el tomo IV de Anais, p. 60. (N. del C.)

1 Oé… oé… hace mucho tiempo nuestro Gran Señor dicen que nació.

1 Declaración del guardia Epifanío Bobadilla:

…¿Qué está haciendo Smd.Joséph Mana?,dice el sumareado que preguntó al reo. Nada, centinela. Tirando al aire pedos-de-monja. ¿Y la india que está abajo, escondida en la zanja? Eá, ella recoge bolas-de-fraile nomás.Vaya, urbano, ocupe el retén. Lo voy a denunciar por hacer abandono de su puesto de imaginaria. No diga a nadie nada de lo que ha visto y oído. Usté no ha visto ni oído nada. ¿Me ha entendido, centinela? Está bien, Smd. D.Joséph Mana. Retírese pues soldado. ¡Fiiir… carrera maaar! me ordenó Dn. joséph Mana. ¿No ve que si usté curiosea, la monja tiene vergüenza? Esconde el culo. No sabe llover sus pedos forrados de viento-norte. Las bolas-de-fraile se secan en la falda de la Olegaria. Mándese a mudar, urbano. Ahí va una caxeta de dulce para usté y mis recuerdos a su hermana, declara el sumareado centinela Bobadilla que le dijo el reo. Oído lo cual el urbano se retiró llevándose la caxeta.

1 Combinación de la expresión Expende Hannibalen de un verso de Juvenal (Sátiras, X, 147): Pesa a Aníbal: ¿Cuántas libras de ceniza hallarás en aquel gran capitán?, y la frase de la rogativa cotidiana ordenada a los prelados seculares y claustrales por el congreso del I ° de junio de 1816 que eligió a El Supremo como Dictador Perpetuo de la República, en sustitución a la jaculatoria De Regem, que se rezaba antes. (N. del C.)

2 ¡Que nazca algún día un vengador de mis cenizas! (Virgilio, Eneida, 625).

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