Septiembre de 1995
Disculpa que no te escribiera antes, pero he estado adaptándome a esta ciudad, cosa que, hasta cierto punto, ha sido fácil. No te imaginas cuánto ha cambiado mi vida, cuánto he cambiado yo misma en este tiempo. ¡Pero tardarme tres meses en escribirte a ti, mi mejor amiga! Para eso hay una explicación, o mejor dicho, una serie de explicaciones.
Recién llegada, antes de que se armara el escándalo acerca de mi padre, yo creía haber encontrado aquí mi versión del paraíso terrenal, y tú sabes que nunca he aspirado a paraísos de otra especie. ¡Qué sensación de libertad, después del ambiente al que estamos acostumbrados allá! La gente me parecía toda guapísima, una fauna exótica y como más allá de la última moda, con el fondo de líneas verticales de este rompecabezas de rascacielos. Como todo el mundo repite, lo bueno de Manhattan es que tiene de todo, y eso ayuda a que aun alguien con una historia como la mía pueda sentirse más o menos normal. (Estoy segura de que te encantaría, y espero que algún día puedas venir a visitarme.)
Mi madre me ha obligado a inscribirme en una escuelita de música llamada The Music Box, creo que sólo porque se encuentra a la vuelta de la esquina. La escuela me parece malísima, de lo más retrógrada, de verdad, con momias en lugar de profesores, que creen que la historia de la música terminó hace casi un siglo, más o menos con Brahms. En Downtown — la parte baja y más vieja de Manhattan — las hay mucho mejores, con programas acerca de Cage, Cowel & Company. Pero mi madre dice que no quiere tener que preocuparse porque yo ande viajando en el subterráneo o en autobús. La verdades que quiere mantenerme alejada de Downtown, que le parece territorio de perdición. Pero ése es el barrio que más me gusta, y adonde pienso mudarme en cuanto pueda. (O sea, inmediatamente déspues de mi próximo cumpleaños.)
Mientras tanto, recibo clases de piano, flauta y solfeo todas las mañanas. Por las tardes, mi madre me pone a practicar (hay un piano de media cola en el apartamento) y más tarde me lleva a una clase de danza un día, y al otro, a una de gimnasia. Así fuimos a Downtown la primera vez, porque allí se dan las clases de danza más innovadoras, como las de técnica de contact y release. Pero, como en una de estas clases era principalmente cosa de revolcamos todos por el suelo y tocarnos por todas partes (y aunque los bailarines te dirán que no hay nada sexual en todo eso, que sirve solamente para «hacer correr las energías», algo tiene de sexual, no creas que no), mami resultó escandalizada. Llegó a usar la palabra «degenerado» al referirse al profesor, y ahora la usa al referirse a los habitantes de la isla que viven al sur de la Calle 34.
No me gusta el barrio donde vivimos, el Upper East Side, que, abstracción hecha del paisaje de edificios, podría ser la Cañada, en cuanto al clima mental. Claro que no deja de ser Nueva York, pero la acción ocurre en otra parte. Te lo repito, ven a verme si puedes. Hay sitio en el apartamento, si quieres quedarte con nosotros, así que si no tienes dinero para el pasaje, intenta conseguirlo. Yo creo que vale la pena el esfuerzo.
Diciembre de 1995
¡Feliz Año Nuevo!
Hace casi tres meses que te escribí, y todavía no tengo noticias tuyas. Ojalá tuviera un número de fax a donde mandarte ésta, pero qué le vamos a hacer.
Aquí mi vida sigue sufriendo transformaciones. En primer lugar, el escándalo de mi padre ha alcanzado proporciones gigantescas. En noviembre, mi tío, el hermano de mi madre, nos envió algunos periódicos locales, así que supongo que ya te habrás enterado. Y espero que tu silencio no se deba a que estás demasiado horrorizada por el hecho de que tu mejor amiga de la infancia resultara ser la hija de un secuestrador.
Mi madre está desecha. La comprendo, incluso la compadezco, pero aun así me cuesta muchísimo simpatizar verdaderamente con ella. Mi padre será lo que quieran, pero para mí fue un padre ejemplar, al contrario de mi madre, que siempre me pareció que disfrutaba haciéndome la vida imposible.
No puedo creer que mi padre sea culpable de todas las atrocidades de que le acusan. Y en cualquier caso, le creo cuando me dice que todo lo hizo por mi madre y por mí. En lo más profundo, lo he perdonado. No así mi madre. Ahora que lo han extraditado, dice que no quiere saber nada más acerca de él. Que si antes de casase le hubieran dicho que pasaría veinte años en compañía de un asesino, se habría suicidado, que todavía no está demasiado vieja para rehacer su vida, etcétera, etcétera. En todo caso, está bastante bien instalada en este edificio de apartamentos (plagado de familias centroamericanas, casi todas judías, por si te interesa saberlo), que mi padre dejó a su nombre, y con una cuenta bancaria que le permitirá vivir el resto de sus días sin trabajar.
Pero he decidido no complicarme demasiado la existencia pensando en todo esto. Qué afortunada me siento — en medio de la catástrofe — en esta ciudad, donde sé que podré rehacer mi vida y seguir adelante. Qué horrible sería estar allá. Éste es el último favor que tendré que agradecerle a mi padre, pues fue él quien decidió que viniéramos aquí. Batalló por convencer a mi madre, sin poder revelar que se trataba de una fuga. Decía que pensaba en mí, en mi futuro, y yo creo que era cierto.
He interrumpido mis clases de música, para gran disgusto de mi madre. Pero estoy convencida de que no tengo oído musical, así que para qué. Bastó con que dejara de acudir tres veces seguidas a mis lecciones de solfeo para que la maestra (que es también la directora de la escuela, una viejita cascarrabias) telefoneara a mi madre para decirle que en realidad la escuela no era para mí y que no pensaba permitir que mi madre siguiera malgastando su dinero. Ella, impresionadísima con la honestidad de la anciana, y tan indignada por mi actitud que, como castigo, me ha quitado mi allowance de un mes.
Ahora está empeñada en que yo tome unos cursos y talleres de arte, a lo que no me opongo, aunque sé que más tarde voy a desilusionarla, si su esperanza es que algún día me convierta en artista. Y seguimos acudiendo a las clases de gimnasia y ballet.
La universidad resulta demasiado cara, dice mi madre, y además nos vinimos tan deprisa que no tengo conmigo todas mis equivalencias escolares, de modo que por ahora no corro el riesgo de que me obligue a inscribirme. No estoy segura, pero parece que en algún sitio hay más dinero, una cuenta confidencial que nos ha dejado mi padre, pero que todavía no podemos usar. Ella espera tener acceso a ese dinero dentro de poco tiempo, pero lo que soy yo, no lo tocaré jamás, ni con una vara de veinte metros.
Comienza lo peor del invierno. Lo único que tiene de bueno este edificio es la calefacción. Fuera, hace un frío de enanos, y todo el mundo tiene la nariz roja y hasta las meadas de los perros se congelan al instante, pero en mi cuarto, donde hay un viejo radiador, hace un calor de baño de sauna. Por las noches, el aire en el interior se pone tan seco que se te agrieta la piel, de modo que mantengo una toalla mojada sobre el radiador, para crear humedad. Resultado: un baño turco.
No seas ingrata y contéstame. Y si puedes, ahorra un poco de dinero para venir a visitarme esta primavera, preferentemente para mi cumpleaños.
Febrero de 1996
Por medio de Paulina me he enterado, primero, de que estuviste en Miami — y me pregunto por qué no me llamaste — y segundo, de que has recibido mis cartas.
A Paulina la vi por casualidad hace unas horas en el Balducci’s de Broadway y Prince, adonde ella había ido de compras. Yo estaba bebiendo un espresso con mi amigo Jeff (toda otra historia, que tal vez te contaré más adelante) y ella estaba sola, escogiendo sus últimas chucherías mientras hacía cola para pagar. Me acerqué a saludarla, y al verme creo que se asustó. Lo comprendo — sabiendo cómo es ella, y después de lo de mi padre — y para tranquilizarla le dije que sólo quería noticias tuyas, que suponía que se seguían viendo. Entonces me contó que ustedes dos habían ido juntas de grandes compras a Miami para las Navidades. No quise hacerle más preguntas — aunque tuve la oportunidad, mientras la cajera verificaba su tarjeta de crédito —, creo que ni siquiera le dije adiós. No me extraña que alguien como ella tenga horror de conversar conmigo. Pero tú… ¿O no se trata de eso?
Tal vez simplemente no tienes nada que decirme por el momento, o no sabes qué decir — eso pienso, como último recurso. Sería típico. Recuerdo la vez que te conté que me había acostado con Fernando. Era la primera vez. Dejaste de hablarme durante semanas, hasta que un buen día fuiste a buscarme a casa y querías que te lo contara todo, y así comenzó una nueva etapa de nuestra amistad. Pero hace ya medio año que me marché, y me gustaría saber si todavía tengo una amiga en Guatemala. Por favor, si mis cartas te molestan, dímelo, aunque sea por medio de una postal.
Junio de 1996
Hace dos semanas fue mi cumpleaños, y pensé mucho en ti. Para comenzar te cuento que me he marchado de casa, como me lo había propuesto. Mi madre no hizo mucha bulla, afortunadamente. Tiene una aventura amorosa bastante intensa con un médico venezolano, así que creo que mi fuga le ha resultado conveniente. Además, como mi padre pasará el resto de su vida en la cárcel, es completamente libre.
No creas que te lo cuento para que me tengas lástima, sino para mostrarte hasta qué punto he roto los vínculos con mi familia. (¿Quizá porque siento que así, en cierta manera, me limpio del estigma que ha causado nuestro distanciamiento?)
Me he mudado al apartamento de Jeff, que es ahora toda mi familia. No sabes qué gusto da tener una familia que tú misma has escogido, en lugar de una que te ha sido impuesta. Supongo que es una prueba de madurez.
Jeff es músico a ratos perdidos, y para ganarse el pan trabaja en un laboratorio odontológico, haciendo empastes y puentes. Lo conocí hace unos meses, en una clase de danza africana, donde él acompañaba con sus congas. Era una de esas clases en Downtown a las que yo tenía que acudir clandestinamente por las tardes, después de mis clases de arte en Midtown. Nos enamoramos y ahora vivimos juntos, sencillamente. No creo que sea para toda la vida; mientras tanto, yo feliz. Él tiene veintiocho años, pero parece de nuestra edad. Es lo que se dice un ser libre. Trabaja mucho de lunes a viernes, pero los fines de semana con él son una verdadera fiesta; siempre tiene que tocar en algún club (pertenece a varios conjuntos), y luego nos vamos de copas o a bailar y lo demás.
De vez en cuando tengo la extraña sensación de que acabo de llegar, o más bien, de que acabo de nacer, y siento unas enormes ansias de crecer y ver más el mundo. Aquí el tiempo pasa volando y yo aprendo algo nuevo cada día y cada día descubro que tengo muchísimas cosas más que aprender. Y, sabes, lo único que me entristece un poco, es no tener una amiga como tú, alguien a quien conozco desde siempre, para poder compartir todo esto y, por así decirlo, mirar hacia atrás.
Me pregunto qué haces tú en Guatemala. ¿Vas a la universidad? ¿Trabajas? ¿A quiénes ves? Y sobre todo, ¿cuánto habrás cambiado? Porque habrás cambiado, sin duda — ésta es la edad de los grandes cambios. Apenas me acuerdo de cómo era yo misma hace un año, cuando me fui. Supongo que te resultará difícil creerlo, pero a pesar de la tragedia que me ha tocado vivir, no cambiaría por nada del mundo mi estilo de vida actual. No es que quiera ser arrogante, o que me sienta demasiado satisfecha de mí misma, pero si tú supieras lo que es sentirse tan libre… Desde luego que no me he emancipado completamente. Dependo de Jeff para muchas cosas, me siento un poco como una concubina, y eso no está bien. Pero estoy buscando un empleo para ayudarlo económicamente, y luego pienso continuar mi educación — aunque no estoy segura de qué quiero estudiar.
Ya es el verano, ni estación favorita, a pesar del calor que todo lo derrite y que te roba energías, pero que tiene la virtud de dejar prácticamente vacía la ciudad. La poca gente que se queda es la más joven y alegre, y vive fuera, en las calles y en los parques. Los olores son más intensos, y la ciudad adquiere un aspecto casi tropical.
Insisto en que deberías venir a pasar aquí aunque sea unos días, para experimentar un poco de todo esto. Te mando mis nuevas señas. Como ves, sigo siendo fiel a nuestra amistad, y no pierdo las esperanzas de que reanudemos el contacto.
Noviembre de 1996
Gracias por la postal. De modo que fuiste a París y no te las arreglaste para hacerme ni siquiera una visita de lechero. No creas que considero la postal como respuesta. Más bien la sentí como una especie de provocación, después de mis larguísimas cartas y tu silencio. No importa. Como sabes, nunca me hice ilusiones acerca de lo que significa la amistad.
Me alegra saber que te divertiste en París, aunque te diré que mi idea de diversión no es una noche de copas en el Moulin Rouge. Y celebro que tuvieras, como dices, tiempo para «una aventura exótica». (Mi traducción de eso sería un revolcón con un argelino, o algo por el estilo.) Lo que me parece un poco cómico es que le dieras tanta importancia a algo así, como para sentirte impelida a romper tu silencio y escribirme. Y eso me hace preguntarme cómo sera — cómo seguirá siendo — la vida sexual en Guatemala para una mujer joven y guapa como tú. Cuando pienso en eso, casi le agradezco a mi padre el sambenito del secuestro, que me expulsó de allá. No creas que esto es un jardín de rosas, pero aun con mis problemas (detesto el trabajo que acabo de conseguir, creo que Jeff tiene una amante) la simple idea de no estar allá me hace feliz. «¡Me he escapado, me he escapado!» — ése es mi estado de ánimo predominante cuando pienso en Guatemala.
Cómo corre el tiempo. Ya es otra vez el otoño. Dos años sin vernos. Misteriosamente, una hoja roja arrancada por una ráfaga de viento, me cayó ayer en la cabeza cuando atravesaba Tompkins Square, y me hizo pensar en ti.
Estoy considerando la posibilidad de mudarme y conseguir una compañera para compartir el alquiler, porque con Jeff la cosa ya no funciona. Intentaría persuadirte para que vengas a vivir conmigo, pero sé que fracasaría, de modo que no lo intentaré.
Marzo de 1997
¡De modo que te casas! Felicidades, aunque me cuesta creerlo. Recuerdo muy bien la vez que me dijiste que no te casarías nunca, porque no querías niños y los hombres eran una partida de cerdos. Yo estaba de acuerdo, desde luego, pero hoy en día veo a todo el mundo con un poco más de indulgencia. En cualquier caso, supongo que habrás elegido sabiamente, aunque no me has contado nada acerca de él. ¿Es rico y guapo, inteligente y gentil?
¡Cuéntame!
Octubre de 1997
Gracias por tu carta, que me tomó completamente por sorpresa. Me he mudado en tres ocasiones durante los últimos meses, pero por fortuna la persona que pasó a ocupar mi penúltimo apartamento — adonde llegó tu carta — es una amiga de amigos, y me la reenvió.
Quieres saber si ha habido muchos cambios en mi vida. La respuesta es sí y no. He dejado a Jeff y ahora vivo sola, lo que es, créeme, una mejora. Es la primera vez que me siento totalmente independiente, y, aunque al principio me sentía un poco extraña, ahora adoro ni soledad. No sé si algún día decida vivir otra vez con alguien, pero por de pronto quiero disfrutar de mi emancipación. También he cambiado de trabajo, y esto es otra mejora, porque gano mucho más dinero y detesto menos el nuevo trabajo que el anterior. Aparte de esto, todo sigue igual. Me pides que te cuente cómo son mis semanas aquí. La pregunta suele ser, cómo son tus días, y si me hubieras preguntado eso quizá mi respuesta habría sido que mis días no se parecen entre sí. Pero al pensar en mis semanas, gracias a tu pregunta, he podido ver que siguen cierta norma. Para darte una idea más clara del asunto, me he tomado la molestia de revisar los recibos que he guardado últimamente. He aquí, en esquema, mis actividades durante la primera semana de este mes.
Clases de danza: cuatro, sesenta dólares. Un espectáculo de danza: veinte dólares. Películas: dos, dieciséis dólares. Cenas: cuatro, cien dólares. Un club nocturno: cincuenta dólares. Una clase de meditación: quince dólares. Galerías de arte: diez, gratis.
Visitar galerías se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Además de ser gratis — cosa muy importante para alguien como yo — me encanta el ambiente que se crea alrededor de las obras de arte. Por mucha confusión que exista actualmente acerca del arte, cada quien tiene sus propias ideas acerca de lo que es una obra de arte, y eso, me parece, es lo que cuenta. Hay en algunas obras raras como un residuo de lo religioso — pero sin ningún elemento didáctico, de modo que tú puedes ponerte en contacto directamente con el espíritu creador. Desde luego que hay incompetentes y charlatanes por todas partes y abundan los artistas falsos y por cada uno que es auténtico hay cien que se engañan. Pero si tienes suerte y tu artista sabe lo que hace, unos minutos de contemplación pueden bastar para darte tanta felicidad como cien sesiones de, digamos, meditación trascendental.
Adjunta te mando una tarjeta con mis nuevas señas y número de fax.
Enero de 1998
Así que no funcionó. La verdad, no me extraña, pero cuatro meses es realmente absurdo. Dices: Felipe es más que un cerdo. No sé exactamente lo que quieres decir; sólo espero que no estés encinta — de ninguno de los dos. Qué injusto que él te descubriera a ti en flagrante delito, y así se sintiera con derecho a tratarte como dices, cuando tú hiciste lo que hiciste por despecho. Las escenas que haría tu madre: puedo verla, acostada en su cama con una toallita mojada tapándole la cara mientras te echa un sermón.
Como entendida en catástrofes, lo único que puedo decirte es que todo pasa finalmente, que tu vida encontrará la manera de reorganizarse y que antes de darte cuenta te habrás transformado, serás otra y te costará comprender cómo fuiste ayer.
Febrero de 1998
Comprendo perfectamente tus deseos de salir de Guatemala, de comenzar de nuevo. Dices que piensas en venir a Nueva York, y me parece buena idea. Pero me preguntas si en el apartamento que tengo actualmente habría espacio para alojarte, y me temo que la respuesta es no. Claro que tratándose de ti podría hacerte sitio aun en mi propia cama, pero por desgracia es mal momento. Estoy viéndome con un chico que me encanta, y como él comparte apartamento, usamos el mío cuando queremos estar solos, así que sería molesto tenerte de huésped. ¿No tienes otros amigos o conocidos aquí? Se me ocurre preguntarte si no has pensado en París, y si conoces gente allá, porque me parece que es otra ciudad donde cualquiera podría rehabilitarse. Pero si de todas formas decides intentarlo en Nueva York, telefonéame cuando estés aquí. Podríamos ir juntas al cine o a las galerías de arte o al teatro, o, si todo eso te aburre, a comer o tomar unas copas o un café.
Внимание!
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